por Adrián Ferrero
Los poemas de María Elena Walsh (tal el título bajo el que fueron
reunidos), datan en su compilación de 1994, al menos así consta en la edición
de la que dispongo. La portada del libro lleva fotografía de Sara Facio, una de
las que las más emblemáticas de esta autora, la que la ha vuelto perenne de entre
su álbum público.
Ahora bien: ¿cuántos libros contiene esta Summa? En principio tres, y
luego una sección titulada Otros poemas
(1978-1994). Los que no dieran la impresión de estar compuestos de modo atomizado sino orgánico, son los libros Otoño imperdonable (1947), su debut, Baladas con Ángel (1952) y Hecho a mano (1965), organizada según
secciones. Pese a que pudiera dar la impresión de obra exigua, sin embargo cabe
recordar que María Elena Walsh escribió asimismo toda una serie de poemas para
niños (que no están aquí contenidos), que recopiló de la tradición popular
otros tantos y que compuso canciones para adultos y niños, de parte de las
cuales ya me he ocupado de abordar, cuyas letras bien pueden ser leídas como
piezas poéticas. Esta capacidad de María Elena Walsh de dar cabida al género
lírico en todos los campos de su trabajo (que se multiplicaron), nos dan la
certeza de estar ante una poeta de una enorme ductilidad. Es como si asistiéramos
a una artista capaz de desplegar un registro de producciones de una densidad
que tiende a condensar más que a expandir materiales con una carga ideológica
pero a la vez lúdica o simplemente estética que la vuelven infrecuente en el
panorama de los escritores argentinos. Por otra parte, no son tantas las
autoras que por la época en que María Elena Walsh da sus primeros pasos en la
poesía lo hacían. También en eso fue figura precursora. Alfonsina Storni
firmaba en algunas de las revistas en las que publicaba María Elena Walsh, al
igual que el propio Borges.
Hay varios temas que regresan a los distintos poemarios. Uno muy
recurrente es el de la condición femenina, su sojuzgamiento histórico pero que
aún se mantiene completamente vigente, si bien de 1994 a 2020 han pasado varios
años. María Elena Walsh rastreará escenas desde la vida en los barrios, con
momentos de agresión o prepotencia, la bravuconería de cierto machismo, los mandatos
femeninos bajo distintas dimensiones, las tareas domésticas obligatorias y de
una circularidad paralizante que impide la realización más plena, la maternidad
como destino, una forma compulsiva pero no siempre vocacional de mandato de la
condición femenina. Y frente a este sistema hegemónico hay toma de distancia y
hay rebelión. Una rabiosa toma de posición que la ubica en el espacio de la
transgresión y también de lo prohibido. Por supuesto que rescata figuras
axiológicamente connotadas modo positivo entre los varones, como este Ángel de
las baladas. Pero no son las figuras más frecuentes. Sí evoca la de su madre
con recurrencia, en particular como la transmisora de tradiciones que ella
prosigue pero que no son las estrictamente ligadas a una ideología de género de
carácter normativo. Sino en todo caso las asociadas a una identidad propia de
una cultura familiar que se aspira a proseguir.
Otra constante es la de la ensoñación nostálgica por un tiempo que se ha
esfumado, del que se gozaba porque no suponía ni prisas in apremios y ahora se
ha o esfumado o acelerado. Un tiempo devorado por lo relojes, muy asociado a la
vida barrial en lugar de a la vida citadina. En efecto, Walsh distingue tópicamente
con claridad entre lo que ha sido esa vida de antaño, vecinal, a este tránsito
urbano que atropella, evita las relaciones humanas entre conocidos sino se da
en medio del anonimato. Esta perspectiva sitúa al presente como un momento que
no ha avanzado en progreso en lo relativo a la comunicación social. Y sitúa al
sujeto en una instancia de desconocimiento del semejante frente al que sin
embargo debe convivir, en una situación paradojal. La vida de otros tiempos era
la que sumía en los libros, en escritura de cartas o poemas, en el diálogo
interpersonal más que en la conversación fugaz del tránsito por el centro en un
día de actividad laboral, en un ómnibus o en un subte.
Y en lo relativo a la situación de la mujer, señalaría que el yo lírico,
con un sospechoso aire de familia con la firma autoral, repite sin embargo
tradiciones heredadas de su madre, como dije, una figura que ella reivindica en
más de una oportunidad. Por ejemplo, se refiere concretamente a la ceremonia de
la preparación de los dulces y mermeladas. Pero lo hace indicando con énfasis
en que en su caso se trata no de una obligación sino de proseguir una costumbre
de sus antepasados que no quiere que sea sustraída por el tiempo. Recupera esa
ceremonia cuidadosamente, deteniéndose en cada paso que requiere la preparación,
siendo respetuosa de cada paso pero también de todo el proceso que suponen los
cambios en una sustancia.
El amor se presenta tanto dichoso o como desdichado, según los casos, y
las dedicatorias son los suficientemente elocuentes como para sacar las
conclusiones del caso. Lo cierto es que el amor no ha sido de resolución fácil
en la vida del yo lírico, eso queda a las claras. Y sin embargo hay chispazos
de una enorme felicidad que pone a raya a la amargura. Pero de todos modos
subyace el conflicto. El yo lírico recién puede sentar las bases de un vínculo
verdaderamente afianzado en la madurez, cuando todo lo más apasionado de la
vida ha transcurrido, y queda este “otoño” (para ser fieles a la condensación
del título en una palabra) que sin embargo no deja de deparar sorpresas. Lo
inesperado, anuncia Walsh con palabras esperanzadas, llega incluso en momentos
en que la vida parecía confinada a ser clausurada, carente de todo sobresalta.
Hay aquí una suerte de apacible morosidad por dentro de la cual el amor maduro
restituye la calma y la posibilidad de gozar la vida cotidiana con serenidad.
En la primera etapa de este conjunto de su poesía completa predomina un
tono elegíaco. La nostalgia, todo aquello que se ha dejado detrás y, también,
ya no se será pero se podría haber sido, aún no ha sido asumida. Cuando sin
embargo en la medida en que los poemarios progresan los rasgos identitarios así
como el tono de las creaciones dieran la impresión de ser cada vez más plenos. Como si el yo lírico conquistara
una plenitud (o se la permitiera), que antes permanecía en un plano
completamente retraído.
Se recuperan otras geografías, incluso
otros países, como Francia, con la evocación de un hotel que ha sido espacio de
aventuras en el sentido de que ha cobijado a quienes se atrevieron a visitar
París no como turistas de lujo sino como habitantes que llegan no a vivir en el
lujo. El campo argentino, con sus ceremonias, sus habitantes, sus costumbres y
ese aroma propio de la naturaleza que no se encuentra, al igual que el tiempo
que se disfrutaba, en las ciudades está presente bajo el sonido de sus
guitarras, la geografía de un espacio que no depara demasiadas sorpresas a
quien se interna en su superficie, como otros países ricos en un relieve que no
es el de la pampa. El campo argentino sin embargo, como geografía por
excelencia de nuestro país es descripto con pinceladas certeras y sin lugares
comunes, más a partir de sus sonidos que de imágenes plásticas asociadas al
orden de lo visual.
Hay un poema dedicado a Eva Perón, significativamente el que cierra el
conjunto de todo el libro. Si bien es una apología de esta figura pública por
todas las conquistas que logró para la mujer, también se pone el acento en el
modo como ella acudió a la beneficencia como un recurso que sin embargo no
avergüenza ni debe avergonzar a juicio de Walsh. Simplemente fue su forma de
encarar el auxilio a una población necesitada de recursos primordiales. Fue una
política según la cual su decisión definió un estilo de gobernar socialmente.
Pero esta mujer pese a ello torció el curso de la Historia, a ojos del yo
lírico. Es diría yo que, por fuera de los poemas de reivindicación de género,
el único de todos las piezas que componen el libro que aborda un contenido
político explícito con tono apologético. Y se nota que la atención de María
Elena Walsh está concentrada, lo repito, en conquistas de género pero también
en el contrapunto que esta mujer tan poderosa desde el punto de vista de su
determinación fue desafiante frente a las clases dominantes. Mucho tiene que
ver en esto la militancia de María Elena Walsh en torno de los derechos de las
mujeres, el acceso a nuevas conquistas, a nuevos espacios de creación,
recreación y para un crecimiento en paridad con el varón. Tal vez tenga mucho
que ver en esta dimensión la situación que seguramente le tocó afrontar a esta
artista a lo largo de toda su carrera, siendo mujer frente a un sistema de
consagración y promoción de las figuras públicas con fuertes componentes
patriarcales pese a que su trayectoria nadie podría negar que no fuera exitosa.
Frente a esos obstáculos sin embargo María Elena Walsh no se arredró ni tampoco
el sistema de sexo/género le denegó por ello el consagración. La confirió en
cambio un lugar en el que estuvo, precisamente, a la vanguardia, innovando en
territorios que no solían ser los más frecuentes para una mujer. Le esperaba a
María Elena Walsh la celebridad más encendida.
Los poemas por lo general en verso libre sin embargo por momentos
sorprenden con el virtuosismo de sus sonetos o de otras composiciones que dan
la pauta de que la musicalidad de la que luego haría gala en la letrística de
sus composiciones ya despuntaba y podía entreverse en esta capacidad de urdir
mediante el lenguaje formas estables según ciertos parámetros propios del arte
poética. En efecto, Walsh es avezada en la construcción de formas verbales, los
tropos, un manejo de la retórica que denotan destreza en la manipulación de la
lengua poética, articulando significado y forma, sonido y sentido. Lo que da
por resultado una cierta clase de poesía en algunos casos según la cual el
acento está puesto en ciertas partes de la construcción poética.
Los poemarios alternan la dicha y
la desdicha como estados de ánimo que más que conjugarse como en toda
personalidad se alteraran según momentos de la vida del yo lírico. Hay avatares
estables que sumen al yo lírico en un estado determinado, de congoja o de
alegría o hasta euforia que demarcan el territorio de estos poemas. Esta
circunstancia bien puede ser pensada en términos de que al no ser tantos
poemarios los que componen el libro, también estarán fechados según las etapas
en las que han quedado plasmados. Esto es: los momentos de escritura y
publicación serán el indicar más claro de un determinado momento personal pero
también histórico. Escribir en tiempos oscuros constituye una forma de
ahuyentar a los fantasmas, de conjurarlos. Y, por otro lado, dejar sentado
aquellos instantes de euforia o de alegría inaudita también es un modo de
perpetuarlos. De que de modo inmarcesible no perezcan.
También María Elena Walsh es terminante en su simpatía por los artistas
y su antipatía por los hombres de negocios, los hombres machistas, los
represores y toda figura que atente contra la libertad de las personas pero,
sobre todo, de las mujeres. Traza una divisoria de aguas neta entre lo que
considera las personas que favorecen la realización de las personas, el
progreso de la sociedad, la positividad creativa y recreativa del arte. Y
quienes, de modo censor, acallan, siembran de miedo o de silencio la poesía, la
música, expresión manifestada a través de la voz. Tener la voz, dar la voz a
otros pareciera ser un punto que a María Elena Walsh le resulta primordial.
Mediante estrategias de representación literaria ella construye figuras de la
realidad social que de otro modo permanecerían sustraídas a la sociedad, sin
posibilidad de representación, de ser visibilizadas o bien de ser escuchadas.
Esas voces son las que María Elena Walsh aspira a que resuenen en la sociedad
como canto pero también como verbo, plasmadas en poema.
La
música también aparece como una presencia recurrente, no solo, como dije,
provocando ciertos efectos fónicos producto de la combinatoria de las palabras,
sino de la vida del artista o la artista que se consagran a ella. Los
instrumentos musicales (el piano, la guitarra), entre otros elementos que
remiten al universo de la vida artística asociada a esta vertiente de la
producción estética. Y también hay poemas que están titulados con el nombre de
cierta clase de composiciones musicales, ciertos géneros, remitiendo de ese
modo un universo sémico a otro. Y componiendo un conjunto al tiempo que
poniendo en contigüidad lo que es evidente a ella misma le sucedió en su
carrera. Fue música, fue compositora, fue escritora y fue también intérprete.
Los recuerdos son una constante. Porque así como está esa evocación
nostálgica por la vida en los barrios, la vida sin relojes, la vida por fuera
de las prisas, también está la evocación de ciertas ceremonias propias de otros
momentos de la vida del yo lírico, sobre todo vinculados a su pasado. A
encuentros, a visitas, a costumbres que se tenían por frecuentes o habituales a
cierta altura de la vida.
Estamos hablando en este artículo de un libro que permite vislumbrar una
poética que, en progresión, se desenvuelve diacrónicamente y permite apreciar
los grandes desencadenantes de los cambios en un yo lírico que María Elena
Walsh construye de modo plural pero por detrás del cual es su voz, una voz
inconfundible, traza los contornos de fases, momentos, transiciones pero, sobre
todo, en que la identidad compone un friso de escenas.
Si la evocación, como dije, es un leitmotiv, el recuerdo de un episodio
trascendente de su vida regresará. Es el del que mantiene con el poeta Juan
Ramón Jiménez, en cuya casa ella residió durante una temporada siendo muy joven
por invitación del poeta, radicado por entonces en EE.UU. Esta estadía en verdad
a ella la ubica en una situación descolocada, fuera de lugar. Yo lírico y yo
empírico se conjugan en ese poema para dar cuenta de una experiencia que no fue
del todo grata para María Elena Walsh, pese a que en su descripción no hay ni
violencia ni maltrato. Hay malestar, decepción, sensación de permanecer en el
lugar equivocado. Una amargura propia de quien no se siente a gusto ni tampoco
se siente presente en el momento justo en el lugar adecuado. Es más bien la
descripción de alguien que permanece en un espacio más por fatalidad o
compromiso que por convicción.
Ahora bien: ¿qué vienen a aportar estos poemas de una artista como María
Elena Walsh al resto de su producción y a su imagen de autora? Diría en
principio que la vuelven una escritora más completa y más compleja a la vez.
Alguien capaz de atravesar por públicos muy distintos, de diferente grado de
maduración, con la misma habilidad y la misma capacidad inspirada. Esto la
confiere entonces un efecto totalizador a su proyecto según el cual ya debemos
atender a cuentos y poemas infantiles, canciones para niños y para adultos,
obras de teatro, novelas para adultos y para jóvenes, participación en films,
participación en TV, escritura de guiones, musicología, interpretación,
escritura de ensayos y artículos para diarios y revistas. En fin, una
personalidad multifacética que logró mediante una plasticidad que se da en muy
pocos casos de la cultura artística de un país la construcción de un sujeto
mujer que incursionó por casi todos los territorios de la cultura artística.
Aquellos por los cuales alguien con inquietudes pero también con solo un talento
superlativo puede hacerlo. Y alguien que lo hizo con excelencia y jerarquía,
además de con ética profesional.
Lo que sí señalaría de estos poemarios es que no se da el fenómeno del nonsense, el desparpajo, el absurdo,
pero sí la burla a la solemnidad, como por ejemplo un poema consagrado a la
burocracia en la que no se la toma en serio sino que María Elena Walsh se mofa
de ella con sus mismas armas que institucionalizan uno orden represor. Queda
claro que en su producción poética para adultos, María Elena Walsh acudirá a
otra de las facetas en su formación y, por otro lado, la dejarán por escrito según
otros recursos que en nada se parecen a todo lo que hizo en otros campos de su
producción, en particular la infantil. No mezcla los registros. Cuando escribe
poesía para adultos circunscribe los recursos, las formas, la índole de esa
práctica a ese universo poético.
La reivindicación es un rasgo potente que en varios planos de la
condición femenina María Elena Walsh deja a las claras forma parte de un
principio de justicia. Ella solo aspira a no ser atropellada, por un lado, así
como no atropella. Se trata de “el buen modo”. Y, por el otro, a disponer de
los mismos derechos que sus pares
varones. No me parece pedir demasiado. Me parece pedir lo justo. Y ella lo hizo
en épocas tempranas, motivo por el cual sus inquietudes en esa lucha por la
equidad revisten un valor agregado.
Como para cerrar diría que como noción de conjunto nos llevamos la imagen de una María Elena Walsh que también es poeta para adultos, no que simplemente esporádicamente la ejerció de a ráfagas. Fue un género frente al que se manifestó curiosa, avezada, en el que se preocupó por formarse y también se interesó. De hecho fue en el que comenzó su producción creativa y fue coronada por un coloso de por entonces como Juan Ramón Jiménez. Me parece que todo ello contribuye a hacer de ella una figura que también en esta dimensión de la invención destaca. Y lo hace con brillo. Las tramas complejas de una producción literaria riquísima se ven entonces reforzadas por este otro corpus, que aborda nuevos temas, según otro lenguaje, desplegando otros códigos, pensando en otra clase de interlocutor que a su vez la leerá ya no solo como la autora infantil en que el lugar común ha querido situarla, sino como la escritora adulta, madura, preparada, para adultos, que también destaca de modo sobresaliente y sabe tocar fibras íntimas. Lo hace de modo eficaz sin alardes. Y lo hace de un modo que mantiene esa excelencia que jamás decae en Walsh. Una poética, un proyecto creador que incorpora, nutriéndose de muchas fuentes, procedimientos para luego volcarlos a todas las dimensiones de labor creativa. De modo logrado, María Elena Walsh vuelve a triunfar esta vez, anexando un nuevo territorio
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