Por María Cristina Alonso
Hace un tiempo, a lxs docentes se les pedía que enseñaran por medio de las emociones y todxs andaban a la caza de cuentos "con emociones". Y ni hablar los que buscaban literatura en valores. Por suerte María Cristina Ramos escribió un texto para aclarar las cosas que tituló “Mensaje urgente”. Dice, entre otros conceptos: "La literatura es para acompañar los sueños, para sostener y entender los deseos, para desplegarse, para conocer espacios de nosotros mismos que permanecen aún calladitos. Si buscas cuentos con valores, nunca tuviste la suerte de que te dieran a leer verdadera Literatura. Estás a tiempo: buscá y leé Literatura."
Hace un año, una maestra que había hecho un curso sobre educación
emocional me pidió, para acreditarlo, que le sugiriera cuentos para chicos en
los que hubiera emociones.
¿Emociones?, pensé. Toda la literatura apunta a
nuestras emociones. ¿No escuchamos, acaso, los lectores de La isla del tesoro el latido del corazón de Jom Hawkns escondido en
el tonel de manzanas de la Hispaniola mientras se producía un motín? ¿No sentimos nuestro estómago retorcerse de
hambre mientras acompañamos a Hansel y Gretel por el bosque, antes de encontrar
la casita de chocolate? ¿No nos crecen cosquillas en nuestro interior mientras
descendemos con Alicia por la madriguera persiguiendo al Conejo Blanco?
¿No nos angustia el crecimiento de la Nada que se va
devorando el reino de Fantasía mientras leemos La historia sin fin de
Michael Ende? ¿No nos alegramos cuando cantamos
la Canción del jardinero de
María Elena Walsh? (Mírenme, soy feliz, entre las hojas que cantan, cuando
atraviesa el jardín, el viento en monopatín), o
sentimos el odio incontenible del capitán Ahab por la Ballena Blanca?
Muchos
teóricos han escrito sobre la literatura infantil como medio para favorecer la
educación emocional, del cuento como recurso para trabajar el miedo o para
superarlo. Es decir, piensan en la literatura como instrumento para eso que
todos vagamente definen como “educación emocional” pero que, en definitiva,
está pensadas para educar a individuos que se adapten a la sociedad
capitalista. Es la educación que impone a los pueblos el neoliberalistmo que
desplaza las problemáticas sociales al ámbito de las emociones, políticas en
las que el “Mercado” configura la constitución de la subjetividad debilitando
la cohesión social y la solidaridad.
Por algo no
se habla de educar, sino de entrenar. En el
neoliberalismo la cuestión de la vulnerabilidad afectiva se resuelve en la
“gestión de los afectos”. En tanto “el Mercado” predomine en la constitución de
la subjetividad, se debilitan la cohesión social y las solidaridades. Ante
ello, para el aprendizaje, el Estado descentraliza su responsabilidad en las
emociones de los individuos.
En
el campo de la educación emocional circula “el cuento de la tortuga”utilizado
como estrategia de regulación emocional. Y dice así: “Cierto día una tortuguita se encontró con una tortuga mayor, con
mucha experiencia y sabia en muchos aspectos. La tortuguita le dijo a la mayor:
‘La escuela no me gusta. No puedo portarme bien. Y si lo intento, no lo
consigo. ¿Qué puedo hacer?’. La tortuga mayor le respondió: ’La solución está
en ti misma. Cuando te sientas muy contrariada o enfadada y no puedas
controlarte, métete dentro de tu caparazón. Ahí dentro podrás calmarte.’
Traducido:
si de niño calmas tus emociones podrás ser un engranaje obediente del sistema.
Nada de preguntas, nada de pensamiento crítico. Proclamemos la felicidad y
controlémonos.
Pero
la literatura es otra cosa, es peligrosa, por algo durante la última dictadura
se quemaron libros y se prohibieron cuentos como Un elefante ocupa mucho espacio de Elsa Bornemann o La torre en cubos de Laura Devetach.
La
literatura nos permite entender más allá de los conceptos cristalizados de la
publicidad, de la religión, de los mensajes televisivos.
Es
que los censores nunca fueron buenos lectores de literatura, ni tampoco los
predicadores. Me auxilia Gianni Rodari para explicar esta cuestión intrínseca
de la literatura. En su libro La gramática de la fantasía, en un
capítulo titulado “En defensa del gato con botas” cita algunas lecturas de este cuento popular.
Se ha sostenido que la moral de esta fábula
recogida por Perrault radica en que, con
astucia, con engaño, es posible llegar a
ser potente como los reyes o, si, se quiere, la historia enseña como la humildad, la paciencia, el
ingenio y la inteligencia, pueden obtener más beneficios que el dinero.
No obstante, Rodari
transcribe una lectura de Laura Conti en la que rescata que el Gato vencía al
Rey pero no se transformaba en Rey, continuaba siendo gato, y eso era lo
conmovedor; que los pequeños, los humildes pudieran vencer a los poderosos. Ya
vemos, la literatura es plurisignificativa, no hay lecturas unívocas.
Ya
lo señala María Adelia Díaz Rönner en Cara
o cruz de la literatura infantil: “Los educadores, padres o
docentes, tergiversan a menudo la dirección plural de los textos para
consumarlos en una zona unitaria de moralización. (…) lo literario se subordina
a la ejemplificación de pautas consagradas que tienden peligrosamente a
homogeneizar las conductas sociales desde la infancia. O, sencillamente,
sugieren que se las acate sin ninguna crítica."
Es que la literatura no es sierva de nadie. Nos conmueve, nos
enseña, nos convierte en seres críticos, nos habla de la belleza y de la
maldad, de la sociedad patriarcal, de lo oscuro y de lo luminoso, de la
felicidad y de la soledad, pero nunca se propone expresamente adoctrinarnos. La
literatura trabaja con la tela suave e invisible de la imaginación. No
adoctrina; eleva, fascina, nos hace discutir. Calma, enerva, inquieta,
tranquiliza, pero se empobrece cuando la escuela la utiliza como panfleto pedagógico.
Volviendo al texto de María Cristina Ramos: “Si buscas
cuentos con valores -yo agregaría cuentos con emociones-nunca tuviste la suerte
de que te dieran a leer verdadera Literatura”.
Muy buenos. Gracias por traernos estas palabras tan necesarias.
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