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sábado, 18 de enero de 2020

ENTREVISTA A LA ESCRITORA ADELA BASCH





—¿Por qué se te ocurrió ser escritora?

Más que una ocurrencia, fue una necesidad. La cabeza se me llenaba de palabras que querían salir y se me empezaron a desparramar por los ojos, los oídos, la garganta y la nariz. Después pasaron al resto del cuerpo, me llegaban hasta la punta de los pies. Yo veía palabras, las olía y las oía, se me atragantaban, se cruzaban con las líneas de mis manos y hasta me cosquilleaban y me bailoteaban por todas partes. Comprendí que si yo les abría la puerta y las dejaba salir, iba a explotar en cualquier momento. Así que les abrí la puerta de par en par y de inmediato se esparcieron sobre las hojas de papel que tenía a mano. Se adhirieron a ellas con tanta fuerza, que nunca intenté sacarlas.

—¿Se puede decidir ser escritor, o se nace?

Sinceramente no lo sé. En esto, como en casi todo, mi sabiduría es muy limitada. Lo que sí sé es que por más que alguien pueda haber nacido con una fuerte inclinación por la escritura, y la mía era muy fuerte porque durante el embarazo mi mamá comía mucha espinaca y porque yo, al nacer. tuve una inclinación de 120 grados, sé que si se no trabaja sobre esa inclinación  con persistencia, aunque se corra el riesgo de caer de tan inclinado que se ve el mundo, si no se hace infinidad de borradores, si la persona no se forma como lector o lectora, (yo me tuve que formar mucho porque en mi adolescencia era bastante deforme) es difícil que se logre escribir algo que valga la pena. Aunque sí se puede lograr escribir algo que dé pena. Y realizar todo ese trabajo significa tomar una decisión.

—¿Cuando escribís, dejás volar siempre tu imaginación o mirás la realidad?

Es la imaginación la que me deja volar a mí. Lo que yo intento es que nada me corte las alas, porque se armaría un desparramo de plumas que mejor ni te cuento. Y el vuelo me lleva por tantos lugares, tan dispares y tan asombrosos que no puedo dejar de mirar fascinada. Uno de los lugares por donde me lleva es lo que solemos convenir en llamar realidad. Pero es muy diferente mirar la realidad o lo que fuere a una distancia de 20 centímetros, de 50 metros o de cientos de miles de kilómetros. Creo que la imaginación es parte de la realidad y que esta es parte de la imaginación. O al menos, eso es lo que imagino.

— ¿De qué trabajaste antes de dedicarte a ser escritora?

Tuve algunos trabajos insólitos. Trabajé muchos años de alumna, pero nunca conseguí que me pagaran aguinaldo ni vacaciones. Fui profesora de dactilografía y taquigrafía, aunque nunca entendí cómo lo pude hacer. Traduje libros del inglés al español, que es una tarea rarísima porque traducir de una lengua a otra es imposible. Y también di clases de lengua y literatura y me sigo preguntando qué clase de clases daba.



—¿Cuál fue el libro que más te gustó escribir?

Me es muy difícil encontrar solo uno. Y tal vez eso sea para mí un hecho afortunado, porque quizás si alguno me hubiera gustado más, no habría seguido escribiendo.  Por ejemplo, si el primer libro que escribí, Abran cancha, que aquí viene don Quijote de La Mancha, hubiera sido el que más me gustó escribir, seguramente no habría escrito ningún otro. Creo que siempre el que me gusta más es el libro que esté escribiendo en el momento presente. Y cuando lo termino, estoy segura de que el próximo me va a gustar más. Pero cuando llego al final de ese libro, tengo la certeza de que el siguiente va a gustarme todavía más. Y cuando lo termino, no tengo duda de que el que estoy a punto de empezar será  el que más me va a gustar. Sin embargo, cuando lo termino... me doy cuenta de que tendré que escribir muchos otros para descubrir cuál me gusta más.

—Se habla mucho de la lectura y la escuela, ¿cómo es la relación dentro de la escuela? ¿Cómo te gustaría que fuera la escuela de hoy para los niños?

Me gustaría que la escuela fuera un lugar al que los niños y las niñas quieran ir, donde se sientan a gusto, cuidados, felices. Es la base para que el conocimiento se desarrolle. La literatura ayuda mucho a que esto ocurra. A veces funciona como un bálsamo que les trae alivio, un rato de disfrute, un momento para encontrarse con algo distinto. A los niños y también a los maestros y bibliotecarios. Es muy importante que el tiempo de lectura y el acercamiento al libro esté bien diseñado, sin presiones ni la sensación de que es algo obligatorio. Y puedo asegurar que, por suerte, me crucé con infinidad de maestros y bibliotecarios que hacen un trabajo excelente. 
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—¿Sos muy sensible, como tus personajes?

Sí, porque todos mis personajes, desde los más queribles hasta los más detestables, me representan en alguna medida. Por eso cuando tengo que comprarme ropa es un lío, soy de tantas maneras que ni sé qué talle me queda bien. Y en este momento aparecen unas líneas de Walt Whitman que dicen “Sí, me contradigo. Contengo multitudes”.

—¿Qué te hizo ser así?

Tal vez el hecho de que cuando era chica los domingos en el almuerzo en lugar de mirar televisión (que no teníamos) mi papá nos contaba cuentos de “Las mil y una noches” (que posiblemente fueran los únicos que sabía bien) y mientras mi cuerpo comía ravioles mi imaginación se alimentaba de alfombras voladoras, lámparas maravillosas, Simbades y Alí Babás. O que cuando nos íbamos a dormir mi mamá nos contaba a mi hermano menor y a mí cuentos que inventaba y nos cantaba canciones de industria casera, y entonces mi cabeza se apoyaba sobre la almohada y mi mente viajaba sobre las alas del encantamiento de las palabras. O que cuando aprendí a leer y escribir tuve la certeza de que por fin podría conocer los secretos del universo, el sentido de la existencia y expresar lo inexpresable. O que durante mi infancia era muy tímida y los únicos con los que podía hablar libremente eran los libros. O que mis hermanos mayores tuvieron la feliz ocurrencia de leerme poemas de Alfonsina Storni y Rubén Darío y en ellos encontré un ritmo que se unía a mi respiración.



—¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en Argentina? ¿Y en Latinoamérica?

La veo con un poderoso nivel de crecimiento, sobre todo en estas últimas tres décadas. En toda Latinoamérica, pero más que nada en Argentina, país que siempre se destacó por tener una oferta editorial asombrosa. Da gusto ver las cosas maravillosas que están haciendo los escritores y los ilustradores de LIJ. Se abrió un espacio que estaba a la espera de ser construido, y se vino con todo. Antes éramos muy pocos los que hacíamos libros para chicos, con lo cual los chicos leían menos y la industria no era fuerte. Ahora hay muchas editoriales, grandes o pequeñas, que apuestan a la literatura infantil. Como Abran Cancha, la editorial de LIJ que creé y dirijo desde hace casi veinte años. Me da una satisfacción enorme hacer libros para chicos, y también ver que la lectura crece, crece y no para de crecer entre los niños y las niñas. Me hace feliz. 

—Si un niño o niña quiere ser escritor, ¿qué tiene que hacer?

Desde mi punto de vista, lo primero que tiene que hacer es no dar demasiada importancia a lo que le digan que tiene que hacer. Creo que es mejor que cada quien vaya viendo por sí cómo llega a ser escritor o escritora. Sin embargo, también puede ser de ayuda escuchar a quienes ya tengan un trayecto hecho en ese sentido, pero eso no significa que haya que creer a pie juntillas que lo que a una persona le ha dado buen resultado necesariamente le tenga que ser útil a otros. El camino de la escritura, me parece, es diferente para cada persona. Y cada persona se merece aprender a escuchar su propia voz del modo que pueda. De todos modos, me atrevo a decir que si se quiere ser escritor, es indispensable leer mucho. La lectura es otra cara de la escritura. También creo que es importante tener paciencia. Suele ser imperioso hacer muchos borradores y corregir y corregir para escribir algo que despierte el deseo de leer y pueda sostenerlo. Y también creo que es necesario aprender a ponerse en el lugar de otros, de los potenciales lectores.

—¿Crees que la literatura debe ser estremecedora, conmovedora, molesta o indomable? ¿Por qué? 



Prefiero no poner a la literatura epítetos ni calificativos. Me digo: ¿Quién soy yo para dictaminar cómo debe ser la literatura? Me parece mejor que sea como ella misma quiera y no imponerle mi modo de ver, qué sé que es muy parcial, fragmentario y siempre provisorio.

--Adela, ¿cómo ha sido y es tener un propio sello editorial?

Ha sido y es un sueño, una quijotada, una utopía, una locura, un noble propósito, una insensatez, una carrera de obstáculos, un acto de fe, un esfuerzo constante, una navegación contra la corriente, una prueba de que hay mucho en este mundo de lo que entiendo muy poco o nada, un absurdo, un desafío permanente, un aprendizaje sin fin, una vertiginosa aventura, una alegría.



—¿Cómo se amalgama el tener que tratar con escritores, ilustradores, sobre todo teniendo en cuenta que vos sos un par, una colega?

Es sencillo. El hecho de ser un par, una colega, me permite tener una profunda empatía con las personas que trato. Sé cómo se sienten, porque con frecuencia me toca a mí estar en el mismo lugar que ellas.





@ Eduardo Raúl Burattini


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