Gustavo Roldán: desandar
los pasos hasta el Edén”
por Adrián Ferrero
Creo yo que para Gustavo Roldán (1935-2012)
regresar a su Monte Chaqueño natal a través de su poética ha sido una de las
constantes que más señaladamente lo marcaron como productor cultural. Desde la
dimensión de los argumentos, de la construcción de personajes, del escenario
naturalmente en el marco en el que los ubicó. Pero también desde el plano de
una clase singular de voz que debió construir.
Hubo en Gustavo Roldán con esta
incuestionable galería de personajes que fueron los animales y algunos
aborígenes (junto con su cosmovisión) la encarnación de una búsqueda obstinada
por reponer la voz que mencioné que o había sido liquidada, o había sido
amordazada o simplemente no existía porque se trataba de una del orden de lo
imaginario.
En efecto, Roldán apostó a encontrar el
tono justo para dotar a esas multiplicidad facetada que constituía la fauna y
la flora de su Chaco originario de una cierta clase de representación literaria
también que diera cuenta de lo que contenía de trágico, de pícaro, de
humorístico y de ese conjunto dramático de carencias (que jamás ocultó, porque
también involucraba violencias e injusticias objetables).
También de toda la dimensión creativa a la
que apostó que no tuvo que ver con hacer de su poética un espejo de esa
toponimia sino más bien una zona de la cual tomar como punto de partida ciertos
elementos para luego echar a volar hacia otras fronteras de relato que tenían
que ver con la imaginación propiamente dicha y no tanto con reconstruir lo que
había vivido o visto. Sino con la invención de un panorama novedoso. Esas
“fábulas” que nada tenían que ver con las de Esopo, La Fontaine u otros autores
que acudieron a la figuración de animales para encarnar defectos y virtudes, no
encontraron en Gustavo Roldán precisamente ecos ni resonancias. Porque si a
algo estuvo atento Roldán fue a no permitir ni permitirse que su literatura
convirtiera al paisaje de una zona rica en exotismo para la literatura
centralizada de una ciudad como Buenos Aires ávida por encontrar turismo
literario. O bien un territorio de virtudes y defectos con sede en algún punto
del país que no fuera su geografía escueta. Ese es el flanco débil perfecto que
hubiera ofrecido para que su poética fuera desautorizada. Muy por el contrario,
su poética se concentró en otra especie literaria. Fundamentalmente cuentista, estos personajes
llenos de ocurrencias y de afanosas aventuras son de naturaleza completamente
sincera y jamás se proponen nada que no sea hacer o vivir. También pensar.
Porque se trata en el caso de Roldán siempre de una apuesta a la libertad. La
poética de Roldán es simple sin ser jamás simplista. Porque acude de modo
elocuente a un tipo de imaginación narrativamente atractiva desde el punto de
vista de la acción pero también de la exigencia y su poética deviene ética.
Ética de la literatura, porque de modo indeclinable hay cuestiones que para él
no se negocian. Y ética de un humanismo que va tras el reconocimiento de la
alteridad procurando una intervención potente en el orden de lo solidario para
con las personas.
Hay presente en Gustavo Roldán (y su
trayectoria permite comprobarlo) una problematización de dos nociones definidas
habitualmente en términos fáciles sobre las que varios de los estudios y
creadores de literatura así llamada infantil estamos dando una dura batalla. En
primer lugar que de una vez por todas se eliminen los ghettos que dividen “alta
literatura” o “alta cultura” de las “literaturas menores” dentro de las cuales
entra naturalmente la así llamada infantil y la juvenil. Por otro lado, siendo
oriundo y escribiendo sobre el Gran Chaco, sus habitantes humanos, su fauna y
su flora, está la otra gran batalla de Roldán: la bizantina y patética
distinción entre “literatura de Bs. As.” y la “del interior” en un país
altamente centralizado. Pero Roldán es astuto y no cae en la celada. Como el
gran escritor jujeño Héctor Tizón, sabe que la excelencia literaria no subyace
a una toponimia ni temática ni está alojada en un espacio nacional físico
concreto. Sino que se cifra en un uso diestro y talentoso de la lengua
literaria y sus procedimientos y recursos. Debemos a la inspiración de sus
argumentos entonces esta otra ruptura tan impresionante como imprescindible. La
de destruir los juicios llenos de prejuicios acerca de centro y periferia.
Literatura de Bs. As. versus la que se produce desde cualquier zona del país
con espíritu creativo y original. Por otra parte, con el espíritu de lo local
(como motivo relativo a la fauna, la flora y el paisaje rural chaqueño) se
puede concretar un proyecto novedoso, gratificante e inteligente. Gustavo
Roldán se movió en este sismo entonces cuyas grietas siempre dividieron al arte
literario argentino. Literatura infantil del interior versus literatura para
adultos realizada y pensada por autores y para un público de Buenos Aires. Puntos
de vista, bien mirados, no solo estrechos, sino profundamente egoístas además
de egocéntricos.
Y hubiera sido muy sencillo (y a este
punto peligroso Roldán estuvo muy atento) incurrir en un localismo regionalista
sin retorno. Es por eso que sus historias siempre ambientadas en el Gran Chaco
siempre están hablando de muchas cosas. De cosas que le preocupan y que exceden
el mero paisajismo ambiental o sus problemáticas más elementales.
Por otra parte, en su libro “Cuentos que
cuentan los indios” (1991), Gustavo Roldán rescató luego de una profunda y
migrante investigación antropológica de campo el sustrato aborigen del Gran
Chaco Argentino que había sido su tierra natal, como dije. Así, restituía la
dignidad a las culturas toba, de los matacos y guaraníes que se apresuró a
afirmar no convenía confundir sino preservar en toda su diversidad tanto de pueblos como de lenguas y confirmó un
dato fundamental: que habían sido en varios casos enemigas entre ellas. De modo
que tampoco idealizó a esos pueblos. Las pensó en cambio a estas tribus como a
personas de una cultura prehispánica con una cultura cuyos cuentos, mitos y
leyendas de modo honesto rescataba y en un Prólogo aclaratorio se refirió a
varios puntos. Allí explicaba el conjunto de mediaciones que había habido hasta
llegar a la versión definitiva del libro. Y cómo se había encontrado incluso
con versiones documentales que no coincidían, motivo por el cual había debido
tomar decisiones que involucraban incluso variables éticas, políticas y, en un
punto, de naturaleza ideológica. Gustavo Roldán fue honesto y jamás ocultó que
estaba realizando un trabajo que involucraba el manejo de fuentes que suponía
una labor de orden complejo si uno lo hacía de modo respetuoso. No le
interesaba “escribir un cuento sobre los indios” sino, en cambio, recuperar esa
riqueza infinita que habían sido las culturas literarias orales de esos pueblos
prehispánicos que ahora en algunos casos circulaban en español a través, lo
repito, de numerosas mediaciones. Ellas neutralizaban esa identidad tan
preciosa en diversos matices.
Regresar al Gran Chaco fue para Gustavo
Roldán (es decir, escribir y poner en ejecución todo su proyecto) una suerte de
regreso al Edén. Ese del que nunca debimos haber salido o permitido que nos arrancaran.
Un Edén que para cada uno de nosotros es distinto. Porque se aloja en un
espacio (también en el orden de las representaciones simbólicas) que no es el
mismo. Pero del que tarde o temprano nos expulsan, nos guste o no, o nos vemos
obligados a salir. Aunque hagamos berrinches y procuremos resistirnos a semejante
acto de violencia simbólica e incluso material en ciertos casos. Porque nos priva
de nuestros orígenes y nos mutila definitivamente de nuestra historia y de
nuestra Historia. De ambas. Porque precisamente allí está lo más precioso de una
persona. De su identidad. En efecto, es
en este punto en donde “El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones
y maquinaciones de grandes malvados”. Y remata Roldán con su cita en uno de sus
cuentos con el final de la brutal frase de Adolfo Bioy Casares: “Entiendo que
subestima la estupidez”. Ya ven, hay aquí lugar incluso para cruces, diálogos,
intersecciones, tramas, que no son precisamente lo que se dice unívocas, estereotípicas
ni lineales. Para Gustavo Roldán la literatura y las poéticas tanto como sus
lecturas admiten y hasta exigen múltiples recorridos, itinerarios, tránsitos.
Así, Roldán lograba que la voz tonante de Bioy, hacedor de milagros que suelen
acontecer en islas fabulosas o bien en una
aristocrática Bs. As., en una Europa tradicional o bien el campo chic argentino
(una voz de autoridad en el campo intelectual argentino y el canon
nacional) se mezclara con la de los
animales del Monte Chaqueño. Además de este otro paisaje “plebeyo”, si se
quiere, Roldán hacía dialogar a dos poéticas no diría antagónicas pero cuyas
miras estaban puestas en distintos objetivos. Estos milagros que cruzan la así
llamadas “alta literatura” o “alta cultura” con una ¿“literatura menor”? a ojos de muchos, como la
así llamada “literatura infantil”, que debería mostrarse supuestamente resentida,
o bien apartarse rencorosa de la primera, al igual que “la del interior” por no
disponer de la misma acogida porteña era inadmisible para Roldán. Se trataba de
falsas dicotomías. Disyuntivas para las que no estaba dispuesto a prestarse.
Por otra parte, hasta donde puedo apreciar de su persona, su carácter combativo
(pero jamás necio) lo conducía hacia el campo utópico de una poética que
aspiraba a ideales más que a mezquinas peleas facciosas. En verdad, como vemos,
Gustavo Roldán procede de modo completamente opuesto y da una lección de
modestia además de una lección de inteligencia y de grandeza. De alianza perpetua
en torno de la literatura considerada como totalidad indestructible.
Demostrando no solo su integridad de hombre de letras sino hasta su astucia, traza
esa figura en el tapiz sin afectaciones en una pirueta maestra. Este enorme
escritor, ganador del Primer Premio Nacional de Literatura, Tercer Premio
Nacional de Literatura, Premio Konex por la totalidad de su obra y Premio Fondo
Nacional de las Artes, entre varios otros, es reconocido por una trayectoria
tan coherente como impecable. Todo conduce a pensar que de todas formas la
escritura para Gustavo Roldán es otra cosa. Se trata de algo completamente
diferente. Es un oficio ligado estrechamente a la ética. Es un trabajo pero
también es un conjunto de ideales y principios inamovibles que se negocian. No
hubo, resulta evidente, narcisismo alguno en su persona, por más que haya
habido satisfacciones (lo que es muy distinto) en función de la misión cumplida
reconocida por el prójimo con una cierta autoridad. Y estos premios pienso que
no lo terminaron de convencer porque para él la literatura más que ganar
premios era escribir y era restituir la dignidad a quienes padecían u olvido o
silencio desde también desde el universo de los significados sociales y
geopolíticos.
Afirma Gustavo Roldán en un breve paratexto
de su libro “Prohibido el elefante” (1988) con estas o parecidas palabras (además
de en uno de los cuentos las arriba citadas de Bioy) que las naves espaciales
son estupendas para volar y ser admiradas, pero que además de mirar hacia arriba
resulta conveniente mirar hacia los costados. Así uno no se olvida de qué y
quiénes lo rodean. Es por eso que él, que se crió en el Monte Chaqueño, trepado
sobre los árboles y jugando con los animales a la hora de la siesta,
aprendiendo a conocer sus costumbres, nombres y lenguajes, amó su tierra. Roldán
reunía en esa infancia en libertad el sustrato que, macerando en su interior,
daría por resultado luego el conjunto de una poética personalísima. Y que
estimo sobresaliente en nuestro panorama
nacional y latinoamericano.
Gustavo Roldán da esa vuelta de tuerca
maestra que logra que un creador sea un gran creador. Y su poética deviene entonces
ese espacio de enunciación exigente para registrar un panorama tan amplio que
de modo inclusivo abarca, es cierto, un paisaje. Pero defiende sobre todo,
aquello que de modo casi militante Italo Calvino y Borges postularon: el amor
por contar historias, por la fábula. Su abordaje prosigue esas premisas. Contar
historias astutas, trágicas, humorísticas y llenas de picardía. Ese permitirse
narrar sin procurar persuadir con parábolas edificantes ni pedagogías insulsas
o, por qué no, arriesgaría que hasta sugestivas e impactantes. Esas que pueden
resultar un espectáculo resonante pero no tienen lugar para la franqueza de un
alma humilde y de una poética que postuló una antropología de lo noble de
manera indoblegable. Aquí se trata de hacer otra cosa, que ahora que lo pienso
es en verdad hacer literatura en su estado más primordial: narrar sin otra
expectativa más que esa. A lo sumo de formar y de informar sobre cuestiones
alarmantes sobre las que sí hacía falta reflexionar.
Así, Gustavo Roldán nos regala una
escritura, diría yo, de orden totalmente gratuito (¿de veras?), porque no
aspira al mensaje pedagógico. Deja que otros lean y se conmuevan con historias engañosamente
transparentes. Y con ese arraigo que no
solo no lo avergüenza sino lo enorgullece, Gustavo Roldán marcha al encuentro
de su tan merecido Edén: el Gran Chaco Argentino. El destino más perenne.
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