Por Eduardo Burattini
— ¿Por qué se te ocurrió ser
escritora?
Porque antes fui una lectora. Soy
hija de Luisa Alcott. Mujercitas fue el primer libro entero que leí a los 9
años, quizá a los 10. Pero antes estuvieron todas esas colecciones de libros
troquelados, adaptaciones de cuentos de Andersen y de los Grimm que me regalaba
mi padre durante las enfermedades infantiles. Todavía mis dedos juegan con un
farol de plástico que colgaba del paraguas de la cerillera de Andersen, una
especie de libro juguete editado en España. Pero cuando llegó Alcott fue otra
cosa. Quise desde el primer momento ser Jo, la chica que escribía en la
buhardilla sin importarle las modas y las cuestiones sociales. No sólo quería ser escritora, quería ser la escritora
Jo y terminar teniendo una escuela para muchachos que se interesaran en la
lectura.
—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?
No lo sé,
pero tampoco me imagino una vida sin libros que leer e historias que escribir.
No creo en marcas de nacimiento porque de hecho, no hubo escritores en mi
familia, pero hay huellas que los antepasados van dejando que indican caminos.
En primer lugar una biblioteca completa de La Nación que mi hermana heredó de
una tía abuela que firmaba como María Alonso. Mientras yo leía su firma en la
primera hoja de cada novela que intentaba abordar, me imaginaba que ella me
estaba indicando un itinerario de lecturas. También le debo el deseo de contar
historias a los relatos de mi padre sobre hechos de su juventud. Él había tenido un
amigo escritor en sus tiempos de militancia en FORJA, José Trípoli del que
había algunos libros en casa. Tener un amigo escritor, en mi imaginación
infantil, era algo increíble, fascinante. Y, sobre todo, decidí escribir para
combatir la monotonía de la vida de un pueblo. Oesterheld me enseñó con sus obras
que la aventura era posible aún a la vuelta de la esquina.
—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu
imaginación o mirás la realidad?
La realidad es una espada
que siempre está clavada en la espalda. Se escribe con ella doliendo siempre.
Pertenezco a una generación que sufrió la dictadura, que de joven tuvo que
mirarle la cara a la muerte, que sufrió la violencia institucional, la desaparición de personas, la censura. Pero
también que creyó en un mundo más justo, más equitativo, más amable. Desde
luego nunca me propongo escribir con ese fin, pero los dolores y los deseos se
filtran en lo que uno escribe sin que nos demos cuenta.
—¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?
Soy docente desde los 23
años cuando egresé de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata.
He intentado despertar el amor por la lectura durante los treinta y cuatro años
en que enseñé en todos los niveles de la educación y aun ahora, ya retirada,
sigo capacitando docentes y dando clases de Literatura en un profesorado.
Aunque escribir es lo que me define y es lo que hago la mayor parte de los días
siento pudor de decir que soy escritora de profesión porque no vivo de los
libros que escribo y tampoco me resulta fácil publicar. Pero sigo escribiendo
porque es lo que me ayuda mucho en estos tiempos de pandemia, cuando publico en
las redes mi diario de cuarentena y cosecho lectores.
— ¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?
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Aventuras en borrador, sin duda. Una novela de
aventuras que transcurre en un pueblo del oeste de la provincia de Buenos
Aires. Es la historia de un viaje por caminos vecinales de una chica de los
setenta con Alberto, un tío fantasioso
y tarambana, al que unos tipos le pisan los talones. Mientras huyen en un
Falcon destartalado el tío va contando la historia de Burke y Wills, dos
exploradores de Australia del siglo XIX. En el epígrafe que la editorial
Colihue me pidió que escribiera dije esto:”Como el tío Alberto, escribo
historias para que me pasen cosas…”
Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es
la relación dentro de la escuela? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy
para los jóvenes?
Hablar de la escuela hoy es hablar de la escuela en
casa, de las clases por whatsapp o por video conferencia. Ya no de la escuela
con su edificio, sus rituales, sus tumultos. Hoy la escuela es la que pintó
Isaac Asimov en un cuento, “Cómo se divertían”. Transcurre en un futuro lejano
y los chicos aprenden en pantallas y en sus casas. Ya no hay maestros ni
compañeros de clase. Pero los protagonistas encuentran un libro de verdad y uno
de ellos recuerda que, el abuelo del abuelo contaba que, en una época remota
los chicos iban a una escuela y tenían una maestra de carne y huesos. Y, claro,
se divertían.
La literatura cuenta el porvenir, evidentemente.
Pero creo que esta horrible pandemia que nos mantiene dentro de nuestras casas
nos da la oportunidad de hacer circular la literatura, y creo que esa es una de
las grandes misiones de la escuela: hacer que los docentes lean y hablen de sus
lecturas con los alumnos, que los inciten a buscar las respuestas que nadie
tiene en la poesía, en el teatro, en las novelas, en los cuentos. La literatura
calma la angustia que crece cuando el mundo se vuelve pura incertidumbre.
.
— ¿Sos muy sensible, como tus personajes?
Cuando uno escribe se
esconde detrás de los personajes, es todos ellos, los malos y los buenos. El
secreto está, me lo digo constantemente, en no ser autorreferencial. Sin
embargo, detrás de cada uno de ellos se esconde la niña que fui, que se sentía
como los personajes de los cuentos, atravesando un bosque con demasiada
oscuridad.
— ¿Qué te hizo ser así?
Otra vez debo responder,
la literatura. Cuando iba a la escuela me sentía un poco bicho raro. Yo era “la
que leía”. No una traga porque nunca fui eso. Era la que podía ausentarse en
los desiertos del África, navegar hasta Singapur, tomar el té en una pequeña casita
en Boston o salir a caminar por los páramos de Haworth en Yorkshire,
Gran Bretaña. De esas experiencias es difícil que no tengas la sensibilidad a
flor de piel.
—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en
Argentina? ¿Y en Latinoamérica?
Aprendo todo el tiempo leyendo a magníficos
escritores y escritoras argentinas y latinoamericanas. Mis artículos en El
hormiguero lector dan cuenta de esa admiración.
—Si un niño o jóven quiere ser escritor, ¿qué tiene
que hacer?
Creo que, con en lo que te he contado está la
respuesta. Tiene que leer, leer hasta el punto de no poder pensar una vida sin
libros. Y después escribir cuando realmente tenga algo que decir, que contar.
Pero eso, también, viene con el tiempo.
—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora,
conmovedora, molesta o indomable? ¿Por qué?
La buena literatura siempre es disruptiva, siempre
está transgrediendo un orden, siempre llama a esa región oscura donde están
todas las preguntas incontestables que nos hacemos por el sólo hecho de estar
en este mundo. No creo en la literatura que se escribe para adoctrinar, para
enseñar valores, para “educar en emociones” que es, veladamente, hacer niños y
niñas adaptados al sistema. La literatura
debe volar la cabeza del que la lee, llenarlo de preguntas, incomodar.
Por algo los escritores y los lectores son los primeros sospechosos en los
estados totalitarios, por algo se han quemado tantas bibliotecas.
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