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jueves, 29 de julio de 2021

Pablo Medina, un Maestro en las nubes de los libros (*)

 Con  46 años de existencia, «La nube» es un centro cultural que funciona como un museo en Buenos Aires, la capital argentina. Hay visitas guiadas, talleres solo para niños, cineclub, así como títeres y juguetes. Su espacio de lectura para niños, “el club del libro”  tiene más de 30 años y defienden el acercamiento experimental a la lectoescritura.  “A partir de estudiar cómo el niño se relaciona con el libro y lo descubre, se piensa este espacio. El libro no tiene que entrar a presión. Es una herramienta que está ahí y puede ayudar a la construcción de una relación integradora entre libro-niño, comprensiva y enriquecedora.  Pero la base de la relación es con el otro. Fortaleciendo los vínculos y haciendo de la experiencia lectora un momento plácido, los niños se nutren a través del afecto. Lo demás se va articulando. Ellos son producto del amor y del afecto”

Su director, Pablo Medina es un lector insaciable, enamorado de la lingüística, del lenguaje, y de la palabra en todas sus expresiones: oral, escrita, visual, plástica y cultural. Es un intelectual argentino que ha vivido la dictadura, la violencia, el dolor en carne propia y ha decidido apostarle a los que ven con el corazón, que son los niños.

Nació hace 84 años, en 1937, a 917 kilómetros de Buenos Aires en la Provincia de Corrientes, en el límite entre Paraguay y Brasil.  Creció más cerca de la naturaleza que de la urbe, en la reserva más grande de agua mineral que tiene Argentina, en una zona muy rica en flora, fauna y en calidez de la gente.

Las palabras a Pablo le llegaron en dos idiomas: español y guaraní, este último desconocido para muchos, es hablado por cerca de 12 millones de personas en Paraguay, Bolivia y Brasil.  Por otro lado, el español le recuerda este poema “Venían con cascos, sus arcabuces, sus caballos, su vestimenta de guerrero, pero se deslizaban por las barbas, las mejillas, la boca, por el cuerpo y eran las palabras. Se llevaron el oro y nos dejaron las palabras”.

El oro como él dice es efímero, pero en cambio las palabras en español hoy son compartidas por más de 550 millones de personas. “Es la única región en el mundo donde hay posibilidad de una concepción y construcción del ser humano diferente. Es un lenguaje que nos permite conocernos, disentir, amarnos, tener proyectos comunes, también hacer la guerra, odiarnos. Pero en última instancia es un lugar que consolida un sentido de comunidad y de vigencia de identidad”

Su familia llegó del país Vasco en 1860 a Asunción de Paraguay, considerada la capital portuaria de América del sur por ese entonces y allí se establecieron. A pesar de que su padre era vasco aprendió el guaraní y a punta de guitarra y cuentos orales populares, Pablo descubrió su amor por los libros. Terminó la primaria en su provincia y decidió ser profesor.

En 1956, con tan solo 18 años, se fue a trabajar como maestro de primaria a la provincia del Chaco, una sabana árida que lo acercó a la vida de los indios Tobas, hoy denominado pueblo qom, una de las etnias más importantes de Argentina.  Trabajando con los niños de esta comunidad, empezó a sentirse algo perdido. Los niños no hablaban y parecían no entenderle. Un día conoció al cacique y le preguntó que qué pasaba con sus paisanos y le respondió que no lograba que le respondieran aunque le maravillaban los dibujos que hacían los niños. El cacique decidió hacer una reunión con los indios más viejos en el monte para tratar la situación. Allí lo esperaban las señoras junto con los sabios y ellas le recomendaron que les leyera cuentos. Cuentos que tuvieran que ver con la naturaleza y su medio. Las plantas, los animales y los insectos. Que hiciera encuentros donde saliera a caminar con ellos mientras reconocían esos personajes y paisajes y así trabajó en ese lugar hasta 1961.

Luego, gracias a una beca, llegó a Buenos Aires, donde tuvo la oportunidad de estudiar educación física, tiempo libre y recreación y empezó a trabajar en la institución más importante de la ciudad, donde hacía formación docente y se encontraban todos los especialistas de literatura infantil que lo conectaron con su amor por los libros.

Caminaba cada tarde por la calle Corrientes, donde se encuentran todas las librerías que cierran hasta la una de la mañana y pasando tiempo en ellas empezó a estudiar más a fondo los libros para niños y a escribir sobre sus autores favoritos que, como Federico García Lorca, no construyeron sus obras específicamente para niños, pero como Pablo cuenta, sí lo hicieron desde la poética de la infancia.

En 1975, y junto con dos socias decidieron abrir la primera librería de literatura para niños de Buenos aires, “La nube”. Un año después, las Fuerzas Armadas derrocaron el gobierno de María Estela Martínez de Perón y comenzó la dictadura responsable de silenciar las voces de miles de ciudadanos, cuyas consecuencias se sintieron en todos los sectores incluyendo la cultura. “No sabías si el que salía de casa iba a volver. Te tiraban al piso con las manos arriba mientras verificaban tus documentos y ahí te morías del susto”

La nube” no fue la excepción. Sufrió allanamientos y censura, sacaron muchos libros, pero sobrevivió como pudo. Ocultaron todos los libros que podían ofender al poder y así pudo seguir en funcionamiento.  En 1980,  cuando se empieza a estabilizar el conflicto social con las fuerzas armadas, las dos socias deciden dejar la sociedad y Pablo sigue el camino solo. Nace el centro de documentación dentro de la librería como herramienta de promoción de cultura e historia de la infancia. “La única forma de explicar el proceso de la sociedad a los niños, es conservándola. Preguntarse ¿qué sentido tienen los niños?. Conocer la historia de la infancia es conocer la historia de la cultura y el país”.

Hace unos años La nube inauguró la sección de libros para bebés, el equipo de trabajo se dio cuenta de que los pequeños lectores cada vez eran menores y lo dotaron de una gran colección de libros de tela y plástico donde pueden ir con sus mamás lactantes o con cualquier miembro de su familia.

“Los niños son los niños, y por los niños somos porque los niños son los que saben ver con el corazón” dice Pablo citando a José Martí. Para este maestro y librero, los niños contienen el saber del afecto y del sentimiento. “Un niño es producto de ese conglomerado de situaciones que tiene que ver con los adultos y la sociedad. Hay que estar atentos a la familia, cuando esta fracasa, se cuenta con la escuela y si esta fracasa está la sociedad pero si la sociedad también fracasa, estamos en un problema serio. Por eso son tan importantes las bibliotecas, ya que estas de alguna manera van a preservar y tener una mirada de estos niños que son los depositarios del futuro”.

“El trabajo con la infancia hay que hacerlo ya. No hay tiempo”, asegura. Sino hay una relación con eso que es lo inicial, se escapa una etapa fundamental de la vida social, del país y del mundo. “Es el potencial que va a cambiar todo. Los niños son potencia. Son una fuerza que está ahí para ser invertida en su momento. Es importante apostarle a eso desde el libro, la lectura, el teatro, los títeres, deportes, juegos, cine. Un niño que es atendido a tiempo con certeza estará a favor de la vida”.

A pesar de la violencia que se le presentó de muchas formas en la vida y lo dejó sin sus familiares más cercanos, Pablo defiende que el camino y la lucha por una sociedad más justa, está con los niños y la cultura. Su trabajo es un esfuerzo porque la memoria prevalezca y se continué con la investigación sobre y para la infancia. El lugar que le damos a los niños en la sociedad siempre está planteando preguntas y retos que deben ser resueltos con el fin  de aportar espacios de participación social y cultural para los futuros ciudadanos.


(*) MaguaRed, Colombia

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