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viernes, 27 de agosto de 2021

Sobre la lectura

 

Por María Cristina Alonso

Leer ha sido la felicidad de mis días. He acumulado libros que dan cuenta de mis viajes por la literatura. Mi biblioteca es mi autobiografía. Allí están desde los primeros tomos de la Colección Robin Hood hasta los que compré el mes pasado  en una librería de City Bell..


 
Mujer leyendo» 1903

Henri Matisse

 ¿Cómo me hice lectora? Mi hermana leía en las siestas interminables de mi infancia y yo pensaba, creo que cuando aún no sabía unir las letras del abecedario, que ahí había un lugar de infinito goce. Me hice lectora por mi hermana y por los libros que había en mi casa, los que me regalaban en cumpleaños y días de fiebre. Desde entonces mi biblioteca se ha expandido por cuartos y salas. Me gusta pensar que me sobrevivirá, que esas ficciones deleitarán a otros en tiempos remotos. Esa es la misión de las bibliotecas de papel, armarse para el futuro, diseñar itinerarios de lectura para los amigos, para los que todavía no han llegado.

Las nuevas tecnologías calman la voracidad lectora. Tengo en mi libro electrónico más textos de los que puedo leer. Con él viajo sin peso, y eso es para agradecer. Pero, cuando un libro me enamora quiero sentir el aleteo de sus páginas con el viento de la mañana, su olor a tinta, el silencio iluminado del papel que espera sin requerir más tecnología que la luz del día o la generosidad de la lámpara.

Soy hija de Luisa Alcott. Mujercitas fue el primer libro entero que leí a los 9 años, quizá a los 10. Pero antes estuvieron todas esas colecciones de libros troquelados, adaptaciones de cuentos de Andersen y de los Grimm que me regalaba mi padre durante las enfermedades infantiles. Todavía mis dedos juegan con un farol de plástico que colgaba del paraguas de la cerillera de Andersen, una especie de libro juguete editado en España. Pero cuando llegó Alcott fue otra cosa. Quise desde el primer momento ser Jo, la chica que escribía en la buhardilla sin importarle las modas y las cuestiones sociales. No sólo quería ser escritora, quería ser la escritora Jo y terminar teniendo una escuela para muchachos que se interesaran en la lectura.


Porque leer era otra cosa. Como dice Martín Kohan, hay demasiados predicadores sobre la lectura, pero también muchos impostores, entre ellos tantos profesores de literatura que son lectores eventuales.
  Y el lector sigue siendo alguien sospechoso. Mi padre era un lector, sin embargo, cuando me veía leer tirada en cualquier rincón de la casa protestaba y me mandaba a hacer algo útil. De ahí que tomé la costumbre de subir al techo de mi casa sin avisar para sumergirme en las aventuras de Verne, en el oscuro encierro de Ana Frank, en los planetas de Bradbury.

 Sobre la escritura

“Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel periodo de mi primera soledad ya había descubierto que lo que yo tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era éste: “Escribe, no hagas nada más.” Margaritte Duras, Escribir (1993)

Margaritte Duras

No hay recetas sin embargo para escribir. Cada escritor elabora y reelabora sus poéticas. Pero hay una cosa segura: nadie puede convertirse en escritor si antes no es un lector voraz.  La literatura nace de la literatura, de nuestra admiración por esos escritores que nos han conmovido. Por la iluminación de tantas páginas que, al leerlas, hubiéramos querido escribir.

En cada texto que escribimos quedan los rastros de esas lecturas, lo que no quiere decir que estaremos utilizando la voz de los otros, sino que vamos construyendo nuestra propia voz y nuestro propio imaginario en ese libro infinito que es la literatura del mundo.

Del conocimiento de los géneros nacerá nuestra obra. Hay géneros que se acomodan mejor a nuestra manera de contar. Por ejemplo Cortázar será un maestro del género cuento. Teorizará sobre él, hablará de su esfericidad, recurrirá a otro maestro del cuento, iniciador del cuento moderno: Edgard Allan Poe. También pienso en Horacio Quiroga que, a pesar de que escribió novelas lo vamos a recordar por siempre por los Cuentos de la selva.



Otros serán poetas y abrevarán en la poesía de todos los tiempos. Pero hago una aclaración: todo narrador debe abrevar en la poesía porque es el lenguaje que mejor da cuenta de la complejidad de la experiencia humana.

La literatura, se sabe, utiliza las mismas palabras que un discurso político o un recetario de cocina. Pero lo que la diferencia del lenguaje utilitario es, precisamente su función poética, su capacidad de crear mundos nuevos o de recrear los ya conocidos.

Entonces, volvemos sobre las influencias. Cada generación tiene sus escritores emblemáticos. La mía es la del boom latinoamericano, todos queríamos escribir como Cortázar y García Márquez. No obstante, uno es una acumulación de lecturas. Hoy, si bien pienso en esos escritores mis lecturas y mi escritura se ha ido nutriendo de otros autores: desde Margarette Atwood, Chimamanda Adiche, Paul Auster, Guillermo Martínez y las  escritoras argentinas: Selva Almada, Eugenia Almeida, María Teresa Andruetto, Perla Suez

Fíjense qué curioso, la mayoría son autoras mujeres, lo que indica la potencia que tiene el empoderamiento de la mujer, aunque hablar de escritura femenina es bajarle el precio a la literatura que escriben las mujeres y otros colectivos. La literatura es buena o mala independientemente del género al que pertenezca quien la escribe.

Yo me siento más cómoda con la novela. Me gusta un plan de escritura que dure un largo tiempo. En su transcurso voy habitando el mundo narrado. Investigo si ocurre en un tiempo pasado desde cómo se vestían hasta cómo era la luz que daba una lámpara de aceite en el siglo XIX. En Aventuras en borrador trabajé mucho el tema de los exploradores de Australia en el siglo XIX que murieron en el intento de cruzar de sur a norte un continente que, para ese entonces era tierra inexplorada. Se llamaban Burk y Wills y los había encontrado en una enciclopedia  que siempre me ha fascinado y que la he heredado de mi padre: El tesoro de la juventud, de 1915, escrita en Londres y publicada por la Editorial Jackson con una mirada absolutamente colonizadora.

Une ejemplar de El tesoro de la juventud

Sus ilustraciones siguen siendo fascinantes y su papel está como el primer día, blanco, inmaculado. Está escrita antes de que se inventara le submarino, antes de las guerras mundiales, antes del descubrimiento de la penicilina, antes de la invención de los aviones. Pero cuenta historias, está divididita en apartados:  "La Historia de la Tierra", "El Libro de las narraciones interesantes", "El Libro de América Latina", "Los países y sus costumbres", "Cosas que debemos saber", "El Libro de la poesía", "El Libro de nuestra vida", "Historia de los libros célebres", "Los dos grandes reinos de la naturaleza", "Juegos y pasatiempos", "El Libro de los "por qué"", "El Libro de los hechos heroicos", "Hombres y Mujeres célebres" y "El Libro de las lecciones recreativas".



Para construir ese universo en donde dos tipos de origen inglés escribían un diario contando cómo se morían me llevó a rastrear desde la historia de Australia hasta leer novelas que transcurrieran en ese continente y cómo se vivía en ese entonces. Es decir que, cuando nos enfrentamos a una historia, antes tenemos que hacer una investigación para que lo que se narre sea creíble, respete el verosímil. Aun si incorporamos elementos fantásticos.

Otra cuestión es la del punto de vista. Cualquier historia puede ser interesante o aburrida depende desde dónde se la cuenta. Quién es el que narra. Entonces eso le dará sustancia al relato. Gran lección que nos dio un maestro de la novela, Henry James. En su novela Otra vuelta de tuerca, un aparente cuento de fantasmas, comienza, como muchos textos del siglo XIX con una reunión de gente aburrida que, en torno a la estufa de leña se disponen a contar cuentos de fantasmas para pasar el tiempo. Y James utiliza el recurso del manuscrito encontrado, lo que hace que el relato tenga dos niveles de narradores. El primero es anónimo pero la historia nos llega a través de un personaje, Douglas, que se dispone a contar una historia de fantasmas pero ya no en forma oral como sus compañeros, sino que lee un manuscrito, un segundo narrador, que es el diario de una institutriz que protagoniza la historia.



.Con este procedimiento, habitual en la historia de la literatura, no solo se consigue una mayor verosimilitud sino que, y ahí es precisamente donde radica el gran acierto de James, se juega con una ambigüedad que da pie a dos posibles interpretaciones completamente contradictorias.

Otros narradores interesantes que se me ocurren.: En La isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson, el narrador es Jim Hawkins, que recuerda su época adolescente –es una historia de piratas- pero si bien los hechos que narra son de interés del público juvenil, nos damos cuenta que es un adulto el que narra, muy preocupado por analizar el carácter ambiguo del ser humano, obteniendo un relato para una audiencia mixta.



Robert Louis Stevenson

En mi novela Aventuras en borrador, hay una narradora, una mujer adulta que se dirige, en su relato, a una segunda persona. Es decir, hay un primer interlocutor que no es el lector, es un Pepe que sólo descubriremos quién es al final de la novela

 También me gustaría hablar de los géneros. Me gusta el policial, la ciencia ficción, la novela de aventuras, esos textos que funcionan con algunas características bien marcadas. Pero también me gusta los textos que parecen pertenecer a un género pero a la vez lo transgrede. Se trata de piezas literarias que combinan diversos géneros en su planteamiento. Un ejemplo muy famoso son las novelas que hibridan ficción y ensayo.

Voy a citar dos ejemplos. Uno es La loca de la casa, de Rosa Montero. Este libro es una novela, un ensayo, una autobiografía. Es la obra más personal de Rosa Montero, un recorrido por historias de escritores, claves de la creación artística y del oficio del escritor.

 

 


Otro caso es el catalán Javier Cercas. En Soldados de Salamina, en La velocidad de la luz, en Anatomía de instante, en El impostor (y en menos medida en Las leyes de la frontera), Cercas metaboliza los géneros: biografía, autobiografía, crónica, ensayo, policial. Todo cabe en sus libros. Y con todas esas herramientas va edificando personajes y tramas, sosteniendo siempre el tono y el verosímil. Cercas le dice al lector: “es imposible captar con total precisión la realidad, pero usaré todo lo que esté a mi alcance para acercarme a la esencia.”

Y también pensemos en Operación masacre, de Walsh. Un libro que denuncia los fusilamientos de peronistas en José León Suárez pero que está narrado con recursos del policial.

Y podemos ir un poco más atrás. Hay una novela publicada en 1759, Tristan Shandy de Laurence Sterne..Narrada en primera persona y de un modo intrincado, humorístico, desarreglado y un tanto picaresco, la novela pretende ser la autobiografía del narrador, Tristram Shandy. Sin embargo, en uno de los giros humorísticos centrales de la novela, a saber, que el tal Tristram Shandy es incapaz de explicar nada de forma sencilla, el narrador recurre una y otra vez a digresiones y anécdotas explicativas que supuestamente ayudan a formar el contexto de su vida, pero que de hecho van a ser la esencia de la novela, y que desvían el hilo conductor de la misma continuamente, impidiendo cualquier avance lineal en la trama. De esta forma, la novela se va extendiendo alrededor de las curiosas peripecias de un grupo de personajes relacionados con el narrador, de los que Sterne hace un retrato humorístico, y ofrece multitud de digresiones y anécdotas colaterales, hasta el punto de que el nacimiento de Tristram no ocurre hasta el libro III, y que este solo aparece como personaje brevemente en el libro IV para desaparecer en el libro VI..



En este sentido, a lo largo de toda la novela, Sterne va a romper los rígidos moldes en los que se enmarcaba la novela en su tiempo. Al narrarla en primera persona, y ofrecer la historia como una suerte de reflexión personal, va a crear una primera forma de lo que posteriormente se llamará monólogo interior.

En Pasaje a la frontera hice cruces con la historia –hay un viaje en el tiempo a la época de la zanja de Alsina, que aparece como personaje_ y trabajé el género de aventuras y la ciencia ficción porque hay una máquina del tiempo.



Escribir, volvemos a Margueritte Durás “Escribir. No puedo. Nadie puede. Hay que decirlo: no se puede. Y se escribe. Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada. Se puede hablar de un mal del escribir. Hay una locura de escribir que existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido a esa locura de escribir. Al contrario. La escritura es lo desconocido.”

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