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sábado, 28 de septiembre de 2019

Guillermo Saavedra: la poesía infantil insurgente


por Adrián Ferrero





     Pancitas argentinas (2000) es un poemario infantil que, evidentemente, ya forma parte de una línea de trabajo que identifica el proyecto creador del poeta argentino, editor y periodista cultural Guillermo Saavedra. Porque a él prosiguieron otros dos de similar índole: Cenicienta no escarmienta (2003) y Mi animal imposible (2012), conformando una trilogía.

     Hay una serie de singularidades de estos libros que los vuelven de una insularidad notable dentro del panorama, por lo menos argentino, de la lírica infantil. En primer lugar precisamente ese dato: están orientados para un público de ocho años en adelante, aproximadamente. En segundo lugar es rimado, siguiendo distintas formas si bien suelen ser relativamente regulares. Y, finalmente, está pensado, parcialmente, como un conjunto de biografías de niños o niñas. En este sentido, me recordó en el marco de los libros para adultos las Vidas imaginarias de Marcel Schwob. Pero tan solo en  ese sentido, en la idea de jugar con biografías y ficcionalizarlas y, en todo caso particular, darles forma de poema. Es aquí donde se revela la enorme capacidad imaginativa para la creación de vidas de ficción protagonizadas, al menos en la primera parte del libro, por niños. En la segunda y última parte, titulada “Tremendas historias (con chinos, gatos, queso y achicoria)”, el poemario se desplaza en un sentido más amplio de situaciones, contextos y personajes. Ya no se tratará de biografías imaginarias de niños exclusivamente, de “gente menuda”

     Lo que resulta llamativo en el presente libro no solo es que se trate de poesía infantil, como dije. rimada. Sino que adopta en orden a sus contenidos el así llamado nonsense o disparate, cuyo origen suele afirmarse es oriundo de ciertas composiciones de Inglaterra, cuyo exponente más sobresaliente es Alicia en el país de las maravillas (1865) y Alicia a través del espejo (1871), su continuación, entre otras creaciones del autor británico Lewis Carroll. En Argentina, hay una “Gran madre textual” como podría haberla llamado  el crítico literario Nicolás Rosa refiriéndose a la figura de Borges en uno de sus libros. En efecto, María Elena Walsh trabajó esta línea estética en poemas, canciones y cuentos. También obras de teatro y films. Un ejemplo es, por ejemplo, su libro Zoo loco (1965),  entre muchos otros. De modo que existiría esta figura precursora de María Elena Walsh, un referente ineludible que sin lugar a dudas Guillermo Saavedra conoce y reconoce como un antecedente, porque en algún sentido la figura de la autora infantil argentina se presenta como intertexto. Por la misma razón, el libro de Guillermo Saavedra se inscribiría en el marco de una tradición que él proseguiría con maestría, con matices propios y una notable capacidad imaginativa. Quiero decir: Saavedra no es un epígono de Walsh. Muy por el contrario, revela a las claras su radical originalidad introduciendo otros temas, otras inflexiones, variantes y temas propios que evidentemente Walsh no abordó y que a él sí le interesan muy especialmente. Uno de ellos es el deporte  (el fútbol, el básquet), la danza, entre otras actividades vinculadas a niños y adolescentes en los que Walsh no pareciera haber indagado en su poética. Reconozcamos también que los tiempos han cambiado, las figuras que los niños y niñas en épocas recientes han consagrado no son las mismas y la infancia misma en tanto que construcción identitaria es otra.


     Por supuesto hay zonas de contacto con María Elena Walsh también. Pero me parece que Saavedra manifiesta una  clara independencia de criterio temático así como de formas que lo caracterizan como una figura autónoma personalísima. Por otra parte, este tipo de libros son infrecuentes. Y si sumamos a ello el citado rasgo de que pertenece a una tradición de poéticas en las que él seguiría profundizando, está claro que aspira a seguir trabajando con la suya ( porque también escribe poesía para adultos) esta variante creativa.

     Estas “biografías imaginarias” de niños y niñas que no obstante están inspiradas, según lo declara en un paratexto que encabeza el libro, en casos conocidos muy libremente, “se piden prestadas”, esto es, se insiste en la idea del niño desde el respeto. Este es un punto en el que me gustaría hacer especial hincapié. Porque Guillermo Saavedra ejerce la poesía infantil desde el respeto hacia los niños, impartiendo al adulto lecciones notables acerca de lo que considera debe serlo en relación a la infancia en todos los casos sin subestimaciones y también sin agresiones sino permanentemente desde lo lúdico así como manteniendo una ética que mantenga a resguardo de cualquier atentado a su dignidad a la niñez. Sumo a ello la posibilidad de dar al niño un espacio en el marco de estas historias versificadas una relevancia que evidentemente considera también debería tener en la vida cotidiana o bien en la literatura en general. Así, esa importancia lo volvería protagonista de poemas de los que habitualmente se los excluye o se los suma al universo adulto a partir de una perspectiva que no es la suya. Se trata, en cambio, de contemplar a la infancia desde la mirada adulta. Satelital.

     Versificar, escribir poesía para niños sobre niños, desde la mirada del niño, supone conferirles una identidad, una dignidad que  los vuelve personas capaces y con derechos de ser también personajes. Esto es: personas que ingresen en el orden de la literatura en un espacio de privilegio y también en un pie de igualdad con los adultos, habituales personajes dominantes de la literatura de todos los tiempos. El niño, de este modo, lo hace no desde el rol de un desdibujado parentesco o desde vínculos o figuras secundarios sino como sujetos éticos que merecen atención, respeto (como dije) y figuraciones concretas. La representación de la niñez resulta fundamental y en esto Saavedra está claro pone el acento. Se trata de que la niñez disponga de derechos en todos los sentidos de esta palabra. En primer lugar: el derecho, como dije, a su representación literaria. En segundo lugar, el de ser receptores de un libro (o de más de uno en su caso) que se les consagra. Es más, son sus destinatarios por excelencia. Ese libro ha sido concebido pensando en ellos. No necesariamente pensando en que sean los únicos, pero sí en que sean los receptores por excelencia, los privilegiados. Es entonces un libro protagonizado por niños para niños.

     En cuanto a los recursos, además de acudir a la ya citada rima y a una métrica determinada, ello supone una serie de repercusiones en el orden del sentido que no quisiera dejar pasar. En primer lugar si bien el poema rimado y con una métrica pareciera garantizar un cierto “orden”, estructura o armonía, una cierta estabilidad formal, al mismo tiempo Saavedra desestabiliza todo el tiempo los significados y los sentidos al acudir al nonsense, al disparate, el desparpajo, el humor, entre otros recursos. Esto genera una suerte de desconcierto en los lectores porque en algún sentido los poemas resemantizan las relaciones entre “las palabras y las cosas” entre “las palabras y los vínculos”, entre “las palabras y las relaciones” que establecen con el mundo, la configuración de la frase, esto es, una  gramática, un adjetivación, la predicación. Hay una impertinencia desde todo punto de vista. Saavedra hace astillas el orden ese orden de la pertinencia, lo convencional logrando hacer “perder el juicio” mediante un uso estratégico del lenguaje a las mentes más habituadas al sentido común, a los sistemas de significados unívocos y cerrados de ideas e interpretación. De lecturas de representaciones literarias y de lecturas interpretaciones acerca del mundo. En efecto, los poemas de Guillermo Saavedra, con virtuosismo, considero que precisamente intervienen en el orden de las significaciones rompiendo con la lógica: eso mismo es precisamente el sinsentido. No obstante, el así llamado sinsentido o nonsense sí lo tiene, y de modo elocuente. Desfamiliariza, desnaturaliza, irracionaliza marcos de referencia, rompe lo rígido, lo estipulado, lo habitual para una mente infantil o adulta.
Resultan para ellos de este modo fabulosos. Porque Saavedra nos introduce en un universo alternativo de  significados y de sentidos completamente inesperados. La vida ya no responde a esa forma llena de rituales sino que, en el marco incluso de su cotidianeidad, puede permitirse, mediante el juego de la literatura, ciertas licencias. Estas licencias que precisamente son saludables porque abren las puertas al sentido, producen un efecto de apertura, de extrañamiento (sin ser perturbadores), descolocan. Dejan fuera de lugar a los sujetos a los que la sociedad busca, precisamente, asignar un espacio normativo/compulsivo en su seno. La poética de Guillermo Saavedra subvierte y es intensamente transgresora. En el marco de la rima y el ritmo, de la métrica que pautan el sentido, aparentemente se aspira a ordenarlo. Sin embargo, en una paradoja o en un oxímoron, el significado desordena los significados y los sentidos. Forma y contenidos no están en consonancia. Se introduce así un  “caos” que invita a repensar el mundo desde la libertad subjetiva, desde múltiples perspectivas y a reflexionar a fondo (desde lo perceptivo y desde lo intelectivo) acerca de lo que ya no es  habitual. Guillermo Saavedra hace estallar los significados y las estructuras de pensamiento en el marco de las cuales se aspira a asignar atributivamente según un criterio adulto un lugar a la mente infantil en el seno de la sociedad. La poética de Saavedra, entonces, corre al sujeto infantil de ese espacio en el que según las expectativas adultas debería estar ubica. Así, desubicado, desconcierta. Es desafiante y es cuestionador del orden social imperante porque promueve desde la lectura un impacto en el orden de lo real que lo modifica desde la ideología. Una lectura que tampoco es la lineal que suele darse en la prosa, traducida en el lenguaje instrumental por excelencia, como lo saben muy bien quienes especialmente se han consagrado a la lírica y han reflexionado sobre ello, como de seguro lo ha hecho Saavedra. En efecto, la poesía rompe, destruye, hace astillas de modo insumiso (en palabras de la escritora María Negroni) las formas. Si al hecho de que ese poema, más aún, trabaje a partir del nonsense y del disparate, será mayor aún esa insumisión y esa insurrección. Los significantes insubordinan los significados, los sentidos se multiplican por un atributo connotativo que se acentúa más aun que en la poesía habitual de los escritores que trabajan la forma y los temas siguiendo el significado codificado más convencional de la frase o, en todo caso, del poema. .


     Guillermo Saavedra plantea entonces, implícitamente en sus libros hipótesis inquietantes si hacemos una lectura a fondo. Las palabras, según una diferente combinatoria de la que generalmente  nos servimos de ellas ¿no hacen perder el juicio (en su doble acepción jurídica y sensata) a los signos? Esto es: el poema del disparate hace entrar en crisis a la relación entre significantes (en el marco de la economía semiológica) y los significados, junto con los correspondientes referentes. En efecto, este considero que es el punto nodal en la poética de Guillermo Saavedra. El modo en según el cual destruye ese vínculo culturalmente fijo, estipulado entre significante, significado y referente obligatorios. Y en esta inédita y originalísima propuesta de una poética que irrumpe en la economía de los signos, la literatura, en su máximo esplendor se muestra también en su máxima potencia transgresora. Eso que la vuelve salvaje, deslumbrante, indómita, intensamente capaz de introducir en el orden de lo simbólico formas de concebir al mundo de modos alternativos pero al mismo tiempo cuestionadores de lo que la cultura suele impedir pensar de modo también emocionante. Porque Guilleramo Saavedra, con su poesía, también afecta la singular manera que tienen los niños no solo de pensar sino también de sentir. Mediante una lengua distinta creada por su literatura, Guillermo Saavedra toca nuestras fibras más íntimas. Lo hace, por lo general, desde el humor. Eso no quita emoción a la emoción. En todo caso, la intensifica. Es, en definitiva, una poética de lo insurgente.

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