por ELENA STAPICH
Un
lector autónomo es aquel que no lee por obligación ni por prescripción
académica sino que hace de la lectura un proyecto de formación permanente,
ligado a su proyecto de vida.
Yolanda
Reyes
Uno de los malentendidos
más comunes alrededor de la lectura consiste en pensar que leer es algo que se
hace en la escuela y que sirve para pasar de grado. Tal vez la escuela tenga
algo que ver con esta idea. Pero aquí vamos a hablar de la lectura como un modo
de construirse como persona, como un ser autónomo, capaz de pensarse
críticamente a sí mismo y a la realidad que le ha tocado vivir. Entonces, para
decirlo de una vez, hay que aclarar que un lector no nace de un repollo. Un
lector se construye durante toda la vida y necesita, además de libros, del
encuentro con otros, con personas que lo ayuden a transitar por los caminos del
lenguaje, especialmente en sus primeros años.
Un
lector comienza a formarse al escuchar la voz de la madre, esa voz que le canta
una canción de cuna, Duérmase mi niño,
duérmase mi sol; que le repite esos versos que nadie sabe quién inventó: Qué linda manito que tengo yo, chiquita y
bonita, que Dios me dio; que lo consuela de los primeros accidentes con un Sana, sana, colita de rana; que lo
sienta en las rodillas y lo mueve al ritmo de Arre, borriquito, vamos a Belén. Se trata, ni más ni menos, que de
un curso introductorio a la poesía, esas palabras que son las mismas con las
que hablamos todos los días y, a la vez, no lo son, porque tienen otro ritmo,
otra sonoridad, otros poderes. La misma voz que lo introduce en las primeras
historias: Había una vez, tres chanchitos
que querían hacerse una casa muy fuerte, muy fuerte, tan fuerte que el lobo no
pudiera derribarla...
Un lector comienza a formarse
mirando con el adulto los libros de imágenes: ¡Uy! ¿Qué es esto? Una vaca con el ternerito... ¡Muy Bien! Él no lo
sabe, pero alguien le está abriendo las puertas para que entre dentro de un
nuevo orden: el de lo simbólico. Porque las imágenes de los libros pueden ser
más o menos parecidas a la realidad, pero no son la realidad sino una
representación de ella. Y las historias de los cuentos pueden ser más
fantásticas o más realistas, pero no son la realidad, son una ficción. Y el
lector va aprendiendo a diferenciar una cosa de la otra. Y se identifica con
algunos personajes, pero con otros no. Y puede dar forma a sus angustias y
temores imposibles de representar. Se va adentrando en los misterios de la vida
a través de relatos que nombran al amor,
al odio, al bien, al mal, a la soledad, a la muerte, a la amistad, pero los
nombran en clave, una clave que no hace falta explicar porque tiene su
explicación en lo más profundo del lector.
Los
primeros porqués, la necesidad de saber cómo funcionan las máquinas y porqué
pasan las cosas que pasan en la naturaleza pueden encontrar una respuesta en
los libros informativos. El lector tiene sus hipótesis, esos libros las
confirman, las desmienten, las ajustan. Ni más ni menos que lo que le pasa a un
investigador.
Pero,
además, el lector va aprendiendo a conocer el lenguaje, que no es el mismo
cuando se habla que cuando se lee o escribe, que las letras colocadas una junto
a la otra forman palabras y que de las cadenas de palabras brotan los
significados, que no todo se lee igual: hay silencios, cadencias, entonaciones
distintas, ritmos. Que el adulto toma el libro de una determinada manera y no
es lo mismo de adelante para atrás que de atrás para adelante, de arriba para
abajo que lo contrario, que leemos cada línea empezando por la izquierda y yendo
hacia la derecha, que hay letras y hay números, que los libros tienen tapa,
contratapa, lomo, portada, título, autor, editorial, índice, solapas y tantas
cosas más...
Más
adelante el lector comienza a ir a la escuela. A veces la escuela no considera que
ya es, a su manera, un lector; pero él sabe muchas cosas que lo van a ayudar en
el aprendizaje sistemático de la lectura y la escritura. Este es un momento
crítico para nuestro héroe, la prueba de fuego. Si el aprendizaje se hace largo
y penoso, complicado y frustrante, es posible que aquí termine su recorrido
como lector. En adelante será, con suerte, un niño alfabetizado. Si esta etapa
se convierte en una aventura estimulante, eso lo ayudará a significar
positivamente a la lectura.
También
es un momento de prueba para los padres. Es como uno de esos caminos que se
bifurcan. Si ellos caen en la tentación de pensar: Bueno, hasta aquí llegamos, ahora ya puede leer solo, se están
equivocando de camino. Si comprenden que la posibilidad concreta de leer que
tiene el chico –primero, segundo, tercer año de la escuela- no le sirve para
satisfacer su necesidad de relatos, de viajes, de misterios, de humor, de
aventuras, de poesía, le seguirán leyendo los textos más extensos, aquellos que
nuestro lector todavía no puede emprender por sí mismo. Además, un adulto que
lee para un niño le está enseñando que es posible suspender por un rato las
urgencias de la vida cotidiana para entrar en el ritual mágico de un tiempo sin
tiempo, le está enseñando la generosidad de quien lee contra el cansancio,
contra el apuro, contra todo, a favor del niño, a favor de la imaginación, a
favor de un vínculo que se desea prolongar por puro afecto.
Y
el lector, entonces, sigue aprendiendo: aprende a anticiparse a lo que va a
pasar en la historia, incorpora nuevas palabras, ensaya interpretaciones, ríe
con los disparates, juega con las rimas. Va descubriendo que hay textos y
autores que le gustan y otros que no tanto...
Y
así, si en la casa, en la escuela, en la biblioteca, se forman y se sostienen
estos espacios de intimidad para la lectura por la lectura misma, sin
interrogatorios que intentan medir cuánto se recuerda, qué se entendió, irá
buscando por sí mismo otros libros, aquellos que se plieguen mejor a sus gustos
y sus necesidades: incorporará las novelas, las historietas, las biografías de
sus personajes preferidos, los “cómo
hacer tal cosa...”: disfraces, barriletes, juguetes; los libros de juegos y
crucigramas, las revistas deportivas, y un largo etcétera. Ese apetito se podrá
saciar con el menú que le ofrece la biblioteca, con una visita mensual a la
librería para poder ojear, hojear, elegir, comprar, con algún regalo-sorpresa
de alguien que quiere al lector como para preocuparse por saber qué hay de
nuevo en la literatura infantil, qué hay de bueno, qué recomiendan, qué es lo
viejo que todavía sigue vigente.
Y
como leer no es sólo leer libros –y revistas- sino leer los textos de la
cultura en general, el lector va aprendiendo junto al adulto a “leer” la
televisión, el cine, la música, Internet, los videojuegos, el teatro, la
pintura. Su pensamiento y su sensibilidad se expanden y descubre que hay libros
mejores que otros, música más elaborada que otra, películas más interesantes
que otras. En su interior se va formando un texto que entra en relación con los
textos de la cultura y lo vuelve más perspicaz como lector, se descubre a sí
mismo capaz de relacionar a un personaje de un dibujito animado con uno de un
mito griego. Poco a poco, se le anima a cualquier desafío, por raro o difícil
que pueda parecer a simple vista, o a simple leída.
Y
llegamos al momento en que nuestro lector se vuelve adolescente. Le gusta leer
en privado y se molesta cuando le controlan lo que lee o lo interrumpen para
que haga otra cosa. En medio de una cultura donde domina el ruido, la
publicidad, la tecnología, probablemente no gustará de ser rotulado como
“lector”. Necesita igualarse con sus pares. Pero, en la intimidad, buscará
lecturas, quizás sólo compartidas con algún par, que le ayuden a entender de
nuevo todo. Porque las preguntas son otras. Buscará algunas respuestas en los
libros de psicología, de autoayuda, de esoterismo, sobre viajes iniciáticos y
drogas, sobre sexualidad. Pero también le interesarán las novelas y la poesía
amorosa. Descubre que, en medio del caos, es bueno refugiarse en la intimidad y
que, a veces, las noticias que más se necesitan son las de uno mismo, las que
ayudan a encontrar sentido a las experiencias, las que se cuentan como
secretos, dispersas en los textos de la
literatura. Esos textos que pueden ser o no ser los que se leen en la escuela y
que generalmente no lo son. Las preguntas que la escuela hace sobre los textos
no suelen ayudar a descifrarnos a nosotros mismos y a los demás.
En
este camino de lecturas, el lector va aprendiendo que, a través de la
literatura, es posible vivir otras vidas, habitar otros mundos y otras épocas, inventar
la propia vida, construir una casa para nosotros donde se encuentren los sueños y la realidad, y que sirva, a
veces, como un lugar para refugiarse cuando afuera arrecian las tormentas.
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