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viernes, 5 de febrero de 2021

“Liliana Bodoc: escribir con vocación de libertad"

 









por Adrián Ferrero

 

     Creo que los días de homenaje a figuras de la talla irrepetible de Liliana Bodoc (Argentina, 1958-6 de febrero de 2018) son todos. Se la evoca a cada momento, en cada gesto imaginativo, sorprendente, deslumbrante, en el destello luminoso del relámpago o la brasa. El brillo de la luciérnaga. Deja ese recuerdo inteligente, generoso, virtuoso, audaz, irremplazable, que desconoció el narcisismo y por eso mismo se vuelve inolvidable. Ante la mirada increíble de algún fenómeno que nos resulta inexplicable o frente al que quedamos perplejos o nos sobrecoge y nos gusta pensar que es de naturaleza prodigiosa también la presentimos, de modo providencial. Ante el hallazgo de la metáfora acertada en un escritor, o la resonancia sutil de una prosa poética que percibimos de inmediato como una música en una lectura, allí se hace presente Liliana Bodoc, con su escritura calma, sosegada, franca y amable a la vez. En fin, se la evoca totalizadoramente como lo que fue: la gran escritora argentina que vino a señalar un antes y un después en ese corpus nacional en el que ocupa un espacio superlativo a ojos de muchas personas que la han leído (en su totalidad) y la conocen en profundidad. Esas personas cuya atención llamó tanto su poética como su personalidad. Con el valor agregado, nada menor por cierto, de una humildad, un sentido de la solidaridad, del compromiso con las causas libertarias, con la necesidad de restituir a este mundo desordenado una justicia y una dignidad sustraídas por el poder insidioso, para reconfigurar la causa americana inscribiéndose en ella, dicho sea de paso, de un modo que viniera a decir cosas nuevas según las tramas de un lenguaje literario que antes no hubiera sido pronunciado. Un lenguaje vigoroso, de una infinita riqueza, con muchos matices, inflexiones, reverberaciones, que adopta desde la morosidad de la lírica hasta el vértigo de la guerra.  

     En efecto, introdujo un desvío incuestionable en el modo según el cual se venía haciendo literatura, se venía trabajando con la poética en Argentina. Lo hizo desde perspectivas múltiples. Una de ellas, que se ha nombrado hasta devenir lugar común, es el del cultivo de la épica fantástica. Eso está. Indudablemente está y forma parte de todo un sector de su corpus que resulta significativo. No lo puedo negar. Pero tampoco se agotan allí sus aportes y bueno sería atender al modo singular en que ella lo hace. Convendría hacer una lectura a fondo de ese corpus, la manera en que legitima su escritura en relación a esos modelos canónicos de prestigio (si bien esos modelos no son  prestigiosos a los ojos de muchos escritores), esto eso, paradigmáticos. Insistir en la interpretación de su composición. Ponerla en diálogo con sus padres europeos y de América del Norte. Ver en dónde introduce la grieta o el desvío Liliana Bodoc en el marco de esa constelación literaria. Lo que le confiere de particular pero también politiza su ficción hasta límites incalculables.

     También mencionaría el trabajo con los mitos bíblicos, urdiendo respetuosamente pero al mismo tiempo transgresoramente con los Evangelios una obra literaria que no falta a la verdad del dogma de fe pero que también se permite el libre juego con la invención. Poniendo las cartas sobre la mesa con poder de determinación porque la mitad de la Humanidad (la atea, la agnóstica, quiero decir, o incluso la que no ve con buenos ojos mezclar ficción con discurso religioso) no estaría de su lado. Y sin embargo afrontó ese riesgo, se atrevió de manera desafiante a confrontar con esas ideologías o filosofías que condicionaban de modo especulativo una imposición absolutista a la poética en su libertad de vuelo creativo. Sin embargo, ese trabajo literario, corrosivo del discurso sobre el dogma, fue realizado con vocación de respeto. Pero tampoco hubo inhibiciones en lo que hace a la inclusión de determinadas escenas o personajes que los religiosos suelen hurtar a la mirada pública en época de misas, en sus sermones o bien en sus escritos. De hecho, por citar solo un ejemplo, hay una castración por infidelidad a un hombre que se introduce en un harén en la novela El perro del peregrino (2013), donde se narran los últimos días de Cristo desde el punto de vista de su perro, Miga de León, lo que da por resultado naturalmente a un eunuco. La referencia a la escena tiene lugar en una novela juvenil, no en una para adultos. Tampoco se la sustrae al lector con pudores. Por otra parte. ¿Cómo atreverse a mezclar lo pagano, la sexualidad transgresora (por más que existiera una sanción contra ella) con el orden de lo sagrado en una literatura que debe instruir más que “pervertir” (digamos) al lectorado de esa edad sin hablar o siquiera mencionar la sexualidad en directa relación con la figura magnífica de Cristo? Tampoco la de una prostituta que también aparece en la novela. Un lectorado que podría sentirse tentado. La tentación sabemos es uno de los sememas más temidos por los religiosos.




     Concretamente en la literatura infantil, habitualmente despreciada por los ghettos de la literatura para adultos, al igual que por la crítica (tanto la académica como  el periodismo cultural) y la docencia universitaria, salvo excepciones, con una extrema soberbia, Liliana Bodoc vino a hacer algo completamente sin precedentes en la escritura creativa, no solo argentina sino en lengua española. Sus ficciones infantiles, cruzan códigos semióticos, cruzan lo intercultural, lo intercontinental, trabajan lo interracial, la literatura histórica con amplios actos permisivos en torno de sus convenciones, su codificación y, nuevamente, de las expectativas de una literatura juvenil que según una mirada vigilante bien podría ofender a la convención conservadora. No obstante, también hay un aliento esperanzado hacia la concreción de las utopías, por la libertad como práctica subjetiva y objetiva para los sujetos desde todas las perspectivas históricas que la sitúan en un lugar indudablemente orientado hacia la acción, una invitación a la sensualidad de la mujer liberada de constricciones o tabús. Liliana Bodoc no solo se resignó a la vida contemplativa de una escritora. Eso está delante de las narices de cualquiera que la lea. Claro, a menos que no se la lea. En cuyo caso se hablará de Liliana Bodoc desde las lecturas de frugales de las contratapas o de comentarios de segunda mano probablemente despectivos o superficiales pero, sobre todo, poco serios. No obstante es la literatura de Bodoc la que cautiva con su espléndida belleza.

     La insurgencia en sus ficciones de épica fantástica, otorga a la mujer un lugar y un espacio en el orden de la representación literaria y de la autorrepresentación que se le había históricamente denegado o sustraído. En tal sentido, imaginación narrativa y referente histórico no coinciden porque Liliana Bodoc no coincide con esos sucesos de naturaleza constatable que, dicho sea de paso, siguen teniendo absoluta vigencia. La violencia de género está siendo denunciada bajo sus más diversas manifestaciones en la actualidad. De modo que Liliana Bodoc aborde esta dinámica de la vida social no resulta anacrónico. Ello es tan claro y evidente que debería uno tener mala fe para no admitir el modo como en el orden de la representación literaria literaria Bodoc opera desmontando matrices autoritarias, costumbres instaladas, comportamientos naturalizados, la violencia de género tanto física como simbólica, en el seno de las prácticas sociales ejercidas de modo histórico sobre el cuerpo de la mujer así como sobre su subjetividad. En el que señala no sin énfasis la desprotección a las niñas en un lugar protagónico. Bodoc escribe, nombra los silencios de las mujeres. El silencio se traspone a una práctica de la palabra, de la voz alternativa en su ficción que incuestionablemente la hace ser una renovadora de ese espacio reponiendo significantes y significados que reenvían a un referente imaginario que será revelador de un nuevo orden al que aspira por fin la mujer de modo potente a ser enunciadora. Esa voz que había sido acallada también pone de manifiesto el origen y a los responsables. Recreando sus enunciados, otorgándole luz donde antes gobernó el reino de la oscuridad en el cual la desintegración y la pulverización de la expresión eran el referente cotidiano. La antesala para que especialmente sus lectoras reivindiquen un espacio de enunciación, de autorrepresentación y de autodeterminación  amplio, que cada vez se expanda de modo más poderoso, anulando toda necesidad de solicitar autorización a nadie para actuar es su ficción. Bodoc toma por asalto al discurso patriarcal. Pero tampoco desprecia al varón. Mantiene la dignidad de los varones que no actúan de ese modo y mantiene el deseo. Y el deseo entre los amantes ¿Qué habría de reivindicar una mujer sino más bien tomar por sí misma lo que le pertenece por dignidad y por derechos? Actuar. Decidir. Opinar. Desear y estar acompañada del hombre que desea y no del que se le pretende asignar. Optar por una circunstancia que no sea la condición de un destino. El confinamiento en una suerte de territorio en el cual su vitalidad está no solo ausente sino anulada. Una vida que no esté supeditada a ninguna clase de límite en el seno de un sistema que ya atributivamente en el orden de lo real sabemos no es equitativo e inferioriza la capacidad activa y resolutiva de la feminidad. Bodoc neutraliza entonces un marco de referencia inequitativo irracionalizándolo. Disputando una hegemonía que estaba, como dije, naturalizada y que si bien por sus días ya había sido ampliamente revisada, debatida, sometida a un reflexión en profundidad acerca de sus causas, sus características, sus condiciones, sus orígenes por el feminismo, desde Virginia Woolf a Simone de Beauvoir (El segundo sexo data de 1949), por tomar dos puntos de referencia, dos casos ejemplares en torno de la causa feminista, ella ratificó desde la comunión esas iniciativas por la emancipación. Y ella las transpuso a su poética. Así como otras escritoras no lo hacen o son funcionales al sistema patriarcal. O no lo consideran una asignatura digna de ser abordada de modo crítico en el seno de la ficción. O lo consideran panfletario (cuando en verdad bien abordado no lo es). No fue en estos términos en que lo planteó Bodoc. Liliana Bodoc no hace propaganda ni pedagogía. Ella desde historias en las cuales de suyo las mujeres ocupan un lugar sustantivo no procura hacer encajar un discurso de reivindicación con un discurso literario, forzando esos términos, sino que la operación es la inversa. Desde la creación literaria misma nace un discurso por dentro del cual la mujer en esas tramas ya estaba incorporada como una figura de naturaleza independiente.

     Este dato habla a las claras de que su poética, como dije, es crítica. De que escribe desde una ideología de la resistencia en el plano de los significados sociales. En el plano del poder tal como está inscripto en el género, como en tantas otras de las zonas de las  de la experiencia social hizo lo  propio, se puso siempre del lado de los débiles y de los perdedores, de los agraviados y de las víctimas, sin perder de vista que un conflicto no es un capítulo simplista sino un fenómeno multicausal, complejo, que no puede tener afán reduccionista. No desde el lugar común de acudir a la piedad de los lectores y generar una empatía sencilla, tras la simpatía hacia ella por abocarse a un esforzado abordaje de los excluidos, sino para desde un punto de vista que denota la pérdida, dar cuenta de una realidad concreta que salta a los ojos es inequitativa. Sabemos que hay toda una ficción burguesa sin inquietudes por hacerse cargo de la experiencia social de la injusticia, la pobreza, la indigencia. Bodoc no idealiza pero sí para desenmascarar las posiciones que gobernaban sus destinos anulando su libertad y su condición de semejantes adoptó una posición clara frente a esas ideologías y las prácticas que las inspiran. Su ideología literaria no es de aceptación de la ideología burguesa.



     En lo relativo al género, el espacio  de enunciación que tuvo la propia Bodoc en su escritura, en sus personajes, en el marco de sus historias, se transponía luego de modo natural hacia la conducta de las lectoras (y lectores que o estaban de acuerdo, o acataban por reclamo o eran afrontados por mujeres desde el desacuerdo, esto era lo que promovía la poética de Bodoc) en un afán de liberación de orden nuevamente renovador. Regreso una vez más a esta palabra. “Renovadora”. La irrupción en el seno del campo literario de su producción significó un cambio radical (lo sigue significando de modo incesante toda vez que circula su discurso) que no todos los expertos estuvieron dispuestos o fueron  capaces o de ver bien, o acaso de aceptar que llegara de la mano de una clase de poética que adoptara esa poética. Tampoco quizás consideraran la liberación de la mujer una causa interesante muchos de ellos, especialmente los varones. Pero esa intervención de Bodoc efectivamente tuvo lugar. En estos términos concibo lo que fue y así concibo su poética. De este modo la leo cuando me siento a interpretar en profundidad su ideología literaria en el seno de una poética que se  proyectó hacia prácticas e intervenciones concretas en el orden de lo real, sin concesiones. También lo hizo en el orden de lo extraliterario, cuando le tocó participar de eventos literarios.

     Lo renovador estaba en el trabajo desaforado conferido a la imaginación misma, salvaje diría, de naturaleza ilimitada, no admitía que se le impusiera coto a su práctica de escritura mediante operaciones represivas (ni por parte del mercado del libro ni de los editores, ni menos aún de los críticos, quizás ni tampoco de sí misma). Había una autocrítica severa que denotaba que Bodoc era perfeccionista con su escritura. Una práctica de escritura que era implacable consigo misma. Liliana Bodoc reivindicaba la escritura como el ámbito simbólico por naturaleza de la libertad subjetiva, como dije. Y por lo tanto de la realización llevada a su grado superlativo. En este sentido, su ficción es todopoderosa en lo que hace a la posibilidad de investir de  placer, encuentro con el semejante y encuentro consigo mismos de los sujetos. También en la posibilidad  de percibir al semejante desde la alteridad como un figura que no es un antagonista sino un aliado cuando esa persona se encuentra en estado solitario o de invalidez.

     Interesantes resultan también las operaciones de metaforización que realiza Bodoc. Mediante el semema de la guerra, las confrontaciones o los choques armados, las batallas impiadosas, no hace sino dar cuenta en el orden imaginario de acontecimientos que en el orden de lo real se manifiestan de modo tan descarnado como tangible. Marcadamente sanguinarios y que tienen razones desde religiosas hasta geopolíticas. Desde en eventos deportivos, conflictos armados con motivo de obtener recursos naturales de los países más débiles y toda clase de causas por anexar territorios por parte de una nación respecto de otras. El actuar imperialista y, naturalmente, en el caso de Argentina y América Latina, transponer la causa de la confrontación respecto de las dictaduras que asolaron nuestro país. De modo que una literatura de enfrentamiento entre bandos no es sino una forma de condensar esos significados constatables adoptando una dimensión imaginaria para volcarla luego al orden de lo ficcional. Naturalmente que esas operaciones de metaorización requieren de todo un cambio de escenografía y de protagonistas, de ropajes y de armas, pero que en lo esencial se mantienen como agentes de búsqueda de la dominación y la destrucción, de agonistas y antagonistas.

     La crítica estadounidense Rosemary Jackson, en su libro Fantasy. Literatura y subversión (1ra. edición en inglés de 1981; en Bs. As. de 1986) plantea la existencia en la literatura fantástica de “imposibles semánticos”. Estos imposibles semánticos, asociados a tramas que desde el punto de vista de lo semántico cuestionan lo mimético y el verosímil realista son profundamente corrosivos de los signos, de las unidades con las que la literatura realista suele representar y reproducir el mundo tangible. Así, irrumpen en la esfera de lo real (y, por extensión, en la esfera de lo público) desde las prácticas del lenguaje estas subversiones de las unidades que dan cuenta de lo real en el seno de la ficción siendo puestas en cuestión. De esta manera, analógicamente se pueden atribuir al orden de la vida desde su dimensión política y social en su impacto sobre ella a través de sus libros. Estos imposibles semánticos desde tramas imaginativas que no son posibles en el orden de lo real, se tornan subversivos e insurreccionales de la naturaleza de la economía de la representación, en primer lugar, a partir del plano de las tramas que se salen de los modelos miméticos. En el plano de los códigos. Por extensión, aplican al orden de lo referencial. Esto es: el referente imaginario subvierte el orden referencial de naturaleza constatable. Planteada en estos términos, casi la totalidad de poética de Liliana Bodoc termina por ser intensamente una poética de la subversión porque es una intervención manifiesta en el plano de lo real mediante lo discursivo imaginario que afecta de modo total y efectivo lo real. Sumirse en la lectura (lo ha afirmado Ricardo Piglia en El último lector, libro de 2005), constituye un acto en apariencia de evasión, de sustracción del sujeto lector del mundo social, pero es en verdad, explica Piglia, todo lo contrario: una de las experiencias de mayor inmersión en el orden de lo social concebibles. Entiendo que en función de que la lengua es un código social, motivo por el cual pone en funcionamiento todo un dispositivo de recepción y de acción participativa en el orden de la representación colectiva. En particular en lecturas de una cierta clase, como por ejemplo la que no repite un estado de cosas sino la pone en cuestión. Así, Bodoc desde el orden del signo desestabiliza la organización social en todas sus dimensiones. O, al menos, permite tomar consciencia del ellas en términos nítidos.

      Bodoc no hay un solo costado que deje por fuera del esquema narrativo que no desestabilice lo establecido. Precisamente, viene a convulsionar el signo, la economía

de la prosa desde el orden de lo imaginario en su dimensión más expansiva. Desde el orden de lo semiológico la escritura de Bodoc resulta temible porque ataca al discurso unívoco y lineal, autoritario y que pretende imponerse de modo totalitario asignando formas de exigencia en el habla o el pensamiento neutralizando la reflexión. El de Bodoc, en cambio, es un tipo de discurso que plantea disyuntivas, cambios, dudas, es fuente de incertidumbre, resquebraja al sentido común, no admite la palabra impuesta ni la que es obligada a ser a ser dicha por la fuerza. Es un discurso insumiso.

   No esperemos de Bodoc la experimentación creativa de la ficción convencional tal como suele ser formulada y representada por la literatura para adultos en los términos frecuentes por la hegemonía o la costumbre, que termina, precisamente, deviniendo estereotipo, lugar común, frívola solemnidad, por más diversas que sean sus estrategias constructivas o sus poéticas. Bodoc había hecho trizas las formas según las cuales en Argentina los sistemas de representación a partir de sus distintas tradiciones (que no fueron las de Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Santiago Dabove y, hasta en su sentido más disolutorio y más radical, Macedonio Fernández, sumándolo a esta galaxia que propongo sin pretender homologar aportes ni tampoco por completo su índole) trabajaban sus imposibles semánticos. Su mirada sobre la tradición es otra. No la perteneciente a esa tradición de la cual ella toma distancia. Y si bien se inscribe en ciertos modelos occidentales europeos o estadounidenses también sus puntos de referencia son latinoamericanos. Es una opción que ella realiza a las claras. A partir de la cual elige posicionarse.    

     Su lenguaje literario es preciso, ajustado, pero imprevisible. Como la poesía. Irrumpe en él siempre una estética que no es una cosmética sino una poética que reivindica para sí el adjetivo de la más conmovedora hermosura. Porque está cargada de un discurso estético connotativo, lo que confiere más eficacia semántica y mayor capacidad de impacto en la subjetividad del lector mediante una poética que no es agresiva pero tampoco es ni ingenua, ni fácil, ni sencilla. Sin ser infalible, Liliana Bodoc toma muchos recaudos a la hora de formular su poética. Está muy atenta a su forma y sus temas. El impacto de Bodoc y sus repercusiones son duraderos en tanto a la vez dejan una huella, una marca, un rastro que como mínimo ya garantiza la primera introducción en este tipo de ficción. Precisamente porque es el discurso poético el que connota sus significados más subterráneos y, por lo tanto, más inescrutables. No se percibe en la superficie. Por cada recoveco la poética de Liliana Bodoc, también según su sistema de lecturas resulta disonante con el del resto de los escritores y escritoras argentinos con la excepción (con demasiados reparos para mi gusto) la de Angélica Gorodischer, más abocada a la indagación en torno de la representación literaria de la oralidad que al discurso trabajado poéticamente, excepción hecha quizás (y con muchos matices) de su novela Prodigios (1994). Por otra parte, la producción de Gorodischer no tuvo que ver con la literatura infantil y juvenil, se volcó al policial, al gótico, al fantástico puro, a la ciencia ficción especulativa (en muchos casos de la mano del humor,  en particular en sus comienzos), al realismo, a la ficción abiertamente feminista, desde otra clase de premisas. Bodoc investiga de modo permanente un discurso literario para que posea condensación y hondura poéticas,  pero que prosiga siendo imprevisible en cada frase, en cada giro que le siguiera y al mismo tiempo no perdiera el hilo de todo el encanto narrativo en el que estaban sumidos el lector o la lectora.

     De modo que propongo como hipótesis una economía de la representación (siempre en la prosa, salvo contadas excepciones, Bodoc fue sobre todo narradora), esto es, el modo en que de manera elocuente se apodera de las formas con las que la imaginación es manipulada desde la creación, a partir de una conducta de la disonancia con el statu quo cultural, frente al que se manifiesta desafiante. Por otro lado, elige claramente antepasados literarios que nada tienen que ver con los de sus colegas argentinos hasta ese momento, como J.R.R. Tolkien (al que pese a admirar formula no pocas objeciones, de carácter severo, me atrevería a afirmar) y si de épica fantástica estamos hablando, diría, sin temor a equivocarme que literalmente la pone patas arriba. La escribe desde un país subalterno, electrizándola con las problemáticas del Tercer Mundo, politizándola transversalmente desde multitud de categorías y perspectivas como las que mencioné, con un nivel de excelencia que bien puede estar a la talla de los grandes del Norte o de Europa (habiéndose ganado el reconocimiento y el respeto de la emperatriz  de la ciencia ficción: la estadounidense Ursula K. Le Guin). Por otro lado, su referente imaginario en la Saga de los confines es el sustrato de los pueblos originarios de lo que sería América Latina, recuperando un legado no bajo la simplista y didáctica cuando no oportunista forma de reproducir codificaciones sencillistas o, esta vez sí, adoptando fórmulas típicas, sin grado alguno de elaboración creativa. Sino que si hacemos aquí un balance certero queda en claro que el modo en que se apodera de la herencia espléndida de la cultura americana (y, dicho sea de paso, se inscribe en ella) es el de alguien que adopta de esa cultura no de sus superficiales vestiduras folklóricas plagadas de ponchos y comidas ancestrales sino de sus mitos de origen, la Historia de su relación continental con España de dominación, la singularidad de sus formas expresivas, su oralidad de la que aún se preservan algunos pocos testimonios mediante operaciones de transposición a lo escrito. Liliana Bodoc por otra parte era una gran estudiosa además de una gran narradora. Ella investigaba acerca de lo que iba a escribir, se documentaba mediante fuentes, mediante bibliografía. Esa Historia de saqueo y violencia física y simbólica de la que fueron objeto un conjunto de grupos étnicos autóctonos de lo que sería América Latina, indefensos, devastados por otro de blancos de condiciones culturales mucho más astutas, ambiciosas pero, en verdad, más letales. A lo que se suma la mala fe y su falta de escrúpulos conociendo el robo, la violación y el esclavismo, entre otras prácticas lesivas contra la humanidad de los nativos del continente americano. Su naturaleza irrespetuosa, que actuó por conveniencia y su voluntad dogmática desde lo ideológico con el objetivo de instalar prácticas sociales y formas de  pensamiento y de creencia, sobre todo asociadas a la religión y la violencia semiótica por la imposición de una  lengua, en un saqueo ya no solo material sino esta vez de violenta expropiación de patrimonio cultural. ¿Que Liliana Bodoc incurre en la idealización de los pueblos americanos? Me parece que más bien reconstruye la trama agresiva de una Historia de existencia constatable que suele ser con frecuencia demasiado olvidada y jamás puesta en diálogo con la ficción del modo en que ella lo hizo. En franco coloquio con la épica fantástica pero con puntos de contacto con la noción de liderazgo y de organización tribal inherente a esos pueblos, Bodoc cruza estos prototipos con la imaginación ficcional de la épica fantástica. Ese legado valioso no podía ser hurtado por la ficción contemporánea, ignorado, sino debía ser narrado mediante nuevas estrategias y figuraciones. En definitiva: servirse de nuevos modos de dar cuenta de su riqueza cultural y de su Historia de agresivas tramas del dolor pero haciéndolo no desde fórmulas. Era la ficción la que mediante operaciones retóricas complejas debía ser capaz de atreverse a transponer esa cultura arrasada de los pueblos originarios a su propio discurso literario. Desde la posición de quien los inviste de la capacidad de habla en el orden colectivo sin traicionar sus cosmovisiones ni tampoco su historia que fuera devastada. En definitiva, esta operación se parece en mucho a la adoptaba en relación con la de la mujer. Porque es la transposición la operación de la que se sirve Bodoc de modo me frecuente (y me exitoso a mi juicio, sin embanderarse pero sí tomando partido).

     Otro punto destacable, de naturaleza irrepetible en la ficción de Bodoc es su inmenso don para concebir a priori dípticos, trilogías, tetralogías así como universos alternativos cuya dimensión estructural era deliberadamente plural, de dimensiones amplias pero al mismo tiempo configuraban totalidades. Podían ser leídos en forma independiente. Pero se completan bajo la forma de una unidad.. Yo no he apreciado este atributo en la ficción argentina en ninguna etapa de su evolución, al menos en su época contemporánea.  

     Respecto de la literatura infantil, Bodoc fue respetuosa y, es más, se concentró en ella desde una génesis de escritura con la inclusión de rasgos no transitados previamente. De factura irreprochable, un lenguaje equilibrado, claro, de un alto nivel de perfección, con vuelo poético, libros que llaman a la reflexión, connotativamente densos, escritos líricamente sin perder capacidad comunicativa o de acción jamás. Porque este es el otro punto en Liliana Bodoc: su literatura es transgresora sin ser hermética. Y de modo erróneo (y con demasiada frecuencia) se confunde, adoptando la forma de un lugar común crítico o literario “serio”, que lo exploratorio no puede traficar jamás con la épica fantástica, con la fantasía, con el humor (salvo contadas excepciones). Se admite, sí, a regañadientes, el fantástico por lo general de naturaleza sí especulativa y sí erudita (como el caso de Borges, un escritor irritante sin embargo aún para muchos lectores) de que una manifestación literaria para tener capacidad de renovación ha de  carecer de encanto narrativo, debe disponer de atributos crípticos hasta alcanzar las cimas de lo incomprensible (al punto de devenir aburrido), su experimentación ha de ir de la mano de procedimientos experimentales que no tienen jamás que ver con la imaginación narrativa de naturaleza prodigiosa. Pues me resisto a pensar en esos términos. Lo prodigioso puede ser peligroso. Considero a Liliana Bodoc una gran autora experimental en un campo que le es propio. Y que no había sido transitado previamente. Me parece que la academia respecto de la literatura ha institucionalizado como condición sine qua non un tipo de poética que urgentemente debe revisar en lo relativo a sus modelos precedentes, distanciándose de ellos para producir un avance positivo en la serie literaria. Macedonio Fernández comenzó a resultar interesante en razón de la difusión que Borges primero y Piglia más tarde le dispensaron. Macedonio mismo confesó ser “una invención de Borges”. Antes fue ignorado por completo. Tenía una visibilidad y una atención crítica nulas. En el fondo, la corporación literaria no admite que de una poética como la de Liliana Bodoc, con capacidad sensible, refinamiento ficcional, tramas inéditas y hasta insólitas por momentos, sutileza para abordar los temas, apropiación cultural de formas literarias sobre las que ejerce una indudable torsión creativa hasta llevarlas a un punto máximo de transgresión, de naturaleza irreconocible respecto de sus modelos o de los prototipos en los que se inspiró, pueda esperarse de ella innovación. Pero la ficción de Bodoc respeta ante todo el esquema comunicativo de acercamiento al lector y la lectora. No pone distancias (probablemente eso es lo que no se le perdona, su enorme adhesión de público). No obstante, lo hace con excelencia literaria y sin concesiones a la demagogia. En verdad Bodoc está a la avanzada. Desde mi humilde punto de vista, la literatura de Bodoc me parece cualquier cosa menos ingenua o poco interesante. La considero inquietante, poco previsible, vanguardista, que abre sendas en un país que en el territorio en el que ella incursionó poco o nada se había explorado y, más aún, se atrevió a una experiencia fundante. Porque sentó las bases inaugurales para una tradición que en adelante sería proseguida quizás por otros u otras colegas. Por otra parte, la de Bodoc es una poética a la que no le faltan momentos de humor ni un erotismo nombrado con palabras precisas, justas y sutiles.

     Todo el tiempo está buscando por dónde incursionar para no incurrir en trampas con el afán de no repetirse, reproducir esquemas narrativos o ficcionales que pudieran agotarse y hacerla caer en la celada del cliché o devenir escritora serial. Autorreflexivamente Bodoc se formula objeciones, inquisiciones, problematiza su práctica de escritora. Es implacable consigo misma. Jamás nos encontraremos con una obra igual a la otra en el seno de corpus tan frondoso. Tampoco la poética de Liliana Bodoc se traiciona. No da un paso adelante para luego retroceder. Si avanza, sigue avanzando. No la marea escribir de un modo exitoso (como lo fue por su amplia base de público sin el perfil sin embargo de cualquier transitado best seller) para, luego de hallar la pócima, reincidir. Siguió un curso sinuoso, por el que la guió su decisión, no su conveniencia. Fue ella la que dictó los términos según los cuales iba a escribir. Esa misma certidumbre fue la que la confirió coherencia a su proyecto. Eran puntos sobre cuáles ella no estaba dispuesta a negociar. Sus ideales, no fueron los de ir tras la ambición de una “auspiciosa carrera”, el camino habitual de sus colegas. Sino el de la intervención mediante su literatura en el orden de lo real con la idea de introducir el cambio social traducido en una poética de ideología social libertaria. Es para mí un modelo de escritora que puso en cuestión hasta en lo que consiste la profesión de escritor o escritora. Para ella ser escritora, ser escritor, consistía en otra cosa. En escribir con un alto nivel de perfección y de exigencia. Pero no esperar a cambio favores ni recompensas. Sino la congruencia entre los principios y el trabajo concretado.

     Observo que no se termina de comprender su talante revolucionario en el orden constructivo y en lo que hace astillas (lo deconstructivo). Bodoc llega para llevar adelante un proyecto de la destrucción de lo agotado, de lo vetusto  y a partir de allí procede a una reinvención según nuevas premisas poniendo a un lado las zonas gastadas. Su juego de la desmesura de la imaginación es sin embargo siempre simple y es dificilísimo: desde un referente imaginario iconoclasta, en la economía de la representación los signos se insubordinan. La economía de la prosa aterradoramente rompe con los lugares asignados a las palabras y las cosas. Así, se desbordan mediante la lectura al orden de la experiencia social, desordenándola, introduciendo cambios y debates en todos los planos de la cultura. Y su posición frente a la cultura oficial siempre fue antagónica respecto de sus formas de legitimación. Se ubicó en un lugar de outsider. De resistencia frente a los poderes que consagran. De los lugares de legitimación formales y abierta o implícitamente los puso en cuestión. No estuvo dispuesta a actuar por conveniencia ni perseguir la adulación. Su poética está siempre en tensión. No descansa. Es una poética que está todo el tiempo alerta, procurando ser lo que no ha sido previamente antes. Y lo exploratorio está presente en ella de modo permanente. Lo experimental también. Es todo menos una escritora confortable y aquiescente.

     Hay un presente siempre en el presente de la poética de Liliana Bodoc. Es el presente de la belleza incomparable. El de la lucidez. El del arcano. El del talante visionario. El de la ética que desde el orden de lo abstracto se transpone al orden de la representación literaria sin la búsqueda de la aprobación ni la didáctica sencilla. Es el de la decisión indoblegable de la causa americana. Ese presente de la enunciación sigue teniendo lugar toda vez que alguien abre uno de sus libros. Con una vigorosa vigencia de naturaleza excepcional en el orden de las poéticas argentinas, Liliana Bodoc triunfa. La magia, las profecías y el universo de los magos como el de Próspero de Shakespeare, es el de Liliana Bodoc también, son los de una artista que adopta no digamos ya inflexiones ligadas al orden del talento. Sino, me atrevería a afirmar sin temor a equivocarme, que alcanza las cimas más altas de la genialidad.

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