por Graziella Pogolotti
Desde
tiempos inmemoriales, una vez concluida la faena, los trabajadores se reunían a
contar historias. Así se elaboraron leyendas de brujas y de hadas, transmitidas
a través de generaciones. Los clásicos de mi infancia no se escribieron para
niños. Procedían de esa fuente popular. En el siglo XVII, Charles Perrault fue
uno de los participantes en la polémica entre los antiguos y los modernos. Los
primeros, con la mirada vuelta hacia atrás, reivindicaban la existencia de
modelos literarios definitivamente cristalizados en una lejana edad de oro. Los
modernos, en cambio, sostenían, con la atención centrada en el presente y en el
porvenir, la necesidad de una renovación permanente. El imaginario rescatado
del ayer se convertía en metáfora para el ejercicio de la crítica ante los
problemas de la contemporaneidad. El simpático gato con botas mostraba
el triunfo del arribismo. En sucesión de episodios, la astucia protagonizaba la
carrera hacia el éxito. Para decirlo en términos actuales, era un modo
eficaz de hacer lobby.
Sostenida
por el canto, la poesía épica desarrolló el arte de narrar. Atribuida a Homero,
la Odisea tiene mucho de novela. Terminada la guerra de Troya, Odiseo
emprende el regreso a su natal Ítaca. Hasta lograr su propósito, el héroe tiene
que vencer los más disímiles obstáculos, desde la seducción de las sirenas
hasta la violencia de Polifemo. En sentido inverso, derrotado al cabo,
Don Quijote deberá asumir su terrenal condición de Alonso Quijano y renunciar a
la quimérica caballería andante.
Cuando
Eduardo Heras León presentó en una reunión de la Uneac su proyecto de fundación
del Centro Onelio para la enseñanza de técnicas narrativas, Fidel se interesó
por saber si ese aprendizaje resultaría útil para los periodistas. Tenía
razón. Los grandes de la narrativa han sido también excelentes en el
Periodismo. Gabriel García Márquez dejó reportajes memorables. Como
sucedió con Odiseo, su náufrago atraviesa situaciones de extremo peligro. Su
habilidad y su voluntad de sobrevivir, sus conocimientos relacionados con la
capacidad humana de vencer obstáculos, lo conducen a puerto seguro. Mediante la
crónica, otro género periodístico, Carpentier reveló la tragedia del pueblo
español víctima de la violencia fascista y el canto a la vida como ancla de
salvación, aún en las peores circunstancias.
Desde
la Grecia antigua, el filósofo Aristóteles advirtió que las historias contadas
tienen que ser verosímiles. Imperfecto por su naturaleza humana, el
protagonista de un relato comete errores, vacila en el momento de la toma de
decisiones y navega en un mar proceloso donde habrá de sortear obstáculos de
toda índole. La dimensión heroica de la poesía épica se
afianzaba en la revelación de las dificultades que habrán de ser superadas por
los personajes. En la Ilíada, la prepotencia de Agamenón y la soberbia de
Aquiles demoraron el salto victorioso de los helenos al reducto de Troya. Sobre
ese trasfondo conflictual se estructuran el reportaje, la crónica y también la
entrevista cuando adquiere visos de autenticidad.
El
arte del buen narrador consiste en tomar de la mano a su interlocutor, el
lector potencial, para atravesar juntos la selva oscura de una realidad de ayer
y de hoy y emprender la aventura del descubrimiento de un universo complejo. Los
recursos de la narrativa sirven al Periodismo, a la elaboración de convincentes
guiones cinematográficos y al autor de telenovelas para animar la noche de
nuestros hogares. Su utilización adecuada es indispensable para la enseñanza de
la historia, tan necesaria para preservar la memoria y construir el imaginario
colectivo. El gran relato que nos acompaña no puede reducirse a la
confrontación entre los irremediablemente buenos y los absolutamente malos.
Confieso que las novelas de Alejandro Dumas despertaron mi interés por el gran
relato del devenir. El incesante cabalgar de Athos, Porthos, Aramís y
D’Artagnan deshizo la imagen acartonada de los personajes según los manuales.
Descubrí los secretos de la manipulación del poder por parte del cardenal
Richelieu, los amoríos de Ana de Austria y el duque de Buckingham tras el telón
de las tradicionales rivalidades entre Francia e Inglaterra.
Bien
vista, la historia de Cuba es apasionante. El largo batallar por construir la
nación se entreteje con las apetencias de los imperios que en el mundo fueron
por adueñarse de un pequeño Archipiélago estratégicamente situado a la entrada
del Golfo de México. Economía, sociedad, política y cultura se entrelazan para
configurar lo que somos. Aunque muchas veces discrepantes, los próceres
entregaron vidas y haciendas para lograr el propósito. Algunos, como dijo Martí
a Máximo Gómez, tuvieron que padecer la ingratitud de los hombres. Tampoco se
redujo a un tránsito silencioso la República neocolonial.
Nunca
resignados, los cubanos intentamos más de una vez levantar la cabeza. Lo
hicimos con la Revolución, pero los adversarios no nos han deparado minuto de
descanso. A modo de complemento del panorama histórico, el arte de contar
permite rescatar biografías convincentes, un género de escaso cultivo entre
nosotros porque requiere la paciencia del investigador y el talento literario.
Durante
mil y una noches, Sherezada contó historias al sultán. Su pericia de
narradora le salvó la vida. En estos días de pandemia, estamos llamando al
rescate del hábito de lectura. Para acrecentar el acceso a un disfrute
enriquecedor de la existencia humana, no basta con insistir en su importancia.
Se precisa fomentar la costumbre desde la infancia y abrir espacios de
comunicación pública para cautivar a muchos con el mágico «érase una vez».
Ilustraciones 1 y 2 @Virginia Piñón
Ilustración 3 tomada de internetTexto extraído del Periódico Granma, La Habana, Cuba, junio 2020
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