Translate

viernes, 24 de abril de 2020

ENTREVISTA A LA ESCRITORA ÁNGELES DURINI







—¿Por qué se te ocurrió ser escritora?
  

Mi abuela me contaba muchos cuentos, los tradicionales, y también anécdotas de su vida, y era una excelente narradora. Creo que fue ella la que me despertó el deseo. Aprendí a leer y a escribir muy rápido, ansiosa de poder escribir esos cuentos. Siempre me acompañó el deseo de escribir. En las visitas que hago a escuelas para encontrarme con los lectores niños, muchas veces me hacen esta pregunta, y a veces respondo: escribo para seguir escuchando la voz de mi abuela. O también: para seguir jugando.


—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?

En la vida se puede decidir lo que una quiera, de eso se trata la libertad. Me gusta mucho una respuesta que dio la escritora Hebe Uhart a esta pregunta: ¿se nace escritor? Y ella con su humor contestó: se nace bebé. De todas maneras, creo que más que una decisión es un deseo. Un deseo profundo de escribir y de sostener una escritura a lo largo de la vida.


—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad?


A lo mejor un poco y un poco. De dónde salen las cosas que una escribe. De muchos lados, de las vivencias, lecturas, realidades que aparecen, que se observan, que despiertan ciertas cosas muy adentro. En algún momento, dos o tres de eso o de esto otro, que no sé bien qué son, chocan, chispean, y empieza a nacer un personaje con alguna carga, o un paisaje que oculta algo, o ciertas palabras. Lo más importante de ese chispeo es que enciende el deseo de contar, de expresar, de hacer un intento por captar esa misma ráfaga que duró apenas un segundo, o casi nada.
La literatura siempre se mete, se entreteje, porque lo que una lee no queda en un mundo aparte, sino que se cuela, motiva, chispea. Me gusta mucho dejar que el texto que escribo me lleve, sin imponerle casi nada, para ver a dónde va. La realidad siempre está, nadie puede escapar de ella, y prefiero que se cuele sola, sin señalarla, sin decir: estoy hablando de este problema o de este otro.


—¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?

Antes de recibirme de profesora de lengua y literatura trabajé en un colegio y cuando me recibí di clases particulares a chicos que tenían dificultades con la materia, ya que tuve cuatro hijos muy seguidos, así que en un momento de mi vida no podía irme mucho de casa. También di clases de castellano a extranjeros. Y coordiné varios años un taller de escritura para chicos al que bauticé Tintenkuli. Además de divertirnos mucho, tuvimos un par de participaciones en radios locales y una de las participantes obtuvo un premio en Purochico, de la revista Purocuento, También puedo contar orgullosa que la ilustradora y autora integral Mariana Ruiz Jhonson asistía de niña a Tintenkuli. Y, como me gusta mucho el teatro, incursioné un poco en teatro para niños, participando con el grupo ambulante Vandormunka, en la representación de una obra mía en varios colegios de capital y de la provincia, o haciendo de directora y adaptadora en grupos de teatro del barrio.
Lo que hice, más que nada, tuvo que ver con la enseñanza. El hecho de poder manejar mis horarios me ayudaba a manejarme con mis hijos y también, a dar tiempo al desarrollo de mi escritura. 


—¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?

Mmm qué pregunta. A ver. Disfruté mucho cuando escribí Bajo el ala del sombrero. Para hacerlo me metí en el mundo de Magritte y dejé que los personajes y sus acciones se desprendieran de sus cuadros. También en mi señor Mun y su sombrero se coló la personalidad de Phileas Fogg y su valet Picaporte, los personajes de La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne.
Otro que disfruté escribiendo fue El enano maldito, donde di rienda suelta a mis lecturas de cuentos tradicionales, con un toque grotesco.
El cuento Abuela de trapo, donde siempre estuvo presente mi abuela, que me enseñó a inventar personajes con cualquier cosa que encontrara: un frasco de remedio, un palito, un globo pinchado.
Detrás de los cristales, la novela que salió a partir de una anécdota de mi madre sobre la primera nevada en Buenos Aires, allá en 1918. Me gustó mucho meterme en el clima de esa época mientras recordaba maneras de decir de mi abuela y de mi madre.



Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la relación dentro de la escuela? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños?

Creo que hoy en día, en general, se lee mucho en la escuela y además, los chicos empiezan su escolaridad desde pequeñísimos. Recuerdo que el año pasado fui a una salita de dos años con la intención de leer un cuento. En el medio de la ronda, todos sentados en el piso encima de sus pañales, puse varios libros. No dudaron un segundo en acercarse a alguno de esos libros y empezar a hacer la mímica de que estaban leyendo. Fue una escena tiernísima. Pero, por otro lado, todavía nos encontramos con escuelas sin bibliotecas, o sí tienen para primaria y no para secundaria y etcétera. Y como creo que siempre hay que tratar de hacer las cosas cada vez mejor, es hora de exigirle algo más a la escuela, o de exigirnos a todos los que estamos en esto: un poco menos de escolaridad en la literatura. Un poco más de aire. Que entren libros que no tengan una razón específica, que no se elija la literatura que hable de tal o cual tema, que no se elija porque habla de x tema. Que se elijan para leer con los chicos libros más ambiguos, libros que no sabemos muy bien qué quisieron decir. A veces esos libros dicen mucho más que los libros en los que no encontramos ambigüedad, en los que el mensaje está tan claro que no deja margen para que cada lector “lea”. Las propuestas editoriales a veces siguen ese rumbo para poder entrar en la escuela, y la escuela elige de acuerdo a lo que se le ofrece, y muchas veces no se sabe qué fue primero, si el huevo o la gallina. Un ejemplo de un gran cambio gracias a que las editoriales por fin se animaron: editar poesía.



 Cuando empecé a publicar, las editoriales decían que no publicaban poesía, o muy poco, porque era imposible venderla, que a los chicos no les gustaba la poesía. Eso lo escuché clarísimo. Que no les gustaba. En esa época a veces viajaba al interior a dar talleres literarios a escuelas, a que los chicos escucharan leer y a su vez, escribieran. Y, oh, sorpresa, los chicos que no vivían en Buenos Aires pedían poesía. SI les leía una, querían que les leyera otra, y más y más. Y ellos se animaban a escribir poesía. ¿Será porque viven más en contacto con la naturaleza?, me preguntaba yo. Pero resulta que en Buenos Aires los chicos también querían poesía y por fin, las editoriales empezaron a rescatar y a publicar cosas nuevas. Hablo de editoriales que trabajan mucho con la escuela, no de las editoriales pequeñas que nunca dejaron de hacerlo. Quizá la influencia de estas editoriales más pequeñas, que hacen cosas más exquisitas, editoriales gourmet las llamó una colega, dio su fruto.

¿Cómo me gustaría que fuera la escuela de hoy? Es difícil la pregunta. Pero me gustaría que cada chico se sintiera acompañado en descubrir qué es lo que realmente le gusta y así, poder desarrollarlo.




 
—¿Sos muy sensible, como tus personajes?

Ah, ¿son sensibles mis personajes? Podría ser, ¿no?


—¿Qué te hizo ser así?

¿Asi, cómo? Acabo de elogiar a la ambigüedad en la literatura, así que no puedo quejarme y me debo largar a contestar con libre interpretación. Me parece que hay un tema recurrente en lo que escribo, sin proponérmelo, y es el de la comunicación. En la dificultad de la comunicación. En el encuentro y desencuentro que se produce en la comunicación. Los personajes sufren por no saber cómo comunicarse y desean con toda el alma poder hacerlo. Quieren acercarse al otro y no saber cómo. Si yo soy así o no, se contará en otro capítulo.


—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en Argentina? ¿Y en Latinoamérica?


   La veo abundante, con muchas ganas. Hay cosas preciosas y estoy segura de que debe haber otras muchas que todavía no se publicaron. Y hay de todo. Algunas obras se repiten, aunque sean libros distintos y de distintos autores. Y creo que el punto importante, vuelvo a decir, es permitir que entre la ambigüedad, un poco más, a la literatura para chicos. Tener en cuenta que no todo tiene que estar tan claro, siempre. Pero, repito, hay obras, muchas, que me conmueven por su belleza. Quizá esté faltando un poco de obras de teatro. Hay poca gente que escribe teatro para chicos en este momento, aunque hay excelentes autores. Y eso que nos gusta el teatro. Y que la poesía circule todavía un poco más.


—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?

Tiene que escribir, pero cuando tenga ganas. Y leer, seguro que a la niña o niño que le gusta escribir también le gusta leer. Jugar, pero también, seguro que juega. Si puede ir a un taller literario donde se encontraría con chicos que les gusta escribir, genial. Pero si no puede, no importa. Si tiene ganas de mostrarle a los otros chicos lo que escribe, también genial. Pero si no se anima, no importa. Lo importante es no perder esa capacidad de juego al crecer. Como decía Picasso, que dibujaba y dibujaba para llegar algún día a dibujar como cuando era niño. Leer si, leer mucho. Y que se sienta segura y seguro de que tiene todo el tiempo del mundo. Que escribir no es como intentar ser futbolista, bailarín, tenista, en donde el físico tiene un tiempo de vida para poder competir a primer nivel. Que escribir se puede escribir siempre, desde que uno es chico hasta que uno es muy muy viejo. Mientras se tenga ganas, claro.


—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable?.  ¿Por qué?

Si. Es genial cuando terminamos un libro y sentimos que ya no somos las mismas personas. Que eso que acabamos de leer nos movió de donde estábamos, nos corrió, aunque más no sea, un poco. A veces lo que se cuenta es un hecho mínimo, íntimo. Creo que no siempre tiene que contarse una gran cosa. Y, sin embargo, eso mínimo, íntimo, nos llega al alma, o nos hace reír a carcajadas, o nos da ganas de cambiar el mundo. La literatura nos da herramientas para leer el mundo, para ver lo que pasa a nuestro alrededor, para darnos cuenta de cómo estamos, de cómo nos sentimos nosotros o cómo se sienten los que nos rodean. Y, sobre todo, nos da ganas de que otras personas disfruten de leer eso que leímos así como lo disfrutamos nosotros. Así como nos hizo pensar y sentir a nosotros. La materia de la literatura es muy curiosa, se trata de las mismas palabras que usamos para todo. Depende de cómo las combinemos, esas mismas palabras nos pueden llevar hasta el estremecimiento más profundo o, simplemente, nos pueden hacer volver a casa con dos flautas de pan.


--- ¿Cómo impacta en vos, en tu relación con la creación literaria este fenómeno de coronavirus? ¿Cómo llevás la cuarentena? ¿Te permite escribir, crear o es una barrera que impide el hecho creativo?

Lo que estoy escribiendo no tiene nada que ver con el coronavirus, al menos por el momento. Me parece que necesito distanciarme un poco de todo esto, capaz más adelante escriba algo, no sé. Me hace bien estar escribiendo otra cosa, me distrae, me pone contenta, me hace pasar el tiempo, me hace olvidar por un rato la angustia. Los primeros días estaba más concentrada, a medida que pasa el tiempo me cuesta más concentrarme, es de a ratos. El sol me ayuda, si hay sol todo está bien.
   También me hace bien compartir un taller virtual de poesía que da Roberta Ianamico, y un proyecto de libro álbum que estamos haciendo con mi hija.
   Y a seguir esperando, como todos.







@Eduardo Raúl Burattini

1 comentario:

La literatura siempre habla más alto

  (Sobre la polémica en torno a los libros de la colección literaria  “Identidades Bonaerenses” , que  cuenta con 122 títulos de ficción y n...