Por María Cristina Alonso
Leer ha sido la
felicidad de mis días. He acumulado libros que dan cuenta de mis viajes por la
literatura. Mi biblioteca es mi autobiografía. Allí están desde los primeros
tomos de la Colección Robin Hood hasta los que compré el mes pasado en una librería de City Bell..
Mujer leyendo» 1903
Henri Matisse
Las nuevas tecnologías calman la voracidad lectora.
Tengo en mi libro electrónico más textos de los que puedo leer. Con él viajo
sin peso, y eso es para agradecer. Pero, cuando un libro me enamora quiero
sentir el aleteo de sus páginas con el viento de la mañana, su olor a tinta, el
silencio iluminado del papel que espera sin requerir más tecnología que la luz
del día o la generosidad de la lámpara.
Soy hija de Luisa Alcott. Mujercitas fue el primer
libro entero que leí a los 9 años, quizá a los 10. Pero antes estuvieron todas
esas colecciones de libros troquelados, adaptaciones de cuentos de Andersen y de
los Grimm que me regalaba mi padre durante las enfermedades infantiles. Todavía
mis dedos juegan con un farol de plástico que colgaba del paraguas de la
cerillera de Andersen, una especie de libro juguete editado en España. Pero
cuando llegó Alcott fue otra cosa. Quise desde el primer momento ser Jo, la
chica que escribía en la buhardilla sin importarle las modas y las cuestiones
sociales. No sólo quería ser escritora, quería ser la escritora Jo y terminar
teniendo una escuela para muchachos que se interesaran en la lectura.
“Alrededor de la persona que escribe
libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la
soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese
silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a
todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las
lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte
en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel periodo
de mi primera soledad ya había descubierto que lo que yo tenía que hacer era
escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond
Queneau era éste: “Escribe, no hagas nada más.” Margaritte Duras, Escribir
(1993)
No hay recetas
sin embargo para escribir. Cada escritor elabora y reelabora sus poéticas. Pero
hay una cosa segura: nadie puede convertirse en escritor si antes no es un
lector voraz. La literatura nace de la
literatura, de nuestra admiración por esos escritores que nos han conmovido. Por
la iluminación de tantas páginas que, al leerlas, hubiéramos querido escribir.
En cada texto que escribimos quedan los rastros de
esas lecturas, lo que no quiere decir que estaremos utilizando la voz de los
otros, sino que vamos construyendo nuestra propia voz y nuestro propio
imaginario en ese libro infinito que es la literatura del mundo.
Del conocimiento de los géneros nacerá nuestra obra. Hay géneros que se acomodan mejor
a nuestra manera de contar. Por ejemplo Cortázar será un maestro del género cuento.
Teorizará sobre él, hablará de su esfericidad, recurrirá a otro maestro del
cuento, iniciador del cuento moderno: Edgard Allan Poe. También pienso en
Horacio Quiroga que, a pesar de que escribió novelas lo vamos a recordar por
siempre por los Cuentos de la selva.
Otros serán poetas y abrevarán en la poesía de todos
los tiempos. Pero hago una aclaración: todo
narrador debe abrevar en la poesía porque es el lenguaje que mejor da
cuenta de la complejidad de la experiencia humana.
La literatura, se sabe, utiliza las mismas palabras que un discurso político o un recetario de
cocina. Pero lo que la diferencia del lenguaje utilitario es, precisamente su
función poética, su capacidad de crear mundos nuevos o de recrear los ya
conocidos.
Entonces, volvemos sobre las influencias. Cada
generación tiene sus escritores emblemáticos. La mía es la del boom
latinoamericano, todos queríamos escribir como Cortázar y García Márquez. No
obstante, uno es una acumulación de lecturas. Hoy, si bien pienso en esos
escritores mis lecturas y mi escritura se ha ido nutriendo de otros autores: desde
Margarette Atwood, Chimamanda Adiche, Paul Auster, Guillermo Martínez y
las escritoras argentinas: Selva Almada,
Eugenia Almeida, María Teresa Andruetto, Perla Suez
Fíjense qué curioso, la mayoría son autoras mujeres,
lo que indica la potencia que tiene el empoderamiento de la mujer, aunque
hablar de escritura femenina es bajarle el precio a la literatura que escriben
las mujeres y otros colectivos. La literatura es buena o mala
independientemente del género al que pertenezca quien la escribe.
Yo me siento más cómoda con la novela. Me gusta un plan de escritura que dure un largo tiempo.
En su transcurso voy habitando el mundo narrado. Investigo si ocurre en un
tiempo pasado desde cómo se vestían hasta cómo era la luz que daba una lámpara
de aceite en el siglo XIX. En Aventuras en borrador trabajé mucho el tema de los
exploradores de Australia en el siglo XIX que murieron en el intento de cruzar
de sur a norte un continente que, para ese entonces era tierra inexplorada. Se
llamaban Burk y Wills y los había encontrado en una enciclopedia que siempre me ha fascinado y que la he
heredado de mi padre: El tesoro de la
juventud, de 1915, escrita en Londres y publicada por la Editorial Jackson
con una mirada absolutamente colonizadora.
Une ejemplar de El tesoro de la
juventud
Sus ilustraciones siguen siendo fascinantes y su papel
está como el primer día, blanco, inmaculado. Está escrita antes de que se
inventara le submarino, antes de las guerras mundiales, antes del
descubrimiento de la penicilina, antes de la invención de los aviones. Pero
cuenta historias, está divididita en apartados: "La Historia de la Tierra", "El Libro
de las narraciones interesantes", "El Libro de América Latina", "Los países y sus
costumbres", "Cosas que debemos saber", "El Libro de la
poesía", "El Libro de nuestra vida", "Historia de los
libros célebres", "Los dos grandes reinos de la naturaleza",
"Juegos y pasatiempos", "El Libro de los "por
qué"", "El Libro de los hechos heroicos", "Hombres y
Mujeres célebres" y "El Libro de las lecciones recreativas".
Para construir ese universo en donde dos tipos de
origen inglés escribían un diario contando cómo se morían me llevó a rastrear desde
la historia de Australia hasta leer novelas que transcurrieran en ese
continente y cómo se vivía en ese entonces. Es decir que, cuando nos
enfrentamos a una historia, antes tenemos que hacer una investigación para que
lo que se narre sea creíble, respete el verosímil. Aun si incorporamos
elementos fantásticos.
Otra cuestión es la
del punto de vista. Cualquier historia puede ser interesante o aburrida
depende desde dónde se la cuenta. Quién es el que narra. Entonces eso le dará sustancia
al relato. Gran lección que nos dio un maestro de la novela, Henry James. En su novela Otra
vuelta de tuerca, un aparente cuento de fantasmas, comienza, como
muchos textos del siglo XIX con una reunión de gente aburrida que, en torno a
la estufa de leña se disponen a contar cuentos de fantasmas para pasar el
tiempo. Y James utiliza el recurso del manuscrito encontrado, lo que hace que
el relato tenga dos niveles de narradores. El primero es anónimo pero la
historia nos llega a través de un personaje, Douglas, que se dispone a contar
una historia de fantasmas pero ya no en forma oral como sus compañeros, sino
que lee un manuscrito, un segundo narrador, que es el diario de una institutriz
que protagoniza la historia.
.Con este
procedimiento, habitual en la historia de la literatura, no solo se consigue
una mayor verosimilitud sino que, y ahí es precisamente donde radica el gran
acierto de James, se juega con una ambigüedad que da pie a dos posibles
interpretaciones completamente contradictorias.
Otros
narradores interesantes que se me ocurren.: En La isla del Tesoro de
Robert Louis Stevenson, el narrador es Jim Hawkins, que recuerda su época
adolescente –es una historia de piratas- pero si bien los hechos que narra son
de interés del público juvenil, nos damos cuenta que es un adulto el que narra,
muy preocupado por analizar el carácter ambiguo del ser humano, obteniendo un relato
para una audiencia mixta.
Robert Louis Stevenson
En mi novela Aventuras en borrador, hay una
narradora, una mujer adulta que se dirige, en su relato, a una segunda persona.
Es decir, hay un primer interlocutor que no es el lector, es un Pepe que sólo
descubriremos quién es al final de la novela
También me
gustaría hablar de los géneros. Me gusta el policial, la ciencia ficción, la
novela de aventuras, esos textos que funcionan con algunas características bien
marcadas. Pero también me gusta los textos que parecen pertenecer a un género
pero a la vez lo transgrede. Se trata de piezas
literarias que combinan diversos géneros en su planteamiento. Un ejemplo muy
famoso son las novelas que hibridan ficción y ensayo.
Voy a citar dos
ejemplos. Uno es La loca de la casa,
de Rosa Montero. Este libro es una novela, un ensayo, una autobiografía. Es la obra más personal de Rosa
Montero, un recorrido por historias de escritores, claves de la creación artística
y del oficio del escritor.
Otro caso
es el catalán Javier Cercas. En Soldados
de Salamina, en La
velocidad de la luz, en Anatomía
de instante, en El
impostor (y en menos medida en Las leyes de la frontera),
Cercas metaboliza los géneros:
biografía, autobiografía, crónica, ensayo, policial. Todo cabe en sus
libros. Y con todas esas herramientas va edificando personajes y tramas,
sosteniendo siempre el tono y el verosímil. Cercas le dice al lector: “es
imposible captar con total precisión la realidad, pero usaré todo lo que esté a
mi alcance para acercarme a la esencia.”
Y también pensemos en
Operación
masacre, de Walsh. Un libro que denuncia los fusilamientos de
peronistas en José León Suárez pero que está narrado con recursos del policial.
Y podemos
ir un poco más atrás. Hay una novela publicada en 1759, Tristan Shandy de Laurence Sterne..Narrada en primera persona y de
un modo intrincado, humorístico, desarreglado y un tanto picaresco, la novela pretende
ser la autobiografía del narrador, Tristram Shandy. Sin embargo, en uno de los
giros humorísticos centrales de la novela, a saber, que el tal Tristram Shandy
es incapaz de explicar nada de forma sencilla, el narrador recurre una y otra
vez a digresiones y anécdotas explicativas que supuestamente ayudan a formar el
contexto de su vida, pero que de hecho van a ser la esencia de la novela, y que
desvían el hilo conductor de la misma continuamente, impidiendo cualquier
avance lineal en la trama. De esta forma, la novela se va extendiendo alrededor
de las curiosas peripecias de un grupo de personajes relacionados con el
narrador, de los que Sterne hace un retrato humorístico, y ofrece multitud de
digresiones y anécdotas colaterales, hasta el punto de que el nacimiento de
Tristram no ocurre hasta el libro III, y
que este solo aparece como personaje brevemente en el libro IV para desaparecer
en el libro VI..
En este
sentido, a lo largo de toda la novela, Sterne va a romper los rígidos moldes en
los que se enmarcaba la novela en su tiempo. Al narrarla en primera persona, y
ofrecer la historia como una suerte de reflexión personal, va a crear una
primera forma de lo que posteriormente se llamará monólogo interior.
En Pasaje a la frontera hice cruces con la historia –hay un viaje en
el tiempo a la época de la zanja de Alsina, que aparece como personaje_ y
trabajé el género de aventuras y la ciencia ficción porque hay una máquina del
tiempo.
Escribir,
volvemos a Margueritte Durás “Escribir.
No puedo. Nadie puede. Hay que decirlo: no se puede. Y se escribe. Lo
desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso
o nada. Se puede hablar de un mal del escribir. Hay una locura de escribir que
existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido
a esa locura de escribir. Al contrario. La escritura es lo desconocido.”
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