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sábado, 26 de junio de 2021

El cuento del burrito que no tenía un pelo de zonzo







                                                                                           


    Por Adrián Ferrero

 

     Este no es el cuento de nunca acabar. Menos mal. Eso sería terrible además de aburridísmo. Un plomo, es decir, algo muy pesado y gris, que es el color de la tristeza y de los días nublados. El color de los nubarrones. Tampoco, por suerte, es el cuento de la buena pipa, porque las nenas y los nenes no fuman ni deberían fumar, y tampoco los grandes delante de ellos, porque les echarían humo de cigarrillo en sus narices y ensuciarían sus pulmones, es decir, los órganos del cuerpo con los que respiramos y nos alimentamos con oxígeno, esa sustancia gaseosa tan vital que da vida y nos permite ir a la plaza, tirarle de las orejas a nuestro primo en su cumpleaños, o salir a jugar con nuestra perra Julieta. Correr a un conejo. O comer semillitas de girasol. O hacer señales de humo.

     Este es el cuento del burrito inteligente. Como ustedes saben, la gente habla y dice que tal persona o tal nena o nene o tal señor o señora son burros o burras. Eso significa que son tontos, estúpidos, que no tienen ideas, que no saben estudiar, que les falta inteligencia, que son malos haciendo las cuentas, que escriben con faltas de ortografía, que dibujan sin habilidad o directamente que no tienen habilidades, que son inútiles, buenos para nada, para hacer un oficio, un trabajo o los deberes para el colegio. Algunos incluso que no logran distinguir entre lo que es bueno de lo que es malo. Lo que, dicho en dos palabras, es una burrada.

     Les cuento, porque viene a cuento. En este cuento hay un burrito que se llama Equinoccio, tiene dos orejas largas como dos agapantos florecidos y le gusta mucho el pasto, en especial si está muy verde y húmedo por el rocío de la mañana, ese que brilla con el primer sol que se asoma, formando una alfombra de diamantes. Así como a ustedes les gustan la leche chocolatada, el dulce de leche o las medialunas, las tortas de chocolate, los merengues, a él, en cambio, le gusta el pasto. El pasto fresco, bien verde y bien húmedo de esa sangre de las plantas que se llama clorofila. Si es alfalfa mejor.

     Pero Equinoccio tenía una dueña, que se llamaba Violeta. Violeta es nombre de nena, es cierto. Pero también es nombre de color y de flor. Así que les puedo decir que Violeta es un flor de nombre, lleno de color y perfume, y, además de decirse y escribirse, se puede pintar, lo que no es poca cosa ni tampoco ninguna pavada.

     Violeta llevaba a pasear a Equinoccio por el campo, alrededor de su casa. Equinoccio comía y comía pasto hasta que ya no tenía ganas, como cuando ustedes comen panchos o papas fritas y les termina doliendo la panza. Después tomaba agua fresca de un río de aguas transparentes cuyo torrente pasaba cerca. El curso del río era poderoso,  no era un hilo de agua como un hilo de coser. No. Este era un río caudaloso. Se acercaba a la orilla, agachaba la cabeza, bajaba las orejas y bebía largos sorbos de agua. No de a sorbos, sino a tragos, como si tuviera muchas ganas, tantas que no podía esperar. Afortunadamente era un río y no un bebedero, que rápidamente se vacía.

     Un día, llegó a la casa de Violeta un nene. Violeta en su vida había visto muchos nenes y muchas nenas. Altos, bajos, rubios, morochos, pelirrojos, con pecas, con rulos, con pelo lacio, con colitas o con trenzas, vestidos con guardapolvo o con vestidos azules, buenos o malos. Algunos definitivamente malvados. Nenes con guantes, altísimos y hasta uno con capa de príncipe en un acto del colegio. Pero este nene tenía los ojos más alargados y ella lo miró como quien mira por primera vez la luna o la noche: maravillada. Como algo que se mira por primera vez y no es tan común pero también es algo hermoso, algo diferente, que merece ser cuidado, protegido, conocido bien en detalle porque es alguien precioso. En verdad todos los seres humanos deberían serlo. Muchos son efectivamente preciosos por sus principios, porque son honrados. Hay otros a los que les da lo mismo hacer cualquier cosa con el mundo o con sus semejantes. Violeta sabía esto. Por eso apreció de inmediato a este nene porque vio que tenía modales. Y que la trataba con respeto.

-¿Cómo te llamás?-le preguntó Violeta.

-Me llamo Chi-chón. ¿Y vos, cómo te llamás?

-Yo me llamo Violeta.

-Qué nombre. Nunca escuché un nombre así.

-Yo tampoco escuché a nadie que se llamara Chi-chón. ¿Vivís por acá o estás de viaje?

-Vengo de muy lejos. De China, que es un país enorme, el más grande del mundo (también por acá cerca Brasil es un país muy grande), tiene una muralla gigantesca, que fue construida para que unos malvados guerreros no invadieran nuestro territorio. Mi país tiene muchísimos habitantes que andan en bicicleta y que sacan a pasear sus pájaros en jaulitas portátiles.

-En mi país-dijo Violeta-las personas se llaman Alberto, Javier, Carlos, Elena, Julia, María. Pero no así como vos ¿no será un sobrenombre el tuyo?

-No. Mi papá y mi mamá me pusieron Chi-chón. Y vivimos en esa casita de dos pisos, que queda por allá.

-¿Y por qué tenés los ojos así, alargados? ¿rasgados? ¿alguien te los estiró?

-Yo te podría preguntar lo mismo. ¿Por qué vos los tenés redondos? Pero está bien, voy a responder a tu pregunta. Tengo los ojos alargados porque así como hay gente rubia o negra, morocha o pelirroja, alta y baja, joven o vieja, hay gente que tiene los ojos rasgados o los ojos redondos o verdes o celestes. Y eso significa que su familia viene de un país donde la mayoría de la gente tiene los ojos así. En este, tu país, la República Argentina, la mayoría tiene los ojos más redondos. Pero si vos estuvieras en China, no verías mucha gente con ojos como los tuyos. Como ves. Todo depende de los ojos con que se mire. Mis papás tuvieron que irse de su país y viajar en avión o en barco, a veces en tren para llegar hasta llegar acá. Y viven lejos de sus parientes y del lugar donde nacieron. Se mandan cartas que vienen y van, que van y que vienen, y a veces paquetes con regalos, pero extrañan a sus hermanos y tíos. Nacieron en el país del sol naciente. Un día me mandaron un dragón todo rojo y otro un farolito con muchos flecos dorados, y otro día, dos bolitas de metal que hacen clín-clín-clín, cuando uno las mueve, y eso sirve para tranquilizarte si estás nervioso, porque te ocupás de mirar sólo esas dos bolitas, de hacerlas girar y te olvidás de todo lo demás. Giran, se entrechocan, hacen leves sonidos, un golpeteo.

-Yo tengo a mis abuelos acá a la vuelta-dijo Violeta- Me llevan a la calesita y a tomar helado de frutilla y de limón. Y en verano a Mar del Plata. Una playa de la costa atlántica argentina.

-A mí también me llevan a la calesita.

-¿Y nunca anduviste en un burrito?

-No, nunca. Es decir, anduve en los de la calesita, pero esos son de madera, no de verdad. Me gustaría mucho montar en un burrito de veras.



-A mí me gustaría poder saber cómo se ve el mundo con ojos como los tuyos, más chatitos, alargados como los de un pianista que da conciertos por todo el mundo.

-Igual que como lo ves vos. Salvo que son un poquito más largos. Después de todo no somos tan distintos. Nos gustan las calesitas, los helados, andar en burrito, tirarnos por el tobogán. ¿Te gusta el arroz?

-Sí, muchísimo-dijo Violeta-Mi abuela me hace un arroz con pollo o arroz con manteca, que son mis platos favoritos. ¡Arroz con queso de rayar! Te voy a invitar un día a que vengas a casa a probarlo. Y también mi abuela, la otra, hace arroz con leche con canela y mucha azúcar. A veces le pone cáscara rallada de limón.

-Mmmmm, qué hambre me da. Tengo ganas de probar esa comida-dijo Chi-chón.

-¿Y si primero damos una vuelta en mi burrito Equinoccio?-lo invitó Violeta.

-Sí, dale.

    Violeta y Chi-chón se subieron al lomo del burrito en pelo, es decir, sin montura. Montaron y se lanzaron hacia lo desconocido. Cierto que era un poco arriesgado, pero a ellos les gustaban los peligros y el riesgo, los desafíos. Avanzaron despacio, con prudencia y tuvieron cuidado en las zonas peligrosas y resbaladizas. ¿Y a que no saben lo que pasó? Pasó algo que sólo puede pasar en las fábulas y en los cuentos mágicos. Equinoccio habló. Habló con palabras, no con rebuznos, como hablan siempre los burritos.

Y Equinoccio dijo:

-En mi vida rebuzné, rebuzné y rebuzné. Comí pasto del campo, por supuesto hice pis como hacemos todos y dormí muchísimas horas. Pero nunca llevé en mi lomo a una nena y a un nene tan lindos y tan distintos. Violeta tiene los colores del arco iris. Le gusta mirar el mar al atardecer, la luna cuando cae, oler las flores en el jardín y mirarse en el espejo cuando se peina los rulos. Le gustan los jazmines y las madreselvas. Y a Chi-chón, que es un nene muy lindo, con esos ojos largos, hermosos como una espada lista para proteger a los pichones de una paloma de los ataques de algún gavilán traicionero, le gusta comer arroz, taparse de noche con una manta amarilla y pensar en el vuelo de las grullas, que son unos pájaros blancos, altos y delgados, que viven en el agua y llevan mensajes de los magos. Así que estoy muy feliz y ahora mismo, si ustedes dos, que ya son amigos, me lo permiten, voy a hacer algo.

     El burrito Equinoccio sacó lápiz y papel, hizo cuentas, sumó, restó, multiplicó, dividió y por fin, después de haber mirado los números en el papel dijo:

-Nos sobra tiempo para dar una vuelta por el campo antes de que se haga de noche: ver las flores que acaban de estallar entre los árboles, oler la fragancia de las fresias, revolcarnos en la tierra y hasta para mojarnos los pies en el agua del arroyo. A mí en especial  me gusta jugar a tirarme pedazos de barro, aunque sea medio asqueroso. Violeta va a ir atrás, dándome algunas palmaditas para que no me duerma parado mientras camino, porque hoy me desperté muy temprano y puede llegar el sueño. Y Chi-chón, que me conoce menos y anduvo pocas veces en burro, se va a sentar sobre mi cogote, va a agarrarse de mi crin, es decir, los pelos de mi cuello y de mis orejas, y así marcharemos hasta que la luz empiece a apagarse y el sol se esconda.

-¡¡¡¡¡Daaaleeeee!!!!!! Dijeron a coro Chi-chón y Violeta.

     Y se pusieron en camino.

     Regresaron a las ocho de la noche, justo para bañarse cada uno en su bañera, lavarse las orejas con jabón, comer un arroz con pollo y dormir hasta el día siguiente.

     Equinoccio, que como vimos no era nada burro y que de burro tenía sólo el nombre, esa noche bailó en dos patas, aunque tenía cuatro. Tocó el violín y jugó a la ruleta. Se acordó de una frase con la que la gente se burlaba de otra gente, los nenes y nenas de otros nenes y nenas: “Orejas de burro le van a crecer”, decía el versito o la canción. Y pensó que era un verso estúpido, mucho más estúpido que los burros a los que pretendía insultar.

     Equinoccio antes de dormirse se alegró mucho de que una nena y un nene se hubieran hecho amigos, andando mundo, mientras se daban cuenta de que ni ellos ni la tierra en la que vivían o habían vivido eran tan distintos. Les gustaban a Violeta y Chi-chón en general las mismas cosas, salvo que habían nacido en familias y lugares muy diferentes. Ni mejores ni peores. Distintos. Ahora vivían en una misma ciudad y eso los volvía más ricos, no en dinero, sino en que habían aprendido mucho el uno de la otra y la otra del uno. Era como si tuvieran una montaña de monedas de oro. Como todos los colores del arco iris, como todos los colores de la paleta de un pintor enamorado de su trabajo que todos los días trabaja sin cesar Que  todos juntos forman ese medio círculo o esa forma tallada de madera llena de brillos y de esperanzas, de futuro y de vida.

lunes, 21 de junio de 2021

Sueño y locura en Eduarda Mansilla...., inicios de la literatura fantástica.

 

Eduarda Mansilla perteneció a una familia ilustre y tradicional de la Argentina del siglo XIX. Sin embargo, pocas son las voces que nos hablan de su vida, pocas, las que revelan su rol literario fuera de su Pablo o la vida en las Pampas, novela costumbrista escrita sin embargo en francés. Los discretos datos que se conocen alrededor de esto no pasan de anecdóticos. No obstante es un equívoco que debe ser subsanado, pues en ella puede descubrirse, acaso, el origen del género fantástico en Argentina, adelantándose por varias décadas incluso a quien se considera el padre del género en Latinoamérica: Leopoldo Lugones. Su libro Creaciones (1883) es un buen exponente para acreditar esa suposición.

La tarea de abordar su obra de manera unívoca pierde sentido, pues sus caminos indagan por igual las sendas del pensamiento, de la razón, y los pasajes siempre misteriosos, plagados de obstáculos y bifurcaciones de sentidos que ofrece la ficción. Eduarda Mansilla se mueve con delicadeza en esos caminos duales; opera en ella un desdoblamiento, una metamorfosis que le permite pendular entre el personaje destacado que fue en la cultura de su época y aquel que, detrás de las sombras de la  ficción, se desdibuja, que se oculta entre los pliegues del sentido hegemónico para minar  con sus intervenciones la supuesta solidez del positivismo cientificista del siglo XIX.

Pero, ¿es Mansilla la constructora de su literatura, o es ésta la que finalmente la configura, una especie de maquinaria a través de la cual compondrá su imagen de escritora? La literatura, se sabe, no puede ser ya reducida a mera expresión, consecuencia de una causa externa, resultado de la subjetividad de alguien. Por tanto, es lícito entonces pensar un abordaje del autor desde el otro lado, invirtiendo los términos: pensarlos desde sus obras y cómo éstas construyen la idea que de ellos nos formamos.



 

Así, Creaciones surge de una delicada alquimia entre lo real y lo fantástico: fluye en sus líneas cierto desorden de la razón, que funciona, a fin de cuentas, como arista del extrañamiento. La obra parece estar ya no supeditada a la ambivalencia aparente de su autora, a su desdoblamiento entre lo público y lo privado, sino que es ella, la obra misma, quien nos da la posibilidad de una mirada distinta sobre Mansilla. La obra cobra vida y pone en evidencia, a la vez, su propio desdoblamiento: por un lado, la intensidad con que sus relatos están constituidos atrapará al lector, mientras que por el otro, la lectura  polisémica que propone lo liberará del sentido unívoco.

En Galería fantástica, la escritora y ensayista María Negroni nos invita a pensar el gótico como el costado oscuro del Iluminismo, una especie de “grieta, que en la  arquitectura del orden, se abre para impedir la calcificación del sentido y las jerarquías del pensamiento”. Algo de ello está latente en Creaciones: la tensión entre realidad y ficción crea un espacio donde habitan sueños y locuras, agentes con que la obra  construye una Eduarda capaz de amenazar y desequilibrar el orden establecido y la normalidad de su época.

En uno de los cuentos de esta colección, “El ramito de romero”, la muerta en la sala de disección resalta ese estado en que la ciencia positiva ve el final definitivo de toda historia, pero también parece advertir y proponer, a la vez, un comienzo, un volver a nacer para el protagonista Raimundo. Porque la ciencia no puede penetrar los misterios de más allá de la muerte, territorio  liberado de la razón y fértil a la creación artística. Una vez la razón hubo abandonado al protagonista, yace a sus pies una nueva imagen del mundo que cristaliza en un despertar: “si bien aquella revelación inaudita, semi febril (…) abrió un surco inllenable en mi ser, aquella convalecencia vino a revelarme verdades que ni siquiera sospechaba”, afirmaba un renovado Raimundo.

  

El sueño también es la arcilla de sus creaciones: si en Hoffmann, Gautier o Poe funcionó como alternativa de una realidad, este “proceso de recombinación y creación” funciona en la literatura de Mansilla como estrategia para introducir otro lenguaje, que pueda filtrarse a través de los pactos discursivos convenientes para una mujer de la época. Sus personajes, todos ellos hombres, sobrellevan revelaciones, se reconvierten cuando no caen perdidos en los abismos de la locura. Siempre, en tal caso, sufren también ellos un desdoblamiento, una distorsión de sus realidades estáticas e imperturbables.

En “Dos cuerpos para un alma”, otro de los relatos que componen Creaciones, este ejercicio nos llega de la mano de la hipérbole, donde se precipita el desenlace cuando aparece la ciencia y su exacerbación, que  deviene perversión: “¡Oh ciencia (…) cuándo serás tú la reina absoluta del universo!”, y que propone al desesperado protagonista un plan tan fantástico como escabroso, propio de alucinadas invenciones frankenstianas. Al acercar, mediante el retorcido uso de la  ciencia, una alternativa que le permita vencer las adversidades, el científico no hace sino precipitar al conde Ladislaff a una metamorfosis, a un desdoblamiento que se completa cuando la locura sale a la luz, es decir, cuando aquello que hasta ahora parecía razonable deja de serlo y la materia que conforma al protagonista se resquebraja, cede ante su transformación, ante ese Otro que irrumpe desde dentro: “Ladislaff, necesitas doblar, o mejor dicho, desdoblar tu cuerpo”. Aquí, eso que se construye no es ensamblado, pues no proviene del exterior, de partes extrañas al propio cuerpo, sino que se configura con aquello que va a sublevarse e irrumpir desde el más profundo interior.

En ese Otro interno que aflora puede verse, acaso, el verdadero ser, que oculto  bajo opresivas apariencias, pugna por inquietar las leyes de la normalidad y el sentido: “la tiranía absurda de las leyes sociales, se me volvió más odiosa e insoportable que  nunca”, afirmaba el conde Ladislaff, anunciando el desenlace que vendrá. 

 

Borges decía que soñar es esencial, que “puede ser la única cosa real que exista”. Tal vez la locura y el sueño, habitantes latentes en el espacio entre lo real y la ficción en  la obra de Eduarda Mansilla, nos permita abordarla desde una postura más fértil, más creativa y genuina, más real, para que la autora se abra paso a través de su literatura, y desde allí  se constituya como una escritora potente que inquieta la solemne sala de la tradición  argentina. Así la Historia corrige su olvido, así, la proyecta al porvenir.

Descarga disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra/creaciones/

sábado, 12 de junio de 2021

"Liliana Bodoc: la poética irrepetible"

 





por Adrián Ferrero

 

     Tengo toda la sensación, por diálogos con amigos lectores, por la apreciación de críticos especializados, o colegas que no mencionan su nombre a la hora de citar poéticas interesantes, con contenido e innovadoras en el campo literario argentino. Consideran evidentemente que leer a Liliana Bodoc consiste en un ejercicio ingenuo, acaso candoroso. Probablemente para edades que no son las de las de un adulto y que están dirigidos a un público evidentemente crédulo. Si esa es la creencia (en la que puedo errar), quien la sostenga es en verdad el que incurre en un ejercicio ingenuo. La poética de Liliana Bodoc presenta conflictos relativos a la sociocultura metaforizados en la fantasía épica que por otra parte no calca de J.R.R. Tolkien en modo alguno  sino de quien toma solo lo que le conviene y lo que admite de él. Porque hay una clara posición de rebelión frente a una hegemonía con la que disentía. Sí recuperaba una cierta noción de lo épico fantástico, aplicado a las tramas y a las estructuras narratológicas (y no en todos sus libros). Hay en Bodoc un ejercicio obstinado por nutrirse de otras poéticas que no tuvieron que ver con la fantasía épica únicamente, como la de Lewis Carroll y sus Alicias, El Mago de Oz, el fantástico de Borges, con su rigor formal y todas las poéticas que trabajaran con referentes imaginarios ligados a una mímesis no realista. Esto lo mencionó en una intervención pública en el marco de una entrevista que le realicé por escrito para la revista académica  Hispamérica. Revista de literatura (University of Maryland, EE.UU.) en el número 114 de 2009. Por otra parte, Bodoc toma distancia de vertientes estéticas tanto de clase social como en lo relativo a la estética del fantástico rioplatense puro de Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, J. R. Wilcock. Incluso de la ciencia ficción de Bioy Casares y de la más insular de Borges, de la cual se podrían contar unos pocos y contados casos. Sí se podría hablar de ficción especulativa y explícitamente solo conozco un cuento de Borges de ciencia ficción en homenaje al escritor Lovecraft. Bodoc no se manifiesta interesada en la extravagancia ni en la crueldad de Silvina Ocampo o la de J. R. Wilcock. Esto es: tiene perfectamente en claro hacia dónde quiere y hacia dónde no quiere adscribirse en términos de tradiciones. Y considero que en tal sentido en términos del crítico cultural Raymond Williams, de la Universidad de Birmingham, Inglaterra, su índole consiste en la invención de una tradición, por más que hayan existido previamente poéticas no realistas. No son comparables a las de Bodoc bajo ningún punto de vista. Tampoco la ambigüedad con rasgos ocultos o por debajo de la lo visible y nítido que encubre asuntos prohibidos de José Bianco tiene asomo alguno con la ficción de Bodoc. Esto es otra cosa. Esta invención de una tradición da cuenta de una operación excepcional porque supone síntesis, asimilación, condensación, absorción de fuente muy dispares del universo de la poética no solo fantástica o épica, esto es importante  y relevante. La ficción de Bodoc no se limitó a la épica fantástica exclusivamente. Se introdujo por territorios mucho más amplios también. Quizás porque lo hizo con distintos lectoradosa además de por su ductilidad en el manejo de la creación. Bodoc politiza la épica fantástica porque trabaja su referente imaginario a partir del acervo de los mitos y la cultura americana, sus gestas pero también toma nota de sus atropellos. Motivo por el cual sus ficciones no solo se ajustan a una realidad concreta en lo relativo a  la conquista de América transpuesta a la épica fantástica sino también a la violencia con que aquella se gestionó. En tal sentido, afirma en la citada entrevista académica de EE.UU. que le realicé: “(…) El proceso fue inverso. Primero pensé en escribir una épica fantástica. Enseguida tuve que determinar el referente que me interesaba ficcionalizar. Entonces el continente americano precolombino se presentó como indiscutible por un tema de cercanía cultural  y, sobre todo, por el deseo  de expresar una postura respecto de la conquista y sus consecuencias. Tema épico por excelencia…A partir de eso, comencé mi tarea de rastreo bibliográfico. Tanto la tradición aborigen  como los textos de los conquistadores  me sirvieron de soporte fundamental (…)” (p. 57). En lo relativo a la violencia de género, a la violencia semiótica de los discursos sociales, en lo relativo a la sociocultura en términos generales que se impuso por la fuerza en el continente relegando a los pueblos originarios su posición así como su actitud es clara. Reivindica su cultura en el sustrato de sus ficciones como alimento que las consolida al tiempo que las constituye. Y sustituye a toda otra que ha sido empleada por figuras desde Tolkien hasta otras tentativas de épica fantástica.



     Sabemos que en la poética de Liliana Bodoc (Argentina, 1958-2018) predominan los componentes fabulosos, mágicos, incluso maravillosos. Sería ingenuo y hasta inexacto atribuir tales componentes exclusivamente a la ficción de J.R.R. Tolkien, tal como ha devenido lugar común en el periodismo cultural y cierta crítica especializada. Es suficiente abrir un suplemento literario de un diario que le consagra una nota para escuchar alegar que es la “Tolkien de Argentina y feminista”, como vengo leyendo hace rato, lugar común que resulta tan simplista como impreciso resto de la definición de la poética de Liliana Bodoc que reproduzco de un diario cuya nota central era abordar la poética de Bodoc macrotextualmente.    

     Respecto de sus fuentes están todas la sagas de tradición nórdica, anglosajona, los mitos griegos, los celtas, los aborígenes de distintas partes de América tanto del Norte como del Sur, entre muchos otros recursos de los cuales pudo haber echado mano y los acontecimientos de naturaleza constatable en los cuales las batallas y los combates adoptan matices épicos, aunque no intervengan rasgos fantásticos en ellos. Esto no significa que lo haya hecho. Porque si eligió el continente americano está claro que su referente imaginario fue otro. No obstante, el abanico se abre hacia otros recursos. Esto es otra cosa. Una poética fundamentalmente diestra, que se atrevió a afrontarlo todo. Desde la literatura para adultos hasta la juvenil, desde la infantil hasta demostrar que era capaz de escribir libros que podían ser leídos por todas las edades a la vez, por toda clase de público simultáneamente. Tal acontecimiento escriturario unánime merece ser saludado con la celebración como parte de un virtuosismo que no conoce parangón entre las poéticas argentinas no solo contemporáneas, tan ávida de catálogos e inventarios en sus colecciones para sus escaparates y estantes. Además de por confinar a los buenos libros de las grandes creadoras a las zonas menos visibles  y menos nítidas. Las que no gozan del aval de los expertos pero no son tampoco bestsellers ¿Dónde ubicar los de Liliana Bodoc que estaban supuestamente según los formatos destinados a los adultos pero eran leídos por adolescentes o incluso niños y niñas con una cierta madurez cognitiva, ávidos por consumir ficción portadora de grandes sucesos de confrontaciones o batallas entre bandos por diversos motivos? ¿Y su nouvelle sobre la vida de Jesús, El perro del peregrino, narrada por su perro Miga de León, que de modo desafiante refiere una emasculación por adulterio a un servidor de un visir en un harén en una novela infantil/juvenil de naturaleza, lo que sucede de manera sanguinaria? O bien pacíficamente y sin beligerancia revisa los Evangelios atravesando el dogma de la Iglesia en su dimensión oficial más prescriptiva y fanática porque hacía devenir discurso poético, ficcional, derealizando una palabra que se aspira sea siempre literal, siempre ratificada según los mismos términos. El dogma de la Iglesia exigía otra clase de discurso: el normativo, de naturaleza unívoca, pero también impuesto como mandato de conducta respecto de la sexualidad. Ella no ofende a los católicos en modo alguno. Los inteligentes se dejan conmover con este libro. Los santurrones recelan. Pero si uno sabe leer entrelíneas ese libro descubrirá de inmediato la revisión a que somete el relato bíblico, que no es palabra revelada en ese marco sino fábula de una historia que jamás pierde benevolencia pero en la cual hay violencia, hay toda una serie de emociones que el relato oficial tiende por lo general a encubrir o disimular. Y a subrayar los rasgos más virtuosos de una figura como la de Jesús. Para Bodoc esa es palabra sagrada que en todo caso merece respeto. Es palabra que puede ser recreada sobre todo como discurso poético, por lo tanto traducido en un alto nivel de atributos connotativos (como casi toda su prosa), no denotativo, motivo por el cual elementos ficcionales ingresan al orden de las historias de modo indudable. Ello no significa que adultere los Evangelios. Sino que se  permite una recreación libre de sus zonas más ricas y más permeables a ser narradas con espíritu creativo incluso mediante otros narradores, como para el caso un pequeño perro, una mascota fiel. Este es otro libro que ha de haber despertado repudio, descalificación entre los escritores o bien de culto de las poéticas argentinas o bien los de naturaleza atea o bien aquellos que la consideraron una materia con la que entrometerse era sinónimo de una fe anticuada. Era imperdonable en una narradora que para los bienpensantes escritores abordara tema semejante porque consagrarse en la ficción a un relato de la vida de Jesús era ser una escritora preocupada por temas que no eran profanos ni ensayaban la experimentación (lo que no es cierto si uno lee la nouvelle) sino cuya preocupación era la de narrar capítulos conservadores de la sociocultura de los católicos. Era materia que llamaba a ser desdeñada, descalificada cuando no abiertamente despreciada. Ahora bien: no hace falta sino echar una mirada a la  maestría con que crea el personaje del Satanás para comprender su capacidad creativa desplegada con el objeto de generar atmósferas y personajes, climas y acciones. Atributos de un  personaje que no es exactamente divino sino que posee poderes producto de que es un ángel caído, más capaz de tentar y seducir que de hacer milagros. Bodoc se manifiesta interesada en la maldad. Una vez más el sentido de la ética es lo que queda expresamente puesto en un  primer plano en su ficción en virtud de que interviene para poner en interacción a un ser divino con un ser que lo fue pero que por soberbia optó por su caída según lo narra la Biblia. El recorte que hace Bodoc, la estampa, el clima con que recrea la figura de Satanás estremece. Pocas veces la he visto realizada con tal eximia factura.

     También en Liliana Bodoc nos encontramos con la novela histórica en la cual la Revolución de Mayo como marco contextual se cruza con una historia de amor de otra clase de emancipación que no resulta ser precisamente de las más pacatas sino que es de naturaleza claramente profana y alimenta fantasías de todo tipo en el marco de la adolescencia, a la cual está dirigida, de modo respetuoso, sin golpes bajos ni tampoco un discurso que llama al descontrol o al desorden de las pasiones. Nuevamente ensaya aquí otras técnicas narrativas. La novela histórica, lo sabemos, es por esencia conflicto entre el orden de lo constatable y el referente imaginario. Un tira y afloje entre ambos imbuyendo de una tensión a la obra literaria que puede distinguirse o no pero que latente está. Y todo el ciclo consagrado a los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire, contiene elementos tan heterogéneos y de tal infinita riqueza que nos permite percibir la originalísima dimensión en el orden de la invención tanto como de abordaje de contenidos con matices poéticos nuevamente connotativos de esta creadora irreprochable que fue Liliana Bodoc en su dimensión ilimitada al momento de concebir historias o tramas. Pero también el abordaje de las mismas. Esta es la clave en Bodoc. El alto valor connotativo de su discurso poético. Estos libros narran historias tan distintas con una pericia que no se parece a nada. Son múltiples sus argumentos, variados, producen matices, inclusión de la ética en sentido positivo o negativo, lo que como vimos es un asunto de naturaleza recurrente en esta narradora.



     Diría de su ficción infantil sin temor a equivocarme en modo alguno que es de naturaleza experimental. No corrobora modelo anterior alguno. No ratifica el relato infantil o juvenil tradicional ni el cuento popular que por lo general trabaja a partir de fórmulas. Indaga, urde, busca de modo obstinado formas nuevas y con capacidad imaginativa inaudita inaugura nuevas maneras de hacer narrativa infantil desde la innovación para "ser" de otro modo en la infancia. De esos niños y niñas se aspira a que gracias al acercamiento a esa ficción también puedan adquirir nociones y un trato hacia el semejante que sea no necesariamente edificante (lo que sería moraleja por no decir moralina) pero sí un tratamiento hacia la alteridad en tanto que semejante desde la dignidad. Para que la infancia aprecia el cosmos, el universo desde otro lugar a partir de formas literarias de avanzada. Para promover conductas y pensamientos probablemente más elevados o, quizás (sobre todo) más complejos. Escribe nada menos que poemas para niños, lo que representa un desafío de naturaleza sin superlativa en  una narradora. Imagina mundos alternativos con leyes, normas, pueblos, ciudades, seres inusitados, concebidos como producto de su calidad imaginación narrativa. Como por ejemplo dragones que circulan por la ficción de un díptico que estaba pensado como una tetralogía que no llegó a terminar en virtud de que la alcanzó llegó su partida. Y, sin pretender agotar una poética excepcional en nuestro país, escribe contra la discriminación y la persecución del diferente o del distinto en términos normativos una ficción que guarda con el referente social una dimensión ajustada y claramente en consonancia con los hechos. En este caso efectivamente realista porque así debe ser para ser claros y eficaces a la hora de la crítica. La magia aquí queda abolida. No se mueve un ápice de su posición libertaria, por dentro de la cual, como para coronar esta poética deslumbrante, concibe, identifica, formula, luego para inaugurar un lugar para la mujer que resemantiza y resignifica a partir del cual el referente imaginario permita revisar críticamente en el orden de la realidad social tal como se la concebía hasta la fecha. Un lugar para la mujer al que aspira en la sociedad por las que pocas poéticas, tan pretendidamente progresistas y ponderadas por virtuosas o por su alto grado de perfección en el uso de intertextos implícitos o explícitos, capacidad teórica, uso de la teoría literaria y un ponderado afán exploratorio, cuando no iconoclasta, tan llena de prestigios, jamás repara en el semejante al que ella consagró su poética casi en forma total. Debería ser revisado seriamente el canon argentino a la luz de una crítica que de modo autocrítico esté alerta. Un canon en el seno del cual poéticas consagradas están gastadas de tanto que se ha hablado de ellas o bien en otro punto han aportado más o menos todas apuntando hacia los mismos aportes. Y un canon que resignifique otras poéticas que han quedado relegadas o en su defecto son mal leídas. Se hace una lectura de ellas simplista. Y en los peores casos abiertamente son ignoradas por falta de lecturas. Y me refiero al canon particularmente académico, para ubicar en el merecido lugar que corresponde por investidura estética a una creadora que lo abordó todo y todo lo puso en cuestión. Sin acudir a la violencia hacia sus adversarios ni a la confrontación, sino pacificando pero sin embargo sin dejar de acudir a la escritura insurgente. Fue un caso que no se repetirá. No en estos términos al menos. Lo hizo desde el orden imaginario proyectándose hacia el orden de lo real concibiendo propositivamente a cambio una poética alternativa, constructiva, de una coherencia total con principios en los que el semejante fuera éticamente reconsiderado en un tiempo histórico como el presente de naturaleza tan atroz como desconsiderada hacia el prójimo. Liliana Bodoc se entrometió con el poder. En ese entredicho salió victoriosa. Esa lucha tuvo lugar en varios frentes. Todo lo que silenciaba. Todo lo que inhibía la libertad subjetiva. Todo lo que destruía al semejante bajo la forma de la discriminación o la mordaza, la represión o la desconsideración. Todas las matrices del poder que profanaban la noción de dignidad fueron puestas en jaque. Deploró de la infamia, la inmoralidad y la amoralidad (dos conceptos tan nocivos para el entendimiento humano tanto en el orden del pensamiento como del comportamiento). Jamás se quedó cruzada de brazos, esto es, jamás calló, cuando hubo que tomar partido y tal vez, y solo tal vez, esa virtud es la que a mis ojos le atribuye más noción de grandeza, junto con una humildad sin parangón de un modo que manifestado bajo esta forma, no he conocido en las poéticas argentinas. Al menos en lo que va de mi vida. Puede que Griselda Gambaro sea la otra figura de naturaleza pública que por humildad manifiesta, sentido de apertura y aprecio de la libertad disponga de similar atributo de carácter que como una gemela del sueño se le acerca con iguales principios pero con poéticas radicalmente distintas (si bien por ejemplo ambas escribieron para niños y por lo visto Bodoc también teatro póstumo, aunque no fue precisamente una dramaturga). Y la reconozco indudablemente en la grandeza de dos autoras argentinas entrañables: Adela Basch y Susana Szwarc. Como para cerrar este artículo diría algo que no pasaría de largo por la poética de Liliana Bodoc. Merece nuestro respeto nos solo como creadora sino como persona de una integridad de naturaleza intachable. Haya o no adhesión a su poética hasta donde he podido apreciar por parte de creadores incluso que están en sus antípodas se la respeta. Se la respeta como creadora que asumió su oficio con sentido de responsabilidad literaria y con seriedad. Si como en mi caso, agrego a ello su radical originalidad, su entrañable personalidad y su innovación en tantos frentes, me parece que no hay demasiadas cosas que agregar para volverla una figura que señala un hito por dentro de las poéticas argentinas y en lengua española.

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