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sábado, 14 de septiembre de 2019

El viaje como autoconocimiento: sobre un cuento de Perla Suez”



por Adrián Ferrero

     En 1991 Perla Suez publica un cuento infantil de engañosa apariencia circular. En efecto, estructurado bajo la forma de una ambigua cinta Moebius, “El viaje de un cuis muy gris” también da cuenta de una partida y de un regreso al mismo punto a partir del cual tuvo lugar un viaje con un objetivo preciso. Sin embargo, al momento del regreso, varias cosas han cambiado. Si hacemos un cotejo de esta estructura narrativa en ese comienzo que como serpiente se muerde la cola y este final, en especial los adjetivos que lo identificaban a ese cuis han cambiado de modo significativo. Y no solo han cambiado, sino hasta se han vuelto sus antónimos. Por ejemplo: de un cuis “más bien de los chicos”, se ha operado el cambio que lo ha conducido a ser un cuis “más bien de los grandes”. De ser un cuirs de orejas “blandas”, lo será de rejas “tiesas” y, finalmente,  de orejas “Más bien de las grandes” a orejas “Más bien de las chicas”.  Estas modificaciones en el orden de lo físico resulta evidente que se vincula a otra clase de cambios que nada tienen que ver con las dimensiones del cuerpo sino con otras propias de la sensibilidad y la índole interior de este personaje.

     El cuento narra la partida de un pequeño cuis de su cueva porque su madre cumple años. Su objetivo es regalarle un ramito de menta con motivo de esa fecha. Este objetivo del orden de la ofrenda tendrá entonces repercusiones en el pequeño cuis de toda clase. Porque ese viaje, al que hace alusión el título y que toda la narración despliega, lo enfrentará a peligros, dilemas, miedos, algunos encuentros y hallazgos y será, a juicio, una ficción del autoconocimiento. Porque ese cambio que un narrador o narradora refiere como remate del cuento, metaforiza, resulta evidente, otra cosa muy distinta: del orden de visión del mundo, de su temperamento y de su identidad en tanto que agente de una trama en la que jamás renuncia a su objetivo. Esta suerte de persistencia del cuis no debe ser confundida con necedad. Muy por el contrario, es una forma de preservar en sus convicciones y en un objetivo noble pese a toda clase de obstáculos. Esos obstáculos no solo permitirán que él se conozca a sí mismo (consigna antiquísima con resonancias helénicas) sino también que conozca al mundo. Así es: el mundo dejará de ser su pequeña cueva y pasará a ser el ancho mundo que por cierto resultará desconcertante.

     La idea que subyace a este historia consiste en ser paradigmática de muchas personas que a lo largo de la Historia de la Humanidad han debido sobreponerse a toda clase de adversidades, desde persecuciones hasta otras de orden de cambios meteorológicos en un amplio arco que abarca toda clase de dificultades. Por otro lado, si lo pensamos en términos de ficción del viaje, este del “cuis muy gris” (de título rimado o eufónico) remite a muchos otros de prestigio en la literatura occidental de todos los tiempos. Desde las antiguas sagas islandesas y nórdicas, pasando por “La Odisea”, otros cuentos infantiles que tienen lugar en la tierra, como el de Caperucita, también por un ámbito desconocido que le puede ser igualmente tan peligroso como inesperado, para no remontarnos a las novelas de Julio Verne, que remiten a viajes aéreos, terrestres o submarinos.

     ¿Pero qué distingue a esas ficciones que acabo de mencionar de esta otra, además de ser naturalmente infantil? Pienso en primer lugar que lleva una fuerte marca del orden de lo nacional o lo argentino sin por ello incurrir en lugares comunes asociados a los localismos que suelen ser reduccionistas y por lo tanto acentuar lo particular en desmedro de lo universal. Esta ficción, en cambio, toma como escenario al campo argentino, a un animal de nuestro país en lugar de otros de geografías distantes o de especies exóticas, lo que no deja de resultar un mérito encomiable por parte de Suez. En efecto, estamos cansados de libros para niños o programas de TV o films infantiles protagonizadas por una fauna tan ajena como distante de nuestra realidad nacional. Y que Perla Suez lo haga con sabiduría y sentido de trascendencia sin incurrir en regionalismos que no aportarían más que un culto patriótico sin fundamento, vuelve a este cuento algo precioso.. Está, mejor, ambientado en un contexto argentino y nos habla de contenidos universales, algunos de los cuales acabo de referir. Hay varios que me han quedado en el tintero.

     Otro de ellos (y de los más relevantes a mi juicio) es que la naturaleza no constituye ese espacio bucólico que se suele idealizar (en especial el campo más concretamente), sino que está plagada de amenazas y peligros incluso para sus habitantes, como estamos habituados por los diarios a asistir a sus repercusiones en los seres humanos vinculadas a catástrofes.  En este caso la hostilidad de la naturaleza no solo se manifiesta en el orden de lo climático (lluvias, granizo, vientos, ríos correntosos…), sino también el de su fauna, como las avispas que lo asaltan, lo atacan y lo pican por todo el cuerpo.




     Creo que hay varios puntos interesantes para el análisis de esta obra. En primer lugar el carácter autónomo e independiente del cuis que logra por las suyas escapar o resolver problemas u obstáculos que se le van presentando a medida que progresa la acción. Y me parece que la identificación de la psicología con infantil también con una cría pero de otra especie que al mismo tiempo afronta (esta es la clave, afronta) resulta sustancial. Transmite sensación de seguridad, invita al coraje, incide en el sujeto desde la exhortación y estabiliza una identidad que puede ser de naturaleza, en edades tempranas, tornadiza al verse afectadas por el temor o la inseguridad. Sin embargo, Perla Suez es inteligente. Porque no niega esas notas en su cuis. Sino que, haciéndoselas experimentar en tanto que sujeto de una fábula, reescribe una identidad que atraviesa esos eventuales temores o inseguridades pero los supera con voluntad. Puede entonces que existan, pero ni la posición escapista ni la de retraerse del mundo son la solución. Conviene ir al encuentro de ese mundo, confrontarse con él, medirse con su poder pese a que aparentemente parezca invencible, hasta lograr la conquista del triunfo. Y no se trata de un “final feliz” al estilo de las peores fábulas edulcoradas. Se trata más bien del logro de alguien que ha hecho mucho por ser quien es mediante la acción, mediante la decisión y mediante la eficacia de una personalidad que ha debido medirse con acontecimientos que no son fáciles de transitar.

     Otro punto a destacar en relación con estas circunstancia son las “tretas del débil”, para usar una expresión feliz de la crítica literaria argentina Josefina Ludmer. Esto es: frente a un poder de naturaleza mayúscula, se puede experimentar reticencia, recelo, miedo y hasta pavor pero ello no constituye una justificación para resignarse ni a la parálisis, ni a la inmovilidad ni a la cobardía. Más bien se acude a estas tretas que, desde una supuesta debilidad, sin embargo le permiten, por un lado desentrañar lo que está viviendo (lo que no siempre tiene del todo en claro). Y, por el otro, ser consciente del poder de su fuerza tanto interna como física.

     La sintaxis de Suez, como suele ser habitual en su narrativa, es compleja y es simple a la vez. Por un lado, está caracterizada por un cierto ritmo que impone a la fábula su velocidad (que no suele ser vertiginosa). Suele estar sembrada de frases cortas que producen un impacto potente en el lector que evita rodeos, digresiones, excesos y genera una economía de la forma sintáctica que a la vez va pautando ella misma la fábula misma. Ello confiere un ritmo personalísimo a sus ficciones. La sintaxis de este cuento está armada a través de una suerte de cadencia que no se dispersa en detalles  accesorios sino que se concentra en lo que la autora considera es lo que aspira a narrar sin rodeos. Hay una economía de la concentración por encima de cualquiera otra clase de dispersión.

     El “ramito de menta” tras el cual el protagonista iniciaba su búsqueda termina siendo un ramito de viento. Esto es: mantiene pero cambia a la vez la materia de la que está hecho. Hay una metamorfosis producto de la acción que da lugar a una transformación de ráfagas de viento en un ramo que el pequeño cuis regala a su madre para su citado cumpleaños. Tendrá “gusto a viento”. Y el pequeño cuis, sin necesariamente mentir pero sí poniendo en evidencia que no quiere ni preocupar ni decepcionar a su madre (tampoco generar en ella la emoción de la culpa o el malestar del costo que ha tenido ese regalo en un esfuerzo mayúsculo), disimula esa circunstancia con la inmediata reparación que le brinda el descanso. Por otra parte, no todo habrán sido dolores de cabeza en ese viaje. Habrá pisado una alfombra de hojas y un ancho mundo que también merecía de su atención.

     Los elementos, como dije, se suelen presentar hostiles en este cuento. Naturalmente los de la naturaleza, como dije no idealizada. Y también en ocasiones es el mismo cuis el que, quizás por inexperiencia debido a su corta edad, incurre en confusiones. Como la de asustarse por algo que no sabe qué es sino su propia sombra. O bien el granizo que confunde con piedras cuya índole ignora salvo que arden al chuparlas. De modo que en este autoconocimiento de sí mismo también habrá un conocimiento de su entorno.

     “El viaje de un cuirs muy gris” tiene además acción y progresión, lo que resulta sumamente importante en una ficción infantil. Es un cuento en el que ocurren muchas cosas, de orden tornadizo y plagadas de accidentes. Curioso resulta que el encuentro con sus semejantes sea pacífico pero tan fugaz. Apenas lo invitan a comer nabos pero no es precisamente en lo que él está más interesado sino en otro objetivo más atractivo. No aspira a hacer amigos tampoco sino a buscar el regalo que se ha prometido al ser más el amado por él. En este sentido el cuis no se muestra con una personalidad egoísta. Sino con una capaz de sacrificar incluso su propio bienestar material y anímico por hacer feliz a alguien a quien ama. Quizás Perla Suez marca esta contrapunto entre los cuises que se han consagrado a una parálisis que los inmoviliza masticando nabos y este otro, que siendo tan  pequeño aún así tiene grandes aspiraciones no en un sentido ambiocoso sino afectivo, además de una conducta sumamente activa.



     Y que un ramito sea confundido con una ramito de menta que según su madre en verdad “tiene gusto a viento” parece una metáfora perfecta de que los obstáculos no solo han sido salvados sino de que se ha producido una metamorfosis en esa sustancia (digamos) que la vuelve preciosa porque ha sido producto de una batalla del pequeño cuis contra las ráfagas que parecían invencibles. Ráfagas que no solo él sí ha vencido, sino que como una materia parecida a la arcilla le ha servido para moldear su propio anhelo. Él ha elaborado el regalo luego de una larga lucha con los elementos y ese ramito condensa o metaforiza de modo tan tangible lo que le demandó un viaje lleno de imponderables. Un viaje en el que se atrevió a arriesgar su vida por hacerle el regalo a su madre.

     Que ese cuis sea “muy gris” para titular el libro también da qué pensar. “El viaje” resulta un sintagma que se explica con naturalidad luego de haberlo leído. Pero este color cuya intensidad es subrayada tal vez también sea una forma de acentuar o bien su identidad particularmente temeraria (más que la de los otros cuises de su especie que no la tienen en este grado, como una hipótesis posible), o bien algo que lo distingue de la mayoría de otros seres, no solo de los de su especie. El no parecerse a ningún otro. Y probablemente así suceda. Pensar en regalar un ramito de menta a su madre para su cumpleaños, atravesar un mar de peligros incluso con riesgos y costos altísimos, circunstancias confusas y otros momentos angustiantes que sobresaltan son efectivamente una serie de condiciones que vuelven a este cuis distinto de otros. Incluso de otros animales de otras especies. No necesariamente que lo pone por encima de ellas. Pero sí que lo particulariza. Este cuis resulta ser más gris que otros porque se atreve a hacer cosas que otros no, porque concibe un objetivo del orden de la grandeza hacia quien ama que otros quizás no o no a hacerlo pese a no lograrlo bajo las mejores condiciones.

     Este “cuis muy gris” conquista entonces el entregar un regalo que no resulta ser el convencional, ni siquiera el que él mismo sospechaba iba a buscar (de ahí también el descubrimiento y el autodescubrimiento) sino uno con un sabor que no es el de la menta en sentido estricto, esto es, no es el esencializado porque no proviene de una planta sino de un elemento natural que él logra dominar con destreza de modo completamente libre e independiente. Y a la luz de ese regalo me parece a mí que toda la narración se resignifica. Se regala algo de naturaleza que concentra lo poderoso, lo mágico e incluso al punto de pensarlo en términos de ser algo de crear imposibles que sí se vuelven su contrario desde el orden de los significados. Porque no se trata de una “mera planta de menta”, el regalo que sería, en todo caso, previsible.  Es un ramo “con gusto a viento”. De manera que ese punto que caracteriza a la planta de la menta, su frescura, por lo general propio de su naturaleza misma, para este caso en particular se debe a un artífice que, con esfuerzo, tesón y mucha capacidad de inventiva conquista eso: otro producto de su creación mediante una intervención que no ha sido fácil. Un ramito con gusto a viento. Lo gustativo define en este caso un triunfo y despista a quien lo degusta porque resulta engañoso. Él no revelará ni el esfuerzo que le costó conseguirlo ni elaborarlo, ni las peripecias corridas ni los peligros que arriesgó su pellejo. El amor concreto a una madre resulta tan incondicional que justifica guardar hasta los secretos más dramáticos si la misión del regalo se ha cumplido. Como de seguro ella debe de haberlo hecho también por su lado en otros momentos de su vida. En este sentido la narración resulta también ejemplar: el hijo que restituye prácticamente bajo la forma compensativa de un premio a una madre sus sacrificios pero también lo incondicional de su amor.

     Este libro de Perla Suez fue el primero que allá por los años noventa vi exhibido en una librería de la ciudad de La Plata. El primero suyo que conocí pero no el primero que leí. Me pareció un acto de justicia, además de un homenaje tan merecido por su excelencia como merecedor de atención crítica por su riqueza, regresar a él, a través de mi propio viaje que fue esta vez la de un regalo que a estas horas, en este día, le prodigo. Porque afrontando diestramente las ráfagas que el viento opone en contra a los creadores, Perla Suez nos ha regalado el ramo precioso de un cuento con el aroma de la excelencia literaria..

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