por Adrián Ferrero
Abordé en un artículo anterior el modo en que la ficción de Perla Suez,
mediante complejo procesos testimoniales ligados a la memoria y al modo de
referirla, se hacía cargo de las tramas del dolor social. Pero veamos otras
vertientes de una poética tan rica en matices, que se proyecta hacia otros
contenidos y otras formas.
Otra línea de su producción dialoga con la tradición literaria tanto
popular y anónima como con firma de autor. Pero, de modo inteligente, Suez se
apropia y desvía ciertos recursos o contenidos desplegándolos hacia un
horizonte de expectativas con nuevos horizontes. En efecto, es productora de
novedosos sentidos y que son resignificados. Motivo por el cual el público
infantil disfruta, acaso sin advertirlo, del
patrimonio de muchos. En otra zona de su producción (como veremos) se introduce el poder de la
transformación o la metamorfosis a través de lo maravilloso, razón por la cual
ya ingresamos en otra dimensión o, quizás, en otro orden. Pero también aquí,
tampoco su inscripción es convencional. Nuevamente hay un desvío: esos procesos
tienden a introducirse en contextos también perturbadores, donde los personajes
se ven amenazados y esas metamorfosis se imponen como formas de la salvación.
Por último, agregaría una sagacidad y una destreza tan infrecuentes como
originales para manejar la puntuación, la sintaxis, las pausas, el ritmo, la
sonoridad, los énfasis de la lengua literaria: una gramática de tal colosal
consciencia de sus recursos como de la posibilidad de instalar sus temas.
Administrando con sabiduría diestra sus conocimientos sobre el efecto que los
recursos de la escritura son capaces de producir en el lector (y muy en
especial en el lector infantil), Perla Suez artesanalmente trabaja de modo
reflexivo y evidentemente paciente antes de plasmar su uso singular de la
gramática a los efectos de, hacerlo con la mayor eficacia. El de saber a
ciencia cierta dónde detener con precisión una historia. Cómo graduar su
temperatura. De qué manera manejar las tensiones. Cómo articulas la sucesión de
acontecimientos. Cómo encadenarlos en una sucesión sin ruidos. Eso confiere
determinado fluir a su prosa que no queda jamás abandonada a la mera
espontaneidad o la impulsividad. Produce un efecto claro y dicta, naturalmente,
la fábula misma porque, como es obvio, la fábula es un producto de un cierto
universo poético creado por el uso selectivo del lenguaje. Quiero decir: la
historia está determinada en primer grado por la escritura, por el modo en que
queda dibujada sobre la página y no en un a priori que es el que suele
predominar en muchos escritores. Diera la impresión en Perla Suez que ocurre
todo lo contrario. Seguramente existe una idea previa de lo que va escribirse.
Eso resulta naturalmente obvio. No obstante, como escritora su método de
trabajo resulta revelador de una poética atenta a producir mediante la manera
en que es ejercida una construcción del relato que lo modifica de modo notable
según su elaboración meditada. Su obra infantil es insoslayable y dibuja una
coherencia absoluta con su narrativa para adultos. Agregaría que la narrativa
infantil de Perla Suez es exigente: no busca complacer al lector con historias
simplistas sino más bien narrar, incluso, momentos difíciles, sin alcanzar sin
embargo emociones que afecten de modo intolerable o de modo perturbador al
lector.
El libro álbum Lara y su lobo
(2014), acude a guiños de cuentos tradicionales infantiles (o acuñados como
tales), esto es, a intertextos literarios populares y anónimos. Una casa
construida por una niña, Lara, que no es de leña ni de ladrillos sino de
libros. Una casa habitada, sorpresivamente, por un Lobo que duerme en su
interior vestido con ropa de persona adulta y que, lo descubriremos, tiene
hambre. Pero no de humanos sino de aceitunas, cogote de pollo y pan casero. Un
Lobo al que todos temen pero que en el fondo es sumamente manso (diera la impresión entonces más de un
perro doméstico o mascota que de un animal salvaje) y, evidentemente, sólo
buscaba o compañía o, como dije, alimentos. Ya ahíto de comida, llegará la
invitación a un parque de diversiones
por parte de Rafael, Didí, Manuela y Sofía, los amigos de Lara. Y un
paseo en una calesita montado sobre un caballo con alas. Nuevamente el motivo
de los animales, este amigo del hombre, manso, se suma a la diversión. El miedo
queda neutralizado y la emoción cambia de signo, como es evidente. La calesita gira y gira, cada vez más
velozmente. Hasta que, al detenerse, irrumpe una frase final: “Lobo no está”. Es
aquí donde está el intertexto claramente.
En esta gran historia de Perla Suez lo previsible se entrelaza con lo
inesperado y no puede sino resultarnos sorprendente su poder para recuperar
legados literarios y, de modo potente, proyectarlos hacia creaciones con
perfiles renovados. Perla Suez, ya vemos con estas tramas que no son por cierto
vertiginosas sino que se toman su tiempo para ser narradas (y leídas) camina
por la literatura por nuevas parcelas pero sin límites al mismo tiempo. Y en
esta apropiación sesgada de una herencia hay una dosis de delicado humor
implícito, o bien acaso un talante risueño que quizás un niño puede desentrañar
a medias. Es que en verdad sus historias para niños no reconocen un público. Y
esta es una de sus mayores virtudes, me parece a mí, en lo que a narrativas de
la infancia se refiere. Las que la vuelven si bien propia de ese campo de la
producción literaria, participan también de la posibilidad de ser disfrutadas
con amplitud por un público que no conoce una sola edad.
El cuento infantil Un oso
(2014), de Perla Suez, narra, como su nombre lo indica, la historia de un oso
que guarda una relación muy singular con la luna. Se podrá pensar que por lo
tanto guarda una relación muy singular con la noche. Porque la luna, que suele
iluminar senderos y dejar entrever siluetas, como sombras chinescas, en el
mundo, precisamente durante esa etapa del día. Es ella la que precisamente lo
invita a dar un paseo. Él se aventura e inicia un viaje que lo conducirá hasta
el Mar Báltico. Se desconcertará allí al ver un niño, conocerá a otros que le
harán regalos, algunos mágicos. Hasta llegar a una ciudad en la que hay un
hombre tomando un té. Se trata de un hombre singular, con un ojo blanco. Tan
blanco que atemoriza. Un hombre con un ojo blanco es un hombre que a ese oso lo
asombra, pero el oso no lo discrimina. Las cosas seguro se ven distintas con
ese ojo. O dejan de verse de un cierto modo. Quizás hasta se vean incluso por
la mitad Sin embargo, hay miedo, y de allí en más, el viaje será una huida de
ese ojo y del portador de ese ojo. Huye de él en una bicicleta, como polizón en
un tren hasta llegar a un desierto: lo más distante del hielo de lo que pueda
concebirse. Pero el desierto culmina en un acantilado atronado por la
circulación de un curso de agua.
Y lo que era tan temido (el hombre y su ojo),
terminará siendo su tabla de salvación. Porque el hombre tomará el ojo entre
sus manos y lo convertirá en un trozo de hielo. El hombre se esfumará y luego
de flotar sobre ese hielo, el oso regresará
a su glaciar donde, luego de sentirse como en casa, porque por dentro sentirá
las pisadas de una manada de elefantes con sus orejas, por fin, irá a pescar
invitado por el oso grande. El viaje
como metáfora de la búsqueda de lo que no se conoce pero que evidentemente se aspira a encontrar de
distinto y hasta de novedoso es una constante en este libro que, bien mirado,
no es un cuento estrictamente de autoconocimiento sino, más bien, de
descubrimiento de un entorno multifacético que permanecía velado. Los miedos,
el rumbo que se pierde (huyendo de ese mismo miedo) y, por fin, un miedo que terminar
por languidecer porque lo que se temía es lo que termina por salvar, en una
vuelta de tuerca interesante e inteligente. Permitiéndole, de una vez por
todas, la realización definitiva. Quizás muy lejos, exista una luna que nace o
se esconde, como una luz que se apaga y se enciende, guiando con su parpadeo a
una existencia que necesita de un faro, imprescindible circular siguiendo un
itinerario importante.
Y cierro este recorrido incompleto por la ficción infantil de Perla Suz
con su libro Espero (2015), ilustrado
por Natalia Colombo. Y veremos por qué. Sabemos que los prejuiciosos suelen confinar al desván a una literatura
que a sus ojos no merece figurar en los estantes de prestigio porque no admiten
que la literatura infantil sea un territorio digno de exploración ni de
innovación pujante. No obstante, las fábulas que los adultos atribuyen como
destinatarios a los menores pueden llegar a tener resonancias insospechadas en
un lector incluso profesional. Eso me ha sucedido con este libro sorprendente.
Porque en tanto el protagonista de la presente historia proyecta sus deseos o
añoranzas que se traducen en una multitud de imágenes, espera algo que en
verdad no esperaba llegara del modo en que lo hizo. Así, me nos encontramos con
una emoción que también todos hemos sentido alguna vez en nuestra historia.
Entre imágenes plásticas que realizan un sutil contrapunto con silencios, el
presente cuento protagonizado por un perro pero por el que se deslizan
personas, animales, árboles y máquinas, nos habla de que esperar es una manera
de encontrar también. Porque para encontrar no siempre es necesario en todos
los casos salir a buscar. En ocasiones una sabia y paciente espera (a tiempo)
es productora también de efectos y sentidos. Este Espero fue seleccionado entre los 10 mejores libros para niños del
mundo por la institución venezolana Banco del Libro y, por lo tanto, objeto de
una distinción a nivel internacional. Y pienso que lo merece. Está el
intertexto de la espera de Zama (1956)
novela del argentino Antonio Di Benedetto (si bien la trama admite otras
lectores), como bien ha explicado la autora. Y con las ilustraciones que
llegaron antes que la historia estuviera delineada, el cuento alcanza un
principio, su desarrollo y un cierre exitosos que en tanto que lectores ávidos,
nos permite reflexionar acerca de las motivaciones y los alcances de nuestra
conducta. Del modo como nos conducimos con nuestras decisiones. Porque a veces,
como Perla Suez lo ha hecho con su ficción para adultos y niños, no solo se
trata de hacer. Sino de esperar la llegada a lo que una vida de trabajo pero
también de suerte incierta, nos deparará. En este caso de modo dichoso. Como
toda su obra de jerarquía.
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