por Adrián Ferrero
Cuando se lee o se escribe (como en mi
caso) profesionalmente sobre una autora como Liliana Bodoc, de su sutileza, de
su nivel de poesía en la prosa, de su ritmo, de su cadencia, de la precisión con
que ubica los adjetivos para que el efecto que produzca la frase sea el más
eficaz, Cuando uno estudia una poética de semejante potencia narrativa, de su imaginación
desbordante que no pierde sin embargo la mesura, uno siente una enorme
responsabilidad. En particular (y en esto sí quisiera poner el acento) porque
para quienes hemos profundizado en su poética y hemos leído testimonios de
ella, ajenos, entrevistas, intervenciones públicas de su voz, hemos tenido el
privilegio de entrevistarla, resulta imposible sustraernos a esa integridad a
la que siempre regreso cuando escribo sobre ella. Y al indisociable vínculo
entre lo que escribía que iba por el mismo sendero de cómo vivía. Así podría
decir que estoy incurriendo en una variación de lo que suelo afirmar sobre ella
que corre el riesgoso peligro de incurrir en la trampa de una falta de
originalidad en los argumentos que hagan deslucirse a un trabajo que se pretende
un aporte a los estudios literarios. Pero resulta tan elocuente, de tal
naturaleza amorosa, el modo como Liliana Bodoc se entregó al oficio de
escritora, haciéndolo extensivo al de sus lectores no solo en eventos públicos,
en escuelas o centros culturales. Sino confiriéndole al sujeto (varón o mujer)
bajo la dimensión de un personaje (que no necesariamente tenía que adoptar la
fisonomía o la forma humanas) un lugar en la ficción bajo la figura de un
semejante el cual quedaba empapado de valores éticos y estéticos a la vez de
naturaleza indisoluble. Tanto para el bien como para el mal. En este sentido la
literatura de Liliana Bodoc está axiológicamente marcada de signo: o positivo o
negativo. Pero no en una estereotipia. Sino en un claro realismo acerca de los
ideales según los cuales la condición humana se comporta con sus semejantes, se
desenvuelve en el orden de lo real porque esta ficción en concreto, contra todo
lo que se podría pensar, reenvía a un referente nítido. No desarrollaré más
este punto porque no lo veo necesario. Pero sí me referiré a otra de sus
dimensiones en directa relación con él.
De este modo, Liliana Bodoc venía a
señalar en la literatura argentina, en la literatura de América Latina y en la
mundial, que existían principios constructivos de la prosa de imaginación para
adultos, para jóvenes y para niños, que no podían ser escindidos de la noción
de la ética. En el seno de las tramas en directa relación con el universo de
las construcciones ficcionales sucedía algo importante. Las estructuras
formales que configuran el universo narratológico, esto es, el modo como está
organizada la prosa y la obra literaria, otorgaban a la función actancial un rol, por
sobre todo, de naturaleza ética que resultaba innegociable. La ética era constitutiva
de la ficción. Era connatural a ella. Uno tenía la sensación, al leer y
reconstrucción el proceso de génesis de escritura, que las historias nacían,
brotaban desde una noción de sujeto que no permanecía jamás ajeno a su vínculo
con el semejante. Una ética que bien podía resultar propedéutica a la que luego
se desplegaría en la vida del orden de lo cotidiano (en la adultez, por
ejemplo, para un niño, para quien la literatura ocupa un lugar sumamente
formativo, paradigmático de lo que luego será).
Por otra parte, la vida y la poética de
Liliana Bodoc estuvieron tan tramadas como unidad de significados individuales
y sociales que uno jamás la encontró en un solo doblez. Se hallaba frente a una
persona limpia, solidaria, virtuosa, atenta al semejante siempre. Indignada
frente al poder cuando aplastaba a los
sujetos en su dimensión ligada a la dignidad. Liliana Bodoco era intransigente en
sus principios. Intachable en su comportamiento. Y evidentemente provenía de
una trama familiar identitariamente impecable.
Conversamos acerca de varios temas con la
hermana de Liliana Bodoc fugazmente. por supuesto las veces que hemos estado en
contacto. Pero acordamos en lo esencial acerca de su identidad de escritora y
de su talla de persona. En dos palabras: hay un ánimo y un temple inamovible en
sus convicciones en Liliana Bodoc. Hay fidelidad allí. Una limpieza que
permaneció sin ser adulterada por ella misma ni dejó que otros lo hicieran.
Entre los dragones, las profecías, los
hechiceros, la magia, los alquimistas, de Liliana Bodoc y un cierto universo
shakespeareano pueden trazarse ciertas constantes o correspondencias que a mi
juicio no han sido debidamente señaladas. Las brujas de Macbeth, con su fisonomía repugnante, augurándole un destino
trágico al protagonista (recordemos estamos en el centro de una tragedia, le
auguran su muerte), junto a los espíritus, la maldad encarnada en entidades que
no son mortales naturalmente pero tampoco son completamente una deidad por
fuera del universo de lo humano (no desconocen por lo pronto, sus valores, el
mal es su esencia), como en buena parte de la ficción de Liliana Bodoc también
se da, están presentes en este imaginario de naturaleza universalista, como lo
fue el héroe de la literatura isabelina que encabeza el canon occidental.
Finalmente, el Próspero de La tempestad,
también de Shakespeare, la última de sus obras, su adiós al teatro y al oficio
de dramaturgo y actor, ese mago o brujo (según cómo se lo mire, las
concepciones vacilan, yo vacilo también, para ser franco, a la hora de definir
su identidad esencial) que cierra la obra rompiendo su bastón o su varita dando
lugar a la vida mortal, renunciando a sus poderes, en un adiós a la magia, es
el otro extremo shakespereano que me atrevería a señalar como los dos momentos
culminantes de la poética del autor mayor en lengua inglesa que en una
encrucijada se toca o por lo menos se roza con los senderos fabulosos de
Liliana Bodoc o, mejor dicho, es a la inversa, es Bodoc la que lo sobrevuela para
respetar la línea del tiempo.
Y en este tiempo histórico que estamos
viviendo, tan lleno de desgracia, de dolor, de dramatismo, de pérdidas, de
duelos, producto de la pandemia, la poética de la esperanza siempre la
encontramos en Bodoc. Hay fe en su poética, una fe me atrevería a decir casi
ciega, pero no por necia, una fe en el bien aunque triunfe aparentemente lo
dañino, hay una fe en la que se está convencido de que trabajando a brazo
partido algo será logrado, por inalcanzable que parezca. Hay una fe que se
resiste a bajar los brazos y a entregarse a la derrota como si toda causa noble
no pudiera estar perdida. Los libros de Liliana Bodoc llaman al canto, llaman a
la solidaridad, llaman a la celebración. Llaman a la justicia. Llaman a la
victoria. Y llaman a la idea de que desde el orden de lo fabuloso lo humano
está inscripto en ese dibujo de una zoología fantástica o de una humanidad
fantástica, en ambos casos la dimensión de lo humano cumple un rol, juega un
rol, se articula con el resto de la comunidad. En la cual los principios
permanecen invariables. Existe una autenticidad, por otra parte, una
sinceridad. Una franqueza, en directa relación, naturalmente con la de su
autora en la vida empírica. Y si hay oscuridad, si hay trampa, es la que ella,
indignada, detecta de modo inadmisible y repudia. Y en la medida de sus
posibilidades desenmascara para neutralizar. Una linda palabra para definir a
Liliana Bodoc: "invariable". De temperamento. De ética. De valores.
De estética. De principios. De proyección hacia ideales (realizables, esto para
ella era importante, aunque en sus ficciones aparentemente ocurriera
paradójicamente la presencia de personajes y figuras prodigiosos, imposibles
salvo en la ficción). Pero ¿acaso la ficción no es una de las formas que adopta
la realidad para desordenar el mundo? ¿para que este universo aparentemente uniforme,
para nada díscolo, regido según ciertas leyes previsibles conozca otras,
alternativas, que le otorguen variables de una infinita riqueza y de una
infinita belleza?
Liliana
Bodoc, entre otras muchas cosas, llegó a este mundo para decirnos que las
buenas causas jamás se pierden. De su sutileza conozco pocas escritoras.
Luchadora de causas, defensora de la ética, defensora del buen trato con el
semejante, de los principios de la justicia, de la equidad, del respeto, de la
comprensión.
Liliana Bodoc triunfa. Vence al daño.
Mediante una operación de conversión indudable logra lo que ningún escritor o
escritora ha podido conquistar, todos corriendo tras su consagración y su
reconocimiento. En ese teatro de la vida de escritora, eligió el trabajo, la
vida recoleta, la franqueza en la escritura, el acercamiento menos a élites que
a lectores. Entre este extremo de la creación (con el que yo me quedo) y aquel
otro, del que procuro mantenerme prudentemente apartado en la medida de mis
posibilidades subyace Liliana Bodoc como un arquetipo. Se trata de ese abismo
en el que caen los que han pretendido escalar un risco en el que suponen se
encuentra la gloria mediante un desgaste por momentos devastador. Trepar ese
risco supone un costo alto. Supone un gasto. Además de producir malestar e
incomodidad. Perturbación. Competencias. Boicots. Incluso patología. En esa
coronación que es legitimación inmarcesible Liliana Bodoc estuvo siempre. No
necesitó escalar ninguna orografía. Siempre fue una habitante de cumbres. No
hubo un esfuerzo por triunfar. Ella fue tal cual era desde su primer libro. El
talento acompañó cada libro porque cuidó muy bien de no traición su arte. Y lo
hizo del modo más espontáneo en que su ética le dictaba ser. Eso no estaba
reñido con la excelencia sino más bien la comprometía con ella. Esa cumbre no
es la del éxito. Es la que dicta otra clase de ubicación en el mundo, en las
relaciones humanas, en el encuentro con el semejante y con la de herencia. Otra
clase de expectativas, también, por sobre todo. Es la de inscribirse en otra
clase de tradición. Motivo por el cual ella me resulta una escritora interesante.
Es profunda y tiene matices. Liliana Bodoc se conquistó a sí misma en la
conquista de perfeccionar su identidad en directa conjunción con la de su
poética. Poética viva, escritura vital. Una vida activa que se manifestó en una
escritura que jamás dio un paso atrás de donde avanzaba (ella estaba a la
avanzada, a la vanguardia) y jamás se escabulló de sus responsabilidades
cívicas ni públicas. Ni de la causa americana. Ni de las responsabilidades por
defender y refrendar las causas libertarias nacionales. Menos aún de las
reivindicaciones de género, que fueron una de sus grandes preocupaciones. Bodoc
resulta, así, deslumbrante, incandescente. Enceguece la belleza como un
diamante su prosa. Entonces triunfa desde lo literario. Y, sobre todo, enceguece
de dignidad. Porque su ética adopta el brillo de una hoguera, que absolutamente
nada puede evitar que inflame el mundo. Y que ese fuego se propague sin
lastimar, sin herir, pero sí iluminar sus zonas más humilladas, sus zonas más
necesitadas de la restitución de una voz, del dibujo de un contorno nítido por
su pincel magistral.
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