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sábado, 1 de febrero de 2020

ENTREVISTA A LA ESCRITORA ALEJANDRA ERBITI






—¿Por qué se te ocurrió ser escritora?

Jamás fue una ocurrencia. Siempre tuve como una galaxia en la cabeza, no necesariamente extraterrestre, tal vez, algo más parecido a universos paralelos. Infinidad de imágenes, personajes que hacían cosas y hablaban, o discutían, o peleaban a muerte, o se enamoraban; historias que crecían de tal manera que necesitaba contarlas, porque al comienzo no las escribía, las contaba. Eran como guiones para películas o como piezas teatrales y mis amigas y amigos de la infancia eran quienes se prestaban a protagonizarlas. Incluso, recuerdo que ensayábamos varias veces algunas escenas que no me convencían o todo lo contrario, o sea que algunas escenas las repetíamos hasta el infinito sólo porque nos divertían, porque nos salían geniales. No era mi única diversión, pero inventar y contar historias fue y sigue siendo imprescindible y me hace muy feliz. Siento que si tengo una historia y no la cuento, podría explotar. Tengo que dejarla salir. Esto es así desde que tengo memoria. Si estaba sola, las contaba en voz baja, para mí o para un público imaginario. Aún lo hago. No me da vergüenza decirlo. La cuento o la leo en voz alta, porque necesito escuchar la música de la historia, el ritmo, el tono, los contrastes, es como un concierto, es como cuando un músico tararea una melodía mientras la compone y marca el tempo sobre la mesa, tamborileando con los dedos. Podía y puedo pasar horas en ese mundo imaginado. Claro que prefiero el placer de compartirlo, sobre todo, si consigo hacer reír. Como dije, lo de ser escritora no fue una ocurrencia, es mi vida y esta pregunta es como si me preguntaran ¿cómo se te ocurrió enamorarte? Te enamorás, sucede, no es una ocurrencia y si te sucede, no lo podés evitar. Por otro lado está el momento en el que esto que fue un juego se convierte en tu profesión. Ese es un momento bien concreto, porque tiene que ver con el hecho de que te paguen por esas historias, de poder vivir de eso que te hace tan feliz. Asumirme como escritora profesional me llevó mucho tiempo. Empecé a publicar recién a los 30 años y aunque veía mis libros, los tocaba, los olía, veía mi nombre impreso en ellos, me llevó otro rato sentir que sí, que definitivamente esa era yo, una escritora.





—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?


Es una pregunta frecuente y no creo que sepa la respuesta. Se me ocurren muchas cosas a la vez. Sólo sé que las personas nacemos en determinados contexto y circunstancias y en ese ambiente crecemos, nos desarrollamos y nos formamos. Hay quienes desde muy chiquitos son muy inquietos y terminan dedicados a actividades físicas, como el deporte, o la danza (no importa si como profesión o como hobbie), pero se nota que tuvieron y tienen una necesidad poderosa de expresar algo con el cuerpo en movimiento a través del espacio. Yo era terriblemente inquieta. Me contaban que cambiarme los pañales era una tarea de titanes. Y sin embargo, aquí estoy, de lo más sedentaria y toda esa inquietud, esa energía, ese "espíritu indómito" se trasladó a la lectura y la escritura, que son inseparables. Si bien siempre tuve amigos, me recuerdo bastante solitaria, leyendo cosas que no tenían nada que ver con la escuela, haciendo dibujos, tomando notas en papelitos sueltos. En las vacaciones de verano, ponía una lona sobre el pasto y me tiraba a observar el cielo de la noche con unos prismáticos buenísimos que tenía mi papá. Siempre quise tener un telescopio y un piano. El piano me lo compré de grande. Todavía no tengo telescopio. Nunca me entusiasmaba demasiado salir. En la secundaria, mientras mis amigas desesperaban por ir a bailar, yo prefería quedarme en casa y hacer historietas para ellas. Fui a muy pocos bailes, me aburrían. Creo que fui y soy bastante aparato, un poco friky dirían hoy. Pude haber sido marginada en la escuela, pero me sentí querida. Me salvó el humor, reírme de mí y hacer reír. Aún me salva. Sin el humor no sé qué sería de mí.



—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad?

Me parece que ya respondí un poco esto de cómo escribo. Puedo agregar que mientras escribo, la realidad es esa historia que estoy contando. De hecho, silencio el celular, porque me sobresalta terriblemente cuando suena mientras trabajo en una historia. Es como estar profundamente dormida, soñando y que me despierte una explosión muy fuerte. Me provoca taquicardia y me cuesta volver a concentrarme. Sé distinguir la realidad de la fantasía, obviamente, de lo contrario estaría psicótica. Sucede que no me da miedo dejarme llevar. Me entrego por completo a la historia que escribo, vivo con y en cada personaje, me juego con ellos, tengo sentimientos genuinos como los que me inspiran las personas que conozco y tal como me sucede con las personas, no tengo los mismos sentimientos hacia todos mis personajes. Incluso, sé que ya me olvidé de muchos. Lo sé porque a veces alguien me los nombra y me los describe, esa persona los recuerda por algún motivo, pero para mí son algo borroso, lejano. Es como el amor. Hay amores pasajeros, que apenas recordamos y otros que dejan huellas profundas. En cuanto a sobre qué escribir, cualquier cosa que me provoque curiosidad es buen material para una historia y soy sumamente curiosa.


—¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?

Mientras viví en mi pueblo natal, fui locutora de la única radio que existía allí. Aquí, en Capital, fui peluquera de mascotas y entrenadora de perros. También canté en un grupo que dirigía Oscar Laiguera en el San Martín; hice algunas cosas en radio; fui asistente de sonido en un estudio de grabación y entré al mundo editorial con canciones escritas, compuestas, musicalizadas y grabadas por mí (canciones que preferiría olvidar, salvo una o dos, tal vez).




—¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?

Mientras escribo, ese es el libro que más me gusta escribir y por suerte, se ve que no me gusta tanto como para que ese se convierta en el último. Todo el tiempo hay otro libro que me está esperando, que me va a atrapar, que tal vez sea, por el momento, apenas una idea que revolotea por ahí y que, en cualquier momento, me pesca y me deja pegada al teclado. Y así sucesivamente. O debería decir simultáneamente, porque es raro que escriba una historia y luego otra. Escribo varias a la vez. A veces, un rato cada una, otras, un día cada una. Y para leer soy igual. Me pone ansiosa ir libro por libro.




Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la relación dentro de la escuela? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños?

Cuando lo charlo con mis lectores en las escuelas, ponen cara de "¡Qué aburrido eso de escribir, leer, corregir y volver a escribir durante horas!" Entonces, les cuento que para mí, sentarme a hacer "esas cosas" es como viajar en una nave que hace todo lo que yo quiero, cualquier cosa que se me ocurra, por disparatada que suene y que si quiero volar con alas, o flotar en el aire, o navegar sin necesidad de ninguna nave, también puedo hacerlo. Aun así les cuesta verlo como algo divertido, porque para ellos es la tarea, es algo obligatorio. Esa no me parece una buena manera de acercarse a la literatura. Me enojo cuando me esperan con un cuestionario hecho en clase, porque en vez de ser una escritora que los visita, me convierto en la tarea para el lunes o para el día siguiente. ¡Eso es aburrido! Imagino una escuela donde nadie sienta que no alcanza con leer un libro y hay que completar la lectura con "algo más". Me gustaría una escuela a la que todos vayan con alegría y entusiasmo. Disfruto muchísimo cuando las visito, cuando dejamos de lado el cuestionario (que se puede responder navegando en Internet) y conversamos de lo que realmente tenemos ganas de conversar y esto es del placer de la lectura, de cuánto nos gustó el libro, de cómo nos reímos, de qué parte nos pareció más divertida y por qué, de si tienen un personaje favorito y por qué. También me gustaría abolir algunos mitos, por ejemplo, el mito de que mi sabor de helado preferido, si tengo mascota y cómo se llama, de si soy hincha de algún club, etc. son cosas que no tiene nada que ver con la literatura. Yo digo que sí, tiene que todo que ver con la literatura, porque yo soy también todas esas cosas, que no desaparecen en absoluto cuando me siento a escribir. Estoy segura de que si en mi infancia no hubiera existido un gallinero en casa y en la casa de casi todos mis vecinos, no existirían varios libros míos cuyos protagonistas son una gallina que cacarea en rima, un gallo muy valiente que lucha contra el maltrato a los animales o el de unos locos pollos espiritistas. Y que conste que mucho antes de que J.K. Rowling inventara la mensajería con lechuzas, yo inventé la mensajería con gallinas amaestradas (¡Jaaaaaaaaaaa!)




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—¿Sos muy sensible, como tus personajes?

Esto ya la respondí más arriba, en la tercera pregunta. Siento que estoy en todos, que soy todos mis personajes, algunos son graciosos, otros son tontos, otros son sabios, otros valientes, otros cobardes, otros son definitivamente despreciables y yo soy un combo de todas ellos, no importa si humanos, animales, plantas o monstruos. Otra maravilla de ser escritora: en vez de hacer daño o de pelearme con otra persona, invento un personaje malo y dañino y que la justicia poética le dé su merecido.


—¿Qué te hizo ser así?




Mi vida, supongo. Crecí en una familia muy narradora, todos adoraban contar cosas. No necesariamente un cuento, sino narrar una mil veces las mismas historias familiares, anécdotas, algunas muy tristes, otras muy divertidas, algunas de cuando eran chicos, de noviazgos y casorios, otras de parientes que jamás conocí. Sé la historia de mi nacimiento de memoria y hay un cuento que comienza con esa historia. Mi nacimiento fue la primera historia de terror con humor que me contaron sin demasiada consciencia de lo que estaban sembrando. Tenía una abuela bastante malvada, dueña de un humor ácido capaz de cortar el metal y todo el tiempo jugaba con el doble, el triple y el múltiple sentido de cada cosa, hecho o dicho. Era casi analfabeta, pero tenía una mente veloz como pocas. No me gustaba lo malvado en ella, pero sí esa inteligencia para asociar ideas a gran velocidad. Las largas horas que pasaba con ella eran como un especie de entrenamiento sobre la búsqueda del significado. Seguro que también tuvo mucho que ver el hecho de haber crecido en una casa muy pequeña, donde vivíamos un poco amontonados, pero que tenía una pared entera llena de libros.


—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en Argentina? ¿Y en Latinoamérica?

La veo fuerte, enorme, como un gigante bondadoso y valiente, tanto como para resistir años terribles que la maltrataron, que la abandonaron a su suerte, y ella supo abrirse caminos y sostenerse y crecer y desplegarse como nunca o como siempre, cada vez más y más rica y diversa. La veo siempre capaz de sorprender y tal como mi héroe, el humor, jamás resignada y eternamente capaz de sobreponerse a todo, incluso, a la muerte. Por eso me hace feliz ser parte de este oficio, de este gigante bueno y valiente a quien nunca nadie podrá derrotar. La literatura infantil sigue siendo subestimada por muchos, como si fuera algo menor que la literatura para adultos, a pesar de su impresionante presencia en el mercado. No tienen idea de lo que dicen. De veras no tienen idea. El desconocimiento es pasmoso. La LIJ tiene un poder extraordinario y tanto autores como lectores experimentan una satisfacción tan inmensa que es casi imposible de explicar.



—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?

Lo único que le plantearía como algo indispensable es que lea, que lea todo lo posible, que lea los clásicos de todos los tiempos y que lea de todo, sin prejuicios, que pruebe, que explore, que busque libros que lo enganchen. Pero no sé cómo ni en qué dosis. Yo encontré mi propia manera de leer, mis tiempos, mis recorridos. A veces, pedí consejos, otras veces me dejé llevar por mi intuición, en otras ocasiones tuvo que ver el azar, esos libros que te llegan no sabés bien cómo ni por qué y te maravillan. No creo que haya una receta que sirva para todo los chicos y las chicas, como tampoco existe una única manera de ser escritor. Ese chico o chicha dice que quiere ser escritor/escritora y en el proceso, también va a descubrir qué escritor/escritora quiere ser. Le daría recursos, los que me pida, le facilitaría el camino en la medida de mis posibilidades y estaría muy atenta a sus expectativas, a qué le conmueve, qué le provoca, a ese momento en el que abrimos el corazón de par en par y estamos dispuestos a darlo todo en la escritura, pero no lo presionaría, no lo adoctrinaría, ni se me ocurriría darle un mapa de mi propio recorrido. Qué cada quien vaya dibujando su propio mapa del tesoro.



—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable?.  ¿Por qué?

¡Ah, no sé! ¡Que sea lo que a ella se le dé la gana! Me gustan todas esas opciones y muchísimas más, pero mejor que ella decida. La literatura sabe.





@ Eduardo Raúl Burattini

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