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jueves, 9 de abril de 2020

“Literatura infantil o la casa de las palabras”




 por Adrián Ferrero



     Con motivo de la 29° Feria del Libro Infantil y Juvenil que organizara la Fundación El Libro de Bs. As., la SADE filial La Plata, a través de la escritora Rosa Graciela Carreto, me invitó a dar una charla en un panel con la más completa libertad en lo relativo a la elección del tema de exposición. Esta circunstancia no solo habla del respeto hacia la libre expresión en un contexto tan necesario como lo son los estudios literarios, sino también de un seguimiento de un trabajo de investigación y profundización que yo venía realizando en torno del tema de la literatura infantil y juvenil en el marco de distintos foros y espacios que evidentemente a esta coordinadora no le había pasado desapercibido.

     Hace muchos años que mis cavilaciones giran en torno de la literatura infantil y juvenil, dándole vueltas y más vueltas (circunstancia que en ocasiones debo confesar me marea de tan compleja que se me hace u otros la hacen) y tampoco sé si llego a conclusiones acertadas y definitivas. O incluso si llego a conclusiones, a secas. Son, en todo caso, puntos de vista, tentativas, aproximaciones a una materia siempre cargada de debates pero también escurridiza como la arena entre las manos.   


  

     En lo primero en lo que pensé fue en ampliar el panel y en invitar a la excelente escritora infantil de La Plata, también Prof. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, con una larga trayectoria en este campo, Gabriela Casalins. Ella había publicado dos novelas infantiles en Bs. As., en Ed. La Brujita de Papel, Lo que Teo no dice (2014) y Lo que Teo descubre (2018). Gabriela Casalins también escribe libros para adultos, obras para títeres y cuenta con una amplia trayectoria profesional consagrada a la educación con niños, como coordinadora de talleres y dando charlas en escuelas o bien en instituciones de educación para el pensamiento. Escribí de inmediato mi charla ni bien fui convocado porque soy de las personas a quienes les gusta corregir con mucha antelación los textos que ha producido y, sobre todo, va a leer. Lo hago con la precaución de tomar distancia de  primeras versiones. Y le avisé a Gabriela Casalins, ocupada como estaba en aquel momento con varios menesteres. Nos enviamos recíprocamente las charlas para no superponer contenidos, lo que no hubiera favorecido al panel, y me dispuse a leer con mucha atención su intervención. 

   No solo estaba llena de sensibilidad, de experiencia, de inteligencia y de conocimiento de la psicología infantil en diálogo y contacto directos con ella de larga data, con un enorme respeto hacia los chicos, sino que me resultó apasionante su abordaje. Para ser sincero me produjo una conmoción. Ella habla, por ejemplo, de la coautoría entre los niños y sus textos. Cómo en esos diálogos a ella la han hecho revisar y reformular la escritura de sus cuentos o novelas. Y me di cuenta de lo que revelador y primordial que era ese permanente y cotidiano intercambio con los chicos en un aula o ámbito similar. Gabriela Casalins hablaba también de otras muchas cosas, no quiero hacer del desarrollo de una charla extensa una síntesis simplista. Pero sí se refiería por ejemplo a la mediación y los mediadores (en este punto coincidíamos) entre la literatura infantil y los niños. Las intervenciones sobre los textos que las editoriales pretendían hacer y los circuitos por los que circulaba y fluía la literatura de este tipo. Y Gabriela Casalins lo hacía con atrevimiento, con gracia, con un arrojo, con una valentía y un ímpetu arrolladores. Para un abordaje de la literatura infantil me resultó fascinante, además de contener una inmensa vitalidad. Lo hacía desde el respaldo que confiere el trabajo áulico concreto y diario en una conversación incesante, como dije, con el público infantil y, sobre todo, teniéndolos en cuenta en cada frase. 


     Cotejé luego con mi intervención, o, en todo caso, el recuerdo que yo tenía de ella a medida que leía la suya, y me di cuenta de que, como quien dice, a mí “me faltaba calle” porque en verdad me andaba “haciendo falta aula” y me “andaba faltando escuela” y me andaba faltando “contacto con los docentes”. Tenía el recuerdo algo vago de mis lecturas de infancia, de mis alumnos de la primaria de los años 1998 u 1999 durante los cuales me había desempeñado como docente primario y de los programas de estudio a los que me consagraba con tanto placer y tanta exigencia para ellos.  Interrogando bibliotecas, procurando poner en coloquio a Marina Colasanti con Horacio Quiroga, a María Elena Walsh con Ana María Shua. Tenía también la memoria de los cuentos que le contaba a mi hija y sus reacciones inesperadas junto con el recuerdo de su asombro. Y convengamos que las charlas con los niños y el juego no tienen parangón. Es esa inmediatez, esa sintonía y esa respuesta instantánea que nos resultan sorprendentes porque también nos hacen repensar nuestro rol como docentes, escritores, mediadores o padres. Todo eso hace la literatura infantil. En tal sentido, resulta sumamente eficaz pero también de una infinita riqueza pensarla como un recurso. Recordé también todo el trabajo de la escritora infantil argentina, en especial dramaturga, Adela Basch visitando escuelas urbanas y rurales, jardines de infantes, bibliotecas, centros culturales públicos. Haciendo campañas de promoción de la lectura. Sus fotografías en Facebook tan emocionantes con ellos. Sus experiencias también en el Teatro Colón o bien narrando cuentos o recitando poemas que habían sido previamente grabados. El compartir la literatura desde la presencia. Adela Basch era capaz de saltar de una escuela rural al centro de la alta cultura escénica y musical de Bs. As. con una soltura y una capacidad adaptativas admirables.  

     Sin dejar de lado la emoción, yo había hecho otra clase de trabajo. Yo había hecho otra opción. Un trabajo de gabinete. Había hecho hincapié en la teoría y en la crítica (que es para lo que estoy verdaderamente entrenado), pero era un trabajo de laboratorio. Aséptico. Creo que la teoría es necesaria. Es más: es imprescindible además de necesaria. Porque sin producir teoría no estamos en condiciones además de sentir de nuevos modos tampoco. Porque no estamos en condiciones de formular nuevos modos de leer según nuevos modelos textuales. O, en todo caso, de refinar los recursos para concebir que otro u otra sientan de un modo más sutil la experiencia estética mediante nuevas formas comunicativas. Y vivimos en un país que produce poca teoría si cotejamos con otros del mundo, como Francia por ejemplo, el país productor de teoría por excelencia de Europa (al menos a mi criterio). La teoría es importante a la hora de revisar categorías para pensar la práctica. Es importante para pensar versiones y formatos de los textos literarios. Narradores y narraciones, formas y procedimientos gracias a una reflexión metalingüística. Y me di cuenta de que era el punto justo en el que ambas intervenciones podían confluir. Gabriela Casalins también hacía teoría. Pero la hacía desde el lugar de quien escribe en vivo y en directo contacto con la palabra de los chicos, además de con su producción literaria cotidiana. 





   Creo que hay una conexión con la sensibilidad de escribir, con ese contacto fulminante con las palabras, entre las palabras y los lectores, que estallan, que se siente y se experimenta en todo su espesor y toda su energía vibrante. Y hay otro espacio a partir del cual una persona escarba, busca sentidos, hurga, aspira a profundizar en las entrelíneas, de modo interpretante. Hace una lectura de esa obra o esa poética y la pone por escrito para luego hacerla circular en distintos formatos. Es un contacto con el texto en la dimensión de la lectura que también es vibrante y experimenta en sus inflexiones más refinadas porque se ha formado para eso. Es un diálogo desde la materialidad de los signos que se potencia hasta lo que las palabras no dicen pero subyace a ellas y esa persona piensa que puede estar solapado por debajo de su texto. O lo que las palabras insinúan porque cada palabra trae por detrás de ella una Historia del lenguaje. De modo que cada cuento nos habla de la Historia de la lengua nos demos o no cuenta de ello. Y de una Historia de este tipo de literatura en particular, de la evolución que ha seguido sinuosamente la literatura infantil, singularmente la argentina, en cuya tradición nos inscribimos. Y como estudioso yo hacía esto hasta plasmarlo en un texto, artículo, nota, reseña, entrevista. Allí esas sensaciones emocionantes quedan inscriptas créase o no y el que ha leído entrelíneas y escrito lo que esas entrelíneas tan sugestivas le dictaban, espera que luego se repliquen en los lectores y lectoras. Son lugares de la casa de las palabras distintos. En uno, una mujer o un hombre, en un living o un dormitorio cuentan un cuento a un niño por la noche, antes de que se vaya a dormir. Escriben ese cuento para él mientras se lo cuentan y él hasta quizás se los vaya dictando. Escriben esos cuentos a cuatro manos. Y lo escuchan. Es un lugar de la casa en el que hace falta silencio pero también hacen falta voces. Voces vivas. Voces vibrantes.


     Y hay otro lugar de de la casa, un estudio me parece a mí, o quizás un comedor luminoso con una mesa muy amplia de madera también, en el que por las mañanas alguien lee un libro, lo subraya, coteja fechas en un diccionario, revisa enciclopedias, consulta bibliografías y chequea lugares de edición por la Internet, investiga colecciones y editoriales. Y escribe sobre lo que en ese libro ha encontrado. Sobre lo que más le ha llamado la atención pero también más lo ha conmocionado. Explora y procura traducir esa exploración en un texto. Es un esfuerzo. Pero un esfuerzo gratificante. Interpreta a los creadores, a los grandes creadores infantiles argentinos, y elige cuidadosamente qué es lo que va a leer y por qué lo va a hacer. Hay afinidades y hay predilecciones. Pone en relación textos con contextos. Esta es la infinita casa de las palabras. Y todas merecen mi respeto. Y me parecen imprescindibles todas  y cada una de sus habitaciones. Todos y cada uno de sus habitantes. A lo que sumaría la presencia de los escritores y escritoras en conferencias y mesas redondas hablando acerca de sus libros o de la literatura infantil. La presencia de los docentes de las escuelas que no solo enseñan su asignatura sino que pueden incluso hasta hacer aportes como el teatro leído o el recitado de un poema. Ya no quizás en la casa de las palabras propiamente dicha. Quizás en la casa de al lado. O en el jardín de la casa de las palabras.

      Este es el viaje. Este es el viaje a la semilla, como quería Alejo Carpentier. Estas son las distintas habitaciones de la casa de las palabras. Todas habitadas. Todas necesarias. Todas imprescindibles. Componentes a los que sumaría una condición: la de la libertad. La libertad de escribir, la libertad de leer, la libertad de estudiar, la libertad de interpretar, la libertad de crear. Es en esta ilimitada casa de las palabras donde cada persona es necesaria ocupando un lugar irrenunciable, porque encontrará su habitación que no es la de nadie más. Encontrará el lugar más cómodo para ser y hacer de sí mismo y de la literatura infantil una constelación infinita. 

     

2 comentarios:

  1. Qué bello recordar todo lo vivido en la feria y en mi propia de historia de jardinera mamá y coordinadora de Dovela. Gracias Adrián y Gabriela mi admiración por ustedes

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  2. Preofunda charla sobre la literatura infantil, la docencia, la influencia de las maestras en los niños, en abrir puertas que siempre deben estar abiertas.libertad. Muy lindo Grace, hoy abrí la pagina y encontré esto, justo revolviendo viejos libros llegó a mi el ejemplasr de corazón de Edmundo De Amicis, libro quelí a los once años y aun recuerdo. Esos libros que se abren a todas las lenguas y distintas costumbres pero que los niños igual entienden. lo abrí, e hice una dedicatoria para regalarlo a mis nietos.

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