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sábado, 24 de agosto de 2019


“Liliana Bodoc: marchar al  encuentro del semejante”

@ Adrián Ferrero




     Cuando en 2013 Liliana Bodoc publica su breve novela “El perro del peregrino” convengamos que asume un riesgo alto porque también sabe que la materia que abordará en ese libro cifrada en términos de un argumento literario sería polémica. Eso no la arredró en modo alguno. Es más, lo hizo como parte de un ejercicio a mi juicio completamente coherente con su proyecto creador que consistió, ya desde sus bases fundacionales, en un ejercicio de valentía. Hubo sin embargbo también mucho respeto. También agregaría a ella que Bodoc no conoció, al menos desde el punto de vista de las distintas materias que fue trabajando en su bibliografía, la cobardía. Se fue acentuando una cierta idea de que era de naturaleza sustantiva que una poética se atreviera a abordar ejes problemáticos en torno de asuntos políticos. No facciosos ni partidistas, pero sí apostando a ciertos principios que consideró los elementales para la dignidad de las personas: la dignidad, la libertad, la igualdad y el respeto del semejante. También el rechazo de toda forma de la violencia. Es posible rastrear estos temas, desde una dimensión compleja, en toda su producción, abordados desde puntos de vista y fábulas diferentes y también desde una mirada prismática que tampoco se permitía los lugares comunes en torno de lo que debía ser un discurso combativo. En efecto, Liliana Bodoc fue inteligente, por un lado. Y tuvo grandeza, por el otro. No aspiró a descalificar a nadie. Pero sí se apresuró a realizar fuertes señalamientos e intervenciones de una intensidad sin precedentes en el marco de la literatura infantil y juvenil (además de la de para adultos) argentina en torno de discursos o prácticas que atentaran contra los valores humanistas arriba señalados. Un utopismo que jamás la abandonó la hizo privilegiar, por ejemplo, el sustrato aborigen como referencia natural de sus sagas “de comienzos”. Más tarde llegarían otros.


     Pero vayamos a “El perro del peregrino”. El sintagma que compone su título pone en un segundo plano al amo y, en cambio, lo sustituye, cambiando el foco, por su mascota. Esto nuevamente es otro indicio: a Liliana Bodoc le interesa no tanto concentrarse en formas tradicionales tanto de referir historias como en el modo de hacerlo de modo renovador pero sin estridencias. Sino en una exploración permanente de puntos de vista, procedimientos y contenidos que alumbren posibilidades inéditas, en su caso concreto en la narrativa de imaginación. Y procedió de este modo también en su producción para todas las edades. Quiero decir con esto: no subestimó a nadie, cualquiera fuese su edad cronológica. Estaba pensando todo el tiempo en abordar a su literatura desde la integridad más que desde la división o clasificación por taxonomías. Por otro lado, uno se encuentra en su poética con un caso sin precedentes: sus libros pueden ser leídos desde los adultos tanto como por los adolescentes o incluso los niños. Este don de “escribir para todas las edades” es infrecuente. Con mediaciones mínimas, estoy convencido de que esto es posible y es lo que marca el contraste con otras poéticas argentinas e incluso universales. Liliana Bodoc aspiraba no solo a lo universal por el abordaje de sus argumentos sino por el modo de hacerlo. Su poética era una poética fundamentalmente accesible, sin obstáculos ni hermetismos. Ello no le restó una gota de excelencia estética a sus cuentos y novelas.
     Y concretamente en el caso de “El perro del peregrino”, una producción muy próxima a sus últimos años si tenemos en cuenta este reciente 2018 en lamentablemente para la comunidad argentina y del mundo partió, afrontó un desafío incuestionable. En efecto: se confrontó con el relato comprometido de una versión del evento probablemente más relevante de la Historia de la Humanidad, junto con su creación: el de la vida de Cristo. Y es aquí entonces cuando retomo la noción de temas de naturaleza polémica porque imagino que al momento de escribirla ella sabía perfectamente que se movería en un acantilado peligroso. Convertir a Jesús en asunto de una novela, esto es, el hombre más relevante de la Historia para la mayoría de la Humanidad en personaje de ficción, suponía un tratamiento de orden delicado. Respetuosa como fue siempre tanto con la diversidad como con la diferencia de toda índole y de toda naturaleza, Liliana Bodoc sin embargo afronta y confronta reelaborando a una personalidad a la que hace devenir personaje de una nouvelle, esto es, de una ficción. Procederá a una representación literaria de una figura de existencia constatable y de existencia constatable de orden públicamente mayúsculo. Lo desrealiza como persona para realizarlo como materia literaria. Eso por un lado. Por el otro, de modo casi irremediable (y yo considero que hasta deliberado) dialoga con el relato oficial que la Iglesia daba de él en el marco de su dogma de fe. Sin negar sus atributos magníficos, es una figura que es abordada desde su dimensión más humana. Porque le interesaba la figura de Jesús precisamente me parece más desde ese óptica. En tanto que hombre defensor de valores dignos, virtuosos y arquetípicos. Considero que la dimensión más interesante de este libro es que toma de los Evangelios menos su constelación de sentidos teológicas que sus posibilidades creativas. Este es el punto y desde aquí leo a Bodoc. Porque ella es una escritora de ficción y no una Maestra de la Iglesia, motivo por el cual no se sentiría, de modo humilde, como lo fue, autorizada a emitir juicios acerca de puntos de vista acerca de temas de la fe sin conocimiento, esto es, apresurados e infundados, ni tampoco invectivas en su congtra, porque no era una persona irrespetuosa o falta de modales. Era tal su sentido del pluralismo, a mi juicio, que en cambio sentía la consideración propia de quienes con responsabilidad hablan de lo que saben, que es la literatura y la escritura. Su territorio, su campo y su verdadero saber. No obstante, narrar la biografía de Jesús supone una visión particular (pero sin particularismos) de su mensaje así como de lo que de él hoy en día está vigente o quienes en él creen ponen en práctica a la hora de actuar y vivir. Así, Liliana Bodoc, trayendo la figura de Jesús al presente bajo la forma de una representación per evidentemente de naturaleza histórica y no una mera invención, restituye su mensaje, por un lado. Por el otro, nos lleva a una reflexión a fondo de qué de su mensaje quienes en él afirman creen ponen en práctica sus lecciones. Este punto lo veo clarísimo. No hay una casualidad en la llegada de Jesús a su ficción. Es una figura que encarna valores que estima, precisamente, intachables, preciosos y que deben permanecer inmarcesibles, sin ser ni adulterados ni manipulados desde la conveniencial.
      Liliana Bodoc no iba a cuestionar puntos de vista acerca de la doctrina cristiana por dos motivos. En primer lugar porque respetaba a una figura que ante todo predicó el respeto hacia el prójimo. Y en segundo lugar porque respetaba demasiado a su prójimo, incluso eventualmente disintiendo con él (cosa que a ciencia cierta ignoro y sería temerario de mi parte afirmar), para que nadie pudiera sentirse sensible a un mensaje que ofendiera sus creencias. De modo que he aquí nuevamente a una persona íntegra que, sin embargo, no hace concesiones. Va al rescate de la figura paradigmáticamente más digna de la Historia de la Humanidad alguien que ante todo lo fue y lo demostró.  
     Sabe que abordando un tema de esta naturaleza media Humanidad no le tendrá simpatía si no lo hace desde el repudio. Y la otra mitad no se la tendrá si lo hace desde una posición heterodoxa o bien Porque no todo el mundo tiene en claro que la ficción no es tan simplista como para ser confundida con un panfleto. Pero he aquí la grandeza (y la brillantez) de Liliana Bodoc. Porque en efecto, apoderándose de una historia que detentaba exclusivamente un libro sagrado venerado, lo toma como materia literaria desde una perspectiva narrativa singular. Pero su abordaje, es el justo. Ni más ni menos. Se comporta a la altura de las circunstancias. Se apodera de un relato oficial para cifrarlo según sus propios términos. Pero no es blasfema. En tal sentido, si bien no se arredra ante la inspiración por tomar como tema literario una historia que es Historia. Tampoco es una persona que se deje de comportar con todo el esmero y la consideración que le merece el semejante que asume esta historia como Historia Sagrada. Subyace al libro, entonces, esta encomiable tarea que Liliana Bodoc realiza de modo magistral. Ni agravia, ni se arredra. Toma de una Historia codificada durante siglos, solo lo que le conviene. Asume que seguramente el mundo ateo no verá con buenos ojos que ella otorgue crédito virtuoso a una persona que para muchos resulta alienante y enemiga de su cosmovisión materialista y que no concibe el espiritualismo sino bajo el ateísmo o el agnosticismo. Lo que no es sinónimo, me gustaría dejar en claro esto, que ser ateo sea sinónimo de no responder a una ética virtuosa.


     Plantearía entonces en estos términos la estrategia deslumbrante, de escritura capaz de crear a un Satanás con un clima ominoso de modo que pocas veces he visto a lo largo de toda mi historia de lector. De poner su imaginación potente y frondosa al servicio de narrar una Historia que ella convierte, con palabras modestas, en historia, con minúsculas. Esto es, en materia literaria. Y, el otro punto que considero primordial aquí, ya desde su título, consiste en que no admitirá la voz autoritaria que narre esta trama sino la de un humilde cachorro. Esto es: ni tan siquiera un humano. El más humilde de entre los seres de la tierra. Quizás ese ser que como nota dominante suele ser el apego, la fidelidad y un sentimiento de devoción hacia su amo que, en este caso es la palabra clave. La devoción. Pero que también quiere sea la valentía llena de bravura de quien suele defender un hogar con sus dientes, sus orejas y su olfato. Quizás fueron todos esos sentidos los que Liliana Bodoc puso a funcionar para, al momento de escribir su historia, hacerlo en los término apropiados y en el tono justo. Y el equilibrio y la armonía que no condujeran ni al odio y las divisiones. Sino la concordia. Y a la reconciliación. En el medio por supuesto que estaría el disfrute gozoso en su maestría del ejercicio literario. Y el abrazo del semejante que marcha al encuentro del semejante. Sin sectarismos, odios ni confrontaciones. Simplemente la comunión.

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