Por Honoria Zelaya de Nader (*)
El deseo de difundir noticias, tan antiguo como la raza humana, desde tiempos remotos ha dado lugar a manifestaciones diversas. Las primeras semillas del periodismo se remontan al año 449 a. de C. cuando el Senado Romano depositó un informe oficial en el templo de Ceres y ordenó que se produzcan copias para ser distribuidas. Asimismo, se inscriben en tales orígenes a las tablillas blancas (álbum) con noticias, que en el año 60 a. C., Julio César ordenó colocar en el foro. Sumamos a lo señalado, los informes que transmitían en la Edad Media los mercaderes en sus viajes, o la costumbre iniciada en Venecia de redactar noticias manuscritas para venderlas a los comerciantes y a los hombres de gobierno. Sin dudas, mucho es lo transitado en las comunicaciones hasta llegar a la invención de la imprenta y la aparición de los primeros periódicos europeos como el Notizzie Scritte (1566) y La Gazette (1570), ambos en Venecia.
Ya más cercanos en el tiempo y ubicados en nuestra geografía, nos salen al paso los partes de guerra que el General Belgrano publica en Tucumán en 1817 en el Diario Militar del Ejército Auxiliar de la Campaña del Alto Perú. ¿Cómo no destacar en consecuencia, que Tucumán tuvo el privilegio de ser la primera provincia del interior del país en editar un periódico? Frente a tal realidad nos permitimos inferir que cuando aquellas páginas caían en las manos de los niños surgían deletreos, sueños, fantasías. ¿Acaso no tenían ante sí, letras que hablaban, que informaban, que contaban hechos que tal vez ellos no entendían pero que les permitían recrear mundos? Desde otro ángulo nos preguntamos ¿qué otras posibilidades lectoras tenían en aquellas épocas los niños provenientes de familias de escasos recursos sino aquellas hojas impresas?
No se nos escapa que en la actualidad hay diferentes concepciones acerca del valor de la lectura cumplida con materiales de la prensa, pero es innegable que conforman productos de la cultura de masas y sería impropio desconocer la influencia de la prensa dentro de la historia de la literatura infantil y mucho más olvidarnos de John Newbery, un editor pionero quien a mediados del siglo XVIII da tres importantes pasos en la historia de la prensa infantil. El primero en 1744, cuando abre en Londres la primera librería infantil Le and Sun, Juvenile Library; el segundo, hacia 1753, al editar el periódico infantil The Lilliputian Magazine; y el tercero, cuando Newbery empieza a publicar cuidadosas pero baratas ediciones de libros con un equipo interdisciplinario de escritores e ilustradores, quienes bajo su dirección imprimían cuentos tradicionales y novedosos a sólo un penique.
Newbery, como editor y periodista, firma la partida de nacimiento de la Literatura Infantil y le da existencia oficial ante los ojos de toda una sociedad. Entre las razones del éxito de este editor están su maestría en saber conjugar los gustos y tendencias nuevos con los antiguos, y su inimitable manera de dar los más audaces pasos sin romper con el pasado, ni ofender sus normas. Hizo libros para divertir a los niños, pero como muchos padres y educadores todavía torcían el gesto ante las teorías de Locke, a las que consideraban revolucionarias, no descartó el elemento instructivo. El resultado de la fusión de lo antiguo y lo nuevo fue una afluencia de libros que son típicos del siglo XVIII. Para perpetuar la memoria de John Newbery, desde 1922 se otorga en los EEUU el más prestigioso premio literario del país para libros infantiles: la Medalla Newbery, galardón concedido por la American Library Association.
Los ejemplos de la promoción de la literatura infantil por la prensa son rotundos: Pinocho aparece por primera vez en el Giornale per i bambini en 1881. ¿Qué hace Martí con La Edad de Oro? Redacta la revista literaria infantil en 1899 como publicación mensual “de recreo e instrucción dedicada a los niños de América”. En España los dos periódicos infantiles de los que se tiene referencia completa son Gazeta de los Niños (1798-99), de Josep y Bartolomé Canga Argüelles, y Minerva de la Juventud (1833-36), de Juan Ballesteros.
En nuestro país las palabras ficcionadas surgen en la prensa, con acentos didácticos. Las encontramos en El Télegrafo Mercantil durante 1801 y 1802. Vienen de la mano de nuestro primer fabulista, Domingo de Azcuénaga, y están marcadas por la sátira. Le preocupaba difundir cuadros de época a fin de anular inhibiciones y nutrir prédicas de valores y anhelos de dignidad ciudadana como escapes naturales. Pero he aquí que más allá de ese didactismo literario dieciochesco, al estar impregnados los textos de ritmo poético, de humor, de sentido estético, de historias en las que reina lo imaginario, conquistaron desde la prensa a la infancia de la época.
Otros ejemplos de escritores que le dedican sus creaciones a la infancia desde la prensa los tenemos en Juana Manuela Gorriti, Ada María Elflein, Enrique Banchs, Juan Carlos Dávalos, Tránsito Cañete de Rivas Jordán. También la casi legendaria revista Caras y Caretas se ocupó de la infancia.
La infancia en la prensa local
Por razones de espacio, algunos mínimos ejemplos: en 1923, en el diario El Orden, en su “Sección para niños” se publica “Pinocho detective”; a su vez en la revista Panorama, Año II, 1953, en la Página Mundo Infantil, aparece “El Borriquito” de Manuel Rivas Jordán y en la revista Sustancia, 1943, nos encontramos con el poema “Canción infantil para bailar” de Fryda Schultz de Mantovani.
La literatura infantil aparece con espacio propio y no circunstancial en las primeras décadas del Siglo XX con páginas especialmente dedicadas a los niños: “La sección para los niños” de El Orden y “La página para todos los niños” en LA GACETA. En esa época LA GACETA publica un cuento tradicional infantil dentro del formato historieta y hacia él vamos: en primer lugar, atendemos al espacio publicitario del 1º de marzo de 1931. Dicho anuncio expresa: “Todos los días visitará a nuestros niños lectores La Cenicienta. Cine Condensado. Historieta en cuadro que LA GACETA comenzará a publicar próximamente”.
Destacamos la respetuosa actitud del emisor hacia su destinatario infantil al anunciarle que le brindará una lectura para solaz. Mucho más relevante aún, ya desde el campo de la auténtica literatura infantil, la historia seleccionada: “La Cenicienta”. De allí que hayamos considerado insoslayable el citado aviso, que data de hace casi un siglo, y ya prometía algo inédito en la historia de la literatura en Tucumán: la entrega en serie de un cuento tradicional. Días después, el 6 de marzo se publica el episodio número 1 y con él la literatura infantil en la prensa alcanzaba un hito histórico.
Desde aquellos días mucha agua ha corrido debajo del puente y en ese curso mucho es lo que LA GACETA desde sus páginas le ha ofrecido a niños y jóvenes. No podemos dejar de mencionar, a vuelo de pájaro, las múltiples notas que tanto desde esta sección como en las diversas páginas del diario se le brinda a la literatura infantil, actitud altamente valiosa ya que tal tarea es insoslayable. Se necesita formar mediadores calificados cuando de acercar la auténtica literatura infantil a niños y jóvenes se trata.
(*) artículo aparecido en @La Gaceta.
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