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sábado, 19 de octubre de 2019

“Gabriela Casalins: regresar de los sueños con un puñado de arena"



”                                                                                                       por Adrián Ferrero





     Gabriela Casalins (La Plata, 1961) ha escrito una novela infantil, Lo que Teo no dice  (La Brujita de Papel, 2014) que, urdiendo elementos de la ficción maravillosa, articula otros de la referencialidad (en especial la vida escolar primaria) con una catástrofe medioambiental urbana que tuvo lugar en La Plata en 2013 y que dejara todo tipo de secuelas (muertos, desolación, destrucción masiva, derrumbes, heridos, pérdidas, traumas, daños irreparables…).

    En ella, Teo, un niño de 11 años, debe lidiar con varias cosas. En primer lugar habitar con un mundo de adultos. Lo que para empezar no es poco. En segundo lugar, ya en el terreno de sus pares (lo que resulta más doloroso para él), con Hernán y su pandilla, un grupo de compañeros de colegio que tanto a él como a Mariana los hostilizan como matones y los hacen objeto de burlas. Pero ¿a quién acudir? ¿cómo solucionar este conflicto que día a día lo afecta cada vez más hasta llegar a la angustia? ¿cómo abrir la posibilidad a pensar la escuela como un ámbito para compartir, habitar desde la libertad subjetiva y  el disfrute? Hay pocas respuestas porque hay muchos miedos y muchas ansiedades Y pocos recursos a edad tan temprana. Esta emoción mezcla de orfandad,  desprotección y sufrimiento, tan común en la infancia, se potencia en el despertar a la adolescencia: la edad de las grandes preguntas y los grandes conflictos.

     Los destratos de la pandilla epiraladamente aumentan hasta que, de modo milagroso, un descubrimiento del orden del asombro le confiere a Teo algunas claves para solucionar sus entuertos. Pero no todas. También deberá (y he aquí uno de los hallazgos, entre muchos otros, de Casalins) pensar por sí mismo otras soluciones a hipótesis de conflicto.
     En efecto, su tortuga, llamada manuelita (encontrada por la familia de Teo en un viaje por el desierto patagónico y adoptada como mascota) será la protagonista que permitirá la hazaña de que Teo, en primer lugar, logre hacerla hablar mediante un mecanismo insospechado y pronunciar su verdadero nombre: Antigua Pasolento. Antigua no es manuelita. Encubre, por detrás de esa edad avanzada y de ese nombre, el auténtico. Posee conocimientos  inmemoriales y, ante todo, el poder de una inmensa sabiduría que a su vez presta generosa a Teo con todo el afán de ser una llave no de escape sino de apertura de una puerta para que afronte sus asuntos más aflictivos. En segundo lugar, la tortuga, de modo revelador, le brindará la pista firme gracias a la cual Teo, mediante un proceso de autodescubrimiento, conozca lo que ella afirma todo ser humano posee: “su maravilla”.

     Esa “maravilla” se esclarece en el caso de Teo (que carga en su mochila sus útiles y su tortuga dondequiera que vaya, como un amuleto) en una reunión con  la  directora del  colegio en la que le confiesa la violencia que padecen por parte de sus compañeros tanto él como Marian. Y Teo, por fin, habla. Pero habla a medias. Porque Teo no es un soplón sino, en todo caso, alguien que anda tras soluciones pacíficas. No está en su voluntad ni en su deseo sancionar sino ser contemplativo. Pero debe informar, lo que es algo muy distinto.
     Teo descubre “su maravilla” en verdad mucho antes, cuando acompañado de Antigua Pasolento, en el recogimiento de su cuarto, llega a la conclusión de que el indicio de que Hernán tenga esos arrebatos de furia  y de que sea intratable es que es más grande (de tamaño y de edad) “porque es repetidor”. Por otra parte, porque envidia sus conocimientos acerca de música (se menciona al Flaco Spinetta), sus capacidades y las de Mariana (que no sólo no son repetidores sino que son buenos alumnos y compañeros generosos). Las frustraciones de Hernán razonablemente se entienden porque no ha descubierto aún “su maravilla” (de la que sí podría ser portador si se lo propusiera) y porque ha fracasado en los mandatos y obligaciones que toda sociedad asigna a los niños.

     Uno de los componentes que la novela breve de Gabriela pone en escena es este fenómeno antiquísimo en nuestra educación y que los estudiosos (que gustan de rebautizar con nombres técnicos a todo, muy en especial tomados prestados del inglés)  denominan “bullyng”. Pero estimo que la novela se derrama hacia otras zonas argumentales y temáticas mucho menos previsibles  y e infinitamente ricas. En primer lugar hacia la dimensión de lo propiamente literario en dirección de lo maravilloso (su gran acierto). A ello se suma su cruce con el orden de lo referencial y de lo local para quienes habitamos una ciudad en la que ha tenido lugar una tragedia sin precedentes. De modo que poniendo como contexto la vida escolar como espacio de conflicto, de consensos y de permisos. A la familia como espacio de negociación, a las diferencias generacionales como focos de tensión y también, y en especial, sobre todo la incomprensión que suelen padecer los niños en este desperezarse a una etapa de sus vidas que suele resultar problemática, Gabriela Casalins ha sido certera. Otro tanto puede decirse de la desesperación de la especie humana frente a la imposibilidad de controlar los elementos y su incapacidad para dominarlos. El desconsuelo cuando se desbordan y producen víctimas. Las secuelas en los sobrevivientes y el saldo que dejan a su paso al arrasar mediante su fuerza incontenible con todo. La escena de Teo flotando en medio de la tormenta con Antigua Pasolento a su lado, temoroso de perderla como amuleto pero también como figura éticamente connotada de modo positivo que en el orden de su vida afectiva ha resultado una figura salvífica.


     De modo que la novela de Gabriela sugestivamente entreteje (de un modo para nada pedagógico, más bien diría singularmente estético), como decía (y esto  me parece un acierto) elementos de la realidad constatable con otros de orden fabuloso, dentro de los cuales se establece este lazo entrañable entre una tortuga milenaria que habla, se expresa, es solidaria, sugiere, otorga significados y sentidos. Colabora para la lectura sagaz de comportamientos y es vehículo de un don pero también de ponerlo al tanto de que todos y cada uno lo tenemos. Le brinda esperanzas y valentía a un niño que está en una edad crucial para no perderlos y sí para afianzarlos. En tal sentido, esa colaboración propositiva para reafirmar la identidad es de destacar no sólo por parte de Antigua Pasolento sino de una familia (y de una cuerpo docente agregaría yo) cuyo tegumento permite a Teo vencer los miedos y las inseguridades hasta, por fin, lograr no sólo la concordia sino una relación amistosa con su antiguo rival. Cabe agregar que el colegio instrumenta medidas pacificadoras, civilizadas, de naturaleza alternativa (para nada autoritarias ni anticuadas) con afán superador de las hostilidades entre alumnos. Respecto precisamente del contexto escolar (que Gabriela Casalins conoce muy de cerca extensa trayectoria docente en distintos niveles de al enseñanza y en cargos directivos), es de destacar el dominio y el modo magistral de reproducir y recrear el habla propia de esa edad, lo que introduce un efecto de verosimilitud, complicidad y empatía con el lector que no sólo conoce a los personajes sino los reconoce o se reconocerá en ellos, en todo caso. Por otro lado, estos sociolectos propios de ciertas edades (y de ciertas clases sociales) permiten una aproximación a la infancia y a la adolescencia desde la comunicación, desde el entendimiento, en lo posible recíproco.

     El final de la novela, con la partida de Antigua Pasolento motivada por la misión de aleccionar a otras tortugas acerca de cómo conocer el modo de comunicarse con los humanos para que encuentren “su maravilla”, sume a Teo en la consternación, la tristeza y la melancolía. Pero, por otro lado, comprende que son otros ahora los necesitados de esa mediación. Gabriela repone una mirada optimista a la novela porque muestra a un Teo maduro, que invita hacia en el cierre del libro a su madre y a su tía Susana que siempre están riñendo a encontrar “su maravilla”. Antigua Pasolento ha depositado en él la semilla que ella traía y que ahora le toca a él propagar. La tortuga lo ha investido de un poder y de una responsabilidad.

     Novelad de la reparación en el orden de la ficción, esto es, de los conflictos que plantea su trama. Ficción de la reparación para la educación que exige atención de modo urgente por parte de la autoridad. De una revisión, actualización y asignación de presupuesto que no puede ser desatendida. Ficción de la reparación de una nación que aspira a la irrupción impetuosa de creadoras y creadores que hayan circulado o estén aún trabajando en el marco de instituciones que son siempre, lo sabemos, espacios y campos de tensiones. Ficción de la reparación de una sociedad que aspira a que la infancia y también la adultez revisen a fondo y con sentido de la seriedad su capacidad para encontrar salidas de modo exitoso a las tramas del dolor en las que estamos sumidos debido al olvido de la infancia que será la próxima juventud y adultez. Inconcebible resulta hipotecar ese futuro para la Argentina.




     La novela de Gabriela Casalins viene a mi juicio a revestir una intervención potente en varios sentidos y en varias personas. A una sociedad cuya trama ha sido mortalmente herida por la catástrofe (y amenazada en la novela por una segunda). Pero también a una edad afectada por la desprotección, el olvido y la subestimación. Ella lo hace a través de la ficción, es decir, de la posibilidad de pensarnos y repensarnos libremente, a través de todos los sentidos de los cuales la literatura, en tanto discurso social altamente connotativo, nos abre la puerta para leer la realidad desde perspectiva renovadoras y salidas posibles a los citados conflictos. 
     Comprometida con la realidad educativa, con la realidad social en sus costados más trágicos y con la infancia de modo valiente Gabriela Casalins sale al ruedo a decir, con una historia notable, cosas importantes. Con un homenaje a María Elena Walsh (una Gran Madre Textual, como afirmaría el crítico Nicolás Rosa), Gabriela Casalins confía en  la infancia y se confía a ella. Porque, advierte en la infancia lo valioso de lo que es portadora y advierte sobre el modo respetuoso en que merece y, es más, debe ser tratada y comprendida. Ante todo: escuchada. Confía y se confía a los sueños, tal como le sucede a Teo en dos oportunidades en la novela, de los cuales regresa, como quería Coleridge, con un residuo de ese más allá. Con un puñado de arena, con una tortuga después. O, quizás, con una flor. Ustedes eligen.

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