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jueves, 4 de junio de 2020

“Escribir literatura infantil: dilemas y encrucijadas”


                                                         


                                                               por Adrián Ferrero

     Escribir literatura infantil y juvenil no es una opción menor. En todo caso consiste en escribir libros para una población lectora más reducida (lo sabemos), de un cierto estado de maduración y para ciertas editoriales o colecciones, que no son tantas. Por otro lado, se trata de escribir para  un campo de la producción literaria en términos generales, para decirlo de modo elegante, no considerada merecedor de ser apreciado como corpus crítico por parte de la institución académica en términos amplios. Una literatura que suele estar reunida en torno de ciertos foros, escasos por cierto. Por último, lectores y lectoras adultos suelen ignorarla. Es cierto que para la docencia en los primeros niveles escolares, sobre todo, sigue resultando una aliada imprescindible.

     Sin embargo, en lo que a mí atañe como escritor, si bien pienso en otra clase de receptor cuando escribo literatura infantil y juvenil, mantengo igual o mayor nivel de exigencia que cuando lo hago para adultos. O que cuando escribo crítica para adultos. No me parece en lo absoluto que reducir el nivel de edades de los lectores y lectoras sea sinónimo de que la calidad de esos textos se vea afectada o acaso que no plantee intensos desafíos desde la producción. Muy por el contrario, condicionados por multitud de factores, el escritor o la escritora infantil y juvenil a la hora de la escritura de un texto si aspiran a que sea de excelencia echarán una ojeada mentalmente o de hecho a qué se ha escrito hasta la fecha, al menos en sus líneas más relevantes y potentes, y buscarán caminos alternativos para no repetir ni ratificar modelos que han sido previamente trabajados o, en todo caso, excesivamente transitados. También hay otros factores importantes: por ejemplo desmarcarse de los libros comerciales de modo terminante. Escapar a una literatura de fórmulas. No aceptar formar parte de ese corpus porque se aspira a hacer algo distinto, tras los pasos de la calidad y el sentido de originalidad.


     Por otra parte, ha habido en la literatura infantil argentina a mi juicio un abuso de ciertos recursos que han sido consagrados por figuras tutelares, como María Elena Walsh, Javier Villafañe o bien, en el teatro, un referente como Hugo Midón. De modo que la otra gran tarea no diría precisamente que consiste en el así llamado habitualmente “parricidio” (lo que sería un proceder absurdo), pero sí en acudir a formas y contenidos en lo posible novedosos. Que sean desafiantes para el escritor que está frente a la página en blanco en primer lugar, que los ha leído previamente y que a él lo pongan en problemas. Que lo pongan en problemas porque es el modo más provechoso de crecer como autor o autora. Producir textos que sean desafiantes para los lectores y lectoras, que se enfrentarán a un nuevo material, completamente distinto en lo que hace al consumo de bienes simbólicos más frecuente. Pero para ser desafiantes para los lectores y lectoras han de serlo para el escritor.

     Como escritor de literatura infantil y juvenil esporádico, me gusta poner en problemas a ese productor de textos literarios que soy. Yendo tras nuevos temas, incluyendo nuevos procedimientos, procurando escapar a los que han sido utilizados en exceso. Naturalmente en leer a autores  y autoras que han realizado recorridos por estos nuevos senderos, o que al menos a mí me lo parece lo han hecho.
     El absurdo, el humor, el nonsense, el disparate, la impertinencia, la risa desopilante me parece que han sido, son y seguirán siendo ejercidos magistralmente ejercidos por creadores y creadoras irreprochables. ¿Quién podría objetarles a ciertos creadores  y creadoras la escritura de obras magníficas, de una radical invención, que han llevado hasta el extremo esos procedimientos con obras verdaderamente logradas? Me parecería hasta en un punto poco respetuoso pretender lo contrario, mucho más teniendo en cuenta que la literatura es el espacio de la liberad subjetiva por excelencia. No obstante, es aquí donde procuro pensar en mirar hacia adelante. En el presente histórico. Y en el presente de mi escritura. En el presente de la escritura de otros que como yo puedan estar formulándose preguntas en este mismo sentido. Cuando me siento frente a la máquina con una idea que se me ha ocurrido o bien cuando he tomado la decisión de escribir por oficio, sin estar movilizado por inspiración alguna. En tales casos (ambos), las preguntas que me formulo pero que no sé si he logrado revisar son: “¿Cómo escribir a partir de nuevas premisas? ¿de qué nuevos parámetros partir para desembocar el universo poético que me propongo?”. Estas preguntas no son sinónimo en absoluto de que lo haya logrado. Porque de hecho he regresado en buena parte de mis cuentos o de mis nouvelles a modos de narrar y temas que ya lo habían sido antes. De modo que resulta sumamente difícil sortear esta trampa que nos presenta la creación en relación con la lectura del pasado literario. Evitar soslayar lo ya realizado con talento o hasta genialidad, de modo fuera de serie por los grandes creadores y creadoras sin regresar a esos paradigmas tan acertados. En tales casos, me ha sido sumamente útil acudir a literatura para adultos que fuera experimental desde todos los puntos de vista. O bien buscar entre todo el corpus de las poéticas infantiles y juveniles las que percibo han incursionado por territorios novedosos. Que han sacudido sus cimientos. Esto nutre, alimenta, va conformando un sustrato que tampoco tiene por qué descalificar lo realizado hasta el momento en modo alguno. Pero sí estimo propio de un creador o creadora responsable plantarse frente a su oficio con la idea de procurar decir otras cosas mediante mecanismos enunciativos diferentes.


     Se introduce aquí un contrapunto sumamente interesante entre tradición y renovación según un presente histórico en el marco del cual los creadores y creadoras sentimos que necesitamos encontrar un lenguaje literario que nos sea propio, acudir de modo elocuente a otros espacios, otros tiempos imaginarios, decir otras cosas con palabras desconocidas incluso para nosotros mismos. Que deberemos ir descubriendo. No obstante, no resulta una empresa imposible. Si uno es una persona respetuosa de su disciplina o de su arte, de sus colegas y del trabajo y la trayectoria que han realizado y siguen realizando, encontrar caminos nuevos es cierto que pareciera arrinconarnos. Pero nos paraliza. Vemos que sus poéticas resultan ser tan frondosas, tan dominantes también por su alto nivel de perfección que parecen haberlo abarcado todo, de modo envolvente. Que muchos de ellos se han servido de los procedimientos que enumeré, pero que también han trabajado otros tantos que no podrían encajar jamás en el marco de esa tradición. De modo que el escritor o la escritora de literatura infantil que se sienta a escribir (y por añadidura sin demasiada experiencia creativa en este campo, como en mi caso), se ve expuesto frente a un dilema. ¿Cómo encontrar una voz en el concierto de las poéticas, de poéticas potentes muchas veces, que han puesto a dialogar la escritura con realidades también sociales y políticas que no son sencillas de abordar para la infancia? ¿dónde puede encontrarse esa voz? ¿se la encuentra o debe ser creada a partir de una síntesis de todo lo leído que resulta ser una experiencia riquísima? ¿se debe partir de un tabula rasa o eso resulta a todas luces imposible? El crítico Harold Bloom habla en el caso de la escritura en uno de sus libros de que existe una “angustia de las influencias”. Emoción que es totalmente cierta. Y otro crítico, Edward Said se refiere a los comienzos en la ficción. A los “libros de comienzos” y lo que suponen para cada uno de los productores culturales estos dilemas que son por cierto incómodos. Más bien tienden a sumirnos en estados de desasosiego si no somos escritores naïfe, impulsivos, ingenuos. Parto de la base de que somos escritores y escritoras que nos proponemos problematizar nuestra poética, volverla día a día más compleja. También de que hemos apartado de entrada toda pedagogía, si bien sabemos que el universo de valores es un factor importante en el marco de la literatura infantil y juvenil.

     ¿Cómo empezar una historia? Esta suele una pregunta en la que se ha insistido. Pero no sé si se ha insistido en las repercusiones que supone en lo relativo al choque que el escritor mantendrá a partir de ese incipiente comienzo de cuento o novela (en mi caso) con todo lo previamente escrito. ¿Habrá conflictos, habrá alianzas, habrá perturbación, experimentará malestar, sentirá a la hora de escribir tantas disyuntivas que quedará literalmente paralizado? Estas preguntas me parece que no tienen una sola respuesta en la medida en que cada escritor o escritora las resolverá a su manera y la vivirá a su manera. También están otras preguntas que le son correlativas: ¿Cuál será el tema al cual me referiré, está demasiado transitado, abrirá el juego hacia nuevas posibilidades y aristas, supondrá repetirme involuntariamente porque lo que he leído impactará sobre mí de un modo que me habrá marcado de modo indeleble, bajo cuyo influjo produciré mi texto?  O bien, otras tantas inquisiciones, para un escritor o escritora: ¿A la hora de corregir, en qué lenguaje literario me dirigiré al niño o niña al cual le estoy hablando como interlocutor, estaré construyendo un interlocutor persuasivo, eficaz o estaré siendo abrumador con mi exigencia, no estaré teniendo en cuenta en la escritura alguna dimensión a la que debo estar atento, estaré eliminando los momentos del texto que corresponde figuren, debo corregir tanto, en la medida en que escribo no estoy subiendo en exceso el nivel o bajándolo demasiado a la hora de la demanda para un lector o lectora infantil o juvenil? Y finalmente, ¿Estaré interesando a ese lector o lectora o lo estaré aburriendo soberanamente? ¿cerrará el libro, será el modo en que lo he hecho de abordar el tema el más apropiado para generar interés pero al mismo tiempo el más acertado desde el punto de vista estético, el abordaje es el correcto según la edad a la que está dirigido, los temas sobre los que  escribo son los que preocupan a los niños y jóvenes de esa edad, no sería conveniente pensar en temas nuevos, más atractivos, los contenidos sobre que escribo siguen estando vigentes en la actualidad o pertenezco a una generación donde las cosas que nos importaban ahora ya no lo hacen,  ser un adulto me habrá separado en exceso de la experiencia vital de los niños y jóvenes, generando anacronismos y hasta abismos? En fin, estas son algunas de las tantas preguntas, por cierto que en lo personal me provocan incomodidad respecto de lo que voy a escribir como productor de textos infantiles y juveniles. Seguramente hay otras tantas.

     No obstante, debemos reconocer que está la instancia de la concepción de la idea previa, de la ejecución de la escritura, luego de la corrección y revisión, que puede darse en varios momentos o etapas. En alguna de ellas (o en todas) puede que llegue el momento de pensar acerca de estos problemas que planteo no necesariamente como dilemas o encrucijadas pero sí como zonas inquietantes de la creación. 

     La producción de textos infantiles, ya ven, no consiste en un lugar de simplismos, facilismos, un campo de trabajo apacible o que esté exento de conflictos, vacilaciones y dudas para quien la enuncia. Tampoco la que es para adultos, como se nos pretende hacer pasar por exclusiva y hasta excluyente en tanto que sofisticada. Pero como suele ser tan habitual que se la descalifique como un campo de trabajo sin grandes preguntas, considero relevante dejar sentadas estas resistencias que presenta la escritura de textos literarios infantiles y juveniles para que también la que es para adultos la reconozca en toda su complejidad. Se trata de que engañosamente eso se supone. Pero el lector y la lectora infantiles y juveniles son impiadosos, es más, despiadados con los textos que no consideran o bien propios de su edad o bien de su interés o bien escritos. No son personas sin capacidad de discernimiento. Suelen exteriorizar sus emociones sin demasiadas vueltas, menos aún represiones. Lo hacen de manera espontánea, completamente natural, no admiten réplicas o sanciones. A los libros que no les gustan los cierran, los apartan y los guardan. O si son para la escuela los leen a desgano.

     Pero de lo que sí quisiera tomar nota en este artículo, es que escribir para niños supone una puesta en juego de una serie de preguntas que no son sencillas. Que pocas veces tienen respuestas y que nos movemos entre signos desde lo incierto. Que se suele confundir de modo complemente erróneo el hecho de que su lectorado sea de las  edades más tempranas con que se tratará de libros poco elaborados, que no apunten a la excelencia o a la búsqueda obstinada por hablar en lenguajes nuevos. Que también la poesía en la prosa, la musicalidad, la armonía, la atención a las figuras retóricas, a los modos narrar (por ejemplo), los casos de experimentalismo (que existen) al igual que en la de los adultos pueden encontrarse y naturalmente deben buscarse y producirse en la medida de lo posible. Que se abordan temas en ocasiones considerados tabú y esta circunstancia es resuelta exitosamente por sus hacedores.        Que estos temas conflictivos (o que supuestamente el prejuicio así quiere que lo sean en el marco de la literatura infantil y juvenil), lo son desde lo social, lo político y lo vincular. Y que no siempre tenemos las respuestas para responder a la demanda que plantean desde la resolución textual. Me refiero a que quedamos en estado de desconcierto o bien de impotencia frente a varias de las dificultades que la literatura infantil propone a quienes la escribimos.

     En términos más teóricos, si así se quiere, a la hora de un a priori de la escritura, a la hora en que un escritor o escritora de literatura infantil se plantan frente al pasado de su campo de producción, está presente la memoria en ocasiones incómoda de un canon, que se le puede presentar bajo el síntoma de una angustia o bien con la idea de una transgresión o relectura, como dije (pero nuevamente tampoco podrá escapar a él como punto de referencia). Y que existe ese canon potente, que se ha instalado legitimado por figuras poderosas del campo intelectual a las cuales resulta extremadamente difícil sustraerse o a las cuales imposible eludirlas. Por otro lado, habrá creadores y creadoras que acordarán que sigue teniendo sentido proseguir de modo totalmente legítimo con esas tradiciones imprimiéndoles un sentido nuevo, trabajándolos desde todas las posibilidades que traen consigo en potencia, que son a su juicio enormes. Los habrá que consideren que bajo ningún punto de vista están agotados o incluso deben buscarse maneras de proseguirlos pero exacerbándolos quizás.  En lo personal desde mi ficción estoy permanentemente dialogando con ellos. Hay una memoria de la literatura infantil conformada a partir de lecturas y de crítica literaria que está presente todo el tiempo, de modo simultáneo al momento de la escritura. Pero estoy sumamente atento a no recaer en lo que recuerdo haber leído. En lo que suena en mi oreja haber ya oído (o leído en todo caso).


     Estimo modestamente que se vuelve primordial una lectura y estudio del corpus infantil y juvenil de ese pasado en lo que atañe a lo realizado hasta la fecha o en simultáneo, en la medida de lo posible. Muy en particular, como decía, poniendo el acento en figuras que advertimos han venido a decir cosas nuevas con un lenguaje literario también nuevo. En estar al tanto a fondo de la génesis de las líneas creativas que han configurado las distintas tradiciones en la literatura infantil y juvenil. Y una vez detectados aquellos exponentes fuera de serie estudiar por qué lo son. Qué nuevas propuestas traen consigo. En qué consisten. Y luego sí, discutir sus supuestos tanto ideológicos como formales en la medida en que es necesario concebir un nuevo proyecto que sea divergente, sin pretensiones de una originalidad imposible, lo que sería crédulo y hasta soberbio. Se trata de un punto de vista por cierto objetable y no aspiro a convertirlo en una aserción de naturaleza universalista. Sí reúne el conjunto inquietante de emociones e ideas que en mi práctica como escritor (que no es la de otros u otras necesariamente) pretendo formularme para que mi producción se posicione respecto de lo que se ha hecho y se ha leído por la crítica hasta el momento. De resultas que considero primordial impedir que ese canon internalizado adopte la forma de un mandato paralizante o de una amputación para el escritor. Si así se quiere, se trata de una esperanza crítica desde el punto de vista creativo en que es posible que la literatura infantil sea un campo dinámico. De revisión. En demostrar que la literatura infantil y juvenil,  también está sometida desde la génesis y la creación a miradas severas desde la producción de textos. Y que los escritores y escritoras en particular desde la investigación y la toma de distancia somos personas responsables que tomamos en serio nuestro oficio. Una parte importante de ello consiste en esta dimensión que expongo. Por otra parte, lo que planteo no es sinónimo de dejar de leer a mis colegas que continúen con las líneas de trabajo que acuden a los procedimientos arriba indicados ni menos aún a evaluarlos de modo peyorativo. Sino muy por el contrario, regocijarme en ese inmenso caudal de inmenso talento, nutrirme de él, para también tomar distancia con el objeto de configurar mi propio proyecto, si no sonara esta expresión de deseos como una frase presuntuosa.

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