por Adrián Ferrero
Pensar la literatura infantil es cierto que es pensar en una cierta
clase de discurso literario. Pero no menos cierto es que también es pensar,
sobre todo, en el lugar que una determinada sociedad (por cierto muy diversas)
asigna a infancia en su seno. Esta circunstancia nos pone frente numerosas
variables y dilemas que resultan imposible abordar en un artículo breve. Pero
sí señalaré algunas grandes tendencias.
En primer lugar, y dada su peculiar psicología evolutiva, los niños
deben enfrentarse a una serie de estímulos (que han sufrido un efecto de
evidente aceleración en los últimos años) algunos de los cuales no están en condiciones
de metabolizar de modo exitoso. Por otra parte, esos procesos involucran asimismo
dimensiones éticas, políticas y sociales, además de psíquicas, que pueden afectarlos indefinidamente hasta incluso
devenir en algunos casos episodios de índole traumática. De modo que la mediación y supervisión de
familiares o bien de otras figuras allegadas responsables de la socialización
secundaria, como docentes, amistades, niñeras, entre otros, resulta primordial.
Así, tanto mensajes explícitos como implícitos serán más o menos evitables,
neutralizados o bien se colaborará para una comprensión y prevención a tiempo de
determinados males. No pretendo con esto decir que un niño permanecerá por
completo ajeno a todo peligro, lo que resultaría no solo imposible sino hasta irresponsable
de mi parte afirmar. Pero sí dispondrá de ciertas herramientas y recursos elementales
(además de estar bajo custodia) para, en caso de verse afectado por ciertos
fenómenos o estímulos abrumadores, detectarlos, avisar a los adultos y apartarlos
si son nocivos y aciertan a percibir esa condición. En otros casos esa misión
corresponderá a adultos capacitados. Estos fenómenos, por su condición por lo
general seductora y atractiva, suelen captar su atención de inmediato. Pero
también pueden ser fugaces o bien capturarlos. Los ponen en riesgo, como
adelanté. No será exitosa en todos los casos la labor preventiva de los
adultos. En algunas oportunidades sí será operativa y en otras
irremediablemente pueden ocurrir episodios indeseables. Simplemente que, desde
sus posibilidades, habrán hecho todo lo que estaba a su alcance para brindar al
niño los elementos indispensables para velar por ellos desde su rol y eludir
así consecuencias leves o severas.
Pensar entonces la niñez, como dije, consiste en pensar en el lugar que una
sociedad le otorga al infancia. Hay diferentes ámbitos en los que la niñez
encuentra cobijo. La familia es uno de ellos. La escuela y otras instituciones
formativas son otras. Los espacios recreativos (como los deportivos), son
otros. En fin, menciono estos como los más sustantivos. Y me parece que la
circunstancia más seria resulta ser que el niño no está en condiciones de tomar
las decisiones que determinen su futuro (lo es obvio pero no deja de ser
importante). Tampoco tendrá un pensamiento argumentativamente elaborado,
abstracto y fundamentado similar al del adulto para asignar significados
sociales a puntos de vista que sí lo son o bien tienen un poder persuasivo que habitualmente
son impuestos. El niño está inerme frente a la acción y el pensamiento (en
ocasiones astutos) de ciertos adultos. Esto, como mencioné, si bien resulta una
obviedad, no deja de constituir una condición social esencialmente pasible de devenir
lesiva. Desear incurrir en prácticas destructivas hacia un niño es una
circunstancia que estimo no solo inadmisible sino en ocasiones directamente
criminal. Favorece, entre muchas otras, luego las autodestructivas, e induce a
posibles patologías de toda índole.
Y respecto de la asimetría entre adultos y niños, hay bastante para
decir. Trae aparejadas varias otras que se impone analizar. En primer lugar, al
no elegir, puede llegar incluso el caso de padecer efectos serios si las decisiones
no han sido las acertadas y saludables. Tampoco
las que los realicen como personas Hasta los pueden perjudicar. En otro
sentido, no son debidamente estimulados para alcanzar su máximo rendimiento
cognitivo y físico. Pueden estar subalimentados, con lo que su sistema nervioso
se vea afectado. Por último, puede que padezcan, dado el caso, toda clase de
violencia, así como abusos en virtud de la arriba citada diferencia en la
atribución de poder por edades, tanto intra como extra familiares.
Ahora bien: ¿qué hacer desde la literatura en este contexto? ¿qué puede
hacer la literatura (que es nuestro campo de competencia) frente a estos
contextos de naturaleza compleja y, por lo visto, amenazante? En primer lugar procurar
afrontarlos. A través del orden de la representación literaria hacerlo (habrá
que ver cómo) según determinadas escenas propias de estos mismos contextos para
introducir al niño en esas situaciones que lo ponen en riesgo. De ese modo contará
con algunas pistas acerca del modo como procesarlas o, antes aún,
identificarlas en el marco de ese proceso. Si un niño accede mediante
representaciones literarias a fenómenos que vive o con los que convive está en
condiciones de reconocerlos y, por lo tanto, de realizar procesos contraidentificatorios
también desde la construcción del juicio para el rechazo de dichos estímulos o
mensajes si ha sido debidamente educado. También esas representaciones pueden colaborar
para que, en situaciones de conflicto o
incluso de riesgo, desde el plano de lo simbólico al menos, pueda disponer de
recursos para, de modo resolutivo, afrontarlos. Reconocerse en una
representación literaria especularmente puede reenviar a un determinado
conflicto para rechazarlo si se presenta, para eludirlo. Así, desde la
prevención, la literatura puede actuar concretamente. Reconocer un estado de cosas
que le toca vivir tanto de deseable (gratificante), dato que lo potencia más
aún, o indeseable, dato que lo obliga a actuar para la autopreservación, resulta
vital. En este sentido, la literatura funciona como un espejo no sólo útil sino
hasta esencial. Al tratarse de literatura, estamos frente a un discurso del
orden de lo artístico, de lo connotativo y no de lo denotativo. Eso introduce
variables tanto más ricas para pensar y repensar la realidad desde varios ángulos
y puntos de vista, no solo de modo unívoco y lineal. Sino polisémico. No
concluyentes sino abiertos. El mundo entonces, se abre a infinitas posibilidades
y aun habiendo miedos o incluso pánicos, aun habiendo obstáculos, también habrá
elementos de los cuales echar mano. Un universo de significados sociales dentro
del cual también encontrar un espacio. Ese me parece un buen punto de partida
para escribir. El reconocimiento desde la representación literaria de los
peligros. Representar para identificar un objeto, una acción invasiva o a un
sujeto cuya acción pueda afectarlos. Corresponde primero y antes de todo a los
escritores y escritoras tomar consciencia de este estado de cosas y pensar
estrategias para, desde la escritura, brindar su aporte a niños y jóvenes.
Procuremos no reproducir esa pedagogía antipática de la que tanto nos ha
costado salir gracias, en Argentina, a figuras como María Elena Walsh, Silvina
Ocampo, Sara Gallardo, Javier Villafañe, Hugo Midón, entre otros grandes precursores
y precursoras. Pero además de ello, de pensar las poéticas en primer lugar en
términos de la excelencia, de hacerlo en términos de que no respondan a
estereotipos, a clichés, a lugares comunes, a argumentos carentes de toda
imaginación creativa pero desvinculada de los contextos de este presente
histórico. Afrontemos el desafío de actualizar nuestros temas y nuestras tramas
en función de todo lo que arriba expuse en lo referido al orden de lo
referencial, pero sin descuidar la excelencia. El gran desafío, me parece,
consiste en cómo, desde nuevos temas, desde nuevos paradigmas en el modo de
concebir la ficción a partir de estas problemáticas, pensar la escritura creativa
con sentido de perfeccionamiento pero también de vigencia. Y de la
operatividad.
Busquemos encontrar en los grandes autores y autoras esa mirada ejemplar
que nos puede enriquecer, como un puente hacia la infancia también desde lo
comunicativo, no solo desde la libertad creativa. En este momento está primando
en el mundo el universo de las comunicaciones, sobre todo virtuales. De la
videocultura y el mundo digital. La literatura, mediante un lenguaje accesible
pero sin simplismos, sería bueno (me parece) buscara esta senda a partir de la
cual sacudir al niño, al tiempo que él se reconozca en el marco del discurso
literario pensándolo como un mensaje activo, atractivo y formativo y pensándose
a sí mismo como un sujeto activo. En todas sus facetas el arte literario
infantil sería la posibilidad infinita del orden de la invención y de la
recreación y el espacio de la reparación (si ha habido daños más o menos serios,
según los casos, esperemos que no irreparables, pero aún así para convivir con
ellos del mejor modo posible) de reencontrarse con un mundo que pretende
sustraerles a los niños lo que son o lo que es de desear sean de modo
totalizador. Seres libres, complejos e interpelados desde todos los sentidos de
la palabra integridad que merecen como personas dignas, con una dimensión ética
y completa..
No hay comentarios.:
Publicar un comentario