Por María Cristina Alonso
“El premio lleva el
nombre de un personaje muy caro a la infancia de los chicos de las décadas del
cuarenta y cincuenta y que, además, es argentino”, dice Eduardo Burattini,
director de la Biblioteca Madre Teresa de Virrey del Pino, La Matanza, cuando
narra por qué eligió a la Hormiguita Viajera,
protagonista del cuento homónimo de Constancio C. Vigil para nombrar al
premio que, desde hace diez añosdistingue a los hacedores de la Literatura
infantil y juvenil de Argentina y Latinoamérica.
Ilustración de Virginia Piñón
Es que la hormiguita
exploradora que, a lo largo del cuento, se transforma en viajera, se convirtió
en un personaje clásico de la literatura para niños a la par de la Tortuga
Manuelita, Caperucita roja, el ratón Pérez o Pinocho.Su autor, Constancio C.
Vigil (1876-1954), un uruguayo que recaló en Buenos Aires donde fundó la Editorial
Atlántida-empresa que creó publicaciones emblemáticas como El Gráfico, Para ti,
La Chacra- ideó tambiénBilliken, una
revista destinada a los niños cuyo primer número salió en 1925.
Además de revistas,
la editorial Atlántida publicó libros, muchos de los cuales fueron utilizados
como textos escolares. El objetivo de Vigil se ubicaba en un escalón muy alto,
quería que sus escritos-según lo señala Paula Bontempo, que ha estudiado concienzudamente
la obra de Vigil-sirvieran de guía para orientar a la humanidad hacia una
regeneración moral. Se basaba en tres pilares: el amor al prójimo, a la
naturaleza y a los animales; una vuelta hacia la espiritualidad y a los valores
cristianos de sencillez, humildad y caridad.
Aunque lo más
interesante de su obra está en los cuentos para niños que reunió en el
libro La escuela de la señorita Susana,
también desarrolló sus ideas sobre la infancia en libros como La
Educación del hijo, una especie de manual con recomendaciones para
madres en los que mezclaba conceptos extraídos del campo de la medicina con los
discursos pedagógicos circulantes.
Tanto en sus libros
como en la revista Billiken, Vigil propone educar niños autónomos, capaces de
observar a la naturaleza y ejercitar manualidades, por ejemplo, haciendo sus
propios juguetes. Quien haya tenido en sus manos de niño un Billiken, sabrán de
qué hablo. Casas de Tucumán para recortar y armar, juegos de mesa para pegar
sobre cartulina, muñecas de papel con vestidos intercambiables.
Pero Constancio C. Vigil
no sólo escribía para niños autónomos, sino también obedientes, que prefirieran jugar en el patio
de la casa o en la plaza y no en la calle peligrosa. Escribía para niños que
fueran ordenados, pulcros y respetuosos, para niños escolarizados, pero era
leído por todos, también por los chicos que se pelaban las rodillas en las veredas,
que andaban toda la tarde en bicicleta merodeando el barrio y se hacían la
rabona. La literatura, por más moralina que contenga, no puede predecir los usos
que de ella se hace ni quién será el verdadero destinatario.
Muchas de las
ficciones que Vigil publicó en diversos soportes, tienen un tono moralista. Sin
embargo, lo más interesante de su producción fueron las fábulas de animales
entre las que se destacan Misia Pepa, el Mono Relojero y nuestra Hormiguita Viajera.
Constancio quería
desalojar lo que para él eran “los horrendos” cuentos de la editorial Saturnino
Calleja que reproducían algunos clásicos de Hans Christian Andersen, Perrault,
los hermanos Grimm o de Las mil y una noches. Según Vigil sus cuentos eran superadores
de madrastras, ogros malvados y brujas siniestras, lobos feroces y monstruos,
todos al acecho de niños abandonados, porque sus historias constituían-son sus
palabras-“un magno beneficio educativo y social”.
Cuentos que
entretienen y aleccionan, así concibió sus ficciones. Sin embargo, los lectores
elidieron la moralina gracias a la simpatía de personajes tan recordables como
el Momo Relojero, Misia Pepa y la inefable hormiguita viajera de la que estamos
contando la verdadera historia.
Es un cuento de
camino. La historia comienza cuando una hormiguita exploradora sale de su
hormiguero a buscar cosas útiles para sus compañeras para volver con la
noticia. El hormiguero está en el impreciso campo cuya entrada se sitúa junto a
una piedra grande. En el mundo que construye Vigil no hay localizaciones
geográficas pero el lector se instala inmediatamente en un paisaje conocido. Ya
no bosques tenebrosos y castillos medievales, sino campo, río, piedra.
La mala suerte de la
hormiguita la hace reparar en una servilleta que unos hombres que medían el
terreno habían desplegado para la merienda. Cuando terminan, recogen el pan y
la servilleta y se llevan a la hormiguita dentro de una valija.
Liberada tiempo
después, la hormiguita exploradora que “creía conocer el mundo” se encuentra
desorientada en un espacio desconocido. Y es ahí donde la exploradora se
convierte en viajera porque, para volver a su casa, debe iniciar un viaje y, en
cualquier viaje -ya se sabe- se encuentra todo lo bueno y todo lo malo. Desde
Ulises en adelante, los relatos del que busca el camino de regreso han abultado
la historia de la literatura universal.
El sentido de este
cuento es el regreso. No se viaja para conocer, sino para volver y, en ese
regreso, como el de Odiseo, encuentra un aguacil que le indica un camino al
voleo, un caracol que le habla de lo enorme y ancho que es el mundo, un bicho
colorado que vive a la intemperie, una tortuga que la lleva en su lomo, una
amenazadora víbora que casi la devora, una abeja admonitora que le recomienda
que no se suba a cosas desconocidas y procure volver a su casa, una hormiga que
no le brinda ayuda porque pertenece a otro hormiguero, un cascarudo que le
enumera a todos los seres peligrosos que puede encontrar por el camino: el Sapo
huevero, los Ratones Campesinos, los benteveos y las cigüeñas. Y le aconseja:
“Yo haría un agujero en la tierra para esconderme”.
La langosta, en
cambio, le plantea otro panorama a la hormiguita: le dice que viajar es
interesante porque se conoce mucha gente y “te diviertes con lo que nunca
viste”. Pero la hormiguita, aterrorizada, le dice que ella prefiere volver al
hogar, estar entre los suyos, en el mundo conocido. A la felicidad de ir y
venir por donde se le antoja de la langosta, la hormiguita contrapone su deseo
de volver a pisar tierra conocida. Presentes las dos concepciones, la del
aldeano apegado a su tierra y la del viajero permanente. Ya vamos a ver hacia
dónde va la moraleja.
La hormiguita sueña y
se despierta en medio de una tormenta. Una pata se le resiente, pero aquí la
heroína es auxiliada por el Manchado, un grillo renegrido y brillante que la
lleva ante el doctor Largartija que atiende sobre una ancha piedra rodeada de
hierbas. Un médico que no es peligroso -si está en horario de consulta (de lo
contrario se come a los seres pequeños)- y que le hace prometer a la hormiguita
que, cuando se mejore, no olvidará de pagarle la consulta. En el mundo Vigil,
nada es completamente gratis.
Le sucederán otros
encuentros. Un ratón mentiroso al que la hormiguita regañará, una abeja, una
luciérnaga y una avispa que finalmente le indica el camino de regreso a casa.
Claro que, como todo
viajero, sufre el mal del regreso. La hormiguita vuelve cambiada, está sucia y,
acaso, ha hecho nuevos aprendizajes en sus aventuras de camino y produce, entre
sus compañeras, mucha desconfianza. Debe ser reconocida por las más viejas y
finalmente, la reina la recibirá y elogiará su voluntad para sobreponerse. “Bendita
sea la indomable energía de nuestra especie–dice- que quede tu experiencia como
ejemplo para que ninguna hormiga de mi reino se aventure, sin mi permiso, a lo
desconocido”.
Cercana a las fábulas
de Esopo y de Samaniego, la hormiga -como otros animales de los cuentos de
Vigil- llevan implícita una moraleja que no deja dudas. En este caso advierte a
los niños sobre los peligros del afuera. Inserto en el libro La
escuela de la Señorita Susana, y publicado en 1927, el cuento de la
hormiguita fue leído por los alumnos de primer grado ya que fue seleccionado
como lectura por el Consejo Nacional de
Educación.
La
hormiga fue evaluada por el CNE, publicitada en Billiken como los otros cuentos
de La
escuela…y también
protagonista de una tira propia en la misma revista. La nieta de Vigil cuenta,
en una entrevista, que su abuela hizo un hormiguero en su casa para poder
observar el trabajo de las hormigas, para luego
traspasarlo a la tira. De la naturaleza a la ficción, dice, enun recorte de
diario subido a Internet sin fecha ni otros datos.
Publicada
así, en distintos formatos, esta historia como otras de Vigil llegaban a un
público muy amplio. Si hay algo que señalan los que estudian este fenómeno es
que la Editorial Atlántidacreó un público lector que trascendía al cautivo de
la escuela.
En
términos de tamaño, la Hormiguita pertenece al mundo de los pequeños como
Pulgarcito, los enanos, el patito feo, que le ganan a los gigantes con
perseverancia, astucia y constancia.
La hormiguita fue imaginada por dos dibujantes
que la vistieron con un vestido rojo a lunares del que sobresalen unas enaguas
de puntillas. En las décadas del cuarenta y cincuenta fue ilustrada por el
dibujante de origen español Federico Ribas y, en la décima edición de 1966, por
el artista Raúl Stévano.
Durante la década del primer peronismo, cuando los niños fueron “los únicos privilegiados” y
se resignificó a la infancia con políticas basadas en la justicia y la
igualdad, con el crecimiento de la industria nacional y la aparición de un niño
consumidor, aparecieron juguetes de plástico que representaban a la pequeña
viajera para que siguiera la aventura de quedarse en la imaginación de los
niños.
Bibliografía
Bontempo, M. P. (2013). Editorial Atlántida. Un
continente de publicaciones, 1918-1936 (Tesis de doctorado inédita).
Universidad de San Andrés, Victoria, Argentina.
Carli, S. (1991). Infancia y sociedad. Las mediaciones de las
asociaciones, centros y sociedades populares de educación. En A. Puiggrós
(dir), Sociedad civil y Estado en los orígenes del sistema educativo
argentino (pp. 13-46). Buenos Aires: Galerna.
Díaz Ronner, M. A. (2000). Literatura infantil: de “menor” a
“mayor”. En E. Ducraroff (dir.), Historia crítica de la literatura argentina.
La narración gana la partida. Buenos Aires: Emecé.
Grosa!!!!
ResponderBorrarTe leo y puedo escuchar tu voz. 😊 Gracias!
ResponderBorrarQué lindo, me gustaría saber quién sos, también para recordarte.
BorrarEste cuento la contaba mamá cuando yo era muy niñita. Solovrecordaba el título y la imajen . Hoy con consciencia adulta, muchos am ños después del relato de mi madre lo leo,yveo como éste cuent fábula marcó mi vida.
ResponderBorrarMaria Cristina...excelente reseña, muy completo articulo. Y muy ilustrativo ver tantas ilustraciones de este personaje tan entrañable.
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