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martes, 12 de mayo de 2020

La escritura del trauma social en la literatura para jóvenes: una propuesta para el aula de secundario

Por Leticia Otazúa
(Universidad Nacional Arturo Jauretche, Florencio Varela)
(Ponencia destinada al VII Simposio de Literatura infantil y juvenil del Mercosur, que se iba a realizar en el pasado abril en Bariloche y que se pospuso para el año que viene por razones conocidas por todos)

 Una de las cuestiones, y no es una cuestión menor, que se plantea la narrativa de ficción es: ¿qué cuento?, ¿cómo lo cuento?, ¿a quién lo cuento?
  
 
Son preguntas que también se formula quien da  testimonio acerca de una vivencia personal. En esos casos, suele rondar alrededor de la decisión de contar, otra pregunta: ¿cuándo lo cuento?, es decir, ¿cuándo están dadas las condiciones para que la historia pueda ser escuchada?
   
En este espacio, vamos a compartir la experiencia de un trabajo con estudiantes de escuelas secundarias en el que la lectura de determinadas obras literarias planteó la posibilidad de indagar en las historias del círculo íntimo familiar, generando un aprendizaje realmente valioso acerca de los recursos propios de la literatura pero también de la historia nacional reciente.

   

La literatura ofrece un amplio abanico de posibilidades para trabajar en educación con jóvenes adolescentes. En este caso, abordaremos obras que, en cuanto a género, se ubican en lo que podríamos llamar frontera entre la ficción y el testimonio (suelen nombrarse como novelas históricas o autobiográficas). Tanto “La casa de los conejos”, de Laura Alcoba, como “El mar y la serpiente”, de Paula Bombara, recuperan historias reales vividas por las protagonistas y las presentan noveladas, posibles de ser leídas por adolescentes, jóvenes o adultos. La particularidad de estos textos es que aluden a historias individuales que conforman la Historia con mayúscula o historia social: la resistencia, organización política y desapariciones forzadas de personas durante la dictadura cívico militar en Argentina entre los años 1976 y 1983. Desde diferentes lugares de la sociedad,  las historias personales han sido y siguen siendo rescatadas del olvido. La literatura permite que las historias silenciadas durante años o narradas en el ámbito privado  puedan trasladarse al ámbito de lo público.
  
 Los pueblos que han vivido dictaduras cruentas como la del caso argentino, con desapariciones forzadas, encierros, torturas, exilios, atravesaron diferentes periodos de reconstrucción de las historias; muchas  esperaron y aún esperan las circunstancias propicias para emerger, es decir, la habilitación de la palabra a partir de la escucha atenta.
 
  Adoptamos, en el título de este trabajo, el término “trauma social”, utilizado en numerosos ensayos de Sociología e Historia Oral porque ilustra claramente las dificultades que transita la sociedad toda luego de experiencias de profundo dolor. La noción de trauma incluye no sólo el hecho doloroso sino la subjetividad con que se recuerda ese hecho, la interpretación que del mismo se realiza a lo largo del tiempo. El trauma social permanece, se extiende en el tiempo cuando la sociedad toda no es capaz de ofrecer protección y contención a los sujetos que han vivenciado el horror. En este sentido, la palabra pública, la palabra de los medios, de las redes, de las instituciones tiene  peso y  valor y puede colaborar con dicha contención.
 
  Entendemos que el campo cultural funcionó y funciona como resguardo de la memoria colectiva y como ámbito de difusión y que la literatura, en tanto proceso de lectura, propicia la  resignificación constante. Cuando un docente de Literatura elige determinado corpus de textos, dicha selección  debería mantener coherencia con el pensamiento de los docentes y las decisiones pedagógicas, con lo que se quiere enseñar. Un docente de literatura es (debería ser) un lector idóneo, con toda la complejidad que conlleva este concepto; un lector que incursione en diferentes ámbitos del saber para propiciar búsquedas, debates, preguntas.
  
  “La casa de los conejos” y “El mar y la serpiente” reconstruyen la mirada de la niñez. Desde las tapas, ambas novelas proponen una identificación de las autoras con las narradoras protagonistas: son fotos de la propia niñez de cada una. En muchos testimonios de sobrevivientes de la dictadura los relatos combinan la mirada del niño/a con la reflexión del adulto, dado el tiempo transcurrido entre las vivencias y los relatos. En las novelas  que nos ocupan, el lector debería ser ese adulto que reflexiona o analiza la historia narrada. Con recursos esencialmente literarios, se presentan como obras de ficción que requieren, en ocasiones, de una necesaria contextualización por parte del/la docente que elige acercarlas al aula. 
 
Paula Bombara

La protagonista de “El mar y la serpiente”, casi al final de la novela,  se convierte en entrevistadora de su madre, quien le ofrece ese modo de comunicación, grabador mediante, ante las preguntas constantes de la niña acerca de la ausencia del padre. Si bien casi toda la novela está construida en forma de diálogo, la entrevista se presenta como un diálogo significativo por cuanto quedará registrado, grabado, es decir, con posibilidades de ser revisitado.
  En el ida y vuelta de preguntas y respuestas, la hija reconoce el olvido de muchas circunstancias fundamentales en su historia personal, por eso necesita la palabra de la madre para llenar esos “agujeros negros” de su memoria. Como entrevistadora, se queda en  algunos momentos en silencio, para permitir que la madre hable (tal como hacen y recomiendan los entrevistadores de historia oral). Al final del relato, descubre que su historia íntima enlaza con la historia social, y que ella posee algo valioso para aportar a sus compañeros de escuela: la narración.

Laura Alcoba
 
  Por su parte, “La casa de los conejos” presenta, en sus párrafos iniciales, una de las ideas que sociólogos e historiadores trabajan en sus ensayos: ¿cuándo contar?, ¿cuándo y cómo se propician las condiciones que habilitan la historia?, ¿el cuándo y el cómo dependen de iniciativas personales o de políticas públicas que habiliten el proceso? Y podríamos agregar hoy, por la convocatoria que aquí nos ocupa: ¿de qué modo la escuela se posiciona como escenario  real y simbólico para escuchar historias, y qué lugar encuentran los jóvenes como lectores de literatura y del mundo?
   
Dice la narradora al comienzo del relato:

“Te preguntarás, Diana, porqué dejé pasar tanto tiempo sin contar esta historia. Me había prometido hacerlo un día, y más de una vez terminé diciéndome que aún no era el momento (…) Debía esperar a quedarme sola, o casi. Esperar a que los pocos sobrevivientes ya no fueran de este mundo o esperar más todavía para atreverme a evocar ese breve retazo de infancia argentina sin temor de sus miradas (…)” (Alcoba, 2016, pág. 11)

    Durante los años 2018 y 2019, elegimos estas novelas para trabajar con estudiantes de segundo año del secundario en Prácticas del Lenguaje, en la Escuela Popular Latinoamérica, de Burzaco, y con estudiantes de tercer año de Construcción de la Ciudadanía, del Instituto Nuestra Señora del Carmen, de Adrogué. En  ambas instituciones, se incorporaron algunos aportes de la Historia Oral para proponer un trabajo de investigación a través de entrevistas. A partir del aprendizaje que las entrevistas a profesores y familiares de los estudiantes proporcionaron, se realizó una lectura comunitaria de las novelas, lo que permitió una profundidad en las interpretaciones que no se hubiera logrado sin ese recorrido experiencial. Los estudiantes que vincularon el tema con algún dicho escuchado en sus familias, o en diálogos con docentes, adoptaron el rol de entrevistadores, como si fueran ajenos a la familiaridad del vínculo; entrevistadores que serían luego mediadores de información para con sus compañeros. Indagar en los conocimientos familiares fue el modo por el cual accedieron al marco histórico necesario, para establecer el contexto de las obras literarias. En ocasiones, el trabajo se bifurcó, se amplió y a las preguntas acerca del periodo de la dictadura militar argentina se sumaron otras que indagaban en los derechos humanos, especialmente en los derechos del niño desde las vivencias de sus allegados. Es un trabajo muy simple y a la vez puede resultar complejo, profundo: abrir la puerta a las preguntas, a que los estudiantes pregunten en sus casas, en sus escuelas; que vuelvan luego a la literatura, y sigan preguntando.
   
La necesaria brevedad de este trabajo no  permite profundizar en los aportes de la Historia Oral, por lo que comentaremos sólo algunos conceptos que nos sirvieron para comprender, junto a los estudiantes, la relevancia de indagar en las memorias individuales (que no significan individualismo)  y rescatar la narración oral como fuente fidedigna de la Historia colectiva. Los historiadores subrayan el papel fundamental de la mirada y la escucha en la historia oral. Ronald Fraser (1990), en “La formación del entrevistador”, asegura que las personas son fuentes privilegiadas de información, “el  testigo nos está haciendo un favor inconmensurable al recordar para nosotros su vida” (p.133), por lo que es fundamental atender al tono de voz, el respeto por el otro, a suspender las críticas y las reacciones personales.  Un entrevistador, explica, necesita leer de todo, antropología, psicoanálisis, historia, etc., para entender todo aquello que las personas no pueden contar. La entrevista es un diálogo con alguien. Dar el espacio, no juzgar, “correrse” de sí mismo: son actitudes frente al otro. Liliana Barela, historiadora, directora de la revista  “Voces recobradas”, afirma que el rescate de la memoria en América Latina es necesario para reconstruir el pasado pero también para legar verdad a las generaciones futuras. Esas generaciones a las que alude Barela son nuestros estudiantes jóvenes.
   
De las entrevistas realizadas a padres, madres, abuelos, abuelas, profesores, maestras, directoras nos detendremos en un caso que, creemos, sirve de ejemplo de aprendizaje significativo: un estudiante de tercer año  entrevistó a su abuelo, a su madre y propuso una entrevista a su padre, la que no pudo realizarse. En principio, entrevistó a su abuelo, inmigrante italiano, quien contó cómo era su vida en su tierra natal y los cambios, decididamente positivos, que le otorgó la llegada a Argentina. Luego, el estudiante “descubrió” que su madre, abogada, estudió durante el periodo llamado de Reorganización Nacional, la dictadura de la que se estaba hablando en la escuela, y organizó la segunda entrevista, donde indagó acerca de las dificultades de los jóvenes para estudiar y movilizarse en aquella época. Y después, quiso que su padre diera testimonio, para compartir con sus compañeros de curso. El padre  había trabajado como policía durante el periodo de la última dictadura cívico militar argentina, pero no accedió a la entrevista y explicó su negativa con pocas palabras: “No fue fácil ser policía durante la dictadura” (sic). Esa negación, ese silencio elegido, también es testimonio, de alguna manera, testimonio de lo que se calla no sólo a nivel íntimo familiar sino también a nivel social. 


   
Pero están las obras literarias para hablar, para decir a su manera.
   
Proponer que los estudiantes entrevisten a su entorno familiar y/o institucional antes o al mismo tiempo en que se leen novelas como las comentadas, quizás colabore en la tarea de reconstrucción social que, desde diferentes sectores, nuestra comunidad está realizando. Así como solemos pedirles que “jueguen” a ser escritores de ficción, también podemos proponerles ese rol de entrevistadores a la manera de los historiadores. No se trata de una entrevista periodística, sino que debe haber lectura previa de documentos, obras afines, así como la selección de los sujetos a entrevistar según su grado de representatividad y, de ser posible, la reconstrucción de la biografía de los entrevistados.
    
Las novelas, leídas a la luz de los testimonios recabados con anterioridad, centraron el eje de la discusión de los estudiantes  en el tema de la voz que cuenta, la necesidad de contar y de que alguien sea receptor de esa historia. En este caso, el trabajo no concluyó  con escrituras ni con evaluaciones tradicionales (lo que podría hacerse, según la propuesta de cada docente) sino con ruedas de debates y largas y enriquecedoras conversaciones, ya que se intentó rescatar el valor de la palabra oral en la transmisión de la historia.



  Consideramos que estos trabajos son aprendizajes significativos para todos, ya que  indagar en las historias que aún deben contarse para sanar el trauma social, es saber que algunas de esas historias transitarán caminos legales, como aquellas que surgieron en estos últimos tiempos de parte de hijos de secuestradores, torturadores y asesinos; otras quedarán en la memoria familiar como relatos de sobremesa y otras serán literatura. Debemos dar voz a nuestra historia, habilitar la escucha y el diálogo desde todos los lugares posibles  porque, como dice la joven narradora de “El mar y la serpiente”:
 
  “Son 30.000. 30.000 personas con 30.000 historias que no pueden contarnos.” (Bombara, 2018, p.113)

BIBLIOGRAFÍA

ACEVES, J.E. (2000). “Las fuentes de la memoria. Problemas metodológicos”. Voces recobradas. Revista de Historia Oral, 7, 6-10.
ALCOBA, L. (2016). La casa de los conejos. Buenos Aires, Argentina: EDHASA.
BACCI, C. y OBERTI, A. (2014). “Sobre el testimonio: una introducción”. En Dossier “Testimonios, debates y desafíos desde América Latina” (Alejandra Oberti y Claudia Bacci coord.). Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, (1).
BACCI, C. (2015). “Numeralia: ¿Cuántas voces guarda un testimonio?”. Constelaciones, 7, 528-536.
BARELA, L. (2000) “Editorial”. En Voces recobradas. Revista de Historia Oral, 7, 3.
BARELA, L. y otros. (2009). “Algunos apuntes de Historia Oral y cómo abordarla”. Buenos Aires, DGPeIH.
BOMBARA, P. (2018). El mar y la serpiente. Buenos Aires, Argentina: Norma.
FRASER, R. (1990). “La formación de un entrevistador”. En Revista Historia y fuente oral, 3, 129-150.
HELLER, Á. (1998). Sociología de la vida cotidiana, Barcelona, España: Península.
VERA, A. (2000) “La Historia Oral. Un deslinde necesario”. En Voces recobradas. Revista de Historia Oral, 7, 22-24.
YERUSHALMI, Y. (1998). “Reflexiones sobre el olvido”. En: Usos del olvido. Buenos Aires, Argentina: Nueva Visión.






1 comentario:

  1. En esa época era madre de un niño de 4 años, tenía ,25 años, y 25 años después pude "contar" en mis poemas un reflejo fugaz de lo sucedido.Alicia Susana Baigorria. www.laeradelarte.blogspot.com

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