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sábado, 17 de agosto de 2019


Gustavo Roldán: desandar los pasos hasta el Edén”

 por Adrián Ferrero



     Creo yo que para Gustavo Roldán (1935-2012) regresar a su Monte Chaqueño natal a través de su poética ha sido una de las constantes que más señaladamente lo marcaron como productor cultural. Desde la dimensión de los argumentos, de la construcción de personajes, del escenario naturalmente en el marco en el que los ubicó. Pero también desde el plano de una clase singular de voz que debió construir.


     Hubo en Gustavo Roldán con esta incuestionable galería de personajes que fueron los animales y algunos aborígenes (junto con su cosmovisión) la encarnación de una búsqueda obstinada por reponer la voz que mencioné que o había sido liquidada, o había sido amordazada o simplemente no existía porque se trataba de una del orden de lo imaginario.

     En efecto, Roldán apostó a encontrar el tono justo para dotar a esas multiplicidad facetada que constituía la fauna y la flora de su Chaco originario de una cierta clase de representación literaria también que diera cuenta de lo que contenía de trágico, de pícaro, de humorístico y de ese conjunto dramático de carencias (que jamás ocultó, porque también involucraba violencias e injusticias objetables).

     También de toda la dimensión creativa a la que apostó que no tuvo que ver con hacer de su poética un espejo de esa toponimia sino más bien una zona de la cual tomar como punto de partida ciertos elementos para luego echar a volar hacia otras fronteras de relato que tenían que ver con la imaginación propiamente dicha y no tanto con reconstruir lo que había vivido o visto. Sino con la invención de un panorama novedoso. Esas “fábulas” que nada tenían que ver con las de Esopo, La Fontaine u otros autores que acudieron a la figuración de animales para encarnar defectos y virtudes, no encontraron en Gustavo Roldán precisamente ecos ni resonancias. Porque si a algo estuvo atento Roldán fue a no permitir ni permitirse que su literatura convirtiera al paisaje de una zona rica en exotismo para la literatura centralizada de una ciudad como Buenos Aires ávida por encontrar turismo literario. O bien un territorio de virtudes y defectos con sede en algún punto del país que no fuera su geografía escueta. Ese es el flanco débil perfecto que hubiera ofrecido para que su poética fuera desautorizada. Muy por el contrario, su poética se concentró en otra especie literaria.  Fundamentalmente cuentista, estos personajes llenos de ocurrencias y de afanosas aventuras son de naturaleza completamente sincera y jamás se proponen nada que no sea hacer o vivir. También pensar. Porque se trata en el caso de Roldán siempre de una apuesta a la libertad. La poética de Roldán es simple sin ser jamás simplista. Porque acude de modo elocuente a un tipo de imaginación narrativamente atractiva desde el punto de vista de la acción pero también de la exigencia y su poética deviene ética. Ética de la literatura, porque de modo indeclinable hay cuestiones que para él no se negocian. Y ética de un humanismo que va tras el reconocimiento de la alteridad procurando una intervención potente en el orden de lo solidario para con las personas.

     Hay presente en Gustavo Roldán (y su trayectoria permite comprobarlo) una problematización de dos nociones definidas habitualmente en términos fáciles sobre las que varios de los estudios y creadores de literatura así llamada infantil estamos dando una dura batalla. En primer lugar que de una vez por todas se eliminen los ghettos que dividen “alta literatura” o “alta cultura” de las “literaturas menores” dentro de las cuales entra naturalmente la así llamada infantil y la juvenil. Por otro lado, siendo oriundo y escribiendo sobre el Gran Chaco, sus habitantes humanos, su fauna y su flora, está la otra gran batalla de Roldán: la bizantina y patética distinción entre “literatura de Bs. As.” y la “del interior” en un país altamente centralizado. Pero Roldán es astuto y no cae en la celada. Como el gran escritor jujeño Héctor Tizón, sabe que la excelencia literaria no subyace a una toponimia ni temática ni está alojada en un espacio nacional físico concreto. Sino que se cifra en un uso diestro y talentoso de la lengua literaria y sus procedimientos y recursos. Debemos a la inspiración de sus argumentos entonces esta otra ruptura tan impresionante como imprescindible. La de destruir los juicios llenos de prejuicios acerca de centro y periferia. Literatura de Bs. As. versus la que se produce desde cualquier zona del país con espíritu creativo y original. Por otra parte, con el espíritu de lo local (como motivo relativo a la fauna, la flora y el paisaje rural chaqueño) se puede concretar un proyecto novedoso, gratificante e inteligente. Gustavo Roldán se movió en este sismo entonces cuyas grietas siempre dividieron al arte literario argentino. Literatura infantil del interior versus literatura para adultos realizada y pensada por autores y para un público de Buenos Aires. Puntos de vista, bien mirados, no solo estrechos, sino profundamente egoístas además de egocéntricos.

     Y hubiera sido muy sencillo (y a este punto peligroso Roldán estuvo muy atento) incurrir en un localismo regionalista sin retorno. Es por eso que sus historias siempre ambientadas en el Gran Chaco siempre están hablando de muchas cosas. De cosas que le preocupan y que exceden el mero paisajismo ambiental o sus problemáticas más elementales.

     Por otra parte, en su libro “Cuentos que cuentan los indios” (1991), Gustavo Roldán rescató luego de una profunda y migrante investigación antropológica de campo el sustrato aborigen del Gran Chaco Argentino que había sido su tierra natal, como dije. Así, restituía la dignidad a las culturas toba, de los matacos y guaraníes que se apresuró a afirmar no convenía confundir sino preservar en toda su diversidad  tanto de pueblos como de lenguas y confirmó un dato fundamental: que habían sido en varios casos enemigas entre ellas. De modo que tampoco idealizó a esos pueblos. Las pensó en cambio a estas tribus como a personas de una cultura prehispánica con una cultura cuyos cuentos, mitos y leyendas de modo honesto rescataba y en un Prólogo aclaratorio se refirió a varios puntos. Allí explicaba el conjunto de mediaciones que había habido hasta llegar a la versión definitiva del libro. Y cómo se había encontrado incluso con versiones documentales que no coincidían, motivo por el cual había debido tomar decisiones que involucraban incluso variables éticas, políticas y, en un punto, de naturaleza ideológica. Gustavo Roldán fue honesto y jamás ocultó que estaba realizando un trabajo que involucraba el manejo de fuentes que suponía una labor de orden complejo si uno lo hacía de modo respetuoso. No le interesaba “escribir un cuento sobre los indios” sino, en cambio, recuperar esa riqueza infinita que habían sido las culturas literarias orales de esos pueblos prehispánicos que ahora en algunos casos circulaban en español a través, lo repito, de numerosas mediaciones. Ellas neutralizaban esa identidad tan preciosa en diversos matices.

     Regresar al Gran Chaco fue para Gustavo Roldán (es decir, escribir y poner en ejecución todo su proyecto) una suerte de regreso al Edén. Ese del que nunca debimos haber salido o permitido que nos arrancaran. Un Edén que para cada uno de nosotros es distinto. Porque se aloja en un espacio (también en el orden de las representaciones simbólicas) que no es el mismo. Pero del que tarde o temprano nos expulsan, nos guste o no, o nos vemos obligados a salir. Aunque hagamos berrinches y procuremos resistirnos a semejante acto de violencia simbólica e incluso material en ciertos casos. Porque nos priva de nuestros orígenes y nos mutila definitivamente de nuestra historia y de nuestra Historia. De ambas. Porque precisamente allí está lo más precioso de una persona. De su identidad.  En efecto, es en este punto en donde “El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados”. Y remata Roldán con su cita en uno de sus cuentos con el final de la brutal frase de Adolfo Bioy Casares: “Entiendo que subestima la estupidez”. Ya ven, hay aquí lugar incluso para cruces, diálogos, intersecciones, tramas, que no son precisamente lo que se dice unívocas, estereotípicas ni lineales. Para Gustavo Roldán la literatura y las poéticas tanto como sus lecturas admiten y hasta exigen múltiples recorridos, itinerarios, tránsitos. Así, Roldán lograba que la voz tonante de Bioy, hacedor de milagros que suelen acontecer en islas fabulosas o  bien en una aristocrática Bs. As., en una Europa tradicional o bien el campo chic argentino (una voz de autoridad en el campo intelectual argentino y el canon nacional)  se mezclara con la de los animales del Monte Chaqueño. Además de este otro paisaje “plebeyo”, si se quiere, Roldán hacía dialogar a dos poéticas no diría antagónicas pero cuyas miras estaban puestas en distintos objetivos. Estos milagros que cruzan la así llamadas “alta literatura” o “alta cultura” con una  ¿“literatura menor”? a ojos de muchos, como la así llamada “literatura infantil”, que debería mostrarse supuestamente resentida, o bien apartarse rencorosa de la primera, al igual que “la del interior” por no disponer de la misma acogida porteña era inadmisible para Roldán. Se trataba de falsas dicotomías. Disyuntivas para las que no estaba dispuesto a prestarse. Por otra parte, hasta donde puedo apreciar de su persona, su carácter combativo (pero jamás necio) lo conducía hacia el campo utópico de una poética que aspiraba a ideales más que a mezquinas peleas facciosas. En verdad, como vemos, Gustavo Roldán procede de modo completamente opuesto y da una lección de modestia además de una lección de inteligencia y de grandeza. De alianza perpetua en torno de la literatura considerada como totalidad indestructible. Demostrando no solo su integridad de hombre de letras sino hasta su astucia, traza esa figura en el tapiz sin afectaciones en una pirueta maestra. Este enorme escritor, ganador del Primer Premio Nacional de Literatura, Tercer Premio Nacional de Literatura, Premio Konex por la totalidad de su obra y Premio Fondo Nacional de las Artes, entre varios otros, es reconocido por una trayectoria tan coherente como impecable. Todo conduce a pensar que de todas formas la escritura para Gustavo Roldán es otra cosa. Se trata de algo completamente diferente. Es un oficio ligado estrechamente a la ética. Es un trabajo pero también es un conjunto de ideales y principios inamovibles que se negocian. No hubo, resulta evidente, narcisismo alguno en su persona, por más que haya habido satisfacciones (lo que es muy distinto) en función de la misión cumplida reconocida por el prójimo con una cierta autoridad. Y estos premios pienso que no lo terminaron de convencer porque para él la literatura más que ganar premios era escribir y era restituir la dignidad a quienes padecían u olvido o silencio desde también desde el universo de los significados sociales y geopolíticos. 

     Afirma Gustavo Roldán en un breve paratexto de su libro “Prohibido el elefante” (1988) con estas o parecidas palabras (además de en uno de los cuentos las arriba citadas de Bioy) que las naves espaciales son estupendas para volar y ser admiradas, pero que además de mirar hacia arriba resulta conveniente mirar hacia los costados. Así uno no se olvida de qué y quiénes lo rodean. Es por eso que él, que se crió en el Monte Chaqueño, trepado sobre los árboles y jugando con los animales a la hora de la siesta, aprendiendo a conocer sus costumbres, nombres y lenguajes, amó su tierra. Roldán reunía en esa infancia en libertad el sustrato que, macerando en su interior, daría por resultado luego el conjunto de una poética personalísima. Y que estimo sobresaliente en  nuestro panorama nacional y latinoamericano.

    Gustavo Roldán da esa vuelta de tuerca maestra que logra que un creador sea un gran creador. Y su poética deviene entonces ese espacio de enunciación exigente para registrar un panorama tan amplio que de modo inclusivo abarca, es cierto, un paisaje. Pero defiende sobre todo, aquello que de modo casi militante Italo Calvino y Borges postularon: el amor por contar historias, por la fábula. Su abordaje prosigue esas premisas. Contar historias astutas, trágicas, humorísticas y llenas de picardía. Ese permitirse narrar sin procurar persuadir con parábolas edificantes ni pedagogías insulsas o, por qué no, arriesgaría que hasta sugestivas e impactantes. Esas que pueden resultar un espectáculo resonante pero no tienen lugar para la franqueza de un alma humilde y de una poética que postuló una antropología de lo noble de manera indoblegable. Aquí se trata de hacer otra cosa, que ahora que lo pienso es en verdad hacer literatura en su estado más primordial: narrar sin otra expectativa más que esa. A lo sumo de formar y de informar sobre cuestiones alarmantes sobre las que sí hacía falta reflexionar.

     Así, Gustavo Roldán nos regala una escritura, diría yo, de orden totalmente gratuito (¿de veras?), porque no aspira al mensaje pedagógico. Deja que otros lean y se conmuevan con historias engañosamente transparentes.  Y con ese arraigo que no solo no lo avergüenza sino lo enorgullece, Gustavo Roldán marcha al encuentro de su tan merecido Edén: el Gran Chaco Argentino. El destino más perenne.

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