por Adrián Ferrero
Plox (1991), de la argentina Graciela Falbo, subtitulada parentéticamente “(Cómo
descubrir un fantasma en casa)”, es una breve novela en siete Episodios y un Epílogo. Interesante sería dilucidar por qué se trata
de “Episodios” y no “Capítulos” o “Partes” o “Apartados”. Estimo (y esta es una
hipótesis de lectura) que Falbo se propuso que
desde lo narratológico cada uno de ellos contara con un acontecimiento
singular que no se ramificara. Y que mantuviera unidad de espacio y tiempo
(como de hecho sí sucede).
La breve novela infantil, pensada para
niños a partir de los 8 años, es a mi juicio una parodia de los cuentos de
fantasmas (de larga tradición en Occidente y Oriente, como se sabe). ¿Y por qué
digo “parodia” y no digo que directamente es una historia de ese género? Porque
sabemos que las historias de fantasmas y aparecidos, que alcanzan su punto
culminante sobre todo en Inglaterra en su versión más acabada, con Daniel Defoe
(algo antes), Henry James y M R. James, su cultor más célebre, también tienen
una variante parodiada. Esta otra tradición también es rica y es de talento. Un
ejemplo paradigmático lo constituye El
fantasma de Canterville (1887), de Oscar Wilde. Una notable pieza
literaria. No provocan necesariamente risa. Pero sí se caracterizan
precisamente por lo contrario de lo que se supone deberían hacer. Pueden ser,
como en el presente caso, risueñas.
Lo cierto es que en Plox verificamos en relación con esta noción de parodia que
propongo como hipótesis de lectura una “cara parodiante” (la novela de
fantasmas en su versión de humor) y una “cara parodiada” (la novela de
fantasmas en su versión canónica). Incorpora entonces, como dije, el humor, la
ironía, naturalmente como en estos casos el cierta línea del fantástico y la
ambigüedad. Precisamente, el teórico y crítico Tzvetan Todorov, en su ya clásico
estudio titulado Introducción a la literatura
fantástica (1970), plantea que la literatura fantástica se caracteriza en
tanto que género por una vacilación permanente entre la posibilidad de hacer
una lectura de los hechos que acontecen en el relato desde el orden de lo verosímil
o bien una vacilación hacia lo que resulta inexplicable o que resulta fabuloso
o extraño. En esta vacilación o indeterminación estriba la esencia de la
literatura fantástica. Traza una tipología de sus líneas dominantes y, en este
sentido, me parece que sienta las premisas a partir de las cuales elaborar una
interpretación certera de la literatura fantástica. En el caso de Plox más que tratarse de una historia
fantástica me atrevería a hablar de la intervención de elementos
sobrenaturales.
Otra interesante lectura de la literatura
fantástica es la de Rosemary Jackson, en su libro Fantasy. Literatura y subversión (1981) quien plantea la noción de
que la literatura fantástica introduce la noción de “imposibles semánticos”.
Este concepto resulta útil a la hora de una evaluación de Plox. En efecto, no todo lo que en esta breve novela tiene lugar es
semánticamente posible en tanto y en cuanto irrumpe en el orden lo real bajo la
forma de una representación literaria un ser que existe pero que no es humano. Tampoco
es cosa. Es un fantasma, definido intratextualmente en esos términos ya desde
el paratexto del subtítulo entre paréntesis. Y la palabra “fantasma” connota
una serie de asociaciones inevitables y denota una entidad también
asociativamente rica. De modo que es una decisión de autora ubicar a Plox en la tradición de los cuentos de
fantasmas. Ahora bien: ese paratexto ¿habla en serio? ¿habla en términos
humorísticos, esto es, según una clave en la que debe ser leída la novela que
la distingue del género en su vertiente convencional? ¿por qué aclarar entre
paréntesis algo que podría ser leído en muchas claves? La palabra “fantasma”
define una clave de lectura y asocia a un género.
Lo que define a mi juicio el género de Plox es en verdad que lo caracterizan el
humor, la confusión, lo desopilante, y los enredos en el marco, es cierto, de
las historias de fantasmas. No hay
escenas terroríficas en un sentido estricto sino que hay más curiosidad acerca
de lo que este misterioso ser (del cual poco sabemos, por lo que está definido por
lo general en términos de incertidumbre) produce estando en encerrado en una
caja de zapatillas marca, precisamente, Plox. De modo que Plox, el fantasma o
figura parecida similar a él (es un ser de género femenino), que adopta la forma
de una luz y de una suerte de niebla que, descripto según las palabras del
libro es “ese rayo de luz y la constelación de pelusas y polvo, y la forma que
era y que no era” (p. 61). De modo que Plox, es una especie de mascota o
juguete de su hermana Maqui, que no solo no le teme sino que la cuida y juega
con ella. Y que (este me parece un punto importante) es informe. Carecer de
forma es carecer de identidad. De modo que si algo denota Plox es la
indeterminación. Tal vez por eso es que Plox inquieta. Leo a Plox como todo aquello que una sociedad
no sabe cómo interpretar, o que interpreta como amenaza. Como aquello que
ignora de qué manera nombrar, como todo aquello que por ese mismo motivo la
aterroriza. Plox sugestiona a Peque. Ambos hermanos encarnan dos posiciones
frente a lo inexplicable: Maqui la acepta, la protege, juega con ella, la
ampara. Peque le teme, busca desembarazarse de ella, le rehúye, la espanta.
Despista quizás el corrimiento del género
de “historia de horror” o “historia de terror” a “historia de fantasmas”, en el
comienzo de la trama, en el cual hay un corte de luz por la noche. Peque, el
protagonista, un niño que está a punto a cumplir 11 años se ha quedado solo en
su casa porque sus padres se marchan a tomar un café a la esquina. Él permanece
en casa, “porque ya es grande”, está en condiciones de hacerlo y también se
queda velando por su hermana. Hay una
ventana cuya persiana no ha sido cerrada y eso provoca miedo en Peque porque
suele aprovechar estas salidas de sus padres para ver películas de terror. Incluso
algunas que ya ha visto en tres oportunidades. En este caso ve una en la que
una niña se ve expuesta al ataque de Freddy Kruger, que realiza una serie de
actos sanguinarios con ella. Todo ello sugestiona a Peque pero al mismo tiempo
le provoca fascinación, circunstancia que suele ser espontánea y habitual entre
los niños. Por lo general se muestran subyugados por un fenómeno, pero aterrados a la vez. Estos hechos preparan
la antesala de lo que vendrá ya desde las primeras líneas y, de algún modo,
sientan las bases del verosímil que tendrá esta historia, que no será uno de
naturaleza realista. Sino uno fantástico, como ya lo mencioné. Mezcla entonces
del horror (según estos términos comienza la historia) hasta deslizarse hacia
una verteiente en clave humorística pero sobrenatural, siempre adaptado a los tiempos contemporáneos,
a una familia de clase media, lo que singulariza a Plox es su ambigüedad. Esa indefinición es una de sus grandes
virtudes y sus grandes hallazgos. El pertenecer a todos estos géneros a la vez
y a ninguno en particular. O a un tratamiento de ellos de modo singular. Una
suerte de híbrido riquísimo que, pese a su subtítulo (recordemos: “Cómo
descubrir un fantasma en la casa”), también incorpora ingredientes de otros
géneros afines o próximos al de la literatura de fantasmas. Y si se trata “de
descubrir”, efectivamente Peque luego de una larga etapa de temores y huídas
finalmente encuentra a ese supuesto fantasma que lo paralizaba del cual queda
demostrado no era necesario escapar ni tampoco desembarazarse. Toda la novela
consiste en ese itinerario de Peque del miedo a la reunión definitiva y
pacífica con Plox. Pero para entonces habrá habido peripecias.
Considero que lo más rico de esta breve
novela en episodios es su ambigüedad. Todos los géneros canónicos del terror y
sus subgéneros están problematizados desde una imposibilidad de encasillarlo al
punto de que es precisamente el humor lo que a mi juicio también neutraliza
toda nota patética o dramática que podría manifestar esta trama. Si los cuentos
de fantasmas descontrolan las emociones,
Plox provocará, es cierto,
primero inquietud, pero luego un encuentro apacible. Eso no significa que los
personajes no puedan experimentar miedo. Pero es justamente Maqui, la hermana
menor, la que frente a esta fantasma que asume al comienzo la forma de niebla guardada
en su caja de zapatillas marca Plox (motivo por el cual bautiza de este modo al
fantasma de género femenino) expresa escaso temor. Es la que procura quitarle
ese miedo a su hermano, insistiendo en lo inofensivo de Plox, procurando una
reconciliación, lo que finalmente ocurrirá. Plox en verdad no hará nada digno
de ser temido. No es violenta. No ahuyenta. Lo que sí sucede es que Peque
imagina que podría resultar una amenaza. A ojos de Peque es temible. Lo que no
se ve pero se sabe que existe y no es humano, suele dar pie a los peores temores
o incluso al terror más desatado. Sin embargo, son los niños o las niñas, los
más desprejuiciados, los que menos miedos expresan en situaciones como estas en
las que no hay agresiones y hay mucha ambigüedad. La ambigüedad es connotativa.
Por eso un fantasma puede ser muchas cosas. En particular si es informe. Pero Plox
es pacífica y que sea un fantasma no la vuelve a priori una amenaza. En efecto, el corrimiento a historia de
fantasmas de su vertiente canónica a otra de humor por parte de la novela está
dado por el descubrimiento de que Plox no es un ser que amedrenta. Sino que es
una figura que se asemeja más a un animal doméstico que a un temible enemigo o
que pone en riesgo la integridad de sus habitantes. Esto puede que se explique
por la edad de Peque. Pero sin embargo Maqui, pese a ser también una niña (edad
por lo general en que se experimenta la desprotección) expresa una posición
completamente distinta de la de Peque. Es más: la antagónica. Es cómplice de
Plox. De modo que cuanto menor es la edad vemos que menores son los prejuicios,
menos lo reparos, al menos en este historia de Graciela Falbo. A Maqui parece
haberle provocado ante todo curiosidad. Y la ha adoptado.
Está más tejido un mito acerca de lo que
es un fantasma o se supone debería serlo. Acerca de lo que debería ser o hacer,
de lo que debería inspirar obligatoriamente. Habría un sistema de expectativas
al cual Plox debería ajustarse. Un lugar común. Un estereotipo al que Plox
debería responder y al que evidentemente no lo hace. Plox no es previsible y rompe con lo previsible del género. Peque
está muy condicionado en su subjetividad en virtud del cine de terror que suele
ver cuando sus padres no están. Y de la escena en que Plox ingresa en sus
vidas. Esas representaciones sociales que en verdad son representaciones
audiovisuales se vuelven tan nocivas a la hora de juzgar la realidad que terminan
por deformarla. Se ven fantasmas tenebrosos donde en verdad había una niebla
dorada amiga.
Peque es miedoso porque carga con lo que
le han contado, con lo que ha
visto en la TV y con sus propios miedos (que
todos tenemos). Por la mala experiencia del corte de luz en el que por
añadidura estaba sin sus padres en casa, salvo con su hermana. Ver films de
fantasmas o de terror en general (que su hermana no mira, justamente) y hacerlo
asiduamente, en especial a esa edad y
aunque lo hagamos con deseo o gusto, logra también que tengamos la percepción
del miedo frente a otras circunstanciase de la vida que se puedan presentar. Al
estilo de como sucedía con Don Quijote que leía sus novelas de caballería y
creía que el mundo era similar a ese universo de ficción que había consumido a
través de las narraciones, o Madame Bovary con las novelas rosas, cuya vida se
veía fuertemente identificada con ellas, algo no idéntico pero sí parecido
acontece con Peque. Mira películas de terror y todo es leído en esa clave
peligrosa. Al punto de confundir a una figura que no lo es con un fantasma
terrorífico. Es por ese motivo que la revisión que supone el cierre de la
novela resulta importante. Porque en ella Peque se da cuenta de que sus
aprensiones han sido infundadas. No se trataba de un fantasma temible. Sino de
un ser amistoso, bienhechor, cálido, del cual no hacía falta recelar, como lo había
hecho. Ni menos aún quitarse de encima, como había procurado sin éxito. En
definitiva: lo que conquista indudablemente la novela de Graciela Falbo es la
posibilidad de que los niños y las niñas no se dejen persuadir por
representaciones como films u otras manifestaciones mediáticas o artísticas a
la hora de juzgar un episodio connotándolo de modo axiológicamente negativo, no
solo en lo relativo al terror. Sino a todo estereotipo con el que se nos ha
condicionado. También, conjura los miedos propios de esa edad, mostrando la
otra cara de los fenómenos a los que los más pequeños se inducidos hasta
experimentar en ocasiones el pánico. Y más bien, en un proceso de conocimiento
que también es un proceso de autoconocimiento, aprender que lo que se
prejuzgaba de una determinada manera puede ser contemplado bajo otros ojos, sin
temores. Así (justamente) ahuyentando y espantando los miedos de la infancia, Graciela
Falbo invita a que sea transitada de modo más apacible y con resoluciones a los
conflictos satisfactorias. A metabolizar de modo exitoso sus costados más
dramáticos. A atenuar los posibles efectos de estímulos que exciten la
imaginación en un sentido nocivo sin fundamento. Y, por último, una mirada
sobre la infancia en la que con la idea de introducir un cambio de perspectiva
en los niños (pero no desde una pedagogía que se imparte como una lección), se
lo hace narrando una fábula interesante, llena de peripecias, aventura e
intriga. Ello también resulta entretenido. Sin que entretenimiento resulte
sinónimo de episodio pasatista.
El crítico inglés de la Universidad de
Birmigham, Raymond Williams, uno de los iniciadores de los estudios culturales,
planteaba que los géneros literarios pueden dividirse de tres maneras. Según el
público: literatura para adultos, jóvenes o para niños (Plox naturalmente encajaría en la última de todas ellas). Según la
forma: narrativo, lítico o dramático (Plox
encajaría en la narrativa). Y según la materia. Menciona varias. Pero para
el presente caso, considero que la clave del libro, al tiempo que su gran
acierto, es el modo en que desestabiliza los géneros tradicionales más
codificados. ¿Historia de fantasmas? Sí, es cierto. Pero desde el humor o la
parodia, no desde una mirada severa, seria y convencional. Esta perspectiva
desviada de Graciela Falbo, vuelve a Plox
una ficción inteligente, certera y también una pieza clave para que la mente
infantil se ponga en contacto de modo desprejuiciado con varios núcleos: no
creer todo lo ve o mira, no temer algo sin haber comprobado previamente que lo
merece, pensar que lo inexplicable no necesariamente debe no existir sino que
puede hacerlo desde el juego y la libertad subjetiva o bien la invención
imaginativa y que también es bueno saber escuchar a otros, incluso los más
pequeños, a la hora de evaluar una situación. Plox no era un fantasma del cual hubiera
que mantenerse apartado. Es, en tiempo presente, una figura que merece ser
conocida. Confundida con un fantasma malvado, ha provocado toda clase de
emociones perturbadoras y reacciones innecesarias. Este es el otro gran mito
que Graciela Falbo demuele (y con él cierro el presente artículo): no todos los
fantasmas asustan. Algunos hasta dan risa. O son tan inofensivos que logran
provocar ternura, como en este caso. Una lección tan magistral como
imprescindible a edades tempranas. Y no tanto.
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