—¿Por qué se te ocurrió ser escritora?
Jamás fue una ocurrencia. Siempre tuve como una galaxia en
la cabeza, no necesariamente extraterrestre, tal vez, algo más parecido a
universos paralelos. Infinidad de imágenes, personajes que hacían cosas y
hablaban, o discutían, o peleaban a muerte, o se enamoraban; historias que
crecían de tal manera que necesitaba contarlas, porque al comienzo no las
escribía, las contaba. Eran como guiones para películas o como piezas teatrales
y mis amigas y amigos de la infancia eran quienes se prestaban a
protagonizarlas. Incluso, recuerdo que ensayábamos varias veces algunas escenas
que no me convencían o todo lo contrario, o sea que algunas escenas las
repetíamos hasta el infinito sólo porque nos divertían, porque nos salían
geniales. No era mi única diversión, pero inventar y contar historias fue y
sigue siendo imprescindible y me hace muy feliz. Siento que si tengo una
historia y no la cuento, podría explotar. Tengo que dejarla salir. Esto es así
desde que tengo memoria. Si estaba sola, las contaba en voz baja, para mí o
para un público imaginario. Aún lo hago. No me da vergüenza decirlo. La cuento
o la leo en voz alta, porque necesito escuchar la música de la historia, el
ritmo, el tono, los contrastes, es como un concierto, es como cuando un músico
tararea una melodía mientras la compone y marca el tempo sobre la mesa,
tamborileando con los dedos. Podía y puedo pasar horas en ese mundo imaginado.
Claro que prefiero el placer de compartirlo, sobre todo, si consigo hacer reír.
Como dije, lo de ser escritora no fue una ocurrencia, es mi vida y esta
pregunta es como si me preguntaran ¿cómo se te ocurrió enamorarte? Te enamorás,
sucede, no es una ocurrencia y si te sucede, no lo podés evitar. Por otro lado
está el momento en el que esto que fue un juego se convierte en tu profesión.
Ese es un momento bien concreto, porque tiene que ver con el hecho de que te
paguen por esas historias, de poder vivir de eso que te hace tan feliz.
Asumirme como escritora profesional me llevó mucho tiempo. Empecé a publicar
recién a los 30 años y aunque veía mis libros, los tocaba, los olía, veía mi
nombre impreso en ellos, me llevó otro rato sentir que sí, que definitivamente
esa era yo, una escritora.
—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?
Es una pregunta frecuente y no creo que sepa la respuesta.
Se me ocurren muchas cosas a la vez. Sólo sé que las personas nacemos en
determinados contexto y circunstancias y en ese ambiente crecemos, nos
desarrollamos y nos formamos. Hay quienes desde muy chiquitos son muy inquietos
y terminan dedicados a actividades físicas, como el deporte, o la danza (no
importa si como profesión o como hobbie), pero se nota que tuvieron y tienen
una necesidad poderosa de expresar algo con el cuerpo en movimiento a través
del espacio. Yo era terriblemente inquieta. Me contaban que cambiarme los
pañales era una tarea de titanes. Y sin embargo, aquí estoy, de lo más
sedentaria y toda esa inquietud, esa energía, ese "espíritu indómito"
se trasladó a la lectura y la escritura, que son inseparables. Si bien siempre
tuve amigos, me recuerdo bastante solitaria, leyendo cosas que no tenían nada
que ver con la escuela, haciendo dibujos, tomando notas en papelitos sueltos. En
las vacaciones de verano, ponía una lona sobre el pasto y me tiraba a observar
el cielo de la noche con unos prismáticos buenísimos que tenía mi papá. Siempre
quise tener un telescopio y un piano. El piano me lo compré de grande. Todavía
no tengo telescopio. Nunca me entusiasmaba demasiado salir. En la secundaria,
mientras mis amigas desesperaban por ir a bailar, yo prefería quedarme en casa
y hacer historietas para ellas. Fui a muy pocos bailes, me aburrían. Creo que
fui y soy bastante aparato, un poco friky dirían hoy. Pude haber sido marginada
en la escuela, pero me sentí querida. Me salvó el humor, reírme de mí y hacer
reír. Aún me salva. Sin el humor no sé qué sería de mí.
—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o
mirás la realidad?
Me parece que ya respondí un poco esto de cómo escribo.
Puedo agregar que mientras escribo, la realidad es esa historia que estoy
contando. De hecho, silencio el celular, porque me sobresalta terriblemente
cuando suena mientras trabajo en una historia. Es como estar profundamente
dormida, soñando y que me despierte una explosión muy fuerte. Me provoca
taquicardia y me cuesta volver a concentrarme. Sé distinguir la realidad de la
fantasía, obviamente, de lo contrario estaría psicótica. Sucede que no me da miedo
dejarme llevar. Me entrego por completo a la historia que escribo, vivo con y
en cada personaje, me juego con ellos, tengo sentimientos genuinos como los que
me inspiran las personas que conozco y tal como me sucede con las personas, no
tengo los mismos sentimientos hacia todos mis personajes. Incluso, sé que ya me
olvidé de muchos. Lo sé porque a veces alguien me los nombra y me los describe,
esa persona los recuerda por algún motivo, pero para mí son algo borroso,
lejano. Es como el amor. Hay amores pasajeros, que apenas recordamos y otros
que dejan huellas profundas. En cuanto a sobre qué escribir, cualquier cosa que
me provoque curiosidad es buen material para una historia y soy sumamente
curiosa.
—¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?
Mientras viví en mi pueblo natal, fui locutora de la única
radio que existía allí. Aquí, en Capital, fui peluquera de mascotas y
entrenadora de perros. También canté en un grupo que dirigía Oscar Laiguera en
el San Martín; hice algunas cosas en radio; fui asistente de sonido en un
estudio de grabación y entré al mundo editorial con canciones escritas,
compuestas, musicalizadas y grabadas por mí (canciones que preferiría olvidar,
salvo una o dos, tal vez).
—¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?
Mientras escribo, ese es el libro que más me gusta escribir
y por suerte, se ve que no me gusta tanto como para que ese se convierta en el
último. Todo el tiempo hay otro libro que me está esperando, que me va a
atrapar, que tal vez sea, por el momento, apenas una idea que revolotea por ahí
y que, en cualquier momento, me pesca y me deja pegada al teclado. Y así
sucesivamente. O debería decir simultáneamente, porque es raro que escriba una
historia y luego otra. Escribo varias a la vez. A veces, un rato cada una,
otras, un día cada una. Y para leer soy igual. Me pone ansiosa ir libro por
libro.
Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la
relación dentro de la escuela? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy
para los niños?
Cuando lo charlo con mis lectores en las escuelas, ponen
cara de "¡Qué aburrido eso de escribir, leer, corregir y volver a escribir
durante horas!" Entonces, les cuento que para mí, sentarme a hacer
"esas cosas" es como viajar en una nave que hace todo lo que yo quiero,
cualquier cosa que se me ocurra, por disparatada que suene y que si quiero
volar con alas, o flotar en el aire, o navegar sin necesidad de ninguna nave,
también puedo hacerlo. Aun así les cuesta verlo como algo divertido, porque
para ellos es la tarea, es algo obligatorio. Esa no me parece una buena manera
de acercarse a la literatura. Me enojo cuando me esperan con un cuestionario
hecho en clase, porque en vez de ser una escritora que los visita, me convierto
en la tarea para el lunes o para el día siguiente. ¡Eso es aburrido! Imagino
una escuela donde nadie sienta que no alcanza con leer un libro y hay que
completar la lectura con "algo más". Me gustaría una escuela a la que
todos vayan con alegría y entusiasmo. Disfruto muchísimo cuando las visito, cuando
dejamos de lado el cuestionario (que se puede responder navegando en Internet)
y conversamos de lo que realmente tenemos ganas de conversar y esto es del
placer de la lectura, de cuánto nos gustó el libro, de cómo nos reímos, de qué
parte nos pareció más divertida y por qué, de si tienen un personaje favorito y
por qué. También me gustaría abolir algunos mitos, por ejemplo, el mito de que
mi sabor de helado preferido, si tengo mascota y cómo se llama, de si soy
hincha de algún club, etc. son cosas que no tiene nada que ver con la
literatura. Yo digo que sí, tiene que todo que ver con la literatura, porque yo
soy también todas esas cosas, que no desaparecen en absoluto cuando me siento a
escribir. Estoy segura de que si en mi infancia no hubiera existido un
gallinero en casa y en la casa de casi todos mis vecinos, no existirían varios
libros míos cuyos protagonistas son una gallina que cacarea en rima, un gallo
muy valiente que lucha contra el maltrato a los animales o el de unos locos
pollos espiritistas. Y que conste que mucho antes de que J.K. Rowling inventara
la mensajería con lechuzas, yo inventé la mensajería con gallinas amaestradas
(¡Jaaaaaaaaaaa!)
.
—¿Sos muy sensible, como tus personajes?
Esto ya la respondí más arriba, en la tercera pregunta.
Siento que estoy en todos, que soy todos mis personajes, algunos son graciosos,
otros son tontos, otros son sabios, otros valientes, otros cobardes, otros son
definitivamente despreciables y yo soy un combo de todas ellos, no importa si
humanos, animales, plantas o monstruos. Otra maravilla de ser escritora: en vez
de hacer daño o de pelearme con otra persona, invento un personaje malo y
dañino y que la justicia poética le dé su merecido.
—¿Qué te hizo ser así?
Mi vida, supongo. Crecí en una familia muy narradora, todos
adoraban contar cosas. No necesariamente un cuento, sino narrar una mil veces
las mismas historias familiares, anécdotas, algunas muy tristes, otras muy
divertidas, algunas de cuando eran chicos, de noviazgos y casorios, otras de
parientes que jamás conocí. Sé la historia de mi nacimiento de memoria y hay un
cuento que comienza con esa historia. Mi nacimiento fue la primera historia de
terror con humor que me contaron sin demasiada consciencia de lo que estaban
sembrando. Tenía una abuela bastante malvada, dueña de un humor ácido capaz de
cortar el metal y todo el tiempo jugaba con el doble, el triple y el múltiple
sentido de cada cosa, hecho o dicho. Era casi analfabeta, pero tenía una mente
veloz como pocas. No me gustaba lo malvado en ella, pero sí esa inteligencia
para asociar ideas a gran velocidad. Las largas horas que pasaba con ella eran
como un especie de entrenamiento sobre la búsqueda del significado. Seguro que
también tuvo mucho que ver el hecho de haber crecido en una casa muy pequeña,
donde vivíamos un poco amontonados, pero que tenía una pared entera llena de
libros.
—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en Argentina? ¿Y
en Latinoamérica?
La veo fuerte, enorme, como un gigante bondadoso y valiente,
tanto como para resistir años terribles que la maltrataron, que la abandonaron
a su suerte, y ella supo abrirse caminos y sostenerse y crecer y desplegarse
como nunca o como siempre, cada vez más y más rica y diversa. La veo siempre
capaz de sorprender y tal como mi héroe, el humor, jamás resignada y
eternamente capaz de sobreponerse a todo, incluso, a la muerte. Por eso me hace
feliz ser parte de este oficio, de este gigante bueno y valiente a quien nunca
nadie podrá derrotar. La literatura infantil sigue siendo subestimada por
muchos, como si fuera algo menor que la literatura para adultos, a pesar de su
impresionante presencia en el mercado. No tienen idea de lo que dicen. De veras
no tienen idea. El desconocimiento es pasmoso. La LIJ tiene un poder
extraordinario y tanto autores como lectores experimentan una satisfacción tan
inmensa que es casi imposible de explicar.
—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que
hacer?
Lo único que le plantearía como algo indispensable es que
lea, que lea todo lo posible, que lea los clásicos de todos los tiempos y que
lea de todo, sin prejuicios, que pruebe, que explore, que busque libros que lo
enganchen. Pero no sé cómo ni en qué dosis. Yo encontré mi propia manera de
leer, mis tiempos, mis recorridos. A veces, pedí consejos, otras veces me dejé
llevar por mi intuición, en otras ocasiones tuvo que ver el azar, esos libros
que te llegan no sabés bien cómo ni por qué y te maravillan. No creo que haya
una receta que sirva para todo los chicos y las chicas, como tampoco existe una
única manera de ser escritor. Ese chico o chicha dice que quiere ser
escritor/escritora y en el proceso, también va a descubrir qué
escritor/escritora quiere ser. Le daría recursos, los que me pida, le
facilitaría el camino en la medida de mis posibilidades y estaría muy atenta a
sus expectativas, a qué le conmueve, qué le provoca, a ese momento en el que
abrimos el corazón de par en par y estamos dispuestos a darlo todo en la
escritura, pero no lo presionaría, no lo adoctrinaría, ni se me ocurriría darle
un mapa de mi propio recorrido. Qué cada quien vaya dibujando su propio mapa
del tesoro.
—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora,
conmovedora, molesta o indomable?. ¿Por
qué?
¡Ah, no sé! ¡Que sea lo que a ella se le dé la gana! Me
gustan todas esas opciones y muchísimas más, pero mejor que ella decida. La
literatura sabe.
@ Eduardo Raúl Burattini
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