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lunes, 4 de mayo de 2020

Los niños invisibles. Ficcionalización de la pobreza, el hambre y la marginalidad en los relatos para niños

(Ponencia destinada al VII Simposio de Literatura infantil y juvenil del Mercosur, que se iba a realizar en el pasado abril en Bariloche y que se pospuso para el año que viene por razones conocidas por todos)

Por María Cristina Alonso

 Un niño llamado Facundo muere con un tiro por la espalda en Tucumán. Le dispara la policía una madrugada de marzo de 2018. ¿Puede su historia ser el argumento para un relato para niños?


En el Bajo Flores, en la Villa Illia, un febrero de 2016, la murga “Los auténticos reyes del Ritmo” recibe una lluvia de balas de goma y de plomo mientras ensaya sus pasos para el próximo carnaval. La mayoría son niños y jóvenes. ¿Qué público escuchará esta historia en la que el verdadero lobo es la gendarmería?



¿Es pasible de ser ficcionalizada la historia de la niña jujeña obligada a tener un hijo fruto de la violación de un hombre de 60 años y a la que, además de negársele la posibilidad de interrumpir el embarazo -como lo disponen los protocolos para estos casos de menores de 15 años-, el gobernador de la provincia ya había digitado la “buena familia” que adoptaría al bebé, mientras que la niña sólo quería que todo terminara para volver a jugar?

¿Puede la literatura destinada a niños y jóvenes ignorar el contexto social y el padecimiento de los pueblos? ¿El hambre, la pobreza, la marginalidad son temas difíciles y desaconsejables para abordar con los lectores más pequeños?

Si -como sostiene Colomer[1]- una primera función de la literatura infantil es introducir al niño/a en el imaginario humano configurado por la literatura, la realidad-que es parte de ese imaginario- necesita ser recontada por la ficción. Es ella la que tiene-desde antiguo- una función socializadora, y otorga, a los lectores, las claves para desentrañar cómo funciona el mundo.

El cometido de esta ponencia es indagar en producciones de autoras que han tomado la exclusión y la pobreza de tantos argentinos y argentinas y han reelaborado esas cuestiones a través de la ficción. Partiremos de algunas preguntas, como las que se han hecho las autoras que abordan este tema: ¿Para qué niños se escribe? ¿Quién lee esas historias cuyos protagonistas son, con frecuencia, los niños invisibles que la sociedad ha dejado de ver, salvo cuando se siente amenazada?

Tengo una mantita de lana mezclada celeste y blanca, argentina, aunque ya está gris porque la tengo desde que era chica, no se me perdió nada, ni me la sacaron nunca esta mantita. Yo la quiero porque es la que más abriga y más cuando tenés que dormir en la calle, los que no tenemos casa ni nada”. La que habla es una niña que vive en la calle, protagonista de uno de los cuentos del libro Bajo las estrellas,12.000 años de historias bonaerenses, de Roberta Innamico (2008), relatos que protagonizan niños de pueblos originarios que habitaron en el pasado la provincia de Buenos Aires y niños urbanos actuales, marcados por la exclusión y la desigualdad.


¿Leerán chicos como la narradora una historia que cuenta sobre tanta orfandad? ¿Le interesará al chico bien alimentado que disfruta de la tecnología en su casa del country? ¿O al que tiene un padre que apenas si llega a fin de mes, pero puede disfrutar de la lectura en la biblioteca de la escuela pública, abastecida por el Plan Nacional de Lectura entre los años 2003-2015 con la mejor literatura de todos los tiempos?


En 2002, cuando afrontábamos otra crisis del neoliberalismo, Sandra Comino, en una ponencia titulada Esto no es para vos, decía: “Muchas veces cuando termino de escribir un cuento me pregunto: ¿quién lo leerá?, ¿lo podrá leer un chico que espera la hora del almuerzo en el colegio porque en su casa no pudo cenar? O, en todo caso, ¿qué derecho tengo yo de decir esto no lo escribo porque no me lo publican? Los chicos deben tener la posibilidad de elegir cuentos que le hagan olvidar por un rato lo que padecen o historias que les permitan identificarse o relatos que les dejen hundir su dolor o narraciones que los hagan estallar de alegría, pero siempre de una literatura que haya sido escrita desde el corazón sin prohibición alguna.”

Pensemos con números a la vista: Según un informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), en 2017 el 37,1% de los niños en Argentina pertenecía a la pobreza estructural, y en el 2018 esa cifra llegó al 41,2%: hijos de familias con ingresos insuficientes y sin derechos básicos.

El 41,2% de los niños del país vive en estado de pobreza estructural, esto representa 4,7 millones de chicos con padres sin ingresos suficientes, mal alimentados, que viven en casas sin agua potable o cloacas, con problemas para acceder a la educación y escaso nivel de atención sanitaria. Estas cifras demuestran que vivimos en una sociedad segmentada, con muchos padecen y pocos que disfrutan.

Sandra Carli (2006) señala -en La cuestión de la infancia- que vivimos en una sociedad marcada por las clases sociales,desde el niño que en un carro tirado por caballos recorre la metrópoli y que recuerda al siglo XIX, hasta al niño que accede a las más modernas tecnologías del siglo XXI desde la privacidad del hogar familiar.

Nos interesa indagar cómo se plantea la representación de esa infancia víctima de políticas económicas injustas, en la literatura infantil y juvenil; y cómo sus autoras reflexionan acerca de sus poéticas al abordar estos temas.

María Teresa Andruetto (2009), en Hacia una literatura sin adjetivos se pregunta: “¿Debe el escritor ocuparse en su escritura de lo social, de lo político? ¿Debe un narrador escribir sobre la miseria, sobre la violencia social, sobre la violación de los derechos? Sinceramente creo que eso no es algo que debe preocuparnos a priori. Lo que sí debiera preocuparnos a todos y a cada uno de los que vivimos en este país, es aprender a ser hombres y mujeres comprometidos como hombres y mujeres con nuestro tiempo y con nuestra gente. Luego vendrá lo que escribimos.”

Con esa certidumbre, quizá, la escritora cordobesa escribió El país de Juan (2018), un relato sobre migrantes de las provincias a la capital, las políticas económicas que no permiten el desarrollo de las comunidades y la ausencia del Estado. La familia de Juan, que en el campo cuidaba vacas, en la ciudad se reconvierte en cartonera. “La sequía, los gobiernos y los ladrones de ganado hicieron que poco a poco perdieran sus vacas.” Como también la familia de Anarina, la otra niña de la historia que, antes de dedicarse a cartonear, pertenecía a una familia de tejedores. “Pero los vendavales, los gobiernos y los ladrones de lana hicieron que poco a poco fueran perdiendo sus ganancias”.
Ambas familias pasan de gestionar sus trabajos a trabajar para otros empobreciendo consecuentemente hasta perder el trabajo, cerrando así el círculo del capitalismo y su lógica ajena al bienestar de las personas.
Escrita -como lo señala la autora- “en medio del desastre de 2001”, y reimpresa en 2018, en otra vuelta del país a la pobreza y la falta de trabajo recupera su vigencia. El encuentro de Juan y de Anarina marca un viaje por la geografía de un país que obliga a migrar, pero que contiene una vuelta a las fuentes. Con ternura, envolviendo a sus personajes en una atmósfera poética, Andruetto nos habla del amor y del dolor de los que menos tienen, pero luchan por recuperar su identidad.Desde la primera edición de El país de Juan, este país, el nuestro, ha girado y vuelto a girar. Desgraciadamente, este último giro lo vuelve un libro tan, tan actual”, reflexiona Andruetto.[2]

Literatura y visión del mundo, literatura e ideología. Así lo dice Laura Devetach en La construcción del camino lector (2008): “Toda sintaxis es una opción de vida inconsciente. Nuestra vida, nuestros propios diálogos, nuestra oralidad y escritura tienen gramáticas, sintaxis, estructuras, tonos, que revelan búsquedas y posturas frente al mundo (…) Quienes escribimos también estamos de cuerpo entero en nuestra manera de mirar el mundo y de urdir con las palabras.

Entonces, cómo no tematizar el hambre, moneda corriente de estos tiempos neoliberales, cómo no construir textos en los que los personajes sean esos niños invisibles que el capitalismo siembra por las calles de las grandes ciudades. Tanto Liliana Bodoc, en Caramelos de fruta, ojos grises, como Silvia Schujer/ Mónica Weiss, en el álbum Hugo tiene hambre, ingresan a sus historias esos niños que nadie quiere ver, pero que son un escándalo para una sociedad que se dice defensora de los derechos humanos, niños que duermen sobre colchones a la intemperie, que limpian vidrios por unas monedas o piden en la puerta de los supermercados.

En el primer caso, en el cuento de Bodoc que integra el volumen Amigos por el viento, los invisibles son dos hermanitos que venden caramelos por las calles y ofrecen estampitas. Dos niños que el mundo mira con indiferencia y, a veces, accede a darle unas monedas, pero que se vuelve mudo cuando la niña, Magui, en un descuido de su hermano, desaparece mientras juega en el tobogán.  El cuento avanza sobre la desesperación de Tomás, que interpela a personas y cosas que encuentra a su paso intentando dar con el paradero de la niña. Hasta el Superman del afiche publicitario está sordo:Superman no pareció escucharlo. Habló en otro idioma. Y se fue volando, cartel adentro, tras unos malos de mentirita.”
Con respecto a este cuento, Liliana Bodoc narra su matriz filosófica en un reportaje hecho por Paz Herón Ruiz[3]: “La infancia en la calle es un dolor, es una vergüenza que creo que nosotras seguramente compartimos y que comparte un montón de gente. Es casi una incapacidad de aceptarlo y de comprenderlo. ¿Cómo puede ser? Yo siempre digo lo mismo, yo sé que es ingenuo, que es infantil, que hay un montón de explicaciones, que uno entiende que en el neoliberalismo tiene que haber de esos chicos para que otros tengan cinco autos importados, y que de otra manera no cierra la ecuación, pero ¿cómo puede ser que lo permitamos como especie?


Y se pregunta: “¿Qué nos pasó para naturalizar que un niño duerma en la avenida Alem en pleno invierno? Es la incapacidad de aceptar, la vergüenza de que como especie seamos capaces de esta atrocidad, y a uno lo bueno y lo malo le sale por la literatura, porque es nuestra manera de decir, de expresarnos, y creo que fue por ellos.” Y refiriéndose concretamente a la historia de Tomás y Magui:” Es uno de los cuentos míos, seguramente, con final más doloroso, en general tiendo a abrir, aunque sea un pedacito “así”, una ventana, y acá no pude, me pareció una traición, un golpe bajo. Por ahí me reclaman, los propios chicos o las maestras, que es un final muy duro, muy difícil de sobrellevar, y bueno ¡Cuánto más difícil de sobrellevar es la vida en la calle? Si hay que sobrellevar un cuento con un final triste, habrá que apechugarlo, ¡qué va a ser!”


La indiferencia también es crueldad. Con mucha sutileza, las autoras del libro álbum Hugo tiene hambre, de Silvia Schujer y Mónica Weiss, narran esa violencia silenciosa que es el hambre de los niños que están en la calle. Niños que nadie mira, que parecen invisibles pero que, con su sola mirada, nos dicen que vivimos en un mundo que va perdiendo su humanidad. En este cuento, Hugo, un niño de la calle, está enojado (el hambre, inevitablemente, nos pone irascibles), anda con los labios apretados porque en una ciudad llena de colores, él solo puede mirar: gentes, plazas, calles, negocios, todo lo ve con la forma de su deseo: las plazas son soperas, los árboles alcauciles, y la gente y las cosas se vuelven platos de comida, golosinas, frutas y verduras.
Hugo recién se distiende y sonríe cuando encuentra a un perro hambriento como él, porque “cuando uno tiene un amigo, la panza hace menos ruido.” Mónica Weiss, la ilustradora de este libro álbum conmovedor: dice: “Cuando me puse a trabajar en él, enseguida reparé en que -en los cuentos clásicos- el niño pobre que deambula solo y tiene hambre era un personaje corriente, pero como estaba “en el pasado”, parecía no doler tanto. En cambio, en los libros para chicos que transcurrían en aquel momento (2005), los niños pobres casi no aparecían. En mi biblioteca, entre cientos de libros donde los chicos tienen casa y comida asegurada, sólo contaba con De noche en la calle, de Ángela Lago. Así que había como un ocultamiento de algo que todos veíamos a diario en nuestra vida cotidiana. Aunque ´ver´ era una manera de decir.”[4]


El eje del cuento, para Weiss, está en la mirada. “La mirada del niño y la no mirada de la gente hacia él”. Y, en su búsqueda de un lenguaje visual para esta historia tan común en las calles de cualquier ciudad latinoamericana, se plantea cómo dibujarlo. No debía ser un niño bello porque era alguien que debía, son sus palabras, “resolver asuntos de adulto como conseguir comida o encontrar un techo”. De esa manera, la ilustradora explica las decisiones que toma. Le pone una mirada de adulto enfermo, le da una tonalidad oscura a su piel y trabaja el intertexto con la imagen de El pibe, de Chaplin, que también cuenta una historia de pobreza de un niño abandonado. “Una piel que no se diferenciara del paisaje urbano en el que está inserto porque -sostiene la ilustradora- quería significar la indiferencia que todos experimentamos frente a esos niños que encontramos en las paradas de los semáforos, con qué naturalidad aceptamos que estén desamparados y cómo nos preocuparíamos si -en esa misma situación- viéramos a nuestros hijos u otro niño conocido.”

El mundo, visto desde los ojos del niño, deja de ser gris y se expresa en clave sensorial. “Con pintura -dice la autora- busqué formas “dulcificadas”, amables, dirigidas al lector infantil. Y con el collage, ciertos guiños para jóvenes y adultos: compuesto por recortes periodísticos sobre niños de la calle, la casa, la comida, el trabajo”.






Weiss, a la hora de encontrar un receptor para su libro, se pregunta si es para niños, para adultos, para jóvenes. ¿Es el hambre un tema para ser tratado por los niños? Ella sostiene que, cuando firma sus libros los niños prefieren otros de sus títulos; en cambio, los adultos inmediatamente eligen a Hugo. “Por un lado, hay un tema de resonancia estética -dice la ilustradora: Los “grandes” lo asocian frecuentemente con Juanito Laguna, el personaje tan querido de Antonio Berni. Hugo es pictórico, da goce estético. Por otro lado, despierta mucho interés el título: a los jóvenes sencillamente les interesa, y los adultos encuentran un puente para tratar el hambre y la pobreza con los chicos. A partir de ahí, los chicos se enganchan, sobre todo con el juego de las proyecciones de Hugo, que todo lo que mira, lo ve como comida.”

De noche en la calle (1999), de la ilustradora brasilera Ángela Lago, es un libro álbum silente. Es que no le hacen falta palabras a su autora para comunicar esta descorazonadora historia, la de un niño que intenta vender una mercancía en un mundo en el que los adultos a quienes se la ofrece, sólo muestran los dientes. Ángela ilustra con colores brillantes y claroscuros la soledad de esa hora de la noche en que a todo niño le asaltan los fantasmas. Es una historia sobre la infinita intemperie de los niños invisibles. 
Pensaba que sería a través de los recuerdos de mi infancia que tendría paso a la infancia de los demás”-reflexiona Lago en un reportaje publicado en una página de la Editorial Ekaré- “Empiezo a entender que la memoria es caleidoscópica. Es una invención siempre actualizada que reconstruyo de acuerdo con la óptica escogida. Fue con esta postura que, volviendo a la mesa de dibujo, intenté hacer el libro Cena de rúa (De noche en la calle). En ese libro no existe propiamente una historia, quiere ser un reportaje, ser testigo de los niños de la calle. Opté por colores y pinceladas fuertes y no utilicé ningún detalle además de lo estrictamente necesario para referir el relato. En este libro no quiero distraer al lector.

Creo –continúa- que De noche en la calle es mi mejor trabajo, a pesar de que es el menos querido por mi sobrino de seis años, con el que actualmente hago mi encuesta de opinión. La verdad es que Chiquinho tiene tal horror por este libro que a veces llego a pensar en la posibilidad de sugerir a mi hermana que lo utilice como castigo. Entretanto, Chiquinho se refiere a este trabajo más a menudo que a los otros y quiero creer que es el que más le impresionó.”
Tres pelotitas son las que ofrece el niño de este libro con los colores del semáforo ante la indiferencia de los automovilistas. Desde el cómodo interior de los autos, la gente mira con ferocidad al niño solo. Y le teme, y lo amenaza. Lo exterior y lo interior no se comunican, salvo en el momento en que el niño roba una caja del asiento trasero de un auto donde encontrará tres nuevas pelotas, que seguirá ofreciendo en una rueda infinita de un destino que no podrá modificarse. La crueldad y la indiferencia también aquí son tematizadas.
Para Perla Suez,La literatura no tiene obligaciones de hablar de ciertas problemáticas como tampoco de no hablar de ellas, la cuestión sería qué es genuinamente interesante para el niño. Y se pregunta: ¿Acaso problemáticas como los abusos, las violaciones y toda otra forma de violencia no forman parte del universo de los niños? ¿Y qué pasa con la soledad y la tristeza, la indiferencia de la sociedad?



Ángela Lago afirma que: “En realidad para nosotros, los que trabajamos para los niños, no hay muchas comodidades. Es que tenemos más que nadie, un compromiso con la verdad. Por eso nos cuesta, algunas veces, abandonar la dulzura por la pasión.”

Estos relatos que hemos mencionado dejan al lector con las hilachas de la
realidad, no dan soluciones ni dan consejos, no pontifican cómo debe ser el mundo, pero lo dejan al desnudo para que lo invisible se visibilice.

La literatura suele escribirse sobre lo urgente y necesario. Volvemos a “Los Auténticos Reyes del Ritmo” y la agresión que sufrieron en manos de la gendarmería, una noche de verano de 2016. Eran 140 chicos y chicas del barrio, que se juntaban en la calle Bonorino, dos o tres veces por semana, a preparar sus pasos y sonidos. Pero llegaron móviles de Gendarmería para hacer un supuesto operativo. El director de la murga pidió por los niños, pero los patrulleros aceleraron y después dispararon. Dejaron el saldo de dieciséis heridos y dos niños internados. La indignación frente a ese hecho tomó forma de libro. Un grupo de escritores. Ilustradores y trabajadores de la LIJ decidió unirse para contar que balear la alegría de una murga, lastimar y aterrorizar a niños inermes es un límite que, una vez traspasado, ya no tiene retorno.
El libro se denominó Hasta la vida y fue publicado en 2016 por el Espacio Cultural Nuestros hijos, de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Lo integran poemas, canciones, relatos, ilustraciones que tematizan la indignación.



“Un colectivo de autores -escribe María Teresa Andruetto en su aporte Meten bala- reacciona al atropello que sufrieron los chicos de la murga “Los Auténticos Reyes del Ritmo”, en la villa del Bajo Flores, que representará, para quienes trabajamos en cultura de la infancia, un punto de inflexión”.

En un poema de Alejandra Erbiti, ¿Me miraste bien?, habla uno de los niños invisibles de la Argentina: “Cuando sea grande, muy grande, / recordaré esta historia. / Y aunque creas que no sé, / que no soy un político, / quisiera decirte algo más: si agujereás un país/ nos caemos los chicos.”

Bibliografía
Andruetto, María Teresa (2009). Hacia una literatura sin adjetivos. (2009) Córdoba. Comunicarte. 2009.
Andruetto, María Teresa. El país de Juan. (2018). Ilustracionesde Matías Acosta. Buenos Aires. Sudamericana Infantil Juvenil

Blanc, Natalia. Liliana Bodoc. "La escritura no tiene que ver con la inspiración; se busca y a veces se encuentra". La Nación, 20 de agosto de 2017.

Bodoc, Liliana. Amigos por el viento. (2019) 1a ed. 2a reimpr - Buenos Aires: Alfaguara.
Carli, Sandra (comp.). (2006). La cuestión de la infancia. Entre la escuela, la calle y el shopping. Buenos Aires, Paidós.
Carranza, Marcela. (2006). “La literatura al servicio de los valores, o cómo conjurar el peligro de la literatura”, Imaginaria. Revista quincenal sobre literatura infantil y juvenil Disponible en:  http://www.imaginaria.com.ar/18/1/literatura-y-valores.htm
Colomer, Teresa. “El desenlace de los cuentos como ejemplo de las funciones de la LIJ”. Revista de Educación, núm. extraordinario 2005, pp. 203-216

Devectach, Laura. (2008) La construcción del camino lector. Córdoba. Comunicarte.

Hanán Díaz, Fanuel. (2015). Temas de literatura infantil. Aproximación al análisis del discurso para la infancia, Buenos Aires, Lugar editorial.
Herón Ruiz, Paz. Reportaje a Bodoc.Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016
Lago, Angela, De noche en la calle. (1999). Caracas: Ediciones Ekaré,
Lago, Ángela: Cuestionamientos y descubrimientos. 20017.Ediciones Ekaré. http://edicionesekare.blogspot.com/2017/11/angela-lago-noche-calle.html
Micheletto, Karina. “En la caída los personajes se encuentran con ellos mismos”. Página/12. Cultura y Espectáculos, 18 de abril de 2018.
Schujer Silvia y Weiss, Mónica. 2006. Hugo tiene hambre. Buenos Aires, Norma.
Weiss, Mónica, Ilustrar ¿para niños, jóvenes, adultos?Curso introductorio para mediadores de lectura literaria juvenil del CAEU / OEI





[1]Colomer, Teresa. “El desenlace de los cuentos como ejemplo de las funciones de la LIJ”. Revista de Educación, núm. extraordinario 2005, pp. 203-216
[2] Micheletto, Karina. En la caída los personajes se encuentran con ellos mismos. Página/12. Cultura y Espectáculos, 18 de abril de 2018.
[3]Herón Ruiz, Paz. Reportaje a Bodoc..Aquelarre. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Maestría en Literatura para niños. Res. CONEAU nº 808/14. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Número 3, noviembre 2016.

[4]Weiss, Mónica, Ilustrar ¿para niños, jóvenes, adultos?Curso introductorio para mediadores de lectura literaria juvenil del CAEU / OEI

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