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viernes, 27 de agosto de 2021

Sobre la lectura

 

Por María Cristina Alonso

Leer ha sido la felicidad de mis días. He acumulado libros que dan cuenta de mis viajes por la literatura. Mi biblioteca es mi autobiografía. Allí están desde los primeros tomos de la Colección Robin Hood hasta los que compré el mes pasado  en una librería de City Bell..


 
Mujer leyendo» 1903

Henri Matisse

 ¿Cómo me hice lectora? Mi hermana leía en las siestas interminables de mi infancia y yo pensaba, creo que cuando aún no sabía unir las letras del abecedario, que ahí había un lugar de infinito goce. Me hice lectora por mi hermana y por los libros que había en mi casa, los que me regalaban en cumpleaños y días de fiebre. Desde entonces mi biblioteca se ha expandido por cuartos y salas. Me gusta pensar que me sobrevivirá, que esas ficciones deleitarán a otros en tiempos remotos. Esa es la misión de las bibliotecas de papel, armarse para el futuro, diseñar itinerarios de lectura para los amigos, para los que todavía no han llegado.

Las nuevas tecnologías calman la voracidad lectora. Tengo en mi libro electrónico más textos de los que puedo leer. Con él viajo sin peso, y eso es para agradecer. Pero, cuando un libro me enamora quiero sentir el aleteo de sus páginas con el viento de la mañana, su olor a tinta, el silencio iluminado del papel que espera sin requerir más tecnología que la luz del día o la generosidad de la lámpara.

Soy hija de Luisa Alcott. Mujercitas fue el primer libro entero que leí a los 9 años, quizá a los 10. Pero antes estuvieron todas esas colecciones de libros troquelados, adaptaciones de cuentos de Andersen y de los Grimm que me regalaba mi padre durante las enfermedades infantiles. Todavía mis dedos juegan con un farol de plástico que colgaba del paraguas de la cerillera de Andersen, una especie de libro juguete editado en España. Pero cuando llegó Alcott fue otra cosa. Quise desde el primer momento ser Jo, la chica que escribía en la buhardilla sin importarle las modas y las cuestiones sociales. No sólo quería ser escritora, quería ser la escritora Jo y terminar teniendo una escuela para muchachos que se interesaran en la lectura.


Porque leer era otra cosa. Como dice Martín Kohan, hay demasiados predicadores sobre la lectura, pero también muchos impostores, entre ellos tantos profesores de literatura que son lectores eventuales.
  Y el lector sigue siendo alguien sospechoso. Mi padre era un lector, sin embargo, cuando me veía leer tirada en cualquier rincón de la casa protestaba y me mandaba a hacer algo útil. De ahí que tomé la costumbre de subir al techo de mi casa sin avisar para sumergirme en las aventuras de Verne, en el oscuro encierro de Ana Frank, en los planetas de Bradbury.

 Sobre la escritura

“Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel periodo de mi primera soledad ya había descubierto que lo que yo tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era éste: “Escribe, no hagas nada más.” Margaritte Duras, Escribir (1993)

Margaritte Duras

No hay recetas sin embargo para escribir. Cada escritor elabora y reelabora sus poéticas. Pero hay una cosa segura: nadie puede convertirse en escritor si antes no es un lector voraz.  La literatura nace de la literatura, de nuestra admiración por esos escritores que nos han conmovido. Por la iluminación de tantas páginas que, al leerlas, hubiéramos querido escribir.

En cada texto que escribimos quedan los rastros de esas lecturas, lo que no quiere decir que estaremos utilizando la voz de los otros, sino que vamos construyendo nuestra propia voz y nuestro propio imaginario en ese libro infinito que es la literatura del mundo.

Del conocimiento de los géneros nacerá nuestra obra. Hay géneros que se acomodan mejor a nuestra manera de contar. Por ejemplo Cortázar será un maestro del género cuento. Teorizará sobre él, hablará de su esfericidad, recurrirá a otro maestro del cuento, iniciador del cuento moderno: Edgard Allan Poe. También pienso en Horacio Quiroga que, a pesar de que escribió novelas lo vamos a recordar por siempre por los Cuentos de la selva.



Otros serán poetas y abrevarán en la poesía de todos los tiempos. Pero hago una aclaración: todo narrador debe abrevar en la poesía porque es el lenguaje que mejor da cuenta de la complejidad de la experiencia humana.

La literatura, se sabe, utiliza las mismas palabras que un discurso político o un recetario de cocina. Pero lo que la diferencia del lenguaje utilitario es, precisamente su función poética, su capacidad de crear mundos nuevos o de recrear los ya conocidos.

Entonces, volvemos sobre las influencias. Cada generación tiene sus escritores emblemáticos. La mía es la del boom latinoamericano, todos queríamos escribir como Cortázar y García Márquez. No obstante, uno es una acumulación de lecturas. Hoy, si bien pienso en esos escritores mis lecturas y mi escritura se ha ido nutriendo de otros autores: desde Margarette Atwood, Chimamanda Adiche, Paul Auster, Guillermo Martínez y las  escritoras argentinas: Selva Almada, Eugenia Almeida, María Teresa Andruetto, Perla Suez

Fíjense qué curioso, la mayoría son autoras mujeres, lo que indica la potencia que tiene el empoderamiento de la mujer, aunque hablar de escritura femenina es bajarle el precio a la literatura que escriben las mujeres y otros colectivos. La literatura es buena o mala independientemente del género al que pertenezca quien la escribe.

Yo me siento más cómoda con la novela. Me gusta un plan de escritura que dure un largo tiempo. En su transcurso voy habitando el mundo narrado. Investigo si ocurre en un tiempo pasado desde cómo se vestían hasta cómo era la luz que daba una lámpara de aceite en el siglo XIX. En Aventuras en borrador trabajé mucho el tema de los exploradores de Australia en el siglo XIX que murieron en el intento de cruzar de sur a norte un continente que, para ese entonces era tierra inexplorada. Se llamaban Burk y Wills y los había encontrado en una enciclopedia  que siempre me ha fascinado y que la he heredado de mi padre: El tesoro de la juventud, de 1915, escrita en Londres y publicada por la Editorial Jackson con una mirada absolutamente colonizadora.

Une ejemplar de El tesoro de la juventud

Sus ilustraciones siguen siendo fascinantes y su papel está como el primer día, blanco, inmaculado. Está escrita antes de que se inventara le submarino, antes de las guerras mundiales, antes del descubrimiento de la penicilina, antes de la invención de los aviones. Pero cuenta historias, está divididita en apartados:  "La Historia de la Tierra", "El Libro de las narraciones interesantes", "El Libro de América Latina", "Los países y sus costumbres", "Cosas que debemos saber", "El Libro de la poesía", "El Libro de nuestra vida", "Historia de los libros célebres", "Los dos grandes reinos de la naturaleza", "Juegos y pasatiempos", "El Libro de los "por qué"", "El Libro de los hechos heroicos", "Hombres y Mujeres célebres" y "El Libro de las lecciones recreativas".



Para construir ese universo en donde dos tipos de origen inglés escribían un diario contando cómo se morían me llevó a rastrear desde la historia de Australia hasta leer novelas que transcurrieran en ese continente y cómo se vivía en ese entonces. Es decir que, cuando nos enfrentamos a una historia, antes tenemos que hacer una investigación para que lo que se narre sea creíble, respete el verosímil. Aun si incorporamos elementos fantásticos.

Otra cuestión es la del punto de vista. Cualquier historia puede ser interesante o aburrida depende desde dónde se la cuenta. Quién es el que narra. Entonces eso le dará sustancia al relato. Gran lección que nos dio un maestro de la novela, Henry James. En su novela Otra vuelta de tuerca, un aparente cuento de fantasmas, comienza, como muchos textos del siglo XIX con una reunión de gente aburrida que, en torno a la estufa de leña se disponen a contar cuentos de fantasmas para pasar el tiempo. Y James utiliza el recurso del manuscrito encontrado, lo que hace que el relato tenga dos niveles de narradores. El primero es anónimo pero la historia nos llega a través de un personaje, Douglas, que se dispone a contar una historia de fantasmas pero ya no en forma oral como sus compañeros, sino que lee un manuscrito, un segundo narrador, que es el diario de una institutriz que protagoniza la historia.



.Con este procedimiento, habitual en la historia de la literatura, no solo se consigue una mayor verosimilitud sino que, y ahí es precisamente donde radica el gran acierto de James, se juega con una ambigüedad que da pie a dos posibles interpretaciones completamente contradictorias.

Otros narradores interesantes que se me ocurren.: En La isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson, el narrador es Jim Hawkins, que recuerda su época adolescente –es una historia de piratas- pero si bien los hechos que narra son de interés del público juvenil, nos damos cuenta que es un adulto el que narra, muy preocupado por analizar el carácter ambiguo del ser humano, obteniendo un relato para una audiencia mixta.



Robert Louis Stevenson

En mi novela Aventuras en borrador, hay una narradora, una mujer adulta que se dirige, en su relato, a una segunda persona. Es decir, hay un primer interlocutor que no es el lector, es un Pepe que sólo descubriremos quién es al final de la novela

 También me gustaría hablar de los géneros. Me gusta el policial, la ciencia ficción, la novela de aventuras, esos textos que funcionan con algunas características bien marcadas. Pero también me gusta los textos que parecen pertenecer a un género pero a la vez lo transgrede. Se trata de piezas literarias que combinan diversos géneros en su planteamiento. Un ejemplo muy famoso son las novelas que hibridan ficción y ensayo.

Voy a citar dos ejemplos. Uno es La loca de la casa, de Rosa Montero. Este libro es una novela, un ensayo, una autobiografía. Es la obra más personal de Rosa Montero, un recorrido por historias de escritores, claves de la creación artística y del oficio del escritor.

 

 


Otro caso es el catalán Javier Cercas. En Soldados de Salamina, en La velocidad de la luz, en Anatomía de instante, en El impostor (y en menos medida en Las leyes de la frontera), Cercas metaboliza los géneros: biografía, autobiografía, crónica, ensayo, policial. Todo cabe en sus libros. Y con todas esas herramientas va edificando personajes y tramas, sosteniendo siempre el tono y el verosímil. Cercas le dice al lector: “es imposible captar con total precisión la realidad, pero usaré todo lo que esté a mi alcance para acercarme a la esencia.”

Y también pensemos en Operación masacre, de Walsh. Un libro que denuncia los fusilamientos de peronistas en José León Suárez pero que está narrado con recursos del policial.

Y podemos ir un poco más atrás. Hay una novela publicada en 1759, Tristan Shandy de Laurence Sterne..Narrada en primera persona y de un modo intrincado, humorístico, desarreglado y un tanto picaresco, la novela pretende ser la autobiografía del narrador, Tristram Shandy. Sin embargo, en uno de los giros humorísticos centrales de la novela, a saber, que el tal Tristram Shandy es incapaz de explicar nada de forma sencilla, el narrador recurre una y otra vez a digresiones y anécdotas explicativas que supuestamente ayudan a formar el contexto de su vida, pero que de hecho van a ser la esencia de la novela, y que desvían el hilo conductor de la misma continuamente, impidiendo cualquier avance lineal en la trama. De esta forma, la novela se va extendiendo alrededor de las curiosas peripecias de un grupo de personajes relacionados con el narrador, de los que Sterne hace un retrato humorístico, y ofrece multitud de digresiones y anécdotas colaterales, hasta el punto de que el nacimiento de Tristram no ocurre hasta el libro III, y que este solo aparece como personaje brevemente en el libro IV para desaparecer en el libro VI..



En este sentido, a lo largo de toda la novela, Sterne va a romper los rígidos moldes en los que se enmarcaba la novela en su tiempo. Al narrarla en primera persona, y ofrecer la historia como una suerte de reflexión personal, va a crear una primera forma de lo que posteriormente se llamará monólogo interior.

En Pasaje a la frontera hice cruces con la historia –hay un viaje en el tiempo a la época de la zanja de Alsina, que aparece como personaje_ y trabajé el género de aventuras y la ciencia ficción porque hay una máquina del tiempo.



Escribir, volvemos a Margueritte Durás “Escribir. No puedo. Nadie puede. Hay que decirlo: no se puede. Y se escribe. Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada. Se puede hablar de un mal del escribir. Hay una locura de escribir que existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido a esa locura de escribir. Al contrario. La escritura es lo desconocido.”

lunes, 16 de agosto de 2021

Periodismo y literatura infantil

      Por Honoria Zelaya de Nader (*)


 El deseo de difundir noticias, tan antiguo como la raza humana, desde tiempos remotos ha dado lugar a manifestaciones diversas. Las primeras semillas del periodismo se remontan al año 449 a. de C. cuando el Senado Romano depositó un informe oficial en el templo de Ceres y ordenó que se produzcan copias para ser distribuidas. Asimismo, se inscriben en tales orígenes a las tablillas blancas (álbum) con noticias, que en el año 60 a. C., Julio César ordenó colocar en el foro. Sumamos a lo señalado, los informes que transmitían en la Edad Media los mercaderes en sus viajes, o la costumbre iniciada en Venecia de redactar noticias manuscritas para venderlas a los comerciantes y a los hombres de gobierno. Sin dudas, mucho es lo transitado en las comunicaciones hasta llegar a la invención de la imprenta y la aparición de los primeros periódicos europeos como el Notizzie Scritte (1566) y La Gazette (1570), ambos en Venecia.



Ya más cercanos en el tiempo y ubicados en nuestra geografía, nos salen al paso los partes de guerra que el General Belgrano publica en Tucumán en 1817 en el Diario Militar del Ejército Auxiliar de la Campaña del Alto Perú. ¿Cómo no destacar en consecuencia, que Tucumán tuvo el privilegio de ser la primera provincia del interior del país en editar un periódico? Frente a tal realidad nos permitimos inferir que cuando aquellas páginas caían en las manos de los niños surgían deletreos, sueños, fantasías. ¿Acaso no tenían ante sí, letras que hablaban, que informaban, que contaban hechos que tal vez ellos no entendían pero que les permitían recrear mundos? Desde otro ángulo nos preguntamos ¿qué otras posibilidades lectoras tenían en aquellas épocas los niños provenientes de familias de escasos recursos sino aquellas hojas impresas?

No se nos escapa que en la actualidad hay diferentes concepciones acerca del valor de la lectura cumplida con materiales de la prensa, pero es innegable que conforman productos de la cultura de masas y sería impropio desconocer la influencia de la prensa dentro de la historia de la literatura infantil y mucho más olvidarnos de John Newbery, un editor pionero quien a mediados del siglo XVIII da tres importantes pasos en la historia de la prensa infantil. El primero en 1744, cuando abre en Londres la primera librería infantil Le and Sun, Juvenile Library; el segundo, hacia 1753, al editar el periódico infantil The Lilliputian Magazine; y el tercero, cuando Newbery empieza a publicar cuidadosas pero baratas ediciones de libros con un equipo interdisciplinario de escritores e ilustradores, quienes bajo su dirección imprimían cuentos tradicionales y novedosos a sólo un penique.

Newbery, como editor y periodista, firma la partida de nacimiento de la Literatura Infantil y le da existencia oficial ante los ojos de toda una sociedad. Entre las razones del éxito de este editor están su maestría en saber conjugar los gustos y tendencias nuevos con los antiguos, y su inimitable manera de dar los más audaces pasos sin romper con el pasado, ni ofender sus normas. Hizo libros para divertir a los niños, pero como muchos padres y educadores todavía torcían el gesto ante las teorías de Locke, a las que consideraban revolucionarias, no descartó el elemento instructivo. El resultado de la fusión de lo antiguo y lo nuevo fue una afluencia de libros que son típicos del siglo XVIII. Para perpetuar la memoria de John Newbery, desde 1922 se otorga en los EEUU el más prestigioso premio literario del país para libros infantiles: la Medalla Newbery, galardón concedido por la American Library Association.

Los ejemplos de la promoción de la literatura infantil por la prensa son rotundos: Pinocho aparece por primera vez en el Giornale per i bambini en 1881. ¿Qué hace Martí con La Edad de Oro? Redacta la revista literaria infantil en 1899 como publicación mensual “de recreo e instrucción dedicada a los niños de América”. En España los dos periódicos infantiles de los que se tiene referencia completa son Gazeta de los Niños (1798-99), de Josep y Bartolomé Canga Argüelles, y Minerva de la Juventud (1833-36), de Juan Ballesteros.

En nuestro país las palabras ficcionadas surgen en la prensa, con acentos didácticos. Las encontramos en El Télegrafo Mercantil durante 1801 y 1802. Vienen de la mano de nuestro primer fabulista, Domingo de Azcuénaga, y están marcadas por la sátira. Le preocupaba difundir cuadros de época a fin de anular inhibiciones y nutrir prédicas de valores y anhelos de dignidad ciudadana como escapes naturales. Pero he aquí que más allá de ese didactismo literario dieciochesco, al estar impregnados los textos de ritmo poético, de humor, de sentido estético, de historias en las que reina lo imaginario, conquistaron desde la prensa a la infancia de la época.

Otros ejemplos de escritores que le dedican sus creaciones a la infancia desde la prensa los tenemos en Juana Manuela Gorriti, Ada María Elflein, Enrique Banchs, Juan Carlos Dávalos, Tránsito Cañete de Rivas Jordán. También la casi legendaria revista Caras y Caretas se ocupó de la infancia.

La infancia en la prensa local

Por razones de espacio, algunos mínimos ejemplos: en 1923, en el diario El Orden, en su “Sección para niños” se publica “Pinocho detective”; a su vez en la revista Panorama, Año II, 1953, en la Página Mundo Infantil, aparece “El Borriquito” de Manuel Rivas Jordán y en la revista Sustancia, 1943, nos encontramos con el poema “Canción infantil para bailar” de Fryda Schultz de Mantovani.

La literatura infantil aparece con espacio propio y no circunstancial en las primeras décadas del Siglo XX con páginas especialmente dedicadas a los niños: “La sección para los niños” de El Orden y “La página para todos los niños” en LA GACETA. En esa época LA GACETA publica un cuento tradicional infantil dentro del formato historieta y hacia él vamos: en primer lugar, atendemos al espacio publicitario del 1º de marzo de 1931. Dicho anuncio expresa: “Todos los días visitará a nuestros niños lectores La Cenicienta. Cine Condensado. Historieta en cuadro que LA GACETA comenzará a publicar próximamente”.

Destacamos la respetuosa actitud del emisor hacia su destinatario infantil al anunciarle que le brindará una lectura para solaz. Mucho más relevante aún, ya desde el campo de la auténtica literatura infantil, la historia seleccionada: “La Cenicienta”. De allí que hayamos considerado insoslayable el citado aviso, que data de hace casi un siglo, y ya prometía algo inédito en la historia de la literatura en Tucumán: la entrega en serie de un cuento tradicional. Días después, el 6 de marzo se publica el episodio número 1 y con él la literatura infantil en la prensa alcanzaba un hito histórico.

Desde aquellos días mucha agua ha corrido debajo del puente y en ese curso mucho es lo que LA GACETA desde sus páginas le ha ofrecido a niños y jóvenes. No podemos dejar de mencionar, a vuelo de pájaro, las múltiples notas que tanto desde esta sección como en las diversas páginas del diario se le brinda a la literatura infantil, actitud altamente valiosa ya que tal tarea es insoslayable. Se necesita formar mediadores calificados cuando de acercar la auténtica literatura infantil a niños y jóvenes se trata.

(*) artículo aparecido en @La Gaceta.


viernes, 13 de agosto de 2021

“Segunda visita a El Trapiche: Liliana Bodoc y el regalo de un libro mar”

 



por Adrián Ferrero

 

     Esta vez no golpeo a la puerta de la cabaña de El Trapiche. No por mala educación. No por sentir un exceso (o abuso) de confianza de la que no gozamos. Sino que siento hoy, ahora mismo, que hasta el sonido de una cerradura podría perturbar su hacer, su estar haciendo. De modo que abro la puerta (delgada como hostia, ligera como pétalo de jazmín del país, como dice Tununa Mercado). Hay un límite nítido que separa ese interior de  magia y de batallas épicas y el que habito yo, de otra clase de batallas que sé que ella entiende y aprueba, pero sobre las que no escribe. O escribe de otro modo. La lateralmente, digamos. Metaforizándolas, digamos. Pero indudablemente  su escritura mira para este otro lado del mundo (de allí que vea su espalda y no su rostro, quizás por ese motivo está de espaldas a mí. Es decir: el universo, dividido en dos mitades, nos une y nos separa a la vez. Habito apenas una frontera de su mitad, toco con mis dedos, con mis pies, sus orillas. Su marea.

     De pronto la veo que se detiene frente a la computadora. O se distrae acaso del texto, pensativa. ¿La imaginación le habrá jugado una mala pasada, deteniendo su flujo? Debo decidirme. Y no puedo. Las ventanas están todas abiertas. Es (y será) una mañana inolvidable. Una mañana refrescante. Antonio no me ha visto llegar a la cabaña de El Trapiche porque ha salido a dar su caminata diaria, una caminata que puede durar más de dos kilómetros. En un hombre robusto no es extraño.

     No deseo que ella me vea. Quiero decir: no deseo interrumpir, irrumpir entre sus creaciones, malograr un solo detalle, un solo borde de sus borradores. Desviarla de un solo adjetivo. Sobresaltarla de un alquimista. Seré como un fantasma. Tan solo un narrador. Una figura invisible como la de la fábula de H. G. Wells. Pero con la diferencia de que estoy entre dragones que lanzan humaredas por sus fauces, dragones buenos, que se agazapan para salvar a sus compañeros del peligro que corren de ser atrapados  y luego cautivos de sus enemigos que aspiran a torturarlos para luego exterminarlos. No camino precisamente por entre las calles de Londres. Ni soy el invento de un inglés engreído. Ni soy tampoco un cuerpo literario. Soy un hombre empírico que de modo totalmente casual ha acudido a ese recurso con un objetivo noble.

     Ella ligeramente toma una taza de té de hierbas (¿cedrón? ¿tilo? ¿manzanilla?), a diferencia del mate de la vez anterior, en que también hablamos con esa infusión de por medio. Pero esta vez me resisto a interrumpir el acto mágico de dar a luz un universo, como todos los que ella ha concebido. Como esos pintores certeros que de una pincelada perfecta asestan a la tela la invención genial de un retrato o de un paisaje natural. ¿Una naturaleza muerta? Ahora estamos a solas en esa cabaña (yo: posición vertical, suelas silenciosas ¿sandalias? ropa de tela blanca) y ella con un pulóver que la ampara de cierta ráfaga de frío que le ha confiado a Antonio cunde por la casa a ciertas horas, hostil, peligroso como ciertas criaturas de sus libros. La silla es recta, dura, de madera: la columna está estirada, en su sitio. Ella no podría jamás estar encorvada. Ella es recta. Ella siempre en posición erguida. Vertical como toda cosa honesta. Vuelve a tomar otro sorbo de té, no se la escucha sorber la taza. Parece un ser alado como sus dragones. O no. Puede que un ave (¿paloma, calandria o  jilguero?, gorjeo puro). Sabemos que ella crea, recrea, digita el vuelo de la dragona blanca, despliega sus alas enormes, hace brotar la llamarada y la humareda. El relámpago y trueno de modo inexorable (probablemente suceda en instantes en la realidad: su escritura provoque la tan temida tempestad entre mortales).

     Tan de repente la veo encorvarse sobre el teclado. El tecleteo de las letras es el señalado indicio de que el hilo de la trama que estaba meditando de pronto acaba de desatarse, se vuelve visible a sus ojos, tangible a su tacto. Es capaz de distinguir fisonomías, tramas, el rostro de un malvado cuyas facciones detecta para identificarlo y de ese modo ubicarlo en tal o cual lugar de la historia. Pero también saber a quién tiene delante, que no es de su misma madera. De modo que va a su encuentro. Logra percibir un encuentro entre un eunuco y una dama de la corte. Es capaz de que un grupo de adolescentes visiten a un viejo que hace morisquetas para realizar una tarea escolar y terminen todos disfrazados interpretando a fragmentos de obras de Shakespeare gracias a este prestidigitador que ha realizado el encantamiento. Es capaz de que un perro mire a los ojos a Jesús, se hablen recíprocamente, conversen acerca de lo que vendrá, que como sabemos será terrible. Y que el perro llore por su amo con un gemido imperceptible para no alarmarlo pero de pronto se contenga porque debe narrar, narrar, narrar hasta el último suspiro, en que entre chismes y versiones, se le atribuirán a este hombre muchos destinos (o muchas vidas). Circularán los cuentos de las alcahuetas. Miga de León calla, cuando ve que su  rostro se ha derrumbado, exangüe. Y comprende que ha dejado de tener sentido ponerle palabras a aquello que no es de este mundo.



     Ella es capaz de que una niña vea el mar en unos ojos, los ojos de una muñeca que son los que a su vez sí lo han visto, un mar anhelado, tan anhelado que por fin lo ha convocado su deseo, tibio deseo de infancia. La mirada, no obstante, no es de lagrimón o llanto. Es la imagen del mar dibujado en unos ojos en vaivén, que vienen y van, vienen y van. Esta mujer puede también hacer que un amor se emancipe al mismo tiempo que una patria. Y que la canela, frotada con otras cuatro especias (secreto embrujo), cautive el deseo anhelante de un hombre que por obra de estos oficios llenos de milagro, producto de una mujer afanosa, que trajina con la maravilla y el encanto, sea irresistible. Ella ha sido criada libre, pero sin embargo también le es dado comprender la suerte de una esclava. La escucha y sabe de su sabiduría ilimitada. Su padre huele también la canela, evoca otros tiempos, pero ya están marchitas esas carnes de viejo para tales ceremonias. La canela despierta el celo de aquel hombre joven, el que ella desea con el alma trepidante. Pero también con el cuerpo. Es por eso que acude a la canela. Estimulante convocatoria al encuentro vislumbrado en fantasías.


     Ahora la escritora  hace una pausa. ¿estará cansada o la historia se habrá interrumpido en su imaginación secreta? Bebe otro trago de té. Lo debe de haber percibido frío porque lo hace a un lado, con una infinita paciencia, con una infinita delicadeza, como si fuera un pequeño pichón que debe ser apartado de un sitio hacia otro sin violencia. Es que se ha distraído con su historia. El vapor del té, ahora se ha arruinado. Es que son tantas a la vez las tramas, tantos hilos, tantos cabos que debe atar a la hora de trazar el primer dibujo de una línea ligera como plumón. Y luego cortar con los dientes el hilo de la costura.

      Piensa en un búho. Y de pronto escucho que pronuncia: “Oficio, oficio, oficio”. Yo entiendo de qué me está hablando. Pero para ella tal vez en ese momento tal vez solo sea una intuición. Una persistente idea sensible que se proyectará más adelante. Son seres sabios los búhos. Pero también vuelan por las noches noche. Y ella es una mujer de la mañana. “Ella es la mujer matinal”, me digo. Claro que la delgada línea que separa a la noche de la madrugada convengamos que todavía es oscura. Puede que circulen búhos en tanto ella hornea su pan. Los rayos del sol se pueden confundir con los rayos de la luna. Ella tiene una hilera de algunas de estas aves en miniatura en la repisa del comedor para que la inspiren a la hora de entrever el futuro cuando la trama no avanza, ha quedado paralizada porque la inspiración se ha marchado por debajo de la puerta. Pero ¿no era yo quien estaba junto a la puerta? ¿habré sido el responsable de esta detención? Y me siento culpable de una posible falta. Frente a ella, como podrán imaginarse, me avergüenza doblemente. Prácticamente un pecado.

     Toma la taza y la lleva a la cocina. No va a dejar una taza sin lavar o para que la lave otro. Es una mujer que desconoce las mezquindades. Regresa pero no me ve (cierto: yo soy el invisible hombre londinense, que por cierto desentona por completo con mi esencia sudamericana). Estoy ahora en el otro extremo de la cabaña. Puedo verla escribir como poseída porque ha encontrado el hilo que la conducía hacia esos hombres plagados de maldad y de violencia frente a estos otros, tan dispuestos a dar batalla por sus hijos y sus mujeres, por sus campos y sus moliendas. No permitirán que estos invasores inescrupulosos se anexen una tierra de modo ilegítimo.

     Ella ha jugado la partida. Ella ha encontrado el modo de salir del laberinto para introducirse en el campo de batalla. Las lanzas atraviesan pechos y las espadas se entrechocan (¿cómo entender en alguien dado a la paz más absoluta que escriba tantas historias de batallas? ¿es que una mujer encantadora puede convertirse en amazona). Su paz precisamente consiste en dar la Gran Batalla contra el Mal. Queda el testimonio de ese combate cuerpo a cuerpo, sangre a sangre, herida contra herida, en el filo de las páginas de sus libros más belicosos.

     Ella no pertenece al continente de Wells. Ella no pertenece al Norte. Ella es la mujer de la Constelación del Sur. Como yo mismo. Ella es una de quien lo he aprendido. Gira la cabeza y me ve. Se da cuenta no de que la he estado espiando (el colmo de la falta de modales, de invasión a la privacidad). Pero también se da cuenta de que solo aspiraba a tener acceso a la cocina de su escritura. Entonces, me hace un gesto cómplice con la cabeza. El hombre el Norte debe volverse hombre del Sur. Solo ella ha sido capaz de ver un hombre que no podía ser visto. Solo ella tiene el don. Él escribe también sus propios relatos. Pero sobre el agua. El agua protagoniza sus historias bajo infinitas formas. Eso lo ha pronunciado otra mujer extraordinaria. Esa mujer que ha pronunciado esas palabras, se ha machado inexplicablemente de su vida. Y lo ha dejado a solas. ¿Un duelo por pérdida de afecto? Abandonemos esa viejas historia.

-“El agua, el agua. Nuestro cuerpo tiene mucho agua”, dice ella. Y se golpea el muslo izquierdo con el puño.

-“Y mis dedos la tienen”, le contesto. “He escrito un libro de mar”. Una historia de mar.

_-“¿Cómo es eso?”, se manifiesta sorprendida. Ella, que pareciera conocerlas todas. O ser capaz de inventarlas.

-“Tendrías que leerlo”, le digo.

“Sí, claro que lo haré. Será el antídoto perfecto contra el fuego de mis dragones”. Yo retrocedo hasta la pared. Estoy arrinconado por esa mujer incandescente. Temeroso de haber provocado alguna emoción incómoda en ella.

-“El fuego, el aire, la tierra, el agua”, pronuncia como cuatro peligros. Como cuatro regalos. Como cuatro profecías. Traza un círculo de fuego con la mano derecha que lo ilumina todo. Me extiende la mano.
-“Tu libro de mar”. No logro percibirlo pero sé que ahora existe. En algún lugar existe. Extiendo la mano y callo. No ha depositado ningún objeto dentro de la palma de mi mano. Tampoco ha escrito nada. Pero algún misterio ha comenzado a tener lugar.

     En ese instante una idea muy intensa se apodera de mi imaginación, de modo tan  potente que no puedo traducirla a palabras. Y que flotando el aire, la tierra, el fuego, el agua que me ha regalado entre las manos,  se vuelve más tangible. Lo ha hecho para que sea ahora yo quien lo escriba. Ha depositado en mí una cierta clase de responsabilidad. Lo que para mí es terrible y es un acontecimiento de naturaleza extraordinaria.

-“Ahora eres es un escritor de agua para siempre”. “Ondinas”, refuerza.



     En ese preciso momento se escucha el pedregullo que rueda o se entrechoca. Es Antonio. Yo, hombre de mar al fin y al cabo, puedo y no puedo aceptar ese regalo que viene del fuego, de la intensidad de una hoguera en la que están ardiendo las copas de un bosque de cedros. O de maderos bajo una marmita. O una salamandra que abriga una pequeña cabaña en El Trapiche. Los chispazos centellean. Me llevo mi libro de mar. Le hago una inclinación respetuosa de cabeza. Le digo: “Gracias por el fuego. Gracias por el libro de mar”. “En adelante será mi anhelo”. Yo que soy hombre de agua, por eso la leo, para avivar la llama de la creación, le agradezco este regalo que bajo la forma de un impacto emocionante me ha dejado en estado de shock.
     Entra Antonio, sorprendido de la presencia de un extraño (he dejado de ser invisible gracias a sus artes, “No es necesario que lo seas”, me ha dicho serenamente). Ella en un brinco ya está junto a su lado, le dice tres palabras al oído y todo queda en su sitio. Ha pronunciado un hechizo.

     Yo ahora estoy afuera de la cabaña. El sol chisporrotea sobre el parabrisas como el fuego de sus libros. Ella me despide desde la puerta con un brazo en alto, agitándolo. Su mirada es muy intensa. Me acomodo en el asiento de conductor. Jamás me llevé bien con los autos. Prefiero las bicicletas. Arranco. Entre mis manos alcanzo a distinguir las primeras gotas. El libro de mar ha dado comienzo.  

 

 

 

 

domingo, 8 de agosto de 2021

Una carta para viajar en el sueño

 


por María Cristina Alonso

En su libro La boca del tiempo, Eduardo Galeano  recopila historias que vivió o escuchó. Entre ellas está esta:


 EL PADRE

Vera faltó a la escuela. Se quedó todo el día encerrada en casa. Al anochecer, escribió una carta a su padre. El padre de Vera estaba muy enfermo, en el hospital. Ella escribió:

—Te digo que te quieras, que te cuides, que te protejas, que te mimes, que te sientas, que te ames, que te disfrutes. Te digo que te quiero, te cuido, te protejo, te mimo, te siento, te amo, te disfruto.

Héctor Carnevale duró unos días más. Después, con la carta de su hija bajo la almohada, se fue en el sueño.”[1] Eduardo Galeano



Eduardo Galeano escribe una breve, minúscula historia  de despedida. Es la de un padre enfermo que se marcha y de una niña, su hija, que le escribe para que viaje  protegido. Ese padre, Héctor Carnevale fue un poeta fugaz, que murió demasiado joven pero que alcanzó a publicar un libro de poemas luminoso: el alimento y los ojos.  El mismo Galeano escribe en la contratapa: “En este poema, la flecha/ es el blanco. Del hambre/ de luz, nacen estos fulgores. / Ellos atraviesan el/ basural de la tierra/ y la noche del cielo y / ardiendo van en busca/ de lo que son:/ la ciega mirada que nos/ perdona, la muda palabra/ que nos comprende.”

   

Publicado en 1993 el alimento y los ojos apenas pudo ser disfrutado por su autor. Héctor Carnevale murió joven. Había nacido en Bragado, provincia de Buenos Aires, en 1952 y había estudiado antropología. Estaba vinculado familiarmente a través de su mujer con el escritor uruguayo.

En el alimento y los ojos las imágenes están trabajadas con los elementos del sueño, con esa fina sustancia del mundo que el poeta sabía que iba a dejar: “He caído en tu jardín/ soy una piedra/ yo/ carne del tiempo”, escribe en el inicio. El libro está estructurado como un largo poema dividido en tres partes que son la desgarrada invocación a un dios de un hombre que siente que la vida se le va y tiene que encontrarle a eso un sentido.



Tamara Kamenszain, en su libro de ensayos La edad de la poesía, dice -refiriéndose a varios poetas que escribieron sobre el final de sus días- que “la poesía es lo más parecido a una autobiografía porque no hay una manera humana de abandonar la primera persona gramatical, aunque se ensayen otras… Escribir en verso, entonces, supone escribir en forma de diario: extremando en cada escansión, en cada suspensión del sentido, en cada parálisis narrativa, lo que se está por terminar”.[2]

La fuerza de las cosas, Renér Magritte

 Es así que como Héctor inicia en primera persona un diálogo con un dios que parece lejano, ofreciéndole lo que el poeta cree tener como único bagaje: “Prueba de mí/  tú, /divina digestión del universo”. El dios al que el poeta habla está muy lejos de la realidad de los hombres. “Suena tan lejos tu música blanca/ y aquí sonido negro cerca del estómago”. Porque la poesía también sirve para dar al hombre la dimensión de su finitud: “Oh, qué pequeño soy”,  reconoce.

En el inicio de ese viaje que el poeta se apresta a realizar ofrenda “esta delicada luz de mi cuerpo de niño/ que ha soñado/ ser/ alimento de los ángeles”. Toda la primera parte es una larga interrogación sobre el dolor humano, el basural del mundo, el tiempo que apresura la muerte. Y si el corazón de dios es alimento, éste a veces se encuentra negado a los hombres: ¿Por qué tan abajo enterrado tu corazón?”, se pregunta. La búsqueda es una travesía, a veces en las tinieblas, donde la Palabra no se encuentra: “Aquí dejo los ojos que me has dado, Señor, / ¡Acéptame la ofrenda!”

Si en la primera parte de este libro el poeta se llena de preguntas, en la segunda, titulada “las ofrendas” éstas continúan “qué has visto en mi carne?” pero aparece la certeza de que hay un lugar en donde todo recupera su sentido: “Sé que todo lo que falta/ tiene su lugar./ Sé que el cielo es/ la completud que busco.”

Por eso el hambre del poeta se sacia con las palabras, ellas son su alimento: “Deja una hogaza en cada estrella// ¡Qué la luna sea tu pan, Señor!”

En la tercera parte el poeta halla la respuesta. Una vez que ha entregado su cuerpo, que ha buscado inútilmente la explicación a los misterios del mundo y a los de su propia e insignificante humanidad, está listo para escuchar el verbo divino que no es otra cosa que el espejo de su propia voz. Por algo Isidoro Blaistein dice, citando a Shakespeare, que “los poetas son los espías de Dios y que Dios es una luz imprecisa que los poeta ven sin enceguecerse, sin entornar los ojos mientras los boquiabiertos tropiezan en la oscuridad.”[3]

En el poema de Héctor Carnevale, Dios habla para devolver al poeta el material con el que construye sus versos. “No tengas miedos -le dice- Yo no hablo con la lengua dulce y extranjera del hombre. / Yo soy la única posibilidad de entender/ Soy la Palabra”.

Es en el poema que este hombre enfermo busca   alguna mínima respuesta. Poesía como alimento, como consuelo, mirador para ver lo que otros no ven, para apreciar la luz y la oscuridad, y para añorar lo que se pierde. Como en los versos de Héctor Viel Temperley, otro poeta que escribió bajo la experiencia de la enfermedad y la cercanía de la muerte, en Hospital Británico: “Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha perdido.

Para un poeta que busca en las palabras magias y fulgores para entrar en lo desconocido, la carta de su hija Vera, como cuenta Eduardo Galeano, debe haber sido el mejor vehículo  para viajar en el sueño.

 


 


[1] Galeano, Eduardo, La boca del tiempo,  Buenos Aires , Catálogos, 2004

[2]  Kamenszain, Tamara, La Edad de la poesía, Beatriz Vitervo Editora, 1996

 [3] Blaisten, Isidoro. Anticonferencias, Buenos Aires, EMECE, 1983.

jueves, 5 de agosto de 2021

Las torres de Nuremberg, el libro pionero de José Sebastián Tallón

 

 



 

por el Dr. Marcelo Bianchi Bustos

 

Profesor del Instituto Superior del Profesorado de Educación Inicial Sara C. de Eccleston – Vicepresidente de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina – Director del Departamento de Literatura Infantil y Juvenil del Instituto Literario y Cultural Hispánico

 

 

 

"Así como no cabe ser niño en dos países diferentes, es preciso haberlo sido en alguno y seguir en él, en cierto modo, siéndolo para ser poeta, pues es el poeta quien más a flor de alma tiene su infancia"

Miguel de Unamuno

 

En la historia de la Literatura Infantil Argentina hay muchos autores olvidados o desconocidos a pesar de que alguna de sus obras pueden circular oralmente. La memoria hizo que algunas creaciones literarias fueran pasando de generación en generación sin ser relatos folklóricos y que aún hoy sean cantadas o recitadas, tanto en los hogares como en los colegios.

Este es el caso de José Sebastián Tallón, el autor de Las Torres de Nuremberg, un libro que fue publicado en el año 1927 y que desde mi perspectiva es el primer libro de poemas para niños, desde una concepción moderna, de la Argentina. Si bien otros escritores ya habían creado una serie de relatos para niños y jóvenes desde comienzos del siglo XIX, fue este autor un verdadero pionero al animarse a crear una obra con características particulares que lo hace ser considerado como el primero que escribe un libro destinado a los niños. En la obra de Tallón se hacen eco las palabras del gran escritor español Miguel de Unamuno que se usaron a modo de epígrafe pues como se verá más adelante, en Las Torres crea un mundo ficcional fantástico que  tiene como destinatarios a los niños pero lo hace desde su alma plagada de los más bellos recuerdos de la infancia.

 



 

Tallón nació en Barracas en el año 1904 y murió en 1954. Fue un escritor argentino que puede ser vinculado con el grupo de Boedo al que pertenecieron otros grandes de la literatura argentina y colaboró con la revista Claridad que fue publicada entre 1926 y 1941. En toda su obra, y particularmente en ésta, se hacen presentes las descripciones y las imágenes que permiten que al leer el texto (o escucharlo por medio de la voz de otra persona), el lector se imagine lo que lee o escucha. Esto sucede cuando se está frente a una obra literaria que hace un uso estético del lenguaje, es decir que las palabras construyen imágenes que a su vez posibilitan al lector que se las imagine libremente.

En este artículo se hará referencia a la poética de Tallón en el libro mencionado pues fue su gran obra destinada a los niños. Para las referencias se han utilizado dos ediciones, la primera de ellas del año 1927 de la Editorial Monigote que publicó este libro en su Biblioteca Infantil Santa Claus, ejemplar que se encuentra en la Biblioteca Nacional de la Maestra y del Maestro, y otra sin fecha de Editorial Kapelusz, patrimonio de la Biblioteca Margarita Ravioli de ISPEI Sara C. de Eccleston.

El libro comienza con una advertencia  preliminar en la que el autor explica que lo que él llama Nuremberg no es la ciudad alemana sino otra ciudad con el mismo nombre que le fue dada a conocer cuando era niño por medio de los cuentos y en su imaginación que hacía que viera un ciudad en las nubles o en el cristal del botellón de agua. Esa advertencia preliminar y la descripción que hace de esa ciudad la ponen al mismo nivel de las descripciones literarias de Las ciudades imaginadas de Italo Calvino

Ya desde esta introducción apela a la imaginación de los niños y se mete en el mundo de la infancia.

 

“Esta que llamo Nuremberg, no es la ciudad fabulosa de Alemania, sino la otra Nuremberg que tiene, para sus torres, la primera infancia.

Es la que vino en labios de los cuentos.

Es la ciudad iluminada que mi alma niña descubrió en las nubes y en el cristal del botellón del agua.

Y todo ocurre en Nuremberg. Aquella que hasta la gota de rocío alzaba su torrecilla luminosa. Quise renovar mi niñez; y fui a buscarla en una gota en la que un día triste se me fue al suelo la ciudad enana”.

 

Esa ciudad que él va a crear en este libro permite el ingreso de los niños a un mundo en el que lo cotidiano se hace cita y en el que las cosas sencillas que le pueden llamar la a atención a un niños están presentes. No sólo por la temática sino por su estilo claro y por la extensión de cada una de las piezas que la componen es que se está frente a una obra fundacional de la Literatura Infantil de la Argentina.

Desde lo estructural el libro está formado por treinta y seis textos literarios que pertenecen a distintas tipologías (adivinanzas, canciones, romancillos, pequeños cuentos versificados) y se encuentra ordenado en cuatro partes: Las torres de Nuremberg, Juguetes, Una vez había un tesoro y Otros cuentos.

En su libro hay muchos poemas y cuentos, pero tal vez el más conocido y que forma parte - más allá del tiempo - del repertorio de muchos docentes es EL SAPITO GLO GLO GLO:


Nadie sabe dónde vive.
Nadie en la casa lo vio.
Pero todos escuchamos
al sapito: glo... glo... glo...
¿Vivirá en la chimenea?
¿Dónde diablos se escondió?
¿Dónde canta cuando llueve
el sapito Glo Glo Glo?
¿Vive acaso en la azotea?
¿Se ha metido en un rincón?
¿Está abajo de la cama?
¿Vive oculto en una flor?
Nadie sabe dónde vive-
Nadie en la casa lo vio.
Pero todos escuchamos
al sapito: glo... glo... Glo...




 

Llena de musicalidad y de ritmo, esta poesía es una invitación a jugar y a disfrutar (¿no es este en realidad al propósito de leerles un poema a los niños pequeños, tal como lo ha señalado María Elena Walsh en una célebre conferencia que brindó en un congreso de la OMEP?). ¿A quién alguna vez no le llamo la atención el canto de un sapo y lo ha buscado? Ese “nadie” con el que comienzan muchos de los versos incluye al lector y lo hace partícipe de algo cotidiano pero visto a través de la palabra de un poeta. Lo mismo sucede con el “todos escuchamos” de carácter inclusivo que aparece y que genera una conexión del lector con el texto y lo que en él se describe.

Ese mundo de los niños y del amor al juego se hace presente en otras de esas piezas literarias en las que el humor se vislumbra gracias al juego del lenguaje. Se trata de RAPA TONPO CIPI TOPO, un hermoso poema escrito en jeringozo:

 

Sipi sepe duerpe mepe

Gapa topo Lopo copo,

Rapa tonpo cipi topo

quepe sopo ropo epe.

 

Pepe ropo tanpa topo

quepe sopo ropo epe

quepe sepe duerpe mepe.

Rapa tonpo cipi topo.

 

¡Opo japa lápa quepe

Gapa topo Lopo copo

duerpe mapa máspa quepe

Rapa tonpo cipi topo!

 

El juego del lenguaje irrumpe en este poema que podría ser caracterizada como lúdico  ya que se observa un manipuleo del lenguaje poético en el que el contenido significativo (Bornemann, 1992: 38) pasa a un segundo lugar al estar escrita utilizando la jerigonza. Aquí estamos en presencia de otro texto en el que el destinatario es el niño pues él se siente maravillado por los efectos sonoros del lenguaje, por esa musicalidad y el ritmo que toma el poema.

Aparecen canciones de cuna, como por ejemplo la bellísima CANCIÓN DEL NIÑO QUE VUELA: 


El niño dormido está,
¡y qué sueño está soñando!
¿Qué sueña? Sueña que vuela.
¡Qué bien se vuela soñando!
Abre los brazos, los mueve
como un ave, y va volando...
¿Qué sueña? Que no es un sueño.
¿Qué bien se sueña volando!
En la cuna quieto está.
Pero sonríe, soñando.
¿Qué sueña? Que vuela, vuela.
¡Qué bien se vuela soñando!

 

Los juegos de palabras, los retruécanos que se hacen presentes repitiendo lexemas pero con cambios en el significado están todo el tiempo presentes en la obra. El motivo tradicional del sueño se hace presente pero esta vez para saber qué sueña un niño y ese poético final en el que se expresa la posibilidad que dan los sueños de volar.

Por momentos se evidencia en esta obra algo de angustia y en todo momento la voz de los niños para describir imágenes con una belleza exquisita. La belleza de las cosas simples está presente y en algunos momentos una cierta denuncia social ante la desigualdad. Por ejemplo hace un ELOGIO DE LA MUÑECA DE TRAPO en el que la caracteriza como la primera muñeca que existió, que es muy viejita y que es la madre de todas las muñecas. En esta poesía aparecen referencias a algunos juegos infantiles y el clásico arrorró:

 

“Y le cantamos el arrorró,

Y la mecemos en los brazos,

Y le hicimos la cuna, la cuna más pobre,

Que es también, como ella, de trapo.

 

La acostamos vestida para no despertarla,

Mientras dice la nena que ha de ir al mercado

Para comprar azúcar, y una ollita

Donde le hará bombones para su cumpleaños”.

 

En concordancia con otros escritores contemporáneos a él, como Gabriela Mistral, Germán Berdiales o Federico García Lorca, Tallón propone su propia versión de Caperucita que lamentablemente nunca es tenida en cuenta cuando se trabaja con versiones del cuento tradicional. La titula RESURRECCION DE CAPERUCITA ROJA y lo interesante es que plantea una resolución distinta, un final feliz a la conocida historia, en el que el lobo escupe luego de haberlas comido a la niña y a su abuela debido a que tomó algo tan amargo que les permitió que volvieran a la vida. El intertexto es claro y lo que llama la atención es la forma de darle un giro distinto al cuento, romper con los finales conocidos de los Grimm y de Perrault y hace algo que provoca en la niñez la risa, el humor (que es sin duda una manera excelente de acercarse a los niños). Esta es una demostración más del conocimiento que el autor tenía del mundo de los niños y de sus intereses pues el humor escatológico les resulta sumamente atractivo pero no lo hace desde un lugar desagradable sino con maravillosas y cuidadas descripciones.

Como parte de ese universo infantil sobre el que escribe y al que se dirige introduce una poesía que se llama CANCIÓN DE LAS PREGUNTAS con el que presenta una serie de cuestiones en las que pregunta como si fuera un niño porque después de todo, ¿no aman acaso los niños las preguntas? Mucho tiempo después distintos autores van a usar este mismo estilo para alguna de sus obras, como Gianni Rodari en El libro de los por qué, Oche Califa en “Su pregunta no molesta”, “Yonofuí” de Elsa Bornemann en su libro Disparatario, y muchos otros.

Si bien a lo largo de toda la obra aparecen algunos elementos vinculados con la función que tenía la literatura para niños en esa época que era de tipo didáctico – moralizante, al final hay una poesía llamada EL NUDO:

 

“Para acordarte de algo lindo

No hagas un nudo en el pañuelo,

Porque el recuerdo que así guardas

Lo has lastimado al retorcerlo.

 

Y vendrá un día, ya verás,

Que aprovechando tu silencio,

Pondrán un nudo en tu garganta

Para vengarse, los recuerdos”.

 

Como se puede ver en esta última estrofa, el uso del hipérbaton sirve para destacar colocando en último lugar a los recuerdos.

 

Un dato interesante de la primera edición

 

Como se ha dicho, la primera edición del libro es del año 1927 y posee ilustraciones de Ramón Baldomero Muñiz Lavalle que firma con el seudónimo Billiken. No son muchos los datos que se conocen de este ilustrador que nació en 1911 y murió en 1968, aunque otras fuentes difieren en las fechas señalando los años 1909 y 1969. Era descendiente de Juan Lavalle y del doctor Francisco Muñiz. El inicia su carrera colaborando en varias publicaciones argentinas como ilustrador con el seudónimo de “Billiken”, hecho que en un momento determinado la editorial Atlántida le cuestionó el uso de ese nombre pues coincidía con el de la revista pero desistieron de iniciar un juicio “al comprobarse que efectivamente, el título de su revista era posterior” al uso de ese nombre por parte de Muñiz Lavalle. Hacia la década del 30 abandona la ilustración al viajar a Oriente como corresponsal de guerra y a su regreso al país se dedicará a la carrera diplomática.

En esa primera edición se incluye un poema de Tallon en el que cuenta algo sobre el ilustrador pero desde una perspectiva poética

 





 


 

Para ir cerrando

 

Como dijo Fryda Schultz de Mantovani (1958, 268) “José Sebastián Tallón canta en Las Torres de Nuremberg a la infancia, sí; pero no a la de éste ni de aquel muchacho, ni si quiera a esa etapa de la existencia como edad cronológica, con sus apetencias y sus rechazos, sino a la infancia como categoría de la vida humana, y con ella a la infancia del alma, es decir, a su ímpetu original, a su naturaleza primigenia hecha de pura inocencia y olvido”. Tal como se ha dicho en la introducción, su obra que sigue siendo editada, muchas veces pasa inadvertida y queda dormida en las estanterías de las bibliotecas.



Él tuvo durante su corta vida muy poco reconocimiento a su labor. “Consideraba que había obtenido un solo premio: el voto de Alfonsina Storni en un concurso y la declaración que ella hiciera posteriormente consagrándolo uno de los libros más hermosos de nuestra poesía”. (Walsh)

Se trata sin dudas de un libro fundante de la literatura infantil que puede ser recuperado y disfrutado por docentes y niños. Es un libro que, desde la perspectiva de Ana María Machado, ya se ha convertido en un clásico y que ha pasado la barrera del tiempo. En él, como se ha dicho, se observa la mirada de asombro del escritor, que se preocupa por hacer ingresar al mundo de los poético aquellas cosas más sencillas, usando un lenguaje acorde y reflejando en todo momento una capacidad para mostrar los sentimientos del niño, expresándolos con total claridad en un universo poético plagado de ritmo y musicalidad.

 

Referencias bibliográficas

 

BORNEMANN, Elsa (1992) Poesía infantil, Buenos Aires: Editorial Dimar.

SCHULTZ DE MANTOVANI, Fryda (1958) Vida y Poesía de José Sebastián Tallon, Disponible en https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar:8443/bitstream/handle/11185/3856/RU038_13_A011.pdf?sequence=1&isAllowed=y

TALLÓN, José Sebastián (s/f) Las torres de Nuremberg. Versos para niños, Buenos Aires: Editorial Kapelusz.

TALLÓN, José Sebastián (1927) Las torres de Nuremberg. Versos para niños, Buenos Aires: Editorial Monigote.

WALSH, María Elena (sf) La poesía en la primera infancia, disponible en http://www.amia.org.ar/Amia/upload/download/2018/06/08/download_152847387993.pdf

 

 

 

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