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jueves, 28 de noviembre de 2019

TODOS INVITADOS...., a la Fiesta del Hormiguero....!!!

Desde el Hormiguero queremos invitarlos este SÁBADO 30 de Noviembre a partir de las 19:30 hs, a la 10ma Edición de entrega del PREMIO NACIONAL Y LATINOAMERICANO DE LIJ: LA HORMIGUITA VIAJERA....!!! SEAN BIENVENIDOS....!!!


miércoles, 27 de noviembre de 2019

ENTREVISTA A LA ESCRITORA DOMINICANA LEIBIG NG


Los senderos de nuestro Hormiguero se van agrandando, se extienden y comienzan a crecer, y en este crecimiento nos encontramos que en esta tierra de latinoamérica y el caribe son muchos y muchas las hormiguitas que comparten esa pasión por la creación, por la palabra compartida.

 Son Hacedores de libros, de puentes que se extienden y se arman de sentimientos y palabras para pensar, reflexionar, entretener en el mundo maravilloso y diverso de nuestra LIJ. 

 Hoy el Hormiguero Lector se complace en presentar a una nueva amiga, que desde República Dominicana nos trae su pensamiento y nos abre las puertas de su corazón... para seguir caminando juntos: hablamos de la escritora LEIBIG NG. APLAUSOS... y gracias.


—¿Por qué se te ocurrió ser escritora? 

Para probar que el cofre de palabras en mi interior podía ser descifrado por otros.


—¿Se puede decidir ser escritora, o se nace? 

Es una decisión que se enfrenta con disciplina. Hay que domar el potro de los impulsos. De hecho, pocos trabajos salen a la primera. Aunque seguro que hay memoria, sensibilidad y ecos internos que ayudan a manejar el caudal interno, que me consta todos tenemos.


—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad? 



Las dos cosas. Dejo que fluya un poco al azar y voy conduciendo hacia lo que deseo.


—¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritor?

Como editora y como publicista.


—¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?



“¿Tú entendiste? porque yo no”, Barco de Vapor, serie blanca.



Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la relación dentro de la escuela en REPÚBLICA DOMINICANA? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños?
Para nuestra tristeza, las excepciones son las que satisfacen. Maestras entusiastas que gestionan, animan y alientan. Creo que nadie puede dar lo que no tiene, y los maestros que no viven la literatura, son incapaces de transmitirla. ¡De lo que se pierden! Yo creo que con literatura hasta la física se hace más fácil de entender. Pienso que no es casual que Jesús enseñara a través de parábolas, que al fin y al cabo son historias.

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—¿Sos muy sensible, como tus personajes? Sí, lo soy. Me encanta derramar lágrimas.


—¿Qué te hizo ser así? La ñoñería. Ser la tercera de ocho hermanos; y que llegué a los 7 años antes de que mi madre tuviera la siguiente camada de cinco más. Soy una mezcla de benjamina y relleno de emparedado. Siempre luchando por la justicia.


—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en tu país REPÚBLICA DOMINICANA? ¿Y en Latinoamérica? Vos recorriste y viviste en varios países latinoamericanos.

La literatura infantil y juvenil dominicana es cada vez más rica y emocionante. Estamos viviendo un grandioso despertar a lo universal desde lo particular. ¡Todo por hacer!

La literatura infantil y juvenil de Latinoamérica es la más prometedora porque está llena de lugares por explorar, de leyendas, de costumbres, de joyas enterradas por descubrir. Es como la fusión de los chef para dar platos gourmets: un sabor de aquí, un ingrediente de allá… ¡Tarán! El plato fuerte de una obra genial.

He vivido un poquito en Puerto Rico y lo amo. He visitado Cuba y tengo muchos amigos a quienes admiro por su formación y apertura a la cultura. De la mano de un cubano, Enrique Pérez Díaz, gran escritor y gestor, conocí a los grandes autores de Europa y supe que Literatura hay una sola, pero que la llamada “infantil”, o dirigida a  los menores, es la más importante de todas.




—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer? Leer autores que le gusten. Visitar todas las librerías. Hacerse aconsejar de los que escriben e ir construyendo su propio cuento con lo que aprende.



—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable?  ¿Por qué? La infancia está inmersa en nuestra vida diaria convulsa. Por más que querramos “proteger” a los niños, siempre tienen contacto con noticias angustiantes o sucesos trágicos. Hay un amarillismo o morbo en todos los tiempos para meter a la gente en miedo. Crisis económicas, guerras, epidemias, catástrofes… Todo esto llega de diversa manera y la literatura, los video juegos, los films, hace tiempo que lo están difundiendo. Enseñarles lo que es ficción, siempre deja la posibilidad del “puede ser”. Lo que la literatura transmite son historias con emociones. Sin emociones, las lecturas son planas y para nada memorables.

















Eduardo Raúl Burattini

martes, 26 de noviembre de 2019

“María Elena Walsh: libertad y represión en El diablo inglés”


                                                                                      por Adrián Ferrero



     Naturalmente que El diablo inglés, de María Elena Walsh (1930-2011), en la versión que manejo en este momento, la de 1997, está enriquecido con algunos cuentos que también, de un modo ligeramente distinto, dialogan con los contextos, con otros contextos, un dato que singulariza a este libro. Porque si por algo se caracteriza esta colección es precisamente por eso: por reenviar autorreflexivamente a un referente (pasado o contemporáneo) que ha tenido lugar y que es tan solo el punto de partida para que la imaginación desde la narrativa se dispare. Por ejemplo, el cuento “El diablo inglés” lo hace con un intertexto histórico como las Invasiones Inglesas de 1806 en Argentina, en una toponimia rural llena de supersticiones. Invasiones nombradas explícitamente pero con indicios claros, como frases en el idioma de ese país, además de la mención de un clarín, barcos y cómo el protagonista cambia su guitarra por un fusil. O “La sirena y el capitán” con el referente histórico de la Conquista de América por parte de los españoles, la mención de “el Rey” y la codicia de la que fueron víctimas los habitantes de América así como sus bienes. Su prepotencia, su violencia, los agravios permanentes a que sometieron a los dueños legítimos de estas tierras. Ya hacia los últimos cuentos hay uno en el cual la alusión a la figura de la tenista argentina, ícono del tenis nacional, Gabriela Sabatini, resulta tan sugestiva como paradigmática. De modo que María Elena Walsh en ningún momento se abandona a una fantasía por fuera de los acontecimientos del mundo o, mejor aún, sobre todo, de modo paradójico, los más macabros. Pero también los más nobles. Siempre habrá en sus ficciones personajes o protagonistas que llegan para poner las cosas en su sitio. No obstante, no lo harán jamás de modo idealizado o según la estereotipia. Asistiendo, imponiéndose al violento o bien brindando algunas claves para salir de un entuerto. Como vemos, sucede en este libro lo que en muchos los de generaciones posteriores: una imaginación sin demagogias que no busca aleccionar. Apenas, eso sí, poner al sujeto infantil frente a situaciones en las cuales los dilemas éticos están en juego y hay que aprender a discernir así como hay que aprender a decidir. María Elena Walsh promueve desde la sensibilidad y la emoción la independencia de criterio y del juicio. También alimenta la ya citada imaginación pero no el escapismo.



    Así, este libro que, aggiornado, representa una puesta al día de María Elena Walsh con la actualidad nacional y americana (pero también con el pasado literario, propio y ajeno, del cual toma distancia), la sitúa en el marco dentro del cual una figura femenina que fue de avanzada y ubicó a nuestro  país en la cima del deporte internacional también reivindica la posibilidad de que la literatura infantil dialogue con otros contenidos que históricamente no han sido juzgados humanistas por los letradas y hasta han sido descalificados por ellos. Expulsándolos de la órbita literaria. Oponiendo deporte a poética cuando sabemos que ha habido y hay grandes creadores de la alta literatura que son grandes fans del deporte e incluso lo practican. El deporte, que no había sido el fuerte de María Elena Walsh en sus fuentes, en este caso puntual al menos sí suma un aporte a su poética en orden a la recuperación de figuras nacionales de trayectoria mundial que ella considera merecen ser objeto por mérito de representación literaria. En efecto, en tanto que figura de existencia constatable, la que todo conduce a pensar es Gabriela Sabatini también señala a alguien con un perfil bajo, que no hizo del triunfo un triunfalismo ni tampoco de sí misma un exponente de la cultura de la celebridad. En este sentido doy por descontado, entre otros motivos, debe de resultarle a María Elena Walsh una figura de una elocuente simpatía. Al mismo tiempo, la tenista llega para poner en libertad, mediante un certero golpe de pelota asestado con una raqueta diestra, al tucán protagonista de este cuento, que permanecían en cautiverio.

   
  Respecto de otros cuentos del libro, en “El Gaucho verde”, que en lugar de facón lleva un pincel, una personalidad por fuera de lo habitual, con consciencia ecológica y afán de preservar el medio ambiente así como su dimensión estética, logra una organización comunitaria para conjurar la amenaza de un grupo (seguramente económico) que aspira a construir una pista de aterrizaje de helicópteros en la zona y eliminar un espacio verde así como su fisonomía originaria. Tanto en “La sirena y el capitán”, como en este cuento el hincapié está puesto con intensidad en la preservación del campo, su flora, su fauna, su ecosistema. El medio y sus habitantes originarios. De cualquier atentado contra su integridad. En ambos casos hay un intento por agredirlos. También por qué no decirlo, se acentúa en “El Gaucho verde” la belleza propia de un hábitat que solo alguien dado a la pintura o a la estética es capaz de apreciar y valorar en todo su esplendor. El gaucho estima su belleza y su valor medioambiental al mismo tiempo. Este punto me parece importante también en Walsh. El medio puede y hasta debe ser contemplado en su costado en directa vinculación con la belleza. Por lo tanto, en su gratuidad. Y el Gaucho verde también sabe servirse de algunos de los recursos de la naturaleza de manera letal para espantar a posibles invasores o expropiadores. La idea de asistir al espectáculo de la naturaleza desde su dimensión estética también se vincula con el de hacerlo desde una perspectiva no instrumental sino espontánea, sin aspiraciones de utilitarismo ¿para qué sirve el arte? ¿para qué sirve la belleza? ¿se gana dinero viendo un paisaje hermoso? Precisamente estoy seguro de que el gran planteo de María Elena Walsh es demostrar que un paisaje lleno de una deslumbrante hermosura vale por sí mismo. No tiene precio. Ni se le puede poner un precio. Porque es en sí mismo algo precioso digno de ser apreciado tal como es.


     En casi todos los cuentos la libertad es un valor indeclinable que se defiende hasta sus últimas consecuencias y está éticamente connotada de modo positivo como un bien imprescindible. Ya desde “El Diablo inglés”, con la expulsión de los invasores por parte de los habitantes de Bs. As. En “La sirena y el capitán” la pretensión de confinamiento de la sirena Alahí en una caja de madera para lo cual antes es atada a un árbol por el capitán español, este acto de barbarie es instantáneamente neutralizado por los animales del entorno natural amigos de la sirena. Este español inescrupuloso que aspira a cautivar a Alahí para llevársela como trofeo a España es espantado por mosquitos, mariposas, aves, armadillos, víboras y toda suerte de fauna propia del Litoral que encarnan también principios éticos. En “Canuto el tucán”, cuento al que ya hice referencia, Gaby lo restituye a la libertad ¿Y el Rey Compás de “El país de la geometría? Entre la posición conminatoria hacia sus súbditos, por momentos incluso ofensiva, a quienes humilla, la que él considera la derrota final por no poder encontrar “la flor redonda” y el consuelo que restituye alegría hasta alcanzar el canto y el baile, también allí pueden apreciarse un cuerpo y una voz en libertad que trazan el dibujo de esa maravilla que termina por descubrir es él mismo quien puede trazar si se da a sí mismo ciertos permisos.




     “Bisa vuela” también, en un sentido muy distinto, está estrechamente vinculado a este principio de libertad porque alguien que se encontraba viviendo prácticamente confinada en un mangrullo, paralizada, que había sido aviadora durante su juventud (es decir: que había vivido la experiencia de la libertad de modo permanente), a una edad ya avanzada en que los más viejos suelen retirarse del mundo y ser objeto de una descalificación sistemática por parte de los más jóvenes, un día decide retornar de modo entusiasmado a su vieja afición de volar en su aeroplano “el Águila de oro”. Este acto de regresar a una práctica que la pone en contacto con otros países, otros idiomas, otros paisajes, otros habitantes y, sobre todo, la posibilidad de elegir y optar a una edad en la que suele ser a la inversa: los jóvenes son quienes habitualmente deciden la suerte de los adultos mayores. Todo ello pone patas arriba la idea del sentido común de la vejez no como edad de la imposibilidad o la parálisis sino aún de potencia, fortaleza, capacidades y de acción no menos que de determinación. También de descubrimientos, de alumbramiento de desafíos y socialización: ya no más encierro. La vida no se detiene ni se apaga pese a que los años hayan transcurrido. La protagonista no agoniza sino que vuelve de modo iluminador o recursivo a latir. Si bien no existe aquí un intertexto histórico explícito como en los primeros cuentos sí mencionaría a este referente de la vejez como una edad en la que los individuos son descartables. Y puede que exista alguna velada referencia a mujeres aviadoras, que en sus comienzos las hubo y destacaron precisamente por serlo: por su precocidad en la Historia siendo casos aislados. No sería extraño que Walsh tomara la figura de este referente histórico de “la mujer aviadora” precursora (como en este caso) y realizara una franca transposición al orden del relato.

     La versión de María Elena Walsh del poema de Lewis Carroll “La morsa y el carpintero”, escrito en cuartetas, plantea un dilema ético esta vez diferente. Son ahora los protagonistas los victimarios que daban la impresión de ser simpáticos personajes llenos de humor. Si bien hay absurdo, disparate, nonsense, también hay traición (porque la morsa había convocado y persuadido a las ostras para que se acercaran a ayudarla) y el carpintero también se vuelve cómplice de este acto connotado axiológicamente de modo negativo claramente por Walsh. Porque las ostras son llamadas mediante una suerte de estrategia amistosa para luego ser devoradas. Si bien existe ese trasfondo de nonsense ya citado, no menos cierto es que la clave de lectura de Walsh consiste en que se trata de dos personajes capaces de devorar a otros que se les han acercado con total buena voluntad. Ambos personajes se vuelven depredadores. Y por detrás de ese juego del disparate hay un punto en el que ya “se deja de jugar” o “se habla en serio” cifrando la situación según los términos en los cuales ciertos personajes se pueden servir de otros como un medio y un fin en sí mismos a la vez, de modo artero. Leo “La morsa y el carpintero” también entonces como una parábola (en verso) regida según una clave ética que aún dentro del plano del disparate no abandona jamás esa dimensión a la que reenvía su política de la representación. De modo que como conclusión a un abordaje analítico de todas las piezas del libro culminaría diciendo que en María Walsh una política de la representación literaria está en directa articulación con una ética a la cual esa política reenvía sin pedagogías ni simplismos pero que sí o bajo la forma de la ironía o con matices directos pone en evidencia mediante una historia atractiva dos paradigmas que en un imaginario combaten. En ese combate entre las figuras del encierro, del confinamiento, de la parálisis, de los cautivos también metafóricamente del atrapados en el sentido común, los protagonistas salen de esas situaciones gracias a ser auxiliados por figuras salvíficas o que toman una iniciativa. En otros casos, se sale por una acción  que se toma con total poder de decisión para actuar sin pedir permiso. Así, en esta dicotomía que en la imaginación se presenta bajo una representación belicosa entre dos principios, entre represión y libertad, queda cifrada, a mi juicio, una posible lectura de El diablo inglés desde una perspectiva de sus contenidos contemplados a la luz de una ética universalista.


domingo, 24 de noviembre de 2019

ENTREVISTA A LA ESCRITORA MERCEDES PÉREZ SABBI.



Hoy en el Hormiguero nos damos cita con una Hacedora de la LI; MERCEDES PEREZ SABBI, que es parte de nuestro hacer como mediadores, como bibliotecarios, como docentes...., nos acompaña con su decir y escribir..., nos hace parte de su ovillo de historias que nos permiten ser telar...., ser manta de palabras que abrigan... que acompañan que miman..., Hoy en nuestro rincón de entrevistas está la palabra y el sentimiento de una Gran Amiga y Escritora, con un compromiso que nace allá lejos en su labor como parte de la Comunidad Educatva de la Escuela Primaria Nro 46 de Gonzalez Catán, La Matanza, y que hoy sigue con su pasión extiende la tela que nos cubre de cuentos, palabras y emociones. Gracias Mercedes por tus dones...





¿Por qué se te ocurrió ser escritora?  ¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?

Esta última pregunta me remite a la dualidad innato-adquirido. ¿Qué traemos? ¿Qué adquirimos en el devenir de la vida? Y la respuesta la tuve hace muchos años mientras leía Los días del Venado de Liliana Bodoc: “Pobres de nosotros si olvidamos que somos un telar…”. Eso somos, telares. Una trama hecha por muchos hilos, por eso me resulta difícil decir el momento preciso que sentí que escribir era el camino que quería recorrer. Además, como es una pregunta que suelen hacerme en distintas entrevistas, incluidos los chicos lectores, la respuesta me lleva a buscar en mi memoria, a recordarme, a desandar la trama, y en ese recordar pienso que me voy conociendo o al menos encuentro una versión más o menos aproximada de los hechos. Porque, como expresa  Clara Obligado en La muerte juega a los dados: “Nada de lo que recordamos es verdad, nada de lo que imaginamos es mentira”. Por eso pienso que los primeros hilos  en el camino de la escritura vinieron de la mano de mi abuelo asturiano, republicano y poeta. Con sus relatos, mi abuelo fomentó mi amor por los libros, la lectura y de ahí surge el deseo de escribir. Después transité distintas experiencias, no todas cercanas a la escritura, y esa distancia me permitió saber que mi sentir, mi deseo estaba en el arte. A veces tengo la intuición de que me demoré en saber qué era lo que me hacía feliz. Pero a la vez, con una benévola mirada retro, considero que es muy difícil medir esos tiempos subjetivos.


2 - ¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad?

Imaginación y realidad no son categorías puras. Somos telares y quien escribe, teje. La realidad lo atraviesa todo, y todo a su vez está teñido por nuestro imaginario. Pienso que no escribimos sobre la realidad, sino sobre el reflejo de la realidad en nuestro ser. Los escritores de Lij aprovechamos la mayor permeabilidad de límites entre realidad y fantasía que tiene la infancia. Por supuesto que algunos textos pueden tener una apoyatura realista, otros fantástica. Pero siempre ficcional. “La literatura es como tomar ciruelas verdaderas en una torta imaginaria”, dijo Cormac McCarthy.


En “Pascualita Gómez, una chica que se las trae”, parto de una situación realista. A partir de que Pascualita gana un concurso televisivo, emprende la transformación de su cuerpo para ser una modelo internacional. Pascualita va adelgazando, empequeñeciéndose hasta volverse casi invisible, queda entre paréntesis. Aquí los paréntesis cobran materialidad. Se convierten en un recurso fantástico. 


 “Manuela en el umbral” es una novela realista en cuanto a la temática – Manuela es hija de desaparecidos–, pero está ambientada en Los aromos, un pueblo que no conozco (¿imaginado?) que a la vez es parecido a Tapalqué, el pueblo de mi madre donde pasé hermosos momentos de mi infancia.
“Mayonesa y bandoneón” es una novela donde interactúan dos mundos: el de los habitantes de una pensión de Buenos Aires (realidad) con los fantasmas que regresaron de la calavérica  mano de Higinio, un fantasma tanguero (fantasía). 
Y podría continuar con otros textos porque en la búsqueda de la verosimilitud, realidades y fantasías se enlazan en el interjuego de la ficción.


 —¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?

Terminé la escuela secundaria, comencé la universidad y siempre trabajé en diferentes ámbitos: compañía de seguros, oficina comercial de la Embajada de Cuba, maestra. Mis primeros alumnos fueron los chicos de la Escuela Nº46, de González Catán, por los que conservo un cariño entrañable; esa escuela, esos chicos fueron inspiradores del cuento “Golmito” (en “El miedo trepa a tu ventana” y “Sopa de estrellas”, la historia de un niño cartonero). Allí comencé a escribir para niños (sin publicar), conocí a mi compañero de vida, poeta como mi abuelo (interpretación freudiana), nació mi hijo Juan Matías, mi hija Eloísa (hoy artistas) y surgieron nuevos cuentos. Comencé a publicar cuando trabajaba de asesora pedagógica en una escuela secundaria. Mientras trabajaba en la escuela, escribía y formaba parte del grupo de Teatro Catalinas Sur. Después dirigí el grupo de teatro infantil “Obsoletos”. Todas mis actividades unidas por la infancia y la escritura. A partir del 2008 coordiné los proyectos y programas del Plan Nacional de lectura (PNL): un gran equipo con un trabajo en red a nivel nacional; ser parte del PNL me permitió articular estrategias para que la lectura forme parte de la experiencia cotidiana de la escuela. Trabajamos con una dimensión política de la infancia, en el sentido de contar con una mirada emancipada de la niñez. Escritores/as, ilustradores/as, talleristas, narradores/as, artistas, especialistas llegaban a las escuelas de todo el país. Millones de libros y publicaciones fueron parte de un trabajo del que siempre estaré orgullosa. Y hoy, frente al desmantelamiento del PNL del gobierno macrista, sigo trabajando junto a compañeras y compañeros del Colectivo LIJ en la defensa del libro, la lectura y los derechos de autores/as y mediadores.
Escribí en todas esas etapas laborales. A veces con más publicaciones, otras con menos. Todo sujeto a los ajustes editoriales a los que nos tienen acostumbrados los distintos vaivenes políticos-económicos de nuestro país.



—¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?

Difícil de responder. En verdad siempre que escribo siento una tensión entre la ansiedad de lograr el texto deseado con el placer de ir lográndolo. Esa tensión la vivo con mucha intensidad. Tengo momentos de mucha alegría y otros de angustia. Con algunos textos lloré mientras escribía (“Manuela en el umbral”/”Sopa de estrellas”). Con otros me reía sola frente a la pantalla (“Nos vamos, nomás, nos vamos”/”Florinda no tiene coronita”). Pero una vez que la obra está lista, surge un placer liberador, como todo proceso creativo que se materializa.





– Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la relación dentro de la escuela? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños?
Después del desmantelamiento de las políticas públicas de lectura, en la actualidad la relación lectura-escuela depende de la impronta institucional, de recoger la siembra del trabajo realizado por el PNL, de los planes provinciales, municipales y del entusiasmo de mediadores con emprendimientos autogestivos. Hay escuelas, docentes, bibliotecarios, libreros e incluso planes jurisdicciones que continúan y/o inician proyectos de lecturas; esos son lugares de resistencia frente a un sistema que poco le interesa que los bienes culturales lleguen a las escuelas. Esos son actos de un fuerte -y a veces abnegado- compromiso con la infancia, la lectura, el libro, porque trabajan con escasos recursos y apoyo institucional, pero logran encuentros entre autores-lectores y surgen trabajos hermosísimos, de mucha participación colectiva.


En cuanto a cómo me imagino la escuela ideal, te diré que la imagino centrada en el arte y el conocimiento. La educación a través del arte. “Todo lo bello educa”, dijo Goethe. Una escuela como un espacio cultural y del conocimiento, con libros en  todos los soportes, y que los chicos interactúen en base a los proyectos planteados con la guía de un docente tutor. Si nuestra sociedad, con sus políticas de mercado, está empeñada en construir dispositivos para la formación de niñas/os consumidores (niños/as mercancía). Si está empeñada en sostener un sistema que busca permanentemente que nos conformemos con transitar la vida como carne formateada al estilo de lo jóvenes The Wall de Pink Floyd, tenemos que pensar en una escuela con dispositivos que se centren en la formación de niñas/os creadores, niñas/os productores de conocimientos a través del arte. El arte como una búsqueda de trascendencia que nos aleje del modelo consumista y devorador. Pienso en una escuela que esté atravesada por la cultura, que genere esfuerzo y creatividad. Estas ideas tienen, por supuesto, un fuerte compromiso ideológico, político, educativo y social.



 —¿Sos muy sensible, como tus personajes?
Pienso que todos los escritores en algo nos parecemos a nuestros personajes. Quizá lo puedan ver más los de afuera. Recuerdo que frente al texto de “Florinda no tiene coronita”, una princesa rebelde, feminista, antipatriarcal y algo juguetona, una de las editoras, me dijo: “Sos igual a Florinda”. Me dio risa, pero me quedé pensando, y me di cuenta de que Florinda tenía mucho, muchísimo de mí, casi todo. Pero este “parecido” no es exclusivo de los escritores, de las escritoras. Cuando vi el rostro de  Pascualita Gómez” por primera vez, le dije a Mónica Weiss, su ilustradora: “Mónica, Pascualita es igual a vos”.  Y ella me respondió: “Sí, sí, muchos me dijeron que es igualita a mí de adolescente…”. Parece que nuestros personajes son como arlequines hechos con los retacitos de nosotros mismos.


—¿Qué te hizo ser así?

 Los hilos del telar de mi infancia, pienso. Toda una alquimia. Soy los poemas de mi abuelo, sus relatos de alcanfor. Soy la alegría de mis padres, sus tristezas, las mías. Mi hermano. La risa, los juegos a la hora de la siesta. Mis primos de Tapalqué. Mi señorita Marta que me enseñó a leer…

“Observamos el mundo una vez sola en la infancia. Lo demás es recuerdo”, dice el último verso del poema Nostos, de Loise Glück. No hay duda que en la infancia se empieza a dibujar el paisaje de una trama hecha con las hebras que nos acercan los mayores. Por eso, en estos tiempos impiadosos, de infancias deshilachadas, donde la brecha entre ricos y pobres se agranda, es fundamental la mirada y el trabajo que los adultos realicemos frente a la infancia.




—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en Argentina? ¿Y en Latinoamérica?

Palpita una batalla cultural en Latinoamericana. Las disputas casi invisibles se libran en nuestra lengua, especialmente en el territorio de la infancia: en la LIJ, en los medios audiovisuales, digitales, etc. Bajo la mascarada de ampliar el mercado comercial, se recomienda un lenguaje uniformado, neutro. Hay una cultura eurocentrista que trata de imponerse. Son relaciones de poder asimétricas, propuestas por las políticas de control del idioma. Una cultura que muchas veces pretende, por ejemplo, que los escritores no seamos “tan argentinos en el lenguaje”. Hibridizar el lenguaje, hacer del castellano un lenguaje neutro para el mundo de habla hispana es limpiar las marcas de pertenencia, la música, los aromas, los colores, las voces de lo nuestro, nuestros anhelos….
Y si bien la Lij está atravesada por estos largos procesos de aculturación en Argentina y en toda América Latina, hay en nuestro país un trabajo de décadas en la promoción del libro y la lectura, con los altibajos propios de las políticas públicas asumidas por cada gobierno. Cuando hablo de la Lij en la Argentina, debo aclarar que no hay un verdadero federalismo en su circulación, ni en la edición de textos regionales. También es muy acotado el conocimiento de los autores y de los textos latinoamericanos. Conocí en el 2018 a las autoras de la Academia de Lij de Bolivia cuando viajé a La Paz y ellas me conocieron a mí.
En los últimos tiempos se habla mucho sobre los estereotipos culturales. En este sentido considero que estamos viviendo un momento de crítica reflexiva sobre los valores patriarcales sostenedores de nuestra cultura, y la LIJ es parte de ese proceso en su relación con la infancia. Autores/as, editores/as, especialistas, mediadores/as… trabajamos –cada uno en su ámbito- por deconstruir los estereotipos sociales patriarcales en los que hemos sido formados a lo largo de los siglos. Deconstruir nuestras representaciones de infancia, revisar los estereotipos que atraviesan nuestra cultura, revisar las explicaciones binarias, nos acerca a participar de una relación emancipadora con la infancia. Ardua tarea tenemos.
  

—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?

Sin duda, leer mucho, escribir, corregir, acercarse a algún adulto que pueda asesorarlo, acompañarlo…. Y, fundamentalmente, creer en sí mismo, que es lo único que puede sostener el deseo. Y seguir escribiendo y leyendo mucho, mucho.





—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable? ¿Por qué?
Estremecedora, conmovedora, molesta, indomable…y podría seguir con libertaria, insolente… Porque lo neutro, lo soso aleja de la lectura. Sentir miedo. Emocionarse. Reír. Maravillarse… La literatura debe movilizar, sacudir de alguna manera a sus lectores, peques o grandes, si no, no es literatura.




@Eduardo Raúl Burattini

sábado, 23 de noviembre de 2019

“Ignorar para saber: Lo que no sabe un oso de Sofía Ramacciotti" (*)


                                     por Adrián Ferrero








     El presente libro infantil de Sofía Ramacciotti, Lo que no sabe un oso  (2019), cuyas ilustraciones le pertenecen también, plantea algunas hipótesis interesantes para que los niños que viven en este presente histórico problematicen algunas de las premisas según las cuales son educados y según las cuales viven cotidianamente, en particular en una sociedad consumista y culturalmente normativa. También qué privilegian en sus vidas según esa herencia recibida. Y qué sería conveniente valorizar para, en tal sentido, también revalorizar. En primer lugar, me referiré sintéticamente a sus contenidos. En efecto, un narrador (o narradora) en tercera persona del singular omnisciente narra la historia de un oso que vive en un bosque. En ese bosque naturalmente que lo hace como todo oso. Por lo que Sofía Ramacciotti procede a referir las distintas actividades que realiza tanto en su vida cotidiana para su alimentación, durante sus movimientos por ese espacio, cuáles son sus desplazamientos más habituales. Sobre todo, en qué consiste su biorritmo a lo largo del año también. Pero las cosas no son tan simplistas. Hay una búsqueda obstinada de la autora por narrar el modo como se puede ser y vivir desconociendo algunos principios, datos o costumbres que nos son ajenos. Conociendo la miel y los panales pero desconociendo las colmenas y a los apicultores que se parecen con sus ropas a los astronautas. Despertándose por las mañanas pero desconociendo los despertadores. Alimentándose pero desconociendo las sartenes y los huevos fritos. Habitando el mundo pero sin poseer documentos ni pertenecer a un club. Jugando con los peces antes de comérselos pero ejerciendo ese juego sin pensar en oficiar la crueldad. Viviendo con mayor o menor felicidad sin acudir a un psicólogo.

     De modo que plantearía mis hipótesis de lectura en dos direcciones. Por un lado, el oso podría ser la figuración de un humano que perfectamente a su vez estaría en condiciones de prescindir de una serie de costumbres, dispositivos, prácticas sociales, objetos, prójimo de los que se habría vuelto dependiente pero son prescindibles. Eso por un lado, por el otro, el hacer sin saber ¿Qué quiero decir con esto? La sustancia que nos constituye en tanto que humanos pero al mismo tiempo ignoramos somos o hacemos. Y, es más, es bueno que así siga sucediendo bajo esos términos. No resulta necesario establecer dependencias o implicancias entre personas y cosas, entre personas y prácticas sociales, entre personas y otras personas. Es importante hacer pero no es necesario saber aquello que no constituye lo primordial ni tampoco lo que nuestra especie está llamada a incorporar. En tal sentido, la opción que propone Sofía Ramacciotti, analógicamente respecto de los humanos resulta superadora de dicotomías o bien de una suma de agregados a nuestras vidas que son la producción de una invención completamente aleatoria.




     Los títulos son zonas de especial condensación de sentidos. Si formulamos la frase: “Lo que no sabe un oso”, estamos estableciendo precisamente la relación entre lo que sabemos e ignoramos. Entre lo que conocemos y desconocemos. Pero, simultáneamente ¿hay efectivamente una relación de necesidad o de implicación entre todas estas cosas? ¿incluso en esa relación? ¿resulta imprescindible para que un oso se alimente que conozca los huevos fritos y las sartenes? ¿se requiere que para levantase disponga de despertadores? Cifrado en estos términos, también el lector infantil resulta interpelado. Porque puede perfectamente alimentarse desconociendo otros alimentos. Y perfectamente puede realizar una serie de operaciones, incluso complejas, manteniéndose por fuera de otras que le han sido impuestas aparentemente como ineludibles. O por fuera de otros circuitos. Este libro, viene a llamarnos la atención (y viene a alertarnos con perspicacia), acerca de este punto. De que a lo compulsivo por obra y mandato de la cultura no debemos darlo por implícito. No va de suyo por imposición.



     Desnaturalizando los parámetros según los cuales la cultura se ha organizado normativamente, con esta historia solo aparentemente sencilla y breve (pero profunda en sus planteos éticos y estéticos, rica en significados tanto individuales como colectivos) Sofía Ramacciotti todo el tiempo nos formula preguntas. Acerca del ser y del tener. Del hacer y del saber. Del deber y del querer. Del saber y del ser. Y de que para hacer cada cosa, en especial las más relevantes, no precisamos saberlo todo y hasta es conveniente ignorar mucho. O, es más, ignorarlo todo. En la medida en que no somos conscientes de cosas que otros sí saben pero a nosotros ni nos sirven ni nos movilizan. Pero los adultos sí aspiran a que los niños lo hagan. Y en la medida en que lo que a nosotros nos importa puede no importarles a otros sencillamente porque sus prioridades están puestas en otros objetos y en otras prácticas sociales, la autora todo el tiempo problematiza certezas. No lo hace ni de modo agresivo, ni tampoco estridente, ni menos aún vehemente. Tampoco pedagógico. Porque no pontifica sino narra una historia en los términos más simples (pero no simplistas) y al mismo tiempo más gratuitos, sin aspirar a un utilitarismo con moralejas vulgares y anticuadas. Más bien su mirada no tiene énfasis perturbadores pero sí matices líricos, sugerentes y sugestivos. Desde la gramática y desde el ritmo. Desde el léxico y desde la puntuación. Ramacciotti, como dije, sugiere. Procura salidas posibles a dilemas que se presentan como obligaciones. Y su propuesta estética gana porque no aspira a demostrar sino simplemente a narrar cómo por detrás de eso que para algunos es pobreza de complejidad en el pensamiento o bien pobreza para otros es felicidad y la realización más completa desde su vida cotidiana.

     Ya no somos esos sujetos de cultura plagados de necesidades, sean objetos, costumbres, prácticas sociales, datos, información, tecnologías (sobre todo esto último). Incluso una ética del mal de la que afortunadamente este oso está exento porque su vida está por fuera, precisamente, del universo de la crueldad, tal como afirma el libro. Él simplemente juega con los peces. Que esa práctica sea o no cruel, resulta de una serie de connotaciones atributivas que los humanos le otorgamos por encima del estado de naturaleza en el marco del cual él se encuentra, que no es precisamente el universo cultural por dentro del cual se mueven niños y adultos lectores.

      Carente de todo mal, esto es, habitando el orden de lo natural. Por dentro del estado de naturaleza en su punto más puro (sin ser ni naïve ni inofensivo por ello) y también en su punto más alto, este oso, que se toma su tiempo para hibernar así como otros no se lo toman para dormir, respeta sus ciclos. Así como otros salen corriendo tras el sonido del despertador, este oso, que es un ser vivo, bosteza y se estira sin ser indolente ni vago por eso. Sencillamente porque no es un ser alienado. Este es el punto. En estos términos definiría la naturaleza del retrato que Sofía Ramacciotti hace del presente oso. Es un animal. Por lo tanto está por fuera del universo de cultura. No se le pueden atribuir axiológicamente valores positivos o negativos porque su manera de actuar o proceder respecto del medio y del resto de los seres vivos, no está regulada por una ética universalista sino por instintos y, en todo caso, costumbres. Mucho más si tenemos en cuenta que se trata de un animal salvaje que vive en medio del bosque. Guiado por instintos. No obstante, demos un paso más allá. Este oso metaforiza entonces algo más hondo: lo que los chicos tienen y los grandes pueden y hasta deben escuchar y ver en ellos. El modo inocente (pero primordial y tampoco inofensivo) en que viven y actúan. Porque no lo hacen de modo interesado. No lo hacen con maldad. No lo hacen según una economía del propio beneficio ni tampoco de la impiedad. Si incurren en esos comportamientos lo hacen, como este oso, desconociendo sus matices éticos. Se trata, al igual que este animal, de un hacer ignorando el daño. Ellos, simplemente, actúan. Operan sobre el mundo interviniendo sobre él sin connotarlo.

     El oso desconoce también (afortunadamente para el caso) a los humanos porque además son ellos los que explotan una miel de la que él tan solo se sirve para alimentarse tomando lo que lo satisface. Ni abusa de ella ni hace otra cosa más que tomarla como materia nutritiva puntual. El oso no va a depredar de modo calculador o a criar indiscriminadamente en beneficio de sí mismos y lucrar con esa miel en oscuras fábricas, envasándola, para el comercio capitalista. Al punto de industrializar una materia prima de orden natural. Está, como dije, por fuera de los trajes de astronauta de los apicultores en un guiño maestro de Ramacciotti a lo que los seres humanos aspiran a ser superlativamente, esto es, a gobernar, a ir tras las leyes mismas del cosmos, las estrellas, los planetas y del universo, forzando a la condición humana hasta sus mismos límites, lo que constituye un acto de soberbia. Procurando conocer el cosmos de un modo que no ha sido concebido en esos términos sino ha sido producto de experimentos, esta vez sí, deliberados y humanos, en un punto, con el afán de una altanería propia de quien aspira a acceder a lo incognoscible. Y a controlar lo que está por fuera de todo control. Algo cuyas leyes, incluso, no resultaría conveniente forzar hasta ese punto. Sino mantener en una secreta preservación. Como, quizás, las de ciertas reservas naturales (procurando encontrar alguna analogía identificatoria ligada, precisamente, al oso).




     Este oso ¿es ignorante? Esa sería la gran pregunta. Y sin embargo, plantea un universo en lo relativo a lo gnoseológico de tanta más infinita riqueza. De tanta infinita sabiduría. Su mundo a los ojos del humano es limitado. Pero a los de lectores perspicaces, resulta ilimitado ¿es estrecho? ¿está confinado a un mundo de pobreza? Pienso que en todo caso está preservado en un bosque. Es un animal y no un humano, esto es, inferior en lo que se supondría según una escala en torno de potencias y dones de la capacidad de intelección. Pero en verdad vive en un estado de pureza que lo mantiene por fuera de todo castigo, de toda emoción virulenta tendiente a provocar el daño en otros u otras. Especialmente en niños. Este oso juega en su territorio sin invadir otros. Se retira del mundo cuando lo llaman los tiempos del año correspondientes y no busca forzar los límites de ese tiempo o de la naturaleza sino ajustarse a ella. Y, muy en especial, la respeta. Aunque lo haga sin saberlo. Pero lo hace de hecho. Que es lo verdaderamente importante. En este punto muy en particular quisiera detenerme. Sin ir a un mensaje estrictamente ecologista, mecánico, gastado, fácil ni automático, sí Ramacciotti toma partido y es bien clara en este punto. El oso, como todo habitante de la naturaleza de orden animal no es destructivo de manera deliberada y tampoco es destructivo con el medio ambiente a los efectos de proveerse de materia para su supervivencia. Toma de ese medio ambiente lo justo. Es, como resulta obvio, un animal que requiere proveerse de su alimento. Pero eso no es sinónimo de destrucción ni de castigo ni de extinción de las especies que son sus presas. Mantiene el saludable equilibrio ecológico. Es más: se permite hasta jugar con las que serán, a su debido tiempo, sus futuros y suculentos bocados. Así, Sofía Ramacciotti no nos habla de un mundo ideal. Porque el oso efectivamente mata lo que va a comer. Pero no es penosamente destructivo, como dije. No se ensaña con los peces para lastimarlos sino que esa supuesta crueldad que un humano sí le atribuiría desde un punto de vista ético (orden del cual el oso está por fuera), apartado de esa ética (pero no de esa práctica alimenticia) lo mantiene en estado de completa inocencia. No se trata de un acto ético que importe un juicio ético o, en todo caso, un acto con esas mismas repercusiones.

     El oso habita un bosque que no destruye. El oso lo respeta sin saberlo tampoco pero de hecho lo hace. El oso no ha ido jamás a un psicólogo porque no solo jamás ha padecido desórdenes del pensamiento sino incluso, afirma su autora, porque no tiene pensamientos tal como a un humano sí le ocurriría y, en un extremo, en términos patológicos. Y está atento a ese hábitat porque ignora, precisamente, que utilitariamente estaría en condiciones de explotarlo. Pero exento de utilitarismo, como dije. Para él es su casa. El espacio es cálido o frío, mullido, en el marco del cual se desenvuelve su vida libremente. Porque el oso es libre, lo que no conocería si estuviera rodeado por humanos, que probablemente lo atacarían, lo tendrían en cautiverio o frente a los que él debería defenderse de sus ataques..

     De modo que en esta suerte de amplia utopía de las acciones porque no hay destrucciones sino prácticas asociadas a la supervivencia cotidiana, al biorritmo, como dije, que debe seguir sin acudir a inventos o máquinas (“cuyo funcionamiento no entiende”) sino simplemente al ciclo de los días y el curso de las estaciones, el oso simplemente existe. Sigue la línea de la vida.



     Vivir para un niño convengamos es en este mundo una asignatura difícil. No obstante, pareciera proponernos Sofía Ramacciotti, como el oso, si padres y allegados cuando educamos  impartimos la sabiduría acerca de dónde están o deberían estar las prioridades, dónde lo accesorio, dónde lo inventado por el consumo o tan solo la civilización en las costumbres pero sí pusiéramos el acento en lo primordial, en las cosas que esencialmente nos definen como humanos y no como seres que nos volvemos dependientes de objetos y prácticas sociales, las cosas serían tanto más distintas. En qué es aconsejable saber porque éticamente resulta noble y qué no porque resulta nocivo, la vida de la niñez sería efectivamente más saludable. Es posible que ignoráramos mucho de lo que se enseña o se suele enseñar en la escuela pero seríamos más dichosos porque se trataría, de felicidades concebidas que no son construidas por una cultura compulsiva. De felicidades hechas a la medida de un mundo que se elabora para el confort y generar, en un punto, dolor, En otro, dependencias. Desde una ignorancia que no es sinónimo de pauperización sino, muy por el contrario, centralidad de la importancias, Lo que no sabe un oso nos ubica a los humanos, precisamente, ante todo en que lo que hemos concebido en buena medida pero es superfluo. Es más: frente a todo lo que hemos creado y puede ser peligroso, conviene estar atentos y hasta alertas. La cultura adulta pretende persuadirnos de qué debemos aprender y qué no. Pero ¿acierta en ese afán selectivo?



     Con pluma maestra. Con inteligencia. Con pinceladas que no acuden al exceso sino al punto justo de una poética y con una lírica exactas, ambas  se reúnen en este libro para concebir una prosa sintética plagada de belleza, altamente connotativa carente de toda retórica, de toda pedagogía, de toda literatura de tesis. Hay sencillamente ideas. Que circulan fluidamente por el libro con libertad y con eficacia. Sofía Ramacciotti ha escrito una obra destacada. Ni la exhortación ni el afán persuasivo están en ella, pero sin embargo cada gota de su historia sí los contienen. Sofía Ramacciotti, indudablemente, da en blanco.


(*) este artículo se ha vuelto a subir al blog, totalmente corregido por su autor.

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