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sábado, 5 de octubre de 2019

Relecturas: "Jacinto" : “Graciela Cabal: lo que no se ve puede estar en todas partes”


“Graciela Cabal: lo que no se ve puede estar en todas partes”

por Adrián Ferrero




Graciela Cabal, en la Biblioteca Popular Madre Teresa de Virrey del Pino, La Matanza,
recibiendo el Premio Nacional Madre Teresa de Calcuta, por su labor en favor de la lectura y las bibliotecas.





    Jacinto (1977), un cuento de la escritora infantil argentina Graciela Cabal, narra la historia de un regalo. Pero también de un regalo que desordena en lugar de ordenar. Esto es: un regalo que a ese orden que debía ser la sociedad argentina durante la dictadura militar de 1976/1983, mediante una operación de metaforización lo sume en el caos. Un caos que saca las cosas de su lugar, que se desliza a horas inconvenientes por las casas cuando están a esa hora prohibidos los desplazamiento. Un regalo que en lugar de dormir, se mantiene en vela. Un regalo, en definitiva, inconveniente.



     Pero lo peor de todo: es que es invisible. O, mejor dicho: es visible para unas pocas personas y unos pocos seres. Su dueña, Julieta, sus amigos y las mascotas: los perros, los gatos, las tortugas y los pajaritos. Recordemos que lo que no puede verse pero existe, no sabemos lo que es. Eso en primer lugar. En segundo lugar: lo que no vemos pero existe, puede estar en todas partes. Por lo tanto, si no sabemos qué es, quién es lo que es, desordena todo, comete infracciones como robar chupetes o bien va al colegio del contrabando. Definitivamente es una amenaza.

     Lo verdaderamente amenazante de Jacinto es que es un ser, un ser que según la ilustración de mi libro, de Mónica Weiss, es una suerte de pequeño amigo imaginario. Dice Mónica Weiss en un paratexto final: “La autora me contó  (…) me contó que  Jacinto  tenía como veinte años de historia entre los libros, y que le pasó de todo. Así que para protegerlo un poco le ofrecí un casco de capuchón de birome, y él lo adornó con una flor muy pacifista”. En este paratexto implícitamente se cifran muchas claves que en cambio la autora del cuento, en su paratexto, no menciona. O bien lo deja pasar porque no considera que merezca ni media palabra hacer referencia al episodio. O bien delega en la ilustradora la voz para dar cuenta de ese penoso episodio censor. Jacinto, tal como fue ilustrado por Mónica Weiss, en verdad es pequeño, un amigo invisible de escasas dimensiones. Pero muy animado: tiene vida, se desplaza, habla, es racional, tiene humor, es divertido,  evidentemente experimenta emociones (es celoso, se alegra, se entristece). Es un ser que no es exactamente humano, no es exactamente animal. No es una cosa. Simplemente es.  Pero es de un modo vital.  Yo lo definiría en términos de que es un ser que pertenece al orden de lo maravilloso


     Paralelamente, si este ser tiene nombre, y su nombre es “Jacinto”, evidentemente tiene nombre de ser humano, de niño en todo caso. De persona. A medio camino entonces entre lo mágico (por invisible pero visible para unos pocos), lo travieso (desordena dentífricos, juguetes, no le saca punta a los lápices, le sopla travesuras al oído, va de contrabando al colegio abrigado entre las pelusas, dibujo orejas en los cuadernos), Jacinto es más peligroso de lo podría cualquiera sospechar.

     En verdad si uno se pone a analizar su comportamiento, es inofensivo. Bien pensado, metaforiza un significante vinculado a lo disruptivo, lo que introduce el cambio, las modificaciones, el desorden, todo aquello que no es de naturaleza normativa. No obstante, Jacinto pese a su apariencia, no se manifiesta en ningún momento amenazante. No hace daño a los demás. Salvo, quizás, cuando comete la travesura de quitarle el chupete al hermano de Julieta, Santiaguito, que acaba de nacer. Pero eso no es hacer daño. En todo caso es una suerte de juego o de prueba. Jacinto se siente tan celoso que quizás experimente la necesidad de cometer una infracción. Hay un momento en que Jacinto pone patas arriba literalmente la casa: cuando el hermano bebé de Julieta llora porque él le ha robado el chupete. En ese momento a la madre de Julieta “se le cayeron los huevos de la tortilla”. A la abuela “se le escaparon tres puntos de tejido”.  Julieta “le regó la cabeza a la vecina de abajo”. Y el padre “se martilló un dedo”. En ese momento todos entran en una gran turbulencia, y gritan que hay que llamar al doctor Nicolini, porque ignoran qué mal o qué enfermedad puede llegar a tener Santiaguito para llorar de ese modo. Tejen hipótesis. Llega el doctor Nicolini, y en ese preciso momento el médico, la figura investida del poder de la disciplina por excelencia, del saber y de lo que en una sociedad se debe hacer o no. El que discrimina y deslinda la semiología de las enfermedades, sus síntomas, se da cuenta luego de examinarlo que a ese bebé le falta el chupeta. El que interpreta unívocamente los signos: emite un juicio. Distingue lo que es sano de lo que está enfermo. Lo que está en orden de lo que está funcionando mal decreta: “¡LE FALTA EL CHUPETE! ¡LE FALTA EL CHUPETE!”. Jacinto se lo ha arrebatado. Por lo tanto Jacinto es un factor de riesgo.

     Salen todos corriendo a la farmacia a comprar uno, incluidos algunos vecinos, y traen varios. Pero ya Jacinto se ha hecho amigo de Santiaguito, al punto de que Santiaguito lo ha tomado de la mano. Jacinto le ha restituido su chupete. Y cuando la familia regresa ya el bebé está recuperado de su llanto y el desorden que cundía ha vuelto a normalizarse.




     De modo que la figura de Jacinto, mirada con los ojos de un análisis en profundidad, es precisamente la que viene a cuestionar lo normativo. Lo compulsivo que toda cultura atributivamente asigna a la conducta normalizada de los sujetos. Sean adultos o menores. Sujetos que frente a este amigo invisible (para quienes pueden advertirlo) es también alguien que puede meterlos en problemas con los alumnos. Porque Jacinto, en un punto, es una figura que subvierte, que transgrede, que hace que los sujetos se vean sumidos en situaciones cuya complejidad no están en condiciones de resolver porque son incómodas frente a los adultos. A Julieta le sopla travesuras al oído. A Santiaguito lo hace llorar porque le quita su chupete. Y cuando eso sucede la casa queda por completo en un estado de descontrol que afecta a sus miembros y hasta algunos vecinos. De modo que Jacinto es o puede ser un factor perturbador. Para Julieta, para su hermano, para toda la familia o para la sociedad.

     Lo que para los niños resulta un juego, aquello que realizan con Jacinto, para los adultos no hace sino traer confusión. Confunde las ideas y confunde las acciones. De este modo, Jacinto es alguien que es indeseable para quienes esperan del mundo repeticiones, reiteraciones, un orden circular y una organización inmóvil. Jacinto viene a poner en movimiento el mundo cuando las fuerzas del orden aspiran a que permanezca paralizado. Se trata de alguien  que debe ser neutralizado. Porque puede “hacer llorar a un niño” y en esa célula que es a pequeña escala una sociedad, la familia, Jacinto la amenaza. Amenaza a sus miembros, introduce todo aquello que es inconveniente. Todo aquello contra lo que un gobierno burocrático/autoritario como una dictadura de esa etapa de Argentina aspira a evitar. Para gobiernos como estos lo que conviene mantener es el statu quo: un estado de cosas inmóvil, sin modificaciones, sin cambios. Un agente perturbador de ese orden tan anhelado y hasta impuesto, debe ser perseguido y hasta suprimido.

     Un gobierno burocrático/autoritario aspira a que se cumplan las normas de modo unívoco, que nadie se desafiante, que nadie cometa tropelías, que acate las pautas y no  que las infrinja. A que nadie inspire o sople al oído de los niños conductas que puedan llevarlos a cometer actos poco convenientes ni para sus edades ni para los mandatos sociales. Ideas perturbadoras para sus modos de pensar que deben ser ordenados. Y es imposible detectar a Jacinto. ¿Cómo saber en qué lugar está alguien que solo puede ser visto por una niña, sus amigos y algunos animales, que no saben hablar ni comunicarse mediante el lenguaje, esto es, no tienen la capacidad de simbolizar? Alguien que no tiene localización, que es atópico. Por lo tanto, alguien que es atópico es alarmante. No se lo puede identificar. No se lo puede detectar. Y si es una amenaza para la casa, nada menos que para el hogar, para la familia, más aún. Es una amenaza para la sociedad toda.



     Si a ello sumamos que puede ir en la mochila de Julieta al colegio, y allí, donde sí es visto por sus amigos, inspirar un desorden colectivo en el jardín, llevar caos al orden. Entonces, contra el cosmos, el orden, la norma, la pauta, lo circunscripto, lo estricto, lo cartografiado, él es lo que no tiene silueta. Lo que no tiene silueta a ojos de los adultos, lo que no tiene identidad. En esa sociedad se trata de que todos estén claramente identificados. Saber quién es quién y qué piensa, cómo actúa y dónde está o reside. Con la llegada del caos, llega la amenaza y con ella llega el peligro. Toda clase de peligros. Peligros en la conducta que puede adoptar la forma de atentados. Pero, sobre todo: peligros que se desconocen. Por lo tanto: peligros que se imaginan y se potencian. Este orden establecido, entonces, puesto a prueba por un amigo con el que se tiene un vínculo afectivo pero al mismo tiempo no es un ser humano, invade la casa. Se apodera de ese espacio sin poder ser visto. Este es el verdadero peligro. Alguien que llega a un lugar sin ser visto, se ignora quién lo obsequió (se ignora su origen, quién lo llevó, quién lo regaló, quién lo dejó en ese lugar el día del cumpleaños de Julieta), quién fue el responsable de que este amigo invisible llegara a un hogar que no solo no lo esperaba, sino para el que resulta completamente inesperado y hasta introduce cambios delicados. Un amigo invisible cuyo accionar, por poco conveniente, hace que deba ser convocado un médico, un profesional que ponga orden en el cuerpo, en la conducta y en los cambios. Si Jacinto pudo atentar contra la buena conducta de Julieta soplándole cosas al oído. Si desordena sus cosas. Y si encima de todo realiza actos que tienen consecuencias que afectan a toda la familia con sus repercusiones, es un ser que hay que mantener a raya.

     Entre este ser que es necesario confinar. Y esta familia que es necesario mantener en orden porque ese ser la pone en riesgo, está claro por qué Jacinto requiere ser quitado de circulación. Eso fue lo que hizo la dictadura militar argentina. Un personaje a sus ojos indeseable. Potencialmente alguien capaz de producir efectos que tengan consecuencias incalculables. Ya no para un familia de naturaleza imaginaria, para una representación literaria, sino para quien lea esa historia. Una historia que es capaz de producir un impacto en la sociedad que la hace “perder el juicio”.


     Motivo por el cual este libro debía mantenerse lejos de los niños (y de los adultos visible solo para algunos y no para otros, fantasmáticamente representaba lo temido por, como dije, peligroso. La prohibición llegaba para volver invisible a un libro: es decir, el atributo de Jacinto. Lo que lo volvía automáticamente amenazante. Al volver invisible a una autora y al volver invisible al arte, la sociedad quedaba protegida y a salvo de estos posibles atentados. Esa literatura capaz de inspirar toda clase de sospechas entre los adultos persecutorios por considerar que atentaban contra el pensamiento saludable que debían tener los niños: mantenerse a raya de toda posible amenaza que pudiera formar cuadros subversivos, tal como sucedió con Un elefante ocupa mucho espacio.

    Ciertos adultos violentos que veían enemigos por todas partes, también las veían en el amigo de una niña, Julieta para el caso, a aquello que de modo inquietante podía dejar en vilo. Sin embargo, bien mirado, Jacinto era un amigo invisible que tan solo hacía reír. Tan solo la hacía ser libre. En definitiva: ese ser a quien a ella podría decirle que abriera la puerta para ir a jugar. Y cuando uno juega, puede ser y hacer lo que quiera. Lo que sienta. Y, en especial, ser justo o justiciero. O, llegado el caso, ser agente de desorden en ese otro orden que es una sociedad rígidamente ordenada.

     En esa sociedad en la que circuló este libro cuando fue lanzado al mercado, todo debía verse y todo debía conocerse, al estilo del célebre Panóptico de Jeremy Bentham que tan bien interpretó Michel Foucault en su Prólogo al libro. Graciela Cabal escribió una narración vital que además de haberla aterrorizado allá por los setenta, reeditada en 1997, debe de haberla colmado de satisfacciones. Hacerle eso a alguien que viene a traer la risa y la belleza. No hay derecho. Precisamente eso fue lo que faltó.


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