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sábado, 31 de julio de 2021

“La poética de Gabriela Casalins: la imaginación desatada gana la partida"

 



por Adrián Ferrero

 

     En el presente artículo no ocultaré una relación con su autora de ya muchos años, de compartir experiencias vitales, existenciales, metafísicas, expresivas y afectivas que desde una amistad franca nos mantienen en continuo intercambio fecundo. Ello no es sinónimo bajo la ningún punto de vista de una ponderación hiperbólica, imprudente o bien de una ausencia de toma de distancia crítica. Tampoco la de ser su apólogo. Pero sí la de reconocer sus méritos. En todo caso, garantiza el conocer a fondo su trayectoria por haber asistido de cerca, que ese sendero ha sido transitado con honestidad intelectual, con sentido de la ética. Y también haber comprobado su capacidad en virtud de que hemos compartido tanto trayectos formativos y profesionales como colectivos de arte. Por un acto de franqueza intelectual quisiera poner estos datos sobre la mesa para evitar equívocos o improcedencias. De modo que de entrada pongo sobre aviso de que hablaré de una poética a cuya génesis de escritura he  asistido, de suya productora cultural pudo dar fe actúa desde el sentido de la ética. Y se compromete con el semejante. . Pero vamos a la cosas.

     Rosemary Jackson, la investigadora norteamericana, ha estudiado los alcances de la literatura fantástica o lo que ella ha dado en llamar “fantasy”, en su libro Fantasy. Literatura  y subversión (versión original en inglés de 1986) que, en un sentido amplio, comprende a todo campo de la producción literaria que transgreda las leyes de verosimilitud propias de la literatura realista. En esta categoría ingresarían naturalmente obras fantásticas en primer lugar, pero también el cuento extraño, la ciencia ficción, el gótico, entre otros géneros desde lo temático afines. En tal sentido, habría toda una serie de unidades que el fantasy y su construcción tanto desde lo semántico como desde lo formal pondría en cuestión. La unidad de personaje (adoptando formas, tipos, figuras, encarnaciones, figuraciones) que rompen con el estereotipo de la literatura realista. En efecto, se trata de una literatura que a la noción de personaje entendida en los términos más estereotípicos y tradicionales la desarticula. Existen personalidades múltiples. Los personajes cambian de identidades. Las identidades nos son fijas, estables, hay metamorfosis, entre otras variantes. Igualmente ocurre con la unidad de tiempo y la unidad de espacio, que por ejemplo en la ciencia ficción se ven fuertemente comprometidas. En estos géneros son frecuentes la discronías y las ucronías. Y, en el orden de las relaciones humanas, las distopías, entre otras formas de la transgresión también del universo social, lo que genera confusión, destrato, caos o bien violencia, tal como lo apreciamos en su dimensión de la realidad empírica, constatable. Estas son algunas notas que plantea el fantasy (no todas) muy a grandes rasgos. Por otro lado, sí diría que la hipótesis de Jackson es que el fantasy lo que sí hace es plantear (en sus palabras) “imposibles semánticos”, esto es, circunstancias, episodios, hechos, acontecimientos, relaciones, vínculos, sucesos, climas, atmósferas, que según las leyes del convencional discurso realista, más lineal, más naturalizado, más unívoco, en lo relativo al referente no solo imaginario, no tendrían cabida bajo ningún punto de vista. A la luz de estos atributos, dibujados muy a grandes trazos sí diría que la escritora de La Plata (Argentina) Gabriela Casalins (La Plata, 1961), autora de literatura para niños y para adultos, de poesía, narrativa, obras para títeres, entre toda una amplia diversidad y variedad de registros por dentro del orden de la producción literaria, en ocasiones manteniendo la unidad de sentido, es un ejemplo cabal de este tipo de literatura. De una poética que desde la representación literaria plantea una fuerte oposición a la cultura represiva imperante y dominante que impide la libertad subjetiva, el desenfreno de la imaginación, la posibilidad sensible de sentirnos comunicados mediante formas alternativas al dibujo de lo que proponen fórmulas convencionales que no aportan sustantivamente nada al panorama de la biografía de un sujeto en la sociedad contemporánea que pueda eludir la prohibición de crear, de recrear por dentro de la cultura y su, diría Freud, malestar. Pero, por sobre todo, a partir de una poderosa intervención en el orden de lo simbólico que se proyecta hacia el orden de lo material o físico, afectándolo notablemente. Y modificándolo. Gabriela Casalins publica cuentos en antologías colectivas, forma parte de un libro cuya Editora es nada menos que la Dra. en Ciencias de la Comunicación y escritora Graciela Falbo (quieran estuviera muy ligada a la literatura infantil durante una buena etapa de su vida; luego se volcó, en una singular e importante producción de la lírica). Esta antología institucional, porque fue publicada por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social dependiente de la Universidad Nacional de La Plata, social (el marco institucional dentro del cual había tenido lugar el taller de escritura del que ambos participamos junto con otros asistentes, muchos de ellos escritores), dio por resultado en 2002 el libro Cara y ceca de la escritura. Cuentos y procesos creativos. Allí de un lado del libro figuraba una selección de relatos a partir de la misma consigna impartida a todo el grupo. Y del otro, en una cara invertida, la reconstrucción de los procesos creativos a partir de los cuales habían tenido lugar.



     Llega luego un libro con el que obtiene un premio importante, el Primer Premio Internacional Hespérides con su libro Historias familiares (2005). Este punto ya nos sitúa frente a un sujeto mujer en primer lugar, diría yo, con poder de iniciativa, atento a reconstruir sus propias tramas identitarias, las de sus mayores y lega a su descendencia toda una riquísima memoria que, transmutada en relato, deviene un capital difícilmente olvidable para ella y para los suyos. También para quienes somos sus amigos o participamos de su entorno afectivo, atentos y ávidos por conocer estas historias que siempre dejan abiertos los sentidos en lugar de cerrarlos. Suelen ser fuente entrañable y, naturalmente, como no podía ser de otra manera ponen el acento en un cierto tipo de educación (y no otra). Sientan las bases de una ética hacia el semejante. Y de la construcción de la concepción de ese semejante en función fue formado este sujeto mujer de lo que es capaz de brindarle, de aportarle, de darse tanto intrafamiliarme como por fuera de ella como exogámicamente. Asimismo, de qué modo las generaciones mayores trazan un puente hacia las que están comenzando a florecer para ponerlas al tanto de dónde vienen. Y de dónde vino su madre. Sienta las bases de un pacto, también, con sus ancestros. Gabriela Casalins ya demarca, eso queda claro, un territorio sagrado. Lo hace adoptando la forma de un corpus de historias interesantes, bien escritas, con trama y argumento que cautivan (como toda su literatura, que jamás pierde de vista el interés y la atención del lector, no perder a ese lector al que aspira a conquistar con las armas de la seducción del relato bien escrito, no solo con emociones o contenidos que sean fuertes y atractivos, en libros donde pasen cosas que son apasionantes, si bien pueden ser dolorosas (como en su cuento “Desagelada”, a propósito de una chica de la calle, en plena orfandad), con emociones, que conmuevan, que movilicen pero sin efectismos, sin moralejas ni didactismos simplistas, sino por una poética, a secas. Por lo tanto, que atraen porque constituyen una tipología de discurso literario altamente atenta a estar pendiente del receptor. Una poética que no es partidaria de la codificación del discurso literario sino de su liberación hacia todas sus dimensiones creativas posibles. También es la escritura de factura trabajada, urdida cuidadosamente, la que le interesa a Casalins (sin llegar al extremo del adorno o la escritura ornamental, plagada de florituras, prácticamente vacía o falta de toda intensidad emotiva o de ideas, axiológicamente connotada sin clase alguna de valores). El libro clave de toda su producción (lo que por supuesto puede ser objetable por parte de otros especialistas) es a mi juicio Animalia (2009). Un bestiario medieval para el cual se documentó, estudió, leyó, pero también para el cual fue tremendamente original en lo relativo a sus tramas, argumentos y atribución de fisonomías a estos seres fabulosos que, una vez más, venían como proponía Rosemary Jackson a romper con una tipología de personajes y protagonistas habituales, instalados en la ficción según el sentido común, una estereotipia que nada venía a aportar a la poética (y al mundo, en un sentido mucho más amplio, agregaría yo). Casalins, en cambio, será desafiante. Organizará un conjunto de tramas que no serán concesivas con lo que la literatura propone en su normalización sino en la “subversión” (palabra de Jackson). Sus personajes adoptarán la forma que ella desea y no la que la sociedad impone. Y el universo poético de Casalins será el de personajes fabulosos en diálogo sin embargo con el universo humano. No elimina a los humanos de ese cosmos sino que integra ambas dimensiones. Criaturas fabulosas con criaturas humanas, con seres humanos. Así, introduce un contrapunto riquísimo. No hay agresión ni hay ataques  ni hay violencia. No hay antagonismo (al menos que yo recuerde en lo primordial) sino que más bien hay extrañamiento, para usar un término propio de los formalistas rusos. Pero tampoco hay una suerte de perplejidad asustadiza que conduzca ni al trauma ni al terror. Se trata de figuras claramente distintas del humano pero que no han llegado para depredarlo. Esta es la zona de la imaginación que más finamente a mi juicio Casalins desata, pone en estado de libertad subjetiva. Y de rebelión contra los límites de la ficción realista.



     Finalmente, llegarán dos libros para niños: un díptico. Lo que Teo no dice (2014) y Lo que Teo descubre (2018). Es aquí donde la tortuga Antigua Pasolento será la protagonista que vaya al rescate de un niño (Teo) que padece la discriminación en el ámbito escolar (universo que la autora conoce a la perfección, como veremos más adelante por qué y de qué  modo), a lo que se suma la trágica inundación de nuestra ciudad de La Plata en la cual hubo incluso (como se recordará) numerosos muertos, casas devastadas y miles de libros arruinados (ya que nos estamos refiriendo a datos de la poética, sin querer por ello homologar en modo alguno pérdida de vidas humanas con  pérdida de libros). Entre este universo escolar y esta tortuga poco convencional, que por ejemplo habla y entabla diálogos con el protagonista, se producirá una interacción a mi juicio interesante. La tortuga Antigua le permitirá a Teo encontrar “la maravilla” que hay dentro de él, que ya está, pero él ignora que la posee. “La maravilla” se oculta. Solo se trata de buscarla, de sacarla a la luz. La segunda novela trabaja con una trama relativa más a un afán aventurero en el que interviene la salvación de animales que corren peligro y, por otro lado, la introducción al universo de la ficción de un tortugo. Esta novela, publicada por la Editorial La Brujita de papel, de Buenos Aires, será lo que permita a Casalins salir al ruedo, salir del ghetto de la literatura platense y sumirse en el campo literario de Buenos Aires. Lo que importa un salto cualitativo sumamente importante para una autora “de provincias” (así nos denominan los porteños o bien "del interior", con despectiva contracción a desprestigiar poéticas de portento como la de Gabriela Casalins, perfectamente a la altura de cualquiera de las de Buenos Aires) que sin ser una ambiciosa seguramente se habrá sentido indudablemente gratificada y reconfortada de encontrar eco, tal como de hecho sí ocurrió, en Argentina en general, no solo en Buenos Aires o La Plata. También el Gobierno de Chile, la distinguió y su primera novela fue distribuida en colegios para la enseñanza primaria. De modo que este libro adquirió una proyección potente ya en términos internacionales. Se realizaron numerosos trabajos fundamentalmente en escuelas en torno de esta novela. Y ella misma fue agente de cambio trasladándose a esos ámbitos escolares, llevando la voz de una autora para que los niños supieran y conocieran que por detrás de la voz de las historias se agazapa un ser de carne y hueso. Alguien quien es la artífice de esos milagros que quedaban plasmados por escrito pero por detrás de los cuales había una imaginación que ponía en movimiento una creación así como un trabajo de un alto nivel reflexivo porque estaba interesada en focalizar su atención no en cualquier dimensión de la invención. Hay en Casalins una urdimbre entre preocupación por las prácticas de la enseñanza y el sistema educativo en general que se articula en su ficción y ello resulta tangible. Resulta legible, mejor. Resulta un trabajo, en definitiva, noble, porque pone en directa relación prácticas sociales con discursos literarios que los integra. Lo que en las circunstancias por las que atraviesa la educación requieren de un profundo sentido crítico pero también propositivo.

     En la etapa de su blog infantil “El Mono de la tinta” que modera junto con otras dos responsables con una alta calidad de producciones publicadas, por un lado. Por el otro, con una pluralidad de géneros literarios, mantiene una zona de la producción que permite dar a conocer, incluso, la escritura literaria de los propios niños, "El Mono de la tinta" se vuelve un ámbito de discusión de ideas, de debate, un  foro de exposición de trabajos de especialistas, de difusión de propuestas sensibles, de la inteligencia lúcida, del trabajo colectivo, de una literatura, lo sabemos, en términos generales puesta al margen, entre paréntesis del corpus de las poéticas nacionales. Esta me parece tarea encomiable por parte de “El Mono de la tinta” que difunde, promueve, interroga a un tipo de discurso literario completamente desjerarquizado que, esta vez sí, se debe manejar en ghettos: editoriales específicas, Ferias del Libro Infantiles y Juveniles, Jornadas y Congresos específicos en lugar de integrarse al gran concierto del corpus de una literatura nacional. Esta penosa circunstancia, sobre la que ya he hecho singular hincapié en numerosos trabajos preliminares, me exime de todo desarrollo que, por otra parte, para las personas interesadas en este campo de la producción (no solo como estudiosas o productoras literarias), resulta a ojos vista una obviedad porque salta a los ojos.



     Vale agregar que aproximadamente entre 2000 y 2008 participé en un colectivo de literatura con la escritura Gabriela Casalins, la escritora Adriana Coscarelli y el escritor Luis Edgardo Soule de Diagonautas, una experiencia virtual que consistió en el Primer Portal Literario de la ciudad de La Plata, en formato digital, dando a conocer desde entrevistas hasta poesía, relatos, entre otros corpus de autores y autoras de Buenos Aire y La Plata, destacados profesionales.

     ¿Y qué decir del presente histórico? Dado que mantengo una relación de amistad con la autora no me atrevería a hacer ninguna clase de declaración en el sentido de revelación acerca de lo que está escribiendo en este momento. Sí diría que se encuentra profundamente cautivada y comprometida por el universo mágico de los títeres, desde su factura material hasta la escritura de obras cortas. Lo que importa ya sumergirse en una nueva dimensión de la creación: la escénica. He tenido acceso a registros audiovisuales de dichas creaciones y me han parecido de excelencia, me han impresionado vivamente, además de resultarme profundamente conmovedoras. Remueven los entresijos del alma en el mejor sentido de la palabra. Nada queda por fuera de esta palabra tan viva como vivaz, que se mueve grácilmente por el universo de los significados sociales y del discurso estético.

      Entre su larga trayectoria de un pasado como docente de Lengua y literatura graduada en la Universidad Nacional de La Plata, en colegios de ese misma Universidad Nacional de La Plata u otras instituciones educativas privadas, en su trabajo como docente en institutos terciarios, Gabriela Casalins ha llevado adelante en esta ciudad de La Plata un movimiento impetuoso que ha impulsado una renovación desde la docencia, desde cargos directivos en escuelas  secundarikas, desde planes de estudio de innovación, desde la investigación, desde la edición virtual y desde la producción creativa en el formato libro una promoción destacable de la cultura literaria y, con ella, enriquecido el patrimonio de nuestra ciudad de La Plata. En tal sentido, su foco ha estado puesto siempre en la lectoescritura creativa desde múltiples foros. De la educación a los talleres de escritura que ha dictado. De las charlas públicas con alumnos hasta el trabajo con docentes o su trabajo en institutos de educación por el pensamiento de naturaleza experimental. Merece a mi juicio un reconocimiento unánime y definitivo por su trabajo sostenido que ha debido ser compatible (esto sí quisiera dejarlo asentado, porque lo considero tarea noble y encomiable) con responsabilidades con una familia numerosa en lo referente a una maternidad que, me consta, ha sido de una maternidad responsable y amorosa. Todo me resulta destacable. No escribo estas líneas con motivo de una amistad, esto es, producto de un compromiso adquirido de antemano, de hecho ella no sabía que yo iba a hacerlo y fue la primera sorprendida (o, en todo caso, no solo por ello, en todo caso porque es eso lo que me ha permitido tener acceso a la cocina de su producción y a su trayectoria, a la recuperación y conocimiento de sus procesos creativos, a sus cavilaciones en un intercambio frecuente y fecundo con diferencias pero también de mucha afinidad, de mutuos consensos, de comprensión, porque si algo la caracteriza es el pluralismo y la tolerancia). Señalaría en ella un profundo sentido de la ética que se pone de manifiesto, naturalmente, por transposición natural y espontánea, como sucedía, por citar un caso paradigmático, con Liliana Bodoc, nuestro faro para todos los que escribimos con ese mismo sentido, al universo de los textos literarios de imaginación con vistas a principios humanistas. A concebir a la alteridad como semejante. Los principios le importan tanto como los comienzos de las historias. Y los conflictos la preocupan, la desasosiegan. Y los desenlaces hace lo imposible porque sean lo más descarnados posibles en ocasiones tanto como lo más dichosos posibles en otros casos. Dependerá del público, de la historia que esté narrando, de su intención al narrar (si la tiene). No pretende ni idealizar ni tampoco escandalizar ni incomodar innecesariamente al lector. Cada historia demanda una cierta clase de tratamiento, de abordaje, se señalamiento social que no siempre resulta grato ni tampoco resulta ejemplar en lo relativo a la felicidad. Es una escritora que apunta a ser, ante todo veraz, pertinente y coherente con lo que ha escrito. Una preocupada por la realidad empírica pero también atenta a la capacidad infinita por el vuelo imaginativo. Por lo tanto, experiencia vital y experiencia estética tendrán la misma argamasa. El mismo potente poder de convicción porque hay ideas, hay ideales y hay un credo. Pero en toda ella hay un principio de coherencia y afán de libertad. La imaginación furiosa, desatada es la que, por fin, gana la partida.

 

La Plata, 31 de julio de 2021

 

jueves, 29 de julio de 2021

Pablo Medina, un Maestro en las nubes de los libros (*)

 Con  46 años de existencia, «La nube» es un centro cultural que funciona como un museo en Buenos Aires, la capital argentina. Hay visitas guiadas, talleres solo para niños, cineclub, así como títeres y juguetes. Su espacio de lectura para niños, “el club del libro”  tiene más de 30 años y defienden el acercamiento experimental a la lectoescritura.  “A partir de estudiar cómo el niño se relaciona con el libro y lo descubre, se piensa este espacio. El libro no tiene que entrar a presión. Es una herramienta que está ahí y puede ayudar a la construcción de una relación integradora entre libro-niño, comprensiva y enriquecedora.  Pero la base de la relación es con el otro. Fortaleciendo los vínculos y haciendo de la experiencia lectora un momento plácido, los niños se nutren a través del afecto. Lo demás se va articulando. Ellos son producto del amor y del afecto”

Su director, Pablo Medina es un lector insaciable, enamorado de la lingüística, del lenguaje, y de la palabra en todas sus expresiones: oral, escrita, visual, plástica y cultural. Es un intelectual argentino que ha vivido la dictadura, la violencia, el dolor en carne propia y ha decidido apostarle a los que ven con el corazón, que son los niños.

Nació hace 84 años, en 1937, a 917 kilómetros de Buenos Aires en la Provincia de Corrientes, en el límite entre Paraguay y Brasil.  Creció más cerca de la naturaleza que de la urbe, en la reserva más grande de agua mineral que tiene Argentina, en una zona muy rica en flora, fauna y en calidez de la gente.

Las palabras a Pablo le llegaron en dos idiomas: español y guaraní, este último desconocido para muchos, es hablado por cerca de 12 millones de personas en Paraguay, Bolivia y Brasil.  Por otro lado, el español le recuerda este poema “Venían con cascos, sus arcabuces, sus caballos, su vestimenta de guerrero, pero se deslizaban por las barbas, las mejillas, la boca, por el cuerpo y eran las palabras. Se llevaron el oro y nos dejaron las palabras”.

El oro como él dice es efímero, pero en cambio las palabras en español hoy son compartidas por más de 550 millones de personas. “Es la única región en el mundo donde hay posibilidad de una concepción y construcción del ser humano diferente. Es un lenguaje que nos permite conocernos, disentir, amarnos, tener proyectos comunes, también hacer la guerra, odiarnos. Pero en última instancia es un lugar que consolida un sentido de comunidad y de vigencia de identidad”

Su familia llegó del país Vasco en 1860 a Asunción de Paraguay, considerada la capital portuaria de América del sur por ese entonces y allí se establecieron. A pesar de que su padre era vasco aprendió el guaraní y a punta de guitarra y cuentos orales populares, Pablo descubrió su amor por los libros. Terminó la primaria en su provincia y decidió ser profesor.

En 1956, con tan solo 18 años, se fue a trabajar como maestro de primaria a la provincia del Chaco, una sabana árida que lo acercó a la vida de los indios Tobas, hoy denominado pueblo qom, una de las etnias más importantes de Argentina.  Trabajando con los niños de esta comunidad, empezó a sentirse algo perdido. Los niños no hablaban y parecían no entenderle. Un día conoció al cacique y le preguntó que qué pasaba con sus paisanos y le respondió que no lograba que le respondieran aunque le maravillaban los dibujos que hacían los niños. El cacique decidió hacer una reunión con los indios más viejos en el monte para tratar la situación. Allí lo esperaban las señoras junto con los sabios y ellas le recomendaron que les leyera cuentos. Cuentos que tuvieran que ver con la naturaleza y su medio. Las plantas, los animales y los insectos. Que hiciera encuentros donde saliera a caminar con ellos mientras reconocían esos personajes y paisajes y así trabajó en ese lugar hasta 1961.

Luego, gracias a una beca, llegó a Buenos Aires, donde tuvo la oportunidad de estudiar educación física, tiempo libre y recreación y empezó a trabajar en la institución más importante de la ciudad, donde hacía formación docente y se encontraban todos los especialistas de literatura infantil que lo conectaron con su amor por los libros.

Caminaba cada tarde por la calle Corrientes, donde se encuentran todas las librerías que cierran hasta la una de la mañana y pasando tiempo en ellas empezó a estudiar más a fondo los libros para niños y a escribir sobre sus autores favoritos que, como Federico García Lorca, no construyeron sus obras específicamente para niños, pero como Pablo cuenta, sí lo hicieron desde la poética de la infancia.

En 1975, y junto con dos socias decidieron abrir la primera librería de literatura para niños de Buenos aires, “La nube”. Un año después, las Fuerzas Armadas derrocaron el gobierno de María Estela Martínez de Perón y comenzó la dictadura responsable de silenciar las voces de miles de ciudadanos, cuyas consecuencias se sintieron en todos los sectores incluyendo la cultura. “No sabías si el que salía de casa iba a volver. Te tiraban al piso con las manos arriba mientras verificaban tus documentos y ahí te morías del susto”

La nube” no fue la excepción. Sufrió allanamientos y censura, sacaron muchos libros, pero sobrevivió como pudo. Ocultaron todos los libros que podían ofender al poder y así pudo seguir en funcionamiento.  En 1980,  cuando se empieza a estabilizar el conflicto social con las fuerzas armadas, las dos socias deciden dejar la sociedad y Pablo sigue el camino solo. Nace el centro de documentación dentro de la librería como herramienta de promoción de cultura e historia de la infancia. “La única forma de explicar el proceso de la sociedad a los niños, es conservándola. Preguntarse ¿qué sentido tienen los niños?. Conocer la historia de la infancia es conocer la historia de la cultura y el país”.

Hace unos años La nube inauguró la sección de libros para bebés, el equipo de trabajo se dio cuenta de que los pequeños lectores cada vez eran menores y lo dotaron de una gran colección de libros de tela y plástico donde pueden ir con sus mamás lactantes o con cualquier miembro de su familia.

“Los niños son los niños, y por los niños somos porque los niños son los que saben ver con el corazón” dice Pablo citando a José Martí. Para este maestro y librero, los niños contienen el saber del afecto y del sentimiento. “Un niño es producto de ese conglomerado de situaciones que tiene que ver con los adultos y la sociedad. Hay que estar atentos a la familia, cuando esta fracasa, se cuenta con la escuela y si esta fracasa está la sociedad pero si la sociedad también fracasa, estamos en un problema serio. Por eso son tan importantes las bibliotecas, ya que estas de alguna manera van a preservar y tener una mirada de estos niños que son los depositarios del futuro”.

“El trabajo con la infancia hay que hacerlo ya. No hay tiempo”, asegura. Sino hay una relación con eso que es lo inicial, se escapa una etapa fundamental de la vida social, del país y del mundo. “Es el potencial que va a cambiar todo. Los niños son potencia. Son una fuerza que está ahí para ser invertida en su momento. Es importante apostarle a eso desde el libro, la lectura, el teatro, los títeres, deportes, juegos, cine. Un niño que es atendido a tiempo con certeza estará a favor de la vida”.

A pesar de la violencia que se le presentó de muchas formas en la vida y lo dejó sin sus familiares más cercanos, Pablo defiende que el camino y la lucha por una sociedad más justa, está con los niños y la cultura. Su trabajo es un esfuerzo porque la memoria prevalezca y se continué con la investigación sobre y para la infancia. El lugar que le damos a los niños en la sociedad siempre está planteando preguntas y retos que deben ser resueltos con el fin  de aportar espacios de participación social y cultural para los futuros ciudadanos.


(*) MaguaRed, Colombia

martes, 20 de julio de 2021

MARÍA ELENA WALSH, UNA VOZ INOLVIDABLE EDICIÓN ANIVERSARIO

 




¡¡Nuevo!!

MARÍA ELENA WALSH, UNA VOZ INOLVIDABLE

EDICIÓN ANIVERSARIO (*)

por Alicia E. Origgi

Porque me duele si me quedo

Pero me muero si me voy…

MEW

Estos son los versos de una descendiente de ingleses nacida en Argentina que supo interpretar los sentimientos de varias generaciones. Original hasta el tuétano, escribió una “Serenata para la tierra de uno”, donde muchos nos sentimos reflejados.

El 10 de enero de 2021 se cumplieron diez años de la desaparición física en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de María Elena Walsh. Es una voz que nos ha acompañado,  como la de una hermana que dice siempre la verdad, aunque duela.  Se la siente presente en todo lo que ha escrito y especialmente en las canciones para niños o para adultos, que siguen vigentes, como si acabara de componerlas. ¡Quién no se enterneció con Manuelita! Algunos no conocen todo su repertorio, pero seguro han escuchado Como la cigarra o la Oración a la justicia, que se hicieron populares -hoy diríamos se viralizaron- entonadas por Jairo, durante la recuperación democrática.

En 1967, para una práctica durante mi formación docente llevé “El enanito y las 7 Blancanieves”, de Cuentopos de Gulubú. El libro me había enamorado, porque usaba el lenguaje del juego y sutilmente, juguetonamente, proponía cambios en la manera de percibir el mundo. Jugaba con el rol femenino, jugaba con las palabras, jugaba con las letras, como la “Plapla” que se escapó del cuaderno de “Felipito Tacatún”; creaba neologismos como el “Gatopato” o el “Cochezapato”. Esta irrupción de una fantasía desatada suscitó muchas críticas de algunos pedagogos que señalaban, por ejemplo, que el uso de palabras como “malaquita” dificultaba la comprensión de los niños. ¡Cómo se equivocaron! Los transgresores cuentos de María Elena entraron a la escuela de la mano de maestros osados o niños entusiasmados por el humor y la frescura de su palabra.  Revolucionaria fue en los ’60 toda su propuesta pedagógica, que se dirige al niño que juega.

Sus comedias musicales Canciones para mirar (1962) y Doña Disparate y Bambuco (1963) estrenadas en un moderno teatro San Martín, en la calle Corrientes, marcaron un hito en las producciones para chicos y se han venido representando hasta la actualidad. También escribió teleteatros para la TV, que recibieron premios Martín Fierro, aunque lamentablemente los guiones no fueron conservados.



En 1968 apareció su disco “Juguemos en el mundo” y allí conocimos otra faceta, la de juglaresa y compositora de temas rupturistas como: «¿Diablo estás?”, donde revirtiendo la canción tradicional: “¿Lobo estás?” comenzó a ejercer su crítica mordaz al mundo adulto. Ella había trabajado en el París de posguerra y vivió desde adentro el cabaret literario. Sus canciones para adultos conservan la huella de los grandes cantautores de ese momento, como Charles Trenet y su adorado George Brassens; sus actuaciones como solista conmovieron al público porteño en los ’70.

Estando muy enferma durante el Proceso Militar, movilizó a la opinión pública con su artículo “Desventuras en el País jardín de Infantes”, publicado en el diario Clarín el 16 de agosto de 1979, en el que criticaba dura y abiertamente la censura imperante en Argentina.  Aunque después de semejante osadía fue prohibida en el canal estatal y en todo el país, continuó siendo un referente moral en los años de  plomo y tuvo coraje para defender los ideales del pacifismo y la democracia con todos los gobiernos.

Como periodista, colaboró en las revistas “El Hogar”, “Realidad”, “La mujer y el cine”, “Sur”, “Humor” y en los diarios La Nación y Clarín, entre muchas otras publicaciones. Todos los artículos, así como cuentos para niños, poemas y canciones, tienen una marcada postura feminista, faceta que no es tan conocida. 

Fue un privilegio poder asistir en 1982 al espectáculo “Hoy como ayer”, el homenaje a la trayectoria de M.E.W. que dirigió María Herminia Avellaneda en el desaparecido Teatro Odeón, luego de su recuperación de un cáncer de fémur después de muchas operaciones. Nunca olvidaré el fervor del público cuando la extraordinaria Susana Rinaldi interpretaba los poemas de Hecho a mano y los temas musicales de Walsh, como nadie lo ha logrado.

Como egresada de la carrera de Letras (UBA), volví en los ’90 a la querida Facultad de Filosofía y Letras para cursar el Seminario que dirigieron Lidia Blanco y Graciela Guariglia, gracias a quienes descubrí mi pasión por la literatura infantil. En ese momento me pregunté cómo era posible que no hubiera estudios sobre la obra de Walsh y solicité entrevistarla en S.A.D.A.I.C. Me sorprendió mucho al conocer a la juglaresa, la sobriedad y hasta la timidez que emanaba de su persona. Una gran comunicadora con sus textos pero una mujer muy parca en el encuentro con el otro. Sin embargo, respondió mis preguntas muy gentilmente y me ofreció copia de sus primeras poesías y de su primer libro: Otoño imperdonable. 

Así comenzó un largo proceso que culminó con la publicación en 2004 de mi primer ensayo sobre su obra: Textura del Disparate, de Lugar Editorial, en la Colección Relecturas.  Desde la creación de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil (A.L.I.J.), ocupo el sillón de María Elena Walsh. Un subsidio otorgado por el Fondo Nacional de las Artes a la Academia permitió realizar la primera edición de mi segundo estudio sobre la poeta, el cual fue premiado con la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de escritores en 2018 en la categoría de ensayo y luego distinguido por la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires en 2019. Luvina, una editorial independiente, hizo posible  esta Edición Aniversario que permite la difusión de mi trabajo en el mundo de habla hispana.

Pretendo dar cuenta de la importancia de María Elena Walsh como iniciadora de la literatura infantil argentina contemporánea, demostrando con en el análisis de sus poesías las resonancias de las nursery rhymes inglesas que le cantaba su padre, los escritos de Lewis Carroll y Edward Lear y la influencia del surrealismo. La concepción del destinatario infantil como niño que ríe y que juega significó una revolución copernicana en el ambiente literario de la época. 



Analizo la sólida formación en folklore de Walsh, por su estudio y por su vinculación con Juan Ramón Jiménez y Leda Valladares. El folklore es uno de los factores que posibilita la gran perduración de su obra en el tiempo, ya que esta abreva en tradiciones orales de raigambre española y argentina. También son factores de perdurabilidad la novedad de difundir los poemas por nuevos canales como el disco, que hizo conocer al gran público su música con ritmos variados, transitando todos los géneros sin perder su anclaje nacional y popular, partiendo de zambas, chamamés, chacareras, milongas bagualas que mixturó con el twist, el vals, el son, el madrigal, el samba, la bosa, el foxtrot y también la música japonesa de “Canción de bañar la luna”.  Ese cruce de influencias aún no se ha valorado en toda su dimensión.

Dedico esta investigación a los amantes de la literatura.  Deseo que mis nietas Maite, Sofía y Catalina conozcan en María Elena a una trabajadora incansable que se ganó un espacio en el corazón de todos los chicos argentinos.

A.O.


(*) Texto compartido desde el sitio Textura del disparate (https:texturadeldisparate.com)

viernes, 16 de julio de 2021

Cuento Infantil" "El sol que hablaba en otro idioma"

 


Por Adrián Ferrero

 

     Tengo un sol guardado en mi valija. Lo traje de un viaje que hice a Brasil con mi hermano, hace algunos meses. No le pedí permiso al sol para traerlo. Les cuento cómo fue la historia. Mi hermano Gervasio, que es mi hermano mayor, nació cuando yo todavía no había dado un soplo. No existía mi hálito. Yo no era cuando Gervasio nació en un hospital de Córdoba. Mamá tenía una panza enorme (eso cuentan mis tíos). Enorme, enorme, enorme. Dicen que ahí adentro estaba Gervasio guardado, doblado en no sé cuántos dobleces (por eso salió todo arrugado), que hacía un poco de ruido y que le gustaba la música clásica porque cuando la ponían se quedaba quietito. No nació de una semilla, ni de un repollo, ni de una huerta, ni lo trajo una cigüeña de París. Gervasio lloró una palangana de lágrimas. Tuvo mocos. Pataleó y dijo un montón de cosas y nadie le entendió nada, porque las dijo en idioma de bebé que todavía no ha sido descifrado pero algo quiere decir. En fin, Gervasio cumplió ocho años y en ese momento yo, que no era, empecé a ser en la panza de mamá.  Lo raro es que ni  Gervasio ni yo nos acordamos de la panza de mamá por adentro. ¿Amarilla? ¿Blanca? ¿Roja? ¿Mullida como un acolchado? ¡Qué sé yo! La verdad es que el color de los recuerdos va cambiando y lo que a uno le parecía blanco ahora es rojo, y lo que era rojo ahora es morado.

     La cosa es que nos fuimos con mi hermano Gervasio a una playa de Brasil. Más precisamente a Río de Janeiro. Los astrónomos dicen que existe un solo sol. Para mí que hay muchos. Porque el sol de Brasil es mucho más fuerte y picante que el de mi patio. Más amarillo, más caliente, más luminoso y rojo a la hora del atardecer. Parece que hirviera en el cuerpo. Entonces, después de haber paseado como locos, de haber comido dos calamares, un pulpo, un plato lleno de cornalitos, cinco choclos calientes con manteca con la mano de esos que venden en la playa, muchos helados de limón al agua, de haberme tomado un montón de jugos de naranja y licuados de banana, Gervasio me preguntó:

-¿Qué querés que llevemos de recuerdo para casa? ¿qué querés guardar en tu dormitorio?

Yo lo miré como si me hubiera dicho una adivinanza o un insulto, de tan duro que me quedé. Como estatua o como piedra de cordillera. Pensé, pensé, pensé. Una planta era muy grande. ¿Me dejarían subirla a un avión? Comida ni loco porque me gusta más la de Argentina. Caracoles no porque dan feo olor en la ducha y siempre se terminan  perdiendo. Entonces, en ese  momento, se nubló de golpe, se puso todo el cielo oscuro, como cuando uno apaga una lámpara. Y le dije a Gervasio:

-Yo quiero llevarme el sol. Bah, no todo el sol, eso es muy egoísta. Me llevo unos rayitos en la valija. Porque el sol de Brasil me hace cosas que el de Argentina no. Por ejemplo: quema, pincha, salpica, muerde, raspa, irradia chispas, es caliente como un fuego de asado de esos que hace papá o comemos en las parrillas de la ruta ¿Te acordás?.




     Gervasio me miró con cara de planta, lo que por otra parte era muy natural llamándose de ese modo.

-Sí, me llevo el sol en la mochila. La pongo un rato en la playa, la abro, suspiro y el sol entra, contento porque va a subir conmigo al avión, va a ir a la escuela, va a comer un desayuno amarillo de medialunas y rojo de mermelada de ciruelas o de frutos del bosque y color blanco de manteca.

     Gervasio dijo sí, sí,  y siguió poniéndose una crema anaranjada en la rodilla. Mientras Gervasio se me reía con cara de jazmín del país, yo miré al sol. Le hice una seña  y le silbé una nana. El sol, que no es zonzo como mi hermano Gervasio, y que tampoco se pone cremas anaranjadas en el codo, entró sin chistar en la mochila. Estaba amaestrado. Mi hermano bufó porque se acababa de nublar. Yo no dije ni mu. Total, él no me creía nada.

     El viaje en avión fue  un poco ajetreado. Todos me pedían que apagara la luz de mi asiento. Pero ¿cómo apagar un sol, un rayito de sol que se te metió entre la ropa  y de ahí a una media y a un zapato negro?

     Llegamos a casa de madrugada. Suerte, porque amanecía  y se suponía que a esa hora el sol se despereza y abre  la boca grande como un melocotón. Le di muchos besos a mis primas, sobre todo a Lina que es la más bonita de todas. Y, entre nosotros, un poco me pica la panza  o me hace cosquillas cuando la veo de tanto que me gusta. Después le dije a mamá que me contara lo que había sucedido con mis juguetes todo el tiempo que había estado ausente: si se habían peleado, si había habido casamientos, nacimientos o si alguno se había ido a otro país o a otro planeta (en mi familia pasan esas cosas). No había novedades. Al pato de colores le seguía  faltando un ala. Al autito color sandía le habían pintado el paragolpes, a la pistola le habían renovado los balines. Mamá habló y habló y habló y preguntó y preguntó y preguntó. Yo no dije ni mu. Ya bastante  hablaba Gervasio, hablaba tantas cosas como pasto había en la plaza del barrio.

     Después de darle un beso a mamá, otro a papá y  uno a mi prima Lina en la punta de la nariz, me fui a mi cuarto. Abrí la mochila y una cascada de sol salió al abrir la mochila. Le dije “hola”, le dije “chau” y me fui a dormir. El sol hablaba en brasileño y yo no le contestaba porque en mi idioma eso no quería decir nada, ni mu, como si una vaca abriera el pico. Claro que los que abren el pico son los pájaros. En fin, me fui a dormir y el sol creo que me deseó buenas noches en un idioma raro, en un idioma de luz.

     Al día siguiente el sol había calentado toda la pieza, había iluminado todas mis ventanas y me permitía ver hasta los rincones más escondidos de la habitación. Pude ver hasta unas telarañas que ese bicho con patas largas y ojitos amenazantes había estado hilando todo el verano. El solcito me decía cosas al oído. Lo dejé salir, un poco porque hablaba mucho, otro poco porque un sol no sirve para estar encerrado, y finalmente porque hacía tanto, pero tanto calor que me estaba  asando y todavía no era domingo para comer choricitos bombón o morcillas vascas. No le dije nada a mi hermano porque me iba a decir “¿Viste? Yo te dije”. Y yo no estaba dispuesto a escuchar sus retos.




     Me fui al patio, jugué a la pelota un buen rato al solcito, claro que ya no sabía cuál era sol argentino y cuál era el sol de allá, de donde se hablaba de otra manera con la lengua y con la boca. En fin, yo ahora me pregunto. ¿Por qué hay soles de tantos países? ¿Por qué no hay uno solo, el que yo miro, el que todos miramos? La próxima vez que viaje me traigo un tiburón o una palmera. Pesarán más pero no queman.  Y yo, la verdad, es que lo último que quiero es ser un quemo, como dicen mis compañeros en la escuela.

                                                                   

                                                                                  

domingo, 11 de julio de 2021

"Liliana Bodoc: la creación de sus precursores"

 



 por Adrián Ferrero

 

     Cuando se lee o se escribe (como en mi caso) profesionalmente sobre una autora como Liliana Bodoc, de su sutileza, de su nivel de poesía en la prosa, de su ritmo, de su cadencia, de la precisión con que ubica los adjetivos para que el efecto que produzca la frase sea el más eficaz, Cuando uno estudia una poética de semejante potencia narrativa, de su imaginación desbordante que no pierde sin embargo la mesura, uno siente una enorme responsabilidad. En particular (y en esto sí quisiera poner el acento) porque para quienes hemos profundizado en su poética y hemos leído testimonios de ella, ajenos, entrevistas, intervenciones públicas de su voz, hemos tenido el privilegio de entrevistarla, resulta imposible sustraernos a esa integridad a la que siempre regreso cuando escribo sobre ella. Y al indisociable vínculo entre lo que escribía que iba por el mismo sendero de cómo vivía. Así podría decir que estoy incurriendo en una variación de lo que suelo afirmar sobre ella que corre el riesgoso peligro de incurrir en la trampa de una falta de originalidad en los argumentos que hagan deslucirse a un trabajo que se pretende un aporte a los estudios literarios. Pero resulta tan elocuente, de tal naturaleza amorosa, el modo como Liliana Bodoc se entregó al oficio de escritora, haciéndolo extensivo al de sus lectores no solo en eventos públicos, en escuelas o centros culturales. Sino confiriéndole al sujeto (varón o mujer) bajo la dimensión de un personaje (que no necesariamente tenía que adoptar la fisonomía o la forma humanas) un lugar en la ficción bajo la figura de un semejante el cual quedaba empapado de valores éticos y estéticos a la vez de naturaleza indisoluble. Tanto para el bien como para el mal. En este sentido la literatura de Liliana Bodoc está axiológicamente marcada de signo: o positivo o negativo. Pero no en una estereotipia. Sino en un claro realismo acerca de los ideales según los cuales la condición humana se comporta con sus semejantes, se desenvuelve en el orden de lo real porque esta ficción en concreto, contra todo lo que se podría pensar, reenvía a un referente nítido. No desarrollaré más este punto porque no lo veo necesario. Pero sí me referiré a otra de sus dimensiones en directa relación con él.



     De este modo, Liliana Bodoc venía a señalar en la literatura argentina, en la literatura de América Latina y en la mundial, que existían principios constructivos de la prosa de imaginación para adultos, para jóvenes y para niños, que no podían ser escindidos de la noción de la ética. En el seno de las tramas en directa relación con el universo de las construcciones ficcionales sucedía algo importante. Las estructuras formales que configuran el universo narratológico, esto es, el modo como está organizada la prosa y la obra literaria,  otorgaban a la función actancial un rol, por sobre todo, de naturaleza ética que resultaba innegociable. La ética era constitutiva de la ficción. Era connatural a ella. Uno tenía la sensación, al leer y reconstrucción el proceso de génesis de escritura, que las historias nacían, brotaban desde una noción de sujeto que no permanecía jamás ajeno a su vínculo con el semejante. Una ética que bien podía resultar propedéutica a la que luego se desplegaría en la vida del orden de lo cotidiano (en la adultez, por ejemplo, para un niño, para quien la literatura ocupa un lugar sumamente formativo, paradigmático de lo que luego será).

     Por otra parte, la vida y la poética de Liliana Bodoc estuvieron tan tramadas como unidad de significados individuales y sociales que uno jamás la encontró en un solo doblez. Se hallaba frente a una persona limpia, solidaria, virtuosa, atenta al semejante siempre. Indignada frente al  poder cuando aplastaba a los sujetos en su dimensión ligada a la dignidad. Liliana Bodoco era intransigente en sus principios. Intachable en su comportamiento. Y evidentemente provenía de una trama familiar identitariamente impecable.

     Conversamos acerca de varios temas con la hermana de Liliana Bodoc fugazmente. por supuesto las veces que hemos estado en contacto. Pero acordamos en lo esencial acerca de su identidad de escritora y de su talla de persona. En dos palabras: hay un ánimo y un temple inamovible en sus convicciones en Liliana Bodoc. Hay fidelidad allí. Una limpieza que permaneció sin ser adulterada por ella misma ni dejó que otros lo hicieran.

     Entre los dragones, las profecías, los hechiceros, la magia, los alquimistas, de Liliana Bodoc y un cierto universo shakespeareano pueden trazarse ciertas constantes o correspondencias que a mi juicio no han sido debidamente señaladas. Las brujas de Macbeth, con su fisonomía repugnante, augurándole un destino trágico al protagonista (recordemos estamos en el centro de una tragedia, le auguran su muerte), junto a los espíritus, la maldad encarnada en entidades que no son mortales naturalmente pero tampoco son completamente una deidad por fuera del universo de lo humano (no desconocen por lo pronto, sus valores, el mal es su esencia), como en buena parte de la ficción de Liliana Bodoc también se da, están presentes en este imaginario de naturaleza universalista, como lo fue el héroe de la literatura isabelina que encabeza el canon occidental. Finalmente, el Próspero de La tempestad, también de Shakespeare, la última de sus obras, su adiós al teatro y al oficio de dramaturgo y actor, ese mago o brujo (según cómo se lo mire, las concepciones vacilan, yo vacilo también, para ser franco, a la hora de definir su identidad esencial) que cierra la obra rompiendo su bastón o su varita dando lugar a la vida mortal, renunciando a sus poderes, en un adiós a la magia, es el otro extremo shakespereano que me atrevería a señalar como los dos momentos culminantes de la poética del autor mayor en lengua inglesa que en una encrucijada se toca o por lo menos se roza con los senderos fabulosos de Liliana Bodoc o, mejor dicho, es a la inversa, es Bodoc la que lo sobrevuela para respetar la línea del tiempo.



     Y en este tiempo histórico que estamos viviendo, tan lleno de desgracia, de dolor, de dramatismo, de pérdidas, de duelos, producto de la pandemia, la poética de la esperanza siempre la encontramos en Bodoc. Hay fe en su poética, una fe me atrevería a decir casi ciega, pero no por necia, una fe en el bien aunque triunfe aparentemente lo dañino, hay una fe en la que se está convencido de que trabajando a brazo partido algo será logrado, por inalcanzable que parezca. Hay una fe que se resiste a bajar los brazos y a entregarse a la derrota como si toda causa noble no pudiera estar perdida. Los libros de Liliana Bodoc llaman al canto, llaman a la solidaridad, llaman a la celebración. Llaman a la justicia. Llaman a la victoria. Y llaman a la idea de que desde el orden de lo fabuloso lo humano está inscripto en ese dibujo de una zoología fantástica o de una humanidad fantástica, en ambos casos la dimensión de lo humano cumple un rol, juega un rol, se articula con el resto de la comunidad. En la cual los principios permanecen invariables. Existe una autenticidad, por otra parte, una sinceridad. Una franqueza, en directa relación, naturalmente con la de su autora en la vida empírica. Y si hay oscuridad, si hay trampa, es la que ella, indignada, detecta de modo inadmisible y repudia. Y en la medida de sus posibilidades desenmascara para neutralizar. Una linda palabra para definir a Liliana Bodoc: "invariable". De temperamento. De ética. De valores. De estética. De principios. De proyección hacia ideales (realizables, esto para ella era importante, aunque en sus ficciones aparentemente ocurriera paradójicamente la presencia de personajes y figuras prodigiosos, imposibles salvo en la ficción). Pero ¿acaso la ficción no es una de las formas que adopta la realidad para desordenar el mundo? ¿para que este universo aparentemente uniforme, para nada díscolo, regido según ciertas leyes previsibles conozca otras, alternativas, que le otorguen variables de una infinita riqueza y de una infinita belleza?

Liliana Bodoc, entre otras muchas cosas, llegó a este mundo para decirnos que las buenas causas jamás se pierden. De su sutileza conozco pocas escritoras. Luchadora de causas, defensora de la ética, defensora del buen trato con el semejante, de los principios de la justicia, de la equidad, del respeto, de la comprensión.

     Liliana Bodoc triunfa. Vence al daño. Mediante una operación de conversión indudable logra lo que ningún escritor o escritora ha podido conquistar, todos corriendo tras su consagración y su reconocimiento. En ese teatro de la vida de escritora, eligió el trabajo, la vida recoleta, la franqueza en la escritura, el acercamiento menos a élites que a lectores. Entre este extremo de la creación (con el que yo me quedo) y aquel otro, del que procuro mantenerme prudentemente apartado en la medida de mis posibilidades subyace Liliana Bodoc como un arquetipo. Se trata de ese abismo en el que caen los que han pretendido escalar un risco en el que suponen se encuentra la gloria mediante un desgaste por momentos devastador. Trepar ese risco supone un costo alto. Supone un gasto. Además de producir malestar e incomodidad. Perturbación. Competencias. Boicots. Incluso patología. En esa coronación que es legitimación inmarcesible Liliana Bodoc estuvo siempre. No necesitó escalar ninguna orografía. Siempre fue una habitante de cumbres. No hubo un esfuerzo por triunfar. Ella fue tal cual era desde su primer libro. El talento acompañó cada libro porque cuidó muy bien de no traición su arte. Y lo hizo del modo más espontáneo en que su ética le dictaba ser. Eso no estaba reñido con la excelencia sino más bien la comprometía con ella. Esa cumbre no es la del éxito. Es la que dicta otra clase de ubicación en el mundo, en las relaciones humanas, en el encuentro con el semejante y con la de herencia. Otra clase de expectativas, también, por sobre todo. Es la de inscribirse en otra clase de tradición. Motivo por el cual ella me resulta una escritora interesante. Es profunda y tiene matices. Liliana Bodoc se conquistó a sí misma en la conquista de perfeccionar su identidad en directa conjunción con la de su poética. Poética viva, escritura vital. Una vida activa que se manifestó en una escritura que jamás dio un paso atrás de donde avanzaba (ella estaba a la avanzada, a la vanguardia) y jamás se escabulló de sus responsabilidades cívicas ni públicas. Ni de la causa americana. Ni de las responsabilidades por defender y refrendar las causas libertarias nacionales. Menos aún de las reivindicaciones de género, que fueron una de sus grandes preocupaciones. Bodoc resulta, así, deslumbrante, incandescente. Enceguece la belleza como un diamante su prosa. Entonces triunfa desde lo literario. Y, sobre todo, enceguece de dignidad. Porque su ética adopta el brillo de una hoguera, que absolutamente nada puede evitar que inflame el mundo. Y que ese fuego se propague sin lastimar, sin herir, pero sí iluminar sus zonas más humilladas, sus zonas más necesitadas de la restitución de una voz, del dibujo de un contorno nítido por su pincel magistral.

domingo, 4 de julio de 2021

Exhumaciones: Haroldo Conti en Cuba tras las huellas de Hemigway

 

Hace pocos días (2 de Julio), se recordaba el suicidio de Ernest Hemingway, por eso recorriendo los senderos que nos ofrece Internet, nos acercamos al blog de nuestra Hormiguita Maestra María Cristina Alonso que realmente es una bitácora que nos permite saber, conocer y reflexionar sobre los momentos vividos por nuestras letras y escritores (http://labibliotecadecristina.blogspot.com), y recuperamos para la lectura de todo el Hormiguero, este artículo profundo, como homenaje al hombre y a su obra.

Por María Cristina Alonso


Ordenando mi biblioteca encuentro el n° 15, de julio de 1974, de la revista Crisis, dedicada en gran parte a la vida y la obra de Hemigway. El artículo más entrañable es el que escribe Haroldo Conti, en el que relata su viaje a Cuba tras las huelas de Mister Pa.
Faltan dos años para que Conti desaparezca en las garras de la dictadura militar. Ya ha publicado sus mejores libros y reconstruye la vida de Hemigway en Cuba como un escritor que busca cómo otro ha construido su universo literario a través de quienes lo conocieron.
Conversa con las personas que han pertenecido al entorno de Hemigway y que aun están vivas, como un empleado del hotel Ambos Mundos, en el que el escritor norteamericano vivía y escribía cuando estaba en Cuba, en la habitación 511.
El artículo está ilustrado con varias fotos. Hay una de la ventana abierta por la que se ve el panorama que el autor de “Los asesinos” divisaba desde su habitación del hotel. Entrevista a Marcelino Piñeiro, el jefe de ropería del hotel Ambos Mundos. El hombre habla de la naturaleza bondadosa de Pa, “que se hacía querer por todo el mundo”.
En ese hotel, Hemigway escribió “Adiós a las armas” y Marcelino lamenta no haber guardado alguno de los borradores que el escritor tiraba a la basura, puesto que escribía a mano sin corregir y luego pasaba los originales a máquina.
También Conti va a Cojímar en busca de Gregorio, el pescador que sirvió 27 años como patrón de El Pilar, el crucero de Hemigway.
Cojímar es un pueblo de pescadores y ahí está el lugar y los personajes que lo inspiraron para escribir “El viejo y el mar”.
Lo que emociona al leer esta nota son las reflexiones de Haroldo Conti, por ejemplo cuando se enfrenta con el busto del escritor hecho con las hélices fundidas de las embarcaciones: “Yo me pregunto qué sentirá el viejo realmente tanto tiempo y tanta historia y ese hombre con el que convivió 27 años ahora montado en una piedra sobre dos fechas y entre las dos un espacio pelado que corresponde a su vida”.
El recorrido continúa en Finca Vigía, al este de La Habana. La fastuosidad de la casa cubana de Hemigway incomoda a Conti, revela la opulencia de un escritor norteamericano que cobraba 15 mil dólares por un simple artículo. Al compararse, Conti, escritor de un país pobre que desvaloriza la cultura, reflexiona: “…nos queda el desvelado orgullo de nuestra inmensa y rebelde pobreza que en algún sentido ayuda a nuestra escritura pues nos mantiene junto al pueblo y nos aleja del privilegio”. Toda una poética de un escritor que siente que acompaña una revolución que nunca va a llegar, nótese que este texto aparece publicado en el mismo mes en que muere Perón y se desata la violencia de la derecha en la Argentina, aparece la Triple A y domina la sombra siniestra de López Rega.
Conti, que amó navegar y describió barcos en “Mascaró” y en otros textos, termina la nota con una alusión a El Pilar, el barco de Hemigway varado en el jardín de Finca Vigía desde que la casa se convirtió en museo. Dice: “Este es el barco que el viejo amó como a un hijo, condenado in memorian a vivir lejos del mar, a navegar nostálgicamente entre arecas y palmeras sobre el césped bien cortado, el último trofeo de aquel incansable cazador.”

Narradores y Cuentacuentos: Entrevista a la Narradora "Seño Norma"

  -¿Cómo y cuándo descubriste que tu destino estaba ligado a la transmisión de la cultura a través de la oralidad? Desde pequeña me encant...