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lunes, 9 de diciembre de 2019

Perla Suez: una poética de la reparación del dolor” (1ra parte)



                                                                                                 



                                                                            por Adrián Ferrero


     Las ficciones de la escritora argentina Perla Suez, radicada en Córdoba, hincan su énfasis en ciertas constantes que pueden verificarse tanto en su narrativa infantil como para adultos. La violencia como descontrol virulento de las pasiones en las relaciones humanas provenientes de conflictos largamente gestados o circunstanciales. La amenaza por persecución que disipa los vínculos de respeto hacia el semejante y busca o suprimir o degradar al distinto. La discriminación y el maltrato hacia otras etnias, muy en especial al pueblo judío. Sin embargo, las historias logran por lo general resoluciones más o menos exitosas, aunque dejen heridas inolvidables. Hay una mirada superadora sobre el sufrimiento. El espacio social de la mujer que compromete sus derechos o su integridad, arrinconada por varones en muchas ocasiones inescrupulosos regresa, incesante. Y la escritura como receptáculo y custodio de la memoria, en su caso dolorosa, es la propuesta a una opción de restitución de la dignidad pero también de precaución para que no se agiten los fantasmas del resentimiento, el rencor y tampoco se repitan esos acontecimientos. La escritura como archivo, como documentación, constituye una forma medulosa también de transferir momentos concretos y verosímiles a los lectores. Hay naturalmente otros núcleos, como la irrupción de lo fabuloso frente a contextos hostiles para evitar repercusiones arrasadoras que podrían atentar contra esos sujetos. Y también, una señalada recuperación del patrimonio literario en sus distintas vertientes, con un trabajo tejido de modo fino. En esta línea también inscribiría una mirada sobre la espera que jamás se cierra definitivamente como una compuerta más metafísica en este caso que en su acepción vital, diferente, por ejemplo, del relato de Kafka “Ante la ley”. 

 
  El proyecto de Perla Suez es uno de los más desafiantes y más provocadores contra ideologías complacientes que aspiran al control de las consciencias, lo que en su carácter alienante en el uso del lenguaje contemplamos a diario. Inquietante en todas sus vertientes, la poética de Suez evidencia las zonas de incertidumbre incluso más descarnadas en el caso de los conflictos sociales y las vuelve literariamente productivas tanto para quien las escribe (evidentemente) como para  lectores y lectoras ávidos no por ser aleccionados sino, muy por el contrario, ir al encuentro de una ficción inteligente que no busca el pasatiempo sino un trabajo cuidado con las ideas, con el lenguaje devenido, esta vez, respetuosa y trabajada lengua literaria. En efecto: senderos nuevos para la literatura argentina desde sus argumentos, por un lado. Senderos nuevos desde una escritura que no se abandona a la espontaneidad sino que es pensada, elaborada con meticulosidad, urdida a partir de la sutileza.

     La ficción de Suez se conecta parcialmente con el sufrimiento, lo que no suele ser habitual en la narrativa infantil. Trabaja el carácter menos inocente de la literatura (es una ficción calculada) pero al unísono con un fuerte señalamiento ético sin pedagogías. Todo ello acompañado de un entusiasmo por empapar al lector del anhelo de libertad, de avidez y de curiosidad por el mundo que la vuelven una pieza clave de nuestra narrativa infantil y juvenil nacional para la comprensión de los contextos y para la producción de sentidos en orden a afectar el orden de lo real con el objeto de asestar duros golpes contra ideologías autoritarias. En efecto, la narrativa de Suez disipa las ideologías de la represión y del olvido. Lanza el pensamiento hacia espacios inexplorados poblando con una escritura imprevisible y radicalmente original pero sin estridencias vacíos que requieren de acciones estéticas potentes.

     Pero vayamos concretamente a su producción infantil ligada a la violencia. Esta línea de su proyecto estético, por un lado, ensaya un recorrido por el modo en que factores histórico/políticos devastadores tienen sobre niñas y niños. También sobre los adultos que ellos llegarán a ser y a ser narrados en estas ficciones. Esa confrontación con acontecimientos del orden de lo real suele tener una salida satisfactoria porque el sujeto alcanza a metabolizar lo que le ha tocado padecer como víctima. Pero deja una huella inolvidable en la memoria que es, precisamente, la argamasa de esta literatura.

     La salida de los episodios más traumáticos en los mejores casos, adopta la forma de la reparación. En efecto, narradores a cierta altura de su vida sabios refrieren episodios dramáticos una vez que ya han tenido lugar en sus vidas. Y, en un punto, han sido superados. De modo que las tramas del dolor son neutralizadas mediante una vida que requiere de un trabajo persistente para procesar esas experiencias de modo transformador. Es más: la narración misma de esos sucesos por boca de los personajes da la pauta de que organizar de un cierto modo la experiencia mediante el modo en que será referida ya constituye un primer antídoto para relativizarla. Como vemos, los sucesos trágicos logran ser burlados en tanto que factores destructivos por obra de su testimonio sanador. También es la prueba más contundente de que han sido trabajadas por una subjetividad que no ha quedado paralizada en el pasado ni afectada al punto de no poder movilizarse. El relato, en este caso puntual, resulta una suerte de garantía, de reaseguro, de que en tanto que ficción de la reparación, la tragedia ha sufrido un proceso de conversión hasta alcanzar la realización. También estamos hablando de una ficción del duelo, porque es mucho lo que durante estos procesos se pierde y, por lo tanto, mucho lo que debe ser asumido. Lo cierto es que los sujetos (varones y mujeres) alcanzan ignoro si una total plenitud. Pero sí en buena medida una identidad que mediante procesos reformadores permiten que sea experimentada como una instancia tolerable, por un lado. Y, quizás, hasta el punto de alcanzar un triunfo sobre la hostilidad del mundo.

    
  Respecto de mi inquietud por conocer acerca de cuál de todos sus libros le había traído más satisfacciones, Perla Suez afirmó, en una entrevista que le realicé y salió publicada en 2018 en la revista Hispamérica de la Universidad de Maryland (EE.UU.): “Sin dudas, Memorias de Vladimir. No puedo saber por qué me ha traído tantas satisfacciones, creo que tiene que ver con que fue la primera vez que sentí que había contado una historia y había conmovido a alguien. Es una marca a fuego que no releo, va conmigo y la llevo adentro. Siempre está presente. Cuando los lectores me acercan y me dicen que han llorado con Vladimir, no es poco, en especial hombres, pero también niños y mujeres. Evidentemente este libro, por sus características y por el impacto producido se revela como uno de naturaleza distintiva en el marco de su poética que ha afectado ya no digamos  al público lector, sino que ha logrado proyectarse hacia su autora misma de modo iniciático al asistir a él como un hito en el marco de su poética.

    
Es sabido. Una historia suele contar al mismo tiempo muchas otras. Eso es lo que se desprende de estas Memorias de Vladimir (1991), una ficción ambientada inicialmente en la Rusia del siglo XIX durante las persecuciones a los judíos por parte del Zar Nicolás II. La trama narra la hazaña del pequeño Vladimir que consigue huir en barco de ese lugar atroz junto a su tío Fedor rumbo a Argentina. Recalarán en Colonia San Gregorio, Entre Ríos. Allí crecerá Vladimir trabajando la tierra hasta hacerse hombre. Y a lo largo de todo este relato, lleno de peripecias, experimentará emociones que no son sencillas: la orfandad, las pérdidas, el desarraigo, el dolor, la incomunicación, la soledad, la incomprensión. Hasta lentamente reconquistar aquello que le había sido arrebatado por la agresión y la humillación de los prepotentes: una identidad pero esta vez en un país que lo acoge con hospitalidad. Logrará trabajar en Buenos Aires, estudiar Medicina y, de visita en Entre Ríos, asistir penosamente al momento preciso en que su tío Fedor muere. Lo enterrará junto a su gallo Yankl (que había traído escondido desde Rusia entre sus ropas en el barco) y un antiguo vecino de la aldea.

     Memorias de Vladimir, como dije, compromete y afecta de modo radical nuestra emocionalidad. Nos habla, descarnadamente, del exilio, del ascenso social, de cómo es posible y hasta imprescindible revitalizar lazos y vínculos que parecían necrosados e iniciar otros, de modo inaugural. Así, será capaz de forjar una nueva historia, es decir,  restituir a un sujeto sus atributos inherentes a partir de un vacío que parecía imposible de reconquistar.

     Las dimensiones más trágicas de la Historia adoptan, mediante el relato de una historia, con minúscula, una configuración, una forma, una materia incluso narrativa maleable que es inspiradora de la literatura. Lo que se narra, por otro lado, ha tenido lugar. La ficción de Suez ancla en una realidad concreta. Motivo por el cual se manifiesta con un sugestivo acento referencial. Ello le confiere contundencia, por un lado. Por el otro, persistencia. Lo que se lee se recuerda porque no se trata de una invención. Sino que es una suerte de revelación o alumbramiento de sucesos constatables. Adopta la misma repercusión que tendría el revelar un secreto, el descorrer un velo sobre una materia que se mantenía cubierta por un manto de olvido o de amnesia.



     Perla Suez, hurgando en la memoria de relatos familiares, de una imaginación verosímil y de una escritura transparente acude en este relato de modo elocuente a sucesos que le fueron referidos desde muy chica en su familia. Suez nos está hablando de algo que conoce. Que conoce mucho. Y que conoce “en abismo”, esto es: escribe y lee lo que le ha sido a su vez narrado por algunos sus protagonistas bajo la forma también de relatos, rostros que adoptan ahora otras facciones. Narra lo que le ha sido narrado. Lo hace, eso sí, según sus propios términos. Y tal vez sea por ese mismo motivo que vuelve al acontecimiento literario tanto más conmovedor. Subyace, a su propia materia, una trama urdida a partir de (nuevamente) la memoria y de sueños que la palabra guardará, intacta, como un recipiente. Pero también una palabra indeleble. Porque quedará registrada. Una palabra entonces que será reservorio y será mensaje de esperanza para quienes prosiguen esta historia. Sean sus protagonistas. Sean quienes asistimos a ella desde la más profunda solidaridad con ellos. Con una analepsis certera del protagonista (narrador de la historia) esta pieza única regresa a sus orígenes en boca de una biografía de alguien no conformista que refresca una serie de sucesos con su relato. Al tiempo que la propia Suez hace lo propio.

     Es cierto. Queda un rastro de lo vivido que no ha sido grato. Pero Suez ha logrado convertir a un sujeto mediante una proceso de restauración en alguien capaz de reconstruir su biografía por fuera del rencor, del odio y por dentro de la construcción de una serie de acciones alternativas. Evidentemente se ha tratado, probablemente de un libro con el que la autora se ha comprometido particularmente debido la relación que entabla con sus orígenes. Ficción entonces encarnada, hecha carne en el texto, Memorias de Vladimir efectivamente recapitula una etapa pero se proyecta hacia un futuro esperanzado. A eso apuesta Suez. A eso apostamos todos los que aspiramos a, mediante la escritura, neutralizar este mundo distópico que nos rodea. Y construir a partir de su relato, nuevos sentidos. Nuevos motivos orientados a un futuro que sin dejar de contemplar lo que tuvo lugar, sí reconstruya una subjetividad herida. Para que se mantenga íntegra y entera.


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