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viernes, 2 de julio de 2021

"La Poesía reunida (2020-2000) de Gigliola Zecchin (Canela): un inquietante vacilar”

 




Por Adrián Ferrero

 

     No diría que ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre. Sí, en cambio, que ha llegado el de ser sinceros. Ya no Canela (ni siquiera como aclaración parentética, al  menos en la portada, sí en el interior ¿pedido encarecido por el editor, para una identificación más nítida?). Pero convengamos que hay una primera persona que se  hace cargo del libro en su dimensión autoral de modo cabal. Autónoma. De modo total. Hay señas de identidad claras. Un acto de presencia. Una auto afirmación del sujeto mujer que deja de hacerse llamar de un modo a esta altura socialmente convencional, el que ella ha elegido para consensuar entre sí misma y el mundo en su dimensión profesional, como mujer se expone a la alteridad del orden social. Un nombre, solo uno que ella ha consentido en asumir como nominación suplantando al propio. ¿Una máscara? ¿Un antifaz? Quizás todo sea una cuestión de miradas. De mirar y ser mirada en un contexto laboral. Incluso a su pesar. Pasamos entonces a esta autorrepresentación en el seno de un poemario que se trata nada menos que de una Poesía reunida 2020-2000, (Bs. As., Ediciones En Danza, 2021), con a su vez esa inversión de fechas que señalan una discronía. Será un viaje a la semilla. Partirá, esta vez, de la espléndida espiga para llegar a la simiente de la creación. Esa zona de los frutos del nogal que es la más deliciosa también, no solo por su sabor sino porque es la más sustraída la mirada pública.

     El sujeto de la enunciación, quiero decir, el sujeto mujer que escribe, ya no se desdobla. O no lo hace por completo. Ya no renuncia a asumirse como quien es en su completitud nominal. Ya no tiene un doble al estilo de un Hyde que debía esconder de la luz del día aquel tal Dr. Jekyll. ¿La poeta que se agazapaba en ella? ¿o que acaso no se entregaba de modo tan decidido? ¿esa que también circulaba sin embargo por formales estudios de TV, pese a que los amenizara con su temperamento encantador? Muy por el contrario, ahora salen a la luz ambos. Más disimulado el Jekyll  (el seudónimo oficial) y más a la vista el Mr. Hyde, el irracional, el inherente a la creación, el inesperado hacedor de pequeños estallidos del signo, el “ominoso”, según Freud. Ese capaz de la  destrucción/construcción de una nueva gramática. De la grafía. Un Hyde que ya ha dejado la monolengua porque desparrama por aquí y por allí pequeños rastros, migajas, monedas brillantes, destellantes, de un cristal que por momentos encandila. Ese Hyde que está fuera de control porque no está a la vista a la hora de concebir la materia con la que urde sus creaciones. Es ese Hyde que es permisivo consigo mismo (pero también disciplinado, exigente, no es descuidado ni negligente, al menos en este caso, no se abalanza sobre el lenguaje, sino lo ausculta, lo palpa, lo huele, lo sopesa). Es un Hyde que hace irrumpir ese discurso social que en verdad se  manifiesta como discurso de la intimidad. No responde al discurso disciplinado como los discursos burocráticos o los propios de la racionalidad instrumental, sino al idiolecto de la poesía. Este Hyde es el que comete las travesuras, las transgresiones, las violencias semióticas incluso en el seno de la lengua española. Con matices que no abandona por completo la natal, la nativa o materna, como se prefiera para el caso.

     Porque Zecchin de ahora en más será verdaderamente reveladora. Nos revelará por ejemplo su temor al lenguaje, o frente a ciertas palabras, ante las que se manifiesta inerme, incapaz de manejarlas. Les escapa. Les huye. Las rehúye. Esas palabras la ahuyentan. “Las palabras no me temen/yo les temo” (pág. 28). Estas palabras tienen una carga electrizante que hace que ellas de solo acercarse la espeluznen.



     La palabra cobra un peso específico diría que fundamental en este poemario o en estos poemarios, más propio sería decir. Está por un lado la lengua italiana (según sus dialectos), lengua natal, lengua materna, dirán otros, como indiqué. Está el francés que por allí irrumpe en el jirón de un par de frases. Está el inglés, en la edición bilingüe de un poemario que consistió en una experiencia producto de una iniciativa cultural que tuvo lugar en España del cual se hizo cargo una traductora de esa lengua. Están los epígrafes, algunos en su lengua originaria, otros traducidos al español (como los de Elfried Jelinek, por citar tan solo un ejemplo). De modo que hay vacilación en este caso. Y percibo (y a este punto quería llegar) una inquietud en Zecchin que hace que difusamente cita a un poeta en dos ocasiones de modo también sumamente sugestivo. Momentos en los que él precisamente alude al bilingüismo. Pero no lo afirma en un gesto orgulloso, casi locuaz o hasta soberbio. Jactándose de ser diestro de lenguas. De ser rico en lenguas. De ser rico en capital simbólico. Muy por el contrario, hay una aflicción que lo aqueja porque se mueve en este “entre dos”, en esta suerte de tabique que le impide discernir con nitidez quién es. A qué lugar pertenece. Cuál es su patria. ¿qué sujeto soy? ¿quién soy? ¿en qué lenguaje soy?, diría Sylvia Molloy en su  bellísimo libro Vivir entre lenguas (2016). Bien podría preguntarse en un colmo el sujeto mujer ¿Dr. Jekyll y Mr. Hyde nuevamente? No porque tengan un dimensión destructiva, pero sí porque portan una dimensión inquietante. La diglosia traza una grieta en esa identidad (que es una intimidad), la percude, la sacude, la quiebra, la resquebraja. El sujeto mujer (para el caso) se ve puesto en aprietos. Está en apuros. Un estado de precariedad, imprevisión, de aquello que, por otra parte, no puede disimular (por más que no la avergüence, menos aún en territorio argentino, con tantos descendientes de inmigrantes o directamente hablantes nativos), o quizás subyacen conflictos allí. Profundos conflictos. Habría que indagar en cuáles son. En los poemarios están aquí y allí diseminadas algunas pistas. Zechin es una italiana en un territorio de descendientes de italianos (entre otras nacionalidades sobre todo europeas) que sin embargo hablan por lo general en español. Son criollos. Ella tiene el regalo o la maldición (según cómo se mire esa suerte de equivalencia) de contar con dos lenguas. ¿Y una boca no puede alojar dos lenguas? Una debe ser cortada. Una debe ser cercenada. Para existir una mutilación debe haber. De naturaleza obligatoria y compulsiva. Una lengua que viene acompañada de una cultura. Y en el caso de un poemario de una cultura literaria. Nace allí un conflicto fundacional del sujeto mujer, me atrevería a decir. Fundante del sujeto mujer. Estas dimensiones del sujeto mujer que como  cuando en un botiquín enfrentamos los espejos, la identidad de un rostro se superpone, por multiplicación, aquí lo que se multiplica es la capacidad de nombrar de más de un modo al mundo. Zecchin designa al mundo desde estos espejos incómodos, perturbadores, que no son la garantía de una paz sino, por el contrario, la promesa de un conflicto. Dominar dos lenguas, entonces, tiene un costo. Un costo alto, agregaría yo. El de no saber en qué lengua uno o una es. De hecho a mí, si fuera Zecchin no me gustaría nada, puesto en su lugar, tener que aclarar debajo de mi nombre otro, un nombre artístico o relativo a una actividad profesional que no ha sido la propiamente ligada a la escritura, que es a la que se ha consagrado aparentemente de modo más pleno y vocacional la autora desde sus zonas más recónditas, por más que sea una solicitud editorial. Las pocas veces que hemos hablado con ella muy fugazmente ha habido tantas vacilaciones que confieso que la incomodidad ha resultado manifiesta. Alguien que se acerque a ella en incipientes pasos debe adoptar una modalidad cauta, precautoria, tomando todos los recaudos para no pronunciar no lo se desea oír. A lo que se suman los rasgos de personalidad, naturalmente, y el tema que se va a abordar. Ni ella ni uno mismo especularmente como una respuesta manifestarán un reproche, pero sí se demarcará un territorio claro. Con los mejores modales que ella demuestra y los que uno ha visto en su casa. Es lo que tanto acerca como aleja de ella. Pauta distancias. Delimita un contorno, una frontera, una constelación de significados identitarios que también ella administra según su criterio. Al mejor estilo de quien trata de usted, de vos o de tú. Pero vacila a veces. Por momentos invita a una variante. Luego pone distancia. Luego regresa a la distensión del encuentro. De modo que el uso que Gigliola Zecchin hace de los nombres son la cifra de la distancia que aspira a tener o disponer con las personas que la rodean. Con sus lectores y lectoras evidentemente ha preferido dar sus señas completas en este momento. Ellos la leen y saben, ahora sí, delante de quién están. Nombre, apellido y solo en una aclaración parentética (¿exigencia de editor, aventuré?) con letras más pequeñas (como quien dice “lo agrega por cortesía”, para que la identifiquen con claridad, para que sepan quién es de solo una ojeada  a través de ese “Canela”).

     Estamos hablando de cuestiones identitarias muy profundas. No son meros nombres que se cambian, se suplantan, se intercambian. Porque van acompañados de gentilicios. Y hasta de un significado de su nombre artístico o seudónimo vinculado a una sustancia sutil para degustar en ciertas bebidas o comidas. Por lo general dulces. O infusiones. Este desdoblamiento que ella ilustra a la perfección con una cita del escritor Vassilis Alexakis, quien afirma: “A pesar de mis innumerables viajes, entre mi lengua materna y mi lengua de adopción siento siempre una leve agitación cuando voy de una a otra”. Esa “agitación” que confiesa el escritor, no puede ser sino el síntoma de una incomodidad ¿a qué universo semiótico pertenezco? Hay una conflicto que subyace a ese don de lenguas que también es fuente de incertidumbre porque precisamente vuelve incierta la identidad. Porque pronunciar esas palabras es sinónimo de decir también ¿a qué territorio pertenezco? ¿a qué país pertenezco? ¿cómo resonarán los libros que lea en mí? ¿qué libros elegiré para mi viaje? ¿estaré leyendo bien los libros en la lengua por adopción? ¿leeré una traducción a mi lengua nativa de un libro de otra nación que no sea esta? ¿es este un viaje por la lengua porque es también un viaje por el tiempo y es un viaje por el espacio? También, habitar dos lenguas, evidentemente, puede convertirse en una maldición. No porque uno esté maldito. Sino porque supone una condición indeseable o bien que no se buscaba pero ha devenido destino.

     Y vayamos precisamente a este punto. Viajamos en palabra a todas partes en este libro. A distintas ciudades. A distintos países. E incluso por dentro de ellos a distintas zonas, regiones y temporalidades. Habrá zonas plenas de exotismo y otras que nos sumen en la cotidianidad elemental de un caldo. En el medio del poema hay incrustada una palabra en italiano (con su traducción a pie de página que a su vez explica “en italiano” ¿exigencia paratextual de editor?). De modo que todo parece ser una suerte de edificio que si bien maneja sobriamente el lenguaje poético, también amenaza con una enorme riqueza y una gran composición de hecha de fragmentos armónicos que no dejan de atomizar por momentos el libro. No obstante, lo hacen con sabiduría, también hay una cierta provisoriedad en los poemarios que componen nada menos que un libro. Una autora que ha intervenido los poemarios. Porque como decisión de autora ha optado por publicar al comienzo los más recientes y guardar en el fondo del cofre de la escritura, de un misterioso aljibe, el resto que lentamente empiezan a aflorar, a cobrar materia sensible porque llegamos al carozo, a una zona, cómo diríamos, primordial en la que el sujeto mujer escritora por fin elige desnudarse hasta quedar en cueros.

     Desde esta madurez hasta aquella lozanía, sin embargo, el trabajo poético no resulta una tarea inmadura. A mí al menos no me merece tal juicio. En tal caso sí diría: la ocupan otros asuntos. Cavila acerca de temas que no son los que este presente histórico ni este lenguaje poético nos demuestra en la lectura cuando comenzamos el libro. Otras preguntas afloran. Otros enigmas la desvelan. Lee otra biblioteca. Se detiene en otros subrayados. Está atenta a nuevos menesteres. Pero no sería taxativo a la hora de afirmar que son mejores o no los más recientes que los más remotos. En todo caso: se desanda un camino. Se regresa. En tal sentido, se trata de un libro en progreso pese a que su orden sea invertido cronológicamente.

     Hay una dimensión fundamental que yo no puedo pasar por alto bajo ningún punto de visto como crítico que ejerce su oficio de modo honesto. La dimensión paratextual se manifiesta de infinitas maneras. Bajo la intervención de Prólogos o notas de varios colegas, dedicatorias a personas conocidas en algunos casos (al menos para mí) no en otros, hay iniciales que encubren esa secreta distancia que se mide entre un cuerpo y otro cuyos alcances desconocemos, esos que preservan las identidades. Los epígrafes, como ya cité. Las itálicas, que señalan de poemas en prosas, títulos de poemas, palabras en otro idioma, poemas en otro idioma en itálica, poemas que juegan en su disposición en la hoja desde un lugar central hasta otros que lo hacen desde el margen izquierdo, más convencional, menos disruptivo. Hasta llegar a la parte final del libro en la que el discurso icónico se despliega en imágenes que sin embargo tienen un anclaje verbal tan potente que van desde la dimensión más profesional hasta la más entrañable. Desde las generaciones de su familia más antiguas hasta las más recientes con sus correspondientes nombres debidamente aclarados. En estos espacios no pareciera haber conflictos. Cuando está en familia seguramente se la llamará de una sola manera. Cuando estaba trabajando en sus primeros tiempos en los medios de otra. Y cuando recibe premios o distinciones entiendo que puede que exista vacilación (o no). Esta es una buena palabra para definir al poemario y a esta identidad que pareciera irrumpir en Zecchin como una incomodidad. La vacilación. El vacilar. La duda. Llamar. Llamar(se) de un modo y no de otro. Ser alguien, por lo tanto, o ser otra. “Yo soy otro”, escribió Rimbaud, hace dos siglos. Hasta la pregunta más inquietante de todas: ¿Y cómo se llamará ella a sí misma a solas, cuando no hay semejantes ni intrusos en torno? ¿cómo escribirá un diario íntimo en tercera persona al nombrar(se)? El juego de las identidades señalan también zonas de incertidumbre. Gigliola Zecchin. Canela. Queda esa estela de agua de un barco o un velero sutil que surca el océano. Canela se marcha dejando en esa partida un adiós, por supuesto. Pero también dando una bienvenida. Gigliola Zecchin ahora “es” nada menos que en el poema que, a su vez, permite adoptar, jugar con muchas máscaras, con muchas metáforas, con muchas imágenes plásticas, tonales, iridiscentes.

      Este vacilar sitúa al sujeto de la enunciación también al momento de escribir en una instancia dubitativa. En lo que va a escribir ¿quién será de las dos que es bajo dos nombres en tanto de autora, el sujeto mujer que se autorrepresenta? Pero ya hay definitivamente una opción porque ya hay definitivamente una voz. En tanto voz poética, una voz que puede adoptar infinidad de matices que van desde el dolor, el erotismo, la reflexión, la narración de una anécdota, una evocación, un ejercicio imaginativo, un dibujo en el aire, que  pende, como el poema posible que aún no ha sido escrito, pero vacila en serlo (¿por terror? ¿por exceso de éxtasis?). Esta vacilación por fin fenece. Estimo que esta circunstancia ha de restituir al sujeto mujer una enorme dosis de serenidad, de calma, de seguridad también sobre lo que va a hacer. De qué modo se autodesignará.     

     Una fotografía contemporánea de la autora con una imagen que de una niña (ella misma) que cubre su rostro a medias mostrando a esa niña italiana que no es esta mujer argentina o ítalo/argentina. Y a esta mujer argentina que guarda muchos rasgos italianos (experiencias, la lengua, viajes, lecturas, la labor mediática) pero ya está asimilada a otra cultura. También a otra cultura literaria. Ella sostiene esa imagen entre sus manos. Como podría sostener a una nieta. Es lo que ella ha sido, leve nudo del alma. Y ahora vigentes presencias pujantes que demandan de ella presencia, cobijo y amor. Y nuevamente la pregunta, esta abuela ¿regalará la otra lengua a sus nietos, o renunciará a ella porque aspira a tener nietos argentinos sin la intrusión de otro código semiótico?  ¿lo cercenará o se servirá de él como entrañable vehículo del alma memoriosa? Tal vez deslice alguna frase para que la memoria familiar no perezca. Y que esa sustancia tan maleable como la subjetividad (porque todos sabemos que es endeble) también se vea enriquecida por anécdotas además de por palabras, frases o relatos, giros o expresiones, no solo los por ella escritos.

     Ha pasado por la carrera de Letras Modernas de la Universidad Nacional de Córdoba, aunque no la ha terminado. Creó del Departamento de Literatura para Niños y Jóvenes de Editorial Sudamericana en el que abrió diez colecciones para 250 títulos. Ha recibido La Rosa Blanca de Puerto Rico y en dos oportunidades el White Ravens Internacional. Produjo ciclos de difusión en los medios de comunicación centrados en las artes. Distinguida como “Ciudadana destacada de la Cultura”, por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Ha sido nombrada Cavaliere della la Reppublica Italiana.  APTRA le otorgó la estatuilla Martín Fierro en seis ocasiones, la última en 2019, como reconocimiento a su trayectoria profesional en radio y televisión. Es miembro de número de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.  Este largo camino es el corolario de  su vida, lo cierro, como a este libro, con sus primeros pasos en el arte del uso y de la traducción o la equivalencia de la lengua española a la italiana. Todo ello fue posible gracias a un riguroso paso por otro pasaje que fue otro paraje: la Escuela Superior de Lenguas de Córdoba. La imagino en una escena de escritura. Luego, en una escena de lectura en su casa. Estudiando de lo que luego, munida como una artífica que llegaría al corolario supremo del poema, se inició en esa Córdoba que por añadidura tenía una tonada. Una apuesta potente de Zecchin. Ella aquí, en esta Escuela, debe haber, transida por experiencias de naturaleza contradictoria, sentido lo que puede ser un cierto trauma exitosamente metabolizado en función de lo que ha devenido: una mujer de letras en lengua española. 

     Sepan disculpar si aquí me detengo, pero no es mi intención en esta introducción al poemario de Gigluola Zecchin ser quien descorra el velo de su misterio, de su infinita riqueza de matices, el que con un cerrojo abra la caja de Pandora que es (plagada de peligros y amenazas también). O quien trace una lectura de naturaleza interpretativa de sus contenidos y sus formas. Sino más bien sembrar por aquí y por allí algunas claves de lectura a partir de las cuales cautivarlos (eso espero haber hecho al menos) para que vayan a buscarlo, a degustarlo, a disfrutarlo en su majestuosa discreción. Y lo acaricien. Y perciban el aroma de su lomo. Se dejen conmover desde por su naturaleza sensible hasta por su naturaleza inteligible. Todo ello por lo general de naturaleza intimista. También el libro los acercará al universo perceptivo, el de las sensaciones, las emociones, las formas que adopte el lenguaje poético tan plagadas de inflexiones en una escritora de talento, diestra en el arte de escribir, que les dejo a ustedes presentir para luego sentir, en un ejercicio incitante. La invitación perfecta para tomar un café con o sin canela (eso lo elegirán a su debido tiempo ustedes) de Gigliola Zecchin. En una Buenos Aires llena de smog o una Roma del mismo modo, o una Venecia (mejor) o Florencia (mucho mejor aún) o una Córdoba en la que se abrigan las primeras evocaciones emotivas.

     Aspiro a que este libro en el Sur del Sur, los abrigue de este frío invernal y los conduzca con su imaginación poética a aquél actual tórrido verano italiano. Penosamente todos sabemos afectado por la pandemia. Por lo menos desde mi casa de La Plata, en Argentina, yo he preferido simplemente conversar sin infusiones, contándole a Gigliola Zecchin qué me había parecido su libro. Hemos hablado en un español en el que espero no haberla incomodado porque además se ha parecido más a un monólogo (como suele serlo la crítica literaria, pese a que hay, lo sabemos, virtuosos que logran el intercambio dialógico con los autores que interrogan). Este monólogo que pese a no ser un diálogo aspira a no haber sido pronunciado con ruido, porque sé que ella es partidaria de las conversaciones a media voz. De sonidos más que de ruidos. Pero sí le dije, cuando nos despedíamos en la puerta de mi casa, en un adiós casi en lontanza, “Nuovo libro, nuova vita”.  

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