por Adrián Ferrero
Pancitas argentinas (2000) es un
poemario infantil que, evidentemente, ya forma parte de una línea de trabajo
que identifica el proyecto creador del poeta argentino, editor y periodista
cultural Guillermo Saavedra. Porque a él prosiguieron otros dos de similar
índole: Cenicienta no escarmienta
(2003) y Mi animal imposible (2012),
conformando una trilogía.
Hay una serie de singularidades de estos libros que los vuelven de una
insularidad notable dentro del panorama, por lo menos argentino, de la lírica
infantil. En primer lugar precisamente ese dato: están orientados para un
público de ocho años en adelante, aproximadamente. En segundo lugar es rimado,
siguiendo distintas formas si bien suelen ser relativamente regulares. Y,
finalmente, está pensado, parcialmente, como un conjunto de biografías de niños
o niñas. En este sentido, me recordó en el marco de los libros para adultos las
Vidas imaginarias de Marcel Schwob.
Pero tan solo en ese sentido, en la idea
de jugar con biografías y ficcionalizarlas y, en todo caso particular, darles
forma de poema. Es aquí donde se revela la enorme capacidad imaginativa para la
creación de vidas de ficción protagonizadas, al menos en la primera parte del
libro, por niños. En la segunda y última parte, titulada “Tremendas historias
(con chinos, gatos, queso y achicoria)”, el poemario se desplaza en un sentido
más amplio de situaciones, contextos y personajes. Ya no se tratará de
biografías imaginarias de niños exclusivamente, de “gente menuda”
Lo que resulta llamativo en el presente libro no solo es que se trate de
poesía infantil, como dije. rimada. Sino que adopta en orden a sus contenidos
el así llamado nonsense o disparate,
cuyo origen suele afirmarse es oriundo de ciertas composiciones de Inglaterra,
cuyo exponente más sobresaliente es Alicia
en el país de las maravillas (1865) y Alicia
a través del espejo (1871), su continuación, entre otras creaciones del
autor británico Lewis Carroll. En Argentina, hay una “Gran madre textual” como
podría haberla llamado el crítico literario
Nicolás Rosa refiriéndose a la figura de Borges en uno de sus libros. En
efecto, María Elena Walsh trabajó esta línea estética en poemas, canciones y
cuentos. También obras de teatro y films. Un ejemplo es, por ejemplo, su libro Zoo loco (1965), entre muchos otros. De modo que existiría esta
figura precursora de María Elena Walsh, un referente ineludible que sin lugar a
dudas Guillermo Saavedra conoce y reconoce como un antecedente, porque en algún
sentido la figura de la autora infantil argentina se presenta como intertexto.
Por la misma razón, el libro de Guillermo Saavedra se inscribiría en el marco
de una tradición que él proseguiría con maestría, con matices propios y una
notable capacidad imaginativa. Quiero decir: Saavedra no es un epígono de
Walsh. Muy por el contrario, revela a las claras su radical originalidad
introduciendo otros temas, otras inflexiones, variantes y temas propios que
evidentemente Walsh no abordó y que a él sí le interesan muy especialmente. Uno
de ellos es el deporte (el fútbol, el
básquet), la danza, entre otras actividades vinculadas a niños y adolescentes
en los que Walsh no pareciera haber indagado en su poética. Reconozcamos
también que los tiempos han cambiado, las figuras que los niños y niñas en
épocas recientes han consagrado no son las mismas y la infancia misma en tanto
que construcción identitaria es otra.
Por supuesto hay zonas de contacto con María Elena Walsh también. Pero
me parece que Saavedra manifiesta una
clara independencia de criterio temático así como de formas que lo
caracterizan como una figura autónoma personalísima. Por otra parte, este tipo
de libros son infrecuentes. Y si sumamos a ello el citado rasgo de que
pertenece a una tradición de poéticas en las que él seguiría profundizando,
está claro que aspira a seguir trabajando con la suya ( porque también escribe
poesía para adultos) esta variante creativa.
Estas “biografías imaginarias” de niños y niñas que no obstante están
inspiradas, según lo declara en un paratexto que encabeza el libro, en casos
conocidos muy libremente, “se piden prestadas”, esto es, se insiste en la idea
del niño desde el respeto. Este es un punto en el que me gustaría hacer
especial hincapié. Porque Guillermo Saavedra ejerce la poesía infantil desde el
respeto hacia los niños, impartiendo al adulto lecciones notables acerca de lo
que considera debe serlo en relación a la infancia en todos los casos sin
subestimaciones y también sin agresiones sino permanentemente desde lo lúdico
así como manteniendo una ética que mantenga a resguardo de cualquier atentado a
su dignidad a la niñez. Sumo a ello la posibilidad de dar al niño un espacio en
el marco de estas historias versificadas una relevancia que evidentemente
considera también debería tener en la vida cotidiana o bien en la literatura en
general. Así, esa importancia lo volvería protagonista de poemas de los que
habitualmente se los excluye o se los suma al universo adulto a partir de una perspectiva
que no es la suya. Se trata, en cambio, de contemplar a la infancia desde la
mirada adulta. Satelital.
Versificar, escribir poesía para niños sobre niños, desde la mirada del
niño, supone conferirles una identidad, una dignidad que los vuelve personas capaces y con derechos de
ser también personajes. Esto es: personas que ingresen en el orden de la
literatura en un espacio de privilegio y también en un pie de igualdad con los
adultos, habituales personajes dominantes de la literatura de todos los tiempos.
El niño, de este modo, lo hace no desde el rol de un desdibujado parentesco o
desde vínculos o figuras secundarios sino como sujetos éticos que merecen
atención, respeto (como dije) y figuraciones concretas. La representación de la
niñez resulta fundamental y en esto Saavedra está claro pone el acento. Se
trata de que la niñez disponga de derechos en todos los sentidos de esta
palabra. En primer lugar: el derecho, como dije, a su representación literaria.
En segundo lugar, el de ser receptores de un libro (o de más de uno en su caso)
que se les consagra. Es más, son sus destinatarios por excelencia. Ese libro ha
sido concebido pensando en ellos. No necesariamente pensando en que sean los
únicos, pero sí en que sean los receptores por excelencia, los privilegiados.
Es entonces un libro protagonizado por niños para niños.
En cuanto a los recursos, además de acudir a la ya citada rima y a una
métrica determinada, ello supone una serie de repercusiones en el orden del
sentido que no quisiera dejar pasar. En primer lugar si bien el poema rimado y
con una métrica pareciera garantizar un cierto “orden”, estructura o armonía,
una cierta estabilidad formal, al mismo tiempo Saavedra desestabiliza todo el
tiempo los significados y los sentidos al acudir al nonsense, al disparate, el desparpajo, el humor, entre otros
recursos. Esto genera una suerte de desconcierto en los lectores porque en
algún sentido los poemas resemantizan las relaciones entre “las palabras y las
cosas” entre “las palabras y los vínculos”, entre “las palabras y las
relaciones” que establecen con el mundo, la configuración de la frase, esto es,
una gramática, un adjetivación, la
predicación. Hay una impertinencia desde todo punto de vista. Saavedra hace
astillas el orden ese orden de la pertinencia, lo convencional logrando hacer “perder
el juicio” mediante un uso estratégico del lenguaje a las mentes más habituadas
al sentido común, a los sistemas de significados unívocos y cerrados de ideas e
interpretación. De lecturas de representaciones literarias y de lecturas
interpretaciones acerca del mundo. En efecto, los poemas de Guillermo Saavedra,
con virtuosismo, considero que precisamente intervienen en el orden de las
significaciones rompiendo con la lógica: eso mismo es precisamente el
sinsentido. No obstante, el así llamado sinsentido o nonsense sí lo tiene, y de modo elocuente. Desfamiliariza,
desnaturaliza, irracionaliza marcos de referencia, rompe lo rígido, lo estipulado,
lo habitual para una mente infantil o adulta.
Resultan para ellos de este modo fabulosos.
Porque Saavedra nos introduce en un universo alternativo de significados y de sentidos completamente
inesperados. La vida ya no responde a esa forma llena de rituales sino que, en
el marco incluso de su cotidianeidad, puede permitirse, mediante el juego de la
literatura, ciertas licencias. Estas licencias que precisamente son saludables
porque abren las puertas al sentido, producen un efecto de apertura, de
extrañamiento (sin ser perturbadores), descolocan. Dejan fuera de lugar a los
sujetos a los que la sociedad busca, precisamente, asignar un espacio
normativo/compulsivo en su seno. La poética de Guillermo Saavedra subvierte y
es intensamente transgresora. En el marco de la rima y el ritmo, de la métrica
que pautan el sentido, aparentemente se aspira a ordenarlo. Sin embargo, en una
paradoja o en un oxímoron, el significado desordena los significados y los
sentidos. Forma y contenidos no están en consonancia. Se introduce así un “caos” que invita a repensar el mundo desde la
libertad subjetiva, desde múltiples perspectivas y a reflexionar a fondo (desde
lo perceptivo y desde lo intelectivo) acerca de lo que ya no es habitual. Guillermo Saavedra hace estallar los
significados y las estructuras de pensamiento en el marco de las cuales se
aspira a asignar atributivamente según un criterio adulto un lugar a la mente
infantil en el seno de la sociedad. La poética de Saavedra, entonces, corre al
sujeto infantil de ese espacio en el que según las expectativas adultas debería
estar ubica. Así, desubicado, desconcierta. Es desafiante y es cuestionador del
orden social imperante porque promueve desde la lectura un impacto en el orden
de lo real que lo modifica desde la ideología. Una lectura que tampoco es la
lineal que suele darse en la prosa, traducida en el lenguaje instrumental por
excelencia, como lo saben muy bien quienes especialmente se han consagrado a la
lírica y han reflexionado sobre ello, como de seguro lo ha hecho Saavedra. En
efecto, la poesía rompe, destruye, hace astillas de modo insumiso (en palabras
de la escritora María Negroni) las formas. Si al hecho de que ese poema, más
aún, trabaje a partir del nonsense y
del disparate, será mayor aún esa insumisión y esa insurrección. Los
significantes insubordinan los significados, los sentidos se multiplican por un
atributo connotativo que se acentúa más aun que en la poesía habitual de los
escritores que trabajan la forma y los temas siguiendo el significado codificado
más convencional de la frase o, en todo caso, del poema. .
Guillermo Saavedra plantea entonces, implícitamente en sus libros
hipótesis inquietantes si hacemos una lectura a fondo. Las palabras, según una
diferente combinatoria de la que generalmente
nos servimos de ellas ¿no hacen perder el juicio (en su doble acepción
jurídica y sensata) a los signos? Esto es: el poema del disparate hace entrar
en crisis a la relación entre significantes (en el marco de la economía
semiológica) y los significados, junto con los correspondientes referentes. En
efecto, este considero que es el punto nodal en la poética de Guillermo
Saavedra. El modo en según el cual destruye ese vínculo culturalmente fijo,
estipulado entre significante, significado y referente obligatorios. Y en esta
inédita y originalísima propuesta de una poética que irrumpe en la economía de
los signos, la literatura, en su máximo esplendor se muestra también en su
máxima potencia transgresora. Eso que la vuelve salvaje, deslumbrante,
indómita, intensamente capaz de introducir en el orden de lo simbólico formas
de concebir al mundo de modos alternativos pero al mismo tiempo cuestionadores
de lo que la cultura suele impedir pensar de modo también emocionante. Porque
Guilleramo Saavedra, con su poesía, también afecta la singular manera que
tienen los niños no solo de pensar sino también de sentir. Mediante una lengua
distinta creada por su literatura, Guillermo Saavedra toca nuestras fibras más
íntimas. Lo hace, por lo general, desde el humor. Eso no quita emoción a la
emoción. En todo caso, la intensifica. Es, en definitiva, una poética de lo
insurgente.
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