por Adrián Ferrero
Escribir literatura infantil
y juvenil no es una opción menor. En todo caso consiste en escribir libros para
una población lectora más reducida (lo sabemos), de un cierto estado de
maduración y para ciertas editoriales o colecciones, que no son tantas. Por
otro lado, se trata de escribir para un
campo de la producción literaria en términos generales, para decirlo de modo
elegante, no considerada merecedor de ser apreciado como corpus crítico por
parte de la institución académica en términos amplios. Una literatura que suele
estar reunida en torno de ciertos foros, escasos por cierto. Por último,
lectores y lectoras adultos suelen ignorarla. Es cierto que para la docencia en
los primeros niveles escolares, sobre todo, sigue resultando una aliada
imprescindible.
Sin embargo, en lo que a mí
atañe como escritor, si bien pienso en otra clase de receptor cuando escribo
literatura infantil y juvenil, mantengo igual o mayor nivel de exigencia que
cuando lo hago para adultos. O que cuando escribo crítica para adultos. No me
parece en lo absoluto que reducir el nivel de edades de los lectores y lectoras
sea sinónimo de que la calidad de esos textos se vea afectada o acaso que no
plantee intensos desafíos desde la producción. Muy por el contrario,
condicionados por multitud de factores, el escritor o la escritora infantil y
juvenil a la hora de la escritura de un texto si aspiran a que sea de
excelencia echarán una ojeada mentalmente o de hecho a qué se ha escrito hasta la
fecha, al menos en sus líneas más relevantes y potentes, y buscarán caminos
alternativos para no repetir ni ratificar modelos que han sido previamente
trabajados o, en todo caso, excesivamente transitados. También hay otros
factores importantes: por ejemplo desmarcarse de los libros comerciales de modo
terminante. Escapar a una literatura de fórmulas. No aceptar formar parte de
ese corpus porque se aspira a hacer algo distinto, tras los pasos de la calidad
y el sentido de originalidad.
Por otra parte, ha habido en
la literatura infantil argentina a mi juicio un abuso de ciertos recursos que
han sido consagrados por figuras tutelares, como María Elena Walsh, Javier
Villafañe o bien, en el teatro, un referente como Hugo Midón. De modo que la
otra gran tarea no diría precisamente que consiste en el así llamado
habitualmente “parricidio” (lo que sería un proceder absurdo), pero sí en acudir
a formas y contenidos en lo posible novedosos. Que sean desafiantes para el
escritor que está frente a la página en blanco en primer lugar, que los ha
leído previamente y que a él lo pongan en problemas. Que lo pongan en problemas
porque es el modo más provechoso de crecer como autor o autora. Producir textos
que sean desafiantes para los lectores y lectoras, que se enfrentarán a un
nuevo material, completamente distinto en lo que hace al consumo de bienes
simbólicos más frecuente. Pero para ser desafiantes para los lectores y
lectoras han de serlo para el escritor.
Como escritor de literatura
infantil y juvenil esporádico, me gusta poner en problemas a ese productor de
textos literarios que soy. Yendo tras nuevos temas, incluyendo nuevos
procedimientos, procurando escapar a los que han sido utilizados en exceso.
Naturalmente en leer a autores y autoras
que han realizado recorridos por estos nuevos senderos, o que al menos a mí me
lo parece lo han hecho.
El absurdo, el humor, el nonsense, el disparate, la
impertinencia, la risa desopilante me parece que han sido, son y seguirán
siendo ejercidos magistralmente ejercidos por creadores y creadoras
irreprochables. ¿Quién podría objetarles a ciertos creadores y creadoras la escritura de obras magníficas,
de una radical invención, que han llevado hasta el extremo esos procedimientos
con obras verdaderamente logradas? Me parecería hasta en un punto poco
respetuoso pretender lo contrario, mucho más teniendo en cuenta que la
literatura es el espacio de la liberad subjetiva por excelencia. No obstante,
es aquí donde procuro pensar en mirar hacia adelante. En el presente histórico.
Y en el presente de mi escritura. En el presente de la escritura de otros que
como yo puedan estar formulándose preguntas en este mismo sentido. Cuando me
siento frente a la máquina con una idea que se me ha ocurrido o bien cuando he
tomado la decisión de escribir por oficio, sin estar movilizado por inspiración
alguna. En tales casos (ambos), las preguntas que me formulo pero que no sé si
he logrado revisar son: “¿Cómo escribir a partir de nuevas premisas? ¿de qué
nuevos parámetros partir para desembocar el universo poético que me propongo?”.
Estas preguntas no son sinónimo en absoluto de que lo haya logrado. Porque de
hecho he regresado en buena parte de mis cuentos o de mis nouvelles a modos de narrar y temas que ya lo habían sido antes. De
modo que resulta sumamente difícil sortear esta trampa que nos presenta la
creación en relación con la lectura del pasado literario. Evitar soslayar lo ya
realizado con talento o hasta genialidad, de modo fuera de serie por los
grandes creadores y creadoras sin regresar a esos paradigmas tan acertados. En tales
casos, me ha sido sumamente útil acudir a literatura para adultos que fuera
experimental desde todos los puntos de vista. O bien buscar entre todo el
corpus de las poéticas infantiles y juveniles las que percibo han incursionado
por territorios novedosos. Que han sacudido sus cimientos. Esto nutre, alimenta,
va conformando un sustrato que tampoco tiene por qué descalificar lo realizado
hasta el momento en modo alguno. Pero sí estimo propio de un creador o creadora
responsable plantarse frente a su oficio con la idea de procurar decir otras
cosas mediante mecanismos enunciativos diferentes.
Se introduce aquí un
contrapunto sumamente interesante entre tradición y renovación según un
presente histórico en el marco del cual los creadores y creadoras sentimos que
necesitamos encontrar un lenguaje literario que nos sea propio, acudir de modo
elocuente a otros espacios, otros tiempos imaginarios, decir otras cosas con
palabras desconocidas incluso para nosotros mismos. Que deberemos ir
descubriendo. No obstante, no resulta una empresa imposible. Si uno es una
persona respetuosa de su disciplina o de su arte, de sus colegas y del trabajo
y la trayectoria que han realizado y siguen realizando, encontrar caminos
nuevos es cierto que pareciera arrinconarnos. Pero nos paraliza. Vemos que sus
poéticas resultan ser tan frondosas, tan dominantes también por su alto nivel
de perfección que parecen haberlo abarcado todo, de modo envolvente. Que muchos
de ellos se han servido de los procedimientos que enumeré, pero que también han
trabajado otros tantos que no podrían encajar jamás en el marco de esa
tradición. De modo que el escritor o la escritora de literatura infantil que se
sienta a escribir (y por añadidura sin demasiada experiencia creativa en este
campo, como en mi caso), se ve expuesto frente a un dilema. ¿Cómo encontrar una
voz en el concierto de las poéticas, de poéticas potentes muchas veces, que han
puesto a dialogar la escritura con realidades también sociales y políticas que
no son sencillas de abordar para la infancia? ¿dónde puede encontrarse esa voz?
¿se la encuentra o debe ser creada a partir de una síntesis de todo lo leído
que resulta ser una experiencia riquísima? ¿se debe partir de un tabula rasa o
eso resulta a todas luces imposible? El crítico Harold Bloom habla en el caso
de la escritura en uno de sus libros de que existe una “angustia de las
influencias”. Emoción que es totalmente cierta. Y otro crítico, Edward Said se
refiere a los comienzos en la ficción. A los “libros de comienzos” y lo que
suponen para cada uno de los productores culturales estos dilemas que son por
cierto incómodos. Más bien tienden a sumirnos en estados de desasosiego si no
somos escritores naïfe, impulsivos, ingenuos. Parto de la base de que somos
escritores y escritoras que nos proponemos problematizar nuestra poética,
volverla día a día más compleja. También de que hemos apartado de entrada toda
pedagogía, si bien sabemos que el universo de valores es un factor importante
en el marco de la literatura infantil y juvenil.
¿Cómo empezar una historia?
Esta suele una pregunta en la que se ha insistido. Pero no sé si se ha
insistido en las repercusiones que supone en lo relativo al choque que el
escritor mantendrá a partir de ese incipiente comienzo de cuento o novela (en
mi caso) con todo lo previamente escrito. ¿Habrá conflictos, habrá alianzas,
habrá perturbación, experimentará malestar, sentirá a la hora de escribir
tantas disyuntivas que quedará literalmente paralizado? Estas preguntas me
parece que no tienen una sola respuesta en la medida en que cada escritor o
escritora las resolverá a su manera y la vivirá a su manera. También están
otras preguntas que le son correlativas: ¿Cuál será el tema al cual me
referiré, está demasiado transitado, abrirá el juego hacia nuevas posibilidades
y aristas, supondrá repetirme involuntariamente porque lo que he leído
impactará sobre mí de un modo que me habrá marcado de modo indeleble, bajo cuyo
influjo produciré mi texto? O bien,
otras tantas inquisiciones, para un escritor o escritora: ¿A la hora de
corregir, en qué lenguaje literario me dirigiré al niño o niña al cual le estoy
hablando como interlocutor, estaré construyendo un interlocutor persuasivo,
eficaz o estaré siendo abrumador con mi exigencia, no estaré teniendo en cuenta
en la escritura alguna dimensión a la que debo estar atento, estaré eliminando los
momentos del texto que corresponde figuren, debo corregir tanto, en la medida
en que escribo no estoy subiendo en exceso el nivel o bajándolo demasiado a la
hora de la demanda para un lector o lectora infantil o juvenil? Y finalmente,
¿Estaré interesando a ese lector o lectora o lo estaré aburriendo
soberanamente? ¿cerrará el libro, será el modo en que lo he hecho de abordar el
tema el más apropiado para generar interés pero al mismo tiempo el más acertado
desde el punto de vista estético, el abordaje es el correcto según la edad a la
que está dirigido, los temas sobre los que
escribo son los que preocupan a los niños y jóvenes de esa edad, no
sería conveniente pensar en temas nuevos, más atractivos, los contenidos sobre
que escribo siguen estando vigentes en la actualidad o pertenezco a una
generación donde las cosas que nos importaban ahora ya no lo hacen, ser un adulto me habrá separado en exceso de
la experiencia vital de los niños y jóvenes, generando anacronismos y hasta
abismos? En fin, estas son algunas de las tantas preguntas, por cierto que en
lo personal me provocan incomodidad respecto de lo que voy a escribir como
productor de textos infantiles y juveniles. Seguramente hay otras tantas.
No obstante, debemos
reconocer que está la instancia de la concepción de la idea previa, de la
ejecución de la escritura, luego de la corrección y revisión, que puede darse
en varios momentos o etapas. En alguna de ellas (o en todas) puede que llegue
el momento de pensar acerca de estos problemas que planteo no necesariamente
como dilemas o encrucijadas pero sí como zonas inquietantes de la
creación.
La producción de textos
infantiles, ya ven, no consiste en un lugar de simplismos, facilismos, un campo
de trabajo apacible o que esté exento de conflictos, vacilaciones y dudas para
quien la enuncia. Tampoco la que es para adultos, como se nos pretende hacer
pasar por exclusiva y hasta excluyente en tanto que sofisticada. Pero como
suele ser tan habitual que se la descalifique como un campo de trabajo sin
grandes preguntas, considero relevante dejar sentadas estas resistencias que
presenta la escritura de textos literarios infantiles y juveniles para que
también la que es para adultos la reconozca en toda su complejidad. Se trata de
que engañosamente eso se supone. Pero el lector y la lectora infantiles y
juveniles son impiadosos, es más, despiadados con los textos que no consideran
o bien propios de su edad o bien de su interés o bien escritos. No son personas
sin capacidad de discernimiento. Suelen exteriorizar sus emociones sin
demasiadas vueltas, menos aún represiones. Lo hacen de manera espontánea,
completamente natural, no admiten réplicas o sanciones. A los libros que no les
gustan los cierran, los apartan y los guardan. O si son para la escuela los
leen a desgano.
Pero de lo que sí quisiera
tomar nota en este artículo, es que escribir para niños supone una puesta en
juego de una serie de preguntas que no son sencillas. Que pocas veces tienen
respuestas y que nos movemos entre signos desde lo incierto. Que se suele
confundir de modo complemente erróneo el hecho de que su lectorado sea de
las edades más tempranas con que se
tratará de libros poco elaborados, que no apunten a la excelencia o a la
búsqueda obstinada por hablar en lenguajes nuevos. Que también la poesía en la
prosa, la musicalidad, la armonía, la atención a las figuras retóricas, a los
modos narrar (por ejemplo), los casos de experimentalismo (que existen) al
igual que en la de los adultos pueden encontrarse y naturalmente deben buscarse
y producirse en la medida de lo posible. Que se abordan temas en ocasiones considerados
tabú y esta circunstancia es resuelta exitosamente por sus hacedores. Que estos temas conflictivos (o que
supuestamente el prejuicio así quiere que lo sean en el marco de la literatura
infantil y juvenil), lo son desde lo social, lo político y lo vincular. Y que
no siempre tenemos las respuestas para responder a la demanda que plantean
desde la resolución textual. Me refiero a que quedamos en estado de
desconcierto o bien de impotencia frente a varias de las dificultades que la
literatura infantil propone a quienes la escribimos.
En términos más teóricos, si
así se quiere, a la hora de un a priori de la escritura, a la hora en que un
escritor o escritora de literatura infantil se plantan frente al pasado de su
campo de producción, está presente la memoria en ocasiones incómoda de un
canon, que se le puede presentar bajo el síntoma de una angustia o bien con la
idea de una transgresión o relectura, como dije (pero nuevamente tampoco podrá
escapar a él como punto de referencia). Y que existe ese canon potente, que se
ha instalado legitimado por figuras poderosas del campo intelectual a las
cuales resulta extremadamente difícil sustraerse o a las cuales imposible
eludirlas. Por otro lado, habrá creadores y creadoras que acordarán que sigue
teniendo sentido proseguir de modo totalmente legítimo con esas tradiciones
imprimiéndoles un sentido nuevo, trabajándolos desde todas las posibilidades
que traen consigo en potencia, que son a su juicio enormes. Los habrá que
consideren que bajo ningún punto de vista están agotados o incluso deben buscarse
maneras de proseguirlos pero exacerbándolos quizás. En lo personal desde mi ficción estoy
permanentemente dialogando con ellos. Hay una memoria de la literatura infantil
conformada a partir de lecturas y de crítica literaria que está presente todo el
tiempo, de modo simultáneo al momento de la escritura. Pero estoy sumamente
atento a no recaer en lo que recuerdo haber leído. En lo que suena en mi oreja
haber ya oído (o leído en todo caso).
Estimo modestamente que se
vuelve primordial una lectura y estudio del corpus infantil y juvenil de ese
pasado en lo que atañe a lo realizado hasta la fecha o en simultáneo, en la
medida de lo posible. Muy en particular, como decía, poniendo el acento en
figuras que advertimos han venido a decir cosas nuevas con un lenguaje
literario también nuevo. En estar al tanto a fondo de la génesis de las líneas
creativas que han configurado las distintas tradiciones en la literatura
infantil y juvenil. Y una vez detectados aquellos exponentes fuera de serie estudiar
por qué lo son. Qué nuevas propuestas traen consigo. En qué consisten. Y luego
sí, discutir sus supuestos tanto ideológicos como formales en la medida en que
es necesario concebir un nuevo proyecto que sea divergente, sin pretensiones de
una originalidad imposible, lo que sería crédulo y hasta soberbio. Se trata de
un punto de vista por cierto objetable y no aspiro a convertirlo en una
aserción de naturaleza universalista. Sí reúne el conjunto inquietante de
emociones e ideas que en mi práctica como escritor (que no es la de otros u
otras necesariamente) pretendo formularme para que mi producción se posicione respecto
de lo que se ha hecho y se ha leído por la crítica hasta el momento. De
resultas que considero primordial impedir que ese canon internalizado adopte la
forma de un mandato paralizante o de una amputación para el escritor. Si así se
quiere, se trata de una esperanza crítica desde el punto de vista creativo en
que es posible que la literatura infantil sea un campo dinámico. De revisión. En
demostrar que la literatura infantil y juvenil, también está sometida desde la génesis y la
creación a miradas severas desde la producción de textos. Y que los escritores
y escritoras en particular desde la investigación y la toma de distancia somos
personas responsables que tomamos en serio nuestro oficio. Una parte importante
de ello consiste en esta dimensión que expongo. Por otra parte, lo que planteo no
es sinónimo de dejar de leer a mis colegas que continúen con las líneas de
trabajo que acuden a los procedimientos arriba indicados ni menos aún a
evaluarlos de modo peyorativo. Sino muy por el contrario, regocijarme en ese
inmenso caudal de inmenso talento, nutrirme de él, para también tomar distancia
con el objeto de configurar mi propio proyecto, si no sonara esta expresión de
deseos como una frase presuntuosa.
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