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jueves, 25 de junio de 2020

ENTREVISTA A LA ESCRITORA MARÍA CRISTINA ALONSO






Por Eduardo Burattini

¿Por qué se te ocurrió ser escritora?

Porque antes fui una lectora. Soy hija de Luisa Alcott. Mujercitas fue el primer libro entero que leí a los 9 años, quizá a los 10. Pero antes estuvieron todas esas colecciones de libros troquelados, adaptaciones de cuentos de Andersen y de los Grimm que me regalaba mi padre durante las enfermedades infantiles. Todavía mis dedos juegan con un farol de plástico que colgaba del paraguas de la cerillera de Andersen, una especie de libro juguete editado en España. Pero cuando llegó Alcott fue otra cosa. Quise desde el primer momento ser Jo, la chica que escribía en la buhardilla sin importarle las modas y las cuestiones sociales. No sólo  quería ser escritora, quería ser la escritora Jo y terminar teniendo una escuela para muchachos que se interesaran en la lectura.


—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?

No  lo sé, pero tampoco me imagino una vida sin libros que leer e historias que escribir. No creo en marcas de nacimiento porque de hecho, no hubo escritores en mi familia, pero hay huellas que los antepasados van dejando que indican caminos. En primer lugar una biblioteca completa de La Nación que mi hermana heredó de una tía abuela que firmaba como María Alonso. Mientras yo leía su firma en la primera hoja de cada novela que intentaba abordar, me imaginaba que ella me estaba indicando un itinerario de lecturas. También le debo el deseo de contar historias a los relatos de mi padre sobre  hechos de su juventud. Él había tenido un amigo escritor en sus tiempos de militancia en FORJA, José Trípoli del que había algunos libros en casa. Tener un amigo escritor, en mi imaginación infantil, era algo increíble, fascinante. Y, sobre todo, decidí escribir para combatir la monotonía de la vida de un pueblo. Oesterheld me enseñó con sus obras que la aventura era posible aún a la vuelta de la esquina.

—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad?

La realidad es una espada que siempre está clavada en la espalda. Se escribe con ella doliendo siempre. Pertenezco a una generación que sufrió la dictadura, que de joven tuvo que mirarle la cara a la muerte, que sufrió la violencia institucional,  la desaparición de personas, la censura. Pero también que creyó en un mundo más justo, más equitativo, más amable. Desde luego nunca me propongo escribir con ese fin, pero los dolores y los deseos se filtran en lo que uno escribe sin que nos demos cuenta.


—¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?


Soy docente desde los 23 años cuando egresé de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata. He intentado despertar el amor por la lectura durante los treinta y cuatro años en que enseñé en todos los niveles de la educación y aun ahora, ya retirada, sigo capacitando docentes y dando clases de Literatura en un profesorado. Aunque escribir es lo que me define y es lo que hago la mayor parte de los días siento pudor de decir que soy escritora de profesión porque no vivo de los libros que escribo y tampoco me resulta fácil publicar. Pero sigo escribiendo porque es lo que me ayuda mucho en estos tiempos de pandemia, cuando publico en las redes mi diario de cuarentena y cosecho lectores.

— ¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?

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Aventuras en borrador, sin duda. Una novela de aventuras que transcurre en un pueblo del oeste de la provincia de Buenos Aires. Es la historia de un viaje por caminos vecinales de una chica de los setenta con   Alberto, un tío fantasioso y tarambana, al que unos tipos le pisan los talones. Mientras huyen en un Falcon destartalado el tío va contando la historia de Burke y Wills, dos exploradores de Australia del siglo XIX. En el epígrafe que la editorial Colihue me pidió que escribiera dije esto:”Como el tío Alberto, escribo historias para que me pasen cosas…”


Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la relación dentro de la escuela? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los jóvenes?

Hablar de la escuela hoy es hablar de la escuela en casa, de las clases por whatsapp o por video conferencia. Ya no de la escuela con su edificio, sus rituales, sus tumultos. Hoy la escuela es la que pintó Isaac Asimov en un cuento, “Cómo se divertían”. Transcurre en un futuro lejano y los chicos aprenden en pantallas y en sus casas. Ya no hay maestros ni compañeros de clase. Pero los protagonistas encuentran un libro de verdad y uno de ellos recuerda que, el abuelo del abuelo contaba que, en una época remota los chicos iban a una escuela y tenían una maestra de carne y huesos. Y, claro, se divertían.
La literatura cuenta el porvenir, evidentemente. Pero creo que esta horrible pandemia que nos mantiene dentro de nuestras casas nos da la oportunidad de hacer circular la literatura, y creo que esa es una de las grandes misiones de la escuela: hacer que los docentes lean y hablen de sus lecturas con los alumnos, que los inciten a buscar las respuestas que nadie tiene en la poesía, en el teatro, en las novelas, en los cuentos. La literatura calma la angustia que crece cuando el mundo se vuelve pura incertidumbre.
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— ¿Sos muy sensible, como tus personajes?

Cuando uno escribe se esconde detrás de los personajes, es todos ellos, los malos y los buenos. El secreto está, me lo digo constantemente, en no ser autorreferencial. Sin embargo, detrás de cada uno de ellos se esconde la niña que fui, que se sentía como los personajes de los cuentos, atravesando un bosque con demasiada oscuridad.



— ¿Qué te hizo ser así?
Otra vez debo responder, la literatura. Cuando iba a la escuela me sentía un poco bicho raro. Yo era “la que leía”. No una traga porque nunca fui eso. Era la que podía ausentarse en los desiertos del África, navegar hasta Singapur, tomar el té en una pequeña casita en Boston o salir a caminar por los páramos de Haworth en Yorkshire, Gran Bretaña. De esas experiencias es difícil que no tengas la sensibilidad a flor de piel.


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—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en Argentina? ¿Y en Latinoamérica?

Aprendo todo el tiempo leyendo a magníficos escritores y escritoras argentinas y latinoamericanas. Mis artículos en El hormiguero lector dan cuenta de esa admiración.


—Si un niño o jóven quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?
Creo que, con en lo que te he contado está la respuesta. Tiene que leer, leer hasta el punto de no poder pensar una vida sin libros. Y después escribir cuando realmente tenga algo que decir, que contar. Pero eso, también,  viene con el tiempo.

—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable? ¿Por qué?

La buena literatura siempre es disruptiva, siempre está transgrediendo un orden, siempre llama a esa región oscura donde están todas las preguntas incontestables que nos hacemos por el sólo hecho de estar en este mundo. No creo en la literatura que se escribe para adoctrinar, para enseñar valores, para “educar en emociones” que es, veladamente, hacer niños y niñas adaptados al sistema. La literatura  debe volar la cabeza del que la lee, llenarlo de preguntas, incomodar. Por algo los escritores y los lectores son los primeros sospechosos en los estados totalitarios, por algo se han quemado tantas bibliotecas.




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