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sábado, 29 de febrero de 2020

DAR DE LEER



                                             por Beatriz A. Ré






“En las frases de un niño se refleja, como en la gota de sangre analizada en un laboratorio, la calidad de su nutrición emocional y cognitiva”. Yolanda Reyes


“Dar a leer”, “dar a jugar”, “dar a sentir”, “dar a pensar”.
Como se da de mamar o de comer.
Así como la nutrición es vital para crecer y desarrollarse, los libros nutren los sentimientos, el juego, las ideas, la vida.
¿Cómo hacer para que los chicos tengan un profundo encuentro con los libros?
¿Cómo hacer para que las familias se encuentren con los chicos y los libros y tengan ganas de leer el mundo y los libros?

La mesa está servida

Acercar libros variados y cálidos, con humor y maravilla que despiertan el apetito de historias y conocimientos de mundos a conquistar: el mundo propio, el mundo en que vivimos, el mundo de los otros, el mundo de los imposibles. Leer libros es leer todos estos mundos.


¿Cómo “preparar la mesa”?

Se disponen los libros de manera que se vean las tapas, es conveniente calcular dos libros por niño para que cuando elijan siempre queden algunos que no se eligen y al mismo tiempo, no haya tantos libros que abrumen.
❥ Los “menús” tienen que ser variados de manera de poder ir ampliando los gustos.
Para que cada uno encuentre un libro que le interese tiene que haber de todo un poco: cuentos, poesías, libros de información...


 
¡A la mesa!

Con la mesa servida se invita a chicos y grandes a explorarlos.
Es importante aclararles, a quienes participen del encuentro, todo lo que pueden hacer con los libros:
❥ Recorrer la mesa o la alfombra para mirar todo lo que hay.
❥ Levantar el que más les llame la atención.
❥ Tocarlos.
❥ Hojearlos.
❥ Olerlos.
❥ Leerlos cada uno a su manera: de atrás para adelante, de adelante para atrás, abrirlos por donde tengan ganas.
❥ Mirarlos y leerlos solos, con otro, o con quienes quieran.
❥ Comentar con los que tienen cerca.
❥ Preguntar.
❥ Descubrir.
❥ Compartir.
❥ Pedir que se los lean.
Durante este momento de exploración, puede ocurrir que algunos miren varios libros a la vez, otros tomen un libro y lo exploren solos y muy concentrados, otros vayan cambiando de libro rápidamente. Cada uno se encuentra con los libros como quiere y como puede.
La “mesa servida de libros” les permitirá a los niños ampliar y diversificar su apetito lector. Es necesario pensar en un nutrido menú para estos comensales, dando lugar a un significativo ritual de lectura pleno de comentarios, intercambios y placenteras sensaciones.

Una mesa para muchos “comensales”.

·       Los que avanzan con una mezcla de audacia y cautela sobre los renglones siguiendo muchas veces con el dedo lo escrito, como quien se sostiene para no caerse.
·       Los que ya descubrieron que según cómo las letras se combinen dicen cosas diferentes y están muy interesados en buscar qué dicen.
·       Los que, con decisión, quieren conquistar su condición de lectores.
Como afirma la autora colombiana Yolanda Reyes: 

“Todos los niños tienen el derecho a la lectura para poder operar con símbolos, para encontrarse con los que están lejos y cerca (y con los que ya se fueron), para pensar, organizar, y planear, para saber lo que sienten, para aprender en igualdad de condiciones durante el resto de la vida, el “nutrirse de relatos” es lo que nos posibilita descifrar ese “otro” en la temporalidad; el tiempo de la ficción, el mundo de la metáfora”.








sábado, 22 de febrero de 2020

ENTREVISTA A LA ESCRITORA MARÍA EUGENIA ERILL








—¿Por qué se te ocurrió ser escritora?

Siempre me gustó escribir.Desde muy chica. Es maravilloso imaginar e investigar otras realidades, personajes, tiempos, animales etc. Y también expresar nuestras vivencias y sentimientos. Me divierte y gratifica muchísimo.

—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?

Supongo que se puede nacer y también hacerse. A mi me resulta imposible no escribir. Surgen en mi interior pensamientos, emociones, y palabras continuamente. Todo me conmueve y me lleva a escribir.



 —¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad?

 Las dos cosas. Uno de los pasos anteriores a la escritura es la observación. Detenerme y observar a la hormiga que carga una hoja, escuchar los pájaros, ver la gente a mi alrededor en diferentes situaciones, palpar la injusticia, la alegría, el amor, etc  Todo me lleva a escribir e imaginar. A partir de una emoción, de un suceso, de un personaje me surgen ideas que toman forma de cuentos, poesías, canciones… Y allí florece la imaginación que se hace palabra escrita



. —¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?

 Trabajé desde muy jóven. Cuidando niños, animando fiestas infantiles. Y más tarde en la docencia. Mientras escribía, para mi familia, amistades, alumnos, mis hijos y mis lectores. La escritura me acompañó a lo largo de mi vida.

 —¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?

Creo que me enamoro de cada personaje, situación o hecho que dispara mi imaginación. Y disfruto el escribir cada cuento, cada libro, en el momento que lo hago. Y nuevamente al narrarlos en una escuela, en una biblioteca, feria o taller. Observando los ojos de los niños y adultos atentos, sus sonrisas y expresiones con emoción.

Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es tu relación dentro de la escuela entre la escritora y los niños? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños?

 Me encanta visitar escuelas, conversar con las docentes y con los niños. Narrar mis cuentos, contestar sus preguntas etc.   La escuela de hoy debe brindar a todos los chicos sin distinción alguna, la posibilidad de acceder a la lectura. .

 —¿Sos muy sensible, como tus personajes?

 Sí. Creo que es necesario conmoverse y sentir empatía, para escribir. Mis personajes me buscan, me enamoran y a partir de allí surge en mí el proceso creativo.

 —¿Qué te hizo ser así?

La sensibilidad se despierta en la niñez. En la familia,la amistad, ante las bellezas de la naturaleza. Observando y sintiéndose parte. Yo agradezco haber estado rodeada desde muy chica de afectos, animales, plantas etc.

. —¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en Argentina? ¿Y en Latinoamérica?

La Literatura Infantil y Juvenil en la Argentina y en Latinoamérica es sumamente valiosa y diversa.



—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?

Le sugeriría que lean y también que vivencien el mundo que los rodea y más. Que investiguen, experimenten, conozcan, imaginen. Que jueguen mucho libremente. Que busquen momentos de ocio, de silencio. Porque en el silencio surgen ideas y proyectos. Brota la imaginación, soluciones a dificultades etc.

 —¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable?. ¿Por qué?

Todo eso. Los niños y niñas tienen que leer y leer de todo. Libros con sonrisas, emociones, valores, conocimientos, etc. Para poder conocer, valorar, discernir ,comprender, para reir,expresarse y disfrutar. Amando otras realidades enriqueciendo el camino de sus vidas y las vidas de los demás con empatía. Ejercitando la resiliencia y la autonomía . Para poder ser faros en un mundo mejor

lunes, 17 de febrero de 2020

Un temporal en una taza de té

                                                     por María Cristina Alonso


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Suena el timbre del recreo. Es una mañana de cualquier día de 1981, en cualquiera de las escuelas donde trabajo. Estamos en dictadura y la literatura, como otras cosas en el país, está rigurosamente vigilada. Salgo  del aula con una bolsa llena de libros colgada del hombro. Los pasillos se llenan de alumnos, de voces, de gritos. Paso por delante del despacho de la directora que hace que lee unas planillas, pero vigila detrás de sus anteojos. Sonrío. Su trabajo es vigilar. El mío, el de no levantar sospechas. Llevo conmigo a unos tipos impresentables que no serían de su agrado y que -si los descubriera- serían invitados a abandonar el establecimiento inmediatamente.


Uno, por ejemplo, es un loco que, de tanto leer libros de caballería se cree un caballero andante,  confunde molinos con gigantes y anda liberando galeotes. Otro se despierta convertido en insecto con el vientre abombado y parduzco, moviendo las patas sobre el cobertor. Va también Long John Silver, el Largo, un marinero aparentemente trabajador y honrado que es, en verdad, un pirata feroz al que le falta una pierna y lleva un loro posado en su hombro. También llevo a dos gauchos que se exilian -uno de ellos ha roto la guitarra y  tiene dos lagrimones que le ruedan por la cara- en las tolderías. Hace barra con ellos una mujer adúltera,  natural de Tostes, compradora compulsiva que terminará sus días ingiriendo arsénico en polvo. Y una muchacha suicida que escribe poemas desesperados y dice “Alejandra, Alejandra/ debajo estoy yo/ Alejandra” y sentencia que “una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo”. Y, para empeorar las cosas, también estoy con otro tipo que se la pasa vomitando conejos y es imparable. Yo no sé qué voy a hacer si la escuela se llena de conejos, que no se culpe a nadie. Pero, por momentos, lo imagino: conejos saltando sobre la mesa de la sala de profesores, escondiéndose en los mapas enrollados, saltando sobre los ficheros, saliendo desde dentro del cajón de la secretaria que pierde los anteojos con la impresión. Y ni hablar si suelto a los leones que han estado agazapados en la pradera artificial del cuarto de los niños.
No quiero que la directora me llame. Seguro que me pedirá que le haga un informe sobre el rendimiento de los alumnos, que pase notas en huidizos casilleros, que llene una declaración jurada con toda mi carga horaria. Y yo ando con mi bolsa, de aula en aula, tratando de que el capitán Ahab deje por un rato su obsesión por la ballena blanca y que los gitanos de Lorca no griten tan fuerte dentro de la fragua.
A pesar de que siento la mirada helada que me lanza tras sus anteojos de miope, paso por delante de sus narices con todos esos indisciplinados que llevo adentro de mi bolsa, que hablan a mis alumnos con el discurso revulsivo de la literatura.
 A veces he intentado explicárselo cuando me agobia con reuniones de departamento y de padres. No puedo hacerle entender que, más allá de los programas oficiales y las recomendaciones pedagógicas, un profesor de literatura es un guía de lecturas, alguien que da de leer sus textos preferidos, que habla sobre lo que lee o escribe, que expone ante sus alumnos su biblioteca personal, los personajes que lo han marcado, las páginas que lo han emocionado.
Soy la suma de los libros que leo y doy de leer, tengo la armadura de mi biblioteca para soportar los embates de una profesión signada por las palabras. Con ese caudal me visto para afrontar las incontables horas de clase, los humores diversos de los alumnos y colegas, ese universo kafkiano que es una escuela cuyo mejor espacio es el aula de clase cuando todo está por inventarse.
Ser profesor y además un lector apasionado es complicado. La rutina de las horas interminables, el cansancio, la voz que se vuelve ronca, la parva de ejercicios para corregir vuelve a la tarea bastante poco atractiva para quien solo quiere tirarse a leer todo lo que -sospecha- no tendrá tiempo de leer en esta vida y ni hablar si además,  quiere escribir. Ser escritor y profesor se vuelve complicado.
El poeta chileno Nicanor Parra se queja de la profesión en su poema titulado Autobiografía. Es profesor en un liceo oscuro, su pobreza lo lleva a vestir como un fraile mendicante. Pierde la voz y la vista dando clases cuarenta horas semanales, “Para ganar un pan imperdonable/ Duro como la cara del burgués/ Y con olor y con sabor a sangre.”
Parra, nacido en 1914 perteneciente a una familia de miembros vinculados a la música y al arte popular, hermano de Violeta, la que escribió ese bello poema, “Volver a los diecisiete”, es -además de poeta- profesor de física y matemática, tarea que ejerció  en Chillán, en el Liceo de hombres y en Santiago mientras leía a Walt Whitman y comenzaba a gestar la antipoesía. “¿Qué es la poesía?”, se pregunta un uno de sus poemas. Y se responde: “Vida en palabras/ Un enigma que se niega a ser descifrado/ Por los profesores/ Un poco de verdad y una aspirina/ Antipoesía eres tú”. Y en Canciones rusas, escrito entre los años 1964- 1967,  nos conmina en su poema titulado “Test”: “Subraye la frase que considera correcta./ Qué es la antipoesía: Un temporal en una taza de té?/ Una mancha de nieve en una roca?
Es un poeta reconocido, recibió el Premio Nacional de Literatura de Chile y el Premio Cervantes, entre otros, de tal manera que las cuarenta horas semanales de clase le permitieron, además,  escribir una obra completamente original. Parra, con su obra,  trascendió la vanguardia, se convirtió en antipoeta, artista visual, ecologista, creador de antidicursos y realizador de Artefactos, poemas visuales para los que utilizó objetos de consumo y los resignificó con una frase. Por ejemplo, una cruz con una leyenda: “Voy & vuelvo” o una zapatilla con la inscripción: “Mensaje en una zapatilla: levántate y anda”. Hizo antipoesía en las célebres bandejas de pastelitos, en una serie que tituló “Trabajos prácticos”. Las bandejitas descartables sirven de soporte, en un caso, para que un suicida escriba una carta y se despida: “Chao, no soporto la música ambiental”.
¿Qué diría mi directora si encontrara uno de los “Artefactos”, de Nicanor Parra, en mi bolsa de libros? Ay, Cristina, qué cosa rara son los escritores.
Lo cierto es que la literatura exige del profesor, y aún más si es un escritor, que plantee a sus alumnos las cuestiones del tiempo que le toca vivir. Porque la literatura no es inocente, y se despliega en múltiples interpretaciones.
Una clase de Literatura no es más que un entramado de voces que pugnan por interpretar las distintas maneras en que los hombres cuentan el mundo en que viven. Voces que se sublevan frente a las injusticias o que pasean su melancolía por las páginas de un cuento o de un poema.
Entre mis primeros trabajos tuve que dar clases en una escuela técnica. Cuarto de técnicos mecánicos. Eran todos varones, yo muy joven. El director me acompañó para presentarme.
Los chicos me miraron. Treinta pares de ojos posados sobre mí con desconfianza.
El director dijo mi nombre y les contó que yo iba a llevar la clase de Literatura.
-Sé- dijo confidente- que la Literatura no les sirve para nada, ustedes van a ser técnicos. Pero esta materia está en el programa y tienen que aprobarla.
Y me dejó con la tiza y el pizarrón lleno de fórmulas de la materia anterior.
-¿Saben para qué sirve la literatura? – pregunté con voz quebrada.
Se hizo silencio. Una tiza voló por los aires. La mayoría de los chicos bajó la cabeza. Uno se rió y emitió un sonido parecido al de un pájaro. Desde el fondo, un chico de cara alargada y llena de granos le tiró una munición de papel al compañero con una cerbatana. Si ellos no contestaban, yo tenía que dar la respuesta. Pero no pude. En ese tiempo había que seguir el programa oficial, Literatura hispanoamericana y argentina. Comenzar con el Inca Garcilaso y sus Comentarios Reales. Sé algunas cosas que aprendí a lo largo de mi larga carrera como profesora de secundaria, una de ellas es que no hay nada más aburrido que leer al Inca describiendo las maravillas de su raza extinguida.
Como  había comenzado con unas clases ya empezadas por la profesora saliente, los Comentarios estaban sobre el pupitre de algunos alumnos. Yo había preparado la clase, había escogido el capítulo.  Comencé a leer “El templo del sol”. El Inca seguramente entretenía en su tiempo, pero no a mis flamantes alumnos de un cuarto año de técnicos mecánicos. Me empeñé con dos páginas pero,  la clase estalló en carcajadas cuando el que estaba sentado en el fondo del salón, vaya a saber por qué pirueta que intentaba hacer, se desparramó en el piso.  En ese momento pensé que el director tenía razón, la literatura del Inca Garcilaso no les iba a servir para nada. Así que busqué en mi bolsa de libros que llevaba por las dudas y, cuando volvieron a hacer silencio les dije:
-Vamos a empezar por las instrucciones- les mostré Historias de cronopios y de famas de Julio Cortázar y luego lo abrí en la parte del “Manual de instrucciones”.
Los miré uno por uno, sobre todo al que se había caído de la silla y ahora estaba acomodándose la camisa que se le había escapado del pantalón.
-¿Podrías explicarnos cómo hiciste para caerte de la silla?- le pregunté.
El chico bajó la cabeza. El resto de la clase milagrosamente hizo silencio. Seguramente esperaban el reto al que estaban acostumbrados. En la escuela siempre pasan dos cosas, te explican y te retan. Pero yo no tenía ganas. Demasiado  habían gritado y perseguido y eliminado a nuestra generación y no había estudiado para policía sino para enseñar.
-Lo que te pido es que expliques, paso a paso, cómo hiciste para caerte de la silla, una especie de instrucción para alumnos que quieran imitarte.
Porque Julio Cortázar me había dado la gran idea. En Historias de Cronopios  escribe instrucciones para cosas tan comunes como subir una escalera o dar cuerda a un reloj. Un libro que nos propone mirar con ojos nuevos las cosas de todos los días. Deconstruir los gestos que hacemos a diario y que ni siquiera pensamos, esa es la propuesta de Cortázar y la que le hice a mi alumno, sólo que él no estaba preparado, porque el Inca Garcilaso y las crónicas de Hernán Cortés no preparan para eso. Les leí las “Instrucciones para subir una escalera” y después les pedí que escribieran instrucciones para lo que quisieran. Salieron muchos textos sorprendentes y otros anodinos. A uno se le ocurrió escribir instrucciones para realizar machetes para copiarse en los exámenes, otros pensaron cómo encender la luz o abrir persianas. El que se había tirado de la silla escribió una serie de instrucciones para molestar a los profesores, y la clase terminó en algarabía.
Después volví al programa oficial y nos aburrimos todo el resto del año. Me había recibido hacía poco tiempo y aún no estaba preparada para plantear innovaciones. No  eran tiempos propicios porque el mismo Cortázar estaba en la lista negra de los escritores censurados.
Tampoco volvimos a tener la visita del director que no había leído un libro en su vida y no podía saber que, a partir de sus palabras de desautorización, la literatura se convirtió en una manera nueva de mirar el mundo, capaz  de desatar una tormenta en una taza de té.

Obras mencionadas en este capítulo:


El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. Martín Fierro, de José Hernández. Madame Bovary, de Flaubert. Poemas, de Alejandra Pizarnick. No se culpe a nadie, de Julio Cortázar. “La pradera”, de El hombre ilustrado,  de Ray Bradbury. Moby Dick, de Melville. “Romance de la luna luna”, de Romancero Gitano, de Federico García Lorca.  Poemas  y antipoemas,, Artefactos, de Nicanor Parra.  Comentarios reales, de Inca Garcilaso de la Vega. Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar.

miércoles, 12 de febrero de 2020

ENTREVISTA AL ESCRITOR SALVADOREÑO ALBERTO POCASANGRE









—¿Por qué se te ocurrió ser escritor?

Supongo que fue un proceso natural y más o menos parecido al que le pasa a todos los que escribimos: no es que se te ocurra ser, es que te sucede. Desde chico me gustaron los libros y de tanto que me gustaba leer, llegué — por la fuerza de gravedad — a la pregunta “¿Qué se sentirá escribir un libro?”. Y empecé.


—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?

Pienso que tiene que ver con el entorno, con la familia que a uno le toca, con características personales. En mi casa no había muchos libros, pero a mí me gustaba leer todo lo que caía en mis manos. Mi madre lo notó y me estimulaba regalándome libros. Mi hermana mayor me ponía a recitar poemas y me leía cuentos. Creo que todo eso incide. Hay gente que a lo mejor viene mejor predispuesta que otra, pero casi le apuesto a que el escritor no nace, se hace.

—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad?

Un poco de ambas. A veces parto de detonantes, de situaciones reales que me tocan, que me sacuden. A veces son chispazos, ideas fantásticas que nacen de pronto. En cualquier caso, estamos obligados a cargar a todas partes una libreta de apuntes.

—¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritor?

 
Pues toda mi vida laboral y profesional he sido docente y aún lo soy. Tengo 28 años de estar en las aulas y desde hace 20 soy director académico en un colegio en San Salvador. En mi país no se ve la escritura como una profesión y todos los que escribimos, tenemos un trabajo para pagar las cuentas de la casa y la escritura para pagar las cuentas de nuestro espíritu.




—¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?

Me he divertido. He llorado. Me he asustado. He sido feliz escribiendo y esta pregunta se parece mucho a aquella de que “a qué hijo quiere uno más”. Yo tengo dos bellas hijas de carne y hueso y 19 hijos de papel. ¿A qué hijo se quiere más? Bueno, a todos se les quiere mucho, mucho pero de diferente manera. A uno por ser muy divertido, a otro porque nos da sustos, a otro porque nos hace llorar… y a otros ni sabemos por qué. Quizá al último que va naciendo — como ocurre con los de a de veras — lo cuidamos y mimamos un poquito más que a los mayores, pero eso es solo para abrirle espacio en el mundo.

Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la relación dentro de la escuela en Centro América? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños?

Lo ideal sería que, como otros valores, la lectura se inculcara en casa y la escuela nada más fortaleciera el valor, pero — como con otros valores — no ocurre así. Dentro de la escuela en Centroamérica (y aquí hablo como docente en primera fila) la lectura se ve como una asignatura más y, a veces, como trabajo extra, lo que produce rechazo de parte de los estudiantes. Aunque admito que en los últimos años ha habido un boom de la Literatura Infantil y Juvenil. De hecho, estoy con otras dos escritoras en el proyecto de la primera editorial de LIJ en El Salvador: Editorial Barrilete.
Cómo me gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños: un refugio y un espacio para volverse personas integrales. Un lugar en dónde puedan encontrar su camino y ser felices siguiéndolo. Con respecto a la lectura, me gustaría que la escuela la inculcara como una actividad de esparcimiento y no para cubrir un programa didáctico.
Y me encantaría que los mejores lectores dentro de la escuela fueran los docentes. Porque ese es otro problema, digno de un ensayo.

.—¿Sos muy sensible, como tus personajes?

Buena pregunta. Opino que más bien los personajes tienen mucho del que los crea. Así que si hago un personaje divertido, algo de divertido de mí tiene. Si hago un personaje emotivo, es porque algo de emotivo tengo yo. Una de las cosas maravillosas de la Literatura es que podemos ser miles de seres por medio de nuestros personajes.



—¿Qué te hizo ser así?

Como dije arriba, uno es producto de las circunstancias, del contexto, de la formación. Y de algo que ya traemos al nacer. Haber descubierto los libros desde niño marcó mi vida y estoy seguro que leer (y luego escribir) ha influido en quién y cómo soy más de lo que imagino.

—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en tu país EL SALVADOR y en Centro América y en el resto del continente? Vos recorriste y viviste en varios países latinoamericanos.
La LIJ está en un momento especial. Crece y está cada vez más cerca de ocupar el lugar que le corresponde. Antes había gente (incluso escritores) que miraban con cierto desdén a la LIJ, como una literatura de menor categoría, como la Cenicienta. Ahora, muchos escritores para “adultos” están incursionando en la LIJ y se le ve como una parte indispensable e importante de la Literatura Universal. No me extrañaría que pronto veamos un Nobel de Literatura cuya producción sea exclusivamente de LIJ.
En mi país habemos muchos apoyando el desarrollo de libros y escritores de libros para jóvenes y niños. Yo mismo estoy entre los fundadores de la primera editorial exclusiva de LIJ en El Salvador: Barrilete. Tengo esperanza que vienen buenos tiempos. Y estoy seguro que lo que pasa en mi país solo es un reflejo de lo que ocurre en todo el continente.
Claro que falta mucho por hacer. Falta lograr que sea el niño quien elija leer y no los padres o docentes quienes lo pongan a leer. Que sea el niño quien escoja el libro. Que no se lea en las escuelas solo con finalidad didáctica. Que los escritores apuesten por su propia formación profesional en su área. Que nos tomemos en serio nosotros mismos.
La Hormiguita viajera aporta de manera increíble en difusión y en formación de redes continentales. Es bueno que conozcamos qué se está haciendo en todo el continente, qué libros, qué proyectos, qué personas. Tal vez sería interesante crear un directorio de escritores de LIJ para que podamos estar en contacto unos con otros y apoyar iniciativas, ferias, actividades, conferencias online con estudiantes o de formación para escritores y lectores. Tenemos las herramientas.

—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?
Leer. Leer mucho. Y animarse a escribir. Y así como debe leer sobre los temas que le gusten, que también escriba sobre temas que le gusten.
Y no dudar jamás que la práctica constante, lo acerca a uno cada vez más a sus metas.



—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable?.  ¿Por qué?
Debe ser todo eso y más, porque otro de los terrenos mágicos de los libros, es que los hay para todos los gustos. Además recordemos que no se escribe para copiar al mundo, sino para redefinirlo de acuerdo a nuestros términos propios. Decir cómo nos gustaría que fuera o cómo lo vemos. Y puede ser que a alguien no le guste nuestra manera de ver el mundo ¿qué importa? Cada quién puede crear el suyo y no pasa nada… y pasa todo.






@ Eduardo Raúl Burattini








jueves, 6 de febrero de 2020

“Liliana Bodoc: la disidente” (In memoriam)


                                                                                                      por Adrián Ferrero





     Todavía puedo evocar aquel 6 de febrero de 2018 por la tarde en que, bajo el efecto de un shock, me enteré de que la escritora Liliana Bodoc acababa de fallecer de un paro cardíaco. También recuerdo que de inmediato, probablemente como una reacción espontánea ante la impotencia de lo acontecido, en el estudio de casa escribí un retrato acompañado en él de una sumaria crítica acerca de su poética. Que fue breve por cierto y tengo la convicción de que también fue insuficiente. Es que para ser completamente franco estaba bajo el efecto de una conmoción. Una amiga, narradora oral e inspectora de Jardines de Infantes, estudiante universitaria de Artes Plásticas, que también ha escrito narraciones prodigiosas, dejó por escrito en mi publicación: “Tenía que ser para siempre”. Esta frase del orden de la demanda que se le exige al destino o, en todo caso, a una vida que no manejamos pero que nos es arrebatada de modo para nosotros devastador, denota la unánime adhesión hacia una figura de una grandeza inusitada. Esa grandeza iba acompañada de un talante crítico hacia ciertos modelos literarios de épica fantástica (su vertiente inventiva más potente), de los cuales Bodoc tomaba distancia crítica, pero al mismo tiempo recibía algunos de sus legados como herencia valiosa. El arco de su producción denota plasticidad, minucia e imaginación desbordante, no solo de contenidos sino de recursos de toda índole, mezclando el cómic con la narrativa, la dramaturgia con el discurso también narrativo, el código visual con el verbal, la ductilidad para trabajar con sutileza a partir de arquitecturas narrativas de portento siempre con capacidad de control perfecto sobre el entretejido de los argumentos, las estructuras narratológicas y las tramas bien contorneadas. Por otro lado, de hacerlo según dípticos, trípticos o tetralogías, esto es, trazando mapas complejos pero no de connotada ambición desmedida. Sino, en todo caso, por afán de desafío, vertiente creativa o de mero proyecto que se embarcaba en búsquedas innovadoras para avanzar en una progresión día a día más impetuosa sin ser violenta. Circunstancia que brindaba posibilidad de dejar una herencia calificada a la cultura literaria argentina que estuviera a la altura de la jerarquía de las del mundo. En efecto, la obra de Liliana Bodoc es de tal magnitud y de tal caudal de excelencia literaria que es capaz de medirse con la gran literatura del globo. Con el agregado, nada menor, de que es combativa y desafiante. Lo que desde ya la ubica en el espacio de las narrativas contestatarias.

  
   Sin embargo, frente a carreras egoístas, de total desaprensión, descompromiso con su patria, diría yo, aferradas de modo tacaño a promover su suerte exitista, Bodoc siempre desde los modales, la buena educación, la humildad demostró que era capaz de ser y hacer definitivamente otra cosa. Era alguien con altura. De talla. Superadora pero, sobre todo, aleccionadora. En la escritura. Eso sin lugar a dudas estaba. Pero también en la la vida y en el mundo. Desde sus intervenciones públicas (como en sus conferencias, entrevistas, una de las cuales le realicé, en la que me trató con un respeto inolvidable o bien congresos sobre educación o de escritores, mesas redondas o paneles), fue una figura libertaria y que inculcó el librepensamiento en su prójimo, no solo por entre sus lectoras  y lectores. Era rebelde sin ser agresiva y era resistente frente al poder sin ser violenta. Se trataba de una personalidad encantadora, que distaba tanto, de la frivolidad, la fatuidad de ciertos personajes que debemos tolerar en el mundo de la literatura no solo argentina, como de la búsqueda de lo conveniente. Y se mostró intransigente con las imposiciones del poder, del sistema (por el cual no se dejó capturar), además de simultáneamente demostrar una conducta laboriosa ya desde sus “narraciones de comienzos”. A todo ello sumo un virtuosismo en la capacidad de hacer literatura que la distanciaron de inmediato de otros proyectos, incluso en los que se había inspirado originariamente para consolidar el propio.

     El espacio conferido al sustrato aborigen en conjunción con la fantasía épica mediante operaciones complejas siempre fue una de sus grandes preocupaciones y lo hizo de un modo distinto, con una eficacia superlativa, no confundiendo jamás ese sustrato con folklorismo ni regionalismo. Por el contrario, ese referente actuó de modo universalista. El espacio de apertura activa conferido a la mujer fue también otro foco al que se manifestó sensible (en ese punto hizo especial hincapié en la entrevista que hicimos). La capacidad para afrontar la xenofobia pero también la persecución del diferente. La valentía de apoderarse de relatos oficiales codificados por la Iglesia Católica a través de una voz de mujer en una versión diferente pero respetuosa de los Evangelios. La narración de escenas de violencia con ultrajes inadmisibles que denunciaba sin panfletos, como sucede con una esclava negra que desde muy pequeña es arrancada de África para ser transplantada a Argentina hasta encontrar finalmente un destino digno, pero no sin antes pasar por toda clase de ultrajes narrados en clave de literatura juvenil, pero introduciendo al público de esa edad en estos temas. Hasta, naturalmente, su trabajo de lleno en el campo de la literatura infantil y juvenil que, de modo evidente, trasuntan una inquietud por promover en la infancia y en la juventud una serie de búsquedas que pudieran encender la curiosidad y fomentar el interés por la cultura literatura, la instrucción y, sobre todo, el orden de lo imaginativo desde principios éticos. Todo ello guiaba su ideología literaria. Una personalidad combativa sin una gota de afán de superioridad ni menos aún de soberbia o crueldad, era luchadora. ¿Qué más se podía pedir a una escritora o, mejor aún, a una persona tan completa?

     Por entre las grietas de su literatura brota una imaginación ilimitada que retorna sobre el lector de modo especular y le devuelve una imagen de lo que un mundo más justo sin moralejas ni moralinas debería ser en términos equitativos. Sin exclusivismos ni elitismos. Sin experimentalismos innecesarios. Para hacer buena literatura se puede acudir a un discurso narrativamente rico desde el lenguaje, desde lo imaginativo pero también, cosa curiosa, de los valores inclaudicables de la virtud sin caer jamás en el desencanto. Lo que no significa que no hubiera en ella una obstinada experimentación desde otro ángulo. Porque siempre politizaba sin pedagogías ni afán panfletario alguno su ficción. Era una politización, si así se prefiere, no facciosa pero sí orientada en una dirección clara: principios de igualdad, equidad y libertad.

     Fue una gran preocupada por el semejante. Estaba educada en la ineludible prestancia por colaborar con su patria, con la comunidad, con ideales ideales colectivos. Hay una unanimidad que gravita en torno de su figura que se agiganta día a día. Regreso a sus libros como se regresa a un alimento tras la búsqueda de ese lenguaje que ella hace devenir lengua literaria prácticamente en estado de poesía sin perder el encanto narrativo. Pero también la de una política de la lengua que trabaja con sutileza contra el opresor, contra la hegemonía (como afirmaba ella) y a favor de la elección de un lenguaje no alienado. Tampoco perdía de vista el vértigo de la fábula que favorecía sin embargo la posibilidad de disfrutar de todas sus inflexiones y de paladear el lenguaje en todo su dinamismo con sus peripecias. Y sin embargo (y vuelvo a esto) con una capacidad inigualable por la transformación del discurso narrativo en discurso poético.

     Todos sus amigos y amigas describen a Liliana Bodoc como una personalidad difícilmente olvidable. Muchos guardan sus fotografías o las suben a la Internet como la prueba más tangible y contundente de que ha aportado a este mundo una presencia irreemplazable. No ha partido ni partirá una figura tan sustantiva de la sociedad argentina, incapaz de toda malicia. Pienso en otros nombres de escritoras argentinas de probada integridad en el marco de distintas líneas estéticas: Griselda Gambaro, Adela Basch, Perla Suez, Ángela Pradelli, María Teresa Andruetto, Diana Bellessi, Angélica Gorodischer y desde el psicoanálisis o el ensayo de interpretación nacional la entereza ética, crítica, cívica y académica de Silvia Bleichmar, el compromiso con su país de todas ellas, para remitirme exclusivamente a una tradición de escritoras que desde el siglo XX proyectándose al XX asumieron un indeclinable compromiso desde la dimensión del género, que no es una categoría por cierto inocente, nos guste o no reconocerlo, y menos aún por estos tiempos, en virtud de su rango altamente politizado y culturalmente marcado. Todo texto escrito por una mujer de excelencia con intervención sobre el poder es, lo reconozcamos o no, un texto politizado. Pienso que en esa tradición se inscribe Liliana Bodoc, pero en la línea estética de la épica fantástica, lo que marca un territorio distinto pero no exento de la búsqueda de la utopía. También en la de la literatura crítica de las ideologías más retrógradas de estas autoras con varios puntos en común y otros de divergencia. Todas ellas tienen reconocimiento o, como mínimo, prestigio sencillamente porque tienen talento, no porque busquen notoriedad. El éxito llega como resultado del trabajo puesto por delante de toda estrategia conveniente. Hay una trayectoria (además de una conducta cívica) a partir de ambas. Por otra parte, todas ellas tienen principios que se traducen en acciones concretas además de en su escritura. Cada una se compromete con causas dispares y serían incapaces de agraviar a un semejante en virtud de sus principios.


 El trabajo laborioso sin lugar a dudas estaba en Liliana Bodoc. La batalla contra el silencio estaba. La batalla contra toda forma de acallar el pensamiento crítico y creativo, el de atentar contra la libertad subjetiva junto con el espacio del pensamiento que defiende los Derechos Humanos, eran zonas a las cuales su proyecto es particularmente sensible. La batalla por preservar la dignidad del semejante también. Pero había en ella ese don, además de una ideología que era insobornable. Al igual que lo hay en las escritoras que acabo de mencionar, entre otras que mi memoria no trae en este momento al presente de la escritura en este artículo. Que no solo se ocupan de sí mismas, sino que miran en derredor. Asisten al espectáculo del mundo y contemplan el horror. Son incapaces de permanecer indiferentes frente a sus semejatnes. Y todas son laboriosas. Y en tanto asisten a un país que para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad y de honestidad intelectual, un mínimo de humanidad también, saben que requiere de ellas intervenciones públicas urgentes y no solo de libros que se publiquen. O que requiere de libros que se publiquen que hablen de temas de interés para la comunidad en tanto que colectividad de sujetos que sufren y padecen la exclusión. Asistiendo a qué está haciendo ruido en las sociedad. A que esta es una sociedad ruidosa por donde se la mire. Que por cierto es en este momento y desde larga data un largo etcétera de cosas perturbadoras para la paz y la justicia. Y tienen en claro dónde la literatura debe actuar tanto por dentro como por fuera del discurso estético de modo certero para denunciar y desenmascarar la hipocresía y la deshonestidad. La corrupción y le rapiña. También las violaciones a la ética y las transgresiones en el territorio de la política y a los Derecho Humanos. Ella lo hizo de modo magnífico y genial. Será recordada, en esta lamentada partida a destiempo de la cual se cumplen dos años en la que se la echa de menso como una ausencia irremplazable, un vacío que nadie podrá ocupar, como la personalidad de la República de las Letras que se recorta, con una nitidez de principios inquebrantables, innegociables y que no estaban jamás dispuestos a traicionarse. Ese fue su mejor fruto. Es también su mejor herencia. Así fue Liliana Bodoc.

 Y en este retrato incompleto, sumario, trazado con pinceladas en un sepia que aspiran menos a un afán de crítica literaria exhaustiva que a una resonancia y una recuperación humanista de su figura en contrapunto con su singularidad procuro restituir todo aquello a lo que se atrevió en tanto que hito de la cultura argentina y todo aquello de lo que fue capaz de decir, de hacer y, por sobre todo, negarse a realizar. Porque Liliana Bodoc también puede perfectamente ser definida en términos de sus ausencias en ciertos espacios y sus reticencias a otros. De las resistencia contra los discursos unívocos. Los discursos y las prácticas de la intolerancia que se negó a acatar. Y, sobre todo, resistirse a quiénes prescriben lo que debe ser nuestra conducta y cómo debemos conducirnos. Ella desacató mandatos. Fue, en dos palabras, una disidente.


sábado, 1 de febrero de 2020

ENTREVISTA A LA ESCRITORA ALEJANDRA ERBITI






—¿Por qué se te ocurrió ser escritora?

Jamás fue una ocurrencia. Siempre tuve como una galaxia en la cabeza, no necesariamente extraterrestre, tal vez, algo más parecido a universos paralelos. Infinidad de imágenes, personajes que hacían cosas y hablaban, o discutían, o peleaban a muerte, o se enamoraban; historias que crecían de tal manera que necesitaba contarlas, porque al comienzo no las escribía, las contaba. Eran como guiones para películas o como piezas teatrales y mis amigas y amigos de la infancia eran quienes se prestaban a protagonizarlas. Incluso, recuerdo que ensayábamos varias veces algunas escenas que no me convencían o todo lo contrario, o sea que algunas escenas las repetíamos hasta el infinito sólo porque nos divertían, porque nos salían geniales. No era mi única diversión, pero inventar y contar historias fue y sigue siendo imprescindible y me hace muy feliz. Siento que si tengo una historia y no la cuento, podría explotar. Tengo que dejarla salir. Esto es así desde que tengo memoria. Si estaba sola, las contaba en voz baja, para mí o para un público imaginario. Aún lo hago. No me da vergüenza decirlo. La cuento o la leo en voz alta, porque necesito escuchar la música de la historia, el ritmo, el tono, los contrastes, es como un concierto, es como cuando un músico tararea una melodía mientras la compone y marca el tempo sobre la mesa, tamborileando con los dedos. Podía y puedo pasar horas en ese mundo imaginado. Claro que prefiero el placer de compartirlo, sobre todo, si consigo hacer reír. Como dije, lo de ser escritora no fue una ocurrencia, es mi vida y esta pregunta es como si me preguntaran ¿cómo se te ocurrió enamorarte? Te enamorás, sucede, no es una ocurrencia y si te sucede, no lo podés evitar. Por otro lado está el momento en el que esto que fue un juego se convierte en tu profesión. Ese es un momento bien concreto, porque tiene que ver con el hecho de que te paguen por esas historias, de poder vivir de eso que te hace tan feliz. Asumirme como escritora profesional me llevó mucho tiempo. Empecé a publicar recién a los 30 años y aunque veía mis libros, los tocaba, los olía, veía mi nombre impreso en ellos, me llevó otro rato sentir que sí, que definitivamente esa era yo, una escritora.





—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?


Es una pregunta frecuente y no creo que sepa la respuesta. Se me ocurren muchas cosas a la vez. Sólo sé que las personas nacemos en determinados contexto y circunstancias y en ese ambiente crecemos, nos desarrollamos y nos formamos. Hay quienes desde muy chiquitos son muy inquietos y terminan dedicados a actividades físicas, como el deporte, o la danza (no importa si como profesión o como hobbie), pero se nota que tuvieron y tienen una necesidad poderosa de expresar algo con el cuerpo en movimiento a través del espacio. Yo era terriblemente inquieta. Me contaban que cambiarme los pañales era una tarea de titanes. Y sin embargo, aquí estoy, de lo más sedentaria y toda esa inquietud, esa energía, ese "espíritu indómito" se trasladó a la lectura y la escritura, que son inseparables. Si bien siempre tuve amigos, me recuerdo bastante solitaria, leyendo cosas que no tenían nada que ver con la escuela, haciendo dibujos, tomando notas en papelitos sueltos. En las vacaciones de verano, ponía una lona sobre el pasto y me tiraba a observar el cielo de la noche con unos prismáticos buenísimos que tenía mi papá. Siempre quise tener un telescopio y un piano. El piano me lo compré de grande. Todavía no tengo telescopio. Nunca me entusiasmaba demasiado salir. En la secundaria, mientras mis amigas desesperaban por ir a bailar, yo prefería quedarme en casa y hacer historietas para ellas. Fui a muy pocos bailes, me aburrían. Creo que fui y soy bastante aparato, un poco friky dirían hoy. Pude haber sido marginada en la escuela, pero me sentí querida. Me salvó el humor, reírme de mí y hacer reír. Aún me salva. Sin el humor no sé qué sería de mí.



—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad?

Me parece que ya respondí un poco esto de cómo escribo. Puedo agregar que mientras escribo, la realidad es esa historia que estoy contando. De hecho, silencio el celular, porque me sobresalta terriblemente cuando suena mientras trabajo en una historia. Es como estar profundamente dormida, soñando y que me despierte una explosión muy fuerte. Me provoca taquicardia y me cuesta volver a concentrarme. Sé distinguir la realidad de la fantasía, obviamente, de lo contrario estaría psicótica. Sucede que no me da miedo dejarme llevar. Me entrego por completo a la historia que escribo, vivo con y en cada personaje, me juego con ellos, tengo sentimientos genuinos como los que me inspiran las personas que conozco y tal como me sucede con las personas, no tengo los mismos sentimientos hacia todos mis personajes. Incluso, sé que ya me olvidé de muchos. Lo sé porque a veces alguien me los nombra y me los describe, esa persona los recuerda por algún motivo, pero para mí son algo borroso, lejano. Es como el amor. Hay amores pasajeros, que apenas recordamos y otros que dejan huellas profundas. En cuanto a sobre qué escribir, cualquier cosa que me provoque curiosidad es buen material para una historia y soy sumamente curiosa.


—¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?

Mientras viví en mi pueblo natal, fui locutora de la única radio que existía allí. Aquí, en Capital, fui peluquera de mascotas y entrenadora de perros. También canté en un grupo que dirigía Oscar Laiguera en el San Martín; hice algunas cosas en radio; fui asistente de sonido en un estudio de grabación y entré al mundo editorial con canciones escritas, compuestas, musicalizadas y grabadas por mí (canciones que preferiría olvidar, salvo una o dos, tal vez).




—¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?

Mientras escribo, ese es el libro que más me gusta escribir y por suerte, se ve que no me gusta tanto como para que ese se convierta en el último. Todo el tiempo hay otro libro que me está esperando, que me va a atrapar, que tal vez sea, por el momento, apenas una idea que revolotea por ahí y que, en cualquier momento, me pesca y me deja pegada al teclado. Y así sucesivamente. O debería decir simultáneamente, porque es raro que escriba una historia y luego otra. Escribo varias a la vez. A veces, un rato cada una, otras, un día cada una. Y para leer soy igual. Me pone ansiosa ir libro por libro.




Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la relación dentro de la escuela? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños?

Cuando lo charlo con mis lectores en las escuelas, ponen cara de "¡Qué aburrido eso de escribir, leer, corregir y volver a escribir durante horas!" Entonces, les cuento que para mí, sentarme a hacer "esas cosas" es como viajar en una nave que hace todo lo que yo quiero, cualquier cosa que se me ocurra, por disparatada que suene y que si quiero volar con alas, o flotar en el aire, o navegar sin necesidad de ninguna nave, también puedo hacerlo. Aun así les cuesta verlo como algo divertido, porque para ellos es la tarea, es algo obligatorio. Esa no me parece una buena manera de acercarse a la literatura. Me enojo cuando me esperan con un cuestionario hecho en clase, porque en vez de ser una escritora que los visita, me convierto en la tarea para el lunes o para el día siguiente. ¡Eso es aburrido! Imagino una escuela donde nadie sienta que no alcanza con leer un libro y hay que completar la lectura con "algo más". Me gustaría una escuela a la que todos vayan con alegría y entusiasmo. Disfruto muchísimo cuando las visito, cuando dejamos de lado el cuestionario (que se puede responder navegando en Internet) y conversamos de lo que realmente tenemos ganas de conversar y esto es del placer de la lectura, de cuánto nos gustó el libro, de cómo nos reímos, de qué parte nos pareció más divertida y por qué, de si tienen un personaje favorito y por qué. También me gustaría abolir algunos mitos, por ejemplo, el mito de que mi sabor de helado preferido, si tengo mascota y cómo se llama, de si soy hincha de algún club, etc. son cosas que no tiene nada que ver con la literatura. Yo digo que sí, tiene que todo que ver con la literatura, porque yo soy también todas esas cosas, que no desaparecen en absoluto cuando me siento a escribir. Estoy segura de que si en mi infancia no hubiera existido un gallinero en casa y en la casa de casi todos mis vecinos, no existirían varios libros míos cuyos protagonistas son una gallina que cacarea en rima, un gallo muy valiente que lucha contra el maltrato a los animales o el de unos locos pollos espiritistas. Y que conste que mucho antes de que J.K. Rowling inventara la mensajería con lechuzas, yo inventé la mensajería con gallinas amaestradas (¡Jaaaaaaaaaaa!)




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—¿Sos muy sensible, como tus personajes?

Esto ya la respondí más arriba, en la tercera pregunta. Siento que estoy en todos, que soy todos mis personajes, algunos son graciosos, otros son tontos, otros son sabios, otros valientes, otros cobardes, otros son definitivamente despreciables y yo soy un combo de todas ellos, no importa si humanos, animales, plantas o monstruos. Otra maravilla de ser escritora: en vez de hacer daño o de pelearme con otra persona, invento un personaje malo y dañino y que la justicia poética le dé su merecido.


—¿Qué te hizo ser así?




Mi vida, supongo. Crecí en una familia muy narradora, todos adoraban contar cosas. No necesariamente un cuento, sino narrar una mil veces las mismas historias familiares, anécdotas, algunas muy tristes, otras muy divertidas, algunas de cuando eran chicos, de noviazgos y casorios, otras de parientes que jamás conocí. Sé la historia de mi nacimiento de memoria y hay un cuento que comienza con esa historia. Mi nacimiento fue la primera historia de terror con humor que me contaron sin demasiada consciencia de lo que estaban sembrando. Tenía una abuela bastante malvada, dueña de un humor ácido capaz de cortar el metal y todo el tiempo jugaba con el doble, el triple y el múltiple sentido de cada cosa, hecho o dicho. Era casi analfabeta, pero tenía una mente veloz como pocas. No me gustaba lo malvado en ella, pero sí esa inteligencia para asociar ideas a gran velocidad. Las largas horas que pasaba con ella eran como un especie de entrenamiento sobre la búsqueda del significado. Seguro que también tuvo mucho que ver el hecho de haber crecido en una casa muy pequeña, donde vivíamos un poco amontonados, pero que tenía una pared entera llena de libros.


—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en Argentina? ¿Y en Latinoamérica?

La veo fuerte, enorme, como un gigante bondadoso y valiente, tanto como para resistir años terribles que la maltrataron, que la abandonaron a su suerte, y ella supo abrirse caminos y sostenerse y crecer y desplegarse como nunca o como siempre, cada vez más y más rica y diversa. La veo siempre capaz de sorprender y tal como mi héroe, el humor, jamás resignada y eternamente capaz de sobreponerse a todo, incluso, a la muerte. Por eso me hace feliz ser parte de este oficio, de este gigante bueno y valiente a quien nunca nadie podrá derrotar. La literatura infantil sigue siendo subestimada por muchos, como si fuera algo menor que la literatura para adultos, a pesar de su impresionante presencia en el mercado. No tienen idea de lo que dicen. De veras no tienen idea. El desconocimiento es pasmoso. La LIJ tiene un poder extraordinario y tanto autores como lectores experimentan una satisfacción tan inmensa que es casi imposible de explicar.



—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?

Lo único que le plantearía como algo indispensable es que lea, que lea todo lo posible, que lea los clásicos de todos los tiempos y que lea de todo, sin prejuicios, que pruebe, que explore, que busque libros que lo enganchen. Pero no sé cómo ni en qué dosis. Yo encontré mi propia manera de leer, mis tiempos, mis recorridos. A veces, pedí consejos, otras veces me dejé llevar por mi intuición, en otras ocasiones tuvo que ver el azar, esos libros que te llegan no sabés bien cómo ni por qué y te maravillan. No creo que haya una receta que sirva para todo los chicos y las chicas, como tampoco existe una única manera de ser escritor. Ese chico o chicha dice que quiere ser escritor/escritora y en el proceso, también va a descubrir qué escritor/escritora quiere ser. Le daría recursos, los que me pida, le facilitaría el camino en la medida de mis posibilidades y estaría muy atenta a sus expectativas, a qué le conmueve, qué le provoca, a ese momento en el que abrimos el corazón de par en par y estamos dispuestos a darlo todo en la escritura, pero no lo presionaría, no lo adoctrinaría, ni se me ocurriría darle un mapa de mi propio recorrido. Qué cada quien vaya dibujando su propio mapa del tesoro.



—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable?.  ¿Por qué?

¡Ah, no sé! ¡Que sea lo que a ella se le dé la gana! Me gustan todas esas opciones y muchísimas más, pero mejor que ella decida. La literatura sabe.





@ Eduardo Raúl Burattini

Narradores y Cuentacuentos: Entrevista a la Narradora "Seño Norma"

  -¿Cómo y cuándo descubriste que tu destino estaba ligado a la transmisión de la cultura a través de la oralidad? Desde pequeña me encant...