por Adrián Ferrero
Esta es la historia de una nieta, un amor, un intruso indeseable, una
diarrea, una gran idea, un desafío, una competencia, una ganadora, un perdedor
que no se queda ni con el poncho que se
ha robado. Y de un amor constante pese a que el novio que protagoniza esta
historia quede hasta el final medio a un costado de la narración. Casi
invisible pero presente gracias a la flor de la diamela. Habría que preguntarse
por qué Laura Devetach deja al novio esperando. O lo deja medio en penitencia.
Pero esa es otra historia. Y una historia que tiene un final feliz, porque el
novio se termina convirtiendo en esposo y padre. Regresa al tronco de esta
narración vigorosa como la savia de un árbol y deliciosa como el jugo de unas peras
maduras acarameladas. De unas peras de esas que se comen como postre en el
almuerzo. O en una tarde de sol bajo un limonero. Pero con las que uno no se
empacha.
La autora de este libro, titulado La loma del hombre flaco (2005) es
argentina. Conocida por su larga trayectoria en este campo de la literatura y
de los estudios literarios en literatura infantil, ha sido docente
universitaria, terciaria, secundaria y primaria. Además de narradora, poeta,
ensayista y autora de algunos libros para adultos, es creadora de libretos para
radio y TV. Esto sí que no suele ser frecuente entre escritores y escritoras.
Es Lic. en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba. Y nació en
la provincia de Santa Fe. Se formó en Córdoba y se mudó a a la ciudad de Buenos
Aires donde dirigió colecciones de libros para niños, investigó sobre procesos
creativos con la palabra y sobre literatura infantil. Obtuvo muchos premios. Entre
otros, el Casa de las Américas, el Fondo Nacional de las Artes y el Premio
Trayectoria de la Fundación El Libro. Su obra consta de más de sesenta libros
de literatura infantil, entre otras, La
Plaza del Piolín, Cuentos que no son
cuento, El ratón que quería comerse
la luna, El enigma del barquero, Picaflores de cola roja, Del otro lado del mundo, Las hormiga que canta y Diablos y mariposas.
Pero introduzcámonos en la magia de este relato con varias historias
dentro de una gran historia. Porque como ustedes saben las historias como ciertos ríos o el ramaje de algunos árboles
de amplían hacia nuevas historias. María María María, hija de María María y
nieta de María prosigue una línea genealógica de costureras. Se cría con su
abuela porque sus padres mueren jóvenes. Y el día que su abuela también
fallece, ella toma la decisión de proseguir esa trama de hilo de hilos y
agujas.
Se cose lo que está roto. Pero también se puede coser para embellecer
una prenda. O para hacer de una prenda otra prenda distinta. La tarea por
excelencia de las mujeres, confinadas en una circularidad paralizante del hogar,
las tareas o la maternidad, frente al varón que salía desde la Antigüedad y la
Edad Media a guerrear o a cazar traza un contrapunto evidente de ese oficio en
relación en lo relativo al género. Esto ha sido bien estudiado por Simone de
Beauvoir en su libro El segundo sexo
(1949), un libro en dos Tomos publicado en Francia. Sin embargo, María María
María no se siente menos por ser mujer en ese pueblo en el que vive de realizar
los arreglos de prendas que le llevan las vecinas o habitantes del lugar. Y
hace maravillas con su arte. Un arte que es manual, como el de todo artesano, y
también para el presente caso sin embargo también contiene una alta dosis de imaginación
creativa. Porque María María María no repite lo que hace. Sino que es una gran creadora.
Espontáneamente se ha consagrado al arte de innovar con hilo y aguja dando
lugar a la invención de prendas con más belleza o bien que no habían adoptado ni
ese aspecto ni esas dimensiones. La costura es para ella mucho más que un
trabajo o un oficio. Es un estilo de vida artístico. María María María se gana
la vida con la costura, pero también se realiza como artista.
Tal es así que cierto día llega en un Ford T
al pueblo un hombre, un italiano, Luigi Bevilacqua, a quien se le rompe el
auto, quien debe arreglar sus pantalones Y quien enterado de la sabiduría y lo
magistral del arte de María María María, tomará clases con ella. Marí tal como
la llama en su italiano mezcla con el español que ha aprendido, le enseña el
arte de manejar la máquina de coser, el dedal y la tijera. Hasta que hilo va,
hilo viene, él no da puntada sin hilo y la enamora a Marí. Comienza a dejarle
todas las mañanas una flor de diamela en la ventana. Ella antes de lavarse la
casa se levanta a buscarlas. Y canta. Canta siempre la misma canción. Una
canción, acerca de cómo el amor se debe cuidar, al igual que se debe cuidar el
dinero. Se lo debe ahorrar y no derrochar, porque vale mucho. Y porque cuesta
trabajo ganarlo o, mejor construirlo, no como la plata pero sí como vínculo
entre semejantes. Porque las relaciones entre semejantes, o entre personas que
se aman, efectivamente se construyen. No son espontáneas. Tienen una evolución
en la que quien de veras ama comienza a brindarse generosamente. A ponerse al
servicio del otro o la otra. Y de esa generosidad puede nacer el amor, la
amistad o una afinidad intensa.
Lo cierto es que como nunca faltan chismosos que buscan sacar partido de
ellos, llegó al pueblo un hombre flaco. Un hombre flaco y buenmozo que comienza
a meter leña al fuego, es peludo, vive mangueando y comienza a acosar a Marí
Marí para que le entregue ese hilo infinito del que tanto se habla cuando se
entera de que lo tiene. Lo hace a partir del teléfono descompuesto en que se
había convertido la cadena de versiones que alguien, un anónimo, había iniciado
sin saber que sería el autor de parte de toda esta historia que cuento como un
narrador que no es Laura Devetach. Todos los chismes atados eran más largos que
un hilo infinito. Esto sí se los puedo asegurar.
Él primero corteja a Marí María. Y ella, elogiada por este hombre tan
bien parecido, se alborota, siente temblores, su amor por Luigi comienza a
languidecer. Hasta que cierto día él irrumpe en su casa, le pide el hilo
infinito prometiéndole a cambio la vida eterna, forcejean, Marí Marí lo echa de
su casa. Hasta que el hombre se marcha, diciendo que volverá. Y a Marí hasta le
parece que el prende un cigarrillo con una llama de su propia boca.
Marí Marí. Comienza a pasar las noches enhebrando agujas porque era lo
único que le quitaba la pena y el desconsuelo.
Y en cambio el hombre flaco a visitar a una Viejita del pueblo, quien tenía
cien años. Ella había advertido que él no tenía sombra y comenzó a recelarle.
Porque el diablo es el único, como es sabido, que no tiene sombra. El hombre
viendo que tejía un poncho hacía muchos años y lo codiciaba, cierto día en
cuanto la Viejita se descuidó porque tenía leche calentándose, le robo el
poncho que estaba terminando de tejer, al que solo le faltaba una hebra. Ya
eran los últimos pasos antes de ponerle el punto final. Pero el hombre flaco ni
pudo pedir que se lo regalaran ni pudo comprarlo. Lo tomó por la fuerza. Ya era
demasiado. Todos en el pueblo, y todos los que lean esta historia, ya se podrán
dar cuenta de que este hombre hacía todo tramposamente. A la viejita también le
había hecho promesas, si le obsequiaba el poncho. Pero ella había rehusado. La
Viejita tenía un larga trayectoria como tejedora. En San Juan le había enseñado
a tejer a muchas mujeres. Entre ellas a Doña Paula Albarracín de Sarmiento, quien
tenía un hijo que no había faltado jamás al colegio, se había negado
rotundamente.
Las chicas y Marí Marí se enteran de lo que ha sucedido. Entonces,
asesoradas por la Viejita, conciben una treta para hacerlo escarmentar. . Marí Marí toma unas peras que están verdes
sin permiso del árbol de un vecino del pueblo, el Gringo Geromé, “que no come huevos para no romper las
cáscaras”. Motivo más que atendible para tomarlas prestadas sin pedir permiso. Las acaramela dejándolas como una mulata y
les agrega vainilla. Después las coloca sobre el borde la ventana, donde Luigi
solía dejarle legendariamente las diamelas hasta el momento en que pensó que
Marí ya había dejarlo de amarlo.
Llega el hombre flaco, María le dice que le tiene que pedir un deseo. Él
insiste en que tienen que ser tres, que es un número mágico. María concede. Que
sean tres entonces. El deseo es que se coma cada una de las tres peras que ella
acaba de preparar. Las peras conquistan al hombre flaco de inmediato, que
estaba tan flaco que quizás estaba flaco por malvado. María le pide que se
saque el poncho y él se lo cuelga. Finalmente, se marcha. Después de comerlas
se quita el poncho, se duerme y mientras él descansa, Marí va con las chicas
del pueblo, cosen el agujero del poncho con hilos invisibles y se marchan velozmente.
Y el hombre flaco se despierta al atardecer con unas ganas desesperadas
por hacer sus necesidades. Estampidos se escuchan. Hace entre los yuyos, no se
puede limpiar ni con una boleta de compra, ni un miserable papel. El hombre
diciendo palabrotas, maldiciendo, indignado y muerto de vergüenza, procura
ponerse el poncho pero el agujero por el que debería pasar la cabeza está
cosido. Otra cosa había perdido. Como perdería otras tantas cosas más. Pero
jamás, eso seguro, la vergüenza.
El hombre de modo cada vez más acentuado comenzó a acosar a Marí. Algunas
de las chicas que habían tenido trato con él entretuvieron al hombre flaco, en
tanto otras se llevaron a las Viejita María en una sillita detrás de una
bicicleta. Y eso que ella hacía cien
años que no salía de su casa. Habló con la Viejita, que luego del insomnio, los
malos sueños y la tristeza habían formado una nube sobre la cabeza de Marí. Y
la nube luego se había disuelto en lágrimas. Marí se confiesa a la Viejita. Y
ella la consuela, abre las ventanas, prepara mate con peperina y hablan.
Después de una larga conversación, la alegría vuelve al corazón de Marí, las
diamelas comienzan a ser dejadas por debajo de la puerta o en el brocal del pozo. Porque Marí enhebró una
aguja “más larga que todos sus días de
llanto”.
Con el robo del poncho quedó confirmado que este hombre flaco no tenía
buenas intenciones y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de cumplir
con sus caprichos. Empezando por robar a una Viejita lo que tanto trabajo le
había costado hacer hasta llegar al momento culminante de su labor. Sin
embargo, ella no se dio por vencida. Empezó otro.
Marí Marí estaba harta la invasión de este hombre flaco como una
garrapata. Un hombre flaco que evidentemente si era flaco era porque no comía
bien. O porque no tenía quien le cocinara. O porque tenía lombrices en las
tripas. O porque le caía mal la comida. Sin embargo, cuando le hacía su pedido
para que le regalara ese hilo infinito del que se había corrido se encontraba
con una negativa sencillamente porque ese hilo era un invento tan largo como el
supuesto hilo.
Hasta que llegó el gran día. La gran idea. Delante de testigos Marí Marí
desafía al hombre flaco a coser un dobladillo, mitad cada uno, tan grande como
el pueblo. El que triunfe, hará su voluntad. Si gana él, se queda en el pueblo
y se lleva la hebra larguísima. Si gana
ella, él se marcha. No hay lugar para ambos en el mismo pueblo.
María Marí lo afronta de este
modo:
“-Tengo una hebra larguísima. Es como el
tiempo, a lo mejor no se termina nunca. Lástima que no cualquiera puede usarla.
¿A que usted no puede puede”.
Llega el día del gran desafío. María Marí recibe cantos de aliento. Un
burbujeo de su hinchada que le brinda un fulgor que no solo la ilumina sino
también le da energías para enfrentar a este personaje dañino. Y la competencia
da inicio. Empiezan a coser el manto extendido de una punta a la otra del
pueblo. Las cien agujas que ha enhebrado la noche anterior son sus aliadas. La
tela cubría casas y gentes con roces de gallinas. El hombre saca una aguja
grande, como para no tener que cambiarla.
Marí cose y cose y el hombre hasta se monta a una bicicleta de tan
rápido que marcha su costura. Pero sucede algo inesperado. Se le enreda la
costura. Y cuando Marí termina la suya, ata el nudo, corta el hilo de modo eficaz,
resulta que el hombre recién se prepara para terminar en tanto permanece
enredado. Pierde la competencia. Y se debe marchar a la loma y no regresar al
pueblo. El lugar en el que él en adelante vivirá, ahora se llama la Loma del
Diablo por él. Cada tanto, al recordar su derrota, le daban pataletas y hacía
cosas extrañas.
Luigi regresa entonces a esta narración, se casa con Marí Marí, tienen muchos
hijos “a quienes no les ocultaron esta historia”, y que se crían cada cual a su
manera. A Luigi jamás le faltan las diamelas ni a ese hogar el amor.
La viejita termina su nuevo poncho, el que le había quedado pendiente. Y
luego se durmió hasta morir, “porque no es bueno quedar para semilla”, como
decía ella.
Cierto día pasó por allí un poeta, que sorprendido por lo que vio y otro
poco por lo que creyó ver, escribió un poema, que cierra este historia con un
nudo maestro. Ese poeta es Juan Gelman y el poema no se los recito para que lo
lean ustedes. Ese poema está en su libro Los
poemas de Sidney West.
Esta breve novela dramatiza (y resuelve) el ingreso al orden de una
comunidad (es decir, a un cosmos) la llegada y la presencia del mal absoluto
(el caos, que llega para imponer el desorden). También es una parábola de la
potencia, que bien aconsejada y de modo certero, concibe con sentido de
colaboración cómo armar una estrategia para neutralizarlo no solo mediante un
desafío sino mediante una celada con un buen objetivo. Y esta historia,
constituye el relato de cómo una comunidad organizada pero liderada por una
joven, además de dar una lección inolvidable al malvado, logra ser feliz sin
idealizaciones, con la persona que ama, porque pasan por avatares complejos. El cierre del libro no es el casamiento, la
reunión definitiva en el amor y los hijos
que llegan. Sino el poema que viene a resolver desde el orden de la
síntesis y la belleza ilustrativa la figura encarnada con la cual ha tenido que
vérselas Marí Marí.
Entre el pacto entre mujeres, la fidelidad de un hombre que, es cierto,
queda apartado de esta historia, como entre paréntesis, esperando a su Marí, la
historia sintetiza la relación tensa entre los principios que rigen la
ética pero también la figura que encarna
lo diabólico. Y nos encontramos con una mujer que es un personaje principal de
una historia que lidera no siendo lo habitual, sino que por lo general ocupan
roles secundarios. Y, finalmente, un
poema bajo la forma paratextual ata con su hilo maestro, mediante la pluma genial
de una autor argentino que probablemente se haya enterado de que este libro
existía (o no, eso no lo sabemos), lo
que parecía iba a ser únicamente un final feliz. El poeta da una definición de
ese hombre de la Loma. De la clase de figura que encarna. Y Marí no admite ni
permite que en ese pueblo se instale el diablo en persona, con los remolinos de
viento que levanta y las tormentas amenazantes que despierta con su poncho
hurtado.
La loma del hombre flaco dramatiza
el combate eterno entre las fuerzas del bien y del mal poniendo el acento en
una mujer en un rol activo, que no hace concesiones. María dará batalla y la
conquista con el mismo oficio con el que se gana la vida. Pero también con su
arte.
El gran pregunta (y una posible respuesta) que este libro deja en
suspenso es que ante la presencia de quienes encarnan el mal (y su producto, el
daño) podemos hacer dos cosas ¿permitimos su embestida, su acometida de modo
pasivo, aceptando su violencia, su prepotencia y sus poderes? ¿o con poder de
determinación, mediante un desacato ejemplar, desbaratamos sus planes sin
temores? ¿Nos atrevemos a poner en jaque su acción a su vez con nuestra acción?
En el presente caso, ejemplar para quienes lo lean, mayores de 10 de años
(dicho sea de paso) una joven puede ser tanto o más poderosa, con el uso
diestro de una hebra de hilo que un extranjero simpático y seductor. En una
competencia por el poder, la ética, una ética de la honestidad se impone a un
comportamiento amoral, porque el hombre flaco se ubica con sus actos por fuera
de ella. Ni siquiera la infringe. Ignora sus principios. Todo vale para él en
esa disputa por simplemente alcanzar sus objetivos. Un hombre al que, por
cierto, no se le conocen virtudes.
Básicamente, Laura Devetach más que introducirnos en la figura del
diablo, nos introduce en el universo del mal. De quien ilimitadamente se
atribuye el poder de gobernar el destino (y los objetos) de un grupo de personas
de una honestidad sincera. Pero también nos muestra y nos demuestra que es
posible burlarlo no solo por parte de una mujer sino de todo un pueblo. En el
que poco tiene que hacer salvo sus necesidades.
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