por Adrián Ferrero
Creo que los días de homenaje a figuras de la talla irrepetible de
Liliana Bodoc (Argentina, 1958-6 de febrero de 2018) son todos. Se la evoca a
cada momento, en cada gesto imaginativo, sorprendente, deslumbrante, en el
destello luminoso del relámpago o la brasa. El brillo de la luciérnaga. Deja
ese recuerdo inteligente, generoso, virtuoso, audaz, irremplazable, que
desconoció el narcisismo y por eso mismo se vuelve inolvidable. Ante la mirada
increíble de algún fenómeno que nos resulta inexplicable o frente al que
quedamos perplejos o nos sobrecoge y nos gusta pensar que es de naturaleza
prodigiosa también la presentimos, de modo providencial. Ante el hallazgo de la
metáfora acertada en un escritor, o la resonancia sutil de una prosa poética que
percibimos de inmediato como una música en una lectura, allí se hace presente Liliana
Bodoc, con su escritura calma, sosegada, franca y amable a la vez. En fin, se
la evoca totalizadoramente como lo que fue: la gran escritora argentina que
vino a señalar un antes y un después en ese corpus nacional en el que ocupa un
espacio superlativo a ojos de muchas personas que la han leído (en su
totalidad) y la conocen en profundidad. Esas personas cuya atención llamó tanto
su poética como su personalidad. Con el valor agregado, nada menor por cierto, de
una humildad, un sentido de la solidaridad, del compromiso con las causas
libertarias, con la necesidad de restituir a este mundo desordenado una
justicia y una dignidad sustraídas por el poder insidioso, para reconfigurar la
causa americana inscribiéndose en ella, dicho sea de paso, de un modo que viniera
a decir cosas nuevas según las tramas de un lenguaje literario que antes no
hubiera sido pronunciado. Un lenguaje vigoroso, de una infinita riqueza, con
muchos matices, inflexiones, reverberaciones, que adopta desde la morosidad de
la lírica hasta el vértigo de la guerra.
En efecto, introdujo un desvío incuestionable en el modo según el cual
se venía haciendo literatura, se venía trabajando con la poética en Argentina.
Lo hizo desde perspectivas múltiples. Una de ellas, que se ha nombrado hasta
devenir lugar común, es el del cultivo de la épica fantástica. Eso está.
Indudablemente está y forma parte de todo un sector de su corpus que resulta
significativo. No lo puedo negar. Pero tampoco se agotan allí sus aportes y
bueno sería atender al modo singular en que ella lo hace. Convendría hacer una
lectura a fondo de ese corpus, la manera en que legitima su escritura en
relación a esos modelos canónicos de prestigio (si bien esos modelos no
son prestigiosos a los ojos de muchos
escritores), esto eso, paradigmáticos. Insistir en la interpretación de su composición.
Ponerla en diálogo con sus padres europeos y de América del Norte. Ver en dónde
introduce la grieta o el desvío Liliana Bodoc en el marco de esa constelación literaria.
Lo que le confiere de particular pero también politiza su ficción hasta límites
incalculables.
También mencionaría el trabajo con los mitos bíblicos, urdiendo respetuosamente
pero al mismo tiempo transgresoramente con los Evangelios una obra literaria
que no falta a la verdad del dogma de fe pero que también se permite el libre juego
con la invención. Poniendo las cartas sobre la mesa con poder de determinación
porque la mitad de la Humanidad (la atea, la agnóstica, quiero decir, o incluso
la que no ve con buenos ojos mezclar ficción con discurso religioso) no estaría
de su lado. Y sin embargo afrontó ese riesgo, se atrevió de manera desafiante a
confrontar con esas ideologías o filosofías que condicionaban de modo
especulativo una imposición absolutista a la poética en su libertad de vuelo
creativo. Sin embargo, ese trabajo literario, corrosivo del discurso sobre el dogma,
fue realizado con vocación de respeto. Pero tampoco hubo inhibiciones en lo que
hace a la inclusión de determinadas escenas o personajes que los religiosos
suelen hurtar a la mirada pública en época de misas, en sus sermones o bien en
sus escritos. De hecho, por citar solo un ejemplo, hay una castración por
infidelidad a un hombre que se introduce en un harén en la novela El perro del peregrino (2013), donde se
narran los últimos días de Cristo desde el punto de vista de su perro, Miga de
León, lo que da por resultado naturalmente a un eunuco. La referencia a la
escena tiene lugar en una novela juvenil, no en una para adultos. Tampoco se la
sustrae al lector con pudores. Por otra parte. ¿Cómo atreverse a mezclar lo
pagano, la sexualidad transgresora (por más que existiera una sanción contra
ella) con el orden de lo sagrado en una literatura que debe instruir más que
“pervertir” (digamos) al lectorado de esa edad sin hablar o siquiera mencionar
la sexualidad en directa relación con la figura magnífica de Cristo? Tampoco la
de una prostituta que también aparece en la novela. Un lectorado que podría
sentirse tentado. La tentación sabemos es uno de los sememas más temidos por
los religiosos.
Concretamente en la literatura infantil, habitualmente despreciada por
los ghettos de la literatura para adultos, al igual que por la crítica (tanto
la académica como el periodismo
cultural) y la docencia universitaria, salvo excepciones, con una extrema
soberbia, Liliana Bodoc vino a hacer algo completamente sin precedentes en la
escritura creativa, no solo argentina sino en lengua española. Sus ficciones
infantiles, cruzan códigos semióticos, cruzan lo intercultural, lo
intercontinental, trabajan lo interracial, la literatura histórica con amplios actos
permisivos en torno de sus convenciones, su codificación y, nuevamente, de las
expectativas de una literatura juvenil que según una mirada vigilante bien podría
ofender a la convención conservadora. No obstante, también hay un aliento
esperanzado hacia la concreción de las utopías, por la libertad como práctica
subjetiva y objetiva para los sujetos desde todas las perspectivas históricas
que la sitúan en un lugar indudablemente orientado hacia la acción, una
invitación a la sensualidad de la mujer liberada de constricciones o tabús.
Liliana Bodoc no solo se resignó a la vida contemplativa de una escritora. Eso
está delante de las narices de cualquiera que la lea. Claro, a menos que no se la
lea. En cuyo caso se hablará de Liliana Bodoc desde las lecturas de frugales de
las contratapas o de comentarios de segunda mano probablemente despectivos o
superficiales pero, sobre todo, poco serios. No obstante es la literatura de
Bodoc la que cautiva con su espléndida belleza.
La insurgencia en sus ficciones de épica fantástica, otorga a la mujer
un lugar y un espacio en el orden de la representación literaria y de la
autorrepresentación que se le había históricamente denegado o sustraído. En tal
sentido, imaginación narrativa y referente histórico no coinciden porque
Liliana Bodoc no coincide con esos sucesos de naturaleza constatable que, dicho
sea de paso, siguen teniendo absoluta vigencia. La violencia de género está
siendo denunciada bajo sus más diversas manifestaciones en la actualidad. De
modo que Liliana Bodoc aborde esta dinámica de la vida social no resulta anacrónico.
Ello es tan claro y evidente que debería uno tener mala fe para no admitir el
modo como en el orden de la representación literaria literaria Bodoc opera
desmontando matrices autoritarias, costumbres instaladas, comportamientos naturalizados,
la violencia de género tanto física como simbólica, en el seno de las prácticas
sociales ejercidas de modo histórico sobre el cuerpo de la mujer así como sobre
su subjetividad. En el que señala no sin énfasis la desprotección a las niñas
en un lugar protagónico. Bodoc escribe, nombra los silencios de las mujeres. El
silencio se traspone a una práctica de la palabra, de la voz alternativa en su
ficción que incuestionablemente la hace ser una renovadora de ese espacio reponiendo
significantes y significados que reenvían a un referente imaginario que será
revelador de un nuevo orden al que aspira por fin la mujer de modo potente a
ser enunciadora. Esa voz que había sido acallada también pone de manifiesto el
origen y a los responsables. Recreando sus enunciados, otorgándole luz donde antes
gobernó el reino de la oscuridad en el cual la desintegración y la
pulverización de la expresión eran el referente cotidiano. La antesala para que
especialmente sus lectoras reivindiquen un espacio de enunciación, de
autorrepresentación y de autodeterminación amplio, que cada vez se expanda de modo más poderoso,
anulando toda necesidad de solicitar autorización a nadie para actuar es su
ficción. Bodoc toma por asalto al discurso patriarcal. Pero tampoco desprecia
al varón. Mantiene la dignidad de los varones que no actúan de ese modo y
mantiene el deseo. Y el deseo entre los amantes ¿Qué habría de reivindicar una
mujer sino más bien tomar por sí misma lo que le pertenece por dignidad y por
derechos? Actuar. Decidir. Opinar. Desear y estar acompañada del hombre que
desea y no del que se le pretende asignar. Optar por una circunstancia que no
sea la condición de un destino. El confinamiento en una suerte de territorio en
el cual su vitalidad está no solo ausente sino anulada. Una vida que no esté supeditada
a ninguna clase de límite en el seno de un sistema que ya atributivamente en el
orden de lo real sabemos no es equitativo e inferioriza la capacidad activa y resolutiva
de la feminidad. Bodoc neutraliza entonces un marco de referencia inequitativo irracionalizándolo.
Disputando una hegemonía que estaba, como dije, naturalizada y que si bien por
sus días ya había sido ampliamente revisada, debatida, sometida a un reflexión
en profundidad acerca de sus causas, sus características, sus condiciones, sus
orígenes por el feminismo, desde Virginia Woolf a Simone de Beauvoir (El segundo sexo data de 1949), por tomar
dos puntos de referencia, dos casos ejemplares en torno de la causa feminista,
ella ratificó desde la comunión esas iniciativas por la emancipación. Y ella las
transpuso a su poética. Así como otras escritoras no lo hacen o son funcionales
al sistema patriarcal. O no lo consideran una asignatura digna de ser abordada
de modo crítico en el seno de la ficción. O lo consideran panfletario (cuando
en verdad bien abordado no lo es). No fue en estos términos en que lo planteó Bodoc.
Liliana Bodoc no hace propaganda ni pedagogía. Ella desde historias en las
cuales de suyo las mujeres ocupan un lugar sustantivo no procura hacer encajar
un discurso de reivindicación con un discurso literario, forzando esos
términos, sino que la operación es la inversa. Desde la creación literaria
misma nace un discurso por dentro del cual la mujer en esas tramas ya estaba
incorporada como una figura de naturaleza independiente.
Este dato habla a las claras de que su poética, como dije, es crítica.
De que escribe desde una ideología de la resistencia en el plano de los significados
sociales. En el plano del poder tal como está inscripto en el género, como en
tantas otras de las zonas de las de la
experiencia social hizo lo propio, se
puso siempre del lado de los débiles y de los perdedores, de los agraviados y
de las víctimas, sin perder de vista que un conflicto no es un capítulo
simplista sino un fenómeno multicausal, complejo, que no puede tener afán
reduccionista. No desde el lugar común de acudir a la piedad de los lectores y
generar una empatía sencilla, tras la simpatía hacia ella por abocarse a un
esforzado abordaje de los excluidos, sino para desde un punto de vista que
denota la pérdida, dar cuenta de una realidad concreta que salta a los ojos es
inequitativa. Sabemos que hay toda una ficción burguesa sin inquietudes por
hacerse cargo de la experiencia social de la injusticia, la pobreza, la
indigencia. Bodoc no idealiza pero sí para desenmascarar las posiciones que
gobernaban sus destinos anulando su libertad y su condición de semejantes
adoptó una posición clara frente a esas ideologías y las prácticas que las inspiran.
Su ideología literaria no es de aceptación de la ideología burguesa.
En lo relativo al género, el espacio
de enunciación que tuvo la propia Bodoc en su escritura, en sus
personajes, en el marco de sus historias, se transponía luego de modo natural
hacia la conducta de las lectoras (y lectores que o estaban de acuerdo, o acataban
por reclamo o eran afrontados por mujeres desde el desacuerdo, esto era lo que promovía
la poética de Bodoc) en un afán de liberación de orden nuevamente renovador. Regreso
una vez más a esta palabra. “Renovadora”. La irrupción en el seno del campo
literario de su producción significó un cambio radical (lo sigue significando
de modo incesante toda vez que circula su discurso) que no todos los expertos
estuvieron dispuestos o fueron capaces o
de ver bien, o acaso de aceptar que llegara de la mano de una clase de poética
que adoptara esa poética. Tampoco quizás consideraran la liberación de la mujer
una causa interesante muchos de ellos, especialmente los varones. Pero esa
intervención de Bodoc efectivamente tuvo lugar. En estos términos concibo lo
que fue y así concibo su poética. De este modo la leo cuando me siento a
interpretar en profundidad su ideología literaria en el seno de una poética que
se proyectó hacia prácticas e
intervenciones concretas en el orden de lo real, sin concesiones. También lo
hizo en el orden de lo extraliterario, cuando le tocó participar de eventos
literarios.
Lo renovador estaba en el trabajo desaforado conferido a la imaginación
misma, salvaje diría, de naturaleza ilimitada, no admitía que se le impusiera
coto a su práctica de escritura mediante operaciones represivas (ni por parte
del mercado del libro ni de los editores, ni menos aún de los críticos, quizás
ni tampoco de sí misma). Había una autocrítica severa que denotaba que Bodoc era
perfeccionista con su escritura. Una práctica de escritura que era implacable
consigo misma. Liliana Bodoc reivindicaba la escritura como el ámbito simbólico
por naturaleza de la libertad subjetiva, como dije. Y por lo tanto de la
realización llevada a su grado superlativo. En este sentido, su ficción es
todopoderosa en lo que hace a la posibilidad de investir de placer, encuentro con el semejante y
encuentro consigo mismos de los sujetos. También en la posibilidad de percibir al semejante desde la alteridad
como un figura que no es un antagonista sino un aliado cuando esa persona se
encuentra en estado solitario o de invalidez.
Interesantes resultan también las operaciones de metaforización que
realiza Bodoc. Mediante el semema de la guerra, las confrontaciones o los
choques armados, las batallas impiadosas, no hace sino dar cuenta en el orden
imaginario de acontecimientos que en el orden de lo real se manifiestan de modo
tan descarnado como tangible. Marcadamente sanguinarios y que tienen razones
desde religiosas hasta geopolíticas. Desde en eventos deportivos, conflictos
armados con motivo de obtener recursos naturales de los países más débiles y
toda clase de causas por anexar territorios por parte de una nación respecto de
otras. El actuar imperialista y, naturalmente, en el caso de Argentina y
América Latina, transponer la causa de la confrontación respecto de las
dictaduras que asolaron nuestro país. De modo que una literatura de
enfrentamiento entre bandos no es sino una forma de condensar esos significados
constatables adoptando una dimensión imaginaria para volcarla luego al orden de
lo ficcional. Naturalmente que esas operaciones de metaorización requieren de
todo un cambio de escenografía y de protagonistas, de ropajes y de armas, pero
que en lo esencial se mantienen como agentes de búsqueda de la dominación y la
destrucción, de agonistas y antagonistas.
La crítica estadounidense Rosemary Jackson, en su libro Fantasy. Literatura y subversión (1ra.
edición en inglés de 1981; en Bs. As. de 1986) plantea la existencia en la
literatura fantástica de “imposibles semánticos”. Estos imposibles semánticos,
asociados a tramas que desde el punto de vista de lo semántico cuestionan lo
mimético y el verosímil realista son profundamente corrosivos de los signos, de
las unidades con las que la literatura realista suele representar y reproducir el
mundo tangible. Así, irrumpen en la esfera de lo real (y, por extensión, en la
esfera de lo público) desde las prácticas del lenguaje estas subversiones de las
unidades que dan cuenta de lo real en el seno de la ficción siendo puestas en
cuestión. De esta manera, analógicamente se pueden atribuir al orden de la vida
desde su dimensión política y social en su impacto sobre ella a través de sus
libros. Estos imposibles semánticos desde tramas imaginativas que no son
posibles en el orden de lo real, se tornan subversivos e insurreccionales de la
naturaleza de la economía de la representación, en primer lugar, a partir del
plano de las tramas que se salen de los modelos miméticos. En el plano de los
códigos. Por extensión, aplican al orden de lo referencial. Esto es: el
referente imaginario subvierte el orden referencial de naturaleza constatable.
Planteada en estos términos, casi la totalidad de poética de Liliana Bodoc
termina por ser intensamente una poética de la subversión porque es una
intervención manifiesta en el plano de lo real mediante lo discursivo imaginario
que afecta de modo total y efectivo lo real. Sumirse en la lectura (lo ha afirmado
Ricardo Piglia en El último lector,
libro de 2005), constituye un acto en apariencia de evasión, de sustracción del
sujeto lector del mundo social, pero es en verdad, explica Piglia, todo lo
contrario: una de las experiencias de mayor inmersión en el orden de lo social
concebibles. Entiendo que en función de que la lengua es un código social,
motivo por el cual pone en funcionamiento todo un dispositivo de recepción y de
acción participativa en el orden de la representación colectiva. En particular
en lecturas de una cierta clase, como por ejemplo la que no repite un estado de
cosas sino la pone en cuestión. Así, Bodoc desde el orden del signo
desestabiliza la organización social en todas sus dimensiones. O, al menos,
permite tomar consciencia del ellas en términos nítidos.
Bodoc no hay un solo costado que deje por fuera del esquema narrativo que
no desestabilice lo establecido. Precisamente, viene a convulsionar el signo,
la economía
de la prosa desde el orden de lo
imaginario en su dimensión más expansiva. Desde el orden de lo semiológico la
escritura de Bodoc resulta temible porque ataca al discurso unívoco y lineal,
autoritario y que pretende imponerse de modo totalitario asignando formas de
exigencia en el habla o el pensamiento neutralizando la reflexión. El de Bodoc,
en cambio, es un tipo de discurso que plantea disyuntivas, cambios, dudas, es fuente
de incertidumbre, resquebraja al sentido común, no admite la palabra impuesta
ni la que es obligada a ser a ser dicha por la fuerza. Es un discurso insumiso.
No
esperemos de Bodoc la experimentación creativa de la ficción convencional tal
como suele ser formulada y representada por la literatura para adultos en los
términos frecuentes por la hegemonía o la costumbre, que termina, precisamente,
deviniendo estereotipo, lugar común, frívola solemnidad, por más diversas que
sean sus estrategias constructivas o sus poéticas. Bodoc había hecho trizas las
formas según las cuales en Argentina los sistemas de representación a partir de
sus distintas tradiciones (que no fueron las de Borges, Bioy Casares, Silvina
Ocampo, Santiago Dabove y, hasta en su sentido más disolutorio y más radical, Macedonio
Fernández, sumándolo a esta galaxia que propongo sin pretender homologar
aportes ni tampoco por completo su índole) trabajaban sus imposibles
semánticos. Su mirada sobre la tradición es otra. No la perteneciente a esa
tradición de la cual ella toma distancia. Y si bien se inscribe en ciertos
modelos occidentales europeos o estadounidenses también sus puntos de referencia
son latinoamericanos. Es una opción que ella realiza a las claras. A partir de
la cual elige posicionarse.
Su lenguaje literario es preciso, ajustado, pero imprevisible. Como la
poesía. Irrumpe en él siempre una estética que no es una cosmética sino una
poética que reivindica para sí el adjetivo de la más conmovedora hermosura.
Porque está cargada de un discurso estético connotativo, lo que confiere más eficacia
semántica y mayor capacidad de impacto en la subjetividad del lector mediante una
poética que no es agresiva pero tampoco es ni ingenua, ni fácil, ni sencilla. Sin
ser infalible, Liliana Bodoc toma muchos recaudos a la hora de formular su
poética. Está muy atenta a su forma y sus temas. El impacto de Bodoc y sus repercusiones
son duraderos en tanto a la vez dejan una huella, una marca, un rastro que como
mínimo ya garantiza la primera introducción en este tipo de ficción. Precisamente
porque es el discurso poético el que connota sus significados más subterráneos
y, por lo tanto, más inescrutables. No se percibe en la superficie. Por cada
recoveco la poética de Liliana Bodoc, también según su sistema de lecturas
resulta disonante con el del resto de los escritores y escritoras argentinos
con la excepción (con demasiados reparos para mi gusto) la de Angélica
Gorodischer, más abocada a la indagación en torno de la representación
literaria de la oralidad que al discurso trabajado poéticamente, excepción hecha
quizás (y con muchos matices) de su novela Prodigios
(1994). Por otra parte, la producción de Gorodischer no tuvo que ver con la
literatura infantil y juvenil, se volcó al policial, al gótico, al fantástico
puro, a la ciencia ficción especulativa (en muchos casos de la mano del humor, en particular en sus comienzos), al realismo, a
la ficción abiertamente feminista, desde otra clase de premisas. Bodoc
investiga de modo permanente un discurso literario para que posea condensación
y hondura poéticas, pero que prosiga siendo
imprevisible en cada frase, en cada giro que le siguiera y al mismo tiempo no
perdiera el hilo de todo el encanto narrativo en el que estaban sumidos el
lector o la lectora.
De modo que propongo como hipótesis una economía de la representación
(siempre en la prosa, salvo contadas excepciones, Bodoc fue sobre todo
narradora), esto es, el modo en que de manera elocuente se apodera de las
formas con las que la imaginación es manipulada desde la creación, a partir de
una conducta de la disonancia con el statu quo cultural, frente al que se
manifiesta desafiante. Por otro lado, elige claramente antepasados literarios
que nada tienen que ver con los de sus colegas argentinos hasta ese momento,
como J.R.R. Tolkien (al que pese a admirar formula no pocas objeciones, de
carácter severo, me atrevería a afirmar) y si de épica fantástica estamos
hablando, diría, sin temor a equivocarme que literalmente la pone patas arriba.
La escribe desde un país subalterno, electrizándola con las problemáticas del
Tercer Mundo, politizándola transversalmente desde multitud de categorías y perspectivas
como las que mencioné, con un nivel de excelencia que bien puede estar a la
talla de los grandes del Norte o de Europa (habiéndose ganado el reconocimiento
y el respeto de la emperatriz de la
ciencia ficción: la estadounidense Ursula K. Le Guin). Por otro lado, su
referente imaginario en la Saga de los
confines es el sustrato de los pueblos originarios de lo que sería América
Latina, recuperando un legado no bajo la simplista y didáctica cuando no
oportunista forma de reproducir codificaciones sencillistas o, esta vez sí,
adoptando fórmulas típicas, sin grado alguno de elaboración creativa. Sino que
si hacemos aquí un balance certero queda en claro que el modo en que se apodera
de la herencia espléndida de la cultura americana (y, dicho sea de paso, se
inscribe en ella) es el de alguien que adopta de esa cultura no de sus superficiales
vestiduras folklóricas plagadas de ponchos y comidas ancestrales sino de sus
mitos de origen, la Historia de su relación continental con España de
dominación, la singularidad de sus formas expresivas, su oralidad de la que aún
se preservan algunos pocos testimonios mediante operaciones de transposición a
lo escrito. Liliana Bodoc por otra parte era una gran estudiosa además de una
gran narradora. Ella investigaba acerca de lo que iba a escribir, se
documentaba mediante fuentes, mediante bibliografía. Esa Historia de saqueo y violencia
física y simbólica de la que fueron objeto un conjunto de grupos étnicos
autóctonos de lo que sería América Latina, indefensos, devastados por otro de blancos
de condiciones culturales mucho más astutas, ambiciosas pero, en verdad, más
letales. A lo que se suma la mala fe y su falta de escrúpulos conociendo el
robo, la violación y el esclavismo, entre otras prácticas lesivas contra la
humanidad de los nativos del continente americano. Su naturaleza irrespetuosa,
que actuó por conveniencia y su voluntad dogmática desde lo ideológico con el
objetivo de instalar prácticas sociales y formas de pensamiento y de creencia, sobre todo
asociadas a la religión y la violencia semiótica por la imposición de una lengua, en un saqueo ya no solo material sino
esta vez de violenta expropiación de patrimonio cultural. ¿Que Liliana Bodoc
incurre en la idealización de los pueblos americanos? Me parece que más bien
reconstruye la trama agresiva de una Historia de existencia constatable que
suele ser con frecuencia demasiado olvidada y jamás puesta en diálogo con la
ficción del modo en que ella lo hizo. En franco coloquio con la épica fantástica
pero con puntos de contacto con la noción de liderazgo y de organización tribal
inherente a esos pueblos, Bodoc cruza estos prototipos con la imaginación
ficcional de la épica fantástica. Ese legado valioso no podía ser hurtado por
la ficción contemporánea, ignorado, sino debía ser narrado mediante nuevas
estrategias y figuraciones. En definitiva: servirse de nuevos modos de dar
cuenta de su riqueza cultural y de su Historia de agresivas tramas del dolor pero
haciéndolo no desde fórmulas. Era la ficción la que mediante operaciones
retóricas complejas debía ser capaz de atreverse a transponer esa cultura
arrasada de los pueblos originarios a su propio discurso literario. Desde la
posición de quien los inviste de la capacidad de habla en el orden colectivo sin
traicionar sus cosmovisiones ni tampoco su historia que fuera devastada. En
definitiva, esta operación se parece en mucho a la adoptaba en relación con la
de la mujer. Porque es la transposición la operación de la que se sirve Bodoc
de modo me frecuente (y me exitoso a mi juicio, sin embanderarse pero sí
tomando partido).
Otro punto destacable, de naturaleza
irrepetible en la ficción de Bodoc es su inmenso don para concebir a priori
dípticos, trilogías, tetralogías así como universos alternativos cuya dimensión
estructural era deliberadamente plural, de dimensiones amplias pero al mismo
tiempo configuraban totalidades. Podían ser leídos en forma independiente. Pero
se completan bajo la forma de una unidad.. Yo no he apreciado este atributo en
la ficción argentina en ninguna etapa de su evolución, al menos en su época contemporánea.
Respecto de la literatura infantil, Bodoc fue respetuosa y, es más, se
concentró en ella desde una génesis de escritura con la inclusión de rasgos no transitados
previamente. De factura irreprochable, un lenguaje equilibrado, claro, de un
alto nivel de perfección, con vuelo poético, libros que llaman a la reflexión, connotativamente
densos, escritos líricamente sin perder capacidad comunicativa o de acción jamás.
Porque este es el otro punto en Liliana Bodoc: su literatura es transgresora
sin ser hermética. Y de modo erróneo (y con demasiada frecuencia) se confunde,
adoptando la forma de un lugar común crítico o literario “serio”, que lo
exploratorio no puede traficar jamás con la épica fantástica, con la fantasía, con
el humor (salvo contadas excepciones). Se admite, sí, a regañadientes, el
fantástico por lo general de naturaleza sí especulativa y sí erudita (como el caso
de Borges, un escritor irritante sin embargo aún para muchos lectores) de que
una manifestación literaria para tener capacidad de renovación ha de carecer de encanto narrativo, debe disponer
de atributos crípticos hasta alcanzar las cimas de lo incomprensible (al punto
de devenir aburrido), su experimentación ha de ir de la mano de procedimientos
experimentales que no tienen jamás que ver con la imaginación narrativa de
naturaleza prodigiosa. Pues me resisto a pensar en esos términos. Lo prodigioso
puede ser peligroso. Considero a Liliana Bodoc una gran autora experimental en
un campo que le es propio. Y que no había sido transitado previamente. Me
parece que la academia respecto de la literatura ha institucionalizado como
condición sine qua non un tipo de
poética que urgentemente debe revisar en lo relativo a sus modelos precedentes,
distanciándose de ellos para producir un avance positivo en la serie literaria.
Macedonio Fernández comenzó a resultar interesante en razón de la difusión que Borges
primero y Piglia más tarde le dispensaron. Macedonio mismo confesó ser “una
invención de Borges”. Antes fue ignorado por completo. Tenía una visibilidad y
una atención crítica nulas. En el fondo, la corporación literaria no admite que
de una poética como la de Liliana Bodoc, con capacidad sensible, refinamiento ficcional,
tramas inéditas y hasta insólitas por momentos, sutileza para abordar los
temas, apropiación cultural de formas literarias sobre las que ejerce una
indudable torsión creativa hasta llevarlas a un punto máximo de transgresión,
de naturaleza irreconocible respecto de sus modelos o de los prototipos en los
que se inspiró, pueda esperarse de ella innovación. Pero la ficción de Bodoc
respeta ante todo el esquema comunicativo de acercamiento al lector y la
lectora. No pone distancias (probablemente eso es lo que no se le perdona, su
enorme adhesión de público). No obstante, lo hace con excelencia literaria y
sin concesiones a la demagogia. En verdad Bodoc está a la avanzada. Desde mi
humilde punto de vista, la literatura de Bodoc me parece cualquier cosa menos
ingenua o poco interesante. La considero inquietante, poco previsible, vanguardista,
que abre sendas en un país que en el territorio en el que ella incursionó poco o
nada se había explorado y, más aún, se atrevió a una experiencia fundante.
Porque sentó las bases inaugurales para una tradición que en adelante sería
proseguida quizás por otros u otras colegas. Por otra parte, la de Bodoc es una
poética a la que no le faltan momentos de humor ni un erotismo nombrado con
palabras precisas, justas y sutiles.
Todo el tiempo está buscando por dónde incursionar para no incurrir en
trampas con el afán de no repetirse, reproducir esquemas narrativos o
ficcionales que pudieran agotarse y hacerla caer en la celada del cliché o
devenir escritora serial. Autorreflexivamente Bodoc se formula objeciones,
inquisiciones, problematiza su práctica de escritora. Es implacable consigo
misma. Jamás nos encontraremos con una obra igual a la otra en el seno de
corpus tan frondoso. Tampoco la poética de Liliana Bodoc se traiciona. No da un
paso adelante para luego retroceder. Si avanza, sigue avanzando. No la marea escribir
de un modo exitoso (como lo fue por su amplia base de público sin el perfil sin
embargo de cualquier transitado best
seller) para, luego de hallar la pócima, reincidir. Siguió un curso
sinuoso, por el que la guió su decisión, no su conveniencia. Fue ella la que dictó
los términos según los cuales iba a escribir. Esa misma certidumbre fue la que
la confirió coherencia a su proyecto. Eran puntos sobre cuáles ella no estaba
dispuesta a negociar. Sus ideales, no fueron los de ir tras la ambición de una “auspiciosa
carrera”, el camino habitual de sus colegas. Sino el de la intervención
mediante su literatura en el orden de lo real con la idea de introducir el
cambio social traducido en una poética de ideología social libertaria. Es para
mí un modelo de escritora que puso en cuestión hasta en lo que consiste la
profesión de escritor o escritora. Para ella ser escritora, ser escritor,
consistía en otra cosa. En escribir con un alto nivel de perfección y de
exigencia. Pero no esperar a cambio favores ni recompensas. Sino la congruencia
entre los principios y el trabajo concretado.
Observo que no se termina de comprender su talante revolucionario en el
orden constructivo y en lo que hace astillas (lo deconstructivo). Bodoc llega
para llevar adelante un proyecto de la destrucción de lo agotado, de lo vetusto
y a partir de allí procede a una reinvención
según nuevas premisas poniendo a un lado las zonas gastadas. Su juego de la desmesura
de la imaginación es sin embargo siempre simple y es dificilísimo: desde un referente
imaginario iconoclasta, en la economía de la representación los signos se
insubordinan. La economía de la prosa aterradoramente rompe con los lugares
asignados a las palabras y las cosas. Así, se desbordan mediante la lectura al
orden de la experiencia social, desordenándola, introduciendo cambios y debates
en todos los planos de la cultura. Y su posición frente a la cultura oficial
siempre fue antagónica respecto de sus formas de legitimación. Se ubicó en un
lugar de outsider. De resistencia frente
a los poderes que consagran. De los lugares de legitimación formales y abierta
o implícitamente los puso en cuestión. No estuvo dispuesta a actuar por
conveniencia ni perseguir la adulación. Su poética está siempre en tensión. No
descansa. Es una poética que está todo el tiempo alerta, procurando ser lo que
no ha sido previamente antes. Y lo exploratorio está presente en ella de modo
permanente. Lo experimental también. Es todo menos una escritora confortable y
aquiescente.
Hay un presente siempre en el presente de la poética de Liliana Bodoc.
Es el presente de la belleza incomparable. El de la lucidez. El del arcano. El
del talante visionario. El de la ética que desde el orden de lo abstracto se
transpone al orden de la representación literaria sin la búsqueda de la
aprobación ni la didáctica sencilla. Es el de la decisión indoblegable de la
causa americana. Ese presente de la enunciación sigue teniendo lugar toda vez
que alguien abre uno de sus libros. Con una vigorosa vigencia de naturaleza excepcional
en el orden de las poéticas argentinas, Liliana Bodoc triunfa. La magia, las
profecías y el universo de los magos como el de Próspero de Shakespeare, es el de
Liliana Bodoc también, son los de una artista que adopta no digamos ya
inflexiones ligadas al orden del talento. Sino, me atrevería a afirmar sin
temor a equivocarme, que alcanza las cimas más altas de la genialidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario