Por Leticia Otazúa
(Universidad Nacional Arturo Jauretche, Florencio Varela)
(Ponencia destinada al VII Simposio de Literatura infantil y juvenil del Mercosur, que se iba a realizar en el pasado abril en Bariloche y que se pospuso para el año que viene por razones conocidas por todos)
Una de las cuestiones, y no es una cuestión
menor, que se plantea la narrativa de ficción es: ¿qué cuento?, ¿cómo lo
cuento?, ¿a quién lo cuento?
Son
preguntas que también se formula quien da
testimonio acerca de una vivencia personal. En esos casos, suele rondar
alrededor de la decisión de contar, otra pregunta: ¿cuándo lo cuento?, es
decir, ¿cuándo están dadas las condiciones para que la historia pueda ser
escuchada?
En este
espacio, vamos a compartir la experiencia de un trabajo con estudiantes de
escuelas secundarias en el que la lectura de determinadas obras literarias
planteó la posibilidad de indagar en las historias del círculo íntimo familiar,
generando un aprendizaje realmente valioso acerca de los recursos propios de la
literatura pero también de la historia nacional reciente.
La
literatura ofrece un amplio abanico de posibilidades para trabajar en educación
con jóvenes adolescentes. En este caso, abordaremos obras que, en cuanto a
género, se ubican en lo que podríamos llamar frontera entre la ficción y el
testimonio (suelen nombrarse como novelas históricas o autobiográficas). Tanto
“La casa de los conejos”, de Laura Alcoba, como “El mar y la serpiente”, de
Paula Bombara, recuperan historias reales vividas por las protagonistas y las
presentan noveladas, posibles de ser leídas por adolescentes, jóvenes o
adultos. La particularidad de estos textos es que aluden a historias
individuales que conforman la Historia con mayúscula o historia social: la resistencia,
organización política y desapariciones forzadas de personas durante la
dictadura cívico militar en Argentina entre los años 1976 y 1983. Desde
diferentes lugares de la sociedad, las
historias personales han sido y siguen siendo rescatadas del olvido. La
literatura permite que las historias silenciadas durante años o narradas en el
ámbito privado puedan trasladarse al
ámbito de lo público.
Los pueblos que han vivido dictaduras cruentas
como la del caso argentino, con desapariciones forzadas, encierros, torturas,
exilios, atravesaron diferentes periodos de reconstrucción de las historias;
muchas esperaron y aún esperan las
circunstancias propicias para emerger, es decir, la habilitación de la palabra
a partir de la escucha atenta.
Adoptamos, en el título de este trabajo, el
término “trauma social”, utilizado en numerosos ensayos de Sociología e
Historia Oral porque ilustra claramente las dificultades que transita la
sociedad toda luego de experiencias de profundo dolor. La noción de trauma incluye no sólo el hecho doloroso
sino la subjetividad con que se recuerda ese hecho, la interpretación que del
mismo se realiza a lo largo del tiempo. El trauma
social permanece, se extiende en el tiempo cuando la sociedad toda no es
capaz de ofrecer protección y contención a los sujetos que han vivenciado el
horror. En este sentido, la palabra pública, la palabra de los medios, de las
redes, de las instituciones tiene peso
y valor y puede colaborar con dicha
contención.
Entendemos que el campo cultural funcionó y
funciona como resguardo de la memoria colectiva y como ámbito de difusión y que
la literatura, en tanto proceso de lectura, propicia la resignificación constante. Cuando un docente
de Literatura elige determinado corpus de textos, dicha selección debería mantener coherencia con el
pensamiento de los docentes y las decisiones pedagógicas, con lo que se quiere
enseñar. Un docente de literatura es (debería ser) un lector idóneo, con toda
la complejidad que conlleva este concepto; un lector que incursione en
diferentes ámbitos del saber para propiciar búsquedas, debates, preguntas.
“La casa de los conejos” y “El mar y la
serpiente” reconstruyen la mirada de la niñez. Desde las tapas, ambas novelas
proponen una identificación de las autoras con las narradoras protagonistas:
son fotos de la propia niñez de cada una. En muchos testimonios de
sobrevivientes de la dictadura los relatos combinan la mirada del niño/a con la
reflexión del adulto, dado el tiempo transcurrido entre las vivencias y los
relatos. En las novelas que nos ocupan,
el lector debería ser ese adulto que reflexiona o analiza la historia narrada.
Con recursos esencialmente literarios, se presentan como obras de ficción que
requieren, en ocasiones, de una necesaria contextualización por parte del/la
docente que elige acercarlas al aula.
Paula Bombara
Laura Alcoba
Por su parte, “La casa de los conejos”
presenta, en sus párrafos iniciales, una de las ideas que sociólogos e
historiadores trabajan en sus ensayos: ¿cuándo contar?, ¿cuándo y cómo se propician
las condiciones que habilitan la historia?, ¿el cuándo y el cómo dependen de
iniciativas personales o de políticas públicas que habiliten el proceso? Y
podríamos agregar hoy, por la convocatoria que aquí nos ocupa: ¿de qué modo la
escuela se posiciona como escenario real
y simbólico para escuchar historias, y qué lugar encuentran los jóvenes como
lectores de literatura y del mundo?
Dice la
narradora al comienzo del relato:
“Te
preguntarás, Diana, porqué dejé pasar tanto tiempo sin contar esta historia. Me
había prometido hacerlo un día, y más de una vez terminé diciéndome que aún no
era el momento (…) Debía esperar a quedarme sola, o casi. Esperar a que los
pocos sobrevivientes ya no fueran de este mundo o esperar más todavía para
atreverme a evocar ese breve retazo de infancia argentina sin temor de sus
miradas (…)” (Alcoba, 2016, pág. 11)
Durante los años 2018 y 2019, elegimos
estas novelas para trabajar con estudiantes de segundo año del secundario en
Prácticas del Lenguaje, en la Escuela Popular Latinoamérica, de Burzaco, y con
estudiantes de tercer año de Construcción de la Ciudadanía, del Instituto
Nuestra Señora del Carmen, de Adrogué. En
ambas instituciones, se incorporaron algunos aportes de la Historia Oral
para proponer un trabajo de investigación a través de entrevistas. A partir del
aprendizaje que las entrevistas a profesores y familiares de los estudiantes
proporcionaron, se realizó una lectura comunitaria de las novelas, lo que
permitió una profundidad en las interpretaciones que no se hubiera logrado sin
ese recorrido experiencial. Los estudiantes que vincularon el tema con algún
dicho escuchado en sus familias, o en diálogos con docentes, adoptaron el rol
de entrevistadores, como si fueran ajenos a la familiaridad del vínculo;
entrevistadores que serían luego mediadores de información para con sus
compañeros. Indagar en los conocimientos familiares fue el modo por el cual
accedieron al marco histórico necesario, para establecer el contexto de las
obras literarias. En ocasiones, el trabajo se bifurcó, se amplió y a las
preguntas acerca del periodo de la dictadura militar argentina se sumaron otras
que indagaban en los derechos humanos, especialmente en los derechos del niño
desde las vivencias de sus allegados. Es un trabajo muy simple y a la vez puede
resultar complejo, profundo: abrir la puerta a las preguntas, a que los
estudiantes pregunten en sus casas, en sus escuelas; que vuelvan luego a la
literatura, y sigan preguntando.
La
necesaria brevedad de este trabajo no permite
profundizar en los aportes de la Historia Oral, por lo que comentaremos sólo
algunos conceptos que nos sirvieron para comprender, junto a los estudiantes,
la relevancia de indagar en las memorias individuales (que no significan
individualismo) y rescatar la narración
oral como fuente fidedigna de la Historia colectiva. Los historiadores subrayan
el papel fundamental de la mirada y la escucha en la historia oral. Ronald
Fraser (1990), en “La formación del entrevistador”, asegura que las personas son
fuentes privilegiadas de información, “el
testigo nos está haciendo un favor inconmensurable al recordar para
nosotros su vida” (p.133), por lo que es fundamental atender al tono de voz, el
respeto por el otro, a suspender las críticas y las reacciones personales. Un entrevistador, explica, necesita leer de
todo, antropología, psicoanálisis, historia, etc., para entender todo aquello
que las personas no pueden contar. La entrevista es un diálogo con alguien. Dar
el espacio, no juzgar, “correrse” de sí mismo: son actitudes frente al otro.
Liliana Barela, historiadora, directora de la revista “Voces recobradas”, afirma que el rescate de
la memoria en América Latina es necesario para reconstruir el pasado pero
también para legar verdad a las generaciones futuras. Esas generaciones a las
que alude Barela son nuestros estudiantes jóvenes.
De las
entrevistas realizadas a padres, madres, abuelos, abuelas, profesores,
maestras, directoras nos detendremos en un caso que, creemos, sirve de ejemplo
de aprendizaje significativo: un estudiante de tercer año entrevistó a su abuelo, a su madre y propuso
una entrevista a su padre, la que no pudo realizarse. En principio, entrevistó
a su abuelo, inmigrante italiano, quien contó cómo era su vida en su tierra
natal y los cambios, decididamente positivos, que le otorgó la llegada a
Argentina. Luego, el estudiante “descubrió” que su madre, abogada, estudió
durante el periodo llamado de Reorganización Nacional, la dictadura de la que
se estaba hablando en la escuela, y organizó la segunda entrevista, donde
indagó acerca de las dificultades de los jóvenes para estudiar y movilizarse en
aquella época. Y después, quiso que su padre diera testimonio, para compartir
con sus compañeros de curso. El padre
había trabajado como policía durante el periodo de la última dictadura
cívico militar argentina, pero no accedió a la entrevista
y explicó su negativa con pocas palabras: “No fue fácil ser policía durante la
dictadura” (sic). Esa negación, ese silencio elegido, también es testimonio, de
alguna manera, testimonio de lo que se calla no sólo a nivel íntimo familiar
sino también a nivel social.
Pero están
las obras literarias para hablar, para decir a su manera.
Proponer
que los estudiantes entrevisten a su entorno familiar y/o institucional antes o
al mismo tiempo en que se leen novelas como las comentadas, quizás colabore en
la tarea de reconstrucción social que, desde diferentes sectores, nuestra
comunidad está realizando. Así como solemos pedirles que “jueguen” a ser escritores
de ficción, también podemos proponerles ese rol de entrevistadores a la manera
de los historiadores. No se trata de una entrevista periodística, sino que debe
haber lectura previa de documentos, obras afines, así como la selección de los
sujetos a entrevistar según su grado de representatividad y, de ser posible, la
reconstrucción de la biografía de los entrevistados.
Las
novelas, leídas a la luz de los testimonios recabados con anterioridad,
centraron el eje de la discusión de los estudiantes en el tema de la voz que cuenta, la necesidad
de contar y de que alguien sea receptor de esa historia. En este caso, el
trabajo no concluyó con escrituras ni
con evaluaciones tradicionales (lo que podría hacerse, según la propuesta de
cada docente) sino con ruedas de debates y largas y enriquecedoras
conversaciones, ya que se intentó rescatar el valor de la palabra oral en la
transmisión de la historia.
Consideramos que estos trabajos son
aprendizajes significativos para todos, ya que
indagar en las historias que aún deben contarse para sanar el trauma
social, es saber que algunas de esas historias transitarán caminos legales,
como aquellas que surgieron en estos últimos tiempos de parte de hijos de
secuestradores, torturadores y asesinos; otras quedarán en la memoria familiar
como relatos de sobremesa y otras serán literatura. Debemos dar voz a nuestra
historia, habilitar la escucha y el diálogo desde todos los lugares
posibles porque, como dice la joven
narradora de “El mar y la serpiente”:
“Son 30.000. 30.000 personas con 30.000
historias que no pueden contarnos.” (Bombara, 2018, p.113)
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En esa época era madre de un niño de 4 años, tenía ,25 años, y 25 años después pude "contar" en mis poemas un reflejo fugaz de lo sucedido.Alicia Susana Baigorria. www.laeradelarte.blogspot.com
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