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miércoles, 30 de octubre de 2019

Los desterrados del bosque



por María Cristina Alonso

   Hablemos de bosques que funcionan en los relatos para niños como fronteras entre lo real y lo maravilloso, como espacio en el que lo extraordinario sucede o donde se inicia el viaje.


  En El bosque dentro de mí, de Adolfo Serra (FCE, 2016), un álbum sin palabras, un niño encuentra en el agua no sólo su propia imagen sino a un misterioso ser que lo acompañará en un viaje a través del bosque. Este bosque diseñado con una reducida paleta de tintas negras y grises se irá poblando de ríos para vadear, de anchos cielos por donde pasan bandadas de pájaros, de sombras y de luces misteriosas, de pinos y abedules, de ojos y de estrellas. Por momentos la oscuridad parecerá ocultar por completo al niño que no está solo, la compañía del monstruo amigo le permitirá descubrir la maravilla de un cielo infinito.

   El camino parece largo pero al final el niño llega a la ciudad en donde su amigo, surgido de las entrañas del bosque, se diluye  y parece devorado por esa otra selva, la del cemento.



El final surgiere la transformación del personaje y la vuelta al mundo natural, como subrayando que todos, en lo profundo, somos seres salvajes que huimos de los excesos de la civilización. El mismo autor ha escrito sobre su libro: “Yo quiero hablar de la naturaleza como algo abrumador, enorme, sencillo, brutal, bello. Los seres humanos como seres de la naturaleza. Pero también quiero hablar de la naturaleza interior. Crecer, madurar, evolucionar, cambiar. Descubrirse en otros, descubrirse en uno mismo, vernos y no vernos. El reflejo, la búsqueda, la identidad.”


 Italo Calvino publicó en 1966 un libro para niños titulado Marcovaldo, o sea Las estaciones en la ciudad. Está integrado por veinte relatos. Cada uno dedicado a una estación; el ciclo de las cuatro estaciones se repite cinco veces. Todos los relatos tienen el mismo protagonista, Marcovaldo, y siguen más o menos el mismo esquema.

   Marcovaldo es un  obrero un tanto caricaturesco, una especie de Charlie Chaplin, un hombre que viene de otra parte y que se encuentra exiliado en la ciudad industrial. Lo cierto es que Marcolvaldo no comprende el caos de la ciudad, las carencias en medio de la abundancia, la urbanización irracional.

   En uno de los cuentos, “El bosque sobre la autopista” (Ediciones de la Flor, 1976), Marcovaldo intenta paliar el frío que tiene su familia, pues en la noche del cuento se habían terminado las últimas astillas y sale a buscar leña. “Se puso cuatro o cinco diarios entre el saco y la camisa para hacerse una coraza contra los golpes de aire.” Calvino explica en el prefacio que escribe sus fábulas modernas de divagación cómico­ melancólica al margen del neorrealismo. Sus cuentos de Marcovaldo nacen cuando ya en Italia está agotado el tema de las familias pobres que no tienen nada para llevar a la mesa, la simple lucha por la supervivencia que tan bien documentó el neorrealismo en el cine y en la literatura. En esa Italia de los años sesenta el tema del hambre no se ha solucionado pero lo que denuncia la literatura ahora es la mercantilización de los valores humanos, la pérdida del sentido que convierte todo valor en términos de producción y consumo.



   En “El bosque sobre la autopista”, en el invierno helado de la posguerra, los niños confunden los grandes carteles publicitarios con los árboles de un bosque. La idea de salir a buscar un bosque en la ciudad la tiene Miguelito, el hijo menor de Marcovaldo que, lee un libro –sacado en préstamo en la biblioteca de la escuela, aclara Calvino-, sobre el hijo de un leñador que sale a juntar leña al bosque. Miguelito confunde a los árboles con los carteles luminosos de la autopista. El mismo Marcovaldo se suma a la empresa sorteando la mirada del policía y saca leña de los anuncios de madera terciada. “¿Libro para niños? ¿Libro para jóvenes? ¿Para adultos? Hemos visto cómo todos estos planos continuamente se entrecruzan. O más bien, ¿es un libro en el que el autor a través de la pantalla de estructuras narrativas simplísimas, expresa su propia relación, perpleja e interrogante, con el mundo?” Concluye en el prefacio.

   Otra fábula nos lleva a un bosque agredido por la sociedad industrial que construye una fábrica sobre la cueva a donde un oso se ha echado a hibernar. Se trata del cuento El oso que no lo era, escrito e ilustrado por Frank Tashlin, publicado por primera vez en 1946 y con sucesivas reediciones.

   Frank Tashlin, un norteamericano de  New Jersey fue en sus comienzos vendedor de periódicos y botones de un hotel, pero más tarde se convirtió en dibujante del equipo de Walt Disney y escribió varios guiones para las películas de Laurel y Hardy. Defensor de los oprimidos y marginados, escribió cuatro libros para niños llenos de humor y ternura, pero también con una denuncia implícita a la sociedad capitalista que deshumaniza al hombre.

   El oso del cuento al que nos referimos se despierta en primavera y encuentra que su cueva se ha convertido en una enorme fábrica. Es confundido con un obrero y nadie le cree que es un oso. “Usted es un hombre tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles”. Letanía que le van repitiendo el Capataz, el Gerente, el Vicepresidente, el Vicepresidente  Primero, el Presidente, los osos del zoológico y del circo. El oso sigue afirmando que sólo es un oso, pero se lo repiten tanto que al final pierde su personalidad y se suma al trabajo fabril despersonalizador. El Oso resiste hasta que la fábrica cierra y los obreros son despedidos. Vuelven a sus casas, pero el oso está solo y no tenía a dónde ir.  Como ve a una bandada de gansos que vuelan hacia el sur recuerda que el invierno está por llegar y busca una cueva para dormir durante toda la estación. No obstante, al trabajo de mentira sistemática al que había sido sometido (cualquier parecido con lo que los medios de comunicación hacen con la gente difundiendo noticias falsas es verdadero) dice: “Pero no puedo entrar en la cueva para invernar. No soy un oso. Soy un hombre, tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles.”


  Finalmente, en un acto de supervivencia, vuelve a sus raíces, escucha y lee lo que le dice el bosque y recupera su identidad.
   Estas tres obras, en donde el bosque y la sociedad urbana, industrial y consumista se muestran en contrapunto se alejan del estereotipo del bosque como aparece en los cuentos populares.

   Escondite de la bruja, lugar donde se abandonan niños, espacio de destierro o de desobediencia, escenario para ponerse a prueba y crecer, así ha sido contado el bosque en la literatura infantil por Perrault y los hermanos Greem. El locus horridus, tópico literario que viene de la cultura medieval en la que el bosque es un paisaje de complejo simbolismo, espacio de peligro, lleno de fieras, en especial lobos, territorio de temible oscuridad.

   Señala Bruno Bettelheim en sus libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas al referirse al bosque: “Desde tiempos inmemoriales, el bosque casi impenetrable en el que nos perdemos ha simbolizado el mundo tenebroso, oculto y casi recóndito de nuestro inconsciente. Si hemos perdido el marco de referencia que servía de estructura a nuestra vida anterior y debemos ahora encontrar el camino para volver a ser nosotros mismos, y hemos entrado en este terreno inhóspito con una personalidad aún no totalmente desarrollada, cuando consigamos salir de ahí, lo haremos con una estructura humana muy superior.”

   En los tres cuentos que hemos comentado, el bosque aparece como ese otro tópico de la literatura, locus amoenus, idealización de un mundo natural que la sociedad industrial, las ciudades de cemento y la aglomeración humana interceptan permanentemente para no permitirle al individuo encontrarse con su verdadero rostro.




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