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sábado, 4 de enero de 2020

“Utopía, y distopía en Natalia y los Queluces de Santiago Kovadloff”



                                                                                                      por Adrián Ferrero




      En la ficción narrativa para niños Natalia y los Queluces, de Santiago Kovadloff, originalmente publicada en 1993 (y reeditada en 2005), es posible rastrear algunas claves convergentes y divergentes en torno de lasa cuales la poética de Kovadloff se organiza sémicamente. Los actantes de la trama son seres fabulosos, siempre migrantes aéreamente (ángeles, aves, nubes, caballos voladores, globos) o bien humanos que, mediante atributos que, distorsionando sus capacidades, configuran un nuevo tipo de entidad ya no homínida. Los rasgos humanos, por cierto, se acentúan aún más al verse cruzados con los fabulosos, por contraste, pero también en función de que lo humano, metonímicamente se recorta contra la enorme totalidad de las posibilidades del ser, en este caso de índole sobrenatural. Por ejemplo, el discurso en que se expresan los queluces, coprotagonistas de esta ficción, operan sobre el lenguaje oral resemantizando la lengua española, mestizándola, como veremos, con la lengua portuguesa pero también plagada de los gorjeos ornitológicos, elaborando una suerte de panlengua babélica susurrada a Natalia, la protagonista de la historia. Esa lengua, no obstante, es comprensible al mismo tiempo por ella..

     Las operaciones desfamiliarizadoras o desnaturalizadoras, funcionan como un mecanismo de relojería. Kovadloff se interna en el intrincado mundo de los seres fabulosos pero, elaborados, como es sabido, siempre por una combinatoria con figuraciones terrestres.  A través de la función lúdica de la ficción, el juego dialéctico y elástico entre lo existente y lo improbable pero posible, se gesta un colectivo de personajes que, a través de distorsiones, alcanzan su propio fundamento ontológico.  Así, lo fabuloso no es un emergente del orden de lo imposible, sino una nueva reacomodación de elementos que antes permanecía atomizados o dispersos, pero del orden de lo constatable y lo presente. Para ello, acude a una ingeniería imaginaria, a una carpintería configuradora que lo sitúa entre los autores más audaces de la narrativa argentina infantil en cuanto a que evita los indicios costumbristas y regionalistas así como se sumerge en la tradición del cuento maravilloso, especialmente el europeo. En efecto, su ficción resulta singular por la construcción de los personajes, no tiembla ante las posibilidades de inferir la construcción de un verosímil casi disparatado o, al menos, contrafáctico.

     La Tierra, como planeta, no sólo se presenta como un espacio, tanto real como imaginariamente incompleto. Hábitat de contradicciones y malentendidos, de desencuentros e insatisfacciones, de desaguisados y desperfectos, de defectos y malestar, todas formas de la represión y el deseo incompleto, que casi naturalmente se torna necesario refundar. Así, surgen como escenario inconformista y resulta paradigmática. esta, la ficción porque adviene que es necesario restaurar una esencia primordial moralmente transgredida. Porque si bien Kovadloff no pretende aleccionar, sí pretende formular o reformular valores y conductas que, actualizados, desordenan la moral social y, por lo tanto, los pactos sociales. Dichos pactos sociales son los que grrantizan la paz social, por un lado. Por el otro, lo sueños utópicos de pensar un mundo en términos más completos en el que el ser humano pueda vivir sin sobresaltos.

     Propositivamente, todos los actuantes de la fábula remiten, como decíamos, a lo aéreo: alas, nubes, planetas, ángeles. No obstante, los seres fabulosos que la protagonizan, los queluces, son una combinatoria de hombres de origen portugués de fines de 1580, que abandonaron su palacio de Queluz, no lejos de Lisboa, cuando el país cayó en manos de España. También su otra mitad es la de ser de aves portentosas, similares a las águilas, que habitan las cumbres del Asia Menor, región no distante de aquella en la que Portugal mantuviera hasta entonces prósperas colonias. Producto entonces de un éxodo y una expansión geopolítica, los queluces son seres políticos además de fabulosos. Se trata, entonces, de una politización de una zoología y una antropología fantásticas, tal como Jorge Luis Borges definía a los seres de nula taxonomía animal y humana.   


    Los diálogos entre los queluces y Natalia sostienen la función informativa, portadora de una transparencia crédula que la niña en ningún momento pone en entredicho. Luego de numerosos intercambios comunicativos frente a la ventana de Natalia, en un edificio de departamentos en la ciudad de Mar del Plata, los queluces, estos seres gorjeantes encargados de trazar una cartografía del presente y del futuro, mezclando la futurología con la omnisapiencia, son los responsables de narrar el contenido bajo una forma en abismo como protagonistas y narradores simultáneamente. Una vez transcurridos estos diálogos, Natalia es transportada hacia el país utópico al que se dirige: los queluces la depositan en la nube percherona. Natalia, atenta y curiosa niña pendiente de las nuevas inflexiones y secretos que el mundo comience a develarla (dato crucial para un niño o niña), no duda en entrevistarse con estos seres heraldos de un nuevo mundo ni tampoco por otros que con ella interactúen. Por el contrario, cierta angustia ante su destino y su futuro, se encargará de, simultáneamente, intervenir en las acciones de las que participa a través de insistentes inquisiciones. De este modo, hablar con una nube, dialogar más adelante con una niña que es nada menos que la inversión de sí misma, vislumbrar un mundo alternativo al originario, no hacen sino suscitar una incertidumbre cuya tranquilidad sólo puede ser lograda mediante una relación de contigüidad entre lo que acontece y la función informativa del lenguaje, a través siempre de su propia iniciativa. Estos patrones de conducta oral de carácter propedéutico que la preparan para otorgarle seguridad de ánimo, de temperamento y de reforzar sus principios son asimismo la forma de penetrar en la consolidación del universo atópico y acrónico en el que se verá involucrada y depositada. Los interlocutores sucesivos le permitirán, mediante la antelación, construir una universo utópico a partir del cual repensar la ley moral y la ley social en la que, sin haberlo advertido, o acaso víctima de una educación cultural que la invisibiliza, está inmersa. “Volar al planeta” en una nube percherona, como así los denomina el narrador, asegurará un nuevo patrón de inteligibilidad política y social de la niña. Ahora estará en condiciones de advertir dónde estuvo, en qué lugar se encuentra, y qué relación que existe entre la distopía, esto es, el desorden social de la que proviene y la utopía hacia la que se dirige y en la que permanecerá producto de haber sido preparada para ella.

     Recursivamente, al tiempo merced al cual se accede mediante una distorsión feliz, la ficcionalidad se alimenta merced a la renovación permanente de hallazgos que, axiológicamente connotados de manera positiva, reenvían de un mundo a otro, por cierto contiguos. De la utopía que es el mundo al que ingresa Natalia, a la distopía detalladamente descripta de su mundo de origen y a sus interlocutores en la Tierra, espacio en el que desiste permanecer, el dinamismo fluido de la fábula acentúa el rasgo móvil de todo aquello que alude a la organización social de Natalia en tanto que sujeto de cultura, incluidos los relatos infantiles y las narrativas sociales y cosmogónicas.

     Fijar sentidos es una de las funciones de la lengua. La ficción, apoyada en los signos, procura, en cambio, corroerlos, hacerlos chirriar, procura ponerlos en cuestión, esto es, en el mejor de los casos hacerles decir lo indecible, aquello que sólo la dimensión imaginaria de la existencia es capaz de capturar y concebir. Así, Natalia y los queluces fijan formas de denunciar la alienación en el planeta tierra, el descuido y la sumisión de los seres humanos, su afán de lucro y su incapacidad de persistir y valorar lo inherente a cada uno. Irrespetuosos de la niñez, Natalia señala sin candor la aspiración de un niño a ser tratado con benevolencia pero también con mediante juicios invitantes (y no despectivos) de índole genuina.. Cada persona, en la Tierra, como lo testimonia Natalia en el inicio del texto, aspira a ser lo que no es: si una persona es flaca quiere aumentar de peso, si vive en un departamento añora estar en e campo, si tiene un color de pelo envidia el de otros. Se aspira a ser  permanente lo que no se es. Dicha insatisfacción constituye el motor de la fábula. Así, la ontología adopta la forma de un oxímoron pauta las fantasías de los habitantes terrestres. Esto  es lo que los queluces vienen a reparar. Es por ello también que el planeta en el que termina afincándose Natalia, precisamente garantiza a quien lo visita o en él fija su residencia, una asunción, su aceptación y su afirmación de su identidad, que no debe ser confundido con el conformismo, pero sí con la sinceridad y la honestidad: el ser lo que se es de modo honesto. Por el contrario, dicha toponimia fantástica axiológicamente es connotada de modo exigente por aquello que debería ser para mejorar su calidad, no su tranquilidad, sino su excelencia.

     Se logra, por fin, aquello que pretenden los seres humanos pero de un modo imposible y descarriado, casi naïve. En ese mundo todo se invierte, no para la satisfacción, sino para la sorpresa y el desconcierto. Pero no se trata de devenir lo que no se es, invirtiendo ese rol fundante de la identidad sino, por el contrario, asumir aquél del que está investida la genuina imaginación, capaz de formular afrimaciones eimposibles semánticos, como es posible advertir en todo fantasy. Sin inhibir lo existente, la ficción acude a lo audaz.


     Pero lo que propone Kovadloff es una vuelta de tuerca más compleja que la de la mera moraleja del mundo del revés o de la negatividad. Por el contrario, el autor insiste en la necesidad de que mediante la imaginación (razonada o bien maravillosa), los seres humanos no necesiten apelar a ningún tipo de astucia, ni técnica ni cosmética, para comprender y asumir lo que son, para persistir en su ser sin desvíos ni deformaciones disciplinadoras. Y que el mero hecho de comprender y hacerse cargo de lo que son constituye ello mismo una verdadera aventura, una odisea autónoma en la que vale la pena embarcarse. Desistir de ello supone una amputación a la portentosa capacidad de, reflexivamente, poder asistir a nosotros mismos como un espectáculo que nos brinde satisfacción y realización, además de perspectivas de un futuro concreto, funciones todas ellas que revitalizan el don de la vitalidad..

      Los contornos de los seres que habitan esta obra están delineados según un horizonte humano, animal pero también del orden de lo inanimado. Lo inanimado o lo no humano que se torna, mediante el hálito de la ficción, mediante un suplo en un ser animado. Así, una nube como un caballo percherón de un circo puede comunicarse con la protagonista, en donde va montada. Puede hablar con otras nubes como los seres humanos hablan “por teléfono pero sólo a larga distancia como si estuvieran al lado” y no a la inversa. O bien los queluces, mediante una combinación medieval de hombres con aves, persisten en un idioma que sólo se habla en primera persona del plural, una lengua, también, inclusiva desde su misma nominalización y comprensible para Natalia, pero portan aquellos indicios propios de las aves. No sólo vuelan. Sino que pueden sostenerse en el aire, como plumas o globos, desafiando la ley de la gravedad. Esta suerte, una vez más, de desafío, parecería constituir la semilla de la poética de Kovadloff. Se trata de organizar un patrón cultural según el cual la ficción desarticula las narrativas represivas y coercitivas de la imaginación social y de pensar siempre opciones alternativas a las del orden de lo real..

      Kovadloff viene a insistir: La ley, la ley del Padre, la ley social, la norma burguesa, son fruto de una insatisfacción propia de todo sistema social y políticamente organizado, que contiene sujeción y represión, ante la cual se vuelven necesarias la acción insurreccional depositada en los relatos, compensatorios y corrosivos a la vez. La ficción viene a desordenar, como un espejo distorsionado, lo que aparentemente la ilusión óptica del sentido común impide percibir en su opacidad. Los personajes de Kovadloff se rebelan, revelando al mismo tiempo las leyes que la sociedad normaliza, pero que resultan ampliamente represivas para la expresión de las de los sujetos sociales, particularmente los infantiles, que suelen no tener voz o cuya voz no suele ser atendida. Una vez más, aquellos a quienes les es dado revisar, impugnar, cuestionar. Aquellos capaces de una verdadera rebelión contra los signos, contra las instituciones que los signos reescriben, son los niños, cuya capacidad de producción ficcional es de tal magnitud que alcanza el orden de lo portentoso e ilimitado, pese a su corta edad. La inexperiencia no constituye un disvalor, sino, por el contrario, la condición sine qua non para establecer una relación discontinua con la cultura, en su sentido más irreductiblemente negativo.  
     La ley de la gravedad, la ley de la individuación, la ley de la unicidad, la ley social, son sometidas a una profunda revisión por una imaginación insumisa que, esta vez, se ve puesta en abismo por la ficción narrativa protagonizada por Natalia.

     Natalia es humana pero logra volar. Las nubes vuelan pero son como caballos percherones. Las nubes hablan. Los hombres no son hombres o no lo son a secas. Las estrellas son planetas habitables y habitados. Las ventanas no se abren al mundo terrestre sino a uno prodigioso. Hombres y pájaros, de modo deslumbrante, entreverados, nuevos seres, capaces de interpelar e intercambiar información y puntos de vista con niños ávidos por escucharlos con suma atención. Los niños y niñas pueden cambiar de ser y de rol (aunque no de aspecto, convirtiéndose en una suerte de dobles o alter egos) y devenir sus pares, ocupar sus lugares y usurpar de modo bienhechor sus familias. Los seres de otros mundos son capaces de ingresar a familias ajenas y terrestres, que no los perciben como invasores. Aquellos que escuchan y no sólo oyen. Aquellos a quienes se les ocurre en una noche aburrida, mirar por la ventana y pensar que, estando en Mar del Plata, aún el mundo podría ser distinto y ser alados en vez de marítimos.


     El sentido común, las frases hechas y el universo religioso acuden a las figuraciones y el léxico del orden de lo aéreo para dar cuenta de una inteligencia proverbial o una audacia desafiante en el arte de pensar o de simbolizar. Natalia y los queluces no elude este espacio sémico. Pensar con inteligencia y ser talentoso es también “tener vuelo”. Pero no menos cierto es que la sabiduría popular estigmatiza a quienes “tienen pajaritos en la cabeza” o “viven en las nubes” o son “de vuelo corto”, y a quienes hay que “cortarles las alas”. Habría entonces una sería de figuraciones en torno del vuelo y de los seres alados de naturaleza peyorativa. Aparentemente en el caso de la ficción narrativa infantil de Kovadloff lo alado está contaminado de significados que remiten a la inteligencia, la sabiduría, el desafío, el talento, la exploración de nuevas territorialidades, no sólo las toponímicas sino también las de los nuevos significados. La levedad etérea del ser constituye un símil de la capacidad de superar las incapacidades humanas y de, por el contrario, acceder a otras no menos fecundas.


      La angeología y el eurocentrismo, lo fabuloso y lo maravilloso, la mitología bíblica y las cosmogonías orientales, las sagas y los misterios, algunos precursores del nonsense como Lewis Carroll, entre otros, sitúan a esta narración en una tradición ante la cual no parece rebelarse sino más bien apropiarse para recrearla. En efecto, Kovadloff no pareciera proponerse nombrar lo que nadie conoce, sino nombrar lo que ya ha sido nombrado, pero con sus palabras, con sus propias fábulas y metaforizaciones. Innegablemente, está avisado de que toda lengua y, en especial, todo lenguaje literario, están sostenidos por una historia de ficciones colectivas que le preceden, pero también de silencios. Allí es donde procura involucrarse con el pasado literario y, naturalmente con el futuro de su propuesta.

     La dedicatoria del libro a Elsa Bornemann, paratexto que se completa con la frase “que nos devuelve la infancia iluminada”, pone algunos acentos para una posible lectura de la obra. Una recuperación, un rescate de algo denegado, extraviado, retaceado o bien fenecido, pero aún vital, capaz de volver a ser alimentado, y de volver a ser bajo el caleidoscopio de lo novedoso y resucitar. Devolver no sólo es recuperar algo que nos ha sido birlado, mutilado o extirpado. También puede ser el denegar los juicios terminantes, los prejuicios inútiles, los pensamientos cerrados, las zonas oscuras de la vida social e individual. Las ficciones, las narrativas de la infancia, reconoce Kovadloff, son como redes o lupas unidas de las cuales podemos recoger lo que, evanescente, se había disuelto o desvanecido. Lo que la cultura había obturado confinándolo al pasado y al orden del recuerdo, de lo fenecido. La luz, encarnada en los relatos, en las ficciones cuya temporalidad imaginaria la infancia atraviesa a lo largo de todas las edades de su etapa viene a reconstruir mediante una nueva perspectiva.

     La co protagonista de la narración y doble de la protagonista, Liatana, introduce en el texto la posibilidad del juego con las palabras, de las infinitas combinaciones, insubordinaciones y las desobediencias a las que los niños parecieran ser tan afectos. Liatana es el doble perfecto de Natalia. Habla y dice lo mismo que ella pero invirtiendo las palabras, a través de intercambios de sílabas o citas. Es tan parecida a ella que termina usurpando el lugar de Natalia en su propia familia y Natalia, en cambio, permanece al abrigo de ese mundo utópico y al revés del suyo, poblado de ironías gozosas. 

      Entre un mundo pensado desde la posibilidad que expande posibilidades de la libertad subjetiva y otro que parece desordenado, los términos en que se plantea esta ficción es la d un combate (moderado) entre puntos de vista agentes de dinamismo social o bien de otros que aspiran a  mantener las cosas en un lugar no común sino también que impide el progreso del pensamiento y de los comportamientos, así como de los pensamientos de los que van de la mano. Y en esta contienda,  la distopía y la utopía entablan una discusión y zona polémica que la lectura de este libro disparará en el pública infantil para problematizar lo que parecía una afirmación categórica. En adelante no lo será tanto.


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