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jueves, 11 de junio de 2020

“Liliana Bodoc: entre el recuerdo y el don”


                                                                                 


                                                                                         por Adrián Ferrero

    Liliana Bodoc (Argentina, 1958-2018) fue una persona, no solo una escritora, de esas que no se repiten. De esas que no se repetirán. Me parece que si a uno le interesan otras cosas además de la literatura y hacer de ella un oficio, no puede sino tomarla como un referente. O quizás como un faro.

     Dejó sentado a las claras ya desde sus inicios como autora que no estaba dispuesta a hacer carrera sino a tener una trayectoria que fuera de la mano de ciertos principios irrenunciables Eso como punto de partida. En segundo lugar, sus narraciones “de comienzos”, en términos de Edward Said ya la muestran como a una mujer contestataria sin ser agresiva. Vehemente sin ser violenta. Convincente sin ser insolente. Lo que por estos días convengamos que es inhabitual. Más bien el paisaje social nos tiene acostumbrados a los agravios, las escenas y los comportamientos confrontativos que han postergado el diálogo civilizado en beneficio de ataques y ofensas. Sí la vi enojada. Sí la vi perder la calma. Pero por motivos que tuvieran que ver con todo aquello que atentara contra la dignidad humana. Y aún así cuidó siempre sus modales. En mesas redondas o paneles en los que se levantaba el tono de la voz y la conversación se acaloraba más de la cuenta era ella la que conciliaba. Se movía con altura en cada circunstancia. Y en un mundo que mucho tiene de abyecto pero que se cuida muy bien de mostrar sus aristas más esperanzadas, Liliana Bodoc era quien nos las recordaba.

     Otro punto que sí quisiera señalar, es que fue una persona coherente. No postulaba en sus escritos actuar de un modo y vivía de otro. Ni había contradicciones entre el hablar y el obrar. Muy por el contrario, planteaba una observancia y había una congruencia entre ambas cosas que francamente no dejaban de llamar la atención. Lo más gratificante de todo es que eso no era una pose sino que se trataba de un estilo vida. Liliana Bodoc vivía la literatura. Vivía lo que escribía (en lo que a principios y valores atañe) y escribía lo que vivía porque su modo de tratar a sus semejantes era el del funcionamiento de una ética paradigmática implícita en sus narraciones, tanto en las infantiles como en las para jóvenes y adultos.



     Hay una poética de la reparación del dolor, de la restitución de los ultrajados sin propagandas ni menos aún una literatura de tesis, de la imprescindible pérdida de la cordura que sería bueno trajera consigo el arte. Por otro lado, un interés capital por el humanismo: el ser humano, las personas tienen ciertos derechos que deben ser respetados, son inalienables. Y quien transgrede esa ofensa debe ser sancionado compensativamente pero no mediante la violencia sino mediante un sistema que respete la legitimidad. Porque precisamente Liliana Bodoc ante todo fue una persona respetuosa. Y se ganó el respeto de la sociedad argentina y del de buena parte del mundo.

     La suya es una poética de la imaginación más desbordante, en la que pese a todo no se pierden jamás por ello las coordenadas que remiten a un referente que metaforiza los conflictos de la realidad social y política de todos los tiempos. En lo referente, entre muchos otros temas, a cuestiones de género, totalitarismos, racismos, discriminaciones, persecuciones religiosas o de etnia, entre muchas otras. De allí una de las razones de su vigencia, además de la excelencia de su prosa. Esto es: jamás se olvidaba del mundo en el que vivíamos pese a estar sumidos en hazañas plagadas de dragones y de mundos prodigiosos. Este es el punto en Bodoc. De creer que supuestamente estamos habitando lo distante, lo maravilloso o lo irreal siempre nos encontramos frente a lo contiguo o lo cotidiano. Frente a lo que estamos leyendo cada mañana en los diarios.

     Si uno presta una mirada de conjunto a su poética, se encuentra con que no hay fisuras, no hay contradicciones. Todo encaja y no hay disonancias. Todo es, por el contrario, consonante. Aspiró, por ejemplo, con su Saga de los confines a que el referente histórico que daba cuenta del lugar de la mujer en la sociedad fuera sacudido por su ficción para encontrar un paradigma que la ubicara en un espacio tanto de acción, de dicción  como de enunciación más poderoso. Esto está presente en toda su poética. No solamente en una novela o un relato como contenido aislado. En este sentido hablo también de coherencia en la poética de Liliana Bodoc.  


     Jamás fui testigo de un desplante de su parte. De manipulaciones mediáticas o un culto de la personalidad. Siempre fue una persona humilde, de perfil bajo, agradecida a la vida, a los suyos, a quienes hacían algo por ella. Y jamás fue ni soberbia, ni narcisista ni ambiciosa. Sospecho que desconocía la malicia. Su solidaridad quedaba demostrada a cada momento y lo hizo con hechos concretos. Predicó con el ejemplo. Fue pluralista y tolerante con la diferencia. Respetuosa de la diversidad. Esto se nota particularmente en ficciones en las cuales se plantea como núcleo temático el de las persecución del diferente o en las cuales hay una hegemonía de un grupo que mediante la lógica de la exclusión persiguen a otros grupos.

     Me parece que es bueno no olvidar a personas virtuosas como ella. En lo personal, tuvo un trato irreprochable en la entrevista que realizamos por correo electrónico. En los intercambios que mantuvimos se manifestó siempre accesible, cordial y cuando le escribí para que supiera que el libro que había preparado del que ella junto a otras autoras formaba parte (que solo por unas pocas semanas no llegó a ver) estaba exultante.

     Si tuviera que imaginármela ahora lo haría en un paraje lleno de todos los habitantes de un bestiario del cual ella teje las tramas para que se muevan o inquieten a los humanos o a otras almas habitantes de quién sabe qué obstinado universo.

     En la entrevista que mantuvimos, todavía recuerdo el impacto de una respuesta que me dio la pauta de la talla de su ética. La interrogué por el origen de su libro de cuentos infantiles Sucedió en colores, en cada uno de los cuales uno de ellos predomina. Hay objetos, personajes y paisajes que son de un color dominante sin mezclarse con los de otro. Entonces me respondió que esa idea provenía de unas rimas que le cantaba o recitaba su padre de niña, en las que sucedía (precisamente) eso mismo. Pero cuando tomó la decisión de escribir un libro siguiendo similar procedimiento me dijo: “Entonces, fui a ver a mi padre para pedirle permiso para usar esa misma idea”. Este episodio me dejó paralizado porque fui testigo de su grandeza y de su lealtad. De su lealtad en  primer lugar para con los seres queridos. Pero alguien con esta educación ¿cómo no iba a haberla extensiva a su ficción? Resulta inconcebible luego de esta anécdota que refiero.


     No conocía el divismo pese a su altísimo nivel de reconocimiento y excelencia. Y creo que siempre supo que era lo último a lo que debía parecerse un escritor de verdad: ser alguien que pensara primero en su prójimo (en especial el más desfavorecido) y luego en sí mismo y su imagen frente a un espejo. Y a decir verdad, puestos a pensar seriamente, esto no está reñido con el profesionalismo. Sino todo lo contrario.

     Se la echa de menos. Pero sus libros allí están, espléndidos e intactos. Con solo abrirlos, la magia de su voz comienza a empaparnos de una riqueza incesante inmarcesible.




1 comentario:

  1. Todo lo que decís en este artículo es tal cual. Quienes tuvimos el privilegio de tenerla cerca, de conocerla como maestra de escritura, sabemos de la calidad de persona que era. Se la extraña y mucho, pero cuando el dolor no cede, ahí está su palabra, cobijándonos en su calidez

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