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miércoles, 1 de julio de 2020

“Serafín, el escritor y la bruja de Claudia Piñeiro: la crítica de la crítica”



                                                       
por Adrián Ferrero


     Leo Serafín, el escritor y la bruja (2011) de Claudia Piñeiro (Gran Bs. As., 1960) como una parábola de escribir lo que genuinamente se desea y no en ser un mero escribiente. Un escriba burocratizado, institucionalizado que está obligado a realizar su tarea como una obligación sin vocación. En este sentido ¿en qué consiste escribir la biografía de una bruja que en verdad es un hada? ¿la historia de un gato que en verdad es un supuesto tío hechizado por una bruja en el siglo XV que había muerto en la hoguera? ¿no sería este el mayor anhelo de un escritor? Pues a Felipe Echenique tendrá que esperar bastante para que esto suceda.


     Pero Felipe Echenique será responsable de que de su pluma surja la biografía de la bruja Amanda Amancay que mencioné más arriba. Y Serafín es un niño, el menor de seis hermanos cuyos padres aspiran a que gane alguna clase de concurso en la escuela para ser populares en el barrio. Se acaban de mudar a un nuevo barrio y pretenden llamar la atención del vecindario. Lo fuerzan a que destaque y con este mandato no saben que en verdad están poniendo en movimiento lo que será la victoria de Serafín: llegar a Machu Pichu y no a Disney, donde sus padres suponen que debería gustarle ir.


     Serafín es un chico inteligente, pero al que no le gusta hacerse notar. Es desprejuiciado. Por eso desayuna con la mucama de su casa, y también el día en que vaya a atravesar una de las mayores pruebas de su vida, la que defina una parte importante de su existencia, será la misma mucama Mimí la que vaya al colegio a verlo, no sus padres. Ellos completamente desentendidos de él ya desde su nacimiento, podría decirse que no solo no están dispuestos a darle amor, sino a sentirlo. Los padres de Serafín no esperan de él un ser libre. Sino un ganador.     

     Un exitoso, como escuché cierta vez decir una mujer de mi ciudad. Un exitoso que es en lo que finalmente se convierte pero no producto de las expectativas de su padre, sino un exitoso por su propia iniciativa.

     ¿Y cómo se cruzan los destinos de Serfín, un escritor y un bruja? La bruja Amanda Amancay quiere a toda costa que alguien escriba su biografía de bruja, es decir, de bruja que en verdad es un hada. Serafín debe participar en un concurso en el colegio y elige el taller en el que el certamen consistirá en responder preguntas acerca de biografías. Y el escritor de esta historia es experto en escribir ese género literario. Pero es un escritor  fracasado. Porque lo que anhela profundamente es editar libros de miedo, terror, zombies y fantasmas.  Libros que asusten. La protagonista ideal de esa biografía es naturalmente Amanda Amancay. Y el lector ideal de ese libro para concursar en un colegio, es Serafín. Esto es lo que termina sucediendo, a grandes rasgos.

     ¿Pero cómo lograr que Felipe el escritor acepte realizar la biografía de Amanda Amancay? Amanda no tiene una vida llena de aventuras. Pero es una bruja. Y como toda bruja tiene un lunar en su nariz. Y como toda bruja es fea. Y tiene poderes para hacer daño a otros. O en verdad quizás tan solo haga magia, a secas.

     El 31 de octubre de cierto año, en que los tres miren la misma estrella por separado, quedará sellado el destino en que algún día se cruzarán sus vidas. Como de hecho así sucede en la historia que acabo de referir. En particular la noche en que Serafín, buscando una biografía para contestar las preguntas para su concurso, se encontrará navegando por la Innternet. Y luego de que ella irrumpa enojada en su cuarto porque él la ha tocado con el cursor del mouse de su computadora mientras ella navegaba por el ciberespacio, elijan en una búsqueda al escritor encargado de su biografía a Felipe Echnique.



     Pero ¿qué sucede en la vida de Serafín además de tener una familia que no se ocupa de él? No tiene amigos. Y en ese célebre concurso al que se presentará para “ser popular” debe enfrentarse a Axel, el hijo del dueño de la editorial que publica las biografías que escribe Felipe Echenique muy a su pesar. Pero únicamente porque ha firmado un contrato. Desde este otro punto leo la trama del libro. Desde el de un escritor fracasado, como el de Roberto Arlt, que cierto día de su vida se cruza con la oportunidad de escribir la biografía de una bruja (su pasión más ferviente) y también con repercusiones que terminarán siendo determinantes para este historia. Porque la biografía de esta bruja, editada gracias a las artes mágicas de Amanda Amancay en tiempo récord, logra llegar a menos de Serafín a tiempo para el concurso del que participará respondiendo preguntas de modo certero. Él ha asistido al proceso de génesis de escritura de cómo se gestaba la biografía. Él ha auxiliado al escritor con un grabador registrando la vida de Amanda Amancay para que dispusiera de más material para escribir la biografía. Él conoce a la biografiada. Él sabe lo que es leer libros y sabe lo que es descifrarlos sin prejuicios.

     Y, sobre todo, sabe lo que es en verdad la escritura, profundamente. Porque cuando llegue la pregunta final del concurso,  que estará escrita en un papel dentro de un sobre color rojo, sabrá responderla del modo correcto, pese a que el jurado no acuerde con su respuesta.

     La pregunta es muy simple pero muy compleja a la vez: “Serafín. ¿Qué creés que motivó al autor, Felipe Echeñique, a escribir esta historia?”. Esa es la pregunta, engañosamente simple, que el jurado ya considera respondida de modo acertado sencillamente porque ya la han estipulado como la única.

     Pero Felipe, contra toda expectativa, responderá otra cosa. Otra cosa que es  intensamente verdadera. Y que tal vez sea, ella misma, la parábola de la escritura de la que estoy hablando. La relación entre vocación y trabajo. Entre vocación y realización. Y entre vocación y frustración. Porque responderá Felipe: “-Felipe Echenique quiso ser coherente consigo mismo. Estaba cansado de escribir vidas que no le interesaban. Y esta historia tenía que ver mucho con sus sueños adolescentes de escribir cuentos de sangre y terror”. Felipe Echenique había actuado en consonancia con sus valores y sus ideales.

     El jurado la considerará errónea. Y, es más, lo descalificará directamente del concurso dando la pauta de que en verdad entre evaluación interpretativa de un libro y génesis de escritura hay un abismo. El que dirimirá el gran malentendido entre esta interpretación o sobreinterpretación que se le atribuye a la biografía y la verdadera, es quien la ha escrito. El que conoce sus más recónditas motivaciones. El que sabe por dentro, cómo ha sido construida una historia y tiene consciencia de su secreto nacimiento: Felipe. Que ese día y a esa hora se encuentra presente en el concurso y hace su aparición frente al jurado. Él, públicamente responde avalando a Serafín.

     La respuesta, que es la que le daría la crítica literaria y no el escritor propiamente dicho, es la siguiente que pronuncia la maestra: “Entendemos que Felipe Echenique escribió esta biografía como una irónica forma de denuncia, ante tanto falso brujo que engaña a la población”. Es una respuesta simplista y estereotipada. Además de pensar a la literatura como un medio para un fin: el de ser una el instrumento de una crítica. No una obra de arte autónoma concebida para ser admirada por su belleza o por su perfección.

     De modo que no solo leo esta historia como la parábola de la escritura, dramatizada entre alguien que está obligado a escribir lo que no quiere, tironeado entre el deber, el compromiso, los contratos, el dinero que necesita, la supervivencia y la realización. Sino que también leo este libro como el gran malentendido, de naturaleza inaugural y de naturaleza fundacional (que he sentido como crítico en muchas ocasiones) desde que nació la crítica, entre exégetas y creadores. El autor o autora crea a partir de ciertas premisas, emociones, condiciones de producción, procesos. El crítico asiste a un producto concluido, por un lado. Por el otro, ese producto no es unívoco. Es polisémico y admite muchas interpretaciones. Pretender que solo tiene un sentido es reducir la literatura a una fórmula y la literatura a una manual.

     Quienes crean obras literarias solo dan vida a una historia, a un conjunto de personajes que circulan y dialogan por ella o, en este caso, la historia de una vida. De la vida de una bruja que en verdad finge que es tal. Porque es un hada que hasta es tan bella que debe usar una máscara de bruja hasta que se quita el disfraz, se quita la careta y se ponga su traje floreado y su sombrero colorado para ir al colegio a ver el certamen de Serafín.  Sentada junto a Mimí, desbaratan la trampa de Axel quien, siendo finalista junto a Serafín del mismo concurso, finalmente es derrotado.

     Serafín es el gran lector. El lector por antonomasia y el lector que conoce los entretelones de la creación no por escritor, no por crítico, sino porque ha asistido a la escena de la escritura. Aunque bien podría ser un escritor. Y aunque bien puede que lo sea en el futuro. Serafín es quien también ha conocido a la protagonista de la biografía y le ha tomado declaración con un grabador para que le narre su vida y le sirva de material a Felipe. La bruja Amanda Amancay devenida finalmente lo que es, el hada, es la biografiada. La protagonista de otra historia. De una historia en segundo grado dentro de la historia que en sus líneas argumentales mayores narra este libro. La protagonista de su propia vida a la vez  que, respondiendo a la convención del género biografía, es su protagonista. Finalmente, Felipe es el creador. El que teje y desteje hilos de esa biografía que protagoniza quien tiene a su lado mientras escribe. Y de la que Serafín será lector públicamente frente a un auditorio el día del concurso. Felipe es quien termina por definir qué es la escritura para un escritor. Y qué es la escritura apasionada y apasionante para quien la ejerce. 

Y el jurado, está integrado por un conjunto de críticos que suelen elaborar una hipótesis de lectura devenida lectura crítica o, en el mejor, más de una. Caso que no es este. El escritor escribe su deseo. En este caso, también escribe con el objetivo de que Serafín gane su concurso y de que Amanda Amancay disponga de lo que más anhela en este mundo, quizás de modo narcisista: el relato de su vida. Quizás porque no es lo suficientemente interesante y necesita de alguien que la vuelva de ese modo.



     Serafín será el mejor crítico literario. No es ni quien está por fuera del texto por completo (el jurado), ni quien la ha escrito (Felipe), ni su protagonista de existencia constatable (Amanda Amancay). Es la persona que ha asistido al proceso creativo en tanto se desplegaba en el tiempo. Y ha asistido a todo el proceso de edición además de conocer la importancia de la magia en este mundo en el que se ha dejado de creer en lo que vale la pena. Que tal vez sea en los cuentos. O en el amor de sus padres. Y ahora que ha conocido a Amancay y a Felipe, ha recuperado el sortilegio que pueden ejercer sobre algunos mortales la ficción y los poderes sobrenaturales. Serafín ocupa el justo medio. Y también es honesto. No miente ni a la hora de hablar con sus padres. Ni  aspira a ser popular sin serlo. Ni pretende explicar este mundo de un modo que no es posible. Tampoco consiente en ser engañado. Es un niño con la capacidad de distinguir a un traidor y a canalla de una buena persona. Es la clase de persona que precozmente tiene capacidad de discernimiento.

     De modo que también leo Serafín, el escritor y la bruja como el libro en el cual las máscaras caen, como la de la bruja que en verdad es un hada, como la de Axel el competidor tramposo del certamen a quien le dictaban las respuestas con un micrófono.  Como la de su padre, el dueño de la editorial para la cual debe trabajar Felipe Echenique para ganarse el pan y donde es explotado. Donde cae la máscara del tramposo Coppetti, empleado del padre de Axel que le dicta las respuestas en el concurso. Y leo este libro, como la parábola del escritor probablemente fantasma, probablemente que escribe lo que otros le exigen  (como sucede con los periodistas) para sobrevivir. Para poder ganarse el pan a costa de lo más valioso que tiene. Que son su imaginación y sus principios.

     Que el cierre de este libro sea el viaje a Machu Pichu, con el que Serafín tanto había soñado, junto con Amanda Amancay, Felipe y Mimí, la mucama de su casa, con la insinuación de una posible historia de amor entre Felipe y Amanda Amancay también es la parábola perfecta de que los sueños de un lector que conoce los intersticios de la creación pueden cumplirse como puede escribirse un libro: con las ganas de lograrlo. 

     La escritura es el territorio de lo  posible y de lo imposible. Incluso de lo posible a medias, como lo ha estudiado Tzvetan Todorov. De esas ficciones e historias que vacilan entre una interpretación fabulosa y otra realista, en el caso de la literatura fantástica. En ese vaivén, también este libro juega con la fantasía de la tradición maravillosa (algunos de sus componentes emblemáticos, como la tradición de las brujas, los hechizos y los embrujos). La tradición de los cuentos de terror. La de las supersticiones. Y costumbres como la de Noche de Brujas. Pero también como los relatos dentro de los relatos. O de las vidas devenidas biografías que se terminan por convertir en historias. Y, por lo tanto, en ficciones. Y luego son interpretadas por los críticos de modo erróneo o bien descabellado respecto de su motivación originaria tal como la ha concebido su autor.


     Celebre que Claudia Piñeiro haya tenido la iniciativa y la ocurrencia de descorrer en velo entre este triángulo no siempre visible para los lectores infantiles, entre los hacedores de obras literarias, quienes asisten a ellas en su escena como testigos y quienes emiten los juicios sobre ellas. De modo completamente subjetivo y arbitrario. Demostrando que esas interpretaciones rara vez comulgan con las originarias del autor o autora.

     Esta es la historia, entonces, de la crítica errónea sobre biógrafos, biografiados y biografías. Nada más y nada menos que una lección de escritura. Y una lección sobre cómo leer. También al escribir crítica.



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