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lunes, 20 de abril de 2020

Stefano de María Teresa Andruetto: ficción de la identidad y el desarraigo” (*)



                                                         por Adrián Ferrero



     “Si un libro es un modo de conocer, una manera de penetrar  en el mundo y buscar el sitio que nos corresponde en él, Stefano me permitió  recuperar la sensación de hambre, desarraigo, extrañamiento, de hombres y mujeres que, tal como los que hoy se marchan, ayer llegaban buscando una vida mejor” (p. 91). Con este paratexto que clausura su libro publicado en 2004, María Teresa Andruetto definía con palabras descarnadas el sentido profundo que había tenido la escritura de este libro para ella, doy por descontado distinguiéndolo del resto de su producción. Una ficción entrañable precisamente por eso: había sido escrita desde las entrañas. Esas zonas cavernosas enlas que se interna la raíz. Pero daba un paso más allá: marcaba una diferencia generacional y una circunstancia socioeconómica que se traducía en que un país que había acogido a extranjeros en este presente histórico era a sus propios ciudadanos los que expulsaba. El país había dejado de ser hospitalario para su propia ciudadanía, en particular Andruetto acentuaba que se trataba de la más joven. Y que, desesperanzada, se marcha. Se marchaba por lo general con un rumbo incierto, agregaría yo.


   Está claro que la poética de María Teresa Andruetto es habitual que dialogue de modo intenso, fecundo y persistente con los contextos, con etapas particularmente erizadas de conflictividad social y política de nuestro país. La dictadura, los exilios, la tortura, la pobreza, la inmigración, como en este caso, son algunos de esos hitos. Pero tampoco los únicos.

     A este libro me gustaría definirlo, como veremos, como ficción del desarraigo por todas las implicancias y resonancias emotivas que desata en los sujetos esta palabra. Tanto en quienes efectivamente la han vivido de modo constatable, en quien la ha escrito a través de relatos de sus ancestros y de quien eventualmente va desbrozando sus páginas. Así, el coloquio entre ficción y contextos es particularmente evidente pero también dramático.

     La autora en ese paratexto alude a que este libro, desde su título mismo, condensa la experiencia de la expatriación de su padre italiano del Norte hacia Argentina, a una zona del centro de la Provincia de Bs. As. Ya situados en el interior de la novela o nouvelle juvenil nos encontramos con un piamontés que parte de su pueblo de Montenievas con destino a Argentina junto a otros tres camaradas o amigos de su misma edad. En el medio sufrirán varias peripecias, entre ellas un naufragio, del que Stefano sobrevivirá milagrosamente trepado a una mesa que lo conduce flotando hasta otro buque, que lo rescatará de ese infierno.



     Ya llegado a Buenos Aires se trasladará a La Pampa y de allí comenzará un derrotero como parte del oficio de músico de un circo acompañado por una trapecista con la que mantiene una relación más erótica que amorosa pero cuyo vínculo, estrecho, sin embargo parece no estar exento de ternura, de protección: ella será también compañera porque será una compañía. Finalmente, el cierre estará dado por la llegada a Rosario en que una amiga de su madre reside, y una joven, que todas las pistas de la novela conducen a pensar será su mujer definitiva, hija de ella, le abrirá la puerta de calle cuando llegue. Su nombre es Ema.

     Ahora bien: ¿cómo está tramada la relación entre historia y discurso en este libro? En principio diría que se trata de una ficción fragmentaria o atomizada. Hay analepsis y prolepsis. Y hay cambios de narrador de femenino a masculino. Y de primera persona a tercera. Habrá una letra en negrita que por lo general remite a y reproduce la voz, bajo la forma de una polifonía, de su madre, Agnese, una mujer ya mayor que trabaja tirando de un carro. Las condiciones económicas en Montenievas, su pueblo natal, se han agravado. Se terminan quedando con una sola vaca, viven como pobres, hasta que Stefano decide emigrar hacia Argentina, donde hay algunas promesas de ascenso social. Su madre se opone a esa partida. Hasta él promete regresar “en diez años”. El llanto aflorará de sus ojos. Pero él comprende que su presente en ese lugar está condenado a languidecer, agonizar hasta desaparecer definitivamente en la aflicción. De modo que el discurso (y la historia con él) adopta la forma de un patchwork o rompecabezas según el cual se despliegan una serie de voces, tonos, gramáticas, inflexiones, propios de la dicción de cada personaje. Esta circunstancia supone reconstruir un sistema de unidades dispersas hasta darles una forma organizada y coherente. Rearmar una superficie astillada pero no incoherente. Hay una trama. Pero esa trama debe ser reconstruida, lo que sume al lector y a la lectora en un papel sumamente activo.




    Desde el descubrimiento de la genitalidad con una polución nocturna, que un amigo le explica en qué consiste, hasta los primeros escarceos amorosos, Stefano irá autoconstruyendo su identidad masculina en una relación con las mujeres que será permanente y al mismo tiempo feliz. En todo momento queda claro que ellas son importantes. Y que son importantes en su vida. Que las necesita no como tabla de salvación sino como amoroso complemento. Y algunas de ellas son las que hasta lo han socorrido en tiempos de oscuridad o desorientación.

     No solo las que sean sus eventuales compañeras o parejas, sino, por ejemplo, doña Carmela, la dueña de la pensión en Rosario donde se hospede que le dará referencias para que pueda trabajar en una tienda. Doña Rosario lo hace, su palabra es valiosa y efectivamente Stefano gracias a esas que ella escribe, inicia esta nueva etapa de su vida. Una etapa de asimilación a una sociedad que esta vez lo acoge.

     En las prolepsis del libro aparecerá el nombre de Ema. Y Ema es la joven hija de Chiara Martino que reside en Rosario con su madre a la que ya aludí. De modo que en este vaivén de la novela, en el que como un mosaico de una riquísima y sabia, meditada hechura debemos restituir una trama que Andruetto ha diseñado con extrema sabiduría. Un recorrido por la lectura dispara asociativamente en un sentido y en otro, hacia el pasado, el presente y el futuro toda clase de acontecimientos, mezclando la temporalidad imaginaria. Esto naturalmente tiene repercusiones en el lector y la lectora. Lo pone en una situación inesperada de restitución de un orden, de recomponer una forma para recomponer una serie de contenidos. Es en esos términos en los que se conjuga la progresión con la regresión.



    Pienso naturalmente que Stefano es mucho más que una ficción del desarraigo y la expatriación sin embargo. Es el universo afectivo de un sujeto varón (y acentúo este punto) que comienza a verse afectado por el crecimiento. Y desde la consolidación de las amistades, con sus pares, la relación con los parientes (aunque sea distante) y la relación con las mujeres (estable en mayor o menor medida) esa identidad se consolidará mediante estos procesos lentos de socialización. Así, se definirá un carácter, un temperamento y una serie de emociones sucesivas que lo estabilizarán en su personalidad. Ellas serán las que definan lo que él es y lo que él será para siempre (en términos generales). Porque hay en esta novela breves aventuras. Hay peripecia. Pero también está la gran aventura humana. Aquella que se juega entre los vínculos más profundos. Los que se han dejado atrás no por desdén sino por necesidad de ir al encuentro de nuevos horizonte que, por sustracción de persona y llegada de ausencia se tornan mucho más intensos aún. Por añadidura, a Stefano lo alcanzará la notificación de la muerte de su madre en Chacharranmendi, un pueblo del interior. Enterarse de la muerte de un ser amado constituye una experiencia trágica. Que eso suceda estando a miles de kilómetros de distancia, la vuelve prácticamente traumática, mucho más difícil de metabolizar aún en tanto que acontecimiento inexorable. No estará allí para despedir a ese ser amado. Ese ser querido no estuvo con nosotros para despedirse. En esta compleja relación que trama la partida de Italia, el territorio familiar, en su doble acepción de conocido y de ancestral, y la llegada a Argentina, la dupla presencia/ausencia será capital. Stefano es tanto lo que se renueva en tanto que sujeto, todo lo nuevo que conoce (a sí mismo, a un nuevo mundo, a una nueva lengua) como lo que añora. Es como si hubiera tenido lugar un destierro más que una partida voluntaria, al estilo en que los griegos confinaban a los extranjeros en la Antigüedad Clásica. Y es que en parte así ha sido, porque Stefano ha estado urgido junto con su familia por problemas económicos que lo han conducido a la falta. La falta de comida. La falta de dinero. Y la falta de lo que supone una vida digna debe tener para no sobrecargar a una madre de un trabajo que en su carácter de viuda prematura con luto perpetuo no se ha quitado desde la muerte de su marido. Y afronta a solas esa condición.

     La relación de Stefano con las mujeres es, como dije, fundamental. La relación con las amistades también lo es. La relación con sus parientes separados por un océano entre ambos constituye una barrera que los mantiene prácticamente como extraños por no frecuentarse pero son fundantes tal como se han amado y lo seguirán haciendo desde una imaginación que se parece bastante a la idealización nostálgica.

    La clave secreta del relato, su apertura final y su clausura será la misma madre de Stefano: el vínculo que establece con esa amiga, Chiara Martino, como dije oriunda de Rosario, lo conducirá derecho al final de su destino: la joven Ema, que irrumpe fugazmente en esos otros fragmentos de relato bajo la forma de pequeños y breves flashes o prolepsis siendo el indicio de un destino consumado. La vida, como deja entrever en ellos Andruetto, se estabilizará. Las pérdidas dejarán huellas pero también nuevas experiencias darán lugar a una vida con  proyectos.

     La negrita que, como adelanté, por lo general indica la voz de la madre, bajo la forma de un paratexto, subraya un cierto tono, un acento. Es lo que confiere también autoridad a la inflexión de una voz que debe ser escuchada con potencia porque es aleccionadora pero, sobre todo, porque es afectivamente esencial. En este panorama las letras y las tipografías, la gráfica y los tonos ganan en un significado que aumenta su valencia. Como si la palabra se cargara de un valor agregado.

     En el medio está por supuesto el idioma italiano, que en un bilingüismo no invasivo sino enriquecedor y que singulariza la identidad cultural del libro y de la autora así como de su genealogía traza, un contrapunto con el español en el que está escrita la novela. Y las canciones típicas que se llegan a escucharse pese a que tan solo son leídas. Un rumor de cantares, de ritmos y cadencias, permiten nuevamente estar atentos a estas voces que también provienen de contextos colectivos. Entonces: está el italiano no solo cantado, sino circunstancialmente en otros fragmentos. Y está la música que se presenta no solo en las canciones en italiano sino también en el instrumento musical que interpreta en el circo Stefano. El código oral (los diálogos, los monólogos, las letras de las canciones), el código escrito (la narración) y el código musical según una notación que por lo general remite a la canción popular italiana de ciertos lugares de ese país y de cierta tradición, las tres cosas están presentes. Finalmente, las canciones españolas que para los inmigrantes españoles Stefano ha aprendido y toca para ellos. Hay también dos paratextos al comienzo de la novela breve, uno de Cesare Pavese, autor italiano por excelencia, tal vez uno de los más paradigmáticos, en idioma italiano, que ratifican y refuerzan junto con la letrística de las canciones un poder simbólico cuyo capital resulta ser potente.

    De modo que Stefano habla de emociones intensas. Evocadas y en tiempo presente. Habla de episodios que se evocan o se están viviendo o se vivirán en ese montaje maestro. Y en tanto que ficción de  la expatriación dolorosa constituye una ficción de la falta. La falta del terruño, que está ausente, junto con una cultura que va de los alimentos a las melodías, de los aromas a la socialización. Y el modo en que los afectos se ausentan. No obstante, nuevos afectos revitalizan la diacronía de la existencia. Confieren importancia y vibrante energía a nuevas experiencias que desembocarán en un destino feliz y definitivo, por más que se arrastren heridas.

     Todos estamos lastimados por una o más razones. Algunos más que otros. Pero también la vida nos brinda recursos para superar las heridas, para recomponer esos tejidos necrosados o bien afectados por la aflicción, en especial en patrias arrasadas.




     De modo que entre la falta y el acto de presencia.  Entre el pasado, el presente y el futuro que se entremezclan, hacia los que todo conduce, porque como dice el personaje: “(…) cuando me dije: para atrás no vuelvo” (p.82) Stefano se inserta en una sociedad mediante un decisión inclaudicable indudablemente para quien escribió esta historia que provoca conmoción en su propia novela familiar. Y también inserta al lector que, proyectándose identificatoriamente con estos personajes y esta trama también se reencuentra con su propia vida que no resulta ser la mayoría de las veces tampoco la ideal. Porque los argentinos solemos llevar en nuestra sangre un buen porcentaje italiano o español (como en mi caso). Por no citar otras tantas nacionalidades igualmente trascendentes en nuestra nación. Esta circunstancia, este “crisol de razas”, como se lo suele llamar, trama una mezcla según la cual la vida deja de ser un monólogo para adoptar la forma de un diálogo multicultural.

     Punto de llegada (este libro) y punto de partida (Italia) también Stefano es el punto de regreso a la misma Italia porque entre su portada y su contratapa en sus 91 páginas se atesoran vivencias del orden de la distancia, del arribo y de un retorno que se traduce en fantasías. Pero que la imaginación vuelve no solo posible, sino tangible. El italiano que leemos en la novela, sus jirones de canciones, es una forma de escuchar el aroma popular de Montenievas. Escuchamos Montenievas, estamos en Montenievas. Hemos partido. Pero nos hemos quedado en la patria como también nos hemos quedado en la lengua materna pese a que aprendamos a hablar una segunda. Las canciones, restitutivas de la identidad, nos mantienen en un espacio tópico a través del cual al menos simbólicamente no nos terminamos de marchar jamás del país en el que  hemos nacido, del que hemos partido pero del que no nos hemos ido de manera indefectible. La prueba más elocuente es este libro, que se erige como memoria, como documento y como esperanza redentora por una identidad restitutiva de una tierra natal inolvidable



(*) Andruetto, María Teresa. Stefano. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. Colección La pluma del gato / Juvenil. Existe edición anterior en la misma editorial (Colección Sudamericana Joven, 1997).

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