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lunes, 30 de septiembre de 2019

Premio Nacional y Latinoamericano de LIJ La hormiguita viajera


Entrevista a Eduardo Burattini, director bibliotecario de la Biblioteca Madre Teresa de Virrey del Pino
por María Cristina Alonso



El premio cumple 10 años y es otorgado por la Biblioteca Madre Teresa de Virrey del Pino, La Matanza, fundada en 1998. Eduardo Burattini, su bibliotecario director se propuso, junto con la comisión que lo secunda, abocarse a la tarea de la promoción, fomento y animación de la lectura. Incontables hacedores de la literatura infantil y juvenil pasaron por esta biblioteca ubicada en el tercer cordón del conurbano: Graciela Cabal, Sandra Comino,  Guadalupe Noble, Mercedes Perez Sabbi, entre otras reconocidas escritoras, así como también titiriteros, ilustradores, hombres y mujeres de teatro. Una tarea dirigida sobre todo a niños y jóvenes de la comunidad. Burattini nos cuenta la génesis del premio que hoy  distingue a hacedores de la LIJ:

¿Cómo nació el premio?

El  2009 para mí fue un año bisagra, un año en donde tuve mucho tiempo para reflexionar porque fue el año en que me operé del corazón. Fue una operación compleja que requirió de mucho tiempo de preparación y de pos operatorio. En ese largo tiempo  en que yo estaba a media máquina surgió la idea del premio.

Como no sabía si iba a volver de la operación porque era muy grande y complicada, quise dejar establecido un agradecimiento por lo que habían significado en mi formación como lector y en mi vida laboral, los escritores, ilustradores, bibliotecarios, narradores, docentes, y también las instituciones como la escuela y las bibliotecas.

¿Y por qué le diste el nombre de Hormiguita viajera?

La hormiguita viajera fue uno de los primeros cuentos que mi mamá me leyó. Aprendí a leer alrededor de los cuatro años. Fue mi madre la que me enseñó a leer con  el libro Upa de Constancio C. Vigil.

Pronto cumpliré 58 años, así que hace 54 años que estoy con la lectura, soy producto de los libros, de la cultura, y este personaje marcó mi infancia, me acompañó en la primaria desde las carátulas de los cuadernos de tapa dura y desde un cuadro colgado en mi aula de tercer grado, que había pintado mi madre que se dedicaba a la pintura. Así que hay toda una conexión de cariño y de amor con la hormiguita. Además, porque es un personaje de aquí, nacido en el Río de La Plata.

La obra de Vigil marcó mi infancia. Leí las revistas Billiken que recibía semanalmente. Además me había criado con las ediciones primeras de sus  cuentos que había heredado de la infancia de mis tíos y de mi madre. La hormiguita y los personajes de Vigil, y la moralina Vigiliana me acompañaron desde muy chico.

El premio nace como un agradecimiento de alguien que como lector se formó gracias a todos esos personajes, a todas esas revistas, a todos esos libros que contenía cuentos, leyendas. Vienen a mi memoria y se agolpan muchos recuerdos como la colección Fabulandia de la Editorial  Codex que me permitía nadar por el ancho mar de las leyendas, no solo de América,  sino del mundo; por cuentos de la tradición japonesa y china con dragones, con príncipes, con samuráis. Y después todos los cuentos de tradición clásica: los de Andersen, de los hermanos Grimm, de Perrualt y las fábulas de Iriarte, Samaniego, de Esopo. Todos ellos fueron marcando un recorrido y después los maestros y profesores que me hicieron crecer como lector. Recuerdo a la profesora que me hizo amar a García Lorca, aprendí a leer a Vasconcelos con Mi planta de naranja lima, a Pablo Neruda, al Cortázar que estaba semi prohibido y lo leíamos a escondidas.




La hormiguita viajera nace como un agradecimiento a todos y a todas de ayer, de hoy y de siempre que se han dedicado, se dedican y se dedicarán a promover, especialmente en los niños y en los jóvenes, el amor por el libro, por la lectura, por el pensamiento. Yo creo mucho en el lector crítico y autónomo y, a partir de que fortalezcamos y permitamos a los seres humanos convertirse en lectores autónomos y críticos, vamos a tener ciudadanos comprometidos con la realidad  y las necesidades de sus comunidades.

 Por eso nace el Premio La hormiguita viajera, como un canto de agradecimiento a todas y todos, conocidos y no conocidos, que dedican su tiempo y su creatividad a promover, recrear y animar la literatura infantil y juvenil.




sábado, 28 de septiembre de 2019

Versiones ilustradas de la hormiguita viajera

 La ilustradora Tété Cirigliano nos envía su hermosa versión del personaje de Constancio C. Vigil

Teté  Cirigliano Ilustradora
Instagram Tetecirigliano18

Email de contacto tetecirigliano@gmail.com


Una nueva Jornada de Literatura y otredad, y ALIJA nos envía al Hormiguero la invitación...!!!

ATENCIÓN HORMIGUERO...., nos llega la info y la invitación por parte de ALIJA...!!!


Estimados/as 

Con mucha alegría queremos contarles que en el marco de nuestro programa de Literatura y Otredad, realizaremos una nueva jornada el próximo sábado 19 de octubre, en la Sala María Elena Walsh de la Biblioteca del Congreso de la Nación.
La temática que abordaremos será: Representaciones de las... ¿minorías? Una invitación a reflexionar sobre sus construcciones a través del arte.

En esta oportunidad nos acompañarán Márgara Averbach, Martín Blasco, Laura Ávila, Mónica Weiss, Uri Gordon y Virginia Unamuno como disertantes. El momento de taller estará a cargo de Claudia Cadenazzo y Déborah Telias.


Adjuntamos el flyer y los/as esperamos y agradecemos la difusión de esta jornada.
Informes e inscripción: infoalija@gmail.com.

Guillermo Saavedra: la poesía infantil insurgente


por Adrián Ferrero





     Pancitas argentinas (2000) es un poemario infantil que, evidentemente, ya forma parte de una línea de trabajo que identifica el proyecto creador del poeta argentino, editor y periodista cultural Guillermo Saavedra. Porque a él prosiguieron otros dos de similar índole: Cenicienta no escarmienta (2003) y Mi animal imposible (2012), conformando una trilogía.

     Hay una serie de singularidades de estos libros que los vuelven de una insularidad notable dentro del panorama, por lo menos argentino, de la lírica infantil. En primer lugar precisamente ese dato: están orientados para un público de ocho años en adelante, aproximadamente. En segundo lugar es rimado, siguiendo distintas formas si bien suelen ser relativamente regulares. Y, finalmente, está pensado, parcialmente, como un conjunto de biografías de niños o niñas. En este sentido, me recordó en el marco de los libros para adultos las Vidas imaginarias de Marcel Schwob. Pero tan solo en  ese sentido, en la idea de jugar con biografías y ficcionalizarlas y, en todo caso particular, darles forma de poema. Es aquí donde se revela la enorme capacidad imaginativa para la creación de vidas de ficción protagonizadas, al menos en la primera parte del libro, por niños. En la segunda y última parte, titulada “Tremendas historias (con chinos, gatos, queso y achicoria)”, el poemario se desplaza en un sentido más amplio de situaciones, contextos y personajes. Ya no se tratará de biografías imaginarias de niños exclusivamente, de “gente menuda”

     Lo que resulta llamativo en el presente libro no solo es que se trate de poesía infantil, como dije. rimada. Sino que adopta en orden a sus contenidos el así llamado nonsense o disparate, cuyo origen suele afirmarse es oriundo de ciertas composiciones de Inglaterra, cuyo exponente más sobresaliente es Alicia en el país de las maravillas (1865) y Alicia a través del espejo (1871), su continuación, entre otras creaciones del autor británico Lewis Carroll. En Argentina, hay una “Gran madre textual” como podría haberla llamado  el crítico literario Nicolás Rosa refiriéndose a la figura de Borges en uno de sus libros. En efecto, María Elena Walsh trabajó esta línea estética en poemas, canciones y cuentos. También obras de teatro y films. Un ejemplo es, por ejemplo, su libro Zoo loco (1965),  entre muchos otros. De modo que existiría esta figura precursora de María Elena Walsh, un referente ineludible que sin lugar a dudas Guillermo Saavedra conoce y reconoce como un antecedente, porque en algún sentido la figura de la autora infantil argentina se presenta como intertexto. Por la misma razón, el libro de Guillermo Saavedra se inscribiría en el marco de una tradición que él proseguiría con maestría, con matices propios y una notable capacidad imaginativa. Quiero decir: Saavedra no es un epígono de Walsh. Muy por el contrario, revela a las claras su radical originalidad introduciendo otros temas, otras inflexiones, variantes y temas propios que evidentemente Walsh no abordó y que a él sí le interesan muy especialmente. Uno de ellos es el deporte  (el fútbol, el básquet), la danza, entre otras actividades vinculadas a niños y adolescentes en los que Walsh no pareciera haber indagado en su poética. Reconozcamos también que los tiempos han cambiado, las figuras que los niños y niñas en épocas recientes han consagrado no son las mismas y la infancia misma en tanto que construcción identitaria es otra.


     Por supuesto hay zonas de contacto con María Elena Walsh también. Pero me parece que Saavedra manifiesta una  clara independencia de criterio temático así como de formas que lo caracterizan como una figura autónoma personalísima. Por otra parte, este tipo de libros son infrecuentes. Y si sumamos a ello el citado rasgo de que pertenece a una tradición de poéticas en las que él seguiría profundizando, está claro que aspira a seguir trabajando con la suya ( porque también escribe poesía para adultos) esta variante creativa.

     Estas “biografías imaginarias” de niños y niñas que no obstante están inspiradas, según lo declara en un paratexto que encabeza el libro, en casos conocidos muy libremente, “se piden prestadas”, esto es, se insiste en la idea del niño desde el respeto. Este es un punto en el que me gustaría hacer especial hincapié. Porque Guillermo Saavedra ejerce la poesía infantil desde el respeto hacia los niños, impartiendo al adulto lecciones notables acerca de lo que considera debe serlo en relación a la infancia en todos los casos sin subestimaciones y también sin agresiones sino permanentemente desde lo lúdico así como manteniendo una ética que mantenga a resguardo de cualquier atentado a su dignidad a la niñez. Sumo a ello la posibilidad de dar al niño un espacio en el marco de estas historias versificadas una relevancia que evidentemente considera también debería tener en la vida cotidiana o bien en la literatura en general. Así, esa importancia lo volvería protagonista de poemas de los que habitualmente se los excluye o se los suma al universo adulto a partir de una perspectiva que no es la suya. Se trata, en cambio, de contemplar a la infancia desde la mirada adulta. Satelital.

     Versificar, escribir poesía para niños sobre niños, desde la mirada del niño, supone conferirles una identidad, una dignidad que  los vuelve personas capaces y con derechos de ser también personajes. Esto es: personas que ingresen en el orden de la literatura en un espacio de privilegio y también en un pie de igualdad con los adultos, habituales personajes dominantes de la literatura de todos los tiempos. El niño, de este modo, lo hace no desde el rol de un desdibujado parentesco o desde vínculos o figuras secundarios sino como sujetos éticos que merecen atención, respeto (como dije) y figuraciones concretas. La representación de la niñez resulta fundamental y en esto Saavedra está claro pone el acento. Se trata de que la niñez disponga de derechos en todos los sentidos de esta palabra. En primer lugar: el derecho, como dije, a su representación literaria. En segundo lugar, el de ser receptores de un libro (o de más de uno en su caso) que se les consagra. Es más, son sus destinatarios por excelencia. Ese libro ha sido concebido pensando en ellos. No necesariamente pensando en que sean los únicos, pero sí en que sean los receptores por excelencia, los privilegiados. Es entonces un libro protagonizado por niños para niños.

     En cuanto a los recursos, además de acudir a la ya citada rima y a una métrica determinada, ello supone una serie de repercusiones en el orden del sentido que no quisiera dejar pasar. En primer lugar si bien el poema rimado y con una métrica pareciera garantizar un cierto “orden”, estructura o armonía, una cierta estabilidad formal, al mismo tiempo Saavedra desestabiliza todo el tiempo los significados y los sentidos al acudir al nonsense, al disparate, el desparpajo, el humor, entre otros recursos. Esto genera una suerte de desconcierto en los lectores porque en algún sentido los poemas resemantizan las relaciones entre “las palabras y las cosas” entre “las palabras y los vínculos”, entre “las palabras y las relaciones” que establecen con el mundo, la configuración de la frase, esto es, una  gramática, un adjetivación, la predicación. Hay una impertinencia desde todo punto de vista. Saavedra hace astillas el orden ese orden de la pertinencia, lo convencional logrando hacer “perder el juicio” mediante un uso estratégico del lenguaje a las mentes más habituadas al sentido común, a los sistemas de significados unívocos y cerrados de ideas e interpretación. De lecturas de representaciones literarias y de lecturas interpretaciones acerca del mundo. En efecto, los poemas de Guillermo Saavedra, con virtuosismo, considero que precisamente intervienen en el orden de las significaciones rompiendo con la lógica: eso mismo es precisamente el sinsentido. No obstante, el así llamado sinsentido o nonsense sí lo tiene, y de modo elocuente. Desfamiliariza, desnaturaliza, irracionaliza marcos de referencia, rompe lo rígido, lo estipulado, lo habitual para una mente infantil o adulta.
Resultan para ellos de este modo fabulosos. Porque Saavedra nos introduce en un universo alternativo de  significados y de sentidos completamente inesperados. La vida ya no responde a esa forma llena de rituales sino que, en el marco incluso de su cotidianeidad, puede permitirse, mediante el juego de la literatura, ciertas licencias. Estas licencias que precisamente son saludables porque abren las puertas al sentido, producen un efecto de apertura, de extrañamiento (sin ser perturbadores), descolocan. Dejan fuera de lugar a los sujetos a los que la sociedad busca, precisamente, asignar un espacio normativo/compulsivo en su seno. La poética de Guillermo Saavedra subvierte y es intensamente transgresora. En el marco de la rima y el ritmo, de la métrica que pautan el sentido, aparentemente se aspira a ordenarlo. Sin embargo, en una paradoja o en un oxímoron, el significado desordena los significados y los sentidos. Forma y contenidos no están en consonancia. Se introduce así un  “caos” que invita a repensar el mundo desde la libertad subjetiva, desde múltiples perspectivas y a reflexionar a fondo (desde lo perceptivo y desde lo intelectivo) acerca de lo que ya no es  habitual. Guillermo Saavedra hace estallar los significados y las estructuras de pensamiento en el marco de las cuales se aspira a asignar atributivamente según un criterio adulto un lugar a la mente infantil en el seno de la sociedad. La poética de Saavedra, entonces, corre al sujeto infantil de ese espacio en el que según las expectativas adultas debería estar ubica. Así, desubicado, desconcierta. Es desafiante y es cuestionador del orden social imperante porque promueve desde la lectura un impacto en el orden de lo real que lo modifica desde la ideología. Una lectura que tampoco es la lineal que suele darse en la prosa, traducida en el lenguaje instrumental por excelencia, como lo saben muy bien quienes especialmente se han consagrado a la lírica y han reflexionado sobre ello, como de seguro lo ha hecho Saavedra. En efecto, la poesía rompe, destruye, hace astillas de modo insumiso (en palabras de la escritora María Negroni) las formas. Si al hecho de que ese poema, más aún, trabaje a partir del nonsense y del disparate, será mayor aún esa insumisión y esa insurrección. Los significantes insubordinan los significados, los sentidos se multiplican por un atributo connotativo que se acentúa más aun que en la poesía habitual de los escritores que trabajan la forma y los temas siguiendo el significado codificado más convencional de la frase o, en todo caso, del poema. .


     Guillermo Saavedra plantea entonces, implícitamente en sus libros hipótesis inquietantes si hacemos una lectura a fondo. Las palabras, según una diferente combinatoria de la que generalmente  nos servimos de ellas ¿no hacen perder el juicio (en su doble acepción jurídica y sensata) a los signos? Esto es: el poema del disparate hace entrar en crisis a la relación entre significantes (en el marco de la economía semiológica) y los significados, junto con los correspondientes referentes. En efecto, este considero que es el punto nodal en la poética de Guillermo Saavedra. El modo en según el cual destruye ese vínculo culturalmente fijo, estipulado entre significante, significado y referente obligatorios. Y en esta inédita y originalísima propuesta de una poética que irrumpe en la economía de los signos, la literatura, en su máximo esplendor se muestra también en su máxima potencia transgresora. Eso que la vuelve salvaje, deslumbrante, indómita, intensamente capaz de introducir en el orden de lo simbólico formas de concebir al mundo de modos alternativos pero al mismo tiempo cuestionadores de lo que la cultura suele impedir pensar de modo también emocionante. Porque Guilleramo Saavedra, con su poesía, también afecta la singular manera que tienen los niños no solo de pensar sino también de sentir. Mediante una lengua distinta creada por su literatura, Guillermo Saavedra toca nuestras fibras más íntimas. Lo hace, por lo general, desde el humor. Eso no quita emoción a la emoción. En todo caso, la intensifica. Es, en definitiva, una poética de lo insurgente.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Entrevista al escritor cubano JOEL FRANZ ROSELL

Hoy el Hormiguero recibe a través de esta entrevista a una de las plumas más importantes de la LIJ que ha sabido con su obra trascender no sólo las fronteras de su patria y las de Latinoamérica, sino que ha llegado allende los mares. Hablamos del escritor, ensayista e ilustrador Joel Franz Rosell, un autor, un embajador de la LIJ con un amplio conocimiento en el maravilloso pero arduo camino de la creación literaria.
 Ha publicado varios libros que lo han llevado a recibir distinciones y premios, además de haber  participado en numerosos congresos y ferias del libro en Alemania, Argentina, Brasil Colombia, Chile, Cuba, Dinamarca, Ecuador, España, Francia, Italia y Suiza, entre ellos varios congresos de la Organización Internacional del Libro Infantil (IBBY). 
Agradecemos su amabilidad para acceder al pedido del Hormiguero Lector...., verdaderamente un Maestro al que hay que leerlo, pensarlo y seguirlo...


—¿Por qué se te ocurrió ser escritor?

Porque me gustaba endiabladamente leer y, en un momento en que me faltaron libros, quise escribir las historias que necesitaba absolutamente seguir leyendo. Escribí las aventuras, las vidas y lugares que me hubiera gustado tener. Eso fue entre 12 y 19 años, más o menos. Después, paulatinamente, fui tomando la literatura en serio y comencé a pensar no solo en mí mismo, o en divertir a mis hermanos, primos y amigos más cercanos. Los libros los lee mucha gente; a veces muy lejos y mucho tiempo después, y eso implica cierta responsabilidad con lo que se dice y cómo se dice.

—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?

Escritor se nace y se hace. Por supuesto, cuando decimos “se nace” nos referimos a que desde la temprana infancia se van adquiriendo competencias y deseos que nos llevarán, sin que lo hayamos premeditado, a un oficio, vocación o afición (que todo eso es el arte de escribir). Pero uno puede frustrarse, aunque tenga talento, si no se dota de las herramientas necesarias: leyendo mucho (los mejores  autores y algunos malos también) y leyendo con mucha atención. No basta con querer ser escritor, no basta ni siquiera con tener alguna buena historia que contar o con que te guste hacer versos. Tienes que tener muchos deseos de hacerlo… y condiciones mentales para ello.

—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad?

Ambas cosas. Yo no soy un escritor realista. La realidad pura me basta con vivirla, con leerla en la prensa, con padecer sus consecuencias y disfrutar de sus cosas buenas. Para poder hacer los cuentos y novelas que me gusta y me interesa aportar al mundo, necesito de la fantasía. Y no solo como un condimento, sino como materia prima y motor de mi creatividad. Casi todo lo que he escrito es una mezcla de realidad y fantasía. En algunos casos, la fantasía prima y en otros lo real está más presente. En el primer caso me salen libros como “Concierto nº7 para violín y brujas” o “Pájaros en la cabeza” y en el segundo, libros con algo de trama detectivesca como “Mi tesoro te espera en Cuba”, “Exploradores en el lago” o “La Isla de las Alucinaciones”.




—¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritor?

Yo estudié en la facultad de letras y comencé a trabajar como asesor literario. Es decir que yo ayudaba a otras personas a escribir o diseñaba las políticas de promoción de la literatura y la lectura en un municipio o una provincia. Eso fue en Cuba, entre 1979 y 1988. A continuación, al mismo tiempo que desarrollaba mi carrera de escritor, trabajé como periodista en Radio Francia Internacional y como profesor de español en colegios de Dinamarca y Francia, y de literatura hispanoamericana en una universidad francesa.

—¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?

Esa es una pregunta muy difícil puesto que te gusta especialmente un libro por razones diversas. Me gustó “Vuela, Ertico, vuela” porque me salió como si ya lo tuviera escrito en algún sitio y con una intervención casi mágica (apareció en la misma revista que un artículo mío, uno del filósofo Edgar Morin que me ayudó a darle una dimensión mayor a  la historia). Me gustó mucho “La leyenda de Taita Osongo” porque, aunque me llevó muchísimo tiempo terminarlo, me permitió comprender un secreto de familia. Me gustó mucho “La canción del castillo de arena” porque es mi primer libro como autor e ilustrador. Me gustó mucho “Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho” porque en ese libro recreo mi casi natal ciudad de Santa Clara y porque es la primera vez que escribí en primera persona. También me está gustando mucho escribir la serie Gatito (Kalandraka) porque me ha permitido comprender a los más chiquitos.



Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la relación dentro de la escuela en CUBA? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños?

La escuela ha cambiado mucho en Cuba si comparas los tiempos en que comencé la primaria (los 60) con la época de oro (1973-1989) y los tiempos difíciles actuales, en que faltan recursos y maestros calificados. Cuba no es el mejor ejemplo en promoción de la lectura en la escuela; aunque los manuales escolares son gratuitos e incluyen literatura infantil de diversas épocas y países, e incluso se hacen algunas ediciones de LIJ exclusivamente para las escuelas. Allá no se realizan, de manera sistemática y eficaz, las visitas de escritores a colegios que son frecuentes en Argentina, España o Francia (por citar países que conozco bien) y hay demasiada insistencia en la propaganda ideológica.
A nivel global, hoy la escuela vive el desafío de trasmitir muchos más conocimientos que antes; porque la historia de la humanidad es más larga y compleja, porque la ciencia y la tecnología avanzan a velocidad inaudita, porque la sociedad moderna es muy complicada, y porque las familias están descuidando un poco la formación de valores, y se espera que los maestros suplan esa carencia.

—¿Sos muy sensible, como tus personajes?

Ja, ja; no. Yo tengo “un corazón de piedra”. Solo lloro con los finales de algunas películas.
Bromas aparte, debo decir que me preocupa mucho nuestro planeta, que me enfurecen las injusticias (económicas, sociales, de género) y el comportamiento brutal, egoísta, de muchos poderosos… o de personas comunes que viven como si los demás no fueran “el prójimo” sino un enemigo letal. Hay mucho egocentrismo, mucho egoísmo, mucha indiferencia en nuestro mundo. Esas cosas me duelen y me preocupan, y están presentes en muchos de mis cuentos y novelas.




—¿Qué te hizo ser así?

Es la educación familiar, sin dudas. Mis padres, ambos maestros, eran personas muy honestas, que todo lo consiguieron por esfuerzo propio y que no podían aceptar nada que no hubiesen ganado por su propio esfuerzo. Al mismo tiempo, siempre estaban dispuestos a ayudar a otras personas con menos educación o peor situación económica. Ser buena persona, ser generoso y educado, estar atento a los demás… con esas simples reglas puedes ser feliz y hacer feliz en torno a ti.
Pero sin renunciar jamás a incrementar tu saber, tus experiencias, tu obra.



—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en tu país? ¿Y en Latinoamérica? Vos recorriste y viviste en varios países latinoamericanos y vivís en Europa.

Cuba tiene una de las más antiguas y ricas tradiciones de literatura infantil y juvenil del mundo hispánico. En fecha tan temprana como 1889 escribió José Martí el primer clásico infanto-juvenil de nuestra lengua: La Edad de Oro (en principio era una revista, pero sus cuatro números se publican desde 1921 en forma de libro). Hasta 1950 se publicaron unos pocos libros importantes de autores que, cuando hubo suficientes recursos y la mentalidad necesaria permitieron la eclosión de toda una literatura infanto-juvenil cubana moderna a partir de 1960.
En la actualidad se publican muchos libros en Cuba, y prácticamente en todos los géneros y estilos. Predomina la literatura realista y un tipo de narrativa de estilo poético. Las temáticas, a mi modo de ver, no están siempre suficientemente cercanas a las necesidades, posibilidades y gustos de los chicos. Últimamente están apareciendo los álbumes ilustrados
(aunque se impriman en tapa blanda, para que no salgan caros) y bastante fantasy y ciencia-ficción. Hay muchos autores de talento y buenos libros. Pero insisto en que las tramas tienen que acercarse más a los chicos y hace falta más humor y optimismo.
Después de cierto retraso, desde los 90 casi no hay país de América Latina que no tenga una producción variada y rica de libros para niños y jóvenes. Argentina y Brasil siguen a la cabeza, con México y Colombia cada vez más cerca. Me parece más realismo que fantasía y, extrañamente en el continente del realismo mágico, relativamente pocos libros que combinen acertadamente las realidades que vivimos, y que son complejas para los jóvenes, y la fantasía que desborda en las pantallas (la gran competencia del libro). Creo también que hay que cuidarse del didactismo: nuestro continente tiene una historia riquísima, tanto como nuestro folclore; pero a veces los libros que tocan una y otra temática carecen de fluidez, de agilidad, de una trama de ficción a la altura de los hechos, y de personajes vivos y atractivos. Otro problema es la difusión de nuestras ediciones. No hay en América Latina suficientes librerías y las ventas directas a las escuelas no pueden suplir esa carencia sin establecer una relación entre literatura y enseñanza que no es buena para el desarrollo del amor por la lectura literaria. Y no hablemos de la ausencia de libros de los países hermanos. Si algunos autores para adultos pasan las fronteras, sus mejores colegas para chicos son mucho menos leídos fuera de su país. ¿Cómo hablar así de literatura latinoamericana?

—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?

Tiene que ser un gran lector. Eso es lo primero y es lo fundamental. Lo demás se consigue trabajando… y viviendo. Niñas y niños pueden escribir, como pueden dibujar, bailar, cantar, ocuparse del jardín de la casa o ayudar a sus padres a cocinar. Pero escritor, lo que se dice escritor, solo se es cuando se ha madurado lo suficiente, leído enormemente, y adquirido la capacidad para autocriticarse y mejorar en profundidad y estilo lo que uno escribe… ya no para sí mismo ni para compartir con sus seres queridos, sino para ponerle al mundo algo que todavía no tiene.



—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable?  ¿Por qué?

El gran escritor y pensador cubano José Martí dijo: “a la poesía, que es arte, no vale disculparla con que es patriótica o filosófica, sino que ha de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana”. Lo mismo vale para toda la literatura (aunque se publiquen también libros malos o para pasar el rato).
Un libro que no estremece, que no conmueve, que no cambia algo en la vida de sus lectores, que no se resiste a los modelos ya usados… ¿vale la pena? No para mí. El tiempo que nos toca vivir es escaso, y es mejor que el tiempo que pasamos leyendo sirva de algo: para enseñarnos algunas verdades, adquirir competencias o, en el caso de la literatura, para hacernos vivir otras vidas y obtener recuerdos de algo que no hemos vivido (como dijera Borges). Si alguien pasa la última página de uno de mis libros y dice: “¡Bah!” me echo a llorar.

Joel Franz Rosell
París, 23 de septiembre de 2019






@ Eduardo R. Burattini

jueves, 26 de septiembre de 2019

Relecturas: Mujercitas de Louisa May Alcott


Todas fuimos Jo

Por María Cristina Alonso




Las lecturas de infancia nos marcan a fuego, quedan en el recuerdo de forma fragmentaria, como barcos encallados que van perdiendo su aspecto pero que siguen evocando su destino viajero. A 150 años de la primera publicación de Mujercitas de Louisa May Alcott, varias lectoras adultas son convocadas para recuperar lo que quedó en su imaginario de ese libro de chicas que marcó la infancia de muchas.

Louisa May Alcott, (1832-1888) una escritora norteamericana que  vivió en Concord, Massachusetts, cuando ya era una autora consolidada, recibió la propuesta de su editor de escribir un “libro para chicas”. Y, aunque se resistió en un primer momento, porque nunca le habían caído bien las muchachas ni había conocido a muchas, salvo a sus hermanas, se puso manos a la obra y así escribió Mujercitas, publicada en 1868, que se convirtió rápidamente en un best sellers leído más tarde, por varias generaciones. Partió de la idea de acompañar a las mujeres de la familia March a lo largo de un año mientras el padre estaba en la Guerra de Secesión. Y, como Alcott consideraba que el estímulo económico era la mejor motivación para escribir profesionalmente, su novela Mujercitas tuvo una segunda parte que se convirtió a su vez en éxito explosivo.

A Mujercitas le siguieron continuaciones: Little Men (Hombrecitos) y Jo's Boys (Los muchachos de Jo), en las que se muestran a hijos, sobrinos y alumnos de las hijas de los March armando sus propias vidas.

Robert Louis Stevenson  sostenía  que  un  buen  relato “debía  comunicar  una  anécdota,  un  incidente  que  actuara  sobre  la  imaginación  y  sobreviviera  más  claramente  en  la  memoria  que  los  ínfimos  detalles  de  la  novela  pretendidamente  social”. Hay una escena de Mujercitas, que se reitera cuando les pido a mis amigas –mujeres todas entre cincuenta y setenta años- que traten de recordar la lectura infantil de la novela  para escribir esta nota con la excusa de que se cumplieron 150 años de su publicación en septiembre de 1868.  La escena memorable, como Robinsón  Crusoe  retrocediendo  ante  la  huella  y  Ulises  doblando  el  arco, es ese momento en que Jo se saca la gorra y muestra su pelo corto. Ha vendido sus hermosas trenzas por 25 dólares para ayudar a Marmee que viaja a Washington a ver al padre enfermo. Ese gesto de automutilación para realizar un acto generoso ha quedado indeleble en el recuerdo de varias generaciones de lectoras.
Jo es, según señalan los críticos, el gran personaje femenino de la literatura norteamericana del siglo XIX, y su innovadora construcción ha quedado inalterable en el imaginario femenino porque asume la rebeldía que tantas mujeres quisieron y no pudieron expresar para sacudirse la opresión de la sociedad patriarcal.
En uno de sus recuerdos de la lectura, Adriana, una profesora de Ciencias Naturales, dice que, si la historia de Alcott estuviera ambientada en esta época, las mujercitas  llevarían el pañuelo verde y estarían a la cabeza reivindicando derechos.


En los mails y  audios de whatssap, mis amigas responden entusiasmadas a mi requerimiento. El título de la novela más leída por las chicas de varias generaciones atrás es un talismán, un pasaje, un boleto de regreso a esa patria, a esa tierra incógnita que es la infancia.

Lectoras con distintas profesiones y recorridos vitales me cuentan recuerdos fragmentados de una novela que les quedó grabada en forma indeleble. Para muchas, la evocación del libro viene unida al adulto que lo regaló. “Mi tía Chicha, una maestra frustrada, nos regalaba libros muy a menudo. Mujercitas vino de su mano, cuenta Marta, que pasó su infancia en un pequeño pueblito lechero. Y Marita, que hizo la primaria en una escuela rural, evoca al maestro de séptimo grado, un comunista deseoso de que todos los chicos estudiaran,  que le regaló un ejemplar de Mujercitas a fin de año, dándole de leer, así, la primera novela de buena literatura que superó las manoseadas  historietas y novelitas rosa.

Las muchachas March eran mujeres que se animaban a todo, “mujeres que trataban de salir por sus propios medios adelante”, define María Elena, una profesora de historia y voraz lectora que admira a esa comunidad femenina autosuficiente en que se convierte el hogar de los March, con el padre en la guerra. Lasque han tenido hermanas sostienen que jugaban a identificarse con los personajes que inventó Alcott en la segunda mitad del siglo XIX. “Con los trapos nos armábamos esos trajes largos que las vestían a las hermanas March, en las tapas duras de aquella edición amarilla cuyo nombre no recuerdo.  Y entonces, yo me convertía en Meg (que era la más responsable y fina y elegante, como yo aspiraba ser) y mi hermana, en Jo (tan machona y mal hablada como el personaje). Y así pasábamos toda la tarde reproduciendo las escenas que más nos habían gustado”, recuerda Marta, arrancando ese recuerdo de una infancia pasada en un pueblo rural en los años cuarenta.

Capítulo aparte merece el personaje más nombrado por todas las lectoras que evocan esta novela. Y es Jo, que con su masculinidad expresa: silba, se sienta como un muchacho, habla desmañadamente, no le preocupan los vestidos y dice sin ruborizarse: “Ya me parece bastante malo ser una chica cuando lo que me gusta son los juegos, los trabajos y la forma de comportarse de los muchachos” (Mujercitas, El juego de los peregrinos, Primera parte).

Es que Jo, como su autora, armó su vida con la tensión entre la obligación femenina de formar un hogar, atender a padres e hijos y la libertad creadora.“Si tengo que mencionar un hecho de Mujercitas es cuando se encierra a escribir y cuando logra la primera publicación”, me mensajea Silvia, una autora de novelas históricas, confirmando que muchas de las escritoras de su generación son hijas de esa Jo que se ponía ropa especial, se calzaba un gorro rojo con una pluma para encerrarse en la buhardilla a escribir, comer manzanas y hablar con un ratón.


Me identificaba plenamente con Jo March y detestaba a Amy por vanidosa y superficial –escribe Norma, una amiga de Facebook que vive en La Plata- Jo era independiente, imaginativa, tomaba decisiones, como cuando vendió su pelo para que su madre llevara dinero en el viaje al hospital de campaña en donde estaba el padre. Resumiendo, adoraba ese libro y me frustré mucho con el matrimonio de Laurie con Amy ¡Qué injusticia!

Leí Mujercitas durante mi infancia. El libro pertenecía a la colección Billiken tapas rojas y duras, tamaño ideal. Escasas ilustraciones, para ver más imágenes releía cada tanto una versión resumida de Mujercitas pero en un libro grande de tapas duras con más ilustraciones que textos que tenía mi prima. Inmediatamente me identifiqué con Jo, era la rebelde, la machona, poco femenina, no se callaba nada, era la distinta en su época”, dice Silvia, una profesora de arte y fan del Club Atlético de Lanús.

Y no sólo Jo aparece reiteradamente en la memoria de estas lectoras puestas a evocar un libro fundacional. También el objeto libro es mencionado una y otra vez: “Mujercitas fue mis siestas de verano, leído en la colección Billiken que comprábamos con esforzados ahorros”, evoca Graciela desde la orilla del río Paraná, en una ciudad entrerriana. La misma edición que recupera la lanusense Silvia. Tal vez la misma de ese libro llave que un maestro comunista le regaló a Marita frente a la tranquera de la escuela.

He leído muchas notas sobre Mujercitas escritas para este aniversario. Pero he querido hacer el experimento de releer la novela con la paciencia de la primera vez. Para mi sorpresa, la prosa de Alcott en la traducción de Gloria Méndez sigue siendo fresca e invita a continuar con su lectura. Claro que esta versión, tomada de la original publicada el 1 de octubre de 1868, no fue la que leímos en la infancia sino la de 1880. La propia Louisa Alcott permitió que apareciera con varios cambios textuales, y la prosa vigorosa fuera reemplazada por una más trivial y propia de una dama, simplificando  las alusiones literarias para que llegaran a un público más amplio.

Y mientras avanzaba por las más de quinientas páginas, trataba de acordarme cómo fue esa primera lectura, dado que, como me lo cuentan mis amigas, por aquel entonces vivíamos lo que leíamos.A la hora de la siesta-me cuenta Marta-, mi hermana –la segunda- y yo, aprovechando que los demás dormían, sacábamos colchas y telas de la habitación y las llevábamos al galpón. Allí espantábamos a las gallinas, apretábamos las bolsas y el espacio se convertía rápidamente en el cuarto de las mujercitas.”

Mujercitas ha sido una lectura inspiradora. Hay un libro en el que creí ver reflejado mi futuro: Mujercitas, de Louisa May Alcott. Yo quería a toda costa  ser Jo, la intelectual. Compartía con ella el rechazo a las tareas domésticas y el amor por los libros. Jo escribía, y para imitarla empecé mis primeros cuentos cortos”, escribe Simone de Beauvoir en Memorias de una joven formal, su autobiografía. 


Leída por feministas que vieron en la historia la tensión entre la obligación femenina y a creación artística, lo cierto es que la obra de Alcott sembró ideas renovadoras en varias generaciones de mujeres. Fue una escritora que abrevó en las ideas del trascendentalismo tomadas de los grandes hombres del círculo de su padre, el pedagogo Amos Alcott; Emerson, Nathaniel Hawthorne, el predicador Theodore Parker y Thoreau,  fue partidaria fervorosa de la causa abolicionista y de la lucha por el voto femenino. Ella supo inocularnos con la creación de esa muchacha desgarbada y laboriosa, la idea de que  la escritura era un acto de rebeldía capaz de atravesar la dura cáscara del patriarcado. Tal vez por eso, casi todas las chicas que han leído y leen Mujercitas quieren ser, para siempre, Jo.






Narradores y Cuentacuentos: Entrevista a la Narradora "Seño Norma"

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