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jueves, 26 de marzo de 2020

Literatura infantil: cómo huir de la educación emocional y la educación en valores



Por María Cristina Alonso


Hace un tiempo, a lxs docentes se les pedía que  enseñaran por medio de las emociones y todxs andaban a la caza de cuentos "con emociones". Y ni hablar los que buscaban literatura en valores. Por suerte María Cristina Ramos escribió un texto para aclarar las cosas que tituló “Mensaje urgente”. Dice, entre otros conceptos: "La literatura es para acompañar los sueños, para sostener y entender los deseos, para desplegarse, para conocer espacios de nosotros mismos que permanecen aún calladitos. Si buscas cuentos con valores, nunca tuviste la suerte de que te dieran a leer verdadera Literatura. Estás a tiempo: buscá y leé Literatura."



Hace un año, una maestra que había hecho un curso sobre educación emocional me pidió, para acreditarlo, que le sugiriera cuentos para chicos en los que hubiera emociones.


¿Emociones?, pensé. Toda la literatura apunta a nuestras emociones. ¿No escuchamos, acaso, los lectores de La isla del tesoro el latido del corazón de Jom Hawkns escondido en el tonel de manzanas de la Hispaniola mientras se  producía un motín?  ¿No sentimos nuestro estómago retorcerse de hambre mientras acompañamos a Hansel y Gretel por el bosque, antes de encontrar la casita de chocolate? ¿No nos crecen cosquillas en nuestro interior mientras descendemos con Alicia por la madriguera persiguiendo  al Conejo Blanco?




¿No nos angustia el crecimiento de la Nada que se va devorando el reino de Fantasía mientras leemos La historia sin fin de Michael Ende? ¿No nos alegramos cuando cantamos  la Canción del jardinero de María Elena Walsh? (Mírenme, soy feliz, entre las hojas que cantan, cuando atraviesa el jardín, el viento en monopatín), o sentimos el odio incontenible del capitán Ahab por la Ballena Blanca?



Muchos teóricos han escrito sobre la literatura infantil como medio para favorecer la educación emocional, del cuento como recurso para trabajar el miedo o para superarlo. Es decir, piensan en la literatura como instrumento para eso que todos vagamente definen como “educación emocional” pero que, en definitiva, está pensadas para educar a individuos que se adapten a la sociedad capitalista. Es la educación que impone a los pueblos el neoliberalistmo que desplaza las problemáticas sociales al ámbito de las emociones, políticas en las que el “Mercado” configura la constitución de la subjetividad debilitando la cohesión social y la solidaridad.

Por algo no se habla de educar, sino de entrenar. En el neoliberalismo la cuestión de la vulnerabilidad afectiva se resuelve en la “gestión de los afectos”. En tanto “el Mercado” predomine en la constitución de la subjetividad, se debilitan la cohesión social y las solidaridades. Ante ello, para el aprendizaje, el Estado descentraliza su responsabilidad en las emociones de los individuos.
En el campo de la educación emocional circula “el cuento de la tortuga”utilizado como estrategia de regulación emocional. Y dice así: “Cierto día una tortuguita se encontró con una tortuga mayor, con mucha experiencia y sabia en muchos aspectos. La tortuguita le dijo a la mayor: ‘La escuela no me gusta. No puedo portarme bien. Y si lo intento, no lo consigo. ¿Qué puedo hacer?’. La tortuga mayor le respondió: ’La solución está en ti misma. Cuando te sientas muy contrariada o enfadada y no puedas controlarte, métete dentro de tu caparazón. Ahí dentro podrás calmarte.’

Traducido: si de niño calmas tus emociones podrás ser un engranaje obediente del sistema. Nada de preguntas, nada de pensamiento crítico. Proclamemos la felicidad y controlémonos.

Pero la literatura es otra cosa, es peligrosa, por algo durante la última dictadura se quemaron libros y se prohibieron cuentos como Un elefante ocupa mucho espacio de Elsa Bornemann o La torre en cubos de Laura Devetach.


La literatura nos permite entender más allá de los conceptos cristalizados de la publicidad, de la religión, de los mensajes televisivos.

 De la misma manera, la Literatura infantil ha sido sierva de la educación en valores. En el pasado con sus moralejas, en la actualidad con textos para difundir modos de entender la realidad y los conflictos del mundo desde una mirada progresista. Con este criterio, en una biblioteca escolar de Cataluña, fueron retirados más de doscientos libros porque un grupo de madres los había leído con “perspectiva de género” y había vetado hasta a Caperucita roja por sexista.


Es que los censores nunca fueron buenos lectores de literatura, ni tampoco los predicadores. Me auxilia Gianni Rodari para explicar esta cuestión intrínseca de la literatura. En su libro La gramática de la fantasía, en un capítulo titulado “En defensa del gato con botas” cita  algunas lecturas de este cuento popular.
Se  ha sostenido que la moral de esta fábula recogida por Perrault  radica en que, con astucia, con  engaño, es posible llegar a ser potente como los reyes o, si, se quiere, la historia enseña como la humildad, la paciencia, el ingenio y la inteligencia, pueden obtener más beneficios que el dinero.

No obstante, Rodari transcribe una lectura de Laura Conti en la que rescata que el Gato vencía al Rey pero no se transformaba en Rey, continuaba siendo gato, y eso era lo conmovedor; que los pequeños, los humildes pudieran vencer a los poderosos. Ya vemos, la literatura es plurisignificativa, no hay lecturas unívocas.



Ya lo  señala María Adelia Díaz Rönner  en Cara o cruz de la literatura infantil: “Los educadores, padres o docentes, tergiversan a menudo la dirección plural de los textos para consumarlos en una zona unitaria de moralización. (…) lo literario se subordina a la ejemplificación de pautas consagradas que tienden peligrosamente a homogeneizar las conductas sociales desde la infancia. O, sencillamente, sugieren que se las acate sin ninguna crítica."

Es que la literatura no es sierva de nadie. Nos conmueve, nos enseña, nos convierte en seres críticos, nos habla de la belleza y de la maldad, de la sociedad patriarcal, de lo oscuro y de lo luminoso, de la felicidad y de la soledad, pero nunca se propone expresamente adoctrinarnos. La literatura trabaja con la tela suave e invisible de la imaginación. No adoctrina; eleva, fascina, nos hace discutir. Calma, enerva, inquieta, tranquiliza, pero se empobrece cuando la  escuela la utiliza como panfleto pedagógico.

Volviendo al texto de María Cristina Ramos: “Si buscas cuentos con valores -yo agregaría cuentos con emociones-nunca tuviste la suerte de que te dieran a leer verdadera Literatura”.

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