por María Cristina Alonso
Hablemos de bosques que funcionan en los
relatos para niños como fronteras entre lo real y lo maravilloso, como espacio
en el que lo extraordinario sucede o donde se inicia el viaje.
El camino parece largo pero al final el niño
llega a la ciudad en donde su amigo, surgido de las entrañas del bosque, se
diluye y parece devorado por esa otra
selva, la del cemento.
El final
surgiere la transformación del personaje y la vuelta al mundo natural, como
subrayando que todos, en lo profundo, somos seres salvajes que huimos de los
excesos de la civilización. El mismo autor ha escrito sobre su libro: “Yo quiero hablar de la
naturaleza como algo abrumador, enorme, sencillo, brutal, bello. Los seres
humanos como seres de la naturaleza. Pero también quiero hablar de la
naturaleza interior. Crecer, madurar, evolucionar, cambiar. Descubrirse en
otros, descubrirse en uno mismo, vernos y no vernos. El reflejo, la búsqueda,
la identidad.”
Marcovaldo es un obrero un tanto caricaturesco, una especie de
Charlie Chaplin, un hombre que viene de otra parte y que se encuentra exiliado
en la ciudad industrial. Lo cierto es que Marcolvaldo no comprende el
caos de la ciudad, las carencias en medio de la abundancia, la urbanización
irracional.
En uno de los
cuentos, “El bosque sobre la autopista”
(Ediciones de la Flor, 1976), Marcovaldo intenta paliar el frío que tiene su
familia, pues en la noche del cuento se habían terminado las últimas astillas y
sale a buscar leña. “Se puso cuatro o cinco diarios entre el saco y la camisa
para hacerse una coraza contra los golpes de aire.” Calvino explica en el
prefacio que escribe sus fábulas
modernas de divagación cómico melancólica al margen del neorrealismo. Sus
cuentos de Marcovaldo nacen cuando ya en Italia está agotado el tema de las
familias pobres que no tienen nada para llevar a la mesa, la simple lucha por
la supervivencia que tan bien documentó el neorrealismo en el cine y en la
literatura. En esa Italia de los años sesenta el tema del hambre no se ha
solucionado pero lo que denuncia la literatura ahora es la mercantilización de
los valores humanos, la pérdida del sentido que convierte todo valor en
términos de producción y consumo.
En “El bosque sobre la autopista”, en el
invierno helado de la posguerra, los niños confunden los grandes carteles
publicitarios con los árboles de un bosque. La idea de salir a buscar un bosque
en la ciudad la tiene Miguelito, el hijo menor de Marcovaldo que, lee un libro
–sacado en préstamo en la biblioteca de la escuela, aclara Calvino-, sobre el
hijo de un leñador que sale a juntar leña al bosque. Miguelito confunde a los
árboles con los carteles luminosos de la autopista. El mismo Marcovaldo se suma
a la empresa sorteando la mirada del policía y saca leña de los anuncios de
madera terciada. “¿Libro para niños? ¿Libro para jóvenes? ¿Para adultos? Hemos visto
cómo todos estos planos continuamente se entrecruzan. O más bien, ¿es un libro
en el que el autor a través de la pantalla de estructuras narrativas
simplísimas, expresa su propia relación, perpleja e interrogante, con el mundo?”
Concluye en el prefacio.
Otra fábula nos lleva a un bosque agredido
por la sociedad industrial que construye una fábrica sobre la cueva a donde un
oso se ha echado a hibernar. Se trata del cuento El oso que no lo era,
escrito e ilustrado por Frank Tashlin, publicado por primera vez en 1946 y con
sucesivas reediciones.
Frank Tashlin, un norteamericano de New Jersey fue en sus comienzos vendedor de
periódicos y botones de un hotel, pero más tarde se convirtió en dibujante del
equipo de Walt Disney y escribió varios guiones para las películas de Laurel y
Hardy. Defensor de los oprimidos y marginados, escribió cuatro libros para
niños llenos de humor y ternura, pero también con una denuncia implícita a la
sociedad capitalista que deshumaniza al hombre.
El oso del cuento al
que nos referimos se despierta en primavera y encuentra que su cueva se ha
convertido en una enorme fábrica. Es confundido con un obrero y nadie le cree
que es un oso. “Usted es un hombre tonto, sin afeitar y con un abrigo de
pieles”. Letanía que le van repitiendo el Capataz, el Gerente, el Vicepresidente,
el Vicepresidente Primero, el
Presidente, los osos del zoológico y del circo. El oso sigue afirmando que sólo
es un oso, pero se lo repiten tanto que al final pierde su personalidad y se suma
al trabajo fabril despersonalizador. El Oso resiste hasta que la fábrica cierra
y los obreros son despedidos. Vuelven a sus casas, pero el oso está solo y no
tenía a dónde ir. Como ve a una bandada
de gansos que vuelan hacia el sur recuerda que el invierno está por llegar y
busca una cueva para dormir durante toda la estación. No obstante, al trabajo de
mentira sistemática al que había sido sometido (cualquier parecido con lo que
los medios de comunicación hacen con la gente difundiendo noticias falsas es
verdadero) dice: “Pero no puedo entrar en la cueva para invernar. No soy un
oso. Soy un hombre, tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles.”
Estas tres obras, en
donde el bosque y la sociedad urbana, industrial y consumista se muestran en
contrapunto se alejan del estereotipo del bosque como aparece en los cuentos
populares.
Escondite de la bruja, lugar donde se
abandonan niños, espacio de destierro o de desobediencia, escenario para
ponerse a prueba y crecer, así ha sido contado el bosque en la literatura
infantil por Perrault y los hermanos Greem. El locus horridus, tópico literario
que viene de la cultura medieval en la que el bosque es un paisaje de complejo
simbolismo, espacio de peligro, lleno de fieras, en especial lobos, territorio
de temible oscuridad.
Señala Bruno Bettelheim en sus libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas al
referirse al bosque: “Desde
tiempos inmemoriales,
el bosque casi impenetrable en el que nos perdemos ha simbolizado el mundo
tenebroso, oculto y casi recóndito de nuestro inconsciente. Si hemos perdido el
marco de referencia que servía de estructura a nuestra vida anterior y debemos
ahora encontrar el camino para volver a ser nosotros mismos, y hemos entrado en
este terreno inhóspito con una personalidad aún no totalmente desarrollada,
cuando consigamos salir de ahí, lo haremos con una estructura humana muy
superior.”
En los tres cuentos que hemos comentado, el
bosque aparece como ese otro tópico de la literatura, locus amoenus, idealización de un mundo natural que la sociedad
industrial, las ciudades de cemento y la aglomeración humana interceptan
permanentemente para no permitirle al individuo encontrarse con su verdadero
rostro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario