por Adrián Ferrero
Siempre insistí en que sobre
algunos autores o autoras (más autores que autoras) se había escrito más de lo conveniente.
El trabajo crítico se obstina en torno de ciertos corpus a los cuales se les ha
hecho decirlo todo. En tanto toda otra zona de la experiencia literaria
permanece bajo el manto del silencio crítico. O por indiferencia o por
resistencias. De modo que, más modestamente, es el propósito del presente
artículo tomar nota acerca de los silencios por parte de Borges en torno de la
literatura infantil y juvenil. En particular de la infantil. Procuraré analizar
los desplazamientos de públicos de la
literatura para adultos hacia la juvenil que en el caso de Borges fueron decisivos.
Y,
finalmente, me interesa una dimensión productiva de su poética en relación con la infancia: la escritura de
narrativas de escenas de lectura o de traducción.
Dicho esto con toda
franqueza, he leído y releído la obra de Borges en varias y distintas etapas de
mi vida con diferentes niveles de profundidad y complejidad. También buscando encontrar
en ella no siempre las mismas pistas. Y en otras encontrándome de forma
sorpresiva con temas o formas inesperados. Por otra parte, esas lecturas tuvieron
lugar en contextos diversos. Desde un secreto comedor adolescente familiar hacia
mis 17 años, los circuitos institucionales ligados a planes de estudio del colegio
secundario o bien de la carrera de Letras en la Universidad de La Plata. Diría
entonces que hay para mí muchos Borges en el orden de la imaginación crítica. Porque
para un crítico su objeto, el corpus sobre el que trabaja o trabajará en el
futuro, como para cualquier lector, es de naturaleza imaginaria. Con la
diferencia de que a partir de esa representación plasmará una cierta lectura del
mismo. En esa lectura progresiva de la poética de un escritor, es de desear que,
tal como lo esbocé, la complejidad aumente en refinamiento de nivel
interpretativo. Una interpretación que realice abordajes cada vez más agudos.
Porque en la medida en que se vaya formando contará con mayores recursos. Y
porque por otro lado conocerá más acerca de teoría y crítica literarias, conocerá
otros saberes ligados a las humanidades y las ciencias sociales o, en
particular, acerca de la literatura misma. De la literatura de ese autor o de
otros. Todo ello facilitará enfoques intratextuales e intertextuales día a día
más fecundos.
Desde que empecé a ahondar en
la literatura infantil argentina, especialmente en algunos autores y autoras
además de en temas de teoría en torno de ella pensé, siendo el referente mayor de la de nuestra
Historia literaria, en un autor como Borges. Precisamente en sus silencios en
torno de ella. No había escrito literatura infantil. No había sido un corpus
que él hubiera indagado en sus ensayos (lo que por supuesto no era ninguna
obligación) o incluso mediante operaciones intertextuales como sí lo hizo sin
embargo en cambio con autores que, como veremos, de ser “para adultos”
comenzaron a engrosar las bibliotecas juveniles. En efecto, el académico
especializado en la obra de Borges Daniel Balderston en su libro El precursor velado: R.L. Stevenson en la
obra de Borges (1985), explora de modo tan pormenorizado como elocuente el
envés secreto de las tramas de la literatura de Robert Louis Stevenson con la
poética de Borges. Se trata de una meticulosa investigación hasta encontrar
cuál es el factor Stevenson en la poética de Borges. Rastreando, también sus
citas, razón por la cual debió, entre muchas otras cosas, proceder a leer y
releer las Obras completas del autor anglosajón en dos oportunidades en su
idioma originario.
Y aún estando Borges rodeado
de escritores y escritoras amigos que sí habían cultivado la literatura
infantil, en algunos casos con intensidad (tales los casos de Silvina Ocampo,
Sara Gallardo, Manuel Mujica Láinez con su célebre “El hombrecito del azulejo”,
entre otros), el creador de Ficciones hizo
caso omiso de esta producción. Hubo naturalmente
autores infantiles argentinos con valiosos corpus por fuera de este circuito endogámico
de clase. No era un campo el de la literatura infantil de naturaleza
prestigiosa. Era más bien marginal (el caso argentino, por entonces sobre todo,
pero siempre lo ha sido), pero sí Borges había consagrado largas páginas de sus
libros a autores que serían contemplados como infantiles, como Lewis Carroll
con las Alicias. Y también Borges se
había ocupado de producir obras que tampoco estaban en el centro de los géneros
más consagrados o de la escena literaria. Lo había hecho mediante distintas
operaciones teórico/críticas concretas en torno de autores (varones sobre todo)
que respondieran a las expectativas más frecuentes de quienes asistían al fenómeno
literario.
Sin embargo (y a este punto
quiero llegar) hay dos vertientes que vinculan a Borges con la infancia y con
la literatura infantil. La primera de ellas, es la cita y el abordaje crítico de
algunos nombres: Stevenson, H.G. Wells, Oscar Wilde, Lewis Carroll (como dije),
Mark Twain, entre otros. También operaciones editoriales en el mercado, en la
dirección de colecciones. Esta literatura, que no había sido toda escrita
originariamente para niños, niñas o jóvenes (en su mayoría), había sido luego
apropiada por la literatura así llamada infantil o juvenil como parte de su territorio.
Esto es: desde la industria editorial y sus lectorados se había producido un
desplazamiento o corrimiento. Con vistas a un público ávido por aventuras y
prodigios. Los marcos de referencia eran ahora otros. Esta experiencia
traslaticia, según la cual un universo simbólico durante largo acotado a un dominio
de la literatura durante una etapa de la Historia y de la Historia literaria
en particular (oriundos de Inglaterra, Irlanda
y EE.UU., para el caso) luego era apropiado por otro país, selló también la
poética de Borges. Pero Borges, por motivos muy distintos a mi juicio, la
desviaba hacia un lectorado adulto en tanto que experiencia crítica y creativa.
Recordemos que Borges no lee adaptaciones para jóvenes, sino que lee a los
originales en su lengua nativa (este es un primer punto importante). Por otro
lado, su persistente trabajo desde el género ensayo sobre estos escritores,
marcaba un cierto tipo de lectura de ellos (y no otras). No era un lector.
Dialogaba con esas poéticas. También trabajó o había trabajado sobre sus cartas,
diarios y ensayos, no solo sobre su ficción. Lo que sumaba desconcierto al
desconcierto. Y también saberes al
saber.
Agregaría por último, que de
estos autores fundamentalmente se tomaban los contenidos de la fábula de sus
libros, no su discurso, en términos de los formalistas rusos. Esto es: resultaban
más interesantes sus tramas, sus argumentos y no el modo en que esas tramas
habían sido referidos siguiendo una determinada escritura o retórica. Porque se
trataba una literatura (en términos generales) por lo general clásica, cuyas búsquedas no se
cifraban precisamente en el modo de narrar sino en qué avatares eran contados
en sus historias. Eran más narrativas parecidas al cuento tradicional que al
cuento experimental (llamémosle así).
En segundo lugar, el otro
punto que siempre llamó poderosamente mi atención en Borges, fue esa ensoñación
nostálgica en la que consistieron las evocaciones de escenas de lectura. O incluso
escenas de traducción de infancia también. Borges había traducido al español
como nadie, de modo muy precoz, a sus 8 años “El príncipe feliz” de Oscar
Wilde. Y esa traducción, firmada en el diario en el que había aparecido de modo
tal como presumiblemente solía hacerlo su padre, había provocado desconcierto y
confusión entre quienes la leyeron. Todos
la habían atribuido a su padre. Esto es: se desplazado (nuevamente) de
la función de traductor a su verdadero artífice para atribuírsela a su
progenitor. Circunstancia que también constituye una marca fuerte de origen de
escritor. Borges es capaz de ejercer mejor que nadie un oficio, al punto de ser
confundido con un adulto. Esto es, alguien que no pertenece a su edad
cronológica. Alguien que tiene las aptitudes de un adulto. Alguien avezado que
en los términos más corrientes jamás sería capaz de medirse con un adulto en la
práctica de la traducción. Y que ese adulto fuera su padre, volvía más radical
y precoz práctica cultural.
Hay multitud de escenas de
lectura en Borges, de las cuales me gustaría recuperar algunas en las que se lo
ve regocijado, haciendo lo que más le gustaba en una etapa en la que además
podía ver y podía leer lo que se le antojara cuando así lo deseara. Declaró
sentir que jamás se había marchado de la biblioteca de su padre, colmada de
libros en inglés. Lo que también marca pero esta vez desde la ideología a la
literatura en el orden del la jerarquía del idioma. Mucho más aún declarando
que había leído el Quijote, la obra
hispánica magna por excelencia, la paradigmática, su clásico fundacional, antes
en inglés que en español. Esto tiene repercusiones en el orden de lo ideológico
y en lo estético indudablemente. Leer el clásico de su lengua en otra lengua es
una forma de afirmar que la operación de leer consiste en traducir. Esto en
primer lugar. En segundo término, en afirmar que el español es su segunda
lengua, la lengua que llegará en una segunda instancia. No es la lengua de la
lectura. Pese a que sería la de la escritura. En forma édita, Borges dio a
conocer contenidos bajo la forma de libro que yo sepa (los expertos siempre
saben más muchos más por supuesto, y seguramente Borges debe de haber escrito
otras obras literarias en esa lengua) solo sus “Two English Poems”, dos poemas
de amor.
Asimismo, afirmar algo así posiciona
a Borges respecto del capital simbólico que maneja (una segunda lengua, no la
materna, o la materna en un segundo plano, no de paridad en la lectura), como
si fuera la primera. Ubica al inglés como la sede natural de su formación, como
un lugar simbólicamente prestigioso. Él se ha formado como lector en una
biblioteca con libros en inglés. Una biblioteca de la cual ocurre algo así, tal
como él lo refiere, en términos de haber quedado cautivo de ella, por más que
aparentemente no exista sinsabor en la experiencia. Hay sensación de seguridad.
Una seguridad que ahora se ha diluido. Cautivo de una literatura, cautivo de un
corpus, Borges también está cautivo de una imagen de sí mismo y de una
construcción de la literatura. Esta etapa de la vida de Borges es la infancia.
Y considero que queda bastante claro que Borges leía libros que no eran para
niños siendo de corta edad. Este es otro punto interesante para estudiar en
relación a Borges y a la literatura infantil. En cómo fue capaz de leer libros
que no eran infantiles a edad muy temprana. Dotándolo, naturalmente, de un
capital simbólico muy por encima del de los niños de su edad. Además de
configurar un sistema de lecturas que no era el más frecuente en la infancia.
De modo que en estos términos
definiría una relación tensa entre literatura nacional y literatura extranjera
mediada por la traducción cultural (no solo literaria) en relación con la
producción de relatos sobre su protoimagen de escritor en primer lugar en estrecha relación con la de
lector. Porque Borges lee literatura inglesa y estadounidense en un espacio
(también cultural) que no es Inglaterra o EE.UU. Sino su barrio, una casa donde
hay un molino, un aljibe, palmeras y una biblioteca en Argentina. Esta
escenografía para esa escena, presupone entonces, efectivamente una cierta
clase de traducción: la que va del universo significante y material de la
cultura de una nación a otra. Entonces Borges está diciendo muchas cosas con
estas escenas de lectura en la casa de su familia, con libros que tampoco son
suyos sino que de modo hereditario recibe o le son prestados, de ahí
precisamente la palabra “biblioteca”. De una biblioteca “se piden prestados”
los libros. Él no los compró. Él no los eligió. A él le tocaron en suerte. A él
le son facilitados. Le son dados esos libros. Él recibe un legado bajo la forma
de un capital simbólico en un cierto sentido impuesto. Recibe la tradición de
una literatura y la de un idioma (también por consanguinidad) que no son los de
su lengua materna. Por más que sabemos que Borges era bilingüe (además de haber
hecho un culto de sus antepasados). De modo que él se hace cargo de una
tradición literaria que no es la propia, de poéticas que lee como lo hace un
argentino pero en el idioma originario en que esos libros fueron escritos.
Borges es una suerte de ciudadano inglés apócrifo. Con documentaos de identidad
argentinos. Es un argentino que también es inglés, con un salvoconducto a
Inglaterra en una tierra donde se hablas español. Que lee libros en inglés que
han sido escritos antes en español. Es alguien que “hace contrabando”. La
figura del oxímoron es la que se impone, me parece, a esta definición de las
operaciones culturales de Borges. Las que le tocaron pero también las que él
eligió.
Las genealogías de Borges han
sido trabajadas magistralmente por el escritor y crítico Ricardo Piglia
aludiendo a “los dos linajes”: el inglés y el criollo viejo. Dos líneas en
estrecha relación no solo con universos sociales sino con tradiciones
literarias prácticamente divergentes. Pero de cuya mezcla Borges conseguiría
ser ese escritor magnífico y esclarecido que con su poética pondría patas
arriba a la literatura del mundo para siempre. Ricardo Piglia dirá que Borges sería
en adelante el gran maestro de todos los escritores y escritoras que le siguieron.
Y se reconoce como parte de la generación de los parricidas. Borges será, a
partir de cierta altura de su vida, quien dicte las pautas a partir de las
cuales se deberá ajustar la literatura y la poética. Esto provoca irritación y
conflicto dado que cada escritor o
escritora aspira a definir su proyecto creador no por oposición a una poética
todopoderosa sino según una afirmación contundente de la propia. Si bien, lo
sabemos, el funcionamiento de todo campo intelectual supone el dinamismo
complejo y ambiguo de la competencia por la legitimidad cultural.
Así, el trabajo fino de
Borges en torno de estas narrativas de escenas de infancia construyen una
imagen de escritor más cerca del escritor/lector que del escritor profesional
que ejerce exclusivamente su oficio por
fuera del universo de la lectura. Borges no concibe la escritura sin la
lectura. Solía afirmar que otros se jactaran de los libros que les había sido
dado escribir. Él lo hacía de los que le había sido dado leer. Bajo estas
circunstancias considero que queda fundado un rasgo identitario crucial para
Borges. Será alguien que está, mientras escribe, leyendo todas las tradiciones
literarias, no solo la propia. Pero en particular estará leyendo cuando escriba
(este es el punto). Pero lo que lea será caudaloso. Tanto como el nivel complejidad
de sus lecturas. Entiendo que esta será su operación crucial. Y en particular
estará leyendo la gran tradición de las culturas anglosajonas muy en particular.
Porque en ella ha sido educado (o en ella se educó él mismo, es una suerte de self made child). Ese es un punto
ambiguo. Porque si uno se encuentra como escenografía de su vida literaria al
llegar a este mundo con una biblioteca en inglés, su futuro ya está sellado de
antemano, precisamente, por otra mano. Un futuro que no ha elegido. Pero uno
puede, en un ejercicio opositor, como ha sucedido en tantos casos, tomar
distancia del origen. Y hasta ir a
contrapelo de esa guión prescriptivo, sin repetirlo. ¿Borges lo hizo? Pienso
que sí y pienso que no. Escribió en lengua española cuando la herencia primordial
era inglesa. Hizo esa opción. Es cierto que pudo no haberlo hecho. Como Héctor
Bianciotti escribió en francés y Juan Rodolfo Wilcock en italiano. Pero ambos
se habían radicado en esos países. Borges estuvo toda su vida, excepto sus
últimos días, en Bs. As.
Borges escribe todo el tiempo
leyendo. Esto resulta nítido. No estamos hablando de un escritor espontaneísta
ni ingenuo. Tampoco irreflexivo. Mide cada paso que da. Tiene todo bajo
control, conoce cada movimiento de la pieza del ajedrez que va a jugar. Su
jugada maestra será, naturalmente, su poética. ¿Llegó Borges a un jaque mate? Esto
lo dirá la evolución de la Historia literaria y de los distintos campos
intelectuales, no solo el argentino. Además de cómo el canon se vaya
construyendo, destruyendo, tensionando, diluyendo, renovando y siendo puesto en
cuestión por los propios escritores, escritoras además de los estudiosos inicesantemente.
Borges realiza operaciones difíciles en las que somete a la literatura
del mundo a los efectos de escribir condensándola en su poética en una operación de síntesis de una radical
originalidad.
Ahora bien: ¿tiene sentido
objetar a Borges la lectura y consagración de ciertos autores en desmedro de
otros que consideramos hubieran sido o son más valiosos? Pienso que no. Y
no tendría el menor sentido cuestionar su
canon porque Borges es Borges merced a que leyó esos libros y no otros. Su
corpus está cerrado. Su poética ha sido construida según las bases en que él
las ha dejado sentadas. Y me parece que pretender poner en cuestión algo que ha
alcanzado su punto culminante en el mundo entero no tendría fundamento alguno.
Sería como buscar el defecto malintencionado en un virtuoso de naturaleza
superlativa. Porque ¿qué se logra con impugnar lo que Borges dejó de leer si en
cambio lo ha leído todo de ciertos autores sobre los cuales solo él tenía
noticias? Sobre los que nosotros no hemos leído ni media palabra. Menos aún en
su idioma nativo. Y seguramente sobre los que ello así seguirá ocurriendo para
siempre. Nadie leerá nunca libros que Borges sí leyó porque nadie sabrá nunca
de su existencia. O nadie tiene su prodigiosa inteligencia como para con esa lucidez
extrema interrogarlos de ese modo. O libros incluso que otros descalifican pero
en los que Borges encontró claves de lectura primordiales para la experiencia
creativa ¿Tiene sentido reprocharle a Borges haber ignorado a muchos autores
argentinos o del mundo cuando él mismo podría decir lo propio de nosotros alegando
similar argumento? Él podría decirnos ¿por qué no han leído tal autor, tales
libros esenciales para hacer o desentrañar la literatura? Borges murió
llevándose el secreto (varios).
Como operación crítica me
resulta tanto más interesante (además de mucho más productiva) pensar en cuáles
realizó Borges con las poéticas argentinas y las del mundo. Qué posición adoptó
desde la ideología literaria respecto de la cartografía literaria internacional,
por ejemplo. Cómo eligió ubicarse respecto de las grandes literaturas
hegemónicas del mundo, con grandes tradiciones letradas por detrás. Con
culturas literarias antiquísimas. Proviniendo de una patria joven con una cultura
literaria de naturaleza escasa. Esto resignifica las escenas de lectura a las
que me estoy refiriendo. Inglaterra era una potencia imperial. Él habitaba la
periferia. Sin embargo contaba ya siendo un niño con el capital simbólico de lo
más rico de Inglaterra en ese idioma nativo en su propia casa. Con tiempo y
conocimientos para leerlo. Las narrativas de escenas de lectura o traducción de
infancia de Borges, esto vale anotarlo, están girando también siempre en torno
de la figura de su padre.
Y, como para cerrar, evoco a
ese niño que se regocija entre libros y que seguramente entre ellos ha de haber
sido revoltoso. Por opción y transgresión. Ese niño que fue un niño que tuvo
una infancia diría yo que letrada. Que fue un niño, efectivamente, de letras. Su
padre le explicó libros así como (en otra escena que ahora recupero) mediante una
partida de ajedrez le hace descubrir algunas perplejidades filosóficas acerca
del universo. Y probablemente eso haya hecho toda su vida: divertirse leyendo.
Divertirse escribiendo sus propios libros dentro de los cuales había algunos
jamás escritores con autores inexistentes.
Estas narrativas de escenas
de lectura de Borges lo pintan como un niño feliz. Pero también como un niño
voraz. Un niño que abusa de la lectura. Y a la traducción (si es que un niño concibe
la peregrina idea de traducir del inglés un cuento infantil). Y en esta
evocación de ese Borges con escenas superpuestas, traigo a mi memoria la fundacional
de su poética que es la narrativa de escena de traducción. Aquella reescritura (como
toda traducción) de un cuento infantil de un clásico (pero para el caso de
autor polémico) que ahora soy yo el que en una escritura crítica reescribo a mi
vez en abismo. Porque en ese momento, Borges fue alguien feliz. Fue lo que es y
sería para siempre. El príncipe feliz. Del espléndido reino de la literatura
del mundo.
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