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jueves, 6 de febrero de 2020

“Liliana Bodoc: la disidente” (In memoriam)


                                                                                                      por Adrián Ferrero





     Todavía puedo evocar aquel 6 de febrero de 2018 por la tarde en que, bajo el efecto de un shock, me enteré de que la escritora Liliana Bodoc acababa de fallecer de un paro cardíaco. También recuerdo que de inmediato, probablemente como una reacción espontánea ante la impotencia de lo acontecido, en el estudio de casa escribí un retrato acompañado en él de una sumaria crítica acerca de su poética. Que fue breve por cierto y tengo la convicción de que también fue insuficiente. Es que para ser completamente franco estaba bajo el efecto de una conmoción. Una amiga, narradora oral e inspectora de Jardines de Infantes, estudiante universitaria de Artes Plásticas, que también ha escrito narraciones prodigiosas, dejó por escrito en mi publicación: “Tenía que ser para siempre”. Esta frase del orden de la demanda que se le exige al destino o, en todo caso, a una vida que no manejamos pero que nos es arrebatada de modo para nosotros devastador, denota la unánime adhesión hacia una figura de una grandeza inusitada. Esa grandeza iba acompañada de un talante crítico hacia ciertos modelos literarios de épica fantástica (su vertiente inventiva más potente), de los cuales Bodoc tomaba distancia crítica, pero al mismo tiempo recibía algunos de sus legados como herencia valiosa. El arco de su producción denota plasticidad, minucia e imaginación desbordante, no solo de contenidos sino de recursos de toda índole, mezclando el cómic con la narrativa, la dramaturgia con el discurso también narrativo, el código visual con el verbal, la ductilidad para trabajar con sutileza a partir de arquitecturas narrativas de portento siempre con capacidad de control perfecto sobre el entretejido de los argumentos, las estructuras narratológicas y las tramas bien contorneadas. Por otro lado, de hacerlo según dípticos, trípticos o tetralogías, esto es, trazando mapas complejos pero no de connotada ambición desmedida. Sino, en todo caso, por afán de desafío, vertiente creativa o de mero proyecto que se embarcaba en búsquedas innovadoras para avanzar en una progresión día a día más impetuosa sin ser violenta. Circunstancia que brindaba posibilidad de dejar una herencia calificada a la cultura literaria argentina que estuviera a la altura de la jerarquía de las del mundo. En efecto, la obra de Liliana Bodoc es de tal magnitud y de tal caudal de excelencia literaria que es capaz de medirse con la gran literatura del globo. Con el agregado, nada menor, de que es combativa y desafiante. Lo que desde ya la ubica en el espacio de las narrativas contestatarias.

  
   Sin embargo, frente a carreras egoístas, de total desaprensión, descompromiso con su patria, diría yo, aferradas de modo tacaño a promover su suerte exitista, Bodoc siempre desde los modales, la buena educación, la humildad demostró que era capaz de ser y hacer definitivamente otra cosa. Era alguien con altura. De talla. Superadora pero, sobre todo, aleccionadora. En la escritura. Eso sin lugar a dudas estaba. Pero también en la la vida y en el mundo. Desde sus intervenciones públicas (como en sus conferencias, entrevistas, una de las cuales le realicé, en la que me trató con un respeto inolvidable o bien congresos sobre educación o de escritores, mesas redondas o paneles), fue una figura libertaria y que inculcó el librepensamiento en su prójimo, no solo por entre sus lectoras  y lectores. Era rebelde sin ser agresiva y era resistente frente al poder sin ser violenta. Se trataba de una personalidad encantadora, que distaba tanto, de la frivolidad, la fatuidad de ciertos personajes que debemos tolerar en el mundo de la literatura no solo argentina, como de la búsqueda de lo conveniente. Y se mostró intransigente con las imposiciones del poder, del sistema (por el cual no se dejó capturar), además de simultáneamente demostrar una conducta laboriosa ya desde sus “narraciones de comienzos”. A todo ello sumo un virtuosismo en la capacidad de hacer literatura que la distanciaron de inmediato de otros proyectos, incluso en los que se había inspirado originariamente para consolidar el propio.

     El espacio conferido al sustrato aborigen en conjunción con la fantasía épica mediante operaciones complejas siempre fue una de sus grandes preocupaciones y lo hizo de un modo distinto, con una eficacia superlativa, no confundiendo jamás ese sustrato con folklorismo ni regionalismo. Por el contrario, ese referente actuó de modo universalista. El espacio de apertura activa conferido a la mujer fue también otro foco al que se manifestó sensible (en ese punto hizo especial hincapié en la entrevista que hicimos). La capacidad para afrontar la xenofobia pero también la persecución del diferente. La valentía de apoderarse de relatos oficiales codificados por la Iglesia Católica a través de una voz de mujer en una versión diferente pero respetuosa de los Evangelios. La narración de escenas de violencia con ultrajes inadmisibles que denunciaba sin panfletos, como sucede con una esclava negra que desde muy pequeña es arrancada de África para ser transplantada a Argentina hasta encontrar finalmente un destino digno, pero no sin antes pasar por toda clase de ultrajes narrados en clave de literatura juvenil, pero introduciendo al público de esa edad en estos temas. Hasta, naturalmente, su trabajo de lleno en el campo de la literatura infantil y juvenil que, de modo evidente, trasuntan una inquietud por promover en la infancia y en la juventud una serie de búsquedas que pudieran encender la curiosidad y fomentar el interés por la cultura literatura, la instrucción y, sobre todo, el orden de lo imaginativo desde principios éticos. Todo ello guiaba su ideología literaria. Una personalidad combativa sin una gota de afán de superioridad ni menos aún de soberbia o crueldad, era luchadora. ¿Qué más se podía pedir a una escritora o, mejor aún, a una persona tan completa?

     Por entre las grietas de su literatura brota una imaginación ilimitada que retorna sobre el lector de modo especular y le devuelve una imagen de lo que un mundo más justo sin moralejas ni moralinas debería ser en términos equitativos. Sin exclusivismos ni elitismos. Sin experimentalismos innecesarios. Para hacer buena literatura se puede acudir a un discurso narrativamente rico desde el lenguaje, desde lo imaginativo pero también, cosa curiosa, de los valores inclaudicables de la virtud sin caer jamás en el desencanto. Lo que no significa que no hubiera en ella una obstinada experimentación desde otro ángulo. Porque siempre politizaba sin pedagogías ni afán panfletario alguno su ficción. Era una politización, si así se prefiere, no facciosa pero sí orientada en una dirección clara: principios de igualdad, equidad y libertad.

     Fue una gran preocupada por el semejante. Estaba educada en la ineludible prestancia por colaborar con su patria, con la comunidad, con ideales ideales colectivos. Hay una unanimidad que gravita en torno de su figura que se agiganta día a día. Regreso a sus libros como se regresa a un alimento tras la búsqueda de ese lenguaje que ella hace devenir lengua literaria prácticamente en estado de poesía sin perder el encanto narrativo. Pero también la de una política de la lengua que trabaja con sutileza contra el opresor, contra la hegemonía (como afirmaba ella) y a favor de la elección de un lenguaje no alienado. Tampoco perdía de vista el vértigo de la fábula que favorecía sin embargo la posibilidad de disfrutar de todas sus inflexiones y de paladear el lenguaje en todo su dinamismo con sus peripecias. Y sin embargo (y vuelvo a esto) con una capacidad inigualable por la transformación del discurso narrativo en discurso poético.

     Todos sus amigos y amigas describen a Liliana Bodoc como una personalidad difícilmente olvidable. Muchos guardan sus fotografías o las suben a la Internet como la prueba más tangible y contundente de que ha aportado a este mundo una presencia irreemplazable. No ha partido ni partirá una figura tan sustantiva de la sociedad argentina, incapaz de toda malicia. Pienso en otros nombres de escritoras argentinas de probada integridad en el marco de distintas líneas estéticas: Griselda Gambaro, Adela Basch, Perla Suez, Ángela Pradelli, María Teresa Andruetto, Diana Bellessi, Angélica Gorodischer y desde el psicoanálisis o el ensayo de interpretación nacional la entereza ética, crítica, cívica y académica de Silvia Bleichmar, el compromiso con su país de todas ellas, para remitirme exclusivamente a una tradición de escritoras que desde el siglo XX proyectándose al XX asumieron un indeclinable compromiso desde la dimensión del género, que no es una categoría por cierto inocente, nos guste o no reconocerlo, y menos aún por estos tiempos, en virtud de su rango altamente politizado y culturalmente marcado. Todo texto escrito por una mujer de excelencia con intervención sobre el poder es, lo reconozcamos o no, un texto politizado. Pienso que en esa tradición se inscribe Liliana Bodoc, pero en la línea estética de la épica fantástica, lo que marca un territorio distinto pero no exento de la búsqueda de la utopía. También en la de la literatura crítica de las ideologías más retrógradas de estas autoras con varios puntos en común y otros de divergencia. Todas ellas tienen reconocimiento o, como mínimo, prestigio sencillamente porque tienen talento, no porque busquen notoriedad. El éxito llega como resultado del trabajo puesto por delante de toda estrategia conveniente. Hay una trayectoria (además de una conducta cívica) a partir de ambas. Por otra parte, todas ellas tienen principios que se traducen en acciones concretas además de en su escritura. Cada una se compromete con causas dispares y serían incapaces de agraviar a un semejante en virtud de sus principios.


 El trabajo laborioso sin lugar a dudas estaba en Liliana Bodoc. La batalla contra el silencio estaba. La batalla contra toda forma de acallar el pensamiento crítico y creativo, el de atentar contra la libertad subjetiva junto con el espacio del pensamiento que defiende los Derechos Humanos, eran zonas a las cuales su proyecto es particularmente sensible. La batalla por preservar la dignidad del semejante también. Pero había en ella ese don, además de una ideología que era insobornable. Al igual que lo hay en las escritoras que acabo de mencionar, entre otras que mi memoria no trae en este momento al presente de la escritura en este artículo. Que no solo se ocupan de sí mismas, sino que miran en derredor. Asisten al espectáculo del mundo y contemplan el horror. Son incapaces de permanecer indiferentes frente a sus semejatnes. Y todas son laboriosas. Y en tanto asisten a un país que para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad y de honestidad intelectual, un mínimo de humanidad también, saben que requiere de ellas intervenciones públicas urgentes y no solo de libros que se publiquen. O que requiere de libros que se publiquen que hablen de temas de interés para la comunidad en tanto que colectividad de sujetos que sufren y padecen la exclusión. Asistiendo a qué está haciendo ruido en las sociedad. A que esta es una sociedad ruidosa por donde se la mire. Que por cierto es en este momento y desde larga data un largo etcétera de cosas perturbadoras para la paz y la justicia. Y tienen en claro dónde la literatura debe actuar tanto por dentro como por fuera del discurso estético de modo certero para denunciar y desenmascarar la hipocresía y la deshonestidad. La corrupción y le rapiña. También las violaciones a la ética y las transgresiones en el territorio de la política y a los Derecho Humanos. Ella lo hizo de modo magnífico y genial. Será recordada, en esta lamentada partida a destiempo de la cual se cumplen dos años en la que se la echa de menso como una ausencia irremplazable, un vacío que nadie podrá ocupar, como la personalidad de la República de las Letras que se recorta, con una nitidez de principios inquebrantables, innegociables y que no estaban jamás dispuestos a traicionarse. Ese fue su mejor fruto. Es también su mejor herencia. Así fue Liliana Bodoc.

 Y en este retrato incompleto, sumario, trazado con pinceladas en un sepia que aspiran menos a un afán de crítica literaria exhaustiva que a una resonancia y una recuperación humanista de su figura en contrapunto con su singularidad procuro restituir todo aquello a lo que se atrevió en tanto que hito de la cultura argentina y todo aquello de lo que fue capaz de decir, de hacer y, por sobre todo, negarse a realizar. Porque Liliana Bodoc también puede perfectamente ser definida en términos de sus ausencias en ciertos espacios y sus reticencias a otros. De las resistencia contra los discursos unívocos. Los discursos y las prácticas de la intolerancia que se negó a acatar. Y, sobre todo, resistirse a quiénes prescriben lo que debe ser nuestra conducta y cómo debemos conducirnos. Ella desacató mandatos. Fue, en dos palabras, una disidente.


2 comentarios:

  1. Excelente trabajo. Liliana merece. por grande como era, mucho más. No tuvo tiempo de ser conocida en toda nuestra América,de ahí que este artículo es muy oportuno,aporta , con fuerza, inteligencia y amor, a que la conozcamos más.

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    1. Gracias Hormiguita Maestra de Maestros Gaby Vallejo Canedo por tus palabras muy emotivas, un abrazo a la distancia.

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