por Adrián Ferrero
En 1991 Perla Suez publica un cuento
infantil de engañosa apariencia circular. En efecto, estructurado bajo la forma
de una ambigua cinta Moebius, “El viaje de un cuis muy gris” también da cuenta
de una partida y de un regreso al mismo punto a partir del cual tuvo lugar un
viaje con un objetivo preciso. Sin embargo, al momento del regreso, varias
cosas han cambiado. Si hacemos un cotejo de esta estructura narrativa en ese
comienzo que como serpiente se muerde la cola y este final, en especial los
adjetivos que lo identificaban a ese cuis han cambiado de modo significativo. Y
no solo han cambiado, sino hasta se han vuelto sus antónimos. Por ejemplo: de
un cuis “más bien de los chicos”, se ha operado el cambio que lo ha conducido a
ser un cuis “más bien de los grandes”. De ser un cuirs de orejas “blandas”, lo
será de rejas “tiesas” y, finalmente, de
orejas “Más bien de las grandes” a orejas “Más bien de las chicas”. Estas modificaciones en el orden de lo físico
resulta evidente que se vincula a otra clase de cambios que nada tienen que ver
con las dimensiones del cuerpo sino con otras propias de la sensibilidad y la
índole interior de este personaje.
El cuento narra la partida de un pequeño
cuis de su cueva porque su madre cumple años. Su objetivo es regalarle un
ramito de menta con motivo de esa fecha. Este objetivo del orden de la ofrenda
tendrá entonces repercusiones en el pequeño cuis de toda clase. Porque ese
viaje, al que hace alusión el título y que toda la narración despliega, lo
enfrentará a peligros, dilemas, miedos, algunos encuentros y hallazgos y será,
a juicio, una ficción del autoconocimiento. Porque ese cambio que un narrador o
narradora refiere como remate del cuento, metaforiza, resulta evidente, otra
cosa muy distinta: del orden de visión del mundo, de su temperamento y de su
identidad en tanto que agente de una trama en la que jamás renuncia a su
objetivo. Esta suerte de persistencia del cuis no debe ser confundida con
necedad. Muy por el contrario, es una forma de preservar en sus convicciones y
en un objetivo noble pese a toda clase de obstáculos. Esos obstáculos no solo
permitirán que él se conozca a sí mismo (consigna antiquísima con resonancias
helénicas) sino también que conozca al mundo. Así es: el mundo dejará de ser su
pequeña cueva y pasará a ser el ancho mundo que por cierto resultará
desconcertante.
La idea que subyace a este historia consiste
en ser paradigmática de muchas personas que a lo largo de la Historia de la
Humanidad han debido sobreponerse a toda clase de adversidades, desde
persecuciones hasta otras de orden de cambios meteorológicos en un amplio arco
que abarca toda clase de dificultades. Por otro lado, si lo pensamos en
términos de ficción del viaje, este del “cuis muy gris” (de título rimado o
eufónico) remite a muchos otros de prestigio en la literatura occidental de
todos los tiempos. Desde las antiguas sagas islandesas y nórdicas, pasando por
“La Odisea”, otros cuentos infantiles que tienen lugar en la tierra, como el de
Caperucita, también por un ámbito desconocido que le puede ser igualmente tan
peligroso como inesperado, para no remontarnos a las novelas de Julio Verne,
que remiten a viajes aéreos, terrestres o submarinos.
¿Pero qué distingue a esas ficciones que
acabo de mencionar de esta otra, además de ser naturalmente infantil? Pienso en
primer lugar que lleva una fuerte marca del orden de lo nacional o lo argentino
sin por ello incurrir en lugares comunes asociados a los localismos que suelen
ser reduccionistas y por lo tanto acentuar lo particular en desmedro de lo universal.
Esta ficción, en cambio, toma como escenario al campo argentino, a un animal de
nuestro país en lugar de otros de geografías distantes o de especies exóticas,
lo que no deja de resultar un mérito encomiable por parte de Suez. En efecto,
estamos cansados de libros para niños o programas de TV o films infantiles
protagonizadas por una fauna tan ajena como distante de nuestra realidad
nacional. Y que Perla Suez lo haga con sabiduría y sentido de trascendencia sin
incurrir en regionalismos que no aportarían más que un culto patriótico sin
fundamento, vuelve a este cuento algo precioso.. Está, mejor, ambientado en un
contexto argentino y nos habla de contenidos universales, algunos de los cuales
acabo de referir. Hay varios que me han quedado en el tintero.
Otro de ellos (y de los más relevantes a
mi juicio) es que la naturaleza no constituye ese espacio bucólico que se suele
idealizar (en especial el campo más concretamente), sino que está plagada de amenazas
y peligros incluso para sus habitantes, como estamos habituados por los diarios
a asistir a sus repercusiones en los seres humanos vinculadas a catástrofes. En este caso la hostilidad de la naturaleza no
solo se manifiesta en el orden de lo climático (lluvias, granizo, vientos, ríos
correntosos…), sino también el de su fauna, como las avispas que lo asaltan, lo
atacan y lo pican por todo el cuerpo.
Creo que hay varios puntos interesantes
para el análisis de esta obra. En primer lugar el carácter autónomo e
independiente del cuis que logra por las suyas escapar o resolver problemas u
obstáculos que se le van presentando a medida que progresa la acción. Y me
parece que la identificación de la psicología con infantil también con una cría
pero de otra especie que al mismo tiempo afronta (esta es la clave, afronta)
resulta sustancial. Transmite sensación de seguridad, invita al coraje, incide en
el sujeto desde la exhortación y estabiliza una identidad que puede ser de
naturaleza, en edades tempranas, tornadiza al verse afectadas por el temor o la
inseguridad. Sin embargo, Perla Suez es inteligente. Porque no niega esas notas
en su cuis. Sino que, haciéndoselas experimentar en tanto que sujeto de una
fábula, reescribe una identidad que atraviesa esos eventuales temores o
inseguridades pero los supera con voluntad. Puede entonces que existan, pero ni
la posición escapista ni la de retraerse del mundo son la solución. Conviene ir
al encuentro de ese mundo, confrontarse con él, medirse con su poder pese a que
aparentemente parezca invencible, hasta lograr la conquista del triunfo. Y no
se trata de un “final feliz” al estilo de las peores fábulas edulcoradas. Se
trata más bien del logro de alguien que ha hecho mucho por ser quien es
mediante la acción, mediante la decisión y mediante la eficacia de una
personalidad que ha debido medirse con acontecimientos que no son fáciles de
transitar.
Otro punto a destacar en relación con estas
circunstancia son las “tretas del débil”, para usar una expresión feliz de la
crítica literaria argentina Josefina Ludmer. Esto es: frente a un poder de
naturaleza mayúscula, se puede experimentar reticencia, recelo, miedo y hasta
pavor pero ello no constituye una justificación para resignarse ni a la parálisis,
ni a la inmovilidad ni a la cobardía. Más bien se acude a estas tretas que,
desde una supuesta debilidad, sin embargo le permiten, por un lado desentrañar
lo que está viviendo (lo que no siempre tiene del todo en claro). Y, por el
otro, ser consciente del poder de su fuerza tanto interna como física.
La sintaxis de Suez, como suele ser
habitual en su narrativa, es compleja y es simple a la vez. Por un lado, está
caracterizada por un cierto ritmo que impone a la fábula su velocidad (que no
suele ser vertiginosa). Suele estar sembrada de frases cortas que producen un
impacto potente en el lector que evita rodeos, digresiones, excesos y genera
una economía de la forma sintáctica que a la vez va pautando ella misma la
fábula misma. Ello confiere un ritmo personalísimo a sus ficciones. La sintaxis
de este cuento está armada a través de una suerte de cadencia que no se
dispersa en detalles accesorios sino que
se concentra en lo que la autora considera es lo que aspira a narrar sin
rodeos. Hay una economía de la concentración por encima de cualquiera otra
clase de dispersión.
El “ramito de menta” tras el cual el
protagonista iniciaba su búsqueda termina siendo un ramito de viento. Esto es:
mantiene pero cambia a la vez la materia de la que está hecho. Hay una
metamorfosis producto de la acción que da lugar a una transformación de ráfagas
de viento en un ramo que el pequeño cuis regala a su madre para su citado cumpleaños.
Tendrá “gusto a viento”. Y el pequeño cuis, sin necesariamente mentir pero sí
poniendo en evidencia que no quiere ni preocupar ni decepcionar a su madre
(tampoco generar en ella la emoción de la culpa o el malestar del costo que ha
tenido ese regalo en un esfuerzo mayúsculo), disimula esa circunstancia con la inmediata
reparación que le brinda el descanso. Por otra parte, no todo habrán sido
dolores de cabeza en ese viaje. Habrá pisado una alfombra de hojas y un ancho
mundo que también merecía de su atención.
Los elementos, como dije, se suelen
presentar hostiles en este cuento. Naturalmente los de la naturaleza, como dije
no idealizada. Y también en ocasiones es el mismo cuis el que, quizás por
inexperiencia debido a su corta edad, incurre en confusiones. Como la de
asustarse por algo que no sabe qué es sino su propia sombra. O bien el granizo
que confunde con piedras cuya índole ignora salvo que arden al chuparlas. De
modo que en este autoconocimiento de sí mismo también habrá un conocimiento de
su entorno.
“El viaje de un cuirs muy gris” tiene
además acción y progresión, lo que resulta sumamente importante en una ficción
infantil. Es un cuento en el que ocurren muchas cosas, de orden tornadizo y plagadas
de accidentes. Curioso resulta que el encuentro con sus semejantes sea pacífico
pero tan fugaz. Apenas lo invitan a comer nabos pero no es precisamente en lo
que él está más interesado sino en otro objetivo más atractivo. No aspira a
hacer amigos tampoco sino a buscar el regalo que se ha prometido al ser más el amado
por él. En este sentido el cuis no se muestra con una personalidad egoísta.
Sino con una capaz de sacrificar incluso su propio bienestar material y anímico
por hacer feliz a alguien a quien ama. Quizás Perla Suez marca esta contrapunto
entre los cuises que se han consagrado a una parálisis que los inmoviliza masticando
nabos y este otro, que siendo tan
pequeño aún así tiene grandes aspiraciones no en un sentido ambiocoso
sino afectivo, además de una conducta sumamente activa.
Y que un ramito sea confundido con una
ramito de menta que según su madre en verdad “tiene gusto a viento” parece una
metáfora perfecta de que los obstáculos no solo han sido salvados sino de que
se ha producido una metamorfosis en esa sustancia (digamos) que la vuelve
preciosa porque ha sido producto de una batalla del pequeño cuis contra las
ráfagas que parecían invencibles. Ráfagas que no solo él sí ha vencido, sino
que como una materia parecida a la arcilla le ha servido para moldear su propio
anhelo. Él ha elaborado el regalo luego de una larga lucha con los elementos y
ese ramito condensa o metaforiza de modo tan tangible lo que le demandó un
viaje lleno de imponderables. Un viaje en el que se atrevió a arriesgar su vida
por hacerle el regalo a su madre.
Que ese cuis sea “muy gris” para titular
el libro también da qué pensar. “El viaje” resulta un sintagma que se explica
con naturalidad luego de haberlo leído. Pero este color cuya intensidad es
subrayada tal vez también sea una forma de acentuar o bien su identidad
particularmente temeraria (más que la de los otros cuises de su especie que no
la tienen en este grado, como una hipótesis posible), o bien algo que lo
distingue de la mayoría de otros seres, no solo de los de su especie. El no parecerse
a ningún otro. Y probablemente así suceda. Pensar en regalar un ramito de menta
a su madre para su cumpleaños, atravesar un mar de peligros incluso con riesgos
y costos altísimos, circunstancias confusas y otros momentos angustiantes que
sobresaltan son efectivamente una serie de condiciones que vuelven a este cuis
distinto de otros. Incluso de otros animales de otras especies. No
necesariamente que lo pone por encima de ellas. Pero sí que lo particulariza. Este
cuis resulta ser más gris que otros porque se atreve a hacer cosas que otros
no, porque concibe un objetivo del orden de la grandeza hacia quien ama que
otros quizás no o no a hacerlo pese a no lograrlo bajo las mejores condiciones.
Este “cuis muy gris” conquista entonces el
entregar un regalo que no resulta ser el convencional, ni siquiera el que él
mismo sospechaba iba a buscar (de ahí también el descubrimiento y el
autodescubrimiento) sino uno con un sabor que no es el de la menta en sentido
estricto, esto es, no es el esencializado porque no proviene de una planta sino
de un elemento natural que él logra dominar con destreza de modo completamente libre
e independiente. Y a la luz de ese regalo me parece a mí que toda la narración
se resignifica. Se regala algo de naturaleza que concentra lo poderoso, lo
mágico e incluso al punto de pensarlo en términos de ser algo de crear
imposibles que sí se vuelven su contrario desde el orden de los significados.
Porque no se trata de una “mera planta de menta”, el regalo que sería, en todo
caso, previsible. Es un ramo “con gusto
a viento”. De manera que ese punto que caracteriza a la planta de la menta, su
frescura, por lo general propio de su naturaleza misma, para este caso en
particular se debe a un artífice que, con esfuerzo, tesón y mucha capacidad de
inventiva conquista eso: otro producto de su creación mediante una intervención
que no ha sido fácil. Un ramito con gusto a viento. Lo gustativo define en este
caso un triunfo y despista a quien lo degusta porque resulta engañoso. Él no
revelará ni el esfuerzo que le costó conseguirlo ni elaborarlo, ni las
peripecias corridas ni los peligros que arriesgó su pellejo. El amor concreto a
una madre resulta tan incondicional que justifica guardar hasta los secretos
más dramáticos si la misión del regalo se ha cumplido. Como de seguro ella debe
de haberlo hecho también por su lado en otros momentos de su vida. En este
sentido la narración resulta también ejemplar: el hijo que restituye
prácticamente bajo la forma compensativa de un premio a una madre sus sacrificios
pero también lo incondicional de su amor.
Este libro de Perla Suez fue el primero
que allá por los años noventa vi exhibido en una librería de la ciudad de La
Plata. El primero suyo que conocí pero no el primero que leí. Me pareció un
acto de justicia, además de un homenaje tan merecido por su excelencia como merecedor
de atención crítica por su riqueza, regresar a él, a través de mi propio viaje
que fue esta vez la de un regalo que a estas horas, en este día, le prodigo.
Porque afrontando diestramente las ráfagas que el viento opone en contra a los
creadores, Perla Suez nos ha regalado el ramo precioso de un cuento con el
aroma de la excelencia literaria..
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