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domingo, 28 de julio de 2019

Escritores y, a la vez, libreros


Un lugar como un jardín contra la soledad

Por María Cristina Alonso

“La verdadera razón por la que no quisiera pasar mi vida vendiendo libros es que, cuando lo hice, perdí el amor que les tenía. Un librero se ve obligado a mentir sobre los libros, y esto le provoca aversión hacia ellos”, escribe George Orwell en 1936, en su libro Recuerdos de una librería. En las antípodas, Mary Ann Shaffer le hace decir a Juliet, la protagonista de su única novela La Sociedad literaria del pastel de piel de patatas de Guernsey: “Me encanta ir a las librerías y conocer a los libreros. Realmente los libreros son una raza especial. Nadie -en su sano juicio- aceptaría trabajar de dependiente en una librería por el sueldo, y ningún propietario en sus cabales querría ser dueño de una, porque el margen de ganancias es demasiado bajo. Así que tiene que ser un amor a la lectura lo que les empuja a hacerlo, junto con ser los primeros en hojear las novedades.” 




Acaso esa pasión por hojear las novedades sea el origen de La fabulosa, la librería de la escritora, traductora y librera Ana Garralón[1], que se especializa en libros de literatura infantil y juvenil hispanoamericana. La fabulosaestá en la calle Santa Ana del barrio La Latina, en Madrid. Ana es autora, entre otros libros, de Historia portátil de la literatura infantil (Anaya, 2001), Leer y saber. Los libros informativos para niños, (Tarambana Libros, 2013)y de un blog que es un referente para los escritores y promotores de literatura: Anatarambana. Literatura infantil (http://anatarambana.blogspot.com/)

Aunque se especializa en libros álbum y es una autoridad en la materia, Ana advierte sobre el abuso de los libros que sólo tienen bellas imágenes y sostiene que hay que volver a las narraciones, que los niños y jóvenes -que ya de por sí viven en un mundo de imágenes- necesitan recuperar la palabra.

La fabulosa no sólo ofrece libros de Literatura Infantil y Juvenil, sino que organiza presentaciones de autores e ilustradores, como la del viernes 12 de abril. Ese día, un ilustrador chileno, Matías Prado, habló ante un público de ilustradores y diseñadores que eran sus seguidores por las redes, sobre las decisiones estéticas que tuvo que asumir al planear sus ilustraciones del libro De cuento en cuento (Amanuta, 2018). Se trata de un libro constituido por fragmentos de cuentos populares acompañados de sus obsesivos hombrecitos, que recorren cada una de las páginas.

En su blog, Anatarambana, Ana Garralón desarrolla el tema del abuso del libro álbum por parte de editoriales y mediadores de lectura. Hay una carencia enorme de lecturas- explica- para un público que ya domina la lectura. Sólo se ofrece a los niños libros bien ilustrados, pero los niños quieren leer mucho y sentirse identificados como lectores. Y arriesga, que no es de extrañar que, con el abuso de los libros ilustrados, muchos adultos leerán novelas juveniles porque no habrán superado la etapa infantil de lectura y buscarán un libro “gordo y que se lea de un tirón.”

Escribir sobre una librería porque antes se ha estado al frente de ese negocio fue lo que impulsó a Penélope Fitzgerald a concebir, en 1978, Thebookshopp (La librería, Impedimenta, 2010). La novela-que fue adaptada al cine por Isabel Coixet- fue escrita en épocas muy duras para la autora inglesa, cuando debió trasladarse con su familia a Southwold, un lejano pueblo costero de Inglaterra, y conseguir un trabajo a tiempo parcial en una librería del lugar, Sol BayBooks.  Florence Green, la protagonista de su novela, es una mujer valiente que decide abrir una librería con libros para acercar los mundos de ficción a una comunidad cerrada y claustrofóbica que le pone inconvenientes para desarrollar su negocio. Valiente porque mantiene su decisión de abrir una librería en un lugar lleno de mezquindades y poco vuelo intelectual, que no apreciaba su intento.
Penélope Fitzgerald, escritora tardía, comenzó a los 61 años su carrera de escritora y escribió ocho novelas antes de su muerte.

Con el mismo afán de demostrar que el lugar donde circulan los libros crea lazos y acerca a la gente, la escritora Laura Riñón Sirena[2] abrió -en la calle Pelayo 60,del barrio de Chueca, en Madrid- la librería Amapolas en octubre. Laura derriba las fronteras entre realidad y ficción, dado que su librería se denomina como su novela Amapolas en octubre(Espasa, 2016) y, como Carolina, la protagonista, rinde culto al libro que ha sido fundante en su vida de lectora,Mujercitas,de Luisa MayAlcott. Uncoqueto rincón de la librería, con un sillón y una lámpara que esparce una luz tenue, evoca las reuniones de la familia March compartiendo historias en las noches de invierno, tal como lo sugiere una antigua ilustración de la novela de Alcott.



Como la autora sostiene, Mujercitas  fue el libro que le dio la bienvenida al
mundo de la literatura, y la primera vez que vivió una historia que no era la
suya. Librera y escritora, quien lee su novela y visita su librería pasa como Alicia a través del espejo y se pregunta de qué lado de la frontera está. Paredes cubiertas con cuadros con fotos de los escritores que Laura lee y admira;una frase que asalta al visitante desde la blanquísima pared y que ha escapado de su novela-“Erase una vez una puerta cerrada, una ventana abierta y una mujer valiente. Fin”- componen un espacio que no es una librería clásica, sino -como su dueña lo pretende- un lugar de encuentro en el que el centro de todo son los libros.

“Los libros nos eligen a nosotros - reflexiona la autora en su novela Amapolas en octubre-, las obras esperan su turno hasta que estamos preparados para hacerlas nuestras. Frases o párrafos que se quedan para siempre en los lectores y personajes a los que damos vida, que habitan en nuestro interior y que convertimos en confidentes espontáneos y en compañeros incondicionales.Las novelas se escriben gracias a la vida de los escritores, todo lo relatado resulta real. Y nada lo es. El lector decide, porque es él el que terminará de escribir la historia”.

Pero hay que llegar a Vic, un municipio español de la provincia de Barcelona, para encontrar -en Carrer de la Fusina 17- una librería dedicada a la literatura infantil. Su propietario es un escritor uruguayo, Germán Machado[3].
La ciudad, que tiene un templo romano, una plaza del mercado cuyos pórticos datan de los siglos XII y XIII, y es famosa por el salchichón, ha sido el lugar que Germán Machado encontró para llegar, instalarse y seguir escribiendo sus cuentos para niños, sus poemas y su literatura para adultos.



El PetitTresor es una librería especializada en literatura infantil y concebida como lugar de encuentro para autores, docentes, mediadores de lectura y -desde luego- niños y niñas.
En su más reciente libro álbum, ilustrado por Anna Aparicio Català, Amaryllis, Germán Machado narra, acaso en clave autobiográfica, la historia de una flor que decide abandonar su soledad y su encierro y salir al camino para conocer a otros seres con quien compartir experiencias y aprender nuevas historias. Es un relato de camino, cuyo texto breve y poético es acompañado por las ilustraciones sugestivas y ambiguas en las que el mundo vegetal acecha y se distiende según las etapas que Amaryllis transita en su largo camino hasta llegar a “un lugar como regazo de esperanzas. Un lugar como un jardín contra la soledad”.
Dice Germán-mientras toma mate y saluda a un amigo en catalán que irrumpe en su librería- que ser librero conlleva un baño de humildad para un escritor, que estando detrás del mostrador se entiende mejor qué difícil es, para un libro, llegar a manos de un lector y qué milagro cuando esto sucede.
George Orwell, el autor de 1984, escribe -en sus recuerdos del tiempo en que era un librero-: “Durante su largo turno de trabajo, debe encargar raros ensayos que nadie vendrá a recoger, rechazar kilos de novelas que un señor con olor a rancio le intenta vender, o encontrar un libro —del que no sabe ni el título ni el autor— que una adorable viejecita leyó hace cuarenta años. “
Germán Machado, en cambio, relata a sus lectores de Facebook algunas cuestiones del oficio. Dice que la gente cree que un librero se la pasa leyendo, pero son muchas otras tareas las que debe realizar, como romperse las pestañas interpretando planos para montar los expositores que envían las editoriales, desembalar libros y demás. Germán da cuenta, cada tanto, a sus lectores de este costado menos glamoroso de la actividad. No obstante, es evidente que hay algo más –para estos escritores devenidos en vendedores de libros- que los hace persistir.
Seguramente vender libros no es uno de los negocios más rentables, pero por algo estos escritores, lectores incorregibles, han pensado sus librerías por amor a la lectura, para que la gente y los libros se encuentren en ese viaje a la vuelta de las páginas.






[1]Ana Garralón es escritora, traductora, librera y una autoridad en el libro informativo (hace unos años publicó Leer ysaber. Los libros informativos para niños, Tarambana Libros, 2013), pero también es un referente si se quierepara descubrir un libro álbum de ficción bien construido o algún proyecto de edición inusual. Sus textos tienen una dimensión histórica y social poco común en el medio.(Con una beca de la Biblioteca Internacional de Munich, Ana Garralón realizó la concienzuda investigación que sustenta su libro Historia portátil de la literatura infantil, (Anaya, 2001), escrito en un tono crítico y libre con el que desata discusiones, provoca curiosidad y gana seguidores.


[2]Laura Riñón Sirena, escritora española, ha publicado el libro de relatos Dueño de tu destino y las novelas Todo lo que fuimos y Amapolas en octubre.Este último ha sido traducidoal italiano y al búlgaroColabora en diversos medios, escritos o radiofónicos. 
[3]Germán Machado nació  en Montevideo, Uruguay, en 1966, y reside en Vic, Barcelona, donde creó la librería El PetitTresor, Germán Machado es un autor que escribe tanto para adultos como para niños y adolescentes. En el año 2009 creó el blog Garabatos y Ringorrangos.
Entre los títulos de narrativa y poesía que Germán Machado ha publicado para los lectores más jóvenes se encuentran ¡Baja de esa nube! (Ekaré), Salir a caminar (A buen paso), Suerte de colibrí (Edelvives), Breve historia de una pompa de jabón(SavannaBooks), El señor Dino Hache y el canario dorado (Amargord), TamanduáKiller (Fin de Siglo) y Ver lloverLa Escuela de Gatos de la Señorita Cara Carmina y La jaula (Calibroscopio). Este último libro ha  sido ilustrado por Cecilia Varela y fue uno de los ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos 2019.

Cuestionario entrevista a la Narradora: ALEJANDRA DEL BUENO

Uno de los oficios más antiguos es el de Cuentacuentos..., para nuestro Hormiguero es fundamental en la tarea de la comunicación, la animación y promoción de la LIJ,  mucho antes que el Maestro, en la historia de los hombres y mujeres...ya estaban los Cuentacuentos..., los Narradores:

"Yo no tuve la suerte de conocer a Sherezade. No aprendí el arte de narrar en los palacios de Bagdad. Mis universidades fueron los viejos cafés de Montevideo. Los Cuentacuentos anónimos me enseñaron lo que sé..." Eduardo Galeano

Y hoy el Hormiguero se complace en presentar a la NARRADORA ARGENTINA ALEJANDRA DEL BUENO..., que lleva como buena Hormiguita Narradora una vasta experiencia y llena sus alforjas de cuentos, historias y leyendas..., acá su voz..., para conocer a los Hacedores de la LIJ...


-¿Cómo y cuándo descubriste que tu destino estaba ligado a la transmisión de la cultura a través de la oralidad?

 -En 1992 fui con mi hijo a la Feria del libro infantil y entramos a escuchar un cuento, era Epaminondas y su madrina y me dije: Algún día quiero hacer eso y unos años después estaba yendo a un centro cultural a aprender el oficio. Hace 11 años comencé a dar talleres en centros culturales y una biblioteca popular.


-¿Con quién aprendiste a narrar? 

-Mi gran maestra y amiga es Vivi García, también Claudio Ledesma.

-¿Narrás para niños y adultos? En caso afirmativo ¿Cuál es la diferencia?

-Sí, en el caso de los niños me siento más cómoda, disfruto mucho más con ellos. La diferencia tal vez es la mirada y el juego. La comunicación, el intercambio y el diálogo con los niños es pura creatividad.

-¿Tu principal defecto? ¿Tu mayor virtud? (como narradora) 

-Mi defecto: me cuesta el buen manejo de la voz, la fuerzo un poco y a veces me muevo sin necesidad, otro: me pongo muy nerviosa frente al público adulto. No podría contar un cuento frente al autor (aunque lo hice varias veces) porque me parece que me voy a olvidar o me va a salir mal, en fin soy insegura. Virtud: soy espontánea, hago lo que el cuento, el cuerpo, la audiencia me dictan porque me llevo por la intuición.

-¿Cómo seleccionas tu repertorio? 

-Leyendo mucho, descarto y elijo.

-¿Qué historias no debería desconocer ningún niño?

- Ni los niños ni los adultos deberían desconocer los cuentos de Ema Wolf por el humor y los de Laura Devetach y Liliana Bodoc por lo poético.

-¿Cuál fue el primer cuento que narraste en público? 

-Un cuento de Oche Califa de un Libro del Malabarista que se llama "A pesar de todo".

-Te convocan frecuentemente a realizar narraciones en las escuelas ¿Qué le piden los maestros a un espectáculo de narración? ¿Qué valorizan los chicos?

 Los chicos valoran la comunicación,  la calidez, la escucha, el buen trato, el cariño. En general los docentes no me piden nada en especial. Se dejan sorprender. No hago narración oral escénica, con un vaso de agua y una silla (y micrófono si fuera mucha gente) me arreglo. Me gusta que el público esté cómodo y cerca, no me gusta contar a una escuela entera, prefiero contar por grupos porque siento que lo mejor es la intimidad y la cercanía, eso aporta calidez.

-¿Cómo describirías el panorama actual de la narración oral en  Argentina?

-Si bien estoy un poco alejada del panorama de la N.O.  noto que los narradores se van a ver entre ellos y falta público en general. Otra cosa que noto es la narración oral escénica que requiere otros recursos.



-¿Se puede vivir en nuestro país siendo cuentacuentos?

-Hace 19 años que cuento cuentos. No es fácil empezar en este oficio sin apoyo. Tengo la suerte de trabajar como narradora desde hace unos 15 años y los últimos 12 en los Ministerios de Educación y de Cultura de CABA pero no creo que se pueda si no hay una política, sobre todo pública, de diversidad de narradoras/es. Las editoriales que contratan narradoras/es llaman siempre a las mismas personas y cuesta mucho la apertura. Hay narradores y narradoras muy buenos que no quieren vivir del oficio sino que lo hacen por gusto.
El problema del arte, en general, es que se piensa que tiene valor estético pero no monetario, lo he padecido muchas veces, en algunos casos hay una subvaloración que no tiene en cuenta la formación del narrador/a y los materiales necesarios que son una inversión a futuro.

-¿Qué público te demanda mayor esfuerzo a la hora de narrar? ¿El público infantil o el público adulto?  

-El público adulto.

¡Saludos! Y ¡Gracias!

Los fósforos que encienden los cuentos de Andersen

Los fósforos que encienden los cuentos de Andersen[1]


Por María Cristina Alonso



1
Confecciona ropa para sus marionetas que   viven en el teatrillo que le ha hecho su padre, un zapatero pobre que  se irá a la guerra y de regreso lo dejará huérfano. Detrás de esas maderas viejas, los muñecos interpretan múltiples historias. La imaginación del muchacho es un motor encendido las veinticuatro horas, un mecanismo que no para jamás y que casi no necesita combustión.
 Canta, recita diálogos con voz de princesa, con ronquidos de ogro, con incesantes parloteos de feria. En el barrio los  muchachos le tiran piedras, se burlan de su cuerpo desgarbado, de sus juegos solitarios. Pero él no se siente solo. A su alrededor, los objetos más insignificantes le descubren sin pudor sus corazones emparchados. Y también a ellos les otorga una voz. Muchos años después contará sus vidas melancólicas: un viejo farol a punto de ser desechado, un soldadito de plomo sin una pierna, una tetera arrogante que termina astillada, unos zuecos que hacen viajar hacia sus deseos a quien se los calce, un ruiseñor a cuerda que entretiene a un emperador, un fardo de harapos de distinta procedencia que discurren sobre su lugar de origen, unos zapatos rojos que no paran de bailar. En los primeros años del siglo XIX, en Odense. Dinamarca, Hans Christian Andersen   descubre que todo lo que lo rodea, hasta el objeto más insignificante, puede ser narrado. Por eso no lo doblegan los delirios alcohólicos de su madre,  ni lo amilanan las burlas y los golpes que recibe en la escuela. Las  historias que imagina  son  una coraza protectora y, como muchos de esos seres que cobran vida por las noches, cuando el sueño no llega, él siente que está destinado a ser un grande, que toda Dinamarca repetirá con orgullo su nombre, pero todavía no sabe por qué.

2
En el manicomio donde trabaja su abuela cuidando el jardín y su madre lavando ropa descubre a la literatura. Descubre que con una simple cerilla se puede encender la imaginación, engañar al estómago vacío y aliviar al cuerpo aterido de frío.  Escucha a las internas que, mientras hilan, cuentan historias, algunas vulgares, otras maravillosas, otras de impactante terror y toma nota.
En casa ha leído las tragedias de Shakespeare que le ha legado su padre, pobre pero fantasioso, y las ha revivido una y otra vez en el mísero teatrillo. Todavía no es el avezado  autor de cuentos de hadas, pero allí, en su infancia, está el germen de un género del que será creador personalísimo. Dirá más tarde cuando ya es un autor consagrado y los públicos diversos aplaudirán sus lecturas públicas refiriéndose a sus cuentos: “Los escribí de la manera en que se los contaría a un niño.” En una época en que la incipiente literatura destinada a la infancia era didáctica y moralizante, el danés contó historias llenas de fantasía pero en las que también habló de la inestabilidad de la condición humana, de la inclemencia de los poderosos, de los que se mueren de frío, de amor, de injusticia.  Su mirada clemente de narrador exalta al pobre, a la niña que se sacrifica por librar del hechizo a sus hermanos, al patito más feo de la granja, al soldadito defectuoso al que le falta una pierna por defecto de fabricación. “El pueblo como el niño- dice Graciela Montes_ está en situación social de desvalimiento y se identifica fácilmente con los héroes perseguidos, con los relegados, y se siente reivindicado con el final feliz”[2]




.3
Otra cosa que hace durante toda su vida es viajar, viaja como tantos escritores para escribir sus impresiones de viajes y para contar al regreso. También dibuja paisajes en sus cuadernos con trazo diestro. Lleva en su valija el diario de viaje y el cuaderno de dibujo. Como muchos viajeros célebres cultiva el género y escribe en un diario sus impresiones sobre los itinerarios que realiza. Un cosmopolita que visita países que resultan exóticos para su época como España, Grecia, Turquía. Su vida es un viaje que, como sus cuentos, debe ser narrada. Se convierte en un guía experto por los países Nórdicos y Alemania. Ama las torres de Núremberg, se deleita con la exótica melancolía de Málaga.
En Bratislava dirá de esta ciudad que lo maravilla: “Me esperaba una bienvenida espectacular. Me encanta esta ciudad, es tan viable y llena de colores. Las tiendas parecen como si fueran trasladadas aquí desde Viena. Hay mucho que ver – me dijo un ciudadano – subamos a las ruinas del castillo allí en la roca. Desde allí se puede ver el puente flotante, la ciudad entera y los campos de trigo en sus alrededores” Es  junio de 1841 y va en viaje de  Estambul a Viena. Entusiasta afirma: “Me piden que les cuente un cuento. ¿Para qué? Si vuestra ciudad es un cuento.” Muchos años después, los habitantes de la capital de Chequia erigirán una estatua del cuentista danés  en la plaza Hviezdoslavovo námestie. Y para que no se sienta solo, lo rodean de los personajes de sus cuentos más famosos.


4
Sus relatos son tristes, muchos de ellos nacen de las historias con que tropieza en la isla de Fionia, en su Odense natal. Cuentos salidos de la boca de rústicas tejedoras, de campesinos, del pobrerío de los barrios bajos. Otros encubren escenas autobiográficas. El patito feo es su propia historia contada en clave animal. El pato más feo termina en cisne y corrobora el síndrome de Aladino que padece Andersen. Tanta confianza tiene en su buena estrella que así como Aladino , hijo de un  padre artesano termina colmado de riquezas, él hijo de un zapatero llegará muy lejos.
En ese viaje que comienza cuando va a Copenhague a probarse como actor, cantante, bailarín y terminará amparado por la burguesía ilustrada lo impulsa la vanidad, el deseo de agradar y su complejo de advenedizo.
Heinrich Heine  lo definió sin piedad: “Parecía un sastre. Su figura revela una especie de servilismo que tanto complace a los príncipes. Es un vivo ejemplo de cómo quieren los príncipes que sea un poeta.”
Aunque muchos aman sus historias, la vanidad y el carácter de Andersen lo torna un personaje bastante incómodo. En 1847 Charles Dickens lo invita a
Gad Hill Place, cerca de Rochester, una residencia que acababa de comprar y que estaba bastante aislada. Ambos escritores se admiran, pero algo sucede. El danés alarga su estadía y la familia se impacienta. Cuando al fin hace las valijas y parte, Dickens escribe en el espejo:  «Hans Andersen durmió en esta sala durante cinco semanas que a la familia nos parecieron siglos».
Andersen conoce a los poderosos de cerca. Los frecuenta, los adula, se beneficia de sus contactos y sabe de sus defectos. Sus cuentos hablan del emperador vanidoso que estrena traje nuevo todos los días y que, su ostentación y la adulación de los súbditos lo hacen salir desnudo a la calle o de aquel poderoso de la china que agota a su capricho la vida útil del ruiseñor mecánico.
Y en casi todos, encontramos la revancha de los débiles. La vendedora de fósforos es recibida por su abuela cuando muere, la sirenita que no ha podido cumplir su sueño consigue el alma eterna. Elisa, la niña de Los cisnes salvajes es recompensada cuando rompe el maleficio de sus hermanos. Todos los personajes son sometidos a duros sufrimientos.
En el mundo Andersen cualquier felicidad se consigue después de un largo viaje en el que el viajero debe sortear obstáculos, superar envidas, ser humillado, tocar fondo en los más imaginativos infiernos y, si algo tiene claro el lector, es que la nieve termina derritiéndose y los duros corazones acaban ablandándose, porque en los cuentos de hadas que este desgarbado soñador de galera escribe para deleitar a los chicos y a los grandes, en este o en el otro mundo siempre hay revancha



[1] Primer premio del Concurso de Relato Breve para docentes, Fundación El Libro 2018
[2] Montes, Graciela, nota preliminar a El cuento infantil, CEAL, Buenos Aires, 1977

Entrevista cuestionario a la Ilustradora Laura Michell




Otra de las áreas que en este Hormiguero esta muy pero muy presente es el mundo creativo de la Ilustración..., el arte que acompaña a la literatura, que le abre la puerta para que juntos palabras e imágenes jueguen y creen ese mundo maravilloso que atrapa a los lectores..., otra de las facetas para conocer a los Hacedores de la LIJ...!!!

 

-Cuándo descubriste tu gusto por las artes plásticas? ¿Dibujabas de niña? ¿Provienes de una familia con sensibilidad artística?

-No recuerdo exactamente, pero me sentía atraída por varias expresiones artísticas, el modelado (con barro), la música, inventar historias con muñecos.  Luego comencé a dibujar.  Un tío mío pintaba y cuando vi sus cuadros en lo de mi abuela quedé maravillada.

¿Qué te aportaron tus estudios académicos de Bellas Artes ?

Conocer gente con intereses parecidos a los míos.  Descubrir algunos artistas. Algunas técnicas.
Durante algún tiempo fuiste y sos profesora de artes plásticas de niños. ¿Qué influencia tuvo esa etapa en tu quehacer profesional posterior?
Soy profesora aún, y convivir con el hacer artístico de los chicos me recuerda la frescura y la manera creativa y sin clichés de ver y de expresarse en el papel o en el espacio.



-¿Qué te atrajo de la ilustración de libros para niños y cómo te insertaste profesionalmente en ese mundo?

-Me permitió unir el mundo de las imágenes con la literatura, con historias. Dos temas que siempre me interesaron interrelacionados.  Descubrí la profesión de ilustradora a partir de una muestra del Foro de ilustradores. Comencé ir a los encuentros que hacían donde hablaban de ilustración del hacer del ilustrador.  Me metí de a poco en este mundo.

-Cuando se observan las ilustraciones de tu etapa inicial y las más recientes, se intuye un largo camino de búsquedas expresivas y de maduración profesional. Hoy día posees un estilo muy personal y fácilmente reconocible. ¿Cómo llegaste a conseguirlo?

-Cuando veo los trabajos de mis comienzos no me gustan nada. Pero a la vez me sirven para ver el enorme cambio, logrado sólo con práctica, y mucha perseverancia. El placer y el gusto por lo que hago fue el motor.
Me acuerdo que al principio quería desesperadamente “lograr” un estilo.  Después me relajé y simplemente me dejé llevar, me despreocupé del estilo.  Ahora me dicen que distinguen cual es mi trabajo, y me sorprendo porque a veces no me doy cuenta como es ese estilo.  Me siento más libre en ese aspecto.

-¿Con qué técnicas te sientes más a gusto, más vos?

-Siento que el grafito, sobre todo el blanco y negro, es mi material predilecto.  Pero también me gusta la acuarela, aunque a veces me siento menos atraída con el color. Podría decir que el monocromo o el uso de color limitado es donde me siento más cómoda.


-¿Qué esperas del lector que se enfrenta a tus imágenes gráficas?

-Que lo transporte a un mundo sutil.  Que lo invite a hacerse preguntas, a querer sabre más sobre lo que ve.  Que le encuentre nuevos significados a la imagen.

-¿En qué género te sientes más cómoda ilustrando: poesía o narrativa? ¿Tienen exigencias diferentes para ti?

-Poesía o la narrativa poética.  Un texto poético me sugiere más imágenes.  A veces me tocan textos más realistas o lineales donde puedo “volar” menos, pero trato de ingeniármelas para decir algo más desde la imagen, la forma o la composición.

-¿Qué libros de los que has realizado sentís que representan mejor tus búsquedas como creadora?

“El escondite de los deseos” de Jonas Riveiro, editado primero en Brasil por Callis, luego se editó en Argentina por V&R editoras. Siento que hice un trabajo muy minucioso no solo en lo plástico, sino también en cómo contar la historia a través de la invención de un juego de relaciones del texto con la imagen.



-¿Qué creadores han marcado tu trabajo, bien como referentes o como paradigmas?

-A mi me interesan muchos artistas e ilustradores. Tengo referencias tanto del mundo del arte como Goya, Bacon, Carlos Alonso, Rembrandt, Giacometti, Alicia Scavino, como de la historieta  Breccia, Nine. De la ilustración, miles, y cada vez más como Lisbeth Swerger, Marjorie Pourchet, Shaun Tan, Monica Barengo, Andrea Serio, etc., etc, etc.

-¿Cómo concibes la relación escritor-ilustrador-editor?

-El mejor libro creo que sale de la interrelación creativa y amable de los tres. A mi me tocó muy poco esa situación, pero cuando me tocó fue maravillosa.

-¿Qué elementos de un texto son importantes para vos a la hora de acercarte a él plasticamente?

-Lo que sugiere, lo no dicho, los personajes.

-Cuando miras hacia atrás tu obra publicada, ¿qué piensas de ella?

-Estoy orgullosa del camino recorrido porque siento que di lo mejor que pude en cada momento, aunque pocas veces haya quedado contenta con el trabajo final de libro editado. Siento que crecí con cada trabajo, más allá del resultado.

-¿Qué libro te gustaría ilustrar?

Ahora estoy muy concentrada en proyectos con ideas personales.  Estoy muy entusiasmada con generar mis propios libros con texto e imagen. Como estoy tomando un taller de escritura, la palabra está ocupando un espacio cada vez más importante en mi mundo creativo. Estoy tratando de encontrar mi propia voz en estos proyectos.  
Y si tuviera que ilustrar un libro de otro, algún clásico tanto infantil como para adultos.


GRACIAS….!!!

Laura Devetach: tender redes en noches frías


Laura Devetach: tender redes en noches frías”

por @ Adrián Ferrero

Me preguntaba a medida que avanzaba en la lectura de los cuentos del libro “La torre de cubos” (1966) qué podía haber de tan amenazante al extremo de llevarlo a ser prohibido. En primer lugar me gustaría decir que no admito ni justifico la censura de ninguna clase de opinión u obra estética bajo ninguna circunstancia. Me parece que nos remonta a las épocas más oscurantistas de la Historia de la Humanidad en que había Índex respecto de qué podía y debía ser leído y publicado, impartiéndosenos una pedagogía de los castigos y a los creadores y crea
doras se los hacía objeto de una persecución sistemática según sus inclinaciones ideológicas. Aún en épocas recientes, esas situaciones se han seguido repitiendo en algunos países en los que la libertad de expresión resulta endeble. O bien, peor aún, hay acoso a artistas o periodistas por opiniones adversas a gobiernos de turno. Lo cierto es que así están planteadas las cosas y en tiempos dictatoriales estos episodios naturalmente se agravan. Y lo cierto, también, es que los escritores vivimos de expresarnos, motivo por el cual sin libertad no podemos ser quienes somos. Eso nos compromete en un trabajo a favor de las defensa de los DDHH.
Que “La torre de cubos” (título de uno de los más bellos de los cuentos de esta colección) haya sido prohibida durante la dictadura militar, me parece que habla mucho más de los censores, como siempre, que del libro propiamente dicho. Y dado que gente así no me merece ni media palabra, omitiré cualquier clase de análisis procurando un abordaje tras las pistas de qué pudo resultarles amenazante al orden (o desorden) imperante y me concentraré en procurar trazar algunas notas, para nada exhaustivas, que llamaron mi atención acerca de este libro.
Siempre escribir crítica literaria sobre un libro de cuentos resulta para mí más complejo que hacerlo sobre una novela. Se trata de una colección de constelaciones particulares, autónomas, independientes que, si bien manifiestan evidentes recurrencias y compases bajo la forma de algunas figuraciones y una cierta clase de organización del discurso literario, no menos cierto es que adoptan rasgos distintivos en cada caso. Estos rasgos dejan en claro que Laura Devetach no repite ni se repite. Sino que en todo caso es fiel a ciertos principios ético/ideológicos que irrumpen de modo complemente espontáneo en su narrativa sin pedagogías pero sí refiere historias de las cuales se desprenden o se infieren visiones y concepciones de la infancia, de los vínculos, de la sociedad en tanto que organización, de los principios de justicia y de elocuentes virtudes o defectos como la generosidad o el egoísmo (precisamente asociados a esta cosmovisión ético/ideológica a la que me referí) que deja en claro que estamos ante alguien de convicciones firmes acerca de una cierta mirada de lo que el mundo es y de lo que el mundo debería ser. La imaginación creativa, mediatizada en tanto que discurso literario, es la que permite concebir universos utópicos (muy en especial en este libro) en los cuales una ética de la solidaridad y de la concepción del semejante como alguien que merece similar dignidad que la de uno mismo resulta capital en el marco de su proyecto creador. Esto es: asistir la alteridad desde una comunidad de pares.
Simultáneamente, en estos cuentos, ricos en onomatopeyas, que de modo constante regresan bajo la forma de leitmotivs, podemos experimentar el texto como fuente significante, con cadencias, ritmos, énfasis, acentos, tonos, matices. Todo ello evita la monotonía, lo monocorde de la palabra uniforme y le otorga sentido de la vitalidad al libro porque ese trabajo con lenguaje es delicado y profuso. También garantiza un nivel de atención que seguramente un niño o niña agradecen dado el valor expresivo de los cuentos. En efecto, no se trata de meras narraciones sino de relatos en los cuales hay voces que emiten sonidos de naturaleza fresca, sin los corsés de cierta lengua literaria regulada por un principio de seriedad carente de todo ingrediente expansivo.
Laura Devetach procede del modo completamente antagónico: hace cantar al lenguaje. Y hace cantar a sus personajes mediante una economía de lo genuino. Lo que sienten lo expresan bajo una forma que no es estrictamente una palabra pero que sí tiene significados. El texto entonces se presenta vivo y no lineal. Se sale del libro como grito, exclamación o énfasis. Con volúmenes y texturas variadas que hacen de él un espacio plagado de reverberaciones significantes que a su vez remiten a distintas clases de significados, como dije, estos cuentos eluden la solemnidad. Este atributo al que me refiero confiere al texto sonoridad. Es un libro con una particular música. Hay un plano de la narración propiamente dicha. Y hay una dimensión significante la cual emite una suerte de melodía no necesariamente eufónica que se despliega en el espacio de la página, resuena en el interior del lector y se propaga en la palabra recitada. Estas emisiones dan cuenta de estados de ánimo.
En este texto con relieves entonces, como una suerte de orografía, es perceptible la presencia de intensidades que vuelven a cada onomatopeyas una fuente productora de sentidos que, según el contexto, acentúan ciertos atributos de los momentos de la trama.
Pura vitalidad entonces, “La torre de cubos” es un libro riquísimo, sugestivo, lleno de ecos pero también de una imaginación desbordante en el que esos mismos planos de los que hablé se cruzan también en dimensiones notables. Un dibujo adoptando la forma de un monigote atraviesa el orden de lo bidimensional y se introduce de modo completamente irreverente en el orden de lo real, se metamorfosea y cobra vida. Habla y conversa con el o la protagonista. Del plano de la representación deviene un ser que es capaz de pronunciarse acerca de lo que está sucediendo, de lo que piensa, o de lo que no le gusta que le está ocurriendo. Exige, demanda, se queja. Pero también es capaz de agradecer con modales.
Hay propiedades de este libro que tienden a subvertir principios categóricos o unívocos, a evitar lecturas lineales que podrían alejar al texto de la polisemia y la riqueza infinita de transitarlo por múltiples perspectivas e itinerarios. Vivirlo como experiencia estética y no como mensaje vacío o carente de profundidad. En tal sentido, este libro da rienda suelta y acude al universo de lo fantástico, del desparpajo y del humor. Con estos dominantes elementos compositivos construye el tono y los argumentos de las narraciones Laura Devetach. Un niño que logra hacer germinar una planta de la que brotan libros y que, de modo solidario, los reparte entre quienes no pueden adquirirlos, para gran contrariedad del vendedor de cuadernos que aspira a seguir vendiéndolos a altos costos. Pretende comprarle la planta a cualquier precio. Esa planta, lo esclarece de inmediato su dueño, no tiene precio en su doble acepción de que es invalorable, por un lado, y por el otro que no está dispuesto bajo ninguna oferta (aún la más tentadora) a desprenderse de ella. Sabe, o sospecha de inmediato que ese vendedor por detrás de sus ofrecimientos cuantiosos o del trato que le propone encubre a un miserable. Y que su proceder tenderle una celada. Estamos, entonces, ante una escritora que no subestima ni la inteligencia, ni la firmeza de carácter y tampoco los valores morales de un niño. Sino que lo jerarquiza y reivindica como sujeto ético y práctico.
Reconsidera la capacidad de discernimiento que se les suele atribuir a los más pequeñas y valora su integridad. E, insisto con esto, su poder de determinación. Porque Devetach es muy clara en este punto: cada uno es artífice de su propio destino y debe resolver de modo independiente sus problemas.
La imaginación, por otra parte, suple a todo aquello que se desconoce o se ignora. Porque el mar se imagina hasta que finalmente se lo descubre, entre otros ejemplos, y buena parte de lo que sucede a lo largo de todo el libro no solo es imaginario porque se trata de un libro de ficción. Sino porque intervienen en él o abiertamente lo protagonizan personajes o figuras de una potente capacidad de invención que de modo radical vienen a echar por tierra versiones del mundo cuyo realismo ramplón lo empobrecen. Estas otras miradas invitan a concebir el universo desde puntos de vista de una infinita riqueza creativa que se proyecta en torno de acciones transformadoras orientadas hacia modificar esa misma realidad. En efecto, se trata de un libro que promueve el pensamiento crítico, la libertad subjetiva, un abordaje innovador de situaciones, porque tanto desde lo lúdico como desde una propuesta sana invita a realizar acciones concretas de génesis: dibujar, pintar, escribir y hasta en una puesta en abismo hay uno de los cuentos en los cuales irrumpe una escritora llamada Laura hacia el desenlace del mismo. Esta juego metaficcional y metanarrativo pone en cuestión la noción misma de ficción porque quien es la autora del libro se introduce en uno de sus cuentos y menciona la circunstancia de que incorpora a uno de los personajes a su cuento, personaje que efectivamente es uno de sus protagonistas.
La escritura dentro de la escritura ha sido trabajada en otros libros. Y en este caso, que irrumpa en el cuento la figura de una escritora con el mismo nombre de la autora del libro lo pone todo en cuestión. Bajo la forma de un juego o hasta de un detalle jocoso puede resultar profundamente desconcertante para el público infantil, capaz de sentir una profunda empatía con la autora que hace acto de presencia en su propia obra. No es una mera firma que sobrevuela el libro de modo fantasmático sino que es un personaje de un poder conferido por la potestad de hacer y deshacer lo que se lee a medida que se lo está leyendo. De modo que en el enunciado queda inscripto el acto de enunciación. Este juego con los planos de la ficción de un relato son, bien mirados, para reflexionar en profundidad, porque reviste alcances inquietantes.
Los lenguajes no verbales están muy presentes en el libro, traducidos en imágenes plásticas. El universo del dibujo, de los colores, de las formas y el modo como esas dimensiones cobran volumen y se introducen en el orden de lo real cobrando vida es una constante en el libro de la que me gustaría tomar nota. Estos episodios también ponen en cuestión otras tantas certezas.
También que los cuentos estén protagonizados por niños y niñas con la presencia por lo general subsidiaria de los adultos atributivamente confiere un modelo ejemplar de naturaleza activa, participativa, con capacidad de iniciativa a los personajes que por identificación puede resultar fecunda en la construcción de la identidad infantil en edades tan tempranas. Esta confianza en la capacidad de decisión resulta de carácter primordial en una sociedad que tiende a confinar al público infantil desde la órbita de la acción a lo repetitivo y a reproducir conductas más que asumir desafíos.
De modo que paradigmáticamente Laura Devetach exhorta a sus pequeños lectores a confiar en sí mismos y a incidir en el orden de lo real. A abandonar la pasividad y a devenir agentes y no pacientes. Sujetos éticos a los cuales les hace sentir la certidumbre de que están en condiciones de realizar emprendimientos. Evita así las concepciones de la vida infantil de naturaleza circular o de carácter paternalista.
Por todo lo dicho más arriba considero a este libro primordial para la educación del público infantil en las escuelas. Es clave para que niños y niñas se conciban como sujetos transformadores del sistema que habitan. Los hace cobrar consciencia de que no deben temer ser piezas fundamentales de la dinámica social. Eso está más que claro en el libro y tal vez haya sido, junto con otras zonas que ideológicamente pueden haber despertado alarma en mentes que en todas partes ven amenazas, un recelo que en verdad debería haber sido sinónimo de adhesión festiva por un manojo de historias que llegaban para decir cosas nuevas a un mundo requerido de desplazamientos y movimientos. Y no de una prohibición que le pusiera una mordaza.

Este libro, que debe haber aterrorizado a Laura Devetach en su momento, de modo reparatorio la debe de haber colmado de alegría al asistir al espectáculo de que es leído por nuevas generaciones que siguen emocionándose con él (como me pasó a mí) y encontrando multitud de sentidos. No creo ser temerario si considero a este libro un clásico infantil argentino. A lo que agrego un valor emblemático.
A través de una torre de cubos que aparece en el primero de los cuentos, es posible entrever un mundo lleno de estímulos inesperados. Abrir las páginas de este libro de título homónimo también nos permite entrever ese otro mundo. Aquel en el que nos dirigimos hacia una literatura de una radical originalidad.
Bajo la consignada dedicatoria de:”A todas las maestras y todos los maestros que hicieron rodar estos cuentos cuando no se podía ¡Muchas gracias!”, esto es, con un gesto de inmensa gratitud también exclamativa que articula educación por el arte con libertad de expresión, pedagogía y formación estética, concibiendo una red de resistencia contra los discursos y las prácticas sociales para burlar la censura, esta dedicatoria subraya la relevancia que tienen los pactos sociales y los puentes tendidos entre semejantes con similares principios en las noches largas de una patria en las que cala el frío hostil.


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