por Adrián Ferrero
“Si un libro es un modo de conocer, una manera de penetrar en el mundo y buscar el sitio que nos
corresponde en él, Stefano me
permitió recuperar la sensación de
hambre, desarraigo, extrañamiento, de hombres y mujeres que, tal como los que
hoy se marchan, ayer llegaban buscando una vida mejor” (p. 91). Con este
paratexto que clausura su libro publicado en 2004, María Teresa Andruetto
definía con palabras descarnadas el sentido profundo que había tenido la
escritura de este libro para ella, doy por descontado distinguiéndolo del resto
de su producción. Una ficción entrañable precisamente por eso: había sido
escrita desde las entrañas. Esas zonas cavernosas enlas que se interna la raíz.
Pero daba un paso más allá: marcaba una diferencia generacional y una
circunstancia socioeconómica que se traducía en que un país que había acogido a
extranjeros en este presente histórico era a sus propios ciudadanos los que
expulsaba. El país había dejado de ser hospitalario para su propia ciudadanía,
en particular Andruetto acentuaba que se trataba de la más joven. Y que,
desesperanzada, se marcha. Se marchaba por lo general con un rumbo incierto,
agregaría yo.
A este libro me gustaría
definirlo, como veremos, como ficción del desarraigo por todas las implicancias
y resonancias emotivas que desata en los sujetos esta palabra. Tanto en quienes
efectivamente la han vivido de modo constatable, en quien la ha escrito a
través de relatos de sus ancestros y de quien eventualmente va desbrozando sus
páginas. Así, el coloquio entre ficción y contextos es particularmente evidente
pero también dramático.
La autora en ese paratexto
alude a que este libro, desde su título mismo, condensa la experiencia de la
expatriación de su padre italiano del Norte hacia Argentina, a una zona del
centro de la Provincia de Bs. As. Ya situados en el interior de la novela o nouvelle juvenil nos encontramos con un
piamontés que parte de su pueblo de Montenievas con destino a Argentina junto a
otros tres camaradas o amigos de su misma edad. En el medio sufrirán varias
peripecias, entre ellas un naufragio, del que Stefano sobrevivirá
milagrosamente trepado a una mesa que lo conduce flotando hasta otro buque, que
lo rescatará de ese infierno.
Ya llegado a Buenos Aires se
trasladará a La Pampa y de allí comenzará un derrotero como parte del oficio de
músico de un circo acompañado por una trapecista con la que mantiene una
relación más erótica que amorosa pero cuyo vínculo, estrecho, sin embargo
parece no estar exento de ternura, de protección: ella será también compañera
porque será una compañía. Finalmente, el cierre estará dado por la llegada a
Rosario en que una amiga de su madre reside, y una joven, que todas las pistas
de la novela conducen a pensar será su mujer definitiva, hija de ella, le
abrirá la puerta de calle cuando llegue. Su nombre es Ema.
Ahora bien: ¿cómo está
tramada la relación entre historia y discurso en este libro? En principio diría
que se trata de una ficción fragmentaria o atomizada. Hay analepsis y
prolepsis. Y hay cambios de narrador de femenino a masculino. Y de primera
persona a tercera. Habrá una letra en negrita que por lo general remite a y
reproduce la voz, bajo la forma de una polifonía, de su madre, Agnese, una
mujer ya mayor que trabaja tirando de un carro. Las condiciones económicas en
Montenievas, su pueblo natal, se han agravado. Se terminan quedando con una
sola vaca, viven como pobres, hasta que Stefano decide emigrar hacia Argentina,
donde hay algunas promesas de ascenso social. Su madre se opone a esa partida.
Hasta él promete regresar “en diez años”. El llanto aflorará de sus ojos. Pero
él comprende que su presente en ese lugar está condenado a languidecer,
agonizar hasta desaparecer definitivamente en la aflicción. De modo que el
discurso (y la historia con él) adopta la forma de un patchwork o rompecabezas según el cual se despliegan una serie de
voces, tonos, gramáticas, inflexiones, propios de la dicción de cada personaje.
Esta circunstancia supone reconstruir un sistema de unidades dispersas hasta
darles una forma organizada y coherente. Rearmar una superficie astillada pero
no incoherente. Hay una trama. Pero esa trama debe ser reconstruida, lo que
sume al lector y a la lectora en un papel sumamente activo.
Desde el descubrimiento de la
genitalidad con una polución nocturna, que un amigo le explica en qué consiste,
hasta los primeros escarceos amorosos, Stefano irá autoconstruyendo su
identidad masculina en una relación con las mujeres que será permanente y al
mismo tiempo feliz. En todo momento queda claro que ellas son importantes. Y
que son importantes en su vida. Que las necesita no como tabla de salvación
sino como amoroso complemento. Y algunas de ellas son las que hasta lo han
socorrido en tiempos de oscuridad o desorientación.
No solo las que sean sus
eventuales compañeras o parejas, sino, por ejemplo, doña Carmela, la dueña de
la pensión en Rosario donde se hospede que le dará referencias para que pueda
trabajar en una tienda. Doña Rosario lo hace, su palabra es valiosa y
efectivamente Stefano gracias a esas que ella escribe, inicia esta nueva etapa
de su vida. Una etapa de asimilación a una sociedad que esta vez lo acoge.
En las prolepsis del libro
aparecerá el nombre de Ema. Y Ema es la joven hija de Chiara Martino que reside
en Rosario con su madre a la que ya aludí. De modo que en este vaivén de la
novela, en el que como un mosaico de una riquísima y sabia, meditada hechura
debemos restituir una trama que Andruetto ha diseñado con extrema sabiduría. Un
recorrido por la lectura dispara asociativamente en un sentido y en otro, hacia
el pasado, el presente y el futuro toda clase de acontecimientos, mezclando la
temporalidad imaginaria. Esto naturalmente tiene repercusiones en el lector y
la lectora. Lo pone en una situación inesperada de restitución de un orden, de
recomponer una forma para recomponer una serie de contenidos. Es en esos
términos en los que se conjuga la progresión con la regresión.
Pienso naturalmente que Stefano es mucho más que una ficción del
desarraigo y la expatriación sin embargo. Es el universo afectivo de un sujeto
varón (y acentúo este punto) que comienza a verse afectado por el crecimiento.
Y desde la consolidación de las amistades, con sus pares, la relación con los
parientes (aunque sea distante) y la relación con las mujeres (estable en mayor
o menor medida) esa identidad se consolidará mediante estos procesos lentos de
socialización. Así, se definirá un carácter, un temperamento y una serie de
emociones sucesivas que lo estabilizarán en su personalidad. Ellas serán las
que definan lo que él es y lo que él será para siempre (en términos generales).
Porque hay en esta novela breves aventuras. Hay peripecia. Pero también está la
gran aventura humana. Aquella que se juega entre los vínculos más profundos.
Los que se han dejado atrás no por desdén sino por necesidad de ir al encuentro
de nuevos horizonte que, por sustracción de persona y llegada de ausencia se
tornan mucho más intensos aún. Por añadidura, a Stefano lo alcanzará la
notificación de la muerte de su madre en Chacharranmendi, un pueblo del
interior. Enterarse de la muerte de un ser amado constituye una experiencia trágica.
Que eso suceda estando a miles de kilómetros de distancia, la vuelve
prácticamente traumática, mucho más difícil de metabolizar aún en tanto que acontecimiento
inexorable. No estará allí para despedir a ese ser amado. Ese ser querido no
estuvo con nosotros para despedirse. En esta compleja relación que trama la
partida de Italia, el territorio familiar, en su doble acepción de conocido y
de ancestral, y la llegada a Argentina, la dupla presencia/ausencia será
capital. Stefano es tanto lo que se renueva en tanto que sujeto, todo lo nuevo
que conoce (a sí mismo, a un nuevo mundo, a una nueva lengua) como lo que añora.
Es como si hubiera tenido lugar un destierro más que una partida voluntaria, al
estilo en que los griegos confinaban a los extranjeros en la Antigüedad
Clásica. Y es que en parte así ha sido, porque Stefano ha estado urgido junto
con su familia por problemas económicos que lo han conducido a la falta. La
falta de comida. La falta de dinero. Y la falta de lo que supone una vida digna
debe tener para no sobrecargar a una madre de un trabajo que en su carácter de
viuda prematura con luto perpetuo no se ha quitado desde la muerte de su
marido. Y afronta a solas esa condición.
La relación de Stefano con
las mujeres es, como dije, fundamental. La relación con las amistades también
lo es. La relación con sus parientes separados por un océano entre ambos
constituye una barrera que los mantiene prácticamente como extraños por no
frecuentarse pero son fundantes tal como se han amado y lo seguirán haciendo
desde una imaginación que se parece bastante a la idealización nostálgica.
La clave secreta del relato,
su apertura final y su clausura será la misma madre de Stefano: el vínculo que
establece con esa amiga, Chiara Martino, como dije oriunda de Rosario, lo
conducirá derecho al final de su destino: la joven Ema, que irrumpe fugazmente
en esos otros fragmentos de relato bajo la forma de pequeños y breves flashes o
prolepsis siendo el indicio de un destino consumado. La vida, como deja
entrever en ellos Andruetto, se estabilizará. Las pérdidas dejarán huellas pero
también nuevas experiencias darán lugar a una vida con proyectos.
La negrita que, como
adelanté, por lo general indica la voz de la madre, bajo la forma de un paratexto,
subraya un cierto tono, un acento. Es lo que confiere también autoridad a la
inflexión de una voz que debe ser escuchada con potencia porque es
aleccionadora pero, sobre todo, porque es afectivamente esencial. En este
panorama las letras y las tipografías, la gráfica y los tonos ganan en un
significado que aumenta su valencia. Como si la palabra se cargara de un valor
agregado.
En el medio está por supuesto
el idioma italiano, que en un bilingüismo no invasivo sino enriquecedor y que
singulariza la identidad cultural del libro y de la autora así como de su
genealogía traza, un contrapunto con el español en el que está escrita la
novela. Y las canciones típicas que se llegan a escucharse pese a que tan solo
son leídas. Un rumor de cantares, de ritmos y cadencias, permiten nuevamente
estar atentos a estas voces que también provienen de contextos colectivos.
Entonces: está el italiano no solo cantado, sino circunstancialmente en otros
fragmentos. Y está la música que se presenta no solo en las canciones en
italiano sino también en el instrumento musical que interpreta en el circo Stefano.
El código oral (los diálogos, los monólogos, las letras de las canciones), el
código escrito (la narración) y el código musical según una notación que por lo
general remite a la canción popular italiana de ciertos lugares de ese país y
de cierta tradición, las tres cosas están presentes. Finalmente, las canciones
españolas que para los inmigrantes españoles Stefano ha aprendido y toca para
ellos. Hay también dos paratextos al comienzo de la novela breve, uno de Cesare
Pavese, autor italiano por excelencia, tal vez uno de los más paradigmáticos,
en idioma italiano, que ratifican y refuerzan junto con la letrística de las
canciones un poder simbólico cuyo capital resulta ser potente.
De modo que Stefano habla de
emociones intensas. Evocadas y en tiempo presente. Habla de episodios que se
evocan o se están viviendo o se vivirán en ese montaje maestro. Y en tanto que
ficción de la expatriación dolorosa
constituye una ficción de la falta. La falta del terruño, que está ausente,
junto con una cultura que va de los alimentos a las melodías, de los aromas a
la socialización. Y el modo en que los afectos se ausentan. No obstante, nuevos
afectos revitalizan la diacronía de la existencia. Confieren importancia y
vibrante energía a nuevas experiencias que desembocarán en un destino feliz y
definitivo, por más que se arrastren heridas.
Todos estamos lastimados por
una o más razones. Algunos más que otros. Pero también la vida nos brinda
recursos para superar las heridas, para recomponer esos tejidos necrosados o
bien afectados por la aflicción, en especial en patrias arrasadas.
De modo que entre la falta y
el acto de presencia. Entre el pasado,
el presente y el futuro que se entremezclan, hacia los que todo conduce, porque
como dice el personaje: “(…) cuando me dije: para atrás no vuelvo” (p.82)
Stefano se inserta en una sociedad mediante un decisión inclaudicable
indudablemente para quien escribió esta historia que provoca conmoción en su propia
novela familiar. Y también inserta al lector que, proyectándose identificatoriamente
con estos personajes y esta trama también se reencuentra con su propia vida que
no resulta ser la mayoría de las veces tampoco la ideal. Porque los argentinos
solemos llevar en nuestra sangre un buen porcentaje italiano o español (como en
mi caso). Por no citar otras tantas nacionalidades igualmente trascendentes en
nuestra nación. Esta circunstancia, este “crisol de razas”, como se lo suele
llamar, trama una mezcla según la cual la vida deja de ser un monólogo para
adoptar la forma de un diálogo multicultural.
(*) Andruetto, María Teresa. Stefano. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. Colección La pluma del gato / Juvenil. Existe edición anterior en la misma editorial (Colección Sudamericana Joven, 1997).
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