¿Por qué se te ocurrió ser escritora? ¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?
Esta última pregunta me
remite a la dualidad innato-adquirido. ¿Qué traemos? ¿Qué adquirimos en el
devenir de la vida? Y la respuesta la tuve hace muchos años mientras leía Los días del Venado de Liliana Bodoc:
“Pobres de nosotros si olvidamos que somos un telar…”. Eso somos, telares. Una
trama hecha por muchos hilos, por eso me resulta difícil decir el momento
preciso que sentí que escribir era el camino que quería recorrer. Además, como
es una pregunta que suelen hacerme en distintas entrevistas, incluidos los
chicos lectores, la respuesta me lleva a buscar en mi memoria, a recordarme, a
desandar la trama, y en ese recordar pienso que me voy conociendo o al menos
encuentro una versión más o menos aproximada de los hechos. Porque, como
expresa Clara Obligado en La muerte juega a los dados: “Nada de lo
que recordamos es verdad, nada de lo que imaginamos es mentira”. Por eso pienso
que los primeros hilos en el camino de
la escritura vinieron de la mano de mi abuelo asturiano, republicano y poeta.
Con sus relatos, mi abuelo fomentó mi amor por los libros, la lectura y de ahí
surge el deseo de escribir. Después transité distintas experiencias, no todas
cercanas a la escritura, y esa distancia me permitió saber que mi sentir, mi
deseo estaba en el arte. A veces tengo la intuición de que me demoré en saber
qué era lo que me hacía feliz. Pero a la vez, con una benévola mirada retro,
considero que es muy difícil medir esos tiempos subjetivos.
2 - ¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la
realidad?
Imaginación y realidad no son categorías puras. Somos telares y quien
escribe, teje. La realidad lo atraviesa todo, y todo a su vez está teñido por
nuestro imaginario. Pienso que no escribimos sobre la
realidad, sino sobre el reflejo de la realidad en nuestro ser. Los escritores
de Lij aprovechamos la mayor permeabilidad de límites entre realidad y fantasía
que tiene la infancia. Por supuesto que algunos textos pueden tener una
apoyatura realista, otros fantástica. Pero siempre
ficcional. “La literatura es como tomar ciruelas
verdaderas en una torta imaginaria”, dijo Cormac McCarthy.
En “Pascualita Gómez, una chica que
se las trae”, parto de una situación realista. A partir de que Pascualita
gana un concurso televisivo, emprende la transformación de
su cuerpo para ser una modelo internacional. Pascualita va adelgazando,
empequeñeciéndose hasta volverse casi invisible, queda entre paréntesis. Aquí
los paréntesis cobran materialidad. Se convierten en un recurso fantástico.
“Manuela
en el umbral” es una novela realista en cuanto a la temática – Manuela es
hija de desaparecidos–, pero está ambientada en Los aromos, un pueblo que no
conozco (¿imaginado?) que a la vez es parecido a Tapalqué, el pueblo de mi
madre donde pasé hermosos momentos de mi infancia.
“Mayonesa y bandoneón”
es una novela donde interactúan dos mundos: el de los habitantes de una pensión
de Buenos Aires (realidad) con los fantasmas que regresaron de la calavérica mano de Higinio, un fantasma tanguero (fantasía).
Y
podría continuar con otros textos porque en la búsqueda de la verosimilitud, realidades
y fantasías se enlazan en el interjuego de la ficción.
—¿De
qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?
Terminé la escuela secundaria, comencé la universidad y siempre
trabajé en diferentes ámbitos: compañía de seguros, oficina comercial de la
Embajada de Cuba, maestra. Mis primeros alumnos fueron los chicos de la Escuela
Nº46, de González Catán, por los que conservo un cariño entrañable; esa
escuela, esos chicos fueron inspiradores del cuento “Golmito” (en “El miedo trepa a tu ventana” y “Sopa de estrellas”, la historia de un
niño cartonero). Allí comencé a escribir para niños (sin publicar), conocí a mi
compañero de vida, poeta como mi abuelo (interpretación freudiana), nació mi
hijo Juan Matías, mi hija Eloísa (hoy artistas) y surgieron nuevos cuentos. Comencé
a publicar cuando trabajaba de asesora pedagógica en una escuela secundaria. Mientras
trabajaba en la escuela, escribía y formaba parte del grupo de Teatro Catalinas
Sur. Después dirigí el grupo de teatro infantil “Obsoletos”. Todas mis
actividades unidas por la infancia y la escritura. A partir del 2008 coordiné
los proyectos y programas del Plan Nacional de lectura (PNL): un gran equipo
con un trabajo en red a nivel nacional; ser parte del PNL me permitió articular
estrategias para que la lectura forme parte de la experiencia cotidiana de la
escuela. Trabajamos con una dimensión política de la infancia, en el sentido de
contar con una mirada emancipada de la niñez. Escritores/as, ilustradores/as,
talleristas, narradores/as, artistas, especialistas llegaban a las escuelas de
todo el país. Millones de libros y publicaciones fueron parte de un trabajo del
que siempre estaré orgullosa. Y hoy, frente al desmantelamiento del PNL del gobierno
macrista, sigo trabajando junto a compañeras y compañeros del Colectivo LIJ en
la defensa del libro, la lectura y los derechos de autores/as y mediadores.
Escribí en todas esas etapas laborales.
A veces con más publicaciones, otras con menos. Todo sujeto a los ajustes
editoriales a los que nos tienen acostumbrados los distintos vaivenes
políticos-económicos de nuestro país.
—¿Cuál fue el libro que más te gustó
escribir?
Difícil de responder. En verdad siempre que escribo siento una
tensión entre la ansiedad de lograr el texto deseado con el placer de ir
lográndolo. Esa tensión la vivo con mucha intensidad. Tengo momentos de mucha
alegría y otros de angustia. Con algunos textos lloré mientras escribía (“Manuela en el umbral”/”Sopa de estrellas”).
Con otros me reía sola frente a la pantalla (“Nos vamos, nomás, nos vamos”/”Florinda no tiene coronita”). Pero
una vez que la obra está lista, surge un placer liberador,
como todo proceso
creativo que se materializa.
– Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la
relación dentro de la escuela? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy
para los niños?
Después del desmantelamiento de las
políticas públicas de lectura, en la actualidad la relación lectura-escuela
depende de la impronta institucional, de recoger la siembra del trabajo
realizado por el PNL, de los planes provinciales, municipales y del entusiasmo
de mediadores con emprendimientos autogestivos. Hay escuelas, docentes,
bibliotecarios, libreros e incluso planes jurisdicciones que continúan y/o
inician proyectos de lecturas; esos son lugares de resistencia frente a un
sistema que poco le interesa que los bienes culturales lleguen a las escuelas. Esos
son actos de un fuerte -y a veces abnegado- compromiso con la infancia, la
lectura, el libro, porque trabajan con escasos recursos y apoyo institucional,
pero logran encuentros entre autores-lectores y surgen trabajos hermosísimos,
de mucha participación colectiva.
En cuanto a cómo me imagino la escuela
ideal, te diré que la imagino centrada en el arte y el conocimiento. La
educación a través del arte. “Todo lo bello educa”, dijo Goethe. Una escuela como
un espacio cultural y del conocimiento, con libros en todos los soportes, y que los chicos interactúen
en base a los proyectos planteados con la guía de un docente tutor. Si nuestra sociedad, con sus políticas de mercado,
está empeñada en construir dispositivos para la formación de niñas/os
consumidores (niños/as mercancía). Si está empeñada en sostener un
sistema que
busca permanentemente que nos conformemos con transitar la vida como carne
formateada al estilo de lo jóvenes The Wall de Pink Floyd, tenemos que pensar en una escuela con dispositivos
que se centren en la formación de niñas/os creadores, niñas/os productores
de conocimientos a través del arte. El arte como
una búsqueda de trascendencia que nos aleje del modelo consumista y devorador. Pienso
en una escuela que esté atravesada por la cultura, que genere esfuerzo y
creatividad. Estas ideas tienen, por supuesto, un fuerte compromiso ideológico,
político, educativo y social.
—¿Sos muy sensible, como tus personajes?
Pienso que todos los escritores en
algo nos parecemos a nuestros personajes. Quizá lo puedan ver más los de afuera.
Recuerdo que frente al texto de “Florinda
no tiene coronita”, una princesa rebelde, feminista, antipatriarcal y algo
juguetona, una de las editoras, me dijo: “Sos igual a Florinda”. Me dio risa,
pero me quedé pensando, y me di cuenta de que Florinda tenía mucho, muchísimo
de mí, casi todo. Pero este “parecido” no es exclusivo de los escritores, de
las escritoras. Cuando vi el rostro de “Pascualita Gómez” por primera vez, le
dije a Mónica Weiss, su ilustradora: “Mónica, Pascualita es igual a vos”. Y ella me respondió: “Sí, sí, muchos me
dijeron que es igualita a mí de adolescente…”. Parece que nuestros personajes
son como arlequines hechos con los retacitos de nosotros mismos.
—¿Qué te
hizo ser así?
Los hilos del telar de mi
infancia, pienso. Toda
una alquimia. Soy los poemas de mi abuelo, sus relatos de alcanfor. Soy la
alegría de mis padres, sus tristezas, las mías. Mi hermano. La risa, los juegos
a la hora de la siesta. Mis primos de Tapalqué. Mi señorita Marta que me enseñó
a leer…
“Observamos el mundo una vez sola en la infancia. Lo demás es recuerdo”, dice el último verso del poema Nostos, de Loise Glück. No hay duda que
en la infancia se empieza a dibujar el paisaje de una trama hecha con las
hebras que nos acercan los mayores. Por eso, en estos tiempos impiadosos, de
infancias deshilachadas, donde la brecha entre ricos y pobres se agranda, es
fundamental la mirada y el trabajo que los adultos realicemos frente a la
infancia.
—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en Argentina? ¿Y en
Latinoamérica?
Palpita una batalla cultural en Latinoamericana. Las disputas
casi invisibles se libran en nuestra lengua, especialmente en el territorio de
la infancia: en la LIJ, en los medios audiovisuales, digitales, etc. Bajo la mascarada de ampliar el mercado comercial,
se recomienda un lenguaje uniformado, neutro. Hay una cultura eurocentrista que trata de imponerse. Son
relaciones de poder asimétricas, propuestas por las políticas de control del
idioma. Una cultura que muchas veces pretende, por ejemplo, que los escritores no
seamos “tan argentinos en el lenguaje”. Hibridizar el lenguaje, hacer del castellano un lenguaje
neutro para el mundo de habla hispana es limpiar las marcas de pertenencia, la
música, los aromas, los colores, las voces de lo nuestro, nuestros anhelos….
Y si bien la Lij está atravesada por estos largos
procesos de aculturación en Argentina y en toda América Latina, hay en nuestro
país un trabajo de décadas en la promoción del libro y la lectura, con los
altibajos propios de las políticas públicas asumidas por cada gobierno. Cuando
hablo de la Lij en la Argentina, debo aclarar que no hay un verdadero
federalismo en su circulación, ni en la edición de textos regionales. También
es muy acotado el conocimiento de los autores y de los textos latinoamericanos.
Conocí en el 2018 a las autoras de la Academia de Lij de Bolivia cuando viajé a
La Paz y ellas me conocieron a mí.
En los últimos tiempos se habla mucho sobre los estereotipos culturales.
En este sentido considero que estamos viviendo un momento de crítica reflexiva
sobre los valores patriarcales sostenedores de nuestra cultura, y la LIJ es
parte de ese proceso en su relación con la infancia. Autores/as, editores/as, especialistas, mediadores/as…
trabajamos –cada uno en su ámbito- por deconstruir los estereotipos sociales
patriarcales en los que hemos sido formados a lo largo de los siglos. Deconstruir
nuestras representaciones de infancia, revisar los estereotipos que atraviesan nuestra cultura, revisar las
explicaciones binarias, nos acerca a participar de una relación emancipadora
con la infancia. Ardua tarea tenemos.
—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?
Sin
duda, leer mucho, escribir, corregir, acercarse a algún adulto que pueda
asesorarlo, acompañarlo…. Y, fundamentalmente, creer en sí mismo, que es lo
único que puede sostener el deseo. Y seguir escribiendo y leyendo mucho, mucho.
—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora,
molesta o indomable? ¿Por qué?
Estremecedora,
conmovedora, molesta, indomable…y podría seguir con libertaria, insolente…
Porque lo neutro, lo soso aleja de la lectura. Sentir miedo. Emocionarse. Reír.
Maravillarse… La literatura debe movilizar, sacudir de alguna manera a sus
lectores, peques o grandes, si no, no es literatura.
@Eduardo Raúl Burattini
@Eduardo Raúl Burattini
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