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martes, 26 de noviembre de 2019

“María Elena Walsh: libertad y represión en El diablo inglés”


                                                                                      por Adrián Ferrero



     Naturalmente que El diablo inglés, de María Elena Walsh (1930-2011), en la versión que manejo en este momento, la de 1997, está enriquecido con algunos cuentos que también, de un modo ligeramente distinto, dialogan con los contextos, con otros contextos, un dato que singulariza a este libro. Porque si por algo se caracteriza esta colección es precisamente por eso: por reenviar autorreflexivamente a un referente (pasado o contemporáneo) que ha tenido lugar y que es tan solo el punto de partida para que la imaginación desde la narrativa se dispare. Por ejemplo, el cuento “El diablo inglés” lo hace con un intertexto histórico como las Invasiones Inglesas de 1806 en Argentina, en una toponimia rural llena de supersticiones. Invasiones nombradas explícitamente pero con indicios claros, como frases en el idioma de ese país, además de la mención de un clarín, barcos y cómo el protagonista cambia su guitarra por un fusil. O “La sirena y el capitán” con el referente histórico de la Conquista de América por parte de los españoles, la mención de “el Rey” y la codicia de la que fueron víctimas los habitantes de América así como sus bienes. Su prepotencia, su violencia, los agravios permanentes a que sometieron a los dueños legítimos de estas tierras. Ya hacia los últimos cuentos hay uno en el cual la alusión a la figura de la tenista argentina, ícono del tenis nacional, Gabriela Sabatini, resulta tan sugestiva como paradigmática. De modo que María Elena Walsh en ningún momento se abandona a una fantasía por fuera de los acontecimientos del mundo o, mejor aún, sobre todo, de modo paradójico, los más macabros. Pero también los más nobles. Siempre habrá en sus ficciones personajes o protagonistas que llegan para poner las cosas en su sitio. No obstante, no lo harán jamás de modo idealizado o según la estereotipia. Asistiendo, imponiéndose al violento o bien brindando algunas claves para salir de un entuerto. Como vemos, sucede en este libro lo que en muchos los de generaciones posteriores: una imaginación sin demagogias que no busca aleccionar. Apenas, eso sí, poner al sujeto infantil frente a situaciones en las cuales los dilemas éticos están en juego y hay que aprender a discernir así como hay que aprender a decidir. María Elena Walsh promueve desde la sensibilidad y la emoción la independencia de criterio y del juicio. También alimenta la ya citada imaginación pero no el escapismo.



    Así, este libro que, aggiornado, representa una puesta al día de María Elena Walsh con la actualidad nacional y americana (pero también con el pasado literario, propio y ajeno, del cual toma distancia), la sitúa en el marco dentro del cual una figura femenina que fue de avanzada y ubicó a nuestro  país en la cima del deporte internacional también reivindica la posibilidad de que la literatura infantil dialogue con otros contenidos que históricamente no han sido juzgados humanistas por los letradas y hasta han sido descalificados por ellos. Expulsándolos de la órbita literaria. Oponiendo deporte a poética cuando sabemos que ha habido y hay grandes creadores de la alta literatura que son grandes fans del deporte e incluso lo practican. El deporte, que no había sido el fuerte de María Elena Walsh en sus fuentes, en este caso puntual al menos sí suma un aporte a su poética en orden a la recuperación de figuras nacionales de trayectoria mundial que ella considera merecen ser objeto por mérito de representación literaria. En efecto, en tanto que figura de existencia constatable, la que todo conduce a pensar es Gabriela Sabatini también señala a alguien con un perfil bajo, que no hizo del triunfo un triunfalismo ni tampoco de sí misma un exponente de la cultura de la celebridad. En este sentido doy por descontado, entre otros motivos, debe de resultarle a María Elena Walsh una figura de una elocuente simpatía. Al mismo tiempo, la tenista llega para poner en libertad, mediante un certero golpe de pelota asestado con una raqueta diestra, al tucán protagonista de este cuento, que permanecían en cautiverio.

   
  Respecto de otros cuentos del libro, en “El Gaucho verde”, que en lugar de facón lleva un pincel, una personalidad por fuera de lo habitual, con consciencia ecológica y afán de preservar el medio ambiente así como su dimensión estética, logra una organización comunitaria para conjurar la amenaza de un grupo (seguramente económico) que aspira a construir una pista de aterrizaje de helicópteros en la zona y eliminar un espacio verde así como su fisonomía originaria. Tanto en “La sirena y el capitán”, como en este cuento el hincapié está puesto con intensidad en la preservación del campo, su flora, su fauna, su ecosistema. El medio y sus habitantes originarios. De cualquier atentado contra su integridad. En ambos casos hay un intento por agredirlos. También por qué no decirlo, se acentúa en “El Gaucho verde” la belleza propia de un hábitat que solo alguien dado a la pintura o a la estética es capaz de apreciar y valorar en todo su esplendor. El gaucho estima su belleza y su valor medioambiental al mismo tiempo. Este punto me parece importante también en Walsh. El medio puede y hasta debe ser contemplado en su costado en directa vinculación con la belleza. Por lo tanto, en su gratuidad. Y el Gaucho verde también sabe servirse de algunos de los recursos de la naturaleza de manera letal para espantar a posibles invasores o expropiadores. La idea de asistir al espectáculo de la naturaleza desde su dimensión estética también se vincula con el de hacerlo desde una perspectiva no instrumental sino espontánea, sin aspiraciones de utilitarismo ¿para qué sirve el arte? ¿para qué sirve la belleza? ¿se gana dinero viendo un paisaje hermoso? Precisamente estoy seguro de que el gran planteo de María Elena Walsh es demostrar que un paisaje lleno de una deslumbrante hermosura vale por sí mismo. No tiene precio. Ni se le puede poner un precio. Porque es en sí mismo algo precioso digno de ser apreciado tal como es.


     En casi todos los cuentos la libertad es un valor indeclinable que se defiende hasta sus últimas consecuencias y está éticamente connotada de modo positivo como un bien imprescindible. Ya desde “El Diablo inglés”, con la expulsión de los invasores por parte de los habitantes de Bs. As. En “La sirena y el capitán” la pretensión de confinamiento de la sirena Alahí en una caja de madera para lo cual antes es atada a un árbol por el capitán español, este acto de barbarie es instantáneamente neutralizado por los animales del entorno natural amigos de la sirena. Este español inescrupuloso que aspira a cautivar a Alahí para llevársela como trofeo a España es espantado por mosquitos, mariposas, aves, armadillos, víboras y toda suerte de fauna propia del Litoral que encarnan también principios éticos. En “Canuto el tucán”, cuento al que ya hice referencia, Gaby lo restituye a la libertad ¿Y el Rey Compás de “El país de la geometría? Entre la posición conminatoria hacia sus súbditos, por momentos incluso ofensiva, a quienes humilla, la que él considera la derrota final por no poder encontrar “la flor redonda” y el consuelo que restituye alegría hasta alcanzar el canto y el baile, también allí pueden apreciarse un cuerpo y una voz en libertad que trazan el dibujo de esa maravilla que termina por descubrir es él mismo quien puede trazar si se da a sí mismo ciertos permisos.




     “Bisa vuela” también, en un sentido muy distinto, está estrechamente vinculado a este principio de libertad porque alguien que se encontraba viviendo prácticamente confinada en un mangrullo, paralizada, que había sido aviadora durante su juventud (es decir: que había vivido la experiencia de la libertad de modo permanente), a una edad ya avanzada en que los más viejos suelen retirarse del mundo y ser objeto de una descalificación sistemática por parte de los más jóvenes, un día decide retornar de modo entusiasmado a su vieja afición de volar en su aeroplano “el Águila de oro”. Este acto de regresar a una práctica que la pone en contacto con otros países, otros idiomas, otros paisajes, otros habitantes y, sobre todo, la posibilidad de elegir y optar a una edad en la que suele ser a la inversa: los jóvenes son quienes habitualmente deciden la suerte de los adultos mayores. Todo ello pone patas arriba la idea del sentido común de la vejez no como edad de la imposibilidad o la parálisis sino aún de potencia, fortaleza, capacidades y de acción no menos que de determinación. También de descubrimientos, de alumbramiento de desafíos y socialización: ya no más encierro. La vida no se detiene ni se apaga pese a que los años hayan transcurrido. La protagonista no agoniza sino que vuelve de modo iluminador o recursivo a latir. Si bien no existe aquí un intertexto histórico explícito como en los primeros cuentos sí mencionaría a este referente de la vejez como una edad en la que los individuos son descartables. Y puede que exista alguna velada referencia a mujeres aviadoras, que en sus comienzos las hubo y destacaron precisamente por serlo: por su precocidad en la Historia siendo casos aislados. No sería extraño que Walsh tomara la figura de este referente histórico de “la mujer aviadora” precursora (como en este caso) y realizara una franca transposición al orden del relato.

     La versión de María Elena Walsh del poema de Lewis Carroll “La morsa y el carpintero”, escrito en cuartetas, plantea un dilema ético esta vez diferente. Son ahora los protagonistas los victimarios que daban la impresión de ser simpáticos personajes llenos de humor. Si bien hay absurdo, disparate, nonsense, también hay traición (porque la morsa había convocado y persuadido a las ostras para que se acercaran a ayudarla) y el carpintero también se vuelve cómplice de este acto connotado axiológicamente de modo negativo claramente por Walsh. Porque las ostras son llamadas mediante una suerte de estrategia amistosa para luego ser devoradas. Si bien existe ese trasfondo de nonsense ya citado, no menos cierto es que la clave de lectura de Walsh consiste en que se trata de dos personajes capaces de devorar a otros que se les han acercado con total buena voluntad. Ambos personajes se vuelven depredadores. Y por detrás de ese juego del disparate hay un punto en el que ya “se deja de jugar” o “se habla en serio” cifrando la situación según los términos en los cuales ciertos personajes se pueden servir de otros como un medio y un fin en sí mismos a la vez, de modo artero. Leo “La morsa y el carpintero” también entonces como una parábola (en verso) regida según una clave ética que aún dentro del plano del disparate no abandona jamás esa dimensión a la que reenvía su política de la representación. De modo que como conclusión a un abordaje analítico de todas las piezas del libro culminaría diciendo que en María Walsh una política de la representación literaria está en directa articulación con una ética a la cual esa política reenvía sin pedagogías ni simplismos pero que sí o bajo la forma de la ironía o con matices directos pone en evidencia mediante una historia atractiva dos paradigmas que en un imaginario combaten. En ese combate entre las figuras del encierro, del confinamiento, de la parálisis, de los cautivos también metafóricamente del atrapados en el sentido común, los protagonistas salen de esas situaciones gracias a ser auxiliados por figuras salvíficas o que toman una iniciativa. En otros casos, se sale por una acción  que se toma con total poder de decisión para actuar sin pedir permiso. Así, en esta dicotomía que en la imaginación se presenta bajo una representación belicosa entre dos principios, entre represión y libertad, queda cifrada, a mi juicio, una posible lectura de El diablo inglés desde una perspectiva de sus contenidos contemplados a la luz de una ética universalista.


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