Hugo tiene hambre, Shujer, Weiss
Pero no todo lo que
les ocurre a los niños es pasible de ser ficcionalizado, al menos en relatos
destinados al público infantil. Pienso en la historia de la niña jujeña que fue
obligada a tener un hijo fruto de la violación de un hombre de 60 años y que,
además de negársele la posibilidad de interrumpir el embarazo -como lo disponen
los protocolos para estos casos de menores de 15 años- el gobernador de la
provincia ya había digitado que una “buena familia” iba a adoptar al bebé. ¿Y
la niña? La niña sólo quería que todo terminara para volver a jugar.
Tan difícil de
convertirla en historia para el público infantil como la de cientos de niños y
niñas que hoy viven en las calles de casi todas las ciudades del mundo,
huérfanos de escuela, de juguetes, de protección, de acompañamiento del Estado
que, por otro lado -y en los discursos- proclama su interés por la infancia y
dice considerar al niño como sujeto de derecho.
La crueldad y la violencia
ejercida sobre los niños y niñas, sin embargo, impregna a toda la literatura
infantil desde los albores del género.
Un médico alemán, Heinrich Hoffmann, escribió y dibujó en 1845 un libro
con historias para su hijo que tituló: Struwwelpeter
(Pedro Melenas). Consciente de que las imágenes tienen un efecto aleccionador, Hoffmann
cuenta relatos de advertencia sobre niños desobedientes que sufren
ejemplificadores castigos: Gaspar, el melindroso, se niega a tomar la sopa y,
al quinto día de su negativa, muere. Hoffmman no ahorra en detalles macabros;
va dibujando al personaje cada vez más flaco hasta que, en la última imagen,
aparece la tumba del niño con la cruel imagen de la sopera como
epitafio. Pero verdaderamente horripilante es la historia del Pequeño Chupadedo. Para evitar que
continúe con el hábito de chuparse los dedos aparece el sastre con unas enormes
tijeras y le corta los pulgares: “Cuando mamá vuelve al hogar, /Se lo
encuentra -¡puro llorar!-/¡Sin pulgares se quedó,/el sastre se los cortó!”
Nada
comparable con la historia de Paulita, que se prende fuego por jugar con los
fósforos.Claro que la historia cuenta, al pasar, que a Paulita la dejaron sola
en su casa. No obstante, si se prendió fuego de pies a cabeza a pesar de que los
gatos le advertían el peligro y su madre le había recomendado no hacerlo, se
deduce que la culpa, además, recae sobre la niña, que -como la pequeña de Jujuy
de la historia real- fue abandonada por los adultos y, de víctima, pasa a ser
culpable y desobediente. “La niña -¡qué gran tristeza!-/ardió de pies a cabeza./ Quedaron sólo ceniza,/
y rojas, dos zapatillas.”
Hugo
recién se distiende y sonríe cuando encuentra a un perro hambriento como él,
porque “cuando uno tiene un amigo, la panza hace menos ruido.”
Dice
Mónica Weiss, la ilustradora de este libro álbum conmovedor: “Cuando me puse a trabajar en él, enseguida reparé en que -en los cuentos clásicos- el niño pobre que
deambula solo y tiene hambre era un personaje corriente, pero
como estaba “en el pasado”, parecía no doler tanto. En cambio, en los libros
para chicos que transcurrían en aquel momento (2005), los niños pobres casi no
aparecían. En mi biblioteca, entre cientos de libros donde los chicos tienen
casa y comida asegurada, sólo contaba con De noche en
la calle, de Ángela Lago. Así
que había como un ocultamiento
de algo que todos veíamos a diario en nuestra vida cotidiana. Aunque ´ver´ era
una manera de decir.”[1]
En la literatura infantil
el tema del hambre es recurrente, como en los cuentos de hadas recogidos por
los hermanos Grimm. Los niños de esas historias deben enfrentar, como los
reales en los que están inspirados, el secuestro, el abandono, la esclavitud,
el abuso y hasta el asesinato.
Como el Hugo del que
hemos hablado, en Hansel y Gretel el
tema del hambre proyecta una realidad histórica. En la Edad Media, la escasez
de comida por el crecimiento demográfico y las malas cosechas producía
hambrunas. Por lo tanto, el abandono de los niños –y hasta el infanticidio-
eran frecuentes, ya que no podían ser alimentados.
Ilustración de Daniel Montero Galán
Hansel y Gretell es uno de los
cuentos más crueles que se puedan contar. Es la historia de dos hermanos
abandonados por el padre y la madrastra en el bosque, con la excusa de que no
tienen nada para darles de comer. Cuando se encuentran con la engañosa casa de
chocolate, aparece la bruja que enjaula a Hansel para comérselo crudo, y encima
lo engorda lentamente. Para compensar tanta crueldad, Gretel logra tirar a la
bruja al horno encendido y la quema viva. Como los chicos regresan con una
bolsa llena de oro, los padres los reciben contentos. ¿Tiene un final feliz
este cuento? Según esta historia, hay que llevar un tesoro a casa para ser
amado.
En los
cuentos de hadas aparecen todo tipo de crueldades dirigidas a los niños. A
Caperucita Roja se la come un lobo, Cenicienta tiene que soportar todo tipo de
desprecios y burlas de sus hermanastras; a Blanca Nieves, la madrastra la manda
a matar y pide que le arranquen el corazón; a Pulgarcito y sus hermanos, el
Ogro los anda buscando para cortarles la cabeza y, en Pinocho, de Carlo
Collodi, el Zorro y el Gato se abusan de la ignorancia del muñeco de
madera: le roban las monedas de oro y lo cuelgan de una encina.
Ángela Lago
.
El
libro álbum de la escritora e ilustradora brasileña Ángela Lago, De noche en la calle quiere ser un
testimonio de los niños de la calle. Hay un niño que ofrece tres pelotitas con
los colores del semáforo ante la indiferencia de los automovilistas. En el cómodo
interior de los autos donde nos ubica la autora, la gente mira con ferocidad al
niño solo, le teme, lo amenaza. Lo exterior y lo interior no se comunican,
salvo en el momento en que el niño roba una caja del asiento trasero de un auto
donde encontrará tres nuevas pelotas, que seguirá ofreciendo en una rueda
infinita de un destino que no podrás modificarse. La crueldad y la indiferencia
también aquí son tematizadas. Volvemos a Hugo
tiene hambre (Shujer-Weiss). Mónica Weiss escribe -refiriéndose a los niños
de la calle-: “Siempre me impresionó
la naturalidad con que, en las paradas de los semáforos de las grandes
ciudades, los conductores pasan por alto el hecho de que esos que están
pidiendo monedas son niños. Imagino que, si vieran en esa misma esquina a uno
de sus hijos o vecinitos, saldrían inmediatamente del coche y tratarían de
ampararlos y de llevarlos a sus casas o con sus adultos. Sin embargo, los
chicos como Hugo parece que fueran parte del paisaje urbano: con el mismo valor
simbólico de una silla de plaza, un cesto, un semáforo. Como sin entidad
humana, propia. [2]
También medio muerto de hambre anda
por los tres primeros tratados Lazarillo de Tormes, el protagonista
de la novela picaresca española del siglo XVI. Lazarillo es un chico que queda
solo en el mundo. Cuando el padre se muere, su madre le dice esta crueldad: “Criado te he, válete por ti” y lo manda
a que se las arregle por los caminos. Por suerte el chico es vivo y se las
ingenia para ir de amo en amo aunque siempre, con hambre.
La orfandad es una constante en los
relatos para niños y jóvenes. El héroe casi nunca tiene padres, por lo tanto,
tiene que reinventarse. Los padres de Harry Potter fueron asesinados por el
mago Voldemor una noche de
Halloween. Tom Sawyer vive con su tía Polly en un pueblito junto al Missisippi,
y el Principito, está en su planeta con la sola compañía de una rosa.
La pobreza y el hambre siempre
determinan que estos personajes niños inicien un largo viaje, vivan una
aventura, obtengan una riqueza o realicen una hazaña. Así Charly, el de la
película “La fábrica de Chocolate”, de RoaldDahl, se somete a los caprichos del excéntrico Willy
Wonka; Bastián Baltasar Bux, el
protagonista de “La historia sin fin”, que es un chico huérfano de madre, viaja
-a través de un libro- al mundo de Fantasía, para compensar sus días
solitarios.
Los chicos y las
chicas de la literatura infantil y juvenil tienen maestros que pegan coscorrones en la
cabeza a los que se portan mal, tienen padres que los abandonan o los olvidan,
y andan por caminos embarrados y muertos de frío. La literatura cuenta, sin
disimulo, lo que les sucede a los niños pobres en la vida real. Como la
historia de la niña de Jujuy, los relatos de ficción siguen contándonos de qué
manera las sociedades lejos de combatirla, abominan de la pobreza.
[1] Weiss, MónicaIlustrar ¿para
niños, jóvenes, adultos? Curso
introductorio para mediadores de lectura literaria juvenil del CAEU / OEI
[2]Weiss, MónicaIlustrar ¿para niños, jóvenes, adultos? Curso introductorio para mediadores de
lectura literaria juvenil del CAEU / OEI
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