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lunes, 13 de abril de 2020

La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares (*)


IMÁGENES VIRTUALES

(A LOS OCHENTA AÑOS DE SU APARICIÓN)



                                                                                        por MARÍA CRISTINA ALONSO

En 1940, Adolfo Bioy Casares escribió una novela que vaticinaba lo que hoy conocemos como realidad virtual. En este siglo, mediático y virtual, la historia de La invención de Morel sigue siendo fascinante, no tanto por su carácter anticipador, sino porque, en el fondo, cuenta la eterna historia de la imposibilidad del amor, la más antigua y dolorosa de las aventuras humanas.
Un fugitivo llega a una isla y se encuentra de pronto frente a hombres y mujeres que bailan y toman el té bajo la lluvia. De la isla se dice que contagia una terrible peste que mata de afuera para adentro, y el fugitivo, debe convivir con los milagros extraños de ver dos soles y dos lunas o de presenciar el prodigio de pasar, sin ser visto, por los visitantes.

Bioy Casares imaginó en La invención de Morel, a un inventor que intenta dar perpetua realidad a sus fantasías, reproducir a través de complicados aparatos regidos por las mareas a las personas que lo acompañaron durante una semana en la isla y conseguir -aunque de manera ilusoria- el amor de una mujer.

En el siglo XXI, las invenciones de Bioy, que por aquel tiempo en que escribió esta novela parecían sólo surgidas de la literatura fantástica o de la ciencia ficción, no parecen tan lejanas. La realidad virtual, es decir la apariencia de las cosas que en realidad no son, inauguran una nueva manera de recrear lugares y fenómenos físicos, pura ilusión, pero esta vez de la mano de la tecnología.


Con la realidad virtual, todo lo que no tenemos o lo que jamás podremos conseguir, estará a nuestro alcance.
Morel inventa un aparato para reproducir imágenes que lucen tan reales como las personas. El complicado mecanismo funciona merced a las mareas y proyecta imágenes grabadas en un disco, que se repite eternamente, imágenes que se corporizan en el mismo espacio en el que un día vivieron las personas que fueron filmadas. El problema con el que se enfrenta Morel es que esas imágenes no conservan el alma. Su ilusión de lograr la inmortalidad se ve, de esta manera, frustrada. Morel, está enamorado de la esquiva Faustine y, para obtener su amor, dispone de la vida de sus amigos que lo acompañan en la excursión a la isla para pasar el resto de la eternidad junto a ella.

La historia está contada por un fugitivo venezolano que se refugia en la isla huyendo de la policía de su país y que, sometido a las privaciones y al aislamiento, se enamora también de Faustine, que mira todas las tardes la puesta del sol. Cuando el fugitivo descubre que todos los veraneantes de la isla no son reales, sino imágenes grabadas en un disco que se repite cíclicamente, su desesperación lo lleva a filmarse junto a ellos para conseguir el amor de la mujer. Pero en ese juego de realidad virtual, descubre que, aunque eternamente las máquinas lo reproduzcan junto a Faustine, jamás podrá entrar en su conciencia, porque pertenecen a mundos y tiempos diferentes.

Lo que Bioy, uno de los cultores de la literatura fantástica, plantea como trama ingeniosa, la tecnología computacional ha desarrollado a través de la realidad virtual, que utiliza los sentidos del cuerpo, la vista, el sonido, el movimiento y el tacto para simular objetos o lugares reales.
Si en la novela, Morel logra reproducir imágenes a partir de complejas máquinas, en la realidad, ahora cualquier usuario portando un casco y un guante de datos puede adentrarse en un mundo tridimensional y manipular objetos en él, generados por la computadora. La realidad virtual, usada en las estaciones de trabajo de la NASA, por los arquitectos para explorar casas que han sido diseñadas pero no construidas, por los animadores de personajes de caricatura y en los salones de juego de video, es un comprobado milagro tecnológico.

Sin embargo, la novela de Bioy Casares, escrita hace mas de cincuenta años sigue siendo fascinante, no tanto por la sorprendente imaginación de su trama, por ese mecanismo de relojería que es su argumento, sino porque la literatura, aún cuando plantee inventos que después se hacen realidad, como le sucedió a Julio Verne, si está bien escrita, seguirá deslumbrando al lector. "Quise ser escritor para contar, en tono despreocupado, historias de héroes que dejan la seguridad de su casa o de su patria y el afecto de su gente, para aventurarse por mundos desconocidos", admitió Bioy Casares cuando agradeció el premio Cervantes. Recorriendo las páginas de La invención de Morel, los lectores seguiremos asombrándonos del prodigio de esos seres que escuchan Té para dos y Valencia, y bailan bajo la lluvia, entre los pajonales, y seguiremos padeciendo junto al fugitivo, todos los peligros que lo acechan en la isla.



Seguramente, el paraíso de la tecnología nos espera con inventos aún más deslumbrantes que el de las imágenes virtuales, acaso también se llegue a fabricar réplicas de seres humanos y de animales, como en la película Blade Runner, un clásico del cine de ciencia ficción. Pero para los lectores de novelas, la historia de un hombre que se deja morir por amor a una mujer, seguirá siendo el más sorprendente de los inventos humanos.

(*) escrito con visión de futuro en noviembre del 2009, cuando muchas redes sociales no habían visto la luz.

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