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sábado, 6 de junio de 2020

Leer para la vida





                                                                                por ELENA STAPICH



            Un lector autónomo es aquel que no lee por obligación ni por prescripción académica sino que hace de la lectura un proyecto de formación permanente, ligado a su proyecto de vida.
Yolanda Reyes



                Uno de los malentendidos más comunes alrededor de la lectura consiste en pensar que leer es algo que se hace en la escuela y que sirve para pasar de grado. Tal vez la escuela tenga algo que ver con esta idea. Pero aquí vamos a hablar de la lectura como un modo de construirse como persona, como un ser autónomo, capaz de pensarse críticamente a sí mismo y a la realidad que le ha tocado vivir. Entonces, para decirlo de una vez, hay que aclarar que un lector no nace de un repollo. Un lector se construye durante toda la vida y necesita, además de libros, del encuentro con otros, con personas que lo ayuden a transitar por los caminos del lenguaje, especialmente en sus primeros años.

            Un lector comienza a formarse al escuchar la voz de la madre, esa voz que le canta una canción de cuna, Duérmase mi niño, duérmase mi sol; que le repite esos versos que nadie sabe quién inventó: Qué linda manito que tengo yo, chiquita y bonita, que Dios me dio; que lo consuela de los primeros accidentes con un Sana, sana, colita de rana; que lo sienta en las rodillas y lo mueve al ritmo de Arre, borriquito, vamos a Belén. Se trata, ni más ni menos, que de un curso introductorio a la poesía, esas palabras que son las mismas con las que hablamos todos los días y, a la vez, no lo son, porque tienen otro ritmo, otra sonoridad, otros poderes. La misma voz que lo introduce en las primeras historias: Había una vez, tres chanchitos que querían hacerse una casa muy fuerte, muy fuerte, tan fuerte que el lobo no pudiera derribarla...



            Un lector comienza a formarse mirando con el adulto los libros de imágenes: ¡Uy! ¿Qué es esto? Una vaca con el ternerito... ¡Muy Bien! Él no lo sabe, pero alguien le está abriendo las puertas para que entre dentro de un nuevo orden: el de lo simbólico. Porque las imágenes de los libros pueden ser más o menos parecidas a la realidad, pero no son la realidad sino una representación de ella. Y las historias de los cuentos pueden ser más fantásticas o más realistas, pero no son la realidad, son una ficción. Y el lector va aprendiendo a diferenciar una cosa de la otra. Y se identifica con algunos personajes, pero con otros no. Y puede dar forma a sus angustias y temores imposibles de representar. Se va adentrando en los misterios de la vida a través de relatos que  nombran al amor, al odio, al bien, al mal, a la soledad, a la muerte, a la amistad, pero los nombran en clave, una clave que no hace falta explicar porque tiene su explicación en lo más profundo del lector.

            Los primeros porqués, la necesidad de saber cómo funcionan las máquinas y porqué pasan las cosas que pasan en la naturaleza pueden encontrar una respuesta en los libros informativos. El lector tiene sus hipótesis, esos libros las confirman, las desmienten, las ajustan. Ni más ni menos que lo que le pasa a un investigador.

            Pero, además, el lector va aprendiendo a conocer el lenguaje, que no es el mismo cuando se habla que cuando se lee o escribe, que las letras colocadas una junto a la otra forman palabras y que de las cadenas de palabras brotan los significados, que no todo se lee igual: hay silencios, cadencias, entonaciones distintas, ritmos. Que el adulto toma el libro de una determinada manera y no es lo mismo de adelante para atrás que de atrás para adelante, de arriba para abajo que lo contrario, que leemos cada línea empezando por la izquierda y yendo hacia la derecha, que hay letras y hay números, que los libros tienen tapa, contratapa, lomo, portada, título, autor, editorial, índice, solapas y tantas cosas más...

            Más adelante el lector comienza a ir a la escuela. A veces la escuela no considera que ya es, a su manera, un lector; pero él sabe muchas cosas que lo van a ayudar en el aprendizaje sistemático de la lectura y la escritura. Este es un momento crítico para nuestro héroe, la prueba de fuego. Si el aprendizaje se hace largo y penoso, complicado y frustrante, es posible que aquí termine su recorrido como lector. En adelante será, con suerte, un niño alfabetizado. Si esta etapa se convierte en una aventura estimulante, eso lo ayudará a significar positivamente a la lectura.

            También es un momento de prueba para los padres. Es como uno de esos caminos que se bifurcan. Si ellos caen en la tentación de pensar: Bueno, hasta aquí llegamos, ahora ya puede leer solo, se están equivocando de camino. Si comprenden que la posibilidad concreta de leer que tiene el chico –primero, segundo, tercer año de la escuela- no le sirve para satisfacer su necesidad de relatos, de viajes, de misterios, de humor, de aventuras, de poesía, le seguirán leyendo los textos más extensos, aquellos que nuestro lector todavía no puede emprender por sí mismo. Además, un adulto que lee para un niño le está enseñando que es posible suspender por un rato las urgencias de la vida cotidiana para entrar en el ritual mágico de un tiempo sin tiempo, le está enseñando la generosidad de quien lee contra el cansancio, contra el apuro, contra todo, a favor del niño, a favor de la imaginación, a favor de un vínculo que se desea prolongar por puro afecto.

            Y el lector, entonces, sigue aprendiendo: aprende a anticiparse a lo que va a pasar en la historia, incorpora nuevas palabras, ensaya interpretaciones, ríe con los disparates, juega con las rimas. Va descubriendo que hay textos y autores que le gustan y otros que no tanto...


            Y así, si en la casa, en la escuela, en la biblioteca, se forman y se sostienen estos espacios de intimidad para la lectura por la lectura misma, sin interrogatorios que intentan medir cuánto se recuerda, qué se entendió, irá buscando por sí mismo otros libros, aquellos que se plieguen mejor a sus gustos y sus necesidades: incorporará las novelas, las historietas, las biografías de sus personajes preferidos, los “cómo hacer tal cosa...”: disfraces, barriletes, juguetes; los libros de juegos y crucigramas, las revistas deportivas, y un largo etcétera. Ese apetito se podrá saciar con el menú que le ofrece la biblioteca, con una visita mensual a la librería para poder ojear, hojear, elegir, comprar, con algún regalo-sorpresa de alguien que quiere al lector como para preocuparse por saber qué hay de nuevo en la literatura infantil, qué hay de bueno, qué recomiendan, qué es lo viejo que todavía sigue vigente.

            Y como leer no es sólo leer libros –y revistas- sino leer los textos de la cultura en general, el lector va aprendiendo junto al adulto a “leer” la televisión, el cine, la música, Internet, los videojuegos, el teatro, la pintura. Su pensamiento y su sensibilidad se expanden y descubre que hay libros mejores que otros, música más elaborada que otra, películas más interesantes que otras. En su interior se va formando un texto que entra en relación con los textos de la cultura y lo vuelve más perspicaz como lector, se descubre a sí mismo capaz de relacionar a un personaje de un dibujito animado con uno de un mito griego. Poco a poco, se le anima a cualquier desafío, por raro o difícil que pueda parecer a simple vista, o a simple leída.

            Y llegamos al momento en que nuestro lector se vuelve adolescente. Le gusta leer en privado y se molesta cuando le controlan lo que lee o lo interrumpen para que haga otra cosa. En medio de una cultura donde domina el ruido, la publicidad, la tecnología, probablemente no gustará de ser rotulado como “lector”. Necesita igualarse con sus pares. Pero, en la intimidad, buscará lecturas, quizás sólo compartidas con algún par, que le ayuden a entender de nuevo todo. Porque las preguntas son otras. Buscará algunas respuestas en los libros de psicología, de autoayuda, de esoterismo, sobre viajes iniciáticos y drogas, sobre sexualidad. Pero también le interesarán las novelas y la poesía amorosa. Descubre que, en medio del caos, es bueno refugiarse en la intimidad y que, a veces, las noticias que más se necesitan son las de uno mismo, las que ayudan a encontrar sentido a las experiencias, las que se cuentan como secretos,  dispersas en los textos de la literatura. Esos textos que pueden ser o no ser los que se leen en la escuela y que generalmente no lo son. Las preguntas que la escuela hace sobre los textos no suelen ayudar a descifrarnos a nosotros mismos y a los demás.


            En este camino de lecturas, el lector va aprendiendo que, a través de la literatura, es posible vivir otras vidas, habitar otros mundos y otras épocas, inventar la propia vida, construir una casa para nosotros donde se encuentren  los sueños y la realidad, y que sirva, a veces, como un lugar para refugiarse cuando afuera arrecian las tormentas.
           

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