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viernes, 2 de agosto de 2019

Relectura de "El Eternauta en el centenario del nacimiento de Héctor Germán Oesterheld

OTRA VEZ LA NEVADA MORTAL

@ María Cristina Alonso


El Eternauta es -como lo han señalado muchos de sus lectores más agudos- una de las historias más originales, acaso la mejor de ciencia ficción de la Argentina. Releída una y otra vez cabe preguntar qué conexiones tiene esta historia -escrita en la década del 50- con los lectores del siglo XXI, apasionados por la tecnología.

El Eternauta le habla a la sociedad paranoica en la que estamos inmersos. Los jóvenes viven en un mundo que los acecha. Los medios de comunicación nos quieren hacer creer que vivimos en una sociedad llena de peligros. Que el peligro invade los hogares, o nos toma por sorpresa cuando salimos a la calle. El afuera, nos dicen los noticieros, nos lo dice la realidad, es un territorio de crueldades, de violencia. Ni siquiera en el espacio confortable de la casa se está seguro. La realidad nos impone a todos, un desasosiego insoportable. La historieta de Oesterneld dice otra cosa diferente de la que trasmiten los comunicadores: Si hay peligro, nos juntamos, estrechamos lazos, nos solidarizamos.

La aventura comienza en dos espacios donde los personajes crean, inventan. El cuarto de trabajo del narrador guionista, atestado de libros, y el escritorio donde está la silla que cruje y donde se corporizará el Eternauta. El otro es la buhardilla de Juan Salvo. Ambos lugares nos ubican en un mundo que hoy parece olvidado. El de la escritura a mano y el de los hobbies desplegados por varones habilidosos que, en la década del 50 eran lectores de las revistas Mecánica popular o Hobbies, antiguallas incomprensibles para los hombres u las mujeres de hoy, atentos a los avances tecnológicos pero que acaso no saben cómo se usa un martillo para clavar un clavo.
En la buhardilla de Juan, los amigos se reúnen no solo para jugar al truco sino para dar rienda suelta a sus pasiones e intereses. El profesor Faballi y su entusiasmo por la electrónica compartida con Lucas Herber que, además se empeña en construir él solo un contador Geiger de diseño propio y Polsky, que utiliza el espacio de Juan para construir violines.

Esa heterogénea buhardilla que Juan y sus amigos llamaban laboratorio nos habla de un mundo que se construía con habilidades y sueños que hoy parecen extemporáneos.
El tema de la invasión, tan transitado, ofrece aquí otras lecciones. Los héroes de Oesterheld no son seres superiores, sino argentinos normales, gente común que se enfrenta con un enemigo que casi es innombrable, con el Mal.
El mundo parece estar en equilibrio. La gente va a su trabajo, al cine, realiza sus tareas cotidianas. Pero, de pronto, algo que viene desde el exterior pone en peligro la paz del planeta. Es la invasión, la amenaza extraterrestre, la confirmación de que no hay armonía que dure, de que el enemigo siempre está al acecho y los hombres están indefensos en este mundo insignificante, perdido en el universo.

Es la manera con que se contó desde los primeros tiempos de la ciencia- ficción la amenaza absoluta, la fragilidad de la tierra frente al otro, al desconocido que viene, casi siempre para destruir y someter. H. G..Wells narró esta situación límite en un libro que aún hoy se lee con inquietud, La guerra de los mundos. Una invasión de marcianos a Londres iniciada con el lanzamiento de cilindros metálicos desde Marte, que se abren para dejar salir a los marcianos con aspecto de pulpos gigantes.

Desde entonces, las novelas, el cine y la historieta se empeñaron en reeditar una y otra vez esa situación espeluznante. En muy pocos casos los invasores llegan en son de paz, con fines altruistas. Oesterheld, en El Eternauta, la contó otra vez, pero allí no hay una fe ciega en la capacidad del ser humano por salir airoso de las acechanzas del espacio. Allí la historia termina mal, pero rescata, como no lo hacían las historietas en boga, la solidaridad de los héroes anónimos que juntan sus esfuerzos para sobrevivir. 

Es que Héctor Germán Oesterheld tiene confianza en el héroe colectivo. Él decía que siempre le había fascinado leer Robinsón Crusoe, y que El Eternauta es su versión de esa novela escrita por Daniel Defoe en el siglo XVIII. En esta historieta el héroe verdadero es el héroe colectivo, el hombre “en grupo”. Aquí está el nudo de lo que debemos destacar en este libro. La idea que puede trasladarse al mundo de hoy. Un mundo en que no ya los extraterrestres, pero sí la manipulación de los medios, la miseria, la desigualdad, la corrupción, la violencia parecen haber trastocado todas las relaciones sociales.

Estamos, entonces en esa noche, con Juan Salvo y sus amigos. Gente común, que juega al truco, que gusta de placeres simples, que lo que menos espera es que de pronto el mundo se vuelva silencioso y empiece a caer una nevada mortal.
Pero cuando esta cae, los personajes descubren que están solos y deben resolver los misterios y el peligro que los acecha juntándose, organizándose, cumpliendo cada uno una función específica con los objetos que tienen a mano. Todos tienen saberes que ahora es necesarios desplegar. Como Robinson en su isla, pero rodeados de muerte. De simples habitantes del barrio de Villa Crespo pasan rápidamente a convertirse en héroes improvisados. Es el momento en que comienza la lucha por sobrevivir.

Y el Mal es difuso, ni siquiera tiene nombre. Son los “Ellos” que, en la segunda versión desnudan conflictos que padecemos. Los extraterrestres han pactado con las grandes potencias y han entregado a Latinoamérica. Eso en los años sesenta se llamaba imperialismo; hoy, injusta globalización.
Peor aún, los “Ellos” no actúan directamente. Tienen sus emisarios, otros seres interplanetarios a los que han sometido: los manos, los gurbos, los cascarudos. Finalmente los hombres robots que, merced a un teledirector implantado, cumplen sus órdenes.


Desde el territorio de la ficción, la realidad suele alumbrase misteriosamente. Como el guionista que escucha el relato de Juan Salvo sólo nos queda preguntar: ¿Será posible? Y lo es.

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