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viernes, 20 de marzo de 2020

“Borges y la literatura infantil”


                                                                                 por Adrián Ferrero



     Siempre insistí en que sobre algunos autores o autoras (más autores que autoras) se había escrito más de lo conveniente. El trabajo crítico se obstina en torno de ciertos corpus a los cuales se les ha hecho decirlo todo. En tanto toda otra zona de la experiencia literaria permanece bajo el manto del silencio crítico. O por indiferencia o por resistencias. De modo que, más modestamente, es el propósito del presente artículo tomar nota acerca de los silencios por parte de Borges en torno de la literatura infantil y juvenil. En particular de la infantil. Procuraré analizar los desplazamientos de  públicos de la literatura para adultos hacia la juvenil que en el caso de Borges fueron decisivos.   Y, finalmente, me interesa una dimensión productiva de su poética  en relación con la infancia: la escritura de narrativas de escenas de lectura o de traducción.  

     Dicho esto con toda franqueza, he leído y releído la obra de Borges en varias y distintas etapas de mi vida con diferentes niveles de profundidad y complejidad. También buscando encontrar en ella no siempre las mismas pistas. Y en otras encontrándome de forma sorpresiva con temas o formas inesperados. Por otra parte, esas lecturas tuvieron lugar en contextos diversos. Desde un secreto comedor adolescente familiar hacia mis 17 años, los circuitos institucionales ligados a planes de estudio del colegio secundario o bien de la carrera de Letras en la Universidad de La Plata. Diría entonces que hay para mí muchos Borges en el orden de la imaginación crítica. Porque para un crítico su objeto, el corpus sobre el que trabaja o trabajará en el futuro, como para cualquier lector, es de naturaleza imaginaria. Con la diferencia de que a partir de esa representación plasmará una cierta lectura del mismo. En esa lectura progresiva de la poética de un escritor, es de desear que, tal como lo esbocé, la complejidad aumente en refinamiento de nivel interpretativo. Una interpretación que realice abordajes cada vez más agudos. Porque en la medida en que se vaya formando contará con mayores recursos. Y porque por otro lado conocerá más acerca de teoría y crítica literarias, conocerá otros saberes ligados a las humanidades y las ciencias sociales o, en particular, acerca de la literatura misma. De la literatura de ese autor o de otros. Todo ello facilitará enfoques intratextuales e intertextuales día a día más fecundos.


     Desde que empecé a ahondar en la literatura infantil argentina, especialmente en algunos autores y autoras además de en temas de teoría en torno de ella pensé,  siendo el referente mayor de la de nuestra Historia literaria, en un autor como Borges. Precisamente en sus silencios en torno de ella. No había escrito literatura infantil. No había sido un corpus que él hubiera indagado en sus ensayos (lo que por supuesto no era ninguna obligación) o incluso mediante operaciones intertextuales como sí lo hizo sin embargo en cambio con autores que, como veremos, de ser “para adultos” comenzaron a engrosar las bibliotecas juveniles. En efecto, el académico especializado en la obra de Borges Daniel Balderston en su libro El precursor velado: R.L. Stevenson en la obra de Borges (1985), explora de modo tan pormenorizado como elocuente el envés secreto de las tramas de la literatura de Robert Louis Stevenson con la poética de Borges. Se trata de una meticulosa investigación hasta encontrar cuál es el factor Stevenson en la poética de Borges. Rastreando, también sus citas, razón por la cual debió, entre muchas otras cosas, proceder a  leer  y releer las  Obras completas del autor anglosajón en dos oportunidades en su idioma originario.

     Y aún estando Borges rodeado de escritores y escritoras amigos que sí habían cultivado la literatura infantil, en algunos casos con intensidad (tales los casos de Silvina Ocampo, Sara Gallardo, Manuel Mujica Láinez con su célebre “El hombrecito del azulejo”, entre otros), el creador de Ficciones hizo caso omiso de esta  producción. Hubo naturalmente autores infantiles argentinos con valiosos corpus por fuera de este circuito endogámico de clase. No era un campo el de la literatura infantil de naturaleza prestigiosa. Era más bien marginal (el caso argentino, por entonces sobre todo, pero siempre lo ha sido), pero sí Borges había consagrado largas páginas de sus libros a autores que serían contemplados como infantiles, como Lewis Carroll con las Alicias. Y también Borges se había ocupado de producir obras que tampoco estaban en el centro de los géneros más consagrados o de la escena literaria. Lo había hecho mediante distintas operaciones teórico/críticas concretas en torno de autores (varones sobre todo) que respondieran a las expectativas más frecuentes de quienes asistían al fenómeno literario.

     Sin embargo (y a este punto quiero llegar) hay dos vertientes que vinculan a Borges con la infancia y con la literatura infantil. La primera de ellas, es la cita y el abordaje crítico de algunos nombres: Stevenson, H.G. Wells, Oscar Wilde, Lewis Carroll (como dije), Mark Twain, entre otros. También operaciones editoriales en el mercado, en la dirección de colecciones. Esta literatura, que no había sido toda escrita originariamente para niños, niñas o jóvenes (en su mayoría), había sido luego apropiada por la literatura así llamada infantil o juvenil como parte de su territorio. Esto es: desde la industria editorial y sus lectorados se había producido un desplazamiento o corrimiento. Con vistas a un público ávido por aventuras y prodigios. Los marcos de referencia eran ahora otros. Esta experiencia traslaticia, según la cual un universo simbólico durante largo acotado a un dominio de la literatura durante una etapa de la Historia y de la Historia literaria en  particular (oriundos de Inglaterra, Irlanda y EE.UU., para el caso) luego era apropiado por otro país, selló también la poética de Borges. Pero Borges, por motivos muy distintos a mi juicio, la desviaba hacia un lectorado adulto en tanto que experiencia crítica y creativa. Recordemos que Borges no lee adaptaciones para jóvenes, sino que lee a los originales en su lengua nativa (este es un primer punto importante). Por otro lado, su persistente trabajo desde el género ensayo sobre estos escritores, marcaba un cierto tipo de lectura de ellos (y no otras). No era un lector. Dialogaba con esas poéticas. También trabajó o había trabajado sobre sus cartas, diarios y ensayos, no solo sobre su ficción. Lo que sumaba desconcierto al desconcierto. Y  también saberes al saber.  


     Agregaría por último, que de estos autores fundamentalmente se tomaban los contenidos de la fábula de sus libros, no su discurso, en términos de los formalistas rusos. Esto es: resultaban más interesantes sus tramas, sus argumentos y no el modo en que esas tramas habían sido referidos siguiendo una determinada escritura o retórica. Porque se trataba una literatura (en términos generales)  por lo general clásica, cuyas búsquedas no se cifraban precisamente en el modo de narrar sino en qué avatares eran contados en sus historias. Eran más narrativas parecidas al cuento tradicional que al cuento experimental (llamémosle así).

     En segundo lugar, el otro punto que siempre llamó poderosamente mi atención en Borges, fue esa ensoñación nostálgica en la que consistieron las evocaciones de escenas de lectura. O incluso escenas de traducción de infancia también. Borges había traducido al español como nadie, de modo muy precoz, a sus 8 años “El príncipe feliz” de Oscar Wilde. Y esa traducción, firmada en el diario en el que había aparecido de modo tal como presumiblemente solía hacerlo su padre, había provocado desconcierto y confusión entre quienes la leyeron. Todos  la habían atribuido a su padre. Esto es: se desplazado (nuevamente) de la función de traductor a su verdadero artífice para atribuírsela a su progenitor. Circunstancia que también constituye una marca fuerte de origen de escritor. Borges es capaz de ejercer mejor que nadie un oficio, al punto de ser confundido con un adulto. Esto es, alguien que no pertenece a su edad cronológica. Alguien que tiene las aptitudes de un adulto. Alguien avezado que en los términos más corrientes jamás sería capaz de medirse con un adulto en la práctica de la traducción. Y que ese adulto fuera su padre, volvía más radical y precoz práctica cultural.



     Hay multitud de escenas de lectura en Borges, de las cuales me gustaría recuperar algunas en las que se lo ve regocijado, haciendo lo que más le gustaba en una etapa en la que además podía ver y podía leer lo que se le antojara cuando así lo deseara. Declaró sentir que jamás se había marchado de la biblioteca de su padre, colmada de libros en inglés. Lo que también marca pero esta vez desde la ideología a la literatura en el orden del la jerarquía del idioma. Mucho más aún declarando que había leído el Quijote, la obra hispánica magna por excelencia, la paradigmática, su clásico fundacional, antes en inglés que en español. Esto tiene repercusiones en el orden de lo ideológico y en lo estético indudablemente. Leer el clásico de su lengua en otra lengua es una forma de afirmar que la operación de leer consiste en traducir. Esto en primer lugar. En segundo término, en afirmar que el español es su segunda lengua, la lengua que llegará en una segunda instancia. No es la lengua de la lectura. Pese a que sería la de la escritura. En forma édita, Borges dio a conocer contenidos bajo la forma de libro que yo sepa (los expertos siempre saben más muchos más por supuesto, y seguramente Borges debe de haber escrito otras obras literarias en esa lengua) solo sus “Two English Poems”, dos poemas de amor.

     Asimismo, afirmar algo así posiciona a Borges respecto del capital simbólico que maneja (una segunda lengua, no la materna, o la materna en un segundo plano, no de paridad en la lectura), como si fuera la primera. Ubica al inglés como la sede natural de su formación, como un lugar simbólicamente prestigioso. Él se ha formado como lector en una biblioteca con libros en inglés. Una biblioteca de la cual ocurre algo así, tal como él lo refiere, en términos de haber quedado cautivo de ella, por más que aparentemente no exista sinsabor en la experiencia. Hay sensación de seguridad. Una seguridad que ahora se ha diluido. Cautivo de una literatura, cautivo de un corpus, Borges también está cautivo de una imagen de sí mismo y de una construcción de la literatura. Esta etapa de la vida de Borges es la infancia. Y considero que queda bastante claro que Borges leía libros que no eran para niños siendo de corta edad. Este es otro punto interesante para estudiar en relación a Borges y a la literatura infantil. En cómo fue capaz de leer libros que no eran infantiles a edad muy temprana. Dotándolo, naturalmente, de un capital simbólico muy por encima del de los niños de su edad. Además de configurar un sistema de lecturas que no era el más frecuente en la infancia.

     De modo que en estos términos definiría una relación tensa entre literatura nacional y literatura extranjera mediada por la traducción cultural (no solo literaria) en relación con la producción de relatos sobre su protoimagen de escritor en  primer lugar en estrecha relación con la de lector. Porque Borges lee literatura inglesa y estadounidense en un espacio (también cultural) que no es Inglaterra o EE.UU. Sino su barrio, una casa donde hay un molino, un aljibe, palmeras y una biblioteca en Argentina. Esta escenografía para esa escena, presupone entonces, efectivamente una cierta clase de traducción: la que va del universo significante y material de la cultura de una nación a otra. Entonces Borges está diciendo muchas cosas con estas escenas de lectura en la casa de su familia, con libros que tampoco son suyos sino que de modo hereditario recibe o le son prestados, de ahí precisamente la palabra “biblioteca”. De una biblioteca “se piden prestados” los libros. Él no los compró. Él no los eligió. A él le tocaron en suerte. A él le son facilitados. Le son dados esos libros. Él recibe un legado bajo la forma de un capital simbólico en un cierto sentido impuesto. Recibe la tradición de una literatura y la de un idioma (también por consanguinidad) que no son los de su lengua materna. Por más que sabemos que Borges era bilingüe (además de haber hecho un culto de sus antepasados). De modo que él se hace cargo de una tradición literaria que no es la propia, de poéticas que lee como lo hace un argentino pero en el idioma originario en que esos libros fueron escritos. Borges es una suerte de ciudadano inglés apócrifo. Con documentaos de identidad argentinos. Es un argentino que también es inglés, con un salvoconducto a Inglaterra en una tierra donde se hablas español. Que lee libros en inglés que han sido escritos antes en español. Es alguien que “hace contrabando”. La figura del oxímoron es la que se impone, me parece, a esta definición de las operaciones culturales de Borges. Las que le tocaron pero también las que él eligió.


     Las genealogías de Borges han sido trabajadas magistralmente por el escritor y crítico Ricardo Piglia aludiendo a “los dos linajes”: el inglés y el criollo viejo. Dos líneas en estrecha relación no solo con universos sociales sino con tradiciones literarias prácticamente divergentes. Pero de cuya mezcla Borges conseguiría ser ese escritor magnífico y esclarecido que con su poética pondría patas arriba a la literatura del mundo para siempre. Ricardo Piglia dirá que Borges sería en adelante el gran maestro de todos los escritores y escritoras que le siguieron. Y se reconoce como parte de la generación de los parricidas. Borges será, a partir de cierta altura de su vida, quien dicte las pautas a partir de las cuales se deberá ajustar la literatura y la poética. Esto provoca irritación y conflicto  dado que cada escritor o escritora aspira a definir su proyecto creador no por oposición a una poética todopoderosa sino según una afirmación contundente de la propia. Si bien, lo sabemos, el funcionamiento de todo campo intelectual supone el dinamismo complejo y ambiguo de la competencia por la legitimidad cultural.

     Así, el trabajo fino de Borges en torno de estas narrativas de escenas de infancia construyen una imagen de escritor más cerca del escritor/lector que del escritor profesional que ejerce exclusivamente su oficio por  fuera del universo de la lectura. Borges no concibe la escritura sin la lectura. Solía afirmar que otros se jactaran de los libros que les había sido dado escribir. Él lo hacía de los que le había sido dado leer. Bajo estas circunstancias considero que queda fundado un rasgo identitario crucial para Borges. Será alguien que está, mientras escribe, leyendo todas las tradiciones literarias, no solo la propia. Pero en particular estará leyendo cuando escriba (este es el punto). Pero lo que lea será caudaloso. Tanto como el nivel complejidad de sus lecturas. Entiendo que esta será su operación crucial. Y en particular estará leyendo la gran tradición de las culturas anglosajonas muy en particular. Porque en ella ha sido educado (o en ella se educó él mismo, es una suerte de self made child). Ese es un punto ambiguo. Porque si uno se encuentra como escenografía de su vida literaria al llegar a este mundo con una biblioteca en inglés, su futuro ya está sellado de antemano, precisamente, por otra mano. Un futuro que no ha elegido. Pero uno puede, en un ejercicio opositor, como ha sucedido en tantos casos, tomar distancia del  origen. Y hasta ir a contrapelo de esa guión prescriptivo, sin repetirlo. ¿Borges lo hizo? Pienso que sí y pienso que no. Escribió en lengua española cuando la herencia primordial era inglesa. Hizo esa opción. Es cierto que pudo no haberlo hecho. Como Héctor Bianciotti escribió en francés y Juan Rodolfo Wilcock en italiano. Pero ambos se habían radicado en esos países. Borges estuvo toda su vida, excepto sus últimos días, en Bs. As.

    Borges escribe todo el tiempo leyendo. Esto resulta nítido. No estamos hablando de un escritor espontaneísta ni ingenuo. Tampoco irreflexivo. Mide cada paso que da. Tiene todo bajo control, conoce cada movimiento de la pieza del ajedrez que va a jugar. Su jugada maestra será, naturalmente, su poética. ¿Llegó Borges a un jaque mate? Esto lo dirá la evolución de la Historia literaria y de los distintos campos intelectuales, no solo el argentino. Además de cómo el canon se vaya construyendo, destruyendo, tensionando, diluyendo, renovando y siendo puesto en cuestión por los propios escritores, escritoras además de los estudiosos inicesantemente. Borges realiza  operaciones  difíciles en las que somete a la literatura del mundo a los efectos de escribir condensándola en su poética en  una operación de síntesis de una radical originalidad.


     Ahora bien: ¿tiene sentido objetar a Borges la lectura y consagración de ciertos autores en desmedro de otros que consideramos hubieran sido o son más valiosos? Pienso que no. Y no  tendría el menor sentido cuestionar su canon porque Borges es Borges merced a que leyó esos libros y no otros. Su corpus está cerrado. Su poética ha sido construida según las bases en que él las ha dejado sentadas. Y me parece que pretender poner en cuestión algo que ha alcanzado su punto culminante en el mundo entero no tendría fundamento alguno. Sería como buscar el defecto malintencionado en un virtuoso de naturaleza superlativa. Porque ¿qué se logra con impugnar lo que Borges dejó de leer si en cambio lo ha leído todo de ciertos autores sobre los cuales solo él tenía noticias? Sobre los que nosotros no hemos leído ni media palabra. Menos aún en su idioma nativo. Y seguramente sobre los que ello así seguirá ocurriendo para siempre. Nadie leerá nunca libros que Borges sí leyó porque nadie sabrá nunca de su existencia. O nadie tiene su prodigiosa inteligencia como para con esa lucidez extrema interrogarlos de ese modo. O libros incluso que otros descalifican pero en los que Borges encontró claves de lectura primordiales para la experiencia creativa ¿Tiene sentido reprocharle a Borges haber ignorado a muchos autores argentinos o del mundo cuando él mismo podría decir lo propio de nosotros alegando similar argumento? Él podría decirnos ¿por qué no han leído tal autor, tales libros esenciales para hacer o desentrañar la literatura? Borges murió llevándose el secreto (varios).

     Como operación crítica me resulta tanto más interesante (además de mucho más productiva) pensar en cuáles realizó Borges con las poéticas argentinas y las del mundo. Qué posición adoptó desde la ideología literaria respecto de la cartografía literaria internacional, por ejemplo. Cómo eligió ubicarse respecto de las grandes literaturas hegemónicas del mundo, con grandes tradiciones letradas por detrás. Con culturas literarias antiquísimas. Proviniendo de una patria joven con una cultura literaria de naturaleza escasa. Esto resignifica las escenas de lectura a las que me estoy refiriendo. Inglaterra era una potencia imperial. Él habitaba la periferia. Sin embargo contaba ya siendo un niño con el capital simbólico de lo más rico de Inglaterra en ese idioma nativo en su propia casa. Con tiempo y conocimientos para leerlo. Las narrativas de escenas de lectura o traducción de infancia de Borges, esto vale anotarlo, están girando también siempre en torno de la figura de su padre.
     Y, como para cerrar, evoco a ese niño que se regocija entre libros y que seguramente entre ellos ha de haber sido revoltoso. Por opción y transgresión. Ese niño que fue un niño que tuvo una infancia diría yo que letrada. Que fue un niño, efectivamente, de letras. Su padre le explicó libros así como (en otra escena que ahora recupero) mediante una partida de ajedrez le hace descubrir algunas perplejidades filosóficas acerca del universo. Y probablemente eso haya hecho toda su vida: divertirse leyendo. Divertirse escribiendo sus propios libros dentro de los cuales había algunos jamás escritores con autores inexistentes.




     Estas narrativas de escenas de lectura de Borges lo pintan como un niño feliz. Pero también como un niño voraz. Un niño que abusa de la lectura. Y a la traducción (si es que un niño concibe la peregrina idea de traducir del inglés un cuento infantil). Y en esta evocación de ese Borges con escenas superpuestas, traigo a mi memoria la fundacional de su poética que es la narrativa de escena de traducción. Aquella reescritura (como toda traducción) de un cuento infantil de un clásico (pero para el caso de autor polémico) que ahora soy yo el que en una escritura crítica reescribo a mi vez en abismo. Porque en ese momento, Borges fue alguien feliz. Fue lo que es y sería para siempre. El príncipe feliz. Del espléndido reino de la literatura del mundo.

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