Translate

sábado, 27 de agosto de 2022

Novedades que hacen lectores...!!! "Un mundo más leve", poesía para disfrutar y sentir.




 Un mundo más leve es una colección de historias acerca de las pequeñas cosas de la vida contadas con una mirada sensible y divertida.Desde su aparición a fines del año 2021, está colección de poesía infantil no para de recorrer espacios, lugares, Ferias y visitas en instituciones educativas y bibliotecas populares.


Un mundo más leve ya ha alcanzado su 2da edición.... y según nos comentan en el Hormiguero se estaría preparando una tercera, 👏👏👏👏👏👏👏👏, esto se ha logrado gracias a la unión creativa de su autora la poeta María Laura Burattini y la genialidad de la editora Paula Frankel que a través del sello editorial independiente Mil Trazos ofrece un mundo de literatura exquisita.

Un párrafo aparte merecen las ilustraciones de Paula Socolovsky,  que acompañan y fortalecen el texto poético, Un mundo más leve, se convierte así en un producto literario y en una verdadera pieza de arte de alta calidad.



Un mundo de leve está compuesto como colección:

4 libros de poesía ilustrada:

Las olas

Un mundo más leve

Mi amigo imaginario

¡Mi abuela es extraordinaria!



 

Texto: María Laura Burattini
Ilustraciones: Paula Fränkel y Paula Socolovsky

ISBN 978-987-47942-4-6

Formato: 14 x 14 cm

Tapa blanda

8 páginas

IMPRENTA MAYÚSCULA

domingo, 21 de agosto de 2022

Eduarda Mansilla precursora de literatura infantil. A 130 años de su paso a la inmortalidad , 1892 - 2022

 




por Mariano Oliveto
Universidad Nacional de La Pampa


Hasta hace muy pocos años atrás, Eduarda Mansilla de García, hermana del célebre Lucio V., era una escritora prácticamente ignota, una figura al margen de los intereses editoriales y de la crítica especializada. Su ausencia en el canon literario comienza muy tempranamente: apenas es mencionada en las historias de la literatura argentina de Ricardo Rojas y Rafael Alberto Arrieta.

Además de su condición de mujer que escribió en el siglo XIX, el peso de las figuras familiares que gravitaron a su alrededor –desde su padre y hermano hasta su tío, Juan Manuel de Rosas-, contribuyó a opacar su imagen. A su vez, como si se tratase de otro precursor de Kafka, antes de morir, Eduarda ordenó reunir sus textos para que sean quemados, lo que seguramente impidió o retrasó las posibles tentativas de reedición de su obra.



Eduarda fue una de las mujeres argentinas más destacadas del siglo XIX: no sólo se dedicó a la escritura de cuentos y novelas, también fue dramaturga, periodista, viajera, compositora y cantante, y una gran lectora dueña de un vasto conocimiento literario, filosófico y musical. Participó activamente de la vida cultural tanto de Argentina como de Francia, país en el que vivió durante varios años debido a la carrera diplomática de su marido, Manuel Rafael García Aguirre: asistió a conciertos y bailes y participó de tertulias literarias. Sin embargo, paralelamente a esta vida un tanto descentrada para una mujer del siglo XIX, no se apartó de los modelos tradicionales de hija, esposa y madre. En este sentido, apunta Hebe Molina en el amplio estudio que precede a Cuentos (1880), Eduarda autoconstruyó una imagen de mujer convencional cuando en realidad actuaba como fémina extraordinaria.



Al margen de algunas reediciones aisladas de su novela El médico de San Luis (1860) durante los años treinta y sesenta (Canillita, 1935 –Eudeba, 1962), es en la década del noventa cuando comienzan a reeditarse algunas de sus obras: Pablo o la vida en las pampas (Confluencia, 1999) y Recuerdos de viaje (El Viso, 1996). Sin embargo, el impulso revitalizador de su obra no llegará hasta el año 2007 cuando se publican varias de sus obras, sostenidas por un aparato crítico de suma relevancia: en la Colección Los Raros de la Biblioteca Nacional-Colihue, aparece Pablo o la vida en las pampas con un estudio crítico de María Gabriela Mizraje, novela escrita originalmente en francés, y publicada en Paris en 1869. Luego de esa primera edición francesa, la novela fue traducida al español por su hermano Lucio y publicada en 1870, bajo el por entonces usual formato de folletín, en el diario La Tribuna. También en 2007 aparece su novela de 1860, Lucía Miranda, en una edición a cargo de María Rosa Lojo y su equipo (Iberomaericana – Vervuert). Parte de ese grupo de investigación será el responsable de lanzar las Ediciones Académicas de Literatura Argentina (EALA), publicadas por Corregidor. En esta colección se editaron varias obras de Eduarda Mansilla acompañadas de estudios críticos de relevancia.
En 2011, EALA publica Cuentos (1880). La edición anotada está a cargo de Hebe Molina, quien escribe una sustanciosa introducción, en la que no sólo realiza una biografía de Eduarda Mansilla a partir del rescate de invalorables fuentes documentales, sino que además analiza con detenimiento los cuentos que integran el volumen. Las numerosas notas que acompañan la lectura de los relatos están pensadas para un público no especializado, tanto argentino como extranjero. De este modo, el sistema de anotaciones aclara referencias a autores u obras que Eduarda menciona o alude, también traduce e indica las fuentes de las citas que recurrentemente utiliza la autora, se reponen datos de personalidades y familiares que aparecen en las dedicatorias, se aclara el significado de palabras en desuso o de expresiones arcaicas como así también se brinda información acerca de calles o ciudades referidas en los cuentos.



En la literatura argentina, los niños empezaron a aparecer con la generación del ochenta, en las obras de escritores como Eduardo Wilde, Eugenio Cambaceres o Miguel Cané. Sin embargo, como apunta Molina, los textos de estos autores no han sido escritos para un público infantil. Eduarda Mansilla fue precisamente quien escribió los primeros cuentos infantiles de nuestras letras, cuando publica en 1880 sus Cuentos. El libro está integrado por diez relatos, entre los que podemos mencionar a “Chinbrú”, “La paloma blanca” y “Tío Antonio”. Las historias están protagonizadas por chicos y animales, y en su mayoría transcurren en Buenos Aires, lo que permite una valiosa reconstrucción de época.
En 2015, EALA publica Creaciones (1883), otro libro de cuentos de Eduarda Mansilla. La edición y notas esta vez se encuentran a cargo de Jimena Néspolo. Al igual que CuentosCreaciones no conoció reediciones hasta el momento. El libro se compone de seis cuentos –“El ramito de romero”, “Dos cuerpos para un alma”, “La loca”, “Kate”, “Sombras” y “Beppa” – y una obra teatral breve, con la que abre el volumen, titulada “Similia Similibus”.


En su mayoría, los relatos que componen este volumen corresponden a la literatura fantástica, vale decir entonces que Eduarda se sirvió de uno de los géneros que por entonces se estaba configurando en el Río de la Plata. Por ejemplo, “La loca” es un cuento que, como su nombre lo indica, pone en escena el tema de la locura, tópico que forma parte del repertorio de la estética naturalista, construido en base a la degeneración y el determinismo insuflados por la filosofía positivista en auge. En este sentido, Eduarda participó de la misma cuerda literaria que los escritores del ochenta y noventa: las ficciones principales de Eugenio Cambaceres, Julián Martel, Carlos María Ocantos, Segundo Villafañe, Lucio V. López o Antonio Argerich también culminan en algún tipo de degeneración mental o moral de sus personajes. Lejos de cualquier tipo de domesticidad, las ficciones de Eduarda están escritas de frente a la cultura moderna de su tiempo. Otro cuento que podemos situarlo en la línea de las “ficciones somáticas” del ochenta es “El ramito de romero”. Como sucederá algunos años después en la novela de Manuel Podestá, Irresponsable (1889), en este cuento de Eduarda aparece un escenario positivista clásico: el anfiteatro de la escuela de medicina, y un cadáver que será el fetiche de la epifanía del protagonista.


Las Ediciones Académicas de Literatura Argentina han realizado el magnífico aporte de poner al alcance de los lectores a una escritora que ha permanecido prácticamente inédita durante los siglos XX y XXI. Los investigadores que llevaron a cabo este proyecto editorial contravinieron, felizmente, la última voluntad de la escritora, y así lo destaca Hebe Molina en el final de su estudio: “hoy nosotras desconocemos el mandato que la escritora legó a sus hijos y publicamos sus cuentos, tiernos, singulares, únicos, para nuestros infantes y para adultos sin prejuicios”.

Mariano Oliveto
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PAMPA

domingo, 14 de agosto de 2022

Entre la realidad y la ficción: viajando por el Hospital Italiano.

 


Por María Cristina Alonso 


La noche boca arriba en el Hospital Italiano

Pensé, mientras atravesaba la ciudad de La Plata a las seis y diez de la mañana, todavía de noche, con esa soledad contenida que tienen las ciudades antes de que estalle la madrugada, que esa situación ya la había leído. Mi hermana conducía sin decir nada. Ya habíamos dicho todo antes de salir hacia el Hospital italiano para que me hicieran una operación programada. También la había imaginado  hasta el cansancio en todos los meses que transcurrieron hasta que llegó mi turno. El motociclista del cuento de Cortázar atravesaba la ciudad un poco más tarde, a las nueve de la mañana y, mientras avanzaba por una calle bordeada de árboles tiene la mala suerte de que se le cruza una mujer, cae y debe ser llevado al hospital y operado de un brazo fracturado.

No dije nada, el miedo hace que pase una barredora por la cabeza y uno ejecute todos los actos que le dicen como si se tratara de otra persona. Llegar, sacar número, esperar junto a otros atribulados como uno en la recepción hasta que alguien te registra, te pone una pulserita con tu nombre y te envía a despojarte de todo y ponerte  la ropa quirúrgica. 


Y estás ahí, con otras mujeres que serán operadas de dolencias diversas, obligada a sacarte hasta los minúsculos aritos, la cadenita que es tu amuleto de la buena suerte, hasta la ropa interior. No me podrán sacar los libros que he leído pienso, y me río como si se me hubiera ocurrido un chiste bueno.

La noche boca arriba, el cuento de Cortázar, vuelve cuando el camillero me lleva por los pasillos, justamente, boca arriba. Lo único que veo es el techo, las luces que van pasando sucesivas,  con esa toma tan común en las películas en las  que la cámara muestra lo que ve el personaje mientras lo llevan al quirófano.

(En el cuento, el motociclista que ha sido operado y tiene fiebre,  pasa de la realidad del hospital a la persecución en la selva durante una guerra tribal, en tiempos pre coloniales. Va y viene en dos espacios distantes en el tiempo, uno en el que se siente seguro, otros amenazante)



No es la guerra florida, pienso, no pasa de ser una operación de rodilla como tantas que ha hecho este equipo, me digo,  pero tiemblo como una hoja mientras el cielo se pone azul oscuro y ya no veo luces sino la copa de los árboles y mis pies se hunden en un colchón de hojas.

Nada más fantástico que dejar tu cuerpo que vaya y vuelva por el Hospital italiano y la selva del la guerra florida, mirar al muchachito que es tu anestesista y preguntarle si te va a doler y él dice que piensa que no y  pone la peridural mientras yo no me quejo y todos lo aplauden.

Me llevan a una habitación y pienso que ya no seré el moteca al que van a sacrificar sobre una piedra. Ahora ingreso al territorio del dolor, ese lugar en el que todavía voy , acolchada por familia, amigas y amigos, gente que me salva de caer en la noche donde triunfan las marismas y los tembladerales de donde, dice Cortázar, no vuelve nadie.

#hospital italiano #literatura fantastica

miércoles, 10 de agosto de 2022

Clásicos de nuestra literatura: letras y costumbres.

 Aprendiendo de la literatura nuestras costumbres, excelente artículo sobre el "matambre" por Esteban Echeverría. (*)



Apología del Matambre

Autor: Esteban Echeverría

Un extranjero que ignorando absolutamente el castellano oyese por primera vez pronunciar, con el énfasis que inspira el nombre, a un gaucho que va ayuno y de camino, la palabra matambre , diría para sí muy satisfecho de haber acertado: éste será el nombre de alguna persona ilustre, o cuando menos el de algún rico hacendado. Otro que presumiese saberlo, pero no atinase con la exacta significación que unidos tienen los vocablos mata y hambre , al oírlos salir rotundos de un gaznate hambriento, creería sin duda que tan sonoro y expresivo nombre era de algún ladrón o asesino famoso. Pero nosotros, acostumbrados desde niños a verlo andar de boca en boca, a chuparlo cuando de teta, a saborearlo cuando más grandes, a desmenuzarlo y tragarlo cuando adultos, sabemos quién es, cuáles son sus nutritivas virtudes y el brillante papel que en nuestras mesas representa.



No es por cierto el matambre ni asesino ni ladrón; lejos de eso, jamás que yo sepa, a nadie ha hecho el más mínimo daño: su nombradía es grande; pero no tan ruidosa como la de aquéllos que haciendo gemir la humanidad, se extiende con el estrépito de las armas, o se propaga por medio de la prensa o de las mil bocas de la opinión. Nada de eso; son los estómagos anchos y fuertes el teatro de sus proezas; y cada diente sincero apologista de su blandura y generoso carácter. Incapaz por temperamento y genio de más ardua y grave tarea, ocioso por otra parte y aburrido, quiero ser el órgano de modestas apologías, y así como otros escriben las vidas de los varones ilustres, trasmitir si es posible a la más remota posteridad, los histórico-verídicos encomios que sin cesar hace cada quijada masticando, cada diente crujiendo, cada paladar saboreando, el jugoso e ilustrísimo matambre.


Varón es él como el que más; y si bien su fama no es de aquéllas que al oro y al poder prodiga la rastrera adulación, sino recatada y silenciosa como la que al mérito y la virtud tributa a veces la justicia; no por eso a mi entender debe dejarse arrinconada en la región epigástrica de las innumerables criaturas a quienes da gusto y robustece, puede decirse, con la sangre de sus propias venas . Además, porteño en todo, ante todo y por todo, quisiera ver conocidas y mentadas nuestras cosas allende los mares, y que no nos vengan los de extranjis echando en cara nuestro poco gusto en el arte culinario, y ensalzando a vista y paciencia nuestra los indigestos y empalagosos manjares que brinda sin cesar la gastronomía a su estragado apetito; y esta ráfaga también de espíritu nacional, me mueve a ocurrir a la comadrona intelectual, a la prensa, para que me ayude a parir si es posible sin el auxilio del forceps , este más que discurso apologético.


Griten en buena hora cuanto quieran los taciturnos ingleses, roast-beef , plum pudding ; chillen los italianos, maccaroni , y váyanse quedando tan delgados como una I o la aguja de una torre gótica. Voceen los franceses omelette souflée , omelette au sucre , omelette au diable ; digan los españoles con sorna, chorizos , olla podrida , y más podrida y rancia que su ilustración secular. Griten en buena hora todos juntos, que nosotros, apretándonos los flancos soltaremos zumbando el palabrón, matambre , y taparemos de cabo a rabo su descomedida boca.


Antonio Pérez decía: "Sólo los grandes estómagos digieren veneno", y yo digo: "Sólo los grandes estómagos digieren matambre". No es esto dar a entender que todos los porteños los tengan tales; sino que sólo el matambre alimenta y cría los estómagos robustos, que en las entendederas de Pérez eran los corazones magnánimos.


Con matambre se nutren los pechos varoniles avezados a batallar y vencer, y con matambre los vientres que los engendraron: con matambre se alimentan los que en su infancia, de un salto escalaron los Andes, y allá en sus nevadas cumbres entre el ruido de los torrentes y el rugido de las tempestades, con hierro ensangrentado escribieron: Independencia, Libertad ; y matambre comen los que a la edad de veinte y cinco años llevan todavía babador, se mueven con andaderas y gritan balbucientes: Papá... papá... Pero a juventudes tardías, largas y robustas vejeces, dice otro apotegma que puede servir de cola al de Pérez.


Siguiendo, pues, en mi propósito, entraré a averiguar quién es éste tan ponderado señor y por qué sendas viene a parar a los estómagos de los carnívoros porteños. 

El matambre nace pegado a ambos costillares del ganado vacuno y al cuero que le sirve de vestimenta; así es que, hembras, machos y aun capones tienen sus sendos matambres, cuyas calidades comibles varían según la edad y el sexo del animal: macho por consiguiente es todo matambre cualquiera que sea su origen, y en los costados del toro, vaca o novillo adquiere jugo y robustez. Las recónditas transformaciones nutritivas y digestivas que experimenta el matambre, hasta llegar a su pleno crecimiento y sazón, no están a mi alcance: naturaleza en esto como en todo lo demás de su jurisdicción, obra por sí, tan misteriosa y cumplidamente que sólo nos es dado tributarle silenciosas alabanzas.


Sábese sólo que la dureza del matambre de toro rechaza al más bien engastado y fornido diente, mientras que el de un joven novillo y sobre todo el de vaca, se deja mascar y comer por dientecitos de poca monta y aún por encías octogenarias. 

Parecer común es, que a todas las cosas humanas por más bellas que sean, se le puede aplicar pero, por la misma razón que la perspectiva de un valle o de una montaña varía según la distancia o el lugar de donde se mira y la potencia visual del que la observa. El más hermoso rostro mujeril suele tener una mancha que amortigua la eficacia de sus hechizos; la más casta resbala, la más virtuosa cojea: Adán y Eva, las dos criaturas más perfectas que vio jamás la tierra, como que fueron la primera obra en su género del artífice supremo, pecaron; Lilí por flaqueza y vanidad, el otro porque fue de carne y no de piedra a los incentivos de la hermosura. Pues de la misma mismísima enfermedad de todo lo que entra en la esfera de nuestro poder, adolece también el matambre. Debe haberlos, y los hay, buenos y malos, grandes y chicos, flacos y gordos, duros y blandos; pero queda al arbitrio de cada cual escoger al que mejor apetece a su paladar, estómago o dentadura, dejando siempre a salvo el buen nombre de la especie matambruna, pues no es de recta ley que paguen justos por pecadores, ni que por una que otra indigestión que hayan causado los gordos, uno que otro sinsabor debido a los flacos, uno que otro aflojamiento de dientes ocasionado por los duros, se lance anatema sobre todos ellos.


Cosida o asada tiene toda carne vacuna, un dejo particular o sui generis debido según los químicos a cierta materia roja poco conocida y a la cual han dado el raro nombre de osmazomo (olor de caldo). Esta substancia pues, que nosotros los profanos llamamos jugo exquisito, sabor delicado, es la misma que con delicias paladeamos cuando cae por fortuna en nuestros dientes un pedazo de tierno y gordiflaco matambre: digo gordiflaco porque considero esencial este requisito para que sea más apetitoso; y no estará de más referir una anecdotilla, cuyo recuerdo saboreo yo con tanto gusto como una tajada de matambre que chorree.


Era yo niño mimado, y una hermosa mañana de primavera, llevóme mi madre acompañada de varias amigas suyas, a un paseo de campo. Hízose el tránsito a pie, porque entonces eran tan raros los coches como hoy el metálico; y yo, como era natural, corrí, salté, brinqué con otros que iban de mi edad, hasta más no poder. Llegamos a la quinta: la mesa tendida para almorzar nos esperaba. A poco rato cubriéronla de manjares y en medio de todos ellos descollaba un hermosísimo matambre.


Repuntaron los muchachos que andaban desbandados y despacháronlos a almorzar a la pieza inmediata, mientras yo, en un rincón del comedor, haciéndome el zorrocloco, devoraba con los ojos aquel prodigioso parto vacuno. "Vete niño con los otros", me dijo mi madre, y yo agachando la cabeza sonreía y me acercaba: "Vete, te digo", repitió, y una hermosa mujer, un ángel, contestó: "No, no; déjelo usted almorzar aquí", y al lado suyo me plantó de pie en una silla. Allí estaba yo en mis glorias: el primero que destrizaron fue el matambre; dieron a cada cual su parte, y mi linda protectora, con hechicera amabilidad me preguntó: "¿Quieres, Pepito, gordo o flaco?". "Yo quiero, contesté en voz alta, gordo, flaco y pegado", y gordo, flaco y pegado repitió con gran ruido y risotadas toda la femenina concurrencia, y dióme un beso tan fuerte y cariñoso aquella preciosa criatura, que sus labios me hicireon un moretón en la mejilla y dejaron rastros indelebles en mi memoria.


Ahora bien, considerando que este discurso es ya demasiado largo y pudiera dar hartazgo de matambre a los estómagos delicados, considerando también que como tal, debe acabar con su correspondiente peroración o golpe maestro oratorio, para que con razón palmeen los indigestos lectores, ingenuamente confieso que no es poco el aprieto en que me ha puesto la maldita humorada de hacer apologías de gente que no puede favorecerme con su patrocinio. Agotado se ha mi caudal encomiástico y mi paciencia y me siento abrumado por el enorme peso que inconsiderablemente eché sobre mis débiles hombros.


Sin embargo, allá va, y obre Dios que todo lo puede, porque sería reventar de otro modo. Diré sólo en descargo mío, que como no hablo ex-cátedra, ni ex-tribuna, sino que escribo sentado en mi poltrona, saldré como pueda del paso, dejando que los retóricos apliquen a mansalva a este mi discurso su infalible fallo literario. 

Incubando estaba mi cerebro una hermosa peroración y ya iba a escribirla, cuando el interrogante "¿qué haces?" de un amigo que entró de repente, cortó el rebesino a mi pluma. "¿Qué haces?", repitió. Escribo una apología. "¿De quién?" Del matambre. "¿De qué matambre, hombre?" De uno que comerás si te quedas, dentro de una hora. "¿Has perdido la chaveta?" No, no, la he recobrado, y en adelante sólo escribiré de cosas tales, contestando a los impertinentes con: fue humorada, humorada, humorada. Por tal puedes tomar, lector, este largo artículo; si te place por peroración el fin; y todo ello, si te desplace, por nada.


Entre tanto te aconsejo que, si cuando lo estuvieses leyendo, alguno te preguntase: "¿qué lee usted?", le respondas como Hamlet o Polonio: words , words , words , palabras, palabras, pues son ellas la moneda común y de ley con que llenamos los bolsillos de nuestra avara inteligencia.


(*) Juan María Gutiérrez, Obras Completas de D. Esteban Echeverría, Carlos Casavalle Editor, Buenos Aires, 1870-1874.

Narradores y Cuentacuentos: Entrevista a la Narradora "Seño Norma"

  -¿Cómo y cuándo descubriste que tu destino estaba ligado a la transmisión de la cultura a través de la oralidad? Desde pequeña me encant...