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jueves, 3 de octubre de 2019

La verdadera historia de La hormiguita viajera


Por María Cristina Alonso


“El premio lleva el nombre de un personaje muy caro a la infancia de los chicos de las décadas del cuarenta y cincuenta y que, además, es argentino”, dice Eduardo Burattini, director de la Biblioteca Madre Teresa de Virrey del Pino, La Matanza, cuando narra por qué eligió a la Hormiguita Viajera,  protagonista del cuento homónimo de Constancio C. Vigil para nombrar al premio que, desde hace diez añosdistingue a los hacedores de la Literatura infantil y juvenil de Argentina y Latinoamérica.




Ilustración de Virginia Piñón

Es que la hormiguita exploradora que, a lo largo del cuento, se transforma en viajera, se convirtió en un personaje clásico de la literatura para niños a la par de la Tortuga Manuelita, Caperucita roja, el ratón Pérez o Pinocho.Su autor, Constancio C. Vigil (1876-1954), un uruguayo que recaló en Buenos Aires donde fundó la Editorial Atlántida-empresa que creó publicaciones emblemáticas como El Gráfico, Para ti, La Chacra-  ideó tambiénBilliken, una revista destinada a los niños cuyo primer número salió en 1925.



Además de revistas, la editorial Atlántida publicó libros, muchos de los cuales fueron utilizados como textos escolares. El objetivo de Vigil se ubicaba en un escalón muy alto, quería que sus escritos-según lo señala Paula Bontempo, que ha estudiado concienzudamente la obra de Vigil-sirvieran de guía para orientar a la humanidad hacia una regeneración moral. Se basaba en tres pilares: el amor al prójimo, a la naturaleza y a los animales; una vuelta hacia la espiritualidad y a los valores cristianos de sencillez, humildad y caridad.

Aunque lo más interesante de su obra está en los cuentos para niños que reunió en el libro  La escuela de la señorita Susana, también desarrolló sus ideas sobre la infancia en libros como La Educación del hijo, una especie de manual con recomendaciones para madres en los que mezclaba conceptos extraídos del campo de la medicina con los discursos pedagógicos circulantes.



Tanto en sus libros como en la revista Billiken, Vigil propone educar niños autónomos, capaces de observar a la naturaleza y ejercitar manualidades, por ejemplo, haciendo sus propios juguetes. Quien haya tenido en sus manos de niño un Billiken, sabrán de qué hablo. Casas de Tucumán para recortar y armar, juegos de mesa para pegar sobre cartulina, muñecas de papel con vestidos intercambiables.




Pero Constancio C. Vigil no sólo escribía para niños autónomos, sino también  obedientes, que prefirieran jugar en el patio de la casa o en la plaza y no en la calle peligrosa. Escribía para niños que fueran ordenados, pulcros y respetuosos, para niños escolarizados, pero era leído por todos, también por los chicos que se pelaban las rodillas en las veredas, que andaban toda la tarde en bicicleta merodeando el barrio y se hacían la rabona. La literatura, por más moralina que contenga, no puede predecir los usos que de ella se hace ni quién será el verdadero destinatario.

Muchas de las ficciones que Vigil publicó en diversos soportes, tienen un tono moralista. Sin embargo, lo más interesante de su producción fueron las fábulas de animales entre las que se destacan Misia Pepa, el Mono Relojero y nuestra Hormiguita Viajera.




Constancio quería desalojar lo que para él eran “los horrendos” cuentos de la editorial Saturnino Calleja que reproducían algunos clásicos de Hans Christian Andersen, Perrault, los hermanos Grimm o de Las mil y una noches. Según Vigil sus cuentos eran superadores de madrastras, ogros malvados y brujas siniestras, lobos feroces y monstruos, todos al acecho de niños abandonados, porque sus historias constituían-son sus palabras-“un magno beneficio educativo y social”.

Cuentos que entretienen y aleccionan, así concibió sus ficciones. Sin embargo, los lectores elidieron la moralina gracias a la simpatía de personajes tan recordables como el Momo Relojero, Misia Pepa y la inefable hormiguita viajera de la que estamos contando la verdadera historia.

Es un cuento de camino. La historia comienza cuando una hormiguita exploradora sale de su hormiguero a buscar cosas útiles para sus compañeras para volver con la noticia. El hormiguero está en el impreciso campo cuya entrada se sitúa junto a una piedra grande. En el mundo que construye Vigil no hay localizaciones geográficas pero el lector se instala inmediatamente en un paisaje conocido. Ya no bosques tenebrosos y castillos medievales, sino campo, río, piedra.



La mala suerte de la hormiguita la hace reparar en una servilleta que unos hombres que medían el terreno habían desplegado para la merienda. Cuando terminan, recogen el pan y la servilleta y se llevan a la hormiguita dentro de una valija.

Liberada tiempo después, la hormiguita exploradora que “creía conocer el mundo” se encuentra desorientada en un espacio desconocido. Y es ahí donde la exploradora se convierte en viajera porque, para volver a su casa, debe iniciar un viaje y, en cualquier viaje -ya se sabe- se encuentra todo lo bueno y todo lo malo. Desde Ulises en adelante, los relatos del que busca el camino de regreso han abultado la historia de la literatura universal.


El sentido de este cuento es el regreso. No se viaja para conocer, sino para volver y, en ese regreso, como el de Odiseo, encuentra un aguacil que le indica un camino al voleo, un caracol que le habla de lo enorme y ancho que es el mundo, un bicho colorado que vive a la intemperie, una tortuga que la lleva en su lomo, una amenazadora víbora que casi la devora, una abeja admonitora que le recomienda que no se suba a cosas desconocidas y procure volver a su casa, una hormiga que no le brinda ayuda porque pertenece a otro hormiguero, un cascarudo que le enumera a todos los seres peligrosos que puede encontrar por el camino: el Sapo huevero, los Ratones Campesinos, los benteveos y las cigüeñas. Y le aconseja: “Yo haría un agujero en la tierra para esconderme”.

La langosta, en cambio, le plantea otro panorama a la hormiguita: le dice que viajar es interesante porque se conoce mucha gente y “te diviertes con lo que nunca viste”. Pero la hormiguita, aterrorizada, le dice que ella prefiere volver al hogar, estar entre los suyos, en el mundo conocido. A la felicidad de ir y venir por donde se le antoja de la langosta, la hormiguita contrapone su deseo de volver a pisar tierra conocida. Presentes las dos concepciones, la del aldeano apegado a su tierra y la del viajero permanente. Ya vamos a ver hacia dónde va la moraleja.

La hormiguita sueña y se despierta en medio de una tormenta. Una pata se le resiente, pero aquí la heroína es auxiliada por el Manchado, un grillo renegrido y brillante que la lleva ante el doctor Largartija que atiende sobre una ancha piedra rodeada de hierbas. Un médico que no es peligroso -si está en horario de consulta (de lo contrario se come a los seres pequeños)- y que le hace prometer a la hormiguita que, cuando se mejore, no olvidará de pagarle la consulta. En el mundo Vigil, nada es completamente gratis.




Le sucederán otros encuentros. Un ratón mentiroso al que la hormiguita regañará, una abeja, una luciérnaga y una avispa que finalmente le indica el camino de regreso a casa.

Claro que, como todo viajero, sufre el mal del regreso. La hormiguita vuelve cambiada, está sucia y, acaso, ha hecho nuevos aprendizajes en sus aventuras de camino y produce, entre sus compañeras, mucha desconfianza. Debe ser reconocida por las más viejas y finalmente, la reina la recibirá y elogiará su voluntad para sobreponerse. “Bendita sea la indomable energía de nuestra especie–dice- que quede tu experiencia como ejemplo para que ninguna hormiga de mi reino se aventure, sin mi permiso, a lo desconocido”.

Cercana a las fábulas de Esopo y de Samaniego, la hormiga -como otros animales de los cuentos de Vigil- llevan implícita una moraleja que no deja dudas. En este caso advierte a los niños sobre los peligros del afuera. Inserto en el libro La escuela de la Señorita Susana, y publicado en 1927, el cuento de la hormiguita fue leído por los alumnos de primer grado ya que fue seleccionado como lectura por el Consejo Nacional de Educación.

La hormiga fue evaluada por el CNE, publicitada en Billiken como los otros cuentos de La escuelay también protagonista de una tira propia en la misma revista. La nieta de Vigil cuenta, en una entrevista, que su abuela hizo un hormiguero en su casa para poder observar el trabajo de las hormigas, para luego traspasarlo a la tira. De la naturaleza a la ficción, dice, enun recorte de diario subido a Internet sin fecha ni otros datos.


Publicada así, en distintos formatos, esta historia como otras de Vigil llegaban a un público muy amplio. Si hay algo que señalan los que estudian este fenómeno es que la Editorial Atlántidacreó un público lector que trascendía al cautivo de la escuela.

En términos de tamaño, la Hormiguita pertenece al mundo de los pequeños como Pulgarcito, los enanos, el patito feo, que le ganan a los gigantes con perseverancia, astucia y constancia.




 La hormiguita fue imaginada por dos dibujantes que la vistieron con un vestido rojo a lunares del que sobresalen unas enaguas de puntillas. En las décadas del cuarenta y cincuenta fue ilustrada por el dibujante de origen español Federico Ribas y, en la décima edición de 1966, por el artista Raúl Stévano.



Durante la década del primer peronismo, cuando  los niños fueron “los únicos privilegiados” y se resignificó a la infancia con políticas basadas en la justicia y la igualdad, con el crecimiento de la industria nacional y la aparición de un niño consumidor, aparecieron juguetes de plástico que representaban a la pequeña viajera para que siguiera la aventura de quedarse en la imaginación de los niños.


Bibliografía
Bontempo, M. P. (2013). Editorial Atlántida. Un continente de publicaciones, 1918-1936 (Tesis de doctorado inédita). Universidad de San Andrés, Victoria, Argentina.
Carli, S. (1991). Infancia y sociedad. Las mediaciones de las asociaciones, centros y sociedades populares de educación. En A.  Puiggrós (dir), Sociedad civil y Estado en los orígenes del sistema educativo argentino (pp. 13-46). Buenos Aires: Galerna.
Díaz Ronner, M. A. (2000). Literatura infantil: de “menor” a “mayor”. En E. Ducraroff (dir.), Historia crítica de la literatura argentina. La narración gana la partida. Buenos Aires: Emecé.




4 comentarios:

  1. Te leo y puedo escuchar tu voz. 😊 Gracias!

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  2. Este cuento la contaba mamá cuando yo era muy niñita. Solovrecordaba el título y la imajen . Hoy con consciencia adulta, muchos am ños después del relato de mi madre lo leo,yveo como éste cuent fábula marcó mi vida.

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