por Adrián Ferrero
Las ficciones de la escritora argentina Perla Suez, radicada en Córdoba,
hincan su énfasis en ciertas constantes que pueden verificarse tanto en su
narrativa infantil como para adultos. La violencia como descontrol virulento de
las pasiones en las relaciones humanas provenientes de conflictos largamente
gestados o circunstanciales. La amenaza por persecución que disipa los vínculos
de respeto hacia el semejante y busca o suprimir o degradar al distinto. La
discriminación y el maltrato hacia otras etnias, muy en especial al pueblo
judío. Sin embargo, las historias logran por lo general resoluciones más o
menos exitosas, aunque dejen heridas inolvidables. Hay una mirada superadora
sobre el sufrimiento. El espacio social de la mujer que compromete sus derechos
o su integridad, arrinconada por varones en muchas ocasiones inescrupulosos
regresa, incesante. Y la escritura como receptáculo y custodio de la memoria,
en su caso dolorosa, es la propuesta a una opción de restitución de la dignidad
pero también de precaución para que no se agiten los fantasmas del
resentimiento, el rencor y tampoco se repitan esos acontecimientos. La
escritura como archivo, como documentación, constituye una forma medulosa
también de transferir momentos concretos y verosímiles a los lectores. Hay
naturalmente otros núcleos, como la irrupción de lo fabuloso frente a contextos
hostiles para evitar repercusiones arrasadoras que podrían atentar contra esos
sujetos. Y también, una señalada recuperación del patrimonio literario en sus
distintas vertientes, con un trabajo tejido de modo fino. En esta línea también
inscribiría una mirada sobre la espera que jamás se cierra definitivamente como
una compuerta más metafísica en este caso que en su acepción vital, diferente,
por ejemplo, del relato de Kafka “Ante la ley”.
La ficción de Suez se conecta parcialmente con el sufrimiento, lo que no
suele ser habitual en la narrativa infantil. Trabaja el carácter menos inocente
de la literatura (es una ficción calculada) pero al unísono con un fuerte
señalamiento ético sin pedagogías. Todo ello acompañado de un entusiasmo por
empapar al lector del anhelo de libertad, de avidez y de curiosidad por el
mundo que la vuelven una pieza clave de nuestra narrativa infantil y juvenil nacional
para la comprensión de los contextos y para la producción de sentidos en orden
a afectar el orden de lo real con el objeto de asestar duros golpes contra
ideologías autoritarias. En efecto, la narrativa de Suez disipa las ideologías
de la represión y del olvido. Lanza el pensamiento hacia espacios inexplorados
poblando con una escritura imprevisible y radicalmente original pero sin
estridencias vacíos que requieren de acciones estéticas potentes.
Pero vayamos concretamente a su producción infantil ligada a la
violencia. Esta línea de su proyecto estético, por un lado, ensaya un recorrido
por el modo en que factores histórico/políticos devastadores tienen sobre niñas
y niños. También sobre los adultos que ellos llegarán a ser y a ser narrados en
estas ficciones. Esa confrontación con acontecimientos del orden de lo real
suele tener una salida satisfactoria porque el sujeto alcanza a metabolizar lo
que le ha tocado padecer como víctima. Pero deja una huella inolvidable en la
memoria que es, precisamente, la argamasa de esta literatura.
La salida de los episodios más traumáticos en los mejores casos, adopta la
forma de la reparación. En efecto, narradores a cierta altura de su vida sabios
refrieren episodios dramáticos una vez que ya han tenido lugar en sus vidas. Y,
en un punto, han sido superados. De modo que las tramas del dolor son
neutralizadas mediante una vida que requiere de un trabajo persistente para
procesar esas experiencias de modo transformador. Es más: la narración misma de
esos sucesos por boca de los personajes da la pauta de que organizar de un
cierto modo la experiencia mediante el modo en que será referida ya constituye un
primer antídoto para relativizarla. Como vemos, los sucesos trágicos logran ser
burlados en tanto que factores destructivos por obra de su testimonio sanador.
También es la prueba más contundente de que han sido trabajadas por una
subjetividad que no ha quedado paralizada en el pasado ni afectada al punto de
no poder movilizarse. El relato, en este caso puntual, resulta una suerte de
garantía, de reaseguro, de que en tanto que ficción de la reparación, la
tragedia ha sufrido un proceso de conversión hasta alcanzar la realización. También
estamos hablando de una ficción del duelo, porque es mucho lo que durante estos
procesos se pierde y, por lo tanto, mucho lo que debe ser asumido. Lo cierto es
que los sujetos (varones y mujeres) alcanzan ignoro si una total plenitud. Pero
sí en buena medida una identidad que mediante procesos reformadores permiten
que sea experimentada como una instancia tolerable, por un lado. Y, quizás,
hasta el punto de alcanzar un triunfo sobre la hostilidad del mundo.
Memorias de Vladimir, como dije,
compromete y afecta de modo radical nuestra emocionalidad. Nos habla,
descarnadamente, del exilio, del ascenso social, de cómo es posible y hasta
imprescindible revitalizar lazos y vínculos que parecían necrosados e iniciar
otros, de modo inaugural. Así, será capaz de forjar una nueva historia, es
decir, restituir a un sujeto sus
atributos inherentes a partir de un vacío que parecía imposible de
reconquistar.
Las dimensiones más trágicas de la Historia adoptan, mediante el relato
de una historia, con minúscula, una configuración, una forma, una materia
incluso narrativa maleable que es inspiradora de la literatura. Lo que se
narra, por otro lado, ha tenido lugar. La ficción de Suez ancla en una realidad
concreta. Motivo por el cual se manifiesta con un sugestivo acento referencial.
Ello le confiere contundencia, por un lado. Por el otro, persistencia. Lo que
se lee se recuerda porque no se trata de una invención. Sino que es una suerte
de revelación o alumbramiento de sucesos constatables. Adopta la misma
repercusión que tendría el revelar un secreto, el descorrer un velo sobre una
materia que se mantenía cubierta por un manto de olvido o de amnesia.
Perla Suez, hurgando en la memoria de relatos familiares, de una
imaginación verosímil y de una escritura transparente acude en este relato de
modo elocuente a sucesos que le fueron referidos desde muy chica en su familia.
Suez nos está hablando de algo que conoce. Que conoce mucho. Y que conoce “en
abismo”, esto es: escribe y lee lo que le ha sido a su vez narrado por algunos
sus protagonistas bajo la forma también de relatos, rostros que adoptan ahora
otras facciones. Narra lo que le ha sido narrado. Lo hace, eso sí, según sus
propios términos. Y tal vez sea por ese mismo motivo que vuelve al
acontecimiento literario tanto más conmovedor. Subyace, a su propia materia,
una trama urdida a partir de (nuevamente) la memoria y de sueños que la palabra
guardará, intacta, como un recipiente. Pero también una palabra indeleble.
Porque quedará registrada. Una palabra entonces que será reservorio y será
mensaje de esperanza para quienes prosiguen esta historia. Sean sus
protagonistas. Sean quienes asistimos a ella desde la más profunda solidaridad
con ellos. Con una analepsis certera del protagonista (narrador de la historia)
esta pieza única regresa a sus orígenes en boca de una biografía de alguien no
conformista que refresca una serie de sucesos con su relato. Al tiempo que la
propia Suez hace lo propio.
Es cierto. Queda un rastro de lo vivido que no ha sido grato. Pero Suez
ha logrado convertir a un sujeto mediante una proceso de restauración en
alguien capaz de reconstruir su biografía por fuera del rencor, del odio y por
dentro de la construcción de una serie de acciones alternativas. Evidentemente
se ha tratado, probablemente de un libro con el que la autora se ha
comprometido particularmente debido la relación que entabla con sus orígenes.
Ficción entonces encarnada, hecha carne en el texto, Memorias de Vladimir efectivamente
recapitula una etapa pero se proyecta hacia un futuro esperanzado. A eso
apuesta Suez. A eso apostamos todos los que aspiramos a, mediante la escritura,
neutralizar este mundo distópico que nos rodea. Y construir a partir de su
relato, nuevos sentidos. Nuevos motivos orientados a un futuro que sin dejar de
contemplar lo que tuvo lugar, sí reconstruya una subjetividad herida. Para que
se mantenga íntegra y entera.
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