por
Adrián Ferrero
Todavía puedo evocar aquel 6 de febrero de 2018 por la tarde en que,
bajo el efecto de un shock, me enteré de que la escritora Liliana Bodoc acababa
de fallecer de un paro cardíaco. También recuerdo que de inmediato,
probablemente como una reacción espontánea ante la impotencia de lo acontecido,
en el estudio de casa escribí un retrato acompañado en él de una sumaria
crítica acerca de su poética. Que fue breve por cierto y tengo la convicción de
que también fue insuficiente. Es que para ser completamente franco estaba bajo
el efecto de una conmoción. Una amiga, narradora oral e inspectora de Jardines
de Infantes, estudiante universitaria de Artes Plásticas, que también ha
escrito narraciones prodigiosas, dejó por escrito en mi publicación: “Tenía que
ser para siempre”. Esta frase del orden de la demanda que se le exige al
destino o, en todo caso, a una vida que no manejamos pero que nos es arrebatada
de modo para nosotros devastador, denota la unánime adhesión hacia una figura
de una grandeza inusitada. Esa grandeza iba acompañada de un talante crítico
hacia ciertos modelos literarios de épica fantástica (su vertiente inventiva más
potente), de los cuales Bodoc tomaba distancia crítica, pero al mismo tiempo recibía
algunos de sus legados como herencia valiosa. El arco de su producción denota
plasticidad, minucia e imaginación desbordante, no solo de contenidos sino de
recursos de toda índole, mezclando el cómic con la narrativa, la dramaturgia
con el discurso también narrativo, el código visual con el verbal, la
ductilidad para trabajar con sutileza a partir de arquitecturas narrativas de
portento siempre con capacidad de control perfecto sobre el entretejido de los
argumentos, las estructuras narratológicas y las tramas bien contorneadas. Por
otro lado, de hacerlo según dípticos, trípticos o tetralogías, esto es,
trazando mapas complejos pero no de connotada ambición desmedida. Sino, en todo
caso, por afán de desafío, vertiente creativa o de mero proyecto que se
embarcaba en búsquedas innovadoras para avanzar en una progresión día a día más
impetuosa sin ser violenta. Circunstancia que brindaba posibilidad de dejar una
herencia calificada a la cultura literaria argentina que estuviera a la altura
de la jerarquía de las del mundo. En efecto, la obra de Liliana Bodoc es de tal
magnitud y de tal caudal de excelencia literaria que es capaz de medirse con la
gran literatura del globo. Con el agregado, nada menor, de que es combativa y
desafiante. Lo que desde ya la ubica en el espacio de las narrativas
contestatarias.
El espacio conferido al sustrato aborigen en conjunción con la fantasía
épica mediante operaciones complejas siempre fue una de sus grandes
preocupaciones y lo hizo de un modo distinto, con una eficacia superlativa, no confundiendo
jamás ese sustrato con folklorismo ni regionalismo. Por el contrario, ese
referente actuó de modo universalista. El espacio de apertura activa conferido
a la mujer fue también otro foco al que se manifestó sensible (en ese punto
hizo especial hincapié en la entrevista que hicimos). La capacidad para afrontar
la xenofobia pero también la persecución del diferente. La valentía de
apoderarse de relatos oficiales codificados por la Iglesia Católica a través de
una voz de mujer en una versión diferente pero respetuosa de los Evangelios. La
narración de escenas de violencia con ultrajes inadmisibles que denunciaba sin
panfletos, como sucede con una esclava negra que desde muy pequeña es arrancada
de África para ser transplantada a Argentina hasta encontrar finalmente un
destino digno, pero no sin antes pasar por toda clase de ultrajes narrados en
clave de literatura juvenil, pero introduciendo al público de esa edad en estos
temas. Hasta, naturalmente, su trabajo de lleno en el campo de la literatura
infantil y juvenil que, de modo evidente, trasuntan una inquietud por promover
en la infancia y en la juventud una serie de búsquedas que pudieran encender la
curiosidad y fomentar el interés por la cultura literatura, la instrucción y,
sobre todo, el orden de lo imaginativo desde principios éticos. Todo ello guiaba
su ideología literaria. Una personalidad combativa sin una gota de afán de
superioridad ni menos aún de soberbia o crueldad, era luchadora. ¿Qué más se
podía pedir a una escritora o, mejor aún, a una persona tan completa?
Por entre las grietas de su literatura brota una imaginación ilimitada que
retorna sobre el lector de modo especular y le devuelve una imagen de lo que un
mundo más justo sin moralejas ni moralinas debería ser en términos equitativos.
Sin exclusivismos ni elitismos. Sin experimentalismos innecesarios. Para hacer
buena literatura se puede acudir a un discurso narrativamente rico desde el
lenguaje, desde lo imaginativo pero también, cosa curiosa, de los valores
inclaudicables de la virtud sin caer jamás en el desencanto. Lo que no
significa que no hubiera en ella una obstinada experimentación desde otro
ángulo. Porque siempre politizaba sin pedagogías ni afán panfletario alguno su
ficción. Era una politización, si así se prefiere, no facciosa pero sí
orientada en una dirección clara: principios de igualdad, equidad y libertad.
Fue una gran preocupada por el semejante. Estaba educada en la
ineludible prestancia por colaborar con su patria, con la comunidad, con
ideales ideales colectivos. Hay una unanimidad que gravita en torno de su
figura que se agiganta día a día. Regreso a sus libros como se regresa a un
alimento tras la búsqueda de ese lenguaje que ella hace devenir lengua
literaria prácticamente en estado de poesía sin perder el encanto narrativo.
Pero también la de una política de la lengua que trabaja con sutileza contra el
opresor, contra la hegemonía (como afirmaba ella) y a favor de la elección de
un lenguaje no alienado. Tampoco perdía de vista el vértigo de la fábula que
favorecía sin embargo la posibilidad de disfrutar de todas sus inflexiones y de
paladear el lenguaje en todo su dinamismo con sus peripecias. Y sin embargo (y
vuelvo a esto) con una capacidad inigualable por la transformación del discurso
narrativo en discurso poético.
Todos sus amigos y amigas describen a Liliana Bodoc como una personalidad
difícilmente olvidable. Muchos guardan sus fotografías o las suben a la
Internet como la prueba más tangible y contundente de que ha aportado a este
mundo una presencia irreemplazable. No ha partido ni partirá una figura tan
sustantiva de la sociedad argentina, incapaz de toda malicia. Pienso en otros
nombres de escritoras argentinas de probada integridad en el marco de distintas
líneas estéticas: Griselda Gambaro, Adela Basch, Perla Suez, Ángela Pradelli,
María Teresa Andruetto, Diana Bellessi, Angélica Gorodischer y desde el
psicoanálisis o el ensayo de interpretación nacional la entereza ética, crítica,
cívica y académica de Silvia Bleichmar, el compromiso con su país de todas
ellas, para remitirme exclusivamente a una tradición de escritoras que desde el
siglo XX proyectándose al XX asumieron un indeclinable compromiso desde la dimensión
del género, que no es una categoría por cierto inocente, nos guste o no
reconocerlo, y menos aún por estos tiempos, en virtud de su rango altamente
politizado y culturalmente marcado. Todo texto escrito por una mujer de
excelencia con intervención sobre el poder es, lo reconozcamos o no, un texto politizado.
Pienso que en esa tradición se inscribe Liliana Bodoc, pero en la línea
estética de la épica fantástica, lo que marca un territorio distinto pero no
exento de la búsqueda de la utopía. También en la de la literatura crítica de
las ideologías más retrógradas de estas autoras con varios puntos en común y
otros de divergencia. Todas ellas tienen reconocimiento o, como mínimo, prestigio
sencillamente porque tienen talento, no porque busquen notoriedad. El éxito
llega como resultado del trabajo puesto por delante de toda estrategia
conveniente. Hay una trayectoria (además de una conducta cívica) a partir de
ambas. Por otra parte, todas ellas tienen principios que se traducen en
acciones concretas además de en su escritura. Cada una se compromete con causas
dispares y serían incapaces de agraviar a un semejante en virtud de sus
principios.
El trabajo laborioso sin lugar a dudas estaba en Liliana Bodoc. La
batalla contra el silencio estaba. La batalla contra toda forma de acallar el
pensamiento crítico y creativo, el de atentar contra la libertad subjetiva
junto con el espacio del pensamiento que defiende los Derechos Humanos, eran
zonas a las cuales su proyecto es particularmente sensible. La batalla por
preservar la dignidad del semejante también. Pero había en ella ese don, además
de una ideología que era insobornable. Al igual que lo hay en las escritoras
que acabo de mencionar, entre otras que mi memoria no trae en este momento al
presente de la escritura en este artículo. Que no solo se ocupan de sí mismas,
sino que miran en derredor. Asisten al espectáculo del mundo y contemplan el
horror. Son incapaces de permanecer indiferentes frente a sus semejatnes. Y
todas son laboriosas. Y en tanto asisten a un país que para cualquiera que
tenga un mínimo de sensibilidad y de honestidad intelectual, un mínimo de
humanidad también, saben que requiere de ellas intervenciones públicas urgentes
y no solo de libros que se publiquen. O que requiere de libros que se publiquen
que hablen de temas de interés para la comunidad en tanto que colectividad de
sujetos que sufren y padecen la exclusión. Asistiendo a qué está haciendo ruido
en las sociedad. A que esta es una sociedad ruidosa por donde se la mire. Que
por cierto es en este momento y desde larga data un largo etcétera de cosas
perturbadoras para la paz y la justicia. Y tienen en claro dónde la literatura
debe actuar tanto por dentro como por fuera del discurso estético de modo certero
para denunciar y desenmascarar la hipocresía y la deshonestidad. La corrupción
y le rapiña. También las violaciones a la ética y las transgresiones en el
territorio de la política y a los Derecho Humanos. Ella lo hizo de modo
magnífico y genial. Será recordada, en esta lamentada partida a destiempo de la
cual se cumplen dos años en la que se la echa de menso como una ausencia
irremplazable, un vacío que nadie podrá ocupar, como la personalidad de la República
de las Letras que se recorta, con una nitidez de principios inquebrantables,
innegociables y que no estaban jamás dispuestos a traicionarse. Ese fue su
mejor fruto. Es también su mejor herencia. Así fue Liliana Bodoc.
Y en este
retrato incompleto, sumario, trazado con pinceladas en un sepia que aspiran
menos a un afán de crítica literaria exhaustiva que a una resonancia y una
recuperación humanista de su figura en contrapunto con su singularidad procuro
restituir todo aquello a lo que se atrevió en tanto que hito de la cultura
argentina y todo aquello de lo que fue capaz de decir, de hacer y, por sobre
todo, negarse a realizar. Porque Liliana Bodoc también puede perfectamente ser definida
en términos de sus ausencias en ciertos espacios y sus reticencias a otros. De
las resistencia contra los discursos unívocos. Los discursos y las prácticas de
la intolerancia que se negó a acatar. Y, sobre todo, resistirse a quiénes prescriben
lo que debe ser nuestra conducta y cómo debemos conducirnos. Ella desacató
mandatos. Fue, en dos palabras, una disidente.
Excelente trabajo. Liliana merece. por grande como era, mucho más. No tuvo tiempo de ser conocida en toda nuestra América,de ahí que este artículo es muy oportuno,aporta , con fuerza, inteligencia y amor, a que la conozcamos más.
ResponderBorrarGracias Hormiguita Maestra de Maestros Gaby Vallejo Canedo por tus palabras muy emotivas, un abrazo a la distancia.
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